Escrito: Por León Trotsky en 1930. Publicado en Biulleten oppozitsi (Bolshevikov-liénintsev), Nº 11, mayo de 1930.
Traducción: Alejandro A. González.
Versión digital:
Signos del Topo (27 diciembre 2020)
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero
2021.
Ya Block había reconocido en Maiakovski un “enorme talento”. Puede decirse, sin exagerar, que Maiakovski tenía destellos de genialidad. Pero no era un talento armónico. ¿Y acaso de dónde podía salir la armonía artística en esos decenios llenos de catástrofes, en el límite no cicatrizado entre dos épocas? En la creación de Maiakovski las cimas van a la par de los abismos, los raptos de genialidad asombran junto a estrofas triviales, e incluso a una vulgaridad estridente.
No es cierto que Maiakovski fuera ante todo un revolucionario y luego un poeta –aunque él así lo quisiera sinceramente. En realidad Maiakovski era ante todo un poeta, un artista que se apartó del viejo mundo sin romper con él, y sólo después de la revolución buscó en ella, y en gran medida halló, un sostén. Pero no llegó a fundirse del todo con ella, ya que llegó a ella en los años de gestación interna, cuando éramos minoría. Si enfocamos la cuestión a mayor escala, Maiakovski fue no sólo un “cantor”, sino también una víctima de una época crítica que, si bien forma los elementos de una nueva cultura con una fuerza sin precedente, lo hace de un modo mucho más lento y contradictorio que el necesario para el desarrollo armónico de un poeta o de una generación de poetas que se entrega a la revolución. La ausencia de armonía interna tiene su origen precisamente aquí y se expresó en el estilo del autor, en la insuficiencia disciplina de su verbo y en la desmesura de sus imágenes. La lava caliente del pathos y, a su lado, el inconveniente trato familiar con la época, con la clase, o directamente la broma de mal gusto con la que el poeta parece querer protegerse de las heridas que inflige el mundo exterior. A veces esto parecía una afectación no sólo artística sino también psicológica. ¡Pero no!, incluso sus últimas cartas tienen el mismo tono: ¿de qué valen esas palabritas –“caso cerrado!”[*]– con las que el poeta hace un balance final de su vida? Nosotros diríamos que lo que en el romántico tardío Heinrich Heine era lírica e ironía (ironía contra la lírica y, a la vez, en defensa de ella) en el “futurista” tardío Vladimir Maiakovski era patetismo y vulgaridad (vulgaridad contra el patetismo y en defensa de él).
El anuncio oficial del suicidio se apresura a informar, en el lenguaje de protocolo judicial redactado en el “secretariado”, que el suicidio de Maiakovski “no tiene nada que ver con la actividad social y literaria del poeta”. Lo que significa decir que la muerte voluntaria de Maiakovski no estaba nada vinculada con su vida, o que su vida no tenía nada que ver con su creación poético-revolucionaria; en una palabra, significa convertir su muerte en un caso de índole policial. ¡Lo que no es ni verdadero, ni necesario… ni inteligente! “La barca se rompió contra la vida cotidiana”, dice Maiakovski sobre su vida íntima en sus últimos versos. Eso significa que “la actividad social y literaria” dejó de elevarlo lo suficiente por sobre la vida cotidiana como para salvarlo de los insoportables golpes personales. ¿Qué es eso de “no tiene nada que ver”?
La ideología oficial actual de la “literatura proletaria” está basada –¡en el ámbito artístico vemos lo mismo que en el económico!– en una incomprensión total de los ritmos y los plazos de la maduración cultural. La lucha por la “cultura proletaria” –algo así como una “colectivización completa” de todas las conquistas de la humanidad dentro de los marcos del plan quinquenal– tenía, al principio de la Revolución de Octubre, un carácter de idealismo utópico, y fue precisamente por ello que chocó con la resistencia de Lenin y del autor de estas líneas. En los últimos años se convirtió lisa y llanamente en un sistema de dirección –y de devastación– burocrática del arte. Han sido declarados clásicos de la literatura pseudoproletaria desdichados de la literatura burguesa como Serafimóvich, Gladkov y otros. Nulos expeditos como Averbaj fueron designados como los Bielinski… de la literatura “proletaria” (¡). La dirección suprema de la literatura quedó en manos de Molotov, que es la negación viva de todo espíritu creador en la naturaleza humana. El ayudante de Molotov –¡vamos de mal en peor!– resultó ser Gúsiev, hábil en muchos ámbitos pero no en el del arte. Esta selección de hombres es el calco de la degeneración burocrática de las esferas oficiales de la revolución. Molotov y Gúsiev han erigido por sobre el arte de la palabra a un Malashkin colectivo, a una literatura cortesano-“revolucionaria”, pornográfica y desfigurada.
Los mejores representantes de la juventud proletaria, llamados a preparar los elementos de una nueva literatura y de una nueva cultura, han sido puestos a las órdenes de personas que han convertido su incultura en la medida de todas las cosas.
Sí, Maiakovski es más viril y más heroico que cualquier otro miembro de esa última generación de la vieja literatura rusa que, por lo demás, sin haber alcanzado aún el reconocimiento de esta, buscaba establecer vínculos con la revolución. Sí, él estableció dicho vínculo de un modo mucho más cabal que cualquier otro. Pero en él subsistía un profundo desgarro. A las contradicciones generales de la revolución, siempre penosas para el arte que busca formas acabadas, se sumó la decadencia epigonal de los últimos años. Dispuesto a servir a su “época” en el más humilde trabajo cotidiano, Maiakovski no pudo dejar de sentir espanto ante la rutina pseudo-revolucionaria, aunque no estaba teóricamente en condiciones de comprenderla ni, por consiguiente, de hallar una vía para sobreponerse a ella. El poeta dice con toda razón sobre sí mismo que “no está en alquiler”. Por largo tiempo y encarnizadamente se negó a ingresar en él koljós administrativo de la supuesta literatura “proletaria” de Averbaj. De ahí sus repetidos intentos de crear, bajo la bandera de LEF, una orden de furiosos cruzados de la revolución proletaria que le sirvieran a ésta a conciencia y no por miedo. Pero LEF, por supuesto, era impotente para imponer sus ritmos a “150 millones”: la dinámica de flujos y reflujos de la revolución es demasiado profunda y pesada. En enero de este año, Maiakovski, vencido por la lógica de la situación, hizo un gran esfuerzo sobre sí mismo e ingresó finalmente en la VAPP (Asociación Soviética de Poetas Proletarios) dos o tres meses antes de suicidarse. Pero esto no le aportó nada, y es más bien probable que le haya quitado algo. Y cuando el poeta liquidó las cuentas con las contradicciones de la “vida cotidiana” personal y social enviando su “barca” al fondo, los representantes de la literatura burocrática, que “están en alquiler”, declararon: “inconcebible, incomprensible”, demostrando que para ellos no sólo el gran poeta Maiakovski siguió siendo “incomprensible”, sino además las contradicciones de la época “inconcebibles”.
La unión burocráticamente forzada e ideológicamente indigente de los poetas proletarios, basada en una serie de pequeños pogromos contra nidos literarios vivientes y auténticamente revolucionarios, no ha brindado, al parecer, ninguna unidad moral, toda vez que, ante la partida del más grande poeta de la Unión Soviética, han respondido tan sólo con oficiosa perplejidad: “no tiene nada que ver”. Esto es muy poco, muy poco para construir una cultura nueva en “el plazo más breve”.
Maiakovski no se convirtió ni podía convertirse en el padre de la “literatura proletaria”, por la misma causa por la que no se puede construir el socialismo en un solo país. Pero, en los combates de la época de transición, fue el más viril combatiente de la palabra y se convirtió en uno de los indiscutibles precursores de la literatura de la nueva sociedad.
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[*] Trotsky se refiere a la nota que dejó escrita Maiakovski antes de suicidarse. [N. del T.]