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León Trotsky

 

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

Tomo II

 

 

Capitulo X

La burguesía mide sus fuerzas con la democracia

 

 

El 28 de agosto, cuando el miedo estremecía el palacio de Invierno, el comandante de la división "salvaje", príncipe Bagration, telegrafiaba a Kornílov que "los indígenas cumplirán con su deber ante la patria, y a la primera orden de su héroe supremo... verterán hasta la última gota de sangre." Pocas horas después, el avance de la división quedaba interrumpido, y el 31 de agosto, una Comisión especial, presidida por el mismo Bagration, comunicaba a Kerenski que la división se sometía por entero al gobierno provisional. Todo esto ocurrió no sólo sin combate, sino sin que se disparara un solo tiro. No sólo no se vertió la última gota de sangre, sino ni siquiera la primera. Los soldados de Kornílov no intentaron ni por asomo hacer uso de las armas para abrirse paso hacia Petrogrado. Los jefes no se atrevieron a ordenárselo. Las tropas del gobierno no tuvieron que recurrir a la fuerza en ninguna parte para contener el ataque de los destacamentos de Kornílov. El complot se desmoronaba, se evaporaba.

Para explicarse esto basta con examinar de cerca las fuerzas que debían entrar en lucha. Ante todo, nos veremos obligados a constatar -y este descubrimiento no será inesperado para nosotros- que el Estado Mayor de los conjurados era el propio Estado Mayor zarista, oficina de gente sin cabeza, incapaz de meditar de antemano, en el gran juego que había emprendido, dos o tres jugadas sucesivas. A pesar de que Kornílov había señalado el día del golpe de Estado con algunas semanas de anticipación, nada estaba previsto ni calculado como era debido. La preparación puramente militar de la sublevación había sido llevada a cabo de un modo inhábil, grosero, superficial. Las complejas modificaciones en la organización y el mando habían sido emprendidas en el momento mismo en que iba a iniciarse la acción. La división "salvaje", que había de asestar el primer golpe a la revolución, estaba compuesta únicamente de 1.350 combatientes, con la particularidad de que les faltaban 600 fusiles, 1.000 lanzas y 500 sables. Cinco días antes de que se iniciaran las operaciones, Kornílov dio la orden de transformar la división en cuerpo. Esta medida, que pertenece a la categoría de las condenadas por los manuales, se consideraba necesaria por las irazas, para seducir a los oficiales con el cebo de un aumento de sueldo. "El telegrama anunciador de que en Pskov se entregarían las armas que faltaban -dice Martínov-, no fue recibido por Bragration hasta el 31 de agosto, cuando la empresa había fracasado definitivamente."

Tampoco el Cuartel general se ocupó hasta el último momento de mandar inspectores del frente a Petrogrado. A los oficiales encargados de esta misión se les proveía generosamente de dinero y se les daban vagones especiales. Pero es de suponer que a los heroicos patriotas no les corría mucha prisa salvar a la patria. Dos días más tarde, la comunicación ferroviaria entre el Cuartel general y la capital quedó interrumpida, y la mayoría de los inspectores no pudieron llegar al lugar en que habían de desarrollarse sus supuestas hazañas.

En la capital, a todo esto, había una organización korniloviana que contaba con cerca de dos mil hombres. Los conspiradores fueron divididos en grupos, según las misiones especiales que les estaban confiadas: confiscación de los automóviles blindados, detención y asesinato de los miembros más destacados del Soviet y de todo el gobierno provisional, ocupación de las instituciones más importantes. Según Vinberg, presidente de la Asociación del Deber militar, "al llegar las tropas de Krimov, las fuerzas principales de la revolución debían estar ya quebrantadas, destruidas o reducidas a la impotencia, de manera que lo único que Krimov debía hacer era establecer el orden en la ciudad". Verdad es que en Mohilev se consideraba exagerado este programa de acción, y que la labor principal se confiaba a Krimov; pero el Cuartel general esperaba también una ayuda muy seria de los destacamentos del "centro republicano". Sin embargo, los conspiradores de Petrogrado no dieron señales de vida, no dejaron oír su voz, no movieron un dedo, como si no existieran. Vinberg da una explicación harto simple de este enigma. El coronel Heiman, encargado del contraespionaje, pasó los momentos más decisivos en un restaurante de las afueras; el coronel Sidorin, encargado de unificar, por encargo directo de Kornílov, la acción de todas las sociedades patrióticas de la capital, y el coronel Ducimetiere, director de la sección militar, "desaparecieron sin dejar rastro de sí, y no hubo modo de dar con ellos en ninguna parte". El coronel de cosacos Dutov, que debía hacer entrar en acción a sus hombres "como si fueran los bolcheviques", lamentábase más tarde: "Me apresuré... a llamar a la gente a la calle, pero nadie me siguió." Según cuenta Vinberg, los conspiradores más significados se quedaron con el dinero destinado a la organización, o lo derrocharon en juergas. Denikin afirma que el coronel Sidorin "se ocultó en Finlandia, llevándose consigo los últimos fondos de la organización, unos 150.000 rublos". Lvov, a quien hemos dejado detenido en el palacio de Invierno, habló más tarde de uno de los generosos donantes que obraba entre bastidores y que debía entregar a los oficiales una suma considerable, pero que, al llegar al lugar convenido, encontró a los conspiradores en un estado tal de embriaguez, que no se decidió a entregar el dinero. El propio Vinberg considera que, de no haber mediado esas "casualidades", verdaderamente lamentables, los propósitos del general hubieran podido verse plenamente coronados por el éxito. Pero queda una pregunta: ¿Cómo se explica que alrededor de esa empresa patriótica se agruparan principalmente borrachos, defraudadores y traidores? ¿No fue así porque cada objetivo histórico moviliza los cuadros que propiamente le corresponden?

Por lo que se refiere a las personas complicadas en la conspiración, las cosas no podían ir peor, empezando por arriba. "El general Kornílov, según el kadete de derecha Izgoyev, era el general más popular... entre la población pacífica, pero no entre las tropas, al menos las del anterior." Izgoyev entiende por "población pacífica" el público de la Perspectiva Nevski. Las masas populares del frente y del interior sentían odio y hostilidad hacia Kornílov. El general Krasnov, un monárquico, nombrado jefe del tercer cuerpo de Caballería, que no tardó en hacer una tentativa para convertirse en vasallo de Guillermo II, se extrañaba de que "Kornílov, que se había propuesto llevar a cabo una empresa de tanto empuje, no se hubiera movido del palacio de Mohilev, rodeado de turcomanos y de soldados de batallón de choque, como si él mismo no tuviera confianza en el éxito". A la pregunta del periodista francés Claude Anet: "¿Por qué no avanzó Kornílov en persona sobre Petrogrado en el momento decisivo?", el cabecilla del complot contestó: "Me encontraba enfermo, tenía un fuerte ataque de malaria y me faltaba mi energía habitual."

Hay un exceso de casualidades desdichadas: siempre ocurre lo mismo cuando una causa está condenada de antemano al fracaso. El estado de espíritu de los conjurados oscilaba entre la altivez del que se cree vencedor indiscutible y la postración completa ante los primeros obstáculos reales. Se trataba, no de la malaria de Kornílov, sino de una enfermedad más honda, fatal, incurable, que paralizaba la voluntad de las clases pudientes.

Los kadetes rechazaban seriamente los propósitos contrarrevolucionarios de Kornílov, entendiendo por ello la restauración de la monarquía de los Romanov. ¡Como si se tratara de eso! El "republicanismo" de Kornílov no era óbice para que el monárquico Lukomski se pusiera a su lado ni para que el presidente de la "Liga del Pueblo Ruso"[1], Rimski-Korsakov, telegrafiara a Kornílov el día del golpe: "Ruego ardientemente a Dios que le ayude a salvar a Rusia. Me pongo enteramente a su disposición." A los oscurantistas zaristas les tenía sin cuidado la banderita republicana del general. Comprendían que el programa de Kornílov consistía en él mismo, en su pasado, en sus bandas cosacas, en sus relaciones y sus recursos financieros, y, principalmente, en su sincera disposición a degollar la revolución.

Kornílov, que en las proclamas se presentaba como "hijo de campesinos", había basado enteramente su plan de golpe de Estado en los cosacos y en los montañeses. En las tropas lanzadas sobre Petrogrado no había ni un solo destacamento de Infantería. El general no había podido acercarse a los campesinos ni lo había intentado. Verdad es que en el Cuartel general se descubrió, en la persona de cierto "profesor", a un reformador agrario dispuesto a prometer a cada soldado una cantidad fantástica de "deciatinas" de tierra. Pero la proclama preparada sobre este punto ni siquiera fue puesta en circulación: el miedo de asustar a los terratenientes servía de freno a toda demagogia agraria de los generales.

El campesino de Mohilev, Tadeus, que había observado de cerca en aquellos días el Cuartel general, cuenta que nadie, así entre los soldados como en las aldeas, daba crédito a los manifiestos del general: "Quiere el poder, pero no dice ni una palabra de la tierra ni de la terminación de la guerra." En seis meses de la revolución, las masas habían aprendido a orientarse en las cuestiones más vitales. Kornílov traía al pueblo la guerra, la defensa de los privilegios de los generales y de la gran propiedad agraria. No podía darles nada más, y nada más esperaban de él. En esta imposibilidad, evidente de antemano para los propios conspiradores, de apoyarse en la infantería campesina, para no hablar ya de los obreros, hallaba su expresión el destino fatal de la pandilla de Kornílov.

El cuadro de las fuerzas políticas trazado por el diplomático del Cuartel general, príncipe Trubetskoy, era fiel, en buena parte, pero erróneo en lo que se refería a un punto: el pueblo no sentía, ni por asomos, esa indiferencia dispuesta a "someterse al latigazo". Lejos de ello, diríase que las masas no esperaban más que el latigazo para mostrar los manantiales de energía y abnegación que encerraban en su seno. El error en la apreciación del estado de espíritu de las masas reducía a la nada todos los demás cálculos.

El complot había sido tramado por aquellos círculos que ni sabían ni estaban acostumbrados a hacer nada sin la gente de abajo, sin la fuerza obrera, sin la carne de cañón, sin asistentes, criados, escribientes, chóferes, mozos de cuerda, cocineras, lavanderas, guardagujas, telegrafistas, palafreneros y cocheros. Todos esos pequeños tornillos humanos, innumerables, invisibles, necesarios, estaban de parte de los soviets y en contra de Kornílov. La revolución, omnipresente, no había rincón en que no penetrase, rodeaba al complot, y sus ojos, sus oídos, su mano, hallábanse alertas por todas partes.

El ideal de la educación militar consiste en que el soldado obre a los ojos de sus superiores lo mismo que a sus espaldas. Ahora bien, los soldados y marinos rusos de 1917, que no obedecían las órdenes oficiales ni aun en presencia de sus superiores, cogían ávidamente al vuelo las órdenes de la revolución, e incluso, con más frecuencia aún, las cumplían por propia iniciativa antes de que llegaran hasta ellos. Los innumerables servidores de la revolución, sus agentes, sus combatientes no tenían necesidad de estímulo ni de control.

Formalmente, la liquidación del complot se hallaba en manos del gobierno. El Comité ejecutivo contribuía a ello. En realidad, la lucha se desarrolló por vías harto diferentes. Al mismo tiempo que Kerenski, agobiado bajo el peso de una "responsabilidad sobrehumana", medía, solitario, el "parquet" del palacio de Invierno, el Comité de defensa, llamado también Comité militar revolucionario, desarrollaba una vasta labor. Desde por la mañana, se mandaron instrucciones telegráficas a los empleados de ferrocarriles, Correos y Telégrafos y a los soldados. "Todos los movimientos de tropas -como informaba Dan aquel mismo día- se efectúan por orden del gobierno provisional y están avalados por el Comité de defensa popular." Dejando a un lado todas las fórmulas convencionales, estas palabras significaban que el Comité de defensa disponía a las tropas bajo la firma del gobierno provisional. Simultáneamente se emprendió la destrucción de los nidos kornilovianos, se efectuaron registros y detenciones en las Academias militares y en las organizaciones de oficiales. La mano del Comité se echaba de ver por todas partes. No había quien se interesara por el general gobernador.

Tampoco las organizaciones soviéticas de la base esperaban, por su parte, órdenes de arriba. La labor principal se hallaba concentrada en los barrios obreros. En los momentos de mayores vacilaciones del gobierno y de las negociaciones interminables del Comité ejecutivo con Kerenski, los soviets de barriada establecían relaciones más estrechas entre sí y decidían: dar carácter permanente a las reuniones comunes de las organizaciones de los distintos barrios; mandar representantes propios al Estado Mayor formado por el Comité ejecutivo; constituir una milicia obrera; instituir el control de los soviets de barriada sobre los comisarios gubernamentales; organizar destacamentos volantes encargados de detener a los agitadores contrarrevolucionarios. Estas medidas, tomadas en conjunto, representaban la apropiación de funciones importantes, no sólo del gobierno, sino del mismo Soviet de Petrogrado. La lógica de la situación obligó a los órganos soviéticos superiores a restringir considerablemente sus atribuciones para ceder el puesto a las organizaciones de abajo. La entrada de las barriadas de Petrogrado en el campo de batalla modificó inmediatamente la dirección y las proporciones de la contienda. Una vez más, se puso de manifiesto la inagotable vitalidad de la organización soviética, que, paralizada arriba por la dirección de los conciliadores, en el momento crítico resucitaba abajo merced a la presión de las masas.

Para los bolcheviques, que eran el alma de los barrios obreros, la sublevación de Kornílov no había tenido nada de inesperada. La habían previsto, se habían puesto en guardia contra ella y fueron los primeros que estuvieron en su puesto. En la reunión de ambos Comités ejecutivos, celebrada el 27 de agosto, Sokolnikov comunicó que el partido bolchevique había tomado ya todas las medidas que estaban a su alcance para informar al pueblo del peligro y para preparar la defensa; los bolcheviques sé declaraban dispuestos a realizar su labor, en el terreno de la organización del combate, de acuerdo con los órganos del Comité ejecutivo. En la reunión nocturna de la Organización militar de los bolcheviques, en que participaron delegados de numerosos regimientos, se acordó exigir la detención de todos los conspiradores, armar a los obreros, facilitar soldados a estos últimos, en calidad de instructores, asegurar la defensa de la capital desde abajo y prepararse al mismo tiempo para la creación de un régimen revolucionario de obreros y soldados. La Organización militar celebró mítines en toda la guarnición. A los soldados se les exhortaba a estar sobre las armas, con objeto de que pudieran echarse a la calle a la primera señal de alarma.

"A pesar de que estaban en minoría -dice Sujánov-, era completamente claro que en el Comité militar revolucionario la hegemonía pertenecía a los bolcheviques." He aquí cómo explica la causa de ello: "Si el Comité quería obrar seriamente, tenía que hacerlo de un modo revolucionario", y sólo los bolcheviques contaban con recursos reales para acometer una acción revolucionaria, "pues las masas les seguían". La tensión de la lucha ponía por doquier, en primer término, a los elementos más activos y audaces. Esta selección automática favorecía, naturalmente, el desarrollo de los bolcheviques, reforzaba su influencia, concentraba la iniciativa en sus manos, dándoles la dirección efectiva aun en aquellas organizaciones en que se hallaban en minoría. Cuanto más cerca estaban de la barriada obrera, de la fábrica, del cuartel, más incontestable y absoluto era el predominio de los bolcheviques. Todos los grupos del partido están en pie. En todos los talleres de las grandes fábricas, los bolcheviques han organizado un servicio permanente de vigilancia. En el comité del partido de cada barriada se ha establecido un servicio permanente de representantes de las fábricas poco importantes. La organización del servicio de comunicaciones parte de abajo, de la fábrica, y se eleva, a través de los comités de barriada, hasta el Comité central del partido.

Bajo la presión directa de los bolcheviques y de las organizaciones por ellos dirigidas, el Comité de defensa se mostró favorable a que fuesen armados grupos de obreros destinados a custodiar los barrios proletarios y las fábricas. Esta sanción era lo único que faltaba a las masas. En los barrios obreros se formaron inmediatamente, según la prensa obrera, "colas de gente que deseaba alistarse en las filas de la guardia roja". Se abrieron inmediatamente cursos de tiro e instrucción militar, dirigidos por soldados expertos. El 29, en casi todas las barriadas había ya grupos armados. La guardia roja anunció su propósito de formar inmediatamente un destacamento de 40.000 hombres. Los obreros desarmados formaban brigadas destinadas a cavar trincheras, construir reductos, extender alambradas. El nuevo general gobernador, Palchinski, que había sustituido a Savinkov -Kerenski no había conseguido mantener en ese puesto a su cómplice más de tres días-, no pudo menos de reconocer en una declaración especial que, cuando se presentó la necesidad de llevar a cabo trabajos de zapa para la defensa de la ciudad, "millares de obreros... han realizado, sin gratificación alguna en el transcurso de unas pocas horas, un trabajo inmenso, que, sin su ayuda, hubiera exigido varios días". Esto no impidió que Palchinski, siguiendo el ejemplo de Savinkov, suspendiera el órgano de los bolcheviques, el único periódico que los obreros consideraban como suyo propio.

La gigantesca fábrica de Putilov se convierte en el centro de resistencia del barrio de Peterhof. Fórmense apresuradamente destacamentos armados. La fábrica trabaja día y noche: se montan nuevos cañones para la formación de divisiones de artillería proletaria. El obrero Minichev cuenta que "en aquellos días se trabajó hasta dieciséis horas diarias y se montaron cerca de cien cañones".

El "Vikjel", recién creado por entonces, tuvo que entrar inmediatamente en acción. Los ferroviarios tenían motivos especiales para temer la victoria de Kornílov, el cual había introducido en su programa la instauración del estado de guerra en ferrocarriles. También aquí, la gente de abajo se adelantó con mucho a sus dirigentes. Los ferroviarios levantaron los rieles y pusieron obstáculos en las vías para contener el avance de las tropas de Kornílov. Poníase a contribución la experiencia de la guerra. Tomáronse asimismo medidas para aislar el foco del complot Mohilev, interceptando todo el movimiento de trenes con el Cuartel general. Los empleados de Correos y Telégrafos detenían y mandaban al Comité los telegramas y órdenes que partían del Cuartel general o copia de los mismos. Los generales se habían acostumbrado durante la guerra a considerar que el transporte y las comunicaciones eran una cuestión de técnica. Ahora tenían ocasión de persuadirse de que eran una cuestión de política.

Los sindicatos, nada inclinados a la neutralidad política, no esperaron exhortaciones especiales para ocupar sus posiciones de combate. El Sindicato Ferroviario armó a sus miembros, los mandó a las líneas para examinar y levantar los rieles, vigilar los puentes, etc.; con su ardor y su decisión, los obreros impulsaron adelante al "Vikjel", más burocrático y moderado. El sindicato metalúrgico puso al servicio del Comité de defensa sus numerosos empleados y una suma importante para sus gastos. El sindicato de chóferes puso a disposición del Comité sus medios técnicos y de transporte. El sindicato de tipógrafos llevó a la práctica el control efectivo de la prensa. El general sublevado golpeó el suelo con el pie y surgieron legiones de debajo de la tierra; pero eran legiones de enemigos.

Alrededor de Petrogrado, en las guarniciones vecinas, en las estaciones importantes y en la escuadra se trabajaba día y noche; pasábase revista a las propias filas, se establecía contacto con los puntos próximos y con el Smolni. El Comité de defensa, más que exhortar e incitar, registraba y dirigía. Las masas se adelantaban siempre a sus planes. La resistencia contra el general sublevado se convertía en una batida popular de los conspiradores.

En Helsingfors, en la asamblea de todas las organizaciones soviéticas, se creó un comité revolucionario, que mandó sus comisarios al general gobernador, a la comandancia, al contraespionaje y otras instituciones importantes Ninguna orden se hacía efectiva si no llevaba la firma de ese comité. Se estableció el control de los teléfonos y telégrafos. Los representantes oficiales del regimiento de cosacos, que se hallaba en Helsingfors y que eran en su mayoría oficiales, intentan proclamar la neutralidad: se trata de kornilovianos ocultos. Al día siguiente se presentan en el comité cosacos de fila y declaran que todo el regimiento está contra Kornílov. Por primera vez entran representantes cosacos en el Soviet. En éste, como en los demás casos, el violento choque de las clases empuja a los oficiales a la derecha y a los soldados de fila a la izquierda.

El Soviet de Cronstadt, que había restañado ya completamente las heridas sufridas en junio, declaró telegráficamente que "la guarnición de Cronstadt estaba dispuesta a defender como un solo hombre la revolución al primer llamamiento del Comité ejecutivo". Los de Cronstadt no sabían aún en aquellos días -sólo podían adivinarlo- hasta qué punto la defensa de la revolución significaba la defensa de ellos mismos contra el exterminio.

Poco después de las jornadas de julio, el gobierno provisional había decidido suprimir la fortaleza de Cronstadt, por considerarla un foco bolchevista. Esta medida, tomada de acuerdo con Kornílov, se justificaba oficialmente por "motivos estratégicos". Los marinos, presintiendo que se tramaba algo malo, se resistieron. "La leyenda de la traición en el Cuartel general -escribía Kerenski, después que el mismo había acusado ya de traición a Kornílov- había arraigado hasta tal punto en Cronstadt, que toda tentativa de sacar la artillería provocaba el furor de la masa." El gobierno había confiado a Kornílov la misión de buscar los medios de acabar con Cronstadt. Kornílov había encontrado esos medios; inmediatamente después de la conquista de la capital, Krimov debía mandar a Oranienbaum una brigada provista de artillería y, bajo la amenaza de los cañones, exigir de la guarnición de Cronstadt el desarme de la fortaleza y el paso a tierra, donde los marinos debían ser víctimas de represalias en masa. Pero en el mismo momento en que Krimov se disponía a cumplir la misión que le había encomendado el gobierno, éste se veía obligado a pedir a los marinos de Cronstadt que le salvaran de Krimov.

El Comité ejecutivo pidió telefónicamente a Cronstadt y Viborg que se mandaran fuerzas considerables a Petrogrado. A partir del 29, por la mañana, empezaron a llegar tropas. Eran, principalmente, regimientos bolchevistas; para dar fuerza al llamamiento del Comité ejecutivo fue necesaria la confirmación del Comité central de los bolcheviques. Un poco antes, hacia el mediodía del 28, por orden de Kerenski, orden que se parecía mucho a una humilde súplica, se encargaban de la protección del palacio de Invierno los marinos del crucero Aurora, parte de cuya tripulación seguía encarcelada en el "Kresti" por su participación en la manifestación de julio. En las horas que tenían libres de servicio, los marinos iban a la cárcel a ver a sus compañeros detenidos, a Trotsky, Raskolnikov y otros. "¿Es que no ha llegado el momento de detener al gobierno?" -preguntaban los visitantes-. "No, no ha llegado aún -se les contestaba-; apoyad el fusil sobre el hombro de Kerenski y disparad contra Kornílov. Después le ajustaremos las cuentas a Kerenski." En junio y julio, esos mismos marinos no estaban muy inclinados a prestar atención a los argumentos de la estrategia revolucionaria. En estos dos meses escasos habían aprendido mucho. La pregunta sobre la detención del gobierno la formulaban más bien para descargar su conciencia. Ellos mismos se daban cuenta de la consecuencia inexorable con que se desarrollaban los acontecimientos. En la primera mitad de julio eran derrotados, condenados, calumniados; a fines de agosto se convirtieron en la defensa más segura del palacio de Invierno contra los kornilovianos; a últimos de octubre dispararán contra el palacio de Invierno con los cañones del Aurora.

Pero los marinos, si bien acceden a esperar un poco para liquidar sus cuentas con el régimen de febrero, no quieren soportar ni un día más a los oficiales kornilovianos. Los jefes que les habían sido impuestos por el gobierno después de las jornadas de julio estuvieron casi en todas partes al lado de los conspiradores. El Soviet de Cronstadt destituyó inmediatamente al comisario del gobierno y designó en su lugar a uno propio. Ahora, los conciliadores no gritaban ya a propósito de la separación de la República de Cronstadt. Sin embargo, no en todas partes se limitaron las cosas a la sustitución; en algunos sitios se llevaron a cabo sangrientas represalias.

"La cosa empezó en Viborg -dice Sujánov- con el exterminio de los generales y oficiales por las masas enfurecidas de los marinos y soldados presas del pánico." No, no era una multitud enfurecida, ni se puede hablar en este caso de pánico. El 29, por la mañana, el "Tsentroflot" había mandado un telegrama al comandante de Viborg, general Oranovski, para que lo comunicara a la guarnición, dando cuenta de la sublevación del Cuartel general. El comandante retuvo el telegrama todo un día, y a las preguntas que se le hicieron sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando contestó que no había recibido noticia alguna. Los marinos efectuaron un registro y encontraron el telegrama. El general, cogido in fraganti, se declaró partidario de Kornílov; los marinos fusilaron al comandante y a otros dos oficiales que habían declarado estar de acuerdo con él. Los marinos de la escuadra del Báltico hacían firmar a los oficiales una declaración de fidelidad a la revolución, y cuando cuatro oficiales del crucero Petropavlovsk se negaron a firmar y se declararon kornilovianos fueron inmediatamente fusilados por acuerdo de la tripulación.

Sobre los soldados y marinos flotaba un peligro mortal. No sólo Petrogrado y Cronstadt, sino todas las guarniciones del país, serían víctimas de represalias sangrientas. Por la conducta de sus oficiales, por su tono, por sus miradas torcidas, los soldados y marinos podían prever inequívocamente su suerte en el caso de que triunfara el Cuartel general. En aquellos sitios en que la atmósfera era particularmente ardiente se apresuraban a cortar el camino al enemigo, oponiendo a las represalias proyectadas por los oficiales las suyas propias. Corno es sabido, la guerra civil tiene sus leyes, que nunca han sido consideradas como humanitarias.

Cheidse transmitió inmediatamente a Viborg y Helsingfors un telegrama, en que condenaba estos actos como "un golpe mortal para la revolución". Kerenski, por su parte, telegrafió a Helsingfors: "Exijo que se ponga fin inmediatamente a esos repugnantes actos de violencia." Si se busca la responsabilidad política por los casos aislados en que las masas se tomaron la justicia por su mano -sin olvidar que, en general, la revolución no es otra cosa que eso mismo-, la responsabilidad buscada recae enteramente sobre el gobierno y los conciliadores, que en los momentos de peligro recurrían a las masas revolucionarias para volver a entregarlas luego a la oficialidad contrarrevolucionaria.

Lo mismo que durante la Conferencia nacional en Moscú, cuando se esperaba el golpe de Estado de un momento a otro, ahora, tras la ruptura con el Cuartel general, Kerenski se dirigía a los bolcheviques pidiéndoles que hicieran uso de su influencia sobre los soldados, para que éstos "defendieran la revolución". Kerenski, si bien reclamó la ayuda de los marinos bolcheviques para la defensa del palacio de Invierno, no puso en libertad a sus prisioneros de julio. Sujánov dice, a ese propósito: "Aquella situación, caracterizada por el hecho de que, mientras Trotsky estaba en la cárcel, Alexéiev cuchicheaba con Kerenski, era absolutamente intolerable." No es difícil imaginarse la excitación que reinaba en las cárceles, atiborradas de presos. "Ardíamos de indignación -cuenta Raskolnikov- contra el gobierno provisional, que en unos días de peligro..., seguía mandando a la cárcel a revolucionarios tales como Trotsky..." "¡Qué cobardes ué cobardes! -decía este último, paseando con nosotros por el patio-; es preciso que coloquen inmediatamente a Korníloy fuera de la ley, para que cualquier soldado fiel a la revolución se considere con derecho a matarlo."

La entrada de las tropas de Kornílov en Petrogrado hubiera significado, ante todo, el exterminio de los bolcheviques detenidos. En la orden dada al general Bagration, que debía entrar en la capital con la vanguardia, Krimov no se olvidó de indicar de un modo especial: "Establecer un servicio de vigilancia en las cárceles, pero en ningún caso dejar salir a los que se hallan detenidos actualmente en las mismas." Era todo un programa, el mismo que había inspirado Miliukov desde los días de abril: "No ponerles en libertad en ningún caso." No había en aquellos días en Petrogrado ni un solo mitin en que no se exigiera la liberación de los detenidos de julio. Comisión tras comisión, se presentaban en el Comité ejecutivo, el cual mandaba, a su vez, a sus líderes a entablar negociaciones con el palacio de Invierno. ¡Todo resultaba inútil! La obstinación de Kerenski en este punto es tanto más digna de notar, cuanto que en el transcurso de los dos primeros días consideraba como desesperada la situación del gobierno y se reservaba, por tanto, el papel de carcelero mayor, encargado de guardar a los bolcheviques para cuando llegara la hora de ahorcarlos.

Nada tiene de sorprendente que las masas dirigidas por los bolcheviques, al mismo tiempo que luchaban contra Kornílov, no tuvieran ni un ápice de confianza en Kerenski. Para ellas se trataba no de defender al gobierno, sino a la revolución. De aquí la abnegación y la decisión con que luchaban. La resistencia contra la sublevación surgía de los raíles, de las piedras, del aire. Los ferroviarios de la estación de Luga, a la que llegó Krimov, se negaron tenazmente a poner en marcha los trenes militares, con el pretexto de que no disponían de locomotoras. Las tropas cosacas se vieron inmediatamente rodeadas por soldados armados de la guarnición de Luga, compuesta de 20.000 hombres. No hubo combate, pero sí algo más peligroso: contacto, interpenetración. El Soviet de Luga había impreso la declaración del gobierno destituyendo a Kornílov, y este documento fue profusamente difundido entre las tropas expedicionarias. Los oficiales trataban de persuadir a los cosacos de que no dieran crédito a los agitadores. Pero el hecho mismo de que se vieran obligados a persuadirles era ya un mal presagio.

Al recibirse la orden de Kornílov de avanzar, Krimov exigió, con la amenaza de las bayonetas, que las locomotoras estuvieran preparadas para media hora después. La amenaza parecía haber surtido efecto: aunque con nuevos retrasos, se suministraron las locomotoras; pero, a pesar de todo, no pudieron ser puestas en marcha, ya que la vía había sido levantada e interceptada por algunos días. Huyendo de la propaganda que desmoralizaba sus tropas, Krimov las trasladó, el 28 por la tarde, a pocas verstas de Luga. Pero los agitadores entraron asimismo en el pueblo: eran soldados, obreros, ferroviarios, lo que no había manera de evitar, pues se metían por todas partes. Los cosacos empezaron incluso a asistir a los mítines. Acorralado por la propaganda y maldiciendo de su impotencia, Krimov esperaba inútilmente a Bagration; los ferroviarios habían detenido a la división "salvaje", que había de ser sometida también, pocas horas más tarde, a un peligrosísimo ataque moral.

Por abúlica y aun cobarde que en sí misma fuera la democracia conciliadora, las masas en que se apoyaba, a medias, nuevamente en la lucha contra Kornílov, abría ante ella inagotables manantiales de acción. Los socialrevolucionarios y los mencheviques consideraban que su misión consistía no en vencer a las tropas de Kornílov en combate abierto, sino en ganarlas a su causa. Era justo que así fuera. Los mismos bolcheviques no tenían nada que objetar, naturalmente, en este sentido, a los conciliadores; por el contrario, ése era precisamente su método fundamental; lo único que los bolcheviques exigían era que detrás de los agitadores y parlamentarios estuvieran los obreros y soldados con el arma al brazo. Para influenciar moralmente a las tropas de Kornílov, apareció inmediatamente una variedad ilimitada de procedimientos. Así, por ejemplo, se mandó al encuentro de la división "salvaje" a una comisión musulmana, de la que formaban parte prestigiosos indígenas, tales como el nieto del famoso Chamil, que había defendido heroicamente al Cáucaso contra el zarismo. Los montañeses no permitieron a sus oficiales que detuvieran a los delegados, pues esto se hallaba en contradicción con sus seculares tradiciones de hospitalidad. Se iniciaron las negociaciones, que fueron el principio del fin. Los oficiales de las tropas de Kornílov justificaban la marcha sobre Petrogrado alegando los motines iniciados en la capital por los agentes alemanes. Los delegados, que acababan de llegar de la capital, no sólo negaron el hecho del motín, sino que con documentos en la mano demostraron que Kornílov era un rebelde y mandaba sus tropas contra el gobierno. ¿Qué podían objetar a esto los oficiales de Kornílov?

Los soldados enarbolaron en el vagón del Estado Mayor de la división "salvaje" una bandera roja, con la inscripción: "Tierra y Libertad." El comandante del Estado Mayor dio la orden de retirar la bandera: "únicamente para evitar que se confunda con una señal ferroviaria", según explicó el buen señor. Los soldados no se dieron por satisfechos con la cobarde explicación y detuvieron al comandante. ¿No andarían equivocados en el Cuartel general cuando decían que a los montañeses caucasianos lo mismo les daba a quién degollar?

Al día siguiente, por la mañana, se presentó a Krimov un coronel mandado por Kornílov, con la orden siguiente: "Concentrar el cuerpo de ejército, avanzar rápidamente hacia Petrogrado y ocuparlo "por sorpresa"." En el Cuartel general intentaban aún cerrar los ojos ante la realidad. Krimov contestó que las fuerzas del cuerpo estaban diseminadas por distintas líneas férreas; que, por el momento, no tenía a su disposición más que ocho centenares de cosacos; que las líneas férreas estaban deterioradas, llenas de obstáculos, fortificadas, y que sólo se podía avanzar a pie; finalmente, que ni siquiera cabía pensar en la ocupación de Petrogrado por sorpresa, en unos momentos en que los obreros y soldados estaban bajo las armas en la capital y sus alrededores.

Las cosas acababan de complicarse, merced a la circunstancia de haberse perdido definitivamente la posibilidad de llevar a cabo la operación de un modo inesperado para las tropas del propio Krimov: éstas, recelando que se tramaba algo turbio, exigieron explicaciones. No hubo más remedio que ponerlas al corriente del conflicto entre Kornílov y Kerenski; es decir, poner oficialmente a la orden del día la organización de mítines.

La orden publicada por Krimov en aquellos momentos decía: "Esta noche he recibido del generalísimo en jefe y de Petrogrado la noticia de que se han iniciado motines en la capital..." Pretendíase con este engaño justificar la campaña contra el gobierno. La orden del propio Kornílov, dictada el 29 de agosto, decía: "El contraespionaje de Holanda comunica:

a) Se está preparando para uno de estos días un golpe simultáneo en todo el frente, con objeto de poner en fuga a nuestro ejército en descomposición.

b) Se está fraguando una insurrección en Finlandia.

c) Se proyecta hacer hundir los puentes del Nieper y del Volga.

d) Se organiza un levantamiento de los bolcheviques en Petrogrado."

En la misma "denuncia", a que ya aludía Savinkov el día 23, si se hablaba de Holanda, era para despistar; el documento, según todos los informes, había sido amañado en la misión militar francesa o, al menos, con intervención suya.

Ese mismo día telegrafiaba Kerenski a Krimov: "Reina en Petrogrado completa tranquilidad. No se espera disturbio alguno. No hay, en absoluto, necesidad de su cuerpo de ejército." Los disturbios debían de ser provocados por los decretos del propio Kerenski. Como la provocación gubernamental se había aplazado, Kerenski consideraba fundadamente que "no se esperaban disturbios".

Krimov, ante la situación sin salida en que se hallaba, hizo una absurda intentona de avance sobre Petrogrado, con sus ocho centenares de cosacos. Era, más que nada, un gesto para tranquilizar su propia conciencia; gesto que, naturalmente, no dio el menor resultado. Al tropezar, a pocas verstas de Luga, con las fuerzas que guardaban la línea, Krimov se volvió atrás sin intentar siquiera entablar combate. Krasnov, jefe del tercer cuerpo de caballería, escribió más tarde, hablando de esta "operación" ficticia, la única que hubo: "Hubiera sido preciso asestar el golpe a Petrogrado con ochenta y seis escuadrones y se limitó a amagar el ataque con una brigada de ocho centenas débiles, la mitad de las cuales no tenía jefes. En vez de dar el golpe con el puño, se asestó con el dedo; consecuencia de ello fue que se lastimó el dedo y el agredido no sintió nada." En el fondo, ni siquiera se golpeó con el dedo. No se hizo daño a nadie.

Entre tanto, los ferroviarios iban haciendo su labor. De un modo misterioso, las tropas mandadas por ferrocarril avanzaban, pero no por las líneas que se les había señalado. Los regimientos no iban a parar a sus divisiones. Los trenes con artillería se hallaban de repente, como por encanto, en un apartadero; los Estados Mayores perdían el contacto con sus tropas. En todas las estaciones importantes había soviets ferroviarios y militares. Los telegrafistas les tenían al corriente de todos los acontecimientos, de todos los movimientos de tropas. Esos mismos telegrafistas interceptaban las órdenes de Kornílov. Las informaciones desfavorables a los kornilovianos se hacían circular inmediatamente, con gran profusión, se pegaban en carteles en las paredes, pasaban de boca en boca. El maquinista, el guardagujas, el engrasador, se convertían en agitadores. En esta atmósfera avanzaban, o, lo que aún era peor, permanecían en el sitio, los trenes militares de Kornílov. El mando, que pronto se dio cuenta de la desesperada situación en que se hallaba, era evidente que no tenía ninguna prisa por avanzar, y con su pasividad facilitaba el trabajo de los contraconspiradores del ramo de transportes. Las fuerzas del ejército de Krimov se vieron diseminadas en esta forma por las estaciones, enlaces y apartaderos de ocho líneas férreas. Si se siguen en un mapa los movimientos de las tropas de Kornílov, se saca la impresión de que los conspiradores jugaban al escondite en las líneas férreas.

"Casi por todas partes veíamos el mismo espectáculo -dice el general Krasnov, relatando sus observaciones en la noche del 30 de agosto-. En las vías, en los vagones, podían encontrar de continuo grupos de dragones, en pie al lado de sus caballos o sentados en las monturas de los mismos y entre los cuales había siempre un entrometido con capote de soldado." Esos entrometidos se convirtieron bien pronto en legión. Seguían llegando de Petrogrado numerosas comisiones de los regimientos enviados al encuentro de las tropas de Kornílov; antes de hacer uso de las armas, querían explicarse. Las tropas revolucionarias tenían la firme esperanza de que no se llegaría a la lucha. Esta esperanza se vio confirmada: los cosacos les recibieron de buen grado. Un grupo de soldados del cuerpo de comunicaciones se apoderó de unas cuantas locomotoras y envió delegados por toda la línea. A cada tren militar se le explicaba la situación creada. Celebrábanse incesantes mítines, en los que se alzaba un solo clamor: "¡Nos han engañado!"

"No ya los jefes de división -dice el mismo Krasnov-, sino que ni aun los mismos comandantes de los regimientos sabían exactamente dónde se hallaban sus escuadrones y centenas... La falta de víveres y de forraje irritaba aún más, como es natural, a la gente. Los soldados, viendo la desorganización y el desconcierto que reinaba a su alrededor, empezaron a detener a jefes y oficiales." La delegación del Soviet, que había organizado su Estado Mayor, comunicaba: "La fraternización es un hecho general... Estamos plenamente persuadidos de que el conflicto puede darse por liquidado. Están llegando delegaciones de todas partes." Los jefes eran sustituidos por los comités. Se creó rápidamente un Soviet de delegados del Ejército, que designó una comisión compuesta de cuarenta miembros para enviarla al gobierno provisional. Los cosacos empezaron a decir en voz alta que no esperaban más que la orden de Petrogrado para detener a Krimov y a los demás oficiales.

Stankievich describe el espectáculo que observó el 30, al dirigirse a Pskov en unión de Voitinski. En Petrogrado creían que Trarskoie había sido ocupado por las fuerzas de Kornílov; pero resultó que allí no había nadie. "En Gachina, ni un alma... En el camino de Luga, nadie. En Luga, calma y tranquilidad... Llegamos a la aldea en que debía hallarse el Estado Mayor del cuerpo. No había nadie... A primera hora de la mañana, los cosacos se habían marchado en dirección opuesta a la de Petrogrado." La sublevación retrocedía, se diseminaba, se la tragaba la tierra.

Pero en el palacio de Invierno seguían temiendo al enemigo, Kerenski hizo una tentativa para entablar negociaciones con el mando de los sublevados: le parecía mejor este procedimiento que la iniciativa "anárquica" de las masas. Envió delegados a Krimov, y "en aras de la salvación de Rusia" le pidió que fuera a Petrogrado, garantizándole su seguridad personal si, por su parte, empeñaba su palabra de honor. El general, que había perdido por completo la cabeza, apresuróse, naturalmente, a aceptar la invitación. Detrás de Krimov salió para Petrogrado una comisión de cosacos.

Los frentes no apoyaron al Cuartel general. Sólo el del suroeste hizo una tentativa relativamente seria. El Estado Mayor de Denikin tornó oportunamente medidas preventivas. Los centinelas del Estado Mayor que no merecían suficiente confianza fueron sustituidos con cosacos. En la noche del 27 se tomó posesión de la imprenta. El Estado Mayor intentó aparecer dueño de la situación, seguro de sí mismo, e incluso prohibió al Comité del frente que se sirviera del telégrafo. Pero las ilusiones no duraron arriba de breves horas. Empezaron a presentarse al Comité delegados de los distintos regimientos, pidiendo apoyo. Aparecieron automóviles blindados, ametralladoras, cañones. El Comité sometió inmediatamente a su fiscalización la actividad del Cuartel general, que se reservó la iniciativa puramente en el terreno de las operaciones. A las tres del día 28, en el frente suroccidental, el poder estaba enteramente concentrado en manos del Comité. "Nunca -gemía Denikin- había aparecido tan sombrío el futuro del país, ni tan lamentable y abrumadora nuestra impotencia."

En los demás frentes, los acontecimientos se desarrollaron de un modo menos dramático todavía. Bastaba que los generalísimos volviesen los ojos en torno suyo, para que sintieran afluir a sus pechos los sentimientos más afectuosos hacia los comisarios del gobierno provisional. En la mañana del 29 se habían recibido ya en el palacio de Invierno telegramas de adhesión del general Cherbachov, del frente rumano, del de Valuyev, del occidental, del de Prjevalski y del Cáucaso. En el frente norte, cuyo generalísimo Klembovski era un korniloviano declarado, Stankievich designó como sustituto del mismo a un tal Savitski. "Savitski, muy poco conocido hasta entonces, designado por telégrafo en el momento del conflicto -dice el mismo Stankievich-, podía dirigirse con toda seguridad a cualquier grupo de soldados, infantería, cosacos e incluso "junkers", con cualquier orden, aunque se tratara de la detención del generalísimo, y la orden hubiera sido cumplida sin vacilar..." Klembooski fue relevado sin la menor complicación por el general Bonch-Bruevich, el cual, por mediación de su hermano, bolchevique notorio fue uno de los primeros que más tarde se puso al servicio del gobierno bolchevista.

No le fue mucho mejor al sostén que el partido militar tenía en el sur: el atamán de los cosacos del Don, Kaledin. En Petrogrado se decía que Kaledin había movilizado las tropas cosacas y que habían salido tropas del frente en dirección al Don. Ahora bien, "el atamán -según cuenta uno de sus biógrafos- recorría los pueblos situados lejos de la línea férrea.... y conversaba tranquilamente con la gente". Kaledin obraba, en efecto, con mucha mayor prudencia de lo que se suponía en los círculos revolucionarios. Había elegido el momento de la sublevación, cuya fecha conocía de antemano, para recorrer "pacíficamente" las aldeas cosacas a fin de hallarse, en los días críticos, fuera del control telegráfico y de toda fiscalización en general y, al propio tiempo, pulsar el estado de ánimo de los cosacos. El 27 telegrafió a su sustituto, Bogayevski: "Hay cine apoyar a Kornílov por todos los medios." Sin embargo, el contacto con los cosacos le había demostrado que no había ningún medio: los cosacos no tenían la menor intención de defender a Kornílov. Cuando se vio claramente que el golpe fracasaba, el llamado "gobierno militar" del Don tomó el acuerdo de abstenerse de expresar su opinión "hasta que se aclare cuál es la situación real". Gracias a esta maniobra, los elementos cosacos dirigentes consiguieron ponerse oportunamente al margen de los acontecimientos.

En Petrogrado, en Moscú, en el Don, en el frente, en el trayecto seguido por los trenes militares, tenía por todas partes Kornílov partidarios y amigos. A juzgar por los telegramas, los mensajes de salutación y los artículos de los periódicos, el número de esos amigos y partidarios había de ser inmenso. Pero, ¡cosa extraña!: al llegar el momento de dar la cara, todos ellos habían desaparecido. En muchos casos, la causa de semejante eclipse no era, ni muchos menos, la cobardía personal. Entre los oficiales partidarios de Kornílov había no pocos hombres valerosos. Pero estos hombres no sabían qué empleo dar a ese valor. A partir del momento en que se pusieron en movimiento las masas, los elementos aislados no tuvieron posibilidad de intervenir, sino los mismos estudiantes e incluso los oficiales en activo, se vieron lanzados al margen y obligados a observar, como desde un balcón, los acontecimientos que ante ellos se desarrollaban. No les quedaba otro recurso, como al general Denikin, que maldecir su lamentable y aplastante impotencia.

El 30 de agosto, el Comité ejecutivo envió a todos los soviets la gozosa noticia de que las tropas de Kornílov se hallaban "en pleno estado de descomposición". Se olvidó por un momento que Kornílov había elegido para su empresa las tropas más patrióticas, más combativas, más libres de la influencia de los bolcheviques. El proceso de descomposición, consistía en que los soldados habían dejado definitivamente de tener confianza en los oficiales, a los que ya no consideraban más que como a enemigos. La lucha por la revolución y contra Kornílov significaba que la descomposición del ejército -es decir, aquello de que se acusaba a los bolcheviques- había dado un paso más.

Los señores generales tuvieron por fin la coyuntura de comprobar la fuerza de resistencia de la revolución, de esa revolución que les parecía tan impotente, tan endeble y que, según ellos, había obtenido la victoria sobre el antiguo régimen de un modo completamente casual. A partir de los días de febrero se repetía a cada paso la jactancioso fórmula: "Dadme un regimiento sólido y ya les haré entrar en razón." La experiencia de los generales Jabalov e Ivanov, a finales de febrero, no había enseñado nada a estos guerreros que pertenecían a la categoría de los que esgrimen los puños después de la pelea. A menudo, los estrategas civiles usaban también el mismo tono. El octubrista Chidlovski afirmaba que si en febrero hubiesen aparecido en la capital "regimientos cimentados por una sólida disciplina y un fuerte espíritu combativo, la revolución de Febrero habría sido sofocada en pocos días." El famoso magnate ferroviario Bublikov escribía: "Hubiera bastado una división disciplinada del frente para aplastar por completo la insurrección." Algunos oficiales que habían participado en los acontecimientos aseguraban a Denikin que "un batallón firme, mandado por un jefe que supiera lo que quería, podía cambiar completamente la situación". Cuando Guchkov era ministro de la Guerra fue a verle el general Krimov, que acababa de llegar del frente, y le propuso "limpiar Petrogrado con una división; claro está, que no sin derramamiento de sangre". Si no llegó a realizarse esto fue únicamente porque "Guchkov no aceptó la proposición". Finalmente, Savinkov, que preparaba para el futuro Directorio su "27 de agosto" propio, aseguraba que con dos regimientos había más que suficiente para pulverizar a los bolcheviques. Ahora, el destino daba a todos esos señores, en la persona de su general "alegre y optimista", ocasión de comprobar si sus heroicos cálculos eran fundados. Sin asestar un solo golpe, con la cabeza gacha, humillado y cubierto de oprobio, llegó Krimov al palacio de Invierno. Kerenski no perdió la ocasión que Krimov le ofrecía para representar una escena patética, en la que los efectismos vulgares estaban garantizados de antemano.

Krimov, al regresar al ministerio de la Guerra, después de haberse entrevistado con Kerenski, se suicidó pegándose un tiro. Así terminó la tentativa de sofocar la revolución, "no sin derramamiento de sangre".

En el palacio de Invierno se respiró con más desahogo al ver que un asunto que amenazaba con tantas complicaciones acababa felizmente, y se procuró pasar lo más pronto posible a la orden del día; es decir, continuar lo que se había interrumpido. Kerenski se designó a sí mismo generalísimo en jefe: era difícil para él, en efecto, encontrar una figura que viniese mejor al caso para conservar la alianza política con los viejos generales. Para el cargo de jefe del Estado Mayor del Cuartel general eligió a Alexéiev, el mismo que dos días antes había estado a punto de ser nombrado jefe del gobierno. Tras no pocas vacilaciones y de celebrar varias entrevistas, el general aceptó, no sin hacer una mueca de desprecio, la designación, con el objeto, según explicó a los suyos, de liquidar pacíficamente el conflicto. El ex jefe del Estado Mayor del generalísimo en jefe Nicolás Romanov vino a ocupar el mismo cargo cerca de Kerenski. ¡La cosa era como para asombrarse! "Sólo Alexéiev, gracias a su proximidad al Cuartel general y a la enorme influencia de que gozaba en los círculos militares superiores -así intentó explicar posteriormente Kerenski la asombrosa designación que había hecho-, podía tomar sobre sí la misión de traspasar el mando insensiblemente de manos de Kornílov a otras." "Lo cierto era, precisamente, lo contrario. La designación de Alexéiev -es decir, de uno de los suyos- lo único que podía hacer era estimular a los conjurados a continuar su resistencia, si es que les quedaba la menor posibilidad de ello. En realidad, Alexéiev había sido nombrado por Kerenski, después de liquidada la sublevación, por el mismo motivo por que había sido llamado Savinkov al iniciarse la misma: había que conservar a todo trance los puentes que conducían a la derecha. El nuevo generalísimo consideraba, ahora particularmente, necesario restablecer la amistad con los generales: después de la reciente sacudida, era necesario un orden firme y, por lo tanto, imponíase más que nunca un poder fuerte.

En el Cuartel general no quedaba ya nada del optimismo reinante dos días antes. Los conspiradores buscaban la retirada. Un telegrama remitido a Kerenski decía que Kornílov, "teniendo en cuenta las circunstancias estratégicas", se inclinaba a ceder pacíficamente el mando si se declara que "se crea un gobierno fuerte". A ese magno ultimátum del general que capitula sucede otro pequeño: Kornílov "considera inadmisible, en general, la detención de los generales y otras personas necesarias, ante todo, para el ejército". Kerenski, regocijado, da inmediatamente un paso hacia el enemigo, declarando por radio que las órdenes del general Kornílov, en lo que a las operaciones se refiere, son obligatorias para todos. El propio Kornílov escribía a cuenta de esto, a Krimov, el mismo día: "Se ha producido un episodio único en la historia mundial: un generalísimo acusado de traición a la patria, y entregado por este motivo a los tribunales, recibe la orden de seguir mandando el Ejército ... " Esta nueva manifestación de la blandura de Kerenski dio inmediatamente nuevos ánimos a los conjurados. A pesar del telegrama, expedido horas antes, sobre la inadmisibilidad de la lucha interna "en este terrible momento", Kornílov, repuesto a medias en sus derechos, mandó dos hombres a Kaledin, pidiéndole "que hiciera presión" y, al mismo tiempo, propuso a Krimov: "Si las circunstancias lo permiten, obre usted de un modo independiente, de acuerdo con las instrucciones que le he dado." Las instrucciones significaban: derrocar al gobierno y ahorcar a los miembros del Soviet.

El general Alexéiev, nuevo jefe del Estado Mayor, se dirigió al Cuartel general, con el fin de ocuparlo. En el palacio de Invierno seguían tomando en serio esta operación. En realidad Kornílov disponía directamente del batallón de Caballeros de San Jorge, del regimiento de Infantería "de Kornílov" y del regimiento de Caballería de los tekintsi. El batallón de Caballeros de San Jorge se puso desde un principio al lado del gobierno. Teníase por seguros a los otros dos regimientos; pero parte de ellos se separó también. El Cuartel general no disponías en absoluto, de artillería. En esas condiciones, ni siquiera podía pensarse en una posibilidad de resistencia. Alexéiev comenzó su misión haciendo ceremoniosas visitas a Kornílov y Lukomski, durante las cuales es de suponer que ambas partes emplearon unánimemente su vocabulario soldadesca respecto de Kerenski. Tanto para Kornílov como para Alexéiev, estaba claro que se imponía aplazar por algún tiempo la salvación del país.

Pero al mismo tiempo que en el Cuartel general se arreglaba tan felizmente la paz sin vencedores ni vencidos, la atmósfera en Petrogrado estaba al rojo y en el palacio de Invierno se esperaban con impaciencia noticias tranquilizadoras de Mohilev, para comunicarlas al pueblo. A Alexéiev le importunaban constantemente con preguntas. El coronel Baranovski, hombre de confianza de Kerenski, se lamentaba en los siguientes términos, por hilo directo: "Reina gran agitación en los soviets; la atmósfera puede despejarse únicamente aduciendo pruebas de que se tiene el poder en las manos y deteniendo a Kornílov y a los demás..." Esto no respondía, ni remotamente, a los propósitos de Alexéiev. "Veo con profundo pesar -objeta el general- que mis temores de que cayéramos definitivamente en las garras de los soviets son un hecho indiscutible." Al hablar familiarmente, en primera persona del plural, se sobreentiende que alude al grupo de Kerenski, en el que Alexéiev se incluye convencionalmente a sí mismo para atenuar la punzada. El coronel Baranovski le contesta en el mismo tono: "Dios permitirá que escapemos de las garras del Soviet en que hemos caído." Apenas las masas han sacado a Kerenski de las garras de Kornílov, el jefe de la democracia se apresura a ponerse de acuerdo con Alexéiev contra las masas: "Nos escaparemos de las garras del Soviet." Sin embargo, Alexéiev tuvo que rendirse ante la necesidad y cumplir el ritual de la detención de los principales conjurados. Kornílov se sometió sin resistencia al arresto domiciliario, ocho horas después de haber declarado al pueblo: "Prefiero la muerte a mi separación del cargo de generalísimo. " La comisión extraordinaria de responsabilidades, que llegó a Mohilev, detuvo, por su parte, al subsecretario de Comunicaciones, a algunos oficiales del Estado Mayor, al diplomático frustrado Aladin y a todos los miembros presentes del Comité de la Asociación de oficiales.

En las primeras horas que siguieron a la victoria, los conciliadores gesticularon abundantemente. Hasta Avkséntiev lanzaba truenos y relámpagos. ¡Los sublevados habían dejado el frente abandonado durante tres días! "¡Mueran los traidores!", gritaban los miembros del Comité ejecutivo. Avkséntiev se aprovechó de esos gritos, para decir: Si la pena de muerte había sido implantada a instancias de Kornílov y de sus acólitos, "con tanta mayor decisión les será aplicada ahora a ellos mismos". (Grandes y prolongados aplausos.)

El Concilio eclesiástico de Moscú, que dos semanas antes se inclinaba ante Kornílov como restaurador de la pena de muerte, imploraba ahora telegráficamente al gobierno, "por el amor de Dios y de Jesucristo al prójimo", que se conservara la vida del general, cuyos cálculos habían fallado. Pusiéronse asimismo en juego otros resortes. Pero el gobierno no pensaba, ni por asomo, en adoptar represalias sangrientas. Cuando los delegados de la división "salvaje" se presentaron a Kerenski en el palacio de Invierno y uno de los soldados, contestando a los lugares comunes del nuevo generalísimo, dijo que "los jefes traidores habían de ser implacablemente castigados", Kerenski le interrumpió con estas palabras: "Vuestra misión consiste ahora en sometemos a vuestros superiores, y todo lo que sea necesario hacer lo haremos nosotros." ¡Verdaderamente, ese hombre consideraba que las masas debían entrar en escena cuando él golpeara el suelo con el pie izquierdo y desaparecer al golpearlo con el derecho!

"Todo lo que sea necesario hacer, lo haremos nosotros mismos." Pero todo lo que hacían parecía inútil, por no decir sospechoso y funesto, a las masas. Estas no se equivocaban: de lo que más se ocupaban en las alturas era de restablecer el estado de cosas que había dado origen a la aventura de Kornílov. "Después de los primeros interrogatorios efectuados por los miembros de la comisión investigadora -cuenta Lukomski-, se vio que todos nos trataban con la mayor buena voluntad." En realidad, eran unos encubridores y cómplices. El fiscal militar, Chablovski, dio toda clase de indicaciones a los acusados sobre la manera de engañar a la Justicia. Las organizaciones del frente protestaron: "Los generales y sus cómplices no son tratados como criminales ante el Estado y el pueblo... Los sublevados gozan de completa libertad para relacionarse con el mundo exterior." Lukomski lo confirma: "El Estado Mayor del generalísimo en jefe nos informaba de todas las cuestiones que nos interesaban." Los soldados, indignados, se dispusieron más de una vez a juzgar por sí mismos a los generales, y lo único que salvó a los detenidos de la venganza popular fue la división contrarrevolucionaria polaca que se hallaba en Bijov, punto en que aquéllos estaban recluidos.

El 12 de septiembre, el general Alexéiev escribió a Miliukov desde el Cuartel general una carta que reflejaba la justa indignación de los conjurados por la conducta de la gran burguesía, la cual les había empujado en un principio, para abandonarlos luego a su suerte después de la derrota. "Usted sabe, hasta cierto punto -escribía, no sin malicia, el general-, que algunos círculos de nuestra sociedad no sólo estaban enterados de todo, no sólo simpatizaban ideológicamente con Kornílov, sino que le ayudaban como podían..." En nombre de la Asociación de oficiales, Alexéiev exigía de Vichnegradski, Putilov y otros grandes capitalistas que se habían vuelto de espaldas a los vencidos, que recolectaran inmediatamente 300.000 rublos para las "familias hambrientas de los que estaban unidos con ellos por la comunidad de ideas y de la acción que se preparaba"... La carta terminaba con una amenaza directa: "Si la prensa honrada no empieza en seguida a explicar las cosas enérgicamente... el general Kornílov se verá obligado a exponer ante el tribunal, con el mayor detalle, todos los preparativos, las negociaciones con determinados círculos y personas, su participación, etc." Denikin dice, a propósito de los resultados prácticos de este lamentable ultimátum: "Hasta finales de octubre, que le trajeron de Moscú cerca de 40.000 rubios, Kornílov no recibió nada." Miliukov, en aquel entonces, se hallaba completamente ausente de la palestra política: según la versión oficial de los círculos liberales, se había ido "a descansar a Crimea". Después de tantas emociones, el líder liberal tenía, efectivamente, necesidad de descanso.

La comedia de la investigación se prolongó hasta el golpe de Estado bolchevista. Después de la farsa, Kornílov y sus cómplices no sólo fueron puestos en libertad, sino que el Cuartel general de Kerenski les facilitó todos los documentos necesarios. Fueron esos generales los que iniciaron la guerra civil. En aras de los fines sacrosantos que ligaban a Kornílov con el liberal Miliukov y el oscurantista Rimski-Korsakov, perecieron centenares de miles de personas, fueron saqueados y devastados el sur y el este de Rusia, fue herida de muerte la economía del país e impuesto el terror rojo a la revolución. Kornílov, que había escapado sin novedad a la justicia de Kerenski, no tardó en caer en el frente de la guerra civil muerto por un obús bolchevista. La suerte de Kaledin no fue muy diferente de la de Kornílov. El "gobierno militar" del Don exigió no sólo que fuera anulada la orden de detención contra Kaledin, sino que se repusiera a éste en el cargo de atamán. Tampoco en este caso dejó escapar Kerenski la ocasión de hacer concesiones. Skobelev fue a Novocherkask para excusarse ante los jefes cosacos. El ministro democrático fue objeto de chanzas refinadas, dirigidas por el propio Kaledin. Sin embargo, la victoria del general cosaco fue de breve duración. Acosado por todas partes por la revolución bolchevista en su propia región del Don, Kaledin, al cabo de unos meses, se pegó un tiro. La bandera de Kornílov pasó luego a las manos del general Denikin y del almirante Kolchak, a cuyos nombres va unido el período principal de la guerra civil. Pero todo esto se refiere ya a 1918 y a los años subsiguientes.

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[1] Así se llamaba la organización de los "cien-negros". [NDT.]

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