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Redactado: 9 de enero de 1926.
Traducción al castellano: Por Grupo
Germinal, 2015, desde Cahiers Léon
Trotsky, número 34, junio de 1988, páginas 120-136, que a su vez traducen de los Archivos Trotsky de la Houghton Library, T
2976.
Digitalización: Grupo
Germinal, 2015.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, octubre de
2015.
Querido Nikolai Ivanovich,
Le agradezco su nota pues (tras un largo intervalo) me da ocasión para intercambiar ideas sobre las cuestiones más urgentes de la vida del partido. Y puesto que, por la voluntad del destino y del congreso del partido, ambos trabajamos en la misma oficina política, ningún mal puede hacer un honesto intento de clarificación de los problemas entre buenos camaradas.
Kámenev le ha reprochado durante una reunión el hecho que anteriormente haya manifestado objeciones contra las medidas de presión administrativa extrema contra la Oposición (aludiendo aparentemente a 1923-1924) pero que ahora vote usted las más severas iniciativas contra Leningrado. Mi opinión, expresada en voz alta, era esencialmente esta: “le ha cogido gusto”. Contestando a mi comentario, escribe usted: “Usted piensa que le he cogido gusto pero ese “gusto” me hace temblar de los pies a la cabeza”. Con esta observación hecha en voz alta yo no quería decir, de ninguna manera, que sugiriese que usted hubiese encontrado placer en medidas represivas extremas del aparato. Mi idea era más bien que usted se había habituado y que no buscaba denunciar su impacto y efecto fuera de los círculos de elementos dominantes del aparato.
En su nota asegura usted que “a partir de consideraciones formales sobre la democracia”, yo no veo el estado real de las cosas. Pero ¿a qué llama usted “el estado real de los asuntos”? Escribe:
“1. El aparato de Leningrado está esclerotizado hasta el corazón; los escalones superiores se han soldado en uno solo; han permanecido en el poder sin ningún cambio durante ocho años (se han soldado conjuntamente en su vida cotidiana). 2. Los dirigentes de segundo plano han sido seleccionados; es imposible cambiar todos esos estados de ánimo (es utópico). 3. Sobre esto intentan jugar con su tema principal, que los privilegios económicos de los obreros de industria se verán aumentados (crédito, fábricas, etc.); es demagogia sin escrúpulos.”
Concluye usted que es preciso “ganar a la gente por la base aplastando al mismo tiempo la resistencia de arriba”.
No es mi intención polemizar contra usted o recordar el pasado. Carece de objeto. Pero para llegar al corazón del problema debo decirle, sin embargo, que usted ha producido una formulación que opone el aparato del partido a su base de la más neta manera, la más dura y más impactante. Su “construcción” es la siguiente: hay un grupo estrechamente ligado o, como dice usted, profundamente esclerotizado en la cumbre y una dirección de segundo plano seleccionada por debajo; después está la base del partido, equivocada y corrompida por la demagogia de su aparato, y por debajo la masa de los obreros sin partido. Por supuesto que en una nota privada puede usted expresarse más duramente que en un artículo. Pero, incluso teniendo esto en cuenta, el resultado es un cuadro absolutamente devastador. Todo miembro del partido que piense se va a preguntar: ¿si no ha aparecido un conflicto entre Zinóviev y la mayoría del comité central es porque los peces gordos de Leningrado han continuado manteniendo por un noveno o décimo año el tipo de régimen que han instaurado durante los ocho últimos años?
El “estado real de los asuntos” no es del todo como lo ve usted. En realidad, el carácter inadmisible del régimen de Leningrado ha sido revelado únicamente porque ha estallado un conflicto entre él y los peces gordos de Moscú, y no ciertamente porque la base de Leningrado haya protestado, expresado su descontento, etc. ¿Es posible que ello no le haya entrado por la vista? Si Leningrado, es decir el centro proletario más cultivado, está gobernado por una claque “esclerotizada”, “soldada en su vida cotidiana”, ¿cómo puede ser que la organización del partido no lo haya señalado? ¿No hay realmente en la organización de Leningrado miembros del partido con ánimo, honestos y enérgicos, para alzar una voz de protesta y ganar a la mayoría de la organización a su lado, incluso si su protesta no encuentra eco en el CC? Al fin y al cabo, no hablamos de Chita o de Jerson (aunque allí también, evidentemente, puede y debe esperarse que una organización del partido bolchevique no tolere durante años actos tan bárbaros en los escalones superiores). Hablamos de Leningrado, donde se concentra incontestablemente la vanguardia proletaria y la más altamente cualificada de nuestro partido. ¿No ve usted realmente que en esto consiste, precisamente y en nada más, el “estado real de los asuntos”? Y ahora, cuando piense usted un poco, como debería hacerlo, en este estado de cosas, deberá usted concluir que Leningrado no es en absoluto un mundo en sí mismo. En Leningrado se encuentra solamente una expresión más profunda y deformada de las características negativas que son típicas del partido en su conjunto. ¿Y esto no está realmente claro?
Si le parece a usted que “a partir de consideraciones formales sobre la democracia” no he visto las realizaciones en Leningrado, usted se equivoca. Nunca he proclamado que la democracia fuera “sagrada”, como lo hizo un día uno de mis antiguos amigos.
Puede que recuerde usted que hace dos años, durante una reunión en el buró político en mi casa, dije que las filas del partido en Leningrado estaban moldeadas mucho más que en otros lugares. Esta expresión (lo confieso, muy fuerte) la utilicé en un círculo íntimo, exactamente como usted ha empleado en una nota personal las palabras “demagogia sin escrúpulos”.
Es cierto que ello no impidió que mi comentario sobre el amoldamiento de las filas del partido por el aparato del partido de Leningrado se difundiera en las reuniones y la prensa (esta es, sin embargo, otra cuestión y confío que no siente un precedente). ¿Pero esto no significa que yo había visto bien el estado de cosas real? Más incluso, a diferencia de determinados camaradas, lo vi un año y medio y dos o tres años antes. En esa época, durante la misma reunión, señalé que todo marchaba magníficamente en Leningrado, al cien por cien, cinco minutos antes que las cosas fueran my mal. Esto solo es posible bajo un régimen de superaparato. ¿Por qué, pues, dice usted que yo no he visto el estado de cosas real? Es cierto, no consideré que Leningrado estaba separada del resto del mundo por una barrera infranqueable. La teoría de “Leningrado enferma” y del “país sano” tenida en alta estima bajo Kerensky, nunca ha sido mi teoría. Dije, y repito ahora, que los rasgos del burocratismo de aparato, característica del conjunto del partido, fueron llevados al paroxismo en el régimen del partido de Leningrado. Tengo que añadir, sin embargo, que durante estos dos años y medio, o sea mucho tiempo después de 1923, las tendencias aparatchik-burocráticas han aumentado enormemente, no solamente en Leningrado sino en el partido entero.
Considere durante un instante este hecho: Moscú y Leningrado, los dos principales centros proletarios, adoptan simultáneamente y, más aún, por unanimidad (reflexione: por unanimidad), durante sus conferencias de distrito del partido, dos resoluciones dirigidas una contra la otra. Y considere también que la opinión oficial del partido, representada en la prensa, no tiene en cuenta incluso ni este hecho verdaderamente chocante.
¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Qué corrientes sociales se ocultan detrás? Es inconcebible que, en el partido de Lenin, donde existe un contraste excepcionalmente serio de tendencias, no se haya hecho ninguna tentativa para definir su carácter social, es decir de clase. No hablo de los “sentimientos” de Sokolnikov o de Kámenev o Zinóviev, sino del hecho que los dos principales centros proletarios, sin los cuales no habría Unión Soviética, hayan llegado a votar “por unanimidad” uno contra el otro. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿De qué manera? ¿Cuáles son las condiciones sociales (¿?) especiales (¿?) en Leningrado y en Moscú que han permitido posiciones contrarias tan resueltas y “unánimes”? ¿Nadie las busca, nadie se sorprende? ¿Cuál es, pues, la explicación? Simplemente esa que cada uno sabe en su fuero interno, en silencio (que el antagonismo al cien por cien entre Leningrado y Moscú es obra del aparato). Y esto, Nikolai Ivanovich, esto es el estado real de las cosas. Y lo considero alarmante en el más alto grado. Por favor ¡intente comprender esto!
Alude usted a la forma en que los escalones más elevados de Leningrado están soldados “en sus vidas cotidianas” y piensa usted que, en mi mundo “formalista”, no lo veo. Pero precisamente, por azar y hace algunos días, un camarada me recordó una conversación que habíamos tenido los dos hace más de dos años. En esa época yo proponía aproximadamente la siguiente línea: estando dado el carácter extremo del peso del aparato del régimen de Leningrado, estando dada la arrogancia de aparato de la claque dirigente, es inevitable el desarrollo de un sistema “de protección mutua” especial en las filas más elevadas de la organización, y ello conducirá a su vez a consecuencias muy negativas en la óptica de esos elementos menos estables de los aparatos del partido y del estado. Así, por ejemplo, consideraba como extremadamente peligrosa la especie particular de seguro mediante el aparato del partido, por posiciones militares, económicas y otras funciones oficiales. A través de su lealtad al secretario del comité provincial, se ganaban el derecho, en el dominio de su trabajo oficial, a violar decretos u ordenes en vigor en la base del estado. En el dominio de la “vida cotidiana”, vivían con la confianza que no tendrían que rendir cuentas por sus “insuficiencias” en ese domino mientras permaneciesen leales al secretario del comité provincial. Por otra parte, no albergaban dudas sobre que cualquiera que tratase de alzar contra ellos cualquier objeción moral o ligada al trabajo se encontraría clasificado como opositor con todas las consecuencias que de ello se derivan. Así, se atropella mucho usted cuando piensa que “por el hecho de consideraciones formales sobre la democracia”, yo no había visto la realidad, en particular la de la “vida cotidiana”. No he tenido que esperar al conflicto entre Zinóviev y la mayoría del CC para ver esta realidad poco atractiva y las tendencias peligrosas inherentes a su desarrollo ulterior.
Pero incluso en lo que concierne a la vida cotidiana, Leningrado no está sola. Durante el años pasado, por una parte vimos el asunto Chita y, por la otra, el de Jerson. Naturalmente usted y yo comprendemos que las abominaciones de Chita y Jerson son excepciones precisamente a causa de su exceso. Pero esas excepciones son sintomáticas. Las cosas que se han producido en Chita ¿habrían podido ocurrir si no hubiese habido en Chita, en los escalones superiores, un sistema especial, cerrado, de protección mutua, cuya base es la independencia frente a la base? ¿Ha leído usted el informe de la comisión de encuesta de Schlichter sobre el asunto de Jerson? Ese documento es instructivo en alto grado (no solamente porque caracteriza a algunos del personal de Jerson sino, también, porque caracteriza determinados aspectos del régimen del partido en su conjunto. A la pregunta: “¿Por qué todos los comunistas locales, que conocían los crímenes de los responsables, se mantuvieron tranquilos al menos durante dos o tres años?” Schlichter recibió la siguiente respuesta: “Trate usted solamente de hablar, usted perderá su trabajo, será enviado al campo, etc.” Cito de memoria pero es eso seguro. Y Schilichter exclama: “¿Qué? Hasta ahora únicamente los oposicionistas nos habían dicho que por tal o tal otra opinión habían sido pretendidamente (¿¿??) revocados de su puesto, enviados al campo, etc. Pero ahora escuchamos decir a miembros del partido que no han protestado contra acciones criminales de camaradas dirigentes por miedo a ser despedidos, enviados al campo, excluidos del partido, etc.”. Cito todavía de memoria.
Honestamente debo decir que la exclamación patética de Schlichter (no en una reunión pública sino en un informe al comité central) no me sorprende menos que los hechos sobre los que realizaba la encuesta en Jerson. No hace falta decir que el sistema del terror de aparato no puede detenerse en las pretendidas desviaciones ideológicas, reales o inventadas, sino que debe extenderse inevitablemente a la vida y a la actividad de la organización en su conjunto. Si los comunistas de base tienen miedo de expresar una opinión divergente o que amenaza con divergir de la del secretario del buró, del comité de provincia, de distrito, de comarca, etc., los mismos comunistas de base tendrán aún más miedo a levar la voz contra acciones inadmisibles e incluso criminales de responsables en la dirección central. Una cosa sigue inseparablemente a la otra. Especialmente porque un funcionario moralmente arruinado, que defiende su puesto, su poder o su influencia, atribuye inevitablemente su “ruina” a la última desviación, sea la que sea. En semejantes fenómenos el burocratismo encuentra su expresión más flagrante.
Hoy condena usted el régimen de Leningrado exagerando su carácter de aparato en el proceso, es decir describiendo la situación como si no existiese ningún vínculo ideológico de ningún tipo entre los escalones superiores y la base. Cae usted aquí exactamente en el error opuesto al del que cayó usted cuando, política y organizativamente, siguió la estela de Leningrado (no hace de ello mucho tiempo). Partiendo de este error, trata de alinear una sección con la otra, lo que hace que en la lucha contra los aparatchiks de Leningrado quiera usted… apretar todos los tornillos del aparato más fuerte que nunca. En la resolución del 5 de diciembre de 1923 usted y yo escribimos conjuntamente que las tendencias burocráticas en el aparato del partido hacen nacer, inevitablemente y por reacción, agrupamientos fraccionales. Y desde entonces hemos tenido suficientes ejemplos de ello como para constatar que la lucha del aparato contra los agrupamientos fraccionales agrava las tendencias burocráticas en el aparato.
La lucha puramente administrativa contra la primera “Oposición” (una lucha que no retrocedió ante el uso de cualquier medio organizativo o ideológico) llevó a que todas las decisiones fueran adoptadas por las organizaciones de partido solamente por unanimidad. Usted mismo ha celebrado más de una vez esta unanimidad en la Pravda, y siguiendo el rastro de Zinóviev lo ha descrito como el producto de la unidad ideológica. Pero ha resultado que Leningrado se ha opuesto a Moscú “por unanimidad” y que usted ha decretado que esto es el resultado de la demagogia criminal del aparato esclerotizado de Leningrado. No, el problema es más profundo. Tiene usted delante la última dialéctica de principio de aparato: la unanimidad se transforma a menudo en su contrario. Ahora usted ha entablado exactamente el mismo tipo de lucha utilizando los mismos viejos estereotipos contra la nueva Oposición. El campo ideológico de los escalones dominantes del partido es aun más limitado. Su autoridad ideológica queda reducida inevitablemente. De ahí se deduce la necesidad de una intensificación de la regimentación de aparato. Esa necesidad también le arrastra a usted en el proceso. Hace un año o dos, como dice Kámenev, usted “planteaba objeciones”. Pero ahora usted toma iniciativas aunque, según sus propias palabras, “tiemble de los pies a la cabeza”. Asumo el riesgo de decir que, en este ejemplo, usted, personalmente, representa un barómetro suficientemente preciso y sensible del grado de burocratización en el régimen del partido durante los dos o tres últimos años.
Sé que determinados camaradas, puede que usted entre ellos, hasta han aplicado recientemente un plan que en grandes líneas es este: dar a los obreros en las células la posibilidad de criticar las cosas concernientes al nivel de taller, de fábrica, incluso de distrito y, al mismo tiempo, aplastar resueltamente toda “oposición” que emane de la cumbre del partido. De esta forma debía preservarse el régimen de aparato en su conjunto suministrándole una base más amplia. Pero esta experiencia no ha tenido éxito. Los métodos y hábitos del régimen de aparato emanan naturalmente desde la cumbre. Si cada crítica al comité central e incluso cada crítica en el comité central se asimila, bajo todas las condiciones, a una lucha fraccional por el poder, con todas las consecuencias que de aquí se deducen, entonces el comité de Leningrado llevará adelante exactamente la misma política frente a quienes le critiquen en el dominio de su poder absoluto. Y por debajo del comité de Leningrado hay distritos y subdistritos. Después de esto vienen los grupos de trabajo y los colectivos. La dimensión de la organización no cambia la corriente fundamental. La crítica de un “director rojo” (si tiene el apoyo del secretario de célula) significa la misma cosa para los miembros trabajadores de una fábrica que significaría la crítica del CC para uno de sus miembros, un secretario de comité provincial o un delegado en un congreso. Toda crítica, si trata sobre cuestiones vitales, no puede más que violar el dominio de alguien y quien critique será invariablemente tildado de “desviación”, “habladuría” o, simplemente, de insulto personal. Por ello hay que comenzar todas las resoluciones sobre la democracia de partido y en los sindicatos aún y siempre con las palabras: “A pesar de todas las resoluciones, decretos y directivas de educación, en las zonas locales, tal y tal continúa…” etc. Pero, de hecho, lo que continúa en el plano local es solamente lo que continúa en la cumbre. Utilizando los métodos de aparato para destruir al régimen de aparato en Leningrado llega usted solamente a un régimen Leningrado peor aún.
No se puede dudar ni un instante al respecto. No es un azar que la presión haya sido más fuerte sobre Leningrado que sobre ninguna otra parte. En las provincias rurales con sus células de partido esparcidas, faltando mucha cultura, el papel de aparato de los secretarios del partido aparecerá completamente de forma inminente a causa de las condiciones objetivas. Pero en Leningrado, con el alto nivel político y cultural de sus obreros industriales, las cosas son diferentes. Aquí un régimen de aparato puede mantenerse solamente apretando mucho los tornillos, por una parte, mediante la demagogia por la otra. Aplastando a un aparto tras otro, antes que la base del partido de Leningrado (o antes que el partido en su conjunto) haya entendido cualquier cosa, está usted obligado a comprometer ese trabajo por una contra demagogia que es muy parecida a la demagogia.
No he abordado la cuestión que usted plantea en su nota. Pero las grandes cuestiones sociales se vislumbran a través de la cuestión del régimen del partido. No puedo detenerme en detalle en esta carta ya demasiado larga y, de cualquier manera, no tengo el tiempo. Pero quisiera confiar en que usted comprenda lo que quiero decirle con lo que sigue.
Cuando se levantó en 1923 la Oposición en Moscú (sin la ayuda del aparato local y contra su resistencia), los aparatos centrales y locales descargaron las porras sobre la nuca de Moscú con la consigna: “¡Callaos! No reconocéis al campesinado.” De la misma manera de aparatchik, usted está a punto de chocar hoy en día con la organización de Leningrado gritando: “¡Callaos! No reconocéis al campesino medio”. Haciendo esto aterroriza usted a los hábitos de pensamiento de los mejores elementos proletarios de los dos principales centros de la dictadura proletaria, enseñándoles a no expresar sus propias ideas, sean justas o falsas, incluso su ansia concerniente a las cuestiones generales de la revolución y del socialismo. Y durante ese tiempo, en las zonas rurales, los elementos de la democracia se refuerzan y se atrincheran incontestablemente. ¿Puede usted ver todos los peligros que de ello se derivan?
Digo una vez más que he tocado un único aspecto de la colosal cuestión del futuro destino de nuestro partido y de nuestra revolución. Le estoy personalmente reconocido porque su nota me ha dado la ocasión para expresar estas ideas con usted. ¿Por qué he escrito? ¿Con qué objetivo? Bien, vea usted, pienso que es posible, tanto como necesario e indispensable, hacer una transición del régimen actual del partido a un régimen más sano (sin convulsiones, sin nuevos debates, sin lucha por el poder, sin troica, sin banda de los cuatro etc.), hacia un trabajo normal de todos los organismo del partido en su conjunto, empezando por la misma cumbre, el buró político. He aquí, Nikolai Ivanovich, porque he escrito esta larga carta. Deseo vivamente que continuemos aclarando estas cuestiones y me gustaría confiar que ello no moleste sino que al menos allane el camino hacia un trabajo verdaderamente colectivo en el buró político y en el comité central sin el cual no habrá ningún trabajo colectivo en ninguno de los organismos inferiores del partido. No hace falta decir que esta carta no es, de ninguna de las maneras y en ningún grado, un documento oficial de partido. Es mi carta privada y personal en respuesta a su nota. Está mecanografiada porque ha sido dictada a un mecanógrafo cuya lealtad absoluta al partido y discreción están fuera de toda duda.