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Escrito: El 15 de diciembre de 1939.
Primera Edición: 1942 por el Socialist Workers Party de los EEUU, en el libro In Defense of Marxism.
Edición Digital: Izquierda Revolucionaria, España.
Fuente: Izquierda Revolucionaria, España.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2001.
Hay que llamar a las cosas por su nombre, Ahora que las posiciones de las dos facciones en lucha se han decantado con toda claridad, debemos decir que la tendencia minoritaria del Comité Nacional está realizando una política típicamente pequeño-burguesa. Como todos los grupos pequeño-burgueses dentro de los movimientos socialistas, esta oposición actual se caracteriza por: una actitud desdeñosa hacia la teoría y una tendencia al eclecticismo: falta de respeto por la tradición de su propia organización; inquietud por la "independencia" personal a costa de la verdad objetiva; nerviosismo en lugar de coherencia; presteza a saltar de una posición a otra; falta de comprensión del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él, y, por último, inclinación a sustituir la disciplina del partido por relaciones personales y de pandilla. Naturalmente, no todos los miembros de la oposición presentan todas estas características con igual intensidad. Pero, como ocurre siempre en un bloque abigarrado, el matiz lo imponen quienes están más lejos del marxismo y de la política proletaria. Nos encontramos ante un debate serio y prolongado. No intento agotar el tema en este artículo, pero quiero subrayar las características generales del problema.
Escepticismo teórico y eclecticismo
Los camaradas Burnham y Schatman
publicaron, en el número de enero de 1939 de New International
un largo artículo titulado "Intelectuales en retirada". El artículo,
aun conteniendo muchas ideas correctas y observaciones políticas
adecuadas, padecía un defecto fundamental. Como se trataba de polemizar
con oponentes que se consideran a sí mismos -sin razones suficientes-
como "teóricos", los autores no creyeron necesario tratar el problema
en términos teóricos. Era absolutamente necesario explicar
por qué los intelectuales "radicales" americanos aceptan el marxismo
sin la dialéctica (un reloj al que le falta un muelle). La razón
es sencilla. En ningún otro país se ha rechazado tanto la
lucha de clases como en la tierra de las "oportunidades ilimitadas". El
rechazo de las contradicciones sociales como fuerza motora del desarrollo
social lleva, en el campo del pensamiento teórico, al rechazo de
la dialéctica como lógica de las contradicciones. Igual que
se considera posible en el terreno político que todo el mundo se
convenza de que un programa "justo" es correcto a través del pensamiento
inteligente e igual que se cree posible la reconstrucción social
mediante medidas "racionales", en la esfera teórica se considera
que la lógica aristotélica, llevada al nivel del sentido
común, es suficiente para resolver todos los problemas.
El pragmatismo, mezcla de
empirismo y racionalismo, es la filosofía nacional de los EE.UU.
La metodología teórica de Max Eastman no es muy diferente
de la metodología de templan la sociedad desde el punto Henry Ford
-ambos contemplan la sociedad desde el punto de vista de un ingeniero (Eastman,
platónicamente)-. Históricamente, la actual actitud de desdén
hacia la dialéctica se explica simplemente porque los abuelos y
bisabuelas de Eastman y compañía no necesitaron aplicar la
dialéctica en la práctica para conquistar territorios y hacerse
ricos. Pero los tiempos han cambiado y la filosofía pragmática,
como el mismo sistema capitalista americano, ha entrado en crisis.
Los autores del artículo
no muestran, porque no serían capaces ni tienen interés en
ello, las conexiones internas entre la filosofía y el desarrollo
material de la sociedad y explican francamente por qué.
"Los autores de este artículo
-escriben sobre sí mismos- difieren profundamente en su apreciación
de la teoría general del materialismo dialéctico, pues mientras
uno la acepta, el otro la rechaza... No hay nada anómalo en esta
situación. El pensamiento teórico siempre está relacionado,
de una u otra forma, con la práctica, pero esta relación
no es directa ni inmediata; y, como hemos señalado antes, los seres
humanos son inconsecuentes con frecuencia. Desde el punto de vista de cada
uno de nosotros, el otro padece esta inconsecuencia entre su teoría
filosófica y su práctica política, lo que nos debe
llevar inevitablemente a desacuerdos políticos decisivos en ocasiones
concretas. Pero esto no ha sucedido hasta el presente, ni ninguno de los
dos ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en el nivel más
abstracto de las doctrinas del materialismo dialéctico afecte necesariamente
a los asuntos políticos de hoy o de mañana -y los partidos,
las luchas y los programas políticos se basan precisamente en estos
asuntos concretos-. Ambos esperamos que con el tiempo estaremos cada vez
más de acuerdo en las cuestiones más abstractas. De momento,
lo que nos preocupa es el fascismo, la guerra y el desempleo. "
¿Qué significa
este razonamiento tan asombroso? Cuando "ciertas personas" utilizan un
método malo "a veces" llegan a conclusiones correctas, mientras
que si otros utilizan un método adecuado "con cierta frecuencia"
llegan a conclusiones incorrectas... por lo tanto, el método no
tiene mayor importancia. Ya meditaremos sobre el método cuando tengamos
más tiempo libre, pero no ahora que tenemos otras cosas que hacer.
Imaginemos la reacción de un trabajador que se queja a su capataz
de que sus herramientas son malas y recibe la siguiente respuesta.- "Con
malas herramientas se puede hacer un buen trabajo, y hay mucha gente que
con herramientas buenas sólo es capaz de estropear el material".
Mucho me temo que este trabajador contestaría a su capataz con una
frase poco académica. Un trabajador tiene que enfrentarse con materiales
duros, que le ofrecen resistencia, y por eso aprecia las buenas herramientas,
mientras que un intelectual pequeño-burgués -¡qué
rico!- se conforma con utilizar como "herramientas" observaciones vagas
y generalizaciones superficiales, porque tiene asuntos más importantes
en la cabeza.
Pretender que cada miembro
del partido se ocupe personalmente de la filosofía de la dialéctica
es una pedantería sin sentido. Pero un trabajador que se ha hecho
en la escuela de la lucha de clases tiene, gracias a su propia experiencia,
una predisposición al pensamiento dialéctico. Incluso desconociendo
el término, acepta rápidamente lo esencial del método
y sus conclusiones. Con un pequeño-burgués pasa lo contrario.
Naturalmente, hay pequeño-burgueses alineados orgánicamente
con los trabajadores, que han llegado a una perspectiva proletaria gracias
a una revolución interior. Pero son una minoría insignificante.
El problema es diferente con la pequeña burguesía con preparación
académica. Sus prejuicios han adquirido forma definitiva en la escuela.
Cuanto más éxito han tenido en acumular conocimiento (útiles
o no), sin la ayuda de la dialéctica, más capaces se creen
de andar por la vida sin ella.
En realidad, utilizan la
dialéctica sólo para pulir, afilar o verificar sus instrumentos
de análisis, o para romper con el estrecho círculo de sus
relaciones personales. Pero cuando tienen que enfrentarse con hechos importantes,
se sienten perdidos y recaen rápidamente en sus formas de pensar
pequeño-burguesas.
Apela a la inconsecuencia
como justificación para un trabajo sin principios teóricos,
significa que uno es muy poco fiable como marxista. La inconsecuencia no
es accidental, y en política no se la debe considerar únicamente
como un síntoma individual. Generalmente, la inconsecuencia cumple
una función social. Hay agrupaciones sociales que no pueden ser
consecuentes. Los elementos pequeño-burgueses que no han podido
desembarazarse de sus viajes, tendencias pequeño-burgueses se encuentran,
en un partido de trabajadores, sistemáticamente impulsados a establecer
compromisos teóricos con su propia conciencia.
A la actitud del camarada
Schatman hacia el método dialéctico, tal como la ha manifestado
en el párrafo citado antes, no se la puede denominar más
que escepticismo ecléctico. Es evidente que Schatman ha contraído
esa actitud entre los intelectuales pequeño-burgueses que consideran
adecuadas todas las formas de escepticismo, y no en la escuela de Marx.
Advertencia y verificación
El artículo me asombró
tanto que escribí inmediatamente al camarada Schatman: "Acabo de
leer el artículo que escribe junto con Burnham sobre los intelectuales.
Tiene cosas excelentes. Sin embargo, la parte sobre dialéctica es
el peor golpe que usted personalmente, como editor de New International,
ha podido darle a la teoría marxista. El camarada Burnham dice:
"no reconozco la dialéctica". Es sincero y todos hemos de reconocerlo.
Pero usted dice: "yo reconozco la dialéctica, pero no importa: eso
no tiene la menor importancia". Relea lo que ha escrito. Esas frases producirán
muchísima confusión entre los lectores de New International
y son el mejor regalo que podíamos hacerles a los Eatsmans de todas
las especies. ¡Muy bien! Pienso hablar de ello públicamente".
Escribí esta carta
el 20 de enero, varios meses antes de esta discusión. Schatman no
me contestó hasta el 5 de marzo, diciendo que no entendía
por qué había armado tanto alboroto. El 9 de marzo, le respondí
en los siguientes términos: "No rechazo la posibilidad de colaborar
con los antidialécticos, pero sí creo que es peligroso escribir
juntos un artículo en el que la dialéctica juega, o debería
jugar, un papel muy importante. La polémica tiene lugar en dos planos:
político y teórico. Estoy de acuerdo con su postura política.
Pero su argumentación teórica es insuficiente: se detiene
justo en el momento en que debería empezar a ser agresiva. La tarea
consiste en demostrar que sus fallos (en tanto que fallos teóricos)
se derivan de su incapacidad y su falta de ganas de pensar las cosas a
través de la dialéctica. Podemos cumplir esta tarea con un
éxito pedagógico muy importante. Pero en vez de hacer eso,
usted afirma que la dialéctica es un asunto personal y que se puede
ser muy buena persona sin creer en ella". Aliándose en "este" tema
con el antidialéctico Burnham, Schatman se priva a sí mismo
de la posibilidad de demostrar por qué Eastman, Hook y tantos otros
empiezan por oponerse filosóficamente a la dialéctica y acaban
luchando políticamente contra la revolución socialista. Sin
embargo, este es el quid de la cuestión.
La discusión política
actual en el partido a confirmado mis temores en medida mucho mayor de
lo que esperaba, o más exactamente, temía. El escepticismo
metodológico de Schatman ha dado sus tristes frutos en la discusión
sobre la naturaleza del Estado soviético. Empezó Burnham,
hace algún tiempo, con la construcción, de forma puramente
empírica, basándose en sus impresiones inmediatas, de un
estado ni proletario ni burgués, liquidando toda la teoría
marxista del estado como órgano del dominio de clase. Schatman,
inesperadamente, adoptó una postura evasiva: "Debemos estudiar el
asunto más profundamente, ya veremos ... ": además, Schatman
está de acuerdo con Burnham en que la definición sociológica
de la URSS no tiene ninguna relevancia para nuestras "tareas políticas
inmediatas". Permítame el lector referirme de nuevo a lo que ambos
escriben sobre la dialéctica. Burnham no la acepta, Schatman dice
aceptarla.... pero el milagro de la inconsecuencia les permite llegar a
conclusiones políticas comunes. La actitud de ambos hacia la
naturaleza del Estado soviético reproduce punto por punto su actitud
hacia la dialéctica.
En ambos casos, Burnham lleva
la voz cantante. Esto no es sorprendente, porque él posee un método
-el pragmatismo-, mientras Schatman no tiene ninguno. Se limita a adaptarse
a Burnham. Aunque no quiere asumir la responsabilidad del anti-marxismo
de Burnham, no defiende sus concepciones de los ataques al marxismo de
Burnham en el terreno de la filosofía ni en el de la sociología.
En ambos casos, Burnham aparece como un pragmático y Schatman como
un ecléctico. Este paralelismo de las concepciones de Burnham y
Schatman en dos planos diferentes de pensamiento y sobre dos cuestiones
de importancia primordial, tiene la gran ventaja de que abrirá los
ojos incluso a los camaradas que no tienen ninguna experiencia en el discurso
puramente teórico. El método de pensamiento puede ser dialéctico
o vulgar, consciente o inconsciente, pero existe y se da a conocer por
sus resultados.
En enero pasado oíamos
decir a nuestros autores: "Pero esto no ha sucedido hasta el momento, ni
ninguno de nosotros ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en
el nivel abstracto de la doctrina dialéctica afecte a los problemas
políticos concretos de hoy o de mañana..." ¡Ya nos
lo han demostrado! Apenas han pasado unos meses y hemos podido comprobar
como su actitud frente a una "abstracción", como el materialismo
dialéctico se manifiesta claramente en su actitud hacia el Estado
soviético.
Es necesario afirmar que
la diferencia entre ambas cuestiones es bastante importante, pero que es
política y no teoría. En ambos casos, Burnham y Schatman
se unen sobre la base del rechazo y semirrechazo de la dialéctica.
Pero en el primero, su unión se dirigía contra los oponentes
del partido proletario. En el segundo, se enfrentan con la fracción
marxista de su propio partido. Por decirlo así, el frente de operaciones
ha cambiado, pero el arma sigue siendo la misma.
Es verdad que la gente es
incoherente a menudo. Sin embargo, la conciencia humana tiende hacia una
cierta homogeneidad. La filosofía y la lógica deben basarse
en esta homogeneidad y no en la incoherencia, es decir, en la falta de
homogeneidad. Burnham no reconoce la dialéctica, pero la dialéctica
le reconoce a él, se extiende sobre él. Schatman cree que
la dialéctica le re conoce a él, se extiende sobre él.
Schatman cree que la dialéctica no tiene importancia para las conclusiones
políticas, pero podemos ver en las conclusiones políticas
de Schatman los deplorables efectos de su actitud desdeñosa hacia
la dialéctica. Incluiremos este ejemplo en los libros de texto del
materialismo dialéctico.
El año pasado me visitó
un profesor ingles de economía política, simpatizante de
la IV Internacional. Durante nuestra conversación sobre las vías
para llegar al socialismo, se expresó de pronto con el típico
utilitarismo inglés, como hubieran podido hacerlo Keynes y otros:
"Es necesario determinar una meta económica concreta, elegir los
métodos más razonables para conseguirla". Le hice notar:
"Veo que es usted un adversario de la dialéctica". Me contestó,
sorprendido: "En efecto, no la encuentro útil en absoluto". "Sin
embargo, le respondí, la dialéctica me ha permitido determinar
la categoría de pensamiento filosófico a la que pertenece
usted, sólo por unas cuantas observaciones que ha hecho sobre problemas
económicos; sólo esto debería demostrarle que la dialéctica
tiene algún valor". Aunque mi visitante no había dicho ni
una palabra sobre ello, estoy seguro de que este profesor anti-dialéctico
opina que la URSS no es un estado obrero, que los métodos de nuestra
organización son malos, etc. Es posible determinar el tipo general
de pensamiento de una persona sobre las bases de sus opiniones sobre problemas
concretos y también es posible predecir aproximadamente, conociendo
su tipo general de pensamiento, como abordará un individuo una cuestión
práctica determinada. Este es el incomparable valor pedagógico
del método dialéctico.
El ABC del materialismo dialéctico
Escépticos gangrenosos
como Souvarine dicen que "ni se sabe" lo que es la dialéctica. Y
hay "marxistas" que se inclinan respetuosamente ante Souvarine y pretenden
aprender de él. Y esos "marxistas" no sólo hacen su nido
en el "Modern Monthly". Hay una corriente souvarinista en la actual oposición
del Partido Socialista Obrero (SWP). Es necesario prevenir a los jóvenes
camaradas: ¡cuidado con esa infección maligna!
La dialéctica no es
ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto
que intenta llegar a la comprensión de los problemas más
complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la
vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la
misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas
elementales.
Intento extractar lo sustancial
del problema de forma muy esquemática. El aristotelismo lógico
del silogismo simple empieza con la proposición de que A es igual
a A l. Este postulado se acepta como axioma para multitud de prácticas
humanas y generalizaciones elementales. Pero, en realidad, A no es igual
a Al. Basta con ponerse gafas para darse cuenta. Pero, puede objetar alguien,
la cuestión no es el tamaño o la forma de las letras, puesto
que sólo son símbolos de cualidades iguales, por ejemplo,
uña libra de azúcar. La objecci6n da en el clavo: precisamente,
porque una libra de azúcar nunca es igual a otra libra de azúcar:
hay una escala sutil de variaciones entre ambas. Se nos puede objetar de
nuevo: pero una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco
es cierto: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, tamaño,
color, etc., no permanecen nunca inmutables. Un sofista respondería
que una libra de azúcar es igual a sí misma "en un momento
dado". Dejando de lado la dudosa validez práctica de semejante "axioma",
este argumento no es en realidad una crítica teórica. ¿Cómo
concebimos el término "momento"? Si es un intervalo infinitesimal
de tiempo, en ese pequeño espacio la libra de azúcar sufrirá
algún cambio. ¿O es el "momento" una abstracción matemática,
un tiempo 0? Pero todo existe en el tiempo; la misma existencia es un proceso
de transformación ininterrumpido; el tiempo es, en consecuencia,
el elemento fundamental de la existencia. Luego el axioma "A es igual a
A" significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir,
si no existe.
A primera vista, podría
parecer que estas sutilezas son inútiles. En realidad, son de importancia
definitiva. El axioma "A es igual a A", parece ser, por un lado, la base
de todo nuestro conocimiento, y por otro, la fuente de todos nuestros errores.
Usar el axioma "A es igual a A" impunemente es posible sólo dentro
de ciertos límites. Podemos admitir ciertos cambios cuantitativos
y presumir que "A es igual a Al ". Este es el caso del comprador y el vendedor
de una libra de azúcar. Hasta hace poco considerábamos de
la misma manera el poder adquisitivo del dólar. Pero, una vez traspasados
ciertos límites, los cambios cuantitativos pueden llegar a ser cualitativos.
Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o del keroseno
deja de ser una libra de azúcar. Determinar en qué momento
el cambio cuantitativo se convierte en cualitativo es una de las tareas
más importantes y difíciles del conocimiento, incluida la
sociología.
Todo trabajador sabe que
es imposible hacer dos objetos totalmente iguales. En la elaboración
de cojinetes cónicos, los conos sufren una cierta desviación
que no debe, sin embargo, traspasar ciertos límites (a esto se le
llama tolerancia). Pero, si cumplen las normas de la tolerancia, los conos
son considerados iguales. Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad
se convierte en cualidad: en otras palabras, los cojinetes serán
inferiores o totalmente inservibles.
Nuestro pensamiento científico
es sólo una parte de nuestra práctica, que incluye también
técnicas. También existe "tolerancia" para los conceptos,
tolerancia establecida no por la lógica formal basada en el axioma
"A es igual a Al", sino por la lógica dialéctica basada en
el axioma de que todo está cambiando siempre. El "sentido común"
se caracteriza por exceder sistemáticamente la tolerancia dialéctica.
El pensamiento vulgar utiliza
conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como
abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo,
moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las
cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, determinado en
qué condiciones materiales se produce el cambio crítico,
tras el cual A deja de ser Al, un estado obrero deja de ser un estado obrero.
El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse
con imágenes no teóricas de una realidad que consiste en
movimiento perpetuo. El pensamiento dialéctico da a los conceptos,
por medio de aproximaciones lo más cercanas posible, correcciones,
concretizaciones, riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería
a decir que les da una suculencia que les aproxima mucho a los fenómenos
vivos. No hablamos de capitalismo en general, sino de un determinado capitalismo
en un determinado nivel de desarrollo. No hablamos de estado obrero, sino
de un estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista,
etc.
El pensamiento dialéctico
es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película
no proscribe la fotografía, sino que las combina en series según
las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del
silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que
nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una
realidad eternamente cambiante.
Hegel estableció en
su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad,
desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma
y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad
en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico
como el silogismo simple para tareas más elementales.
Hegel escribió antes
que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución
Francesa dio al pensamiento general de la ciencia. Pero como sólo
era una anticipación, la obra de un genio, recibió
de Hegel un carácter idealista. Hegel consideró sombras ideológicas
como si fueran la realidad última, acabada. Marx demostró
que el movimiento de esas sombras no era sino el reflejo del movimiento
de cuerpos materiales.
Llamamos "materialista" a
nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en
nuestro "libre albedrío", sino en la realidad objetiva, en la naturaleza.
La conciencia surge de la inconsciencia, la psicología de la fisiología,
el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las
nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena, los cambios cuantitativos
se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el
pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión
de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni el
destino, ni el alma inmortal, ni para normas, leyes ni morales eternas.
El pensamiento dialéctico que ha surgido de la naturaleza dialéctica
del mundo, posee consecuentemente un carácter totalmente materialista.
El darwinismo, que explica
la evolución de las especies mediante "saltos cualitativos", fue
el mayor triunfo de la dialéctica en el campo de las ciencias naturales.
Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos
de los elementos químicos y de los procesos de transformaci6n de
un elemento en otro.
Ligado muy de cerca con este
problema de la transformaci6n está el problema de la clasificación,
tan importante en las ciencias naturales como en las sociales. El sistema
de Linneo (siglo XIX), basado en la inmutabilidad de las especies, se limitaba
a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo
con sus características externas. El período infantil de
la botánica es análogo al período infantil de la lógica,
porque las formas de nuestro pensamiento evolucionan como todas las cosas
vivas. Sólo el rechazo definitivo de la idea de las especies fijas,
sólo el estudio de la historia de la evolución de las plantas
y de su anatomía nos proporciona las bases para una clasificación
realmente científica.
Marx, que, al contrario de
Darwin, era conscientemente dialéctico, descubrió las bases
para 1a clasificación científica de las sociedades humanas
en el desarrollo de sus fuerzas productivas, y de la estructura de sus
relaciones de propiedad, que constituyen la anatomía de la sociedad.
El marxismo sustituyó la clasificación vulgar de las sociedades
y los estados, que todavía hoy prevalece en nuestras universidades,
por una clasificación materialista dialéctica. Sólo
mediante el método de Marx es posible determinar correctamente el
concepto de estado obrero y el momento de su caída.
Todo esto, hasta donde nos
es posible ver, no contiene nada de "escolástico" o de "metafísico",
como afirman los ignorantes contumaces. La lógica dialéctica
expresa la ley del movimiento en el pensamiento científico contemporáneo.
Por el contrario, la lucha contra el materialismo dialéctico expresa
un pasado distante, el conservadurismo de la pequeña burguesía,
el engreimiento de los universitarios rutinarios... y un poquito de fe
en la otra vida.
La naturaleza de la URSS
La definición de la
URSS que ha dado el camarada Burnham, "ni estado obrero ni estado burgués",
es totalmente negativa, desgranada de la cadena del desarrollo histórico,
colgando en el aire, sin un pizca de análisis sociológico
y representa una capitulación vergonzosa frente al pragmatismo ante
un fenómeno histórico contradictorio.
Si Burnham hubiese sido un
materialista dialéctico hubiese intentado responder a estas preguntas:
l) ¿Cuál es el origen histórico de la URSS? 2) ¿Qué
cambios ha sufrido este Estado durante su existencia? 3) ¿Representan
estos cambios un "salto cualitativo"? Es decir, ¿dan lugar a una
nueva dominación de clase históricamente necesaria? La respuesta
a estas preguntas habría llevado a Burnham a la única conclusión
posible: la URSS es todavía un estado obrero degenerado.
La dialéctica no es
una varita mágica que resuelve todos los problemas. No reemplaza
los análisis científicos concretos. Pero lleva esos análisis
por el camino adecuado, protegiéndolos de errar estérilmente
por los desiertos del subjetivismo y del escolasticismo.
Bruno R. sitúa tanto
a la URSS como al fascismo bajo el calificativo de "colectivismo burocrático"
porque la URSS, Italia y Alemania están regidas por burocracias;
en uno y otro sitio hay planificación; en un caso se ha terminado
con la propiedad privada, en el otro se la limita, etc. Construye de este
modo, sobre las bases de una similaritud relativa, de ciertas características
externas, con diferente origen, peso específico y
diferente significado de clase, una identidad fundamental
de regímenes sociales, en el mismo espíritu que los profesores
burgueses que construyen categorías como "economía dirigida",
"estado centralizado", sin tener en cuenta la naturaleza de clase de uno
y otro. Bruno R. y sus seguidores, o, semiseguidores como Burnham, se quedan,
en el mejor de los casos, al nivel de las clasificaciones de Linneo, lo
que sólo sería comprensible si hubiesen vivido antes que
Hegel, Darwin o Marx.
Todavía peores y quizá
más peligrosos son esos escépticos que mantienen la tesis
de que el carácter de clase de la URSS "no viene al caso" y que
la dirección de nuestra política debe estar determinada por
el "carácter de la guerra". Como si la guerra fuera una sustancia
supra-social independiente: como si el carácter de la guerra no
estuviese determinado por el carácter de las clases dominantes,
es decir, por el mismo factor social que determina el carácter del
estado. ¡Es asombroso cómo olvidan estos camaradas el ABC
del marxismo al más leve soplo de los acontecimientos!
No es sorprendente que los
teóricos de la oposición, que rechazan el pensamiento dialéctico,
capitulen lamentablemente frente al problema del carácter contradictorio
de la naturaleza de la URSS. Sin embargo, la contradicción entre
las bases sociales sentadas por la revolución y el carácter
de la casta dominante surgida de la degeneración de la revolución,
no es sólo un hecho histórico irrefutable; es, sobre
todo, una fuerza motora. Nos basamos en esa contradicción para luchar
contra la burocracia. ¡Y algunos ultraizquierdistas han alcanzado
ya la cumbre del absurdo, afirmando que es preciso sacrificar la estructura
social de la URSS para destruir la oligarquía! No sospechan siquiera
que la URSS, a falta de la estructura social fundada por la Revolución
de Octubre, sería pura y simplemente un régimen fascista.
Evolución y dialéctica
Burnham dirá, probablemente,
que como evolucionista, está tan interesado en la evolución
de las formas sociales como nosotros, los dialécticos. No se lo
negamos. Después de Darwin, toda persona educada se ha autodenominado
"evolucionista". Pero un verdadero evolucionista debe aplicar la idea de
evolución a sus propias formas de pensamiento. La lógica
elemental, nacida en un período en que la idea de evolución
no existía todavía, es insuficiente, evidentemente, para
analizar los procesos evolutivos. La lógica hegeliana es la lógica
de la evolución. Pero no debemos olvidar que el concepto de evolución
ha sido totalmente tergiversado y enmascarado por los profesores universitarios
y los escritores liberales que lo han identificado con "progreso pacífico".
Aquel que ha llegado a comprender que la evolución se produce a
través de la lucha de antagonistas; que una lenta acumulación
de cambios acaba por romper la vieja concha y produce, tras una catástrofe,
una revolución; aquel que ha aprendido a aplicar a su propio pensamiento
las leyes de la evolución, ese es un dialéctico, algo completamente
distinto de los evolucionistas vulgares. El entrenamiento dialéctico
de la forma de pensar, tan necesario a un revolucionario como los ejercicios
de dedos para un pianista, exige enfocar todos los problemas como procesos,
y no como categorías inmutables. Por el contrario, los evolucionistas
vulgares se limitan a reconocer que existe evolución en determinados
campos, y se conforman con enfocar todos los demás asuntos mediante
las banalidades que les proporciona el "sentido común".
Un liberal americano, resignado
a que existiera la URSS, o más exactamente, a que existiera la burocracia
de Moscú, cree, o al menos creía antes del pacto germano-soviético,
que el régimen soviético, en su conjunto, es "algo progresivo",
que las repugnantes consecuencias de la burocracia ("¡bueno, las
tiene, naturalmente!") se irían evaporando poco a poco y que así
quedaría asegurado el pacífico e indoloro "progreso".
Un radical pequeñoburgués
se parece a un liberal progresista en que considera la URSS como un todo,
sin tener en cuenta su dinámica interna ni sus contradicciones.
Cuando Stalin pactó con Hitler, invadió Polonia y luego Finlandia,
los radicales vulgares se sintieron triunfar: ¡estaba probada la
identidad entre los métodos del fascismo y del stalinismo! Sin embargo,
se tropezaron con la primera dificultad cuando las nuevas autoridades invitaron
a la población de los países invadidos a expropiar a los
terratenientes y capitalistas: ¡no habían previsto esta posibilidad
en absoluto! Pero las medidas sociales revolucionarias llevadas a cabo
por vía burocrático-militar no modificaron en absoluto nuestra
definición dialéctica de la URSS como estado obrero degenerado,
sino que la corroboraron incontrovertiblemente. Pero en vez de utilizar
este triunfo del marxismo para perseverar en la agitación, la oposición
pequeñoburguesa empieza a gritar, con una falta de sentido verdaderamente
criminal, que los acontecimientos han refutado nuestros pronósticos,
que nuestras viejas fórmulas no son aplicables, ya que son necesarias
nuevas palabras. ¿Qué palabras? No lo han decidido todavía.
Defensa de la URSS
Empezamos con filosofía
y seguimos con sociología. Ha quedado claro que en ambas esferas,
uno de los líderes de la oposición ha tomado una postura
anti-marxista y el otro una posición ecléctica. Al abordar
al campo político, en concreto la cuestión de la defensa
de la URSS, nos espera una gran sorpresa.
La oposición descubrió
que nuestra fórmula "defensa incondicional de la URSS", la fórmula
de nuestro programa, es "vaga, abstracta y pasada de moda". ( ¡ ?)
Desgraciadamente, no explican bajo qué "condiciones" están
dispuestos a defender las conquistas de la revolución. Con el fin
de dar una pizca de sentido a su "nueva fórmula", la oposición
intenta presentar las cosas como si hasta ahora hubiésemos estado
defendiendo "incondicionalmente" la política internacional del Kremlin,
el Ejército Rojo o el GPU. ¡Una tergiversación total!
En realidad, desde hace mucho tiempo, especialmente desde que proclamamos
abiertamente la necesidad de derrocar la oligarquía del Kremlin
mediante la insurrección, no defendemos la política internacional
de Moscú. Una política errónea no sólo mutila
las tareas necesarias, sino que nos obliga a ver nuestro pasado bajo una
luz falsa.
En el artículo del
New International citado antes, Burnham y Schatman denominan a este
grupo de intelectuales desilusionados "Liga de las Esperanzas Perdidas",
y se preguntan una y otra vez cuál sería la posición
de esta lamentable Liga en caso de guerra entre un país capitalista
y la Unión Soviética. "Aprovechamos, sin embargo, esta oportunidad,
escriben, para pedir a Hook, Eastman y Lyons, una declaración sin
ambigüedades sobre su postura en caso de que Hitler, Japón
-o acaso Inglaterra- atacasen la URSS..." Burnham y Schatman no establecen
ninguna "condición", no especifican ninguna circunstancia "concreta",
y al mismo tiempo piden una declaración "sin ambigüedades".
"Nuestros sujetos", escriben
Burnham y Schatman sobre la Liga de las Esperanzas Perdidas, "se sienten
muy orgullosos porque creen que están contribuyendo con algo "nuevo",
que están "reelaborando a la luz de nuevas experiencias", que son
"anti-dogmáticos" (¿O conservadores?-L. T.) que se niegan
a reexaminar sus "asunciones básicas", etc. ¡Qué decepción
más patética! ¿Ninguno de ellos ha sacado a la luz
hechos, ni dado ninguna explicación nueva al presente o al futuro?".
¡Sorprendente cita! ¿No debería añadir personalmente
un nuevo capítulo a este artículo, "Intelectuales en retirada"?
Ofrezco mi colaboración al camarada Schatman.
¿Cómo es posible
que individuos sobresalientes como Burnham y Schatman, incondicionales
de la causa del proletariado, puedan asustarse de unos señores tan
poco terroríficos como los de la Liga de las Esperanzas Perdidas?
En el plano puramente teórico, la explicación es que Burnham
utiliza un método incorrecto, y que Schatman lo desprecia. El método
correcto no sólo facilita el llegar a conclusiones correctas, sino
que, mediante el engarce de cada nueva conclusión con las anteriores
en una cadena consecutiva, nos facilita el recuerdo. Si las conclusiones
políticas se construyen empíricamente, si la incoherencia
se considera como una especie de ventaja, se reemplaza sistemáticamente
el marxismo por el impresionismo -tan característico de los intelectuales
pequeñoburgueses-. Cada nuevo acontecimiento coge desprevenidos
a los impresionistas empíricos, les hace olvidar lo que ellos mismos
escribieron ayer, y les consume el deseo de encontrar nuevas fórmulas,
antes de que se les haya pasado por la cabeza ninguna idea nueva.
La guerra entre Finlandia y la URSS
La resolución de la
oposición sobre la cuestión de la guerra entre Finlandia
y la URSS es un documento que podría haber sido firmado por los
Bordiguistas, Vereecken, Snevliet, Fenner Brockway, Marceau Pivert, y gente
por el estilo, pero nunca por bolcheviques-leninistas. Basada exclusivamente
en características de la burocracia soviética y en el mero
hecho de la "invasión", carece del menor contenido social. Sitúa
a Finlandia y la URSS al mismo nivel y "condena, rechaza y se opone a ambos
gobiernos y sus ejércitos". De pronto, como notando que algo no
está en orden, la declaración cambia completamente de sentido
y sin ninguna conexión con el texto anterior, añade: Desde
esta perspectiva, la IV Internacional debe, naturalmente (¡Qué
maravilloso es este "naturalmente"!), tener en cuenta (!) que en Finlandia
y en la URSS hay diferentes sistemas económicos". Cada palabra es
una perla de inapreciable valor. Por circunstancias "concretas", nuestros
amantes de lo "concreto" entienden los hechos militares, las modas de las
masas y, en tercer lugar, los diferentes regímenes económicos.
La declaración no arroja ninguna luz sobre cómo deben ser
"tenidas en cuenta" cada una de estas circunstancias "concretas". Si se
opone de igual manera a ambos gobiernos y sus ejércitos, ¿cómo
"tiene en cuenta" las diferencias en la situación militar y en los
regímenes sociales? Definitivamente, no entendemos nada.
Para castigar a los stalinistas
de su crimen, la resolución, como todos los demócratas pequeñoburgueses
de todos los sitios, apenas menciona que el Ejército Rojo expropió
a los grandes terratenientes finlandeses e introdujo el control obrero
en la industria, preparando así la expropiación de los capitalistas.
Mañana, los stalinistas
estrangularán a los trabajadores finlandeses. Pero ahora están
dando -están obligados a dar- un fuerte impulso a la lucha de clases
en su forma más nítida. Los líderes de la oposición
construyen su política sobre abstracciones democráticas y
nobles sentimientos, no sobre lo que en realidad está pasando en
Finlandia.
Parece que la guerra entre
Finlandia y la URSS está empezando a transformarse en una guerra
civil, en la que los pequeños campesinos y los trabajadores apoyan
al Ejército Rojo, mientras el Ejército finlandés defiende
los intereses de los propietarios, la burocracia sindical conservadora
y los imperialistas anglosajones. Las esperanzas que despierta el Ejército
Rojo entre los finlandeses pobres serán una ilusión, a menos
que se produzca la revolución internacional: la colaboración
del Ejército Rojo con los desposeídos será sólo
temporal: el Kremlin volverá en seguida sus armas contra los trabajadores
y campesinos finlandeses. Sabemos ya todo esto y lo decimos, para que sirva
de advertencia. Pero en esta guerra civil "concreta" que se está
produciendo en Finlandia, ¿qué posición "concreta"
deben tomar los partisanos "concretos" de la IV Internacional? Si lucharon
en España en el campo republicano, a pesar de que los stalinistas
estaban estrangulando la revolución socialista, está claro
que en Finlandia deben apoyar a los stalinistas que están promoviendo
la expropiación de los capitalistas.
Nuestros innovadores cubren
los fallos de su posición con frases violentas. Llaman "imperialista"
a la política de la URSS. ¡Esto enriquece notablemente la
ciencia! A partir de ahora, llamaremos imperialismo tanto a la política
exterior de expansión del capital como a la política exterior
de exterminación del capital. ¡Esto ayudará mucho a
la clarificación y educación de los trabajadores! ¡Pero
es que, simultáneamente, el Kremlin apoya la política de
expansión financiera de Alemania! -gritará, pongamos por
caso, el impulsivo Stanley-. Esta objección se basa en la sustitución
de nuestro problema por otro, en la disolución de lo concreto en
lo abstracto (un error corriente en el pensamiento vulgar).
Si mañana Hitler se
viera obligado a enviar armas a los indios insurrectos, ¿deberían
oponerse los trabajadores a esta acción concreta mediante huelgas
o sabotage? Por el contrario, deberían asegurarse de que los revolucionarios
recibieran las armas lo antes posible. Espero que Stanley vea esto claro.
Pero este ejemplo es completamente hipotético. Lo he usado para
exponer que incluso un gobierno fascista, basado en el capital financiero,
puede verse obligado, en ciertas circunstancias, a apoyar un movimiento
revolucionario nacional (para intentar estrangularlo al día
siguiente). Hitler, bajo ninguna circunstancia, apoyaría un movimiento
proletario en Francia. Pero el Kremlin se ve obligado hoy –y es un hecho
real, no una hipótesis- a apoyar un movimiento social revolucionario
en Finlandia (aunque mañana intente estrangularlo políticamente).
Denominar "imperialismo" a un movimiento social revolucionario dado, sólo
por el hecho de que sea provocado, mutilado y estrangulado por el Kremlin
indica simplemente una gran pobreza teórica y política.
Es necesario añadir
que esta tergiversación del concepto "imperialismo" no es ni siquiera
nueva. En el momento actual, no sólo los demócratas, la burguesía
de todos los países capitalistas califica de imperialista la política
soviética. Sus intenciones están muy claras: ocultar la contradicción
social entre la expansión capitalista y la soviética, ocultar
el problema de la propiedad, y ayudar de este modo al auténtico
imperialismo. ¿Cuáles son las intenciones de Schatman y los
demás? No lo saben ni ellos mismos. Su innovación terminológica,
objetivamente, los aparta de los marxistas de la IV Internacional y los
acerca a los "demócratas". También esta circunstancia testifica
la extrema sensibilidad de la oposición a la opinión pública
pequeñoburguesa.
Se oye cada vez con mayor
frecuencia entre los miembros de la oposición que la cuestión
rusa no tiene mayor importancia en sí misma; que lo importante ahora
es cambiar el régimen interno del partido. Cambio de régimen
significa cambio en la dirección, o, más concretamente,
eliminar a Cannon y sus colaboradores más cercanos de los puestos
directivos. Pero estos clamores demuestran que la tendencia hacia
una lucha contra "la facción de Cannon" es muy anterior a los "hechos
concretos" con los que pretenden justificar su cambio de postura. A la
vez, estas voces nos recuerdan otros grupos de oposición de tiempos
pasados: y a quienes -como Vereecken, Snevliet, Molinier y tantos otros-
han recurrido a la "cuestión organizativa" cuando empezaban a sentir
que no tenían cuestiones de principio en las que basar su oposición.
Por muy desagradable que parezca el recordar aquí estos precedentes,
no podemos pasarlos por alto.
No sería correcto,
sin embargo, pensar que el recurso a la "cuestión organizativa"
es una simple "maniobra" del debate de facciones. No: los miembros de la
oposición sienten, en lo más profundo de sí mismos,
aunque de modo confuso, que el debate implica no sólo "la cuestión
rusa", sino el enfoque político general, incluidos los métodos
que utilizamos para construir el partido. Y esto es verdad, en cierto sentido.
Yo mismo he intentado demostrar
antes que el problema implica no sólo la cuestión rusa, sino
los métodos de pensamiento de los miembros de la oposición,
métodos que tienen sus raíces sociales. La oposición
está bajo la influencia de los modos y tendencia pequeñoburgueses.
Este es, esencialmente, el problema general.
Hemos visto con claridad
suficiente cómo las ideas de Burnham (pragmáticas) y las
de Schatman (eclécticas) estaban bajo la influencia ideológica
de otra clase. No hemos citado a otros líderes, como el camarada
Abern, porque no participan, por regla general, en discusiones sobre cuestiones
de principio, limitándose al plano de la "cuestión organizativa".
Esto no significa, sin embargo, que Abern no tenga importancia. Al contrario:
podemos decir que Burnham y Schatman son los "aficionados" de la oposición,
mientras que Abern es el verdadero profesional. Abern, y sólo él,
tiene un grupo tradicional de adeptos, surgido del viejo Partido Comunista
y que permaneció unido en los primeros tiempos de existencia independiente
de la Oposición de Izquierda. Todos aquellos que, posteriormente,
han ido asumiendo distintas razones para la crítica o el descontento,
se han adherido a ese grupo.
Cualquier debate fraccional
serio en el partido es, en último análisis, un reflejo de
la lucha de clases. Desde el principio, la mayoría esclareció
la dependencia ideológica de la oposición de la democracia
pequeñoburguesa. Por el contrario, la oposición, precisamente
por su carácter pequeñoburgués, no buscó nunca
las raíces sociales de la posición de sus oponentes.
La oposición inició
un serio debate de fracciones que está paralizando el partido en
un momento crítico. Para justificar esta lucha serían precisas
razones muy profundas y muy serias. Para un marxista, sólo puede
tratarse de razones de clase. Antes de empezar esta lucha encarnizada,
los líderes de la oposición deberían haberse preguntado:
¿qué influencia no-proletaria se refleja en la mayoría
del Comité Nacional? Por lo menos, la oposición debería
haber intentado un análisis de clase de las divergencias. Pero sólo
son capaces de ver "conservadurismo", "errores", "métodos inadecuados"
y otras deficiencias técnicas, psicológicas o intelectuales.
La oposición no se interesa por la naturaleza de clase de la fracción
contraria, lo mismo que no le interesa la naturaleza de clase de la URSS.
Este hecho es ya suficiente para demostrar el carácter pequeñoburgués
de la oposición, con su pizca de pedantería académica
y de impresionismo periodístico.
Para comprender qué
clase o estratos se reflejan en la lucha de fracciones, es necesario estudiar
históricamente a ambas. Los miembros de la oposición que
afirman que la lucha actual "no tiene nada que ver" con anteriores debates
fraccionases, no hacen sino demostrar de nuevo su actitud superficial hacia
su propio partido. El núcleo fundamental de la oposición
es el mismo que hace años se agrupó alrededor de Muste y
Spector. El núcleo fundamental de la mayoría es el mismo
que entonces se agrupó en torno a Cannon. De los líderes,
sólo Burnham y Schatman han saltado de un campo al otro. Pero estos
saltos, por muy importantes que sean, no modifican el carácter fundamental
de los grupos. No voy a entrar en la descripción del desarrollo
histórico de la lucha. El lector puede informarse en el excelente
artículo de J. Hansen, "Métodos organizativos y principios
políticos". de J. Han
Si dejamos de lado todo lo
personal, accidental y episódico, no cabe duda que la lucha más
constante ha sido la del camarada Abern contra el camarada Cannon. En esta
lucha, Abern representa un grupo propagandístico, de composición
pequeñoburguesa, unido por viejos lazos personales, casi una familia.
Cannon representa el partido proletario en proceso de formación.
La razón histórica -independientemente de los errores y equivocaciones
que hayan podido cometerse- está del lado de Cannon.
Cuando los representantes
de la oposición se alborotan y chillan que "la dirección
está en bancarrota", "los acontecimientos nos han cogido desprevenidos",
"tenemos que cambiar de consignas", sin haberlo pensado antes seriamente,
aparecen fundamentalmente como traidores al partido. Podemos explicar esta
deplorable actitud por el miedo y la irritación del viejo círculo
propagandístico del partido ante nuestras nuevas tareas y nuestra
nueva organización. Los lazos personales y sentimentales no quieren
ceder ante el sentido del deber y la disciplina. El partido debe, en este
momento, romper las antiguas relaciones de pandilla y disolver los mejores
elementos del pasado propagandístico en el partido proletario. Es
necesario desarrollar el sentido del deber ante el partido hasta el punto
de que nadie se atreva a decir: "El fondo del problema no es la cuestión
rusa, sino que nos sentiríamos más cómodos bajo la
dirección de Abern que bajo la de Cannon."
Personalmente, no he llegado
a esta conclusión ayer. La he manifestado cientos de veces en conversaciones
con miembros del grupo de Abern. He enfatizado invariablemente el carácter
pequeñoburgués del grupo. He propuesto repetidamente transformarlos
de militantes en simpatizantes, en vista de su incapacidad para reclutar
nuevos miembros para el partido entre los trabajadores. Pero las conversaciones,
cartas y consejos no han servido para nada, porque la gente raras veces
aprende de la experiencia ajena. El antagonismo entre las dos capas del
partido y entre los dos períodos de su desarrollo ha salido a la
superficie y ha provocado esta encarnizada lucha de fracciones. No me queda
sino dar mi opinión, clara y definitivamente, a la sección
americana y a la IV Internacional en general. "La amistad es la amistad
y el deber es el deber", dice un proverbio ruso.
Por último, podemos
preguntarnos si la oposición es una tendencia pequeñoburguesa,
¿significa esto que la unidad es imposible? ¿Cómo
reconciliar la tendencia pequeñoburguesa con el proletariado? Pero
hacer así la pregunta es antidialéctico y, por lo tanto,
falso. En la discusión actual, la oposición ha mostrado claramente
sus características pequeñoburguesas. Pero esto no significa
que la oposición no tenga además otras características.
La mayoría de los miembros de la oposición son profundamente
partidarios de la causa del proletariado y son, además, capaces
de aprender. Aunque hoy estén atados a un medio pequeñoburgués,
mañana pueden aliarse al proletariado. Los inconsistentes, pueden
volverse más consistentes por medio de la experiencia. Cuando el
partido cuente con miles de trabajadores, hasta los profesionales del fraccionalismo
se podrán reeducar en el espíritu de la disciplina proletaria.
Pero hay que darles tiempo. Por tanto, la propuesta del camarada Cannon
de no mezclar en la discusión amenazas de división, expulsiones,
etc., es perfectamente correcta y adecuada.
Debe quedar claro, como mínimo,
que si la totalidad del partido tomase el camino de la oposición,
podría quedar completamente destruido. La actual oposición
es incapaz de proporcionarle una dirección marxista. La mayoría
del Comité Nacional expresa más consistente, profunda y seriamente
las misiones del proletariado que la minoría. Precisamente porque
la mayoría no tiene interés en llevar la lucha hacia la escisión,
triunfarán las ideas correctas. Tampoco los elementos sanos de la
oposición desean una escisión, la experiencia del pasado
ha demostrado muy claramente que los diferentes tipos de grupos que se
han separado de la IV Internacional se han condenado a sí mismos
a la esterilidad y la descomposición. Por lo tanto, es posible enfrentarse
sin temor al próximo congreso del partido. El rechazará las
innovaciones anti-marxistas de la oposición y reforzará la
unidad.
15 de diciembre de 1939.
"... ¿Qué
hará la Liga (de las Esperanzas Perdidas)? ¿Se abstendrá
de hacer una declaración o se declarará neutral?, continúan;
"en pocas palabras, ¿están por la defensa de la URSS caiga
quien caiga y a pesar del régimen stalinista?" (el subrayado
es mío). ¡Una cita maravillosa! ¡Pero si eso es precisamente
lo que dice nuestro programa! Burnham y Schatman, en enero de 1939, estaban
a favor de la defensa incondicional de la URSS y la defendían correctamente:
"caiga quien caiga y a pesar del régimen stalinista". Y el artículo
está escrito en un momento en que la experiencia de la revolución
española todavía no había terminado. El camarada Cannon
está en lo cierto cuando afirma que el comportamiento del stalinismo
en España fue incomparablemente más criminal que en Polonia
o Finlandia. En el primer caso, la burocracia fue el verdugo de una revolución
socialista. En el segundo, impulsó la revolución socialista
por métodos burocráticos. ¿Por qué Burnham
y Schatman se pasan de pronto a la "Liga de las Esperanzas Perdidas"? ¿Por
qué? No podemos considerar las superabstractas referencias de Schatman
a "los acontecimientos concretos" como una explicación suficiente.
Pero no es difícil encontrarla. La participación del Kremlin
en la guerra española estaba apoyada por los demócratas burgueses
de todo el mundo. La intervención de Stalin en Polonia y Finlandia
se tropieza con la oposición fanática de estos mismos demócratas.
A pesar de sus pomposas declaraciones, la oposición no es sino un
reflejo, dentro del Partido Socialista Obrero, de la "izquierda" pequeñoburguesa.
Por desgracia, este es un hecho incontrovertible.
La cuestión organizativa