Pronunciado: El 28 de diciembre de 1922, en una reunión de la
Fracción Comunista del Décimo Congreso Pan-Ruso de los Soviets, a la que asistieron delegados que no
pertenecían al partido.
Traducción: Matteo David desde Report on the Fourth World Congress. Delivered December 28, 1922 at a Meeting of the Communist Fraction of the Tenth All-Union Congress of the Soviets with Non-Party Delegates
Attending.
HTML: Irene Font, 2017.
Esta edición: Marxists Internet Archive, septiembre
2017. Preparado para marxists.org por grupgerminal.org en Edicions Internacionals Sedov.
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Camaradas,
Ustedes me han invitado a hacer un informe sobre el reciente Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Considero que esto quiere decir que lo que ustedes quieren no es una revisión factual del trabajo del último congreso, ya que en ese caso sería mucho más conveniente recurrir a las actas de sus sesiones, ya disponibles en los boletines impresos, en lugar de escuchar un informe. Mi tarea, según lo entiendo, es tratar de ofrecerles una evaluación de la situación general del movimiento revolucionario y sus perspectivas a la luz de los hechos y de las cuestiones a los que nos enfrentamos en el Cuarto Congreso Mundial.
Naturalmente, esto presupone una mayor o menor familiaridad con la condición del movimiento revolucionario internacional. Quisiera comentar entre paréntesis que nuestra prensa, lamentablemente, está lejos de todo lo debido para familiarizarnos íntimamente con los hechos del movimiento obrero mundial, especialmente el movimiento comunista, como lo hace nuestra prensa con hechos relacionados con nuestra vida económica, con nuestra construcción soviética. Sin embargo, para nosotros estas son manifestaciones de igual importancia. Por mi parte, he recurrido más de una vez (contrariamente a mis hábitos) a las acciones de guerrilla para que nuestra prensa utilice las excepcionales oportunidades que tenemos a nuestra disposición para ofrecerle a nuestro partido una imagen completa, concreta y precisa de lo que ocurre en la esfera de la lucha revolucionaria, haciéndolo día a día sin charlas, homilías o generalizaciones (pues sólo necesitamos generalizaciones de vez en cuando), sino simplemente suministrando hechos y material de la vida interna de cada Partido Comunista.
Creo que en este punto la presión de la opinión pública del partido debe ser llevada a nuestra prensa, cuyos editores leen los periódicos extranjeros y que, basándose en esa prensa, generalizan de vez en cuando, pero de hecho sin ningún material factual. Pero en la medida en que aquí se encuentra la fracción del congreso soviético y, por consiguiente, elementos de partido altamente calificados, asumiré a los efectos de mi informe un conocimiento general de la condición real de los partidos comunistas y de los otros partidos que aún ejercen influencia en el movimiento obrero. Mi tarea es someter a verificación nuestros criterios generales, nuestras opiniones sobre las condiciones y los tiempos de desarrollo de la revolución proletaria desde el punto de vista de nuevos hechos, en particular de los hechos que nos suministraron el Cuarto Congreso de la Comintern.
Camaradas, quisiera decir desde el principio que si nuestro objetivo no es confundirse y no perder nuestra perspectiva, entonces, al evaluar el movimiento obrero y sus posibilidades revolucionarias, debemos tener en cuenta que existen tres grandes esferas que, aunque interdependientes, difieren profundamente entre sí. Primero, ahí está Europa; segundo, Norteamérica; y tercero, los países coloniales, es decir, principalmente Asia y África. La necesidad de analizar el movimiento obrero mundial en términos de estas tres esferas deriva de la naturaleza de nuestros criterios revolucionarios.
El marxismo nos enseña que para que la revolución proletaria sea posible, deben darse, esquemáticamente, tres premisas o condiciones. La primera premisa son las condiciones de producción. La técnica productiva debe haber alcanzado niveles tales como para proporcionar ganancias económicas de la sustitución del capitalismo por el socialismo. En segundo lugar, debe haber una clase interesada en efectuar este cambio y suficientemente fuerte para lograrlo, es decir, una clase numéricamente lo suficientemente grande y desempeñando un papel suficientemente importante en la economía para introducir ese cambio. La referencia aquí está, por supuesto, en la clase obrera. Y en tercer lugar, esta clase debe estar preparada para llevar a cabo la revolución. Debe tener la voluntad de llevarla a cabo, y debe estar lo suficientemente organizada y ser lo suficientemente consciente para ser capaz de llevarla a cabo. Pasamos aquí al dominio de los llamados factores subjetivos y las premisas subjetivas para la revolución proletaria. Si con estos tres criterios (productivo-tecnológico, clase social y subjetivo-político) nos acercamos a las tres esferas indicadas, entonces la diferencia entre ellas se hace notablemente evidente. Verdaderamente, considerábamos la cuestión de la disposición de la humanidad para el socialismo desde el punto de vista productivo-tecnológico mucho más abstracta que ahora. Si consultan nuestros libros antiguos, incluso aquellos que aún no están desactualizados, encontrarán en ellos una estimación absolutamente correcta de que el capitalismo ya se había sobrevivido hace 15 o 20, 25 o 30 años atrás.
¿En qué sentido se pretendía esto? En el sentido de que hace 25 años y más, la sustitución del modo de producción capitalista por los métodos socialistas ya habría representado ganancias objetivas, es decir, la humanidad podría haber producido más bajo el socialismo que bajo el capitalismo. Pero hace 25 o 30 años esto todavía no significaba que las fuerzas productivas ya no fueran capaces de desarrollarse bajo el capitalismo. Sabemos que en todas partes del mundo, incluyendo y especialmente en Europa, que hasta hace poco compartió el papel líder económico y financiero en el mundo, las fuerzas productivas continuaron creciendo. Y ahora podemos fijar el año hasta el que siguieron creciendo en Europa: el año 1913. Esto significa que hasta ese año el capitalismo no representaba un obstáculo absoluto, sino un relativo obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. En el sentido tecnológico, Europa se desarrolló con velocidad y poder sin precedentes desde 1894 hasta 1913, es decir, Europa se enriqueció económicamente durante los 20 años que precedieron a la guerra imperialista. A partir de 1913 (y podemos decirlo positivamente) el desarrollo del capitalismo, de sus fuerzas productivas, se interrumpió un año antes del estallido de la guerra porque las fuerzas productivas se topaban con los límites que les habían fijado la propiedad capitalista y la forma capitalista de apropiación. El mercado se dividió, la competencia se hizo más intensa, y los países capitalistas de ahora en adelante podrían tratar de eliminarse unos a otros del mercado sólo por medios mecánicos.
No es la guerra la que detiene el desarrollo de las fuerzas productivas en Europa, sino que la guerra misma surge de la imposibilidad de las fuerzas productivas de desarrollarse en adelante en Europa bajo las condiciones de la gestión capitalista. El año 1913 marca el gran punto de inflexión en la evolución de la economía europea. La guerra actuó simplemente para profundizar y agudizar esta crisis que se debía al hecho de que el desarrollo económico en las condiciones del capitalismo era absolutamente imposible. Esto se aplica a Europa en su conjunto. En consecuencia, si antes de 1913 tuviéramos la certeza de que el socialismo es más ventajoso que el capitalismo, se deduce que desde 1913 el capitalismo ya significaba una condición de estancamiento absoluto y la desintegración para Europa, mientras que el socialismo proporcionaba la única salvación económica. Esto hace más precisos nuestros puntos de vista con respecto a la primera premisa para la revolución proletaria.
La segunda premisa es la clase obrera. Debe ser suficientemente potente en el sentido económico para obtener el poder y reconstruir la sociedad. ¿Esta condición rige hoy en día? Después de la experiencia de nuestra revolución rusa ya no es posible plantear este interrogante ya que la revolución de octubre fue posible en nuestro país atrasado. Pero hemos aprendido en los últimos años a evaluar el poder social del proletariado a escala mundial de una manera algo nueva y mucho más precisa y concreta. Esas opiniones ingenuas, pseudomarxistas, que exigían que el proletariado constituyera el 75 o el 90 por ciento de la población antes de tomar el poder, esos puntos de vista aparecen como muy infantiles. Incluso en los países donde el campesinado abarca a la mayoría de la población, el proletariado puede y debe llegar al campesinado para lograr la conquista del poder. Absolutamente extraño para nosotros es cualquier tipo de oportunismo reformista en relación con el campesinado. Pero al mismo tiempo, no menos ajeno a nosotros es el dogmatismo. La clase obrera, en todos los países, desempeña un papel social y económico suficientemente grande para poder encontrar un camino hacia las masas campesinas, las nacionalidades oprimidas y los pueblos coloniales, y así asegurarse la mayoría. Después de la experiencia de la Revolución Rusa esto no es una especulación, no es una hipótesis, no es una deducción, sino un hecho incontestable.
Y, finalmente, el tercer requisito: la clase obrera debe estar lista para el derrocamiento y ser capaz de lograrlo. La clase obrera no sólo debe ser suficientemente poderosa para ello, sino que debe ser consciente de su poder y debe ser capaz de aplicar este poder. Hoy podemos y debemos resolver en sus elementos y hacer más preciso este factor subjetivo. Durante los años de la posguerra, hemos observado en la vida política de Europa que la clase obrera está lista para el derrocamiento [del capitalismo], lista en el sentido de esforzarse subjetivamente en él, lista en términos de su voluntad, estado de ánimo y sacrificios, pero todavía carece del liderazgo organizativo necesario. En consecuencia, el estado de ánimo de la clase y su conciencia organizativa no siempre coinciden. Nuestra revolución, gracias a una combinación excepcional de factores históricos, le ofreció a nuestro atrasado país la oportunidad de efectuar la transferencia del poder a manos de la clase obrera, en alianza directa con las masas campesinas. El papel del partido es demasiado claro para nosotros y, afortunadamente, hoy ya está claro para los partidos comunistas de Europa Occidental. No tomar en cuenta el papel del partido es caer en un objetivismo pseudomarxista que presupone una preparación puramente objetiva y automática de la revolución y, por lo tanto, posterga la revolución a un futuro indefinido. Tal automatismo nos es ajeno. Es un punto de vista menchevique, socialdemócrata, del mundo. Sabemos que hemos aprendido en la práctica y estamos enseñando a otros a comprender el enorme papel de lo subjetivo, el factor consciente que representa el partido revolucionario de la clase obrera.
Sin nuestro partido, el derrocamiento de 1917 no habría ocurrido, por supuesto, y todo el destino de nuestro país habría sido diferente. Habría sido condenado de nuevo a vegetar como un país colonial; habría sido saqueado y dividido entre las potencias imperialistas del mundo. Que esto no sucediese fue garantizado históricamente por el armamento de la clase obrera con la espada incomparable de nuestro partido comunista. Esto no sucedió en la Europa de la posguerra.
Existen dos de las tres premisas necesarias. Mucho antes de la guerra las ventajas relativas del socialismo, y desde 1913, y más aún después de la guerra, se ha establecido la absoluta necesidad del socialismo. A falta de socialismo, Europa se desintegra y se desintegra económicamente. Esto es un hecho. La clase obrera en Europa ya no sigue creciendo. Su destino, su destino de clase, corresponde y corre paralelo al desarrollo de la economía. En la medida en que la economía europea, con fluctuaciones inevitables, sufre estancamiento e incluso desintegración, la clase obrera, en tanto que clase no crece socialmente, deja de aumentar numéricamente, pero sufre el desempleo, las terribles acrecencias del ejército de reserva del trabajo, etc., etc. La guerra despertó a la clase obrera en el sentido revolucionario. ¿Era la clase obrera, por su peso social, capaz de llevar a cabo la revolución antes de la guerra? ¿Qué le faltaba? Le faltaba la conciencia de su propia fuerza. Su fuerza creció en Europa automáticamente, casi imperceptiblemente, con el crecimiento de la industria. La guerra sacudió a la clase obrera. Debido a este terrible y sangriento trastorno, toda la clase obrera en Europa estaba impregnada de estados de ánimo revolucionarios al día siguiente de la finalización de la guerra. En consecuencia, uno de los factores subjetivos, el deseo de cambiar este mundo, estaba a la mano. ¿Qué faltaba? Faltaba el partido, el partido capaz de llevar a la clase trabajadora a la victoria.
He aquí cómo se desarrollaron los acontecimientos de la revolución en nuestro propio país y en el extranjero. En 1917, en Rusia tenemos: la revolución de febrero-marzo; y dentro de nueve meses la revolución de octubre. El partido revolucionario garantiza la victoria a la clase obrera y a los campesinos pobres. En 1918, la revolución en Alemania, acompañada de cambios en la cúspide; la clase trabajadora intenta seguir adelante, pero es rechazada una y otra vez. La revolución proletaria en Alemania no conduce a la victoria. En 1919, la erupción de la revolución proletaria húngara: su base es demasiado estrecha y el partido demasiado débil. La revolución fue aplastada en unos pocos meses en 1919. En 1920, la situación ya ha cambiado y sigue cambiando cada vez más bruscamente.
En Francia hay una fecha histórica: el 1 de mayo de 1920. Marcó un giro brusco que tuvo lugar en la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. El estado de ánimo del proletariado francés había sido sobre todo revolucionario, pero tenía una visión demasiado ligera de la victoria. Fue engañado por ese partido y por aquellas organizaciones que habían madurado en el período anterior de desarrollo pacífico y orgánico del capitalismo. El 1 de mayo de 1920, el proletariado francés declaró una huelga general. Este debió haber sido su primer enfrentamiento principal con la burguesía francesa.
Toda la Francia burguesa temblaba. El proletariado que acababa de salir de las trincheras le aterrorizó el corazón. Pero el viejo partido socialista, los viejos socialdemócratas, que no se atrevían a oponerse a la clase obrera revolucionaria y que hacían el llamamiento a la huelga general, hacían todo lo posible para entorpecerla; por otro lado, los elementos revolucionarios, los comunistas, eran demasiado débiles, demasiado dispersos y carentes de experiencia. La huelga del 1 de mayo fracasó. Y si se consultan los periódicos franceses de 1920 se verá en los editoriales y noticias un rápido y decisivo crecimiento de la fuerza de la burguesía. La burguesía percibió inmediatamente su propia estabilidad, reunió el aparato estatal en sus manos y comenzó a prestar cada vez menos atención a las demandas del proletariado y a las amenazas de la revolución.
Ese mismo año, en agosto de 1920, experimentamos un acontecimiento más cercano a nosotros que también provocó un cambio en la relación de fuerzas, no a favor de la revolución. Esta fue nuestra derrota por debajo de Varsovia[1], una derrota que desde el punto de vista internacional está íntimamente ligada al hecho de que en Alemania y en Polonia en ese momento el movimiento revolucionario fue incapaz de alcanzar la victoria porque faltaba un fuerte partido revolucionario disfrutando de la confianza de la mayoría de la clase obrera.
Un mes más tarde, en septiembre de 1920, vivimos el gran movimiento en Italia. Precisamente en ese momento, en el otoño de 1920, el proletariado italiano alcanzó su punto más alto de fermento después de la guerra. Se incautaron fábricas, plantas, ferrocarriles, minas. El estado estaba desorganizado, la burguesía estaba prácticamente postrada, su columna vertebral casi quebrada. Parece que sólo se necesitaba un paso más y que la clase obrera italiana conquistaría el poder. Pero en ese momento, su partido, ese mismo Partido Socialista que había surgido de la época anterior, aunque formalmente adherido a la Internacional Comunista, pero con su espíritu y sus raíces aún en la época anterior, es decir, en la Segunda Internacional, ese partido retrocedió a causa del terror frente a la toma del poder, de la guerra civil, dejando al proletariado expuesto. El ala más resuelta de la burguesía en forma de fascismo y desde donde seguía siendo fuerte, en la policía y en el ejército, lanzó un ataque contra el proletariado. El proletariado resultó destrozado.
Después de la derrota del proletariado en septiembre, observamos en Italia un cambio aún más drástico en la relación de fuerzas. La burguesía se dijo a sí misma: “Así que esa es la clase de gente que eres. Instamos al proletariado a que avance, pero le falta el espíritu para tomar el poder”. Y empujó a los destacamentos fascistas al frente.
A los pocos meses, en marzo de 1921, somos testigos del acontecimiento reciente más importante en la vida de Alemania, los famosos acontecimientos de marzo. Aquí tenemos una falta de correspondencia entre la clase y el partido que se desarrolla desde una dirección diametralmente opuesta. En Italia, en septiembre, la clase obrera estaba ansiosa por la batalla. El partido se echó atrás aterrorizado. En Alemania, la clase obrera también estaba ansiosa por dar la batalla. Luchó en 1918, en el curso de 1919 y en el curso de 1920. Pero sus esfuerzos y sacrificios no se vieron coronados por la victoria porque no tenía a la cabeza un partido suficientemente fuerte, experimentado y cohesionado. En cambio había otro partido a su cabeza que salvó a la burguesía por segunda vez, después de salvarla durante la guerra. Y ahora, en 1921, el Partido Comunista de Alemania, viendo cómo la burguesía estaba consolidando sus posiciones, quiso hacer un heroico intento de cortarle el camino a la burguesía mediante una ofensiva, mediante un golpe, y así se precipitó hacia delante. Pero la clase obrera no lo apoyaba. ¿Por qué no? Porque la clase obrera aún no había aprendido a tener confianza en el partido. Todavía no conocía plenamente a este partido mientras que su propia experiencia en la guerra civil le había traído sólo derrotas en el curso de 1919-20.
Así, en marzo de 1921 se produjo una situación que impulsó a la Internacional Comunista a decir: las relaciones entre los partidos y las clases, entre los partidos comunistas y las clases trabajadoras en todos los países de Europa no están maduras para una ofensiva inmediata, para una batalla inmediata por la conquista del poder. Es necesario proceder con una educación minuciosa de las filas comunistas en un doble sentido, primero, en el sentido de fusionarlas y templarlas y, segundo, en el sentido de conquistar la confianza de la abrumadora mayoría de la clase obrera. Tal fue la consigna de la Internacional Comunista en un momento en que los acontecimientos de marzo en Alemania todavía estaban frescos.
Y luego, camaradas, después del mes de marzo, durante todo el año 1921 y durante 1922 observamos el proceso, en todo caso, del fortalecimiento de los gobiernos burgueses en Europa. Observamos el fortalecimiento de la extrema derecha. En Francia, el Bloque Nacional encabezado por Poincaré sigue en el poder. Pero Poincaré es considerado en Francia, es decir dentro del Bloque Nacional, como un “izquierdista” y lo que se vislumbra en el horizonte es un nuevo y más reaccionario, más pro imperialista ministro de Tardieu. En Inglaterra, el gobierno de Lloyd George, este imperialista con su stock de pacifistas prédicas y proverbios, ha sido suplantado por el ministerio puramente conservador y abiertamente imperialista de Bonar Law. En Alemania, el ministerio de coalición, es decir, uno con una mezcla de socialdemócratas, ha sido reemplazado por un ministerio abiertamente burgués de Kuno. Y, finalmente, en Italia vemos la asunción del poder por Mussolini, el dominio abierto del puño contrarrevolucionario. En el campo económico, el capitalismo está a la ofensiva contra el proletariado. En todos los países de Europa los trabajadores tienen que defender, y no siempre con éxito, la escala de salarios que tenían ayer y la jornada laboral de 8 horas en aquellos países donde se habían ganado legalmente durante o después del último período de la guerra. Tal es la situación general. Es evidente que el desarrollo revolucionario, es decir, la lucha del proletariado por el poder a partir del año 1917, no presenta una curva uniforme y progresivamente ascendente.
Ha habido una ruptura en la curva. Camaradas, para imaginar con mayor claridad la situación por la que pasa ahora la clase obrera, nos sería inútil recurrir a una analogía. La analogía (comparación histórica y yuxtaposición) es un dispositivo peligroso porque una y otra vez la gente trata de extraer de una analogía más de lo que puede dar de sí. Pero dentro de ciertos límites, empleados con fines de ilustración, una analogía es útil. Empezamos nuestra revolución en 1905, después de la guerra ruso-japonesa. Ya en ese momento estábamos atraídos hacia el poder por la lógica de las cosas. 1905 y 1906 trajeron el estancamiento, y las dos Dumas; 1907 trajo el 3 de junio y el golpe del gobierno (las primeras victorias de la reacción que no encontró casi ninguna resistencia) y entonces la revolución retrocedió. 1908 y 1909 ya eran los negros años de la reacción. Y luego sólo gradualmente, comenzando en 1910-11, hubo un ascenso cortado luego por la guerra. En marzo de 1917, llegó la victoria de la democracia burguesa. En octubre, la victoria de los trabajadores y campesinos. Tenemos, pues, dos puntos claves: 1905 y 1917, separados por un intervalo de 12 años. Estos doce años representan en sentido revolucionario una curva quebrada, primero en declive y luego en ascenso.
En un sentido internacional, ante todo en relación con Europa, ahora tenemos algo parecido: la victoria fue posible en 1917 y 1918, pero no la ganamos; la condición última faltaba, el poderoso partido comunista. La burguesía logró restaurar muchas de sus posiciones políticas y políticas militares, pero no las económicas, mientras que el proletariado comenzó a construir su partido comunista ladrillo a ladrillo. En las primeras etapas este partido comunista trató de compensar las oportunidades perdidas con un solo y audaz salto adelante, como en marzo de 1921 en Alemania. Se quemó los dedos. La Internacional Comunista emitió una advertencia: debes conquistar la confianza de la mayoría de la clase obrera antes de atreverte a convocar a los trabajadores a un asalto revolucionario abierto. Esta fue la lección del Tercer Congreso. Un año y medio más tarde se reunió el Cuarto Congreso Mundial.
Al hacer la valoración más general es necesario decir que en el momento en que se celebró el Cuarto Congreso, todavía no se había alcanzado un punto de inflexión, en el sentido de que la Internacional Comunista pudiera decir: “Ahora ya ha sonado la hora del asalto abierto”. El Cuarto Congreso desarrolló, profundizó, verificó y precisó la labor del Tercer Congreso y estuvo convencido de que este trabajo era básicamente correcto.
Dije que en 1908-09, en una arena mucho más estrecha en ese momento, vivimos en Rusia el momento de la más aguda decadencia de la ola revolucionaria en el sentido de los estados de ánimo prevalecientes entre la clase trabajadora (tanto en el sentido del estolipinismo triunfante y el rasputinismo así como, también, en el sentido de la desintegración de las filas avanzadas de la clase obrera). Lo que quedaba como núcleos ilegales eran terriblemente pequeños en comparación con la clase obrera en su conjunto. Los mejores elementos estaban en las cárceles, sirviendo a los trabajadores en las penitenciarías, o en el exilio. 1908-1909 (este fue el punto más bajo del movimiento revolucionario, luego vino un ascenso gradual). Durante los últimos dos años y, en parte, ahora, estamos viviendo un período indudablemente análogo a 1908 y 1909, es decir, el punto más bajo de la lucha revolucionaria directa y abierta.
Todavía hay otro punto de similitud. El 3 de junio de 1907 la contrarrevolución obtuvo una victoria (golpe de Stolypin) en la arena parlamentaria casi sin encontrar resistencia en el país. Y hacia fines de 1907 cayó otro golpe terrible: la crisis industrial. ¿Qué influencia tuvo esto en la clase obrera? ¿Impulsó a los trabajadores a luchar? No. En 1905, en 1906 y en la primera mitad de 1907, la clase obrera ya había entregado sus energías y sus mejores elementos a la lucha abierta. Sufrió la derrota y, tras la derrota, se produjo la crisis comercial industrial que debilitó el papel productivo y económico del proletariado, volviendo su posición aún menos estable. Esta crisis la debilitó tanto en el sentido revolucionario como político. Sólo la expansión comercial e industrial que comenzó en 1909-1910 y que reunió a los trabajadores en fábricas y plantas, volvió a impregnar de confianza a los trabajadores, proporcionó una base importante de apoyo a nuestro partido y le confirió a la revolución un impulso hacia adelante.
Pero en esto también podemos dibujar una cierta analogía. En la primavera de 1921, una terrible crisis comercial estalló en Norteamérica y en Japón después de que el proletariado sufriera derrotas: la derrota en Francia el 1 de mayo de 1920; en Italia, en septiembre de 1920, en Alemania, a lo largo de 1919 y 1920 y especialmente en las jornadas de marzo de 1921. Pero precisamente en ese momento, en la primavera de 1921, se produjo la crisis en Japón y en Norteamérica y en la última parte de 1921 saltó a Europa. El desempleo creció en proporciones inauditas, especialmente, como ustedes saben, en Inglaterra. La estabilidad de la posición del proletariado cayó aún más abajo, después de las pérdidas y desilusiones ya sufridas. Y esto no fortalece sino que, por el contrario y bajo las condiciones dadas de crisis, debilita a la clase obrera. Durante el presente año, y desde finales del año pasado, ha habido signos de cierto renacimiento industrial. En Norteamérica ha alcanzado las proporciones de una verdadera subida, mientras que en Europa sigue siendo una pequeña ondulación irregular. Así, también aquí, en Francia, el primer impulso para el resurgimiento de un movimiento de masas abierto se produjo a partir de una cierta mejora de la coyuntura económica.
Pero aquí, compañeros, cesa la analogía. El auge industrial de 1909 y 1910 en nuestro país y en todo el mundo de antes de la guerra fue un poderoso auge que duró hasta 1913 y llegó en un momento en que las fuerzas productivas aún no habían tropezado con los límites del capitalismo, dando lugar a la masacre imperialista.
El renacimiento industrial que se inició a finales del año pasado sólo indica un cambio en la temperatura del organismo tuberculoso de la economía europea. La economía europea no está creciendo sino que se desintegra, sino que permanece en los mismos niveles sólo en unos pocos países. El más rico de los países europeos, Inglaterra insular, tiene un ingreso nacional al menos un tercio o un cuarto menor que antes de la guerra. Se dedicaron a la guerra, como ustedes saben, con el fin de conquistar los mercados. Terminaron haciéndose más pobres por lo menos en un cuarto o un tercio. Las mejoras de este año han sido mínimas. La disminución de la influencia de la socialdemocracia y el crecimiento de los partidos comunistas a expensas de los socialdemócratas es un síntoma seguro de ello. Como es bien sabido, el reformismo social creció gracias al hecho que la burguesía tenía la posibilidad de mejorar la posición de los sectores más calificados de la clase obrera. En la naturaleza de las cosas, Scheidemann, y todo lo relacionado con él, habría sido imposible sin esto, porque después de todo Scheidemann no representa simplemente una tendencia ideológica, sino una tendencia que surge de ciertas premisas económicas y sociales. Representa una aristocracia obrera que se beneficia del hecho de que el capitalismo es vigoroso y poderoso y tiene la posibilidad de mejorar la condición de, como mínimo, las capas superiores de la clase obrera. Por eso, precisamente, vemos en los años anteriores a la guerra, de 1909 a 1913, el crecimiento más poderoso de la burocracia en los sindicatos y en la socialdemocracia, y el mayor fortalecimiento del reformismo y el nacionalismo entre los círculos más altos de la clase obrera que condujo a la terrible catástrofe de la Segunda Internacional al estallar la guerra.
Y ahora, compañeros, la esencia de la situación en Europa se caracteriza por esto: que la burguesía ya no tiene la posibilidad de engordar las cúspides de la clase obrera porque no es capaz de alimentar a toda la clase obrera normalmente, en el sentido capitalista de la palabra, “normal”. El descenso del nivel de vida de la clase trabajadora es hoy del mismo tipo que el declive de la economía europea. Este proceso comenzó en 1913, la guerra introdujo cambios superficiales en él: después de la guerra se ha revelado con una ferocidad especial. Las fluctuaciones superficiales de la coyuntura económica no alteran este hecho. Esta es la primera y básica diferencia entre nuestra época y la anterior a la guerra.
Pero hay una segunda diferencia y es la existencia de la Rusia soviética como un factor revolucionario. Hay también una tercera diferencia en la existencia de un partido comunista internacional centralizado.
Y observamos, camaradas, que en el momento mismo en que la burguesía marca una victoria superficial tras otra sobre el proletariado, el crecimiento, el fortalecimiento y el desarrollo sistemático del partido comunista no se retarda sino que avanza. Y aquí está la diferencia más importante y fundamental entre nuestra época y la de 1905 a 1917.
Como ven, lo que he dicho se refiere principalmente a Europa. Sería incorrecto aplicarlo totalmente a Norteamérica. En Norteamérica también el socialismo es más ventajoso que el capitalismo. Y sería aún más correcto decir que especialmente en Norteamérica el socialismo sería más ventajoso que el capitalismo. En otras palabras, si las actuales fuerzas productivas norteamericanas se organizaran siguiendo los principios del colectivismo, se produciría una fabulosa floración de la economía.
Pero en relación a Norteamérica sería incorrecto decir, como decimos en relación con Europa, que el capitalismo ya representa el cese del desarrollo económico. Europa se está pudriendo, Norteamérica está prosperando. En los primeros años, o más correctamente en los primeros meses, en los primeros veinte meses después de la guerra, podría haber parecido que Estados Unidos se vería inmediatamente socavado por el colapso económico de Europa en tanto Estados Unidos utilizó y explotó el mercado europeo en general y la guerra como mercado en particular. Este mercado se ha marchitado y se ha secado, y después de haber sido privado de uno de sus accesorios, la monstruosa torre babilónica de la industria norteamericana amenazó con inclinarse y caer por completo. Pero Norteamérica, al haber perdido el mercado europeo del alcance anterior (además de explotar su propio mercado interior rico con una población de 100 millones de habitantes), se está apoderando y se ha apoderado cada vez más de los mercados de algunos países europeos (los de Alemania y en gran medida los de Gran Bretaña). Y vemos, en 1921-1922, la economía norteamericana pasando por una verdadera expansión comercial e industrial en un momento en que Europa está experimentando sólo una repercusión lejana y débil de esta recuperación.
En consecuencia, las fuerzas productivas en Norteamérica se desarrollan todavía bajo el capitalismo, mucho más lentamente, por supuesto, de lo que se desarrollaría bajo el socialismo, pero se desarrollan sin embargo. Cuánto tiempo seguirán haciéndolo es otra cuestión. La clase obrera norteamericana, en su poder económico y social, por supuesto que ha madurado plenamente para la conquista del poder estatal, pero en sus tradiciones políticas y organizativas está incomparablemente más alejada de la conquista del poder que la clase obrera europea. Nuestro poder (el poder de la Internacional Comunista) sigue siendo muy débil en Norteamérica. Y si uno pregunta (naturalmente esto es sólo una hipotética presentación de la pregunta) qué tendrá lugar primero la victoriosa revolución proletaria en Europa o la creación de un poderoso partido comunista en Norteamérica, entonces, sobre la base de todos los hechos ahora disponibles (y, naturalmente, todo tipo de hechos nuevos son posibles, como por ejemplo una guerra entre Norteamérica y Japón, y la guerra, camaradas, es una gran locomotora de la historia), la situación actual siguiendo ulteriormente su desarrollo lógico, entonces me atrevería a decir que hay muchas más posibilidades de que el proletariado conquiste el poder en Europa antes de que un poderoso partido comunista se eleve y se desarrolle en Norteamérica[2]. En otras palabras, así como la victoria de la clase obrera revolucionaria en octubre de 1917 fue la premisa para la creación de la Internacional Comunista y para el crecimiento de los partidos comunistas en Europa, el triunfo del proletariado en los países más importantes de Europa será la premisa para los rápidos avances revolucionarios en Norteamérica. La diferencia entre estas dos áreas radica en esto, que en Europa la economía declina y disminuye con el proletariado que ya no está creciendo productivamente (porque no hay espacio para el crecimiento), pero que espera el desarrollo del partido comunista, mientras que en Norteamérica, que explota la desintegración de Europa, el progreso económico sigue avanzando.
La tercera esfera está constituida por las colonias. Se entiende que las colonias (Asia y África, hablo de ellas como una unidad), a pesar de que, como Europa, contienen las mayores gradaciones, si se toman de forma independiente y aislada, no están absolutamente listas para la revolución proletaria pero si se toman aisladamente, entonces el capitalismo todavía tiene una larga posibilidad de desarrollo económico en ellas. Pero las colonias pertenecen a los centros metropolitanos y su destino está íntimamente ligado al destino de estos centros metropolitanos europeos.
En las colonias se observa el creciente movimiento revolucionario nacional. Los comunistas representan allí sólo pequeños núcleos implantados entre los campesinos. De modo que en las colonias tenemos principalmente movimientos nacionales pequeño-burgueses y burgueses. Si preguntaran sobre las perspectivas del desarrollo socialista y comunista de las colonias, diría que esta cuestión no puede plantearse de manera aislada. Por supuesto, después de la victoria del proletariado en Europa, estas colonias se convertirán en el escenario de la influencia cultural, económica y de cualquier otra índole ejercida por Europa, pero para ello deben desempeñar primero su papel revolucionario paralelo al papel de proletariado europeo. En este sentido, el proletariado europeo, particularmente el de Francia y, en primer lugar, el de Gran Bretaña, está haciendo demasiado poco. El crecimiento de la influencia de las ideas socialistas y comunistas, la emancipación de las masas trabajadoras de las colonias, el debilitamiento de la influencia de los partidos nacionalistas pueden estar asegurados no sólo por el papel de los núcleos comunistas nativos sino, además, por la lucha revolucionaria del proletariado de los centros metropolitanos por la emancipación de las colonias. Sólo de esta manera el proletariado de los centros metropolitanos demostrará a las colonias que hay dos naciones europeas, una la del opresor y la otra la del amigo. Sólo de esta manera el proletariado dará un nuevo impulso a las colonias que derribarán la estructura del imperialismo y realizarán así un servicio revolucionario para la causa proletaria.
Camaradas, hasta hace poco no conseguimos diferenciar adecuadamente entre Europa y Norteamérica. Y el lento desarrollo del comunismo en Norteamérica podría haber inspirado algunas ideas pesimistas en el sentido de que, en lo que respecta a la revolución, Europa debe esperar a Estados Unidos. ¡De ningún modo!
Europa no puede esperar. En otras palabras, si la revolución europea se pospone durante muchas décadas, significaría la eliminación de Europa en general como una fuerza cultural. Como todos saben, la filosofía que ahora está de moda en Europa es la de Spengler: la filosofía de la decadencia de Europa. A su manera, ésta es una premonición de clase correcta por parte de la burguesía. Ignorando al proletariado que sustituirá a la burguesía europea y ejercerá el poder, hablan del declive de Europa. Por supuesto, si esto ocurriera en realidad, el resultado inevitable sería, si no una decadencia, una prolongada decadencia económica y cultural de Europa y luego, después de un lapso de tiempo, la revolución norteamericana vendría y tomaría a Europa a cuestas. Pero no hay motivos serios para tal pronóstico, pesimista desde el punto de vista de los intervalos de tiempo. Es cierto que las especulaciones sobre los intervalos de tiempo son bastante poco fiables y no siempre serias, pero quiero decir que no hay razón para pensar que entre el año 1917 (el comienzo de la nueva época revolucionaria en Europa) y las grandes victorias del Occidente de Europa, debe haber un lapso de muchos años más que el transcurrido entre nuestro 1905 y nuestro 1917. Hasta la victoria, han transcurrido doce años en nuestro país desde el comienzo de la revolución, desde la experiencia inicial. Por supuesto, no sabemos cuántos años pasarán entre 1917 y la primera victoria importante y estable en Europa. No está excluido que pasen menos de doce años.
En cualquier caso, la mayor ventaja hoy en día radica en la existencia de la Rusia soviética y de la Internacional Comunista, la organización centralizada de la vanguardia revolucionaria e, íntimamente ligada a ella, el fortalecimiento organizacional sistemático de los partidos comunistas en varios países. Esto no siempre significa su crecimiento numérico. Naturalmente, en 1919-1920, cuando las primeras esperanzas del proletariado estaban todavía frescas, las filas de los partidos comunistas se inundaron (como siempre ocurre en tiempos de marea alta) y las organizaciones comunistas se llenaron de elementos inestables. Algunos de estos elementos se han retirado, pero no ha cesado el crecimiento del partido en términos de su temperamento, en términos de mayor claridad ideológica, en términos de centralización y vínculos internacionales.
Este crecimiento es innegable y encuentra su expresión tanto en el hecho que el Cuarto Congreso Mundial inició la redacción de un programa internacional (por primera vez en la historia del proletariado) como en el hecho de que el Cuarto Congreso, con la elección del Comité Ejecutivo, creó por primera vez un órgano centralista que no se basaba en principios federalistas, no en base a representantes delegados de diversos partidos, sino como un órgano elegido por el Cuarto Congreso. Y ese Comité Ejecutivo se ha encargado de los destinos de la Internacional Comunista hasta el próximo congreso.
Después del Cuarto Congreso, la Internacional Comunista se enfrenta a dos tareas íntimamente relacionadas entre sí. La primera tarea es continuar la lucha contra las tendencias centristas que expresan los repetidos y persistentes intentos de la burguesía por medio de su izquierda de utilizar el carácter prolongado del desarrollo revolucionario[3] hundiendo sus propias raíces dentro de la Internacional Comunista. La lucha contra el centrismo dentro de la Internacional Comunista y la purga ulterior de este partido mundial, ésta es la primera tarea. La segunda es la lucha por la influencia sobre la abrumadora mayoría de la clase obrera.
Estos dos problemas se plantearon muy intensamente en el Tercer Congreso[4], especialmente en relación con nuestro partido francés que llegó al congreso representado por dos facciones: el centro y la izquierda. Después de los acontecimientos de 1920, se dividió nuestro partido italiano. En el verano de 1921, el centro italiano, los llamados maximalistas encabezados por Serrati, ya no estaban presentes en nuestro congreso (el Tercero) y fueron declarados expulsados del internacional. En el partido francés estas mismas dos tendencias se delinearon en vísperas del Cuarto Congreso. El paralelismo en muchos aspectos entre los movimientos italiano y francés ha sido previamente comentado. Y aquí hay un hecho de la mayor significación sintomática: a pesar del triunfo de la contrarrevolución en Italia como en Europa en general, al que ya me he referido, observamos precisamente en Italia, donde el comunismo ha sufrido su peor derrota, no desintegración, no un retroceso, sino, por el contrario, un nuevo impulso hacia la Internacional Comunista. Los maximalistas, dirigidos por Serrati, a quienes expulsamos (y con razón por la conducta verdaderamente traicionera), estos maximalistas, habiendo partido con los reformistas durante el movimiento de septiembre de 1920, comenzaron a llamar a las puertas de la Internacional Comunista en vísperas del Cuarto Congreso. ¿Qué significa esto? Significa un nuevo impulso revolucionario a la izquierda por parte de un sector de la vanguardia proletaria.
Había muchas indicaciones de que los centristas franceses repetirían el curso de los maximalistas italianos, es decir, se escindirían de nosotros. Por supuesto, nos habríamos reconciliado, incluso con tal resultado, sabiendo que al final la izquierda tendría la ventaja. Sin embargo, los centristas franceses, con Cachin y Frossard a la cabeza, han aprendido algo de la experiencia de los maximalistas italianos que llegaron a Moscú con las cabezas agachadas en arrepentimiento después de haber roto con Moscú. Todos ustedes deben familiarizarse con la resolución sobre el partido francés adoptada por el Cuarto Congreso[5]. Estas resoluciones son a su manera bastante draconianas, sobre todo si se tiene en cuenta la moral y las costumbres de Francia y de su antiguo Partido Socialista. La exigencia de una ruptura total con todas las instituciones de la burguesía es algo que nos parece evidente. Pero en Francia, donde cientos y cientos de miembros del partido comunista pertenecían a las logias masónicas, a las Ligas democráticas burguesas para la defensa de los derechos del hombre, etc., etc., existe la exigencia de una ruptura total con la burguesía, la expulsión de todos los masones y similares representa un vuelco completo en la vida del partido.
En el congreso se adoptó una demanda al partido francés de que se eligieran entre los obreros y campesinos nueve décimas partes de los candidatos para todos los puestos electorales, el parlamento, los consejos municipales, los consejos cantonales, etc. En un país en el que toda una legión de intelectuales, abogados y carreristas acuden a las puertas de los diversos partidos cuando olfatean el olor de un mandato y sobre todo una perspectiva de poder, etc., los que conocen las condiciones existentes en el partido francés comprenderá que la demanda de avanzar a los trabajadores y campesinos directamente desde el banco de trabajo y el arado hasta las nueve décimas partes de los puestos electorales representa el mayor trastorno posible en la vida del partido francés. El ala izquierda, que es aproximadamente tan fuerte numéricamente como el centro, estaba a favor de esto. El centro vacilaba mucho.
Comprendimos que esta cuestión era muy delicada y que nuestras botas de Moscú habían pisado un callo muy sensible y esperábamos cómo reaccionaría París ante los estímulos de Moscú: los últimos telegramas testifican que se intentó romper con Moscú. Morizet es nombrado como el iniciador de este intento. Nos visitó en Moscú y escribió un libro muy comprensivo. (Una cosa es escribir en París un libro de simpatía sobre la Revolución Rusa, otra cosa es preparar la revolución francesa). Este Morizet, junto con Soutif (ambos miembros del comité central), propusieron dividir y proclamar la formación de un partido independiente sin esperar el regreso de la delegación francesa de Moscú. Pero había tanta presión de las bases, la disposición de las bases para aceptar las decisiones del Cuarto Congreso era tan clara y manifiesta, que se vieron obligados a batirse en retirada. Y aunque se abstuvieron (sólo se abstuvieron), el comité central titular, compuesto enteramente de centristas, sin un solo miembro del ala izquierda y quizá sin entusiasmo general entre todos los miembros del comité central, no obstante, votó a favor de someterse a las decisiones de Moscú.
Repito, camaradas, este hecho puede parecer secundario desde el punto de vista de las perspectivas del mundo. Pero si hubiéramos seguido la vida de la clase obrera francesa y de su vanguardia comunista cotidianamente (y debemos aprender a hacerlo por medio de nuestra prensa), todos habríamos dicho que sólo ahora, sólo después del Cuarto Congreso, el comunismo francés ha dado un golpe de timón de tal manera que le garantizará un rápido progreso en la conquista de la confianza de las amplias masas trabajadoras de Francia. Esto es tanto más cierto porque no hay otra clase obrera en este mundo que haya sido engañada con tanta frecuencia, tan desvergonzadamente y vilmente, como la clase obrera francesa. Desde finales del siglo XVIII ha sido engañada durante todas las revoluciones por la burguesía en todas sus manifestaciones. Entre todos los partidos de la Segunda Internacional, los socialistas franceses de las épocas anteriores a la guerra, y en la preguerra, elaboraron la técnica más refinada y el virtuosismo de la traición. Por eso la clase obrera francesa, con su magnífico temperamento revolucionario, reaccionó inevitablemente con la mayor desconfianza incluso hacia el nuevo partido comunista. Había visto a “socialistas” bajo todo tipo de etiquetas. Había visto a las organizaciones que, sin importar cómo cambiaran sus chaquetas, seguían siendo pasadizos para carreras, diputados, periodistas de todo tipo, ministros, etc. Briand, Millerand, y todo el resto, después de todo, provienen del viejo Partido Socialista. Ningún otro proletariado en el mundo ha pasado por una tal escuela de engaño y explotación política. De ahí la desconfianza, de ahí la indiferencia política: de ahí las influencias y prejuicios sindicalistas.
Lo que necesitamos es que nuestro partido comunista se presente ante la clase obrera y demuestre en la acción que no es un partido como los otros partidos sino la organización revolucionaria de la clase obrera. Que no hay espacio en sus filas para los carreristas, los francmasones, los demócratas y los timadores. Por primera vez esta demanda ha sido presentada y aceptada. Además se ha fijado una fecha: el 1 de enero de 1923 vence el plazo. Ni un solo francmasón, ni un solo carrerista, hasta el 1 de enero de 1923. Sólo quedan unos cuantos días. Camaradas, estos son hechos de suma importancia. [Aplausos]
Se planteó muy agudamente otra cuestión igualmente relacionada con Francia: la cuestión del frente único. Como ustedes saben, la consigna del frente único surge de dos causas. En primer lugar, los comunistas siguen siendo una minoría en Francia, en Alemania, en todos los países de Europa, con excepción de Bulgaria y tal vez de Checoslovaquia, influenciamos y controlamos a menos de la mitad del proletariado. Al mismo tiempo, el desarrollo revolucionario ha empezado a demorarse. El proletariado quiere vivir y luchar, pero se encuentra dividido. Bajo estas condiciones es bajo las que los comunistas deben conquistar la confianza de esta clase obrera. ¿En base a qué? Sobre la base de la lucha en su totalidad. Sobre la base de las luchas cotidianas actuales, sobre la base de cada demanda, en cada huelga, en cada manifestación. El comunista debe estar en la vanguardia. El comunista debe conquistar la confianza de aquellos que todavía no confían en él hoy en día. De ahí la consigna del frente único; De ahí la cohesión interna, la expulsión de nuestras filas de todo lo ajeno a nosotros en espíritu y una lucha simultánea por conquistar a aquellos elementos proletarios que todavía confían en estos oportunistas, oportunistas, francmasones y similares.
Esta es una tarea doble pero estrechamente relacionada. Los comunistas franceses, especialmente los centristas que, bajo la presión de los disidentes, es decir, de los socialistas franceses, habían tolerado a los francmasones en sus filas y rechazaron la táctica del frente único, han propuesto aplicar la táctica del frente único en conexión con la demanda de amnistía política. Cito a Francia porque estas preguntas encontraron su expresión más aguda en ese país.
Cuando Frossard, secretario del partido francés, propuso en nombre de los comunistas a los disidentes, es decir, socialistas, patriotas, reformistas, que participasen en una acción conjunta para obtener la amnistía para los revolucionarios obreros [represaliados] durante la guerra o en el período de posguerra; tan pronto como se hizo esta oferta, los líderes más astutos de los disidentes respondieron de inmediato de una manera que es típica e instructiva en el más alto grado. Hemos tenido respuesta y encontraremos esta respuesta más veces. Los disidentes dijeron: “ustedes comunistas se han vuelto hacia nosotros y, en consecuencia, ustedes reconocen que no somos traidores de la clase obrera. Pero queremos tiempo para pensar en su oferta y ver si o no están escondiendo un as en sus mangas”. Por la prensa me enteró de que en La Haya el camarada Radek escribió un artículo muy descortés sobre Vandervelde y Scheidemann y, al mismo tiempo, ofreció a los socialdemócratas locales y seguidores de Ámsterdam un frente único contra el militarismo y el peligro de la guerra.
Conociendo el carácter irascible del camarada Radek, estoy dispuesto a admitir que su artículo no fuera muy amable. Pero la reacción de los señores amsterdamistas fue bastante típica: “Miren aquí [decían] esto significa una de dos cosas. O bien debes admitir que no somos traidores en vistas de que nos propones un frente único, o estaremos firmemente convencidos de que ocultas no sólo artículos irrespetuosos, sino ases tramposos y algo peor en tus mangas”.
Camaradas, esta posición por supuesto constituye una admisión más amplia de la bancarrota. Al leer esto me recordé los comentarios de ciertos ingenios parisinos en el período de nuestra emigración cuando los socialdemócratas propusieron debatir con Burtsev. Señalaron que la respuesta de Burtsev al rechazar el debate equivalía a su dicho: “Soy un viejo pájaro sabio y no puedes atraparme. Lo que buscas en una discusión es exponer mi débil mentalidad, pero me niego a morder ese cebo”.
Los caballeros de la Segunda Internacional son más astutos que Burtsev, pero muerden el mismo cebo. ¿Cuál es el contenido del as escondido en nuestras mangas? Es esto: que decimos que estas personas son incapaces de luchar, incapaces de defender los intereses del proletariado. Y nos dirigimos a su ejército, es decir, a aquellos obreros que todavía les siguen y confían en ellos y les decimos: “Estamos proponiendo a sus líderes una cierta manera de luchar conjuntamente con nosotros por la jornada laboral de 8 horas, por la amnistía política y contra los recortes salariales. ¿Cuál es nuestro as escondido en la manga? Por supuesto que si ustedes, amsterdamistas y socialdemócratas, se muestran en esta lucha como cobardes y traidores, una parte de sus trabajadores vendrá a nosotros. Pero si, por el contrario a las expectativas, resultan ser tigres y leones revolucionarios, entonces tanto mejor para ustedes. Inténtelo.”
Este es el contenido de nuestro cebo. Nuestra trampa es simple. Es tan simple, pero al mismo tiempo es inatacable. Es imposible escaparse lejos de ella. No importa si Burtsev está de acuerdo o se niega a discutir por temor a revelar que no es bueno. En cualquier caso, no sigue siendo bueno, y no puede remediar la situación. En otras palabras, la consigna del frente único ya juega un papel enorme en todos los países europeos en educar a las masas trabajadoras sobre los comunistas y plantear ante los trabajadores que aún no confían en los comunistas la siguiente propuesta:
“No creen ustedes ni en los métodos revolucionarios ni en la dictadura revolucionaria. Muy bien. Pero nosotros los comunistas les proponemos ustedes y a su organización que luchemos lado a lado para lograr esas reivindicaciones que están avanzando hoy.”
Este es un argumento incuestionable. Educa a las masas sobre los comunistas y les muestra que la organización comunista es la mejor para luchas parciales también. Repito que hemos logrado grandes éxitos en esta lucha. Y junto a la creciente cohesión interna de los partidos comunistas observamos el crecimiento de su influencia política y su mayor capacidad de maniobra cada vez mayor. Esto es algo que les ha faltado especialmente.
Del frente único se deriva la consigna de un gobierno obrero. El Cuarto Congreso lo sometió a una discusión exhaustiva y una vez más lo confirmó como la consigna política central para el próximo período. ¿Qué significa la lucha por un gobierno obrero? Los comunistas sabemos, por supuesto, que un verdadero gobierno obrero en Europa se establecerá después de que el proletariado derribe a la burguesía junto con su mecanismo democrático e instale la dictadura del proletariado bajo la dirección del partido comunista. Pero para lograr esto es necesario que el proletariado europeo en su mayoría apoye al partido comunista.
Pero esto todavía no se ha logrado y por eso nuestros partidos comunistas dicen en cada ocasión apropiada:
“¡Trabajadores socialistas, sindicalistas, anarquistas y no partidarios! Los salarios están siendo reducidos y menos queda de la jornada laboral de 8 horas; el costo de vida está en alza. Tales cosas no ocurrirían si todos los trabajadores, a pesar de sus diferencias, pudieran unirse e instalar su propio gobierno obrero.”
Y la consigna de un gobierno obrero se convierte así en una cuña incrustada por los comunistas entre la clase obrera y todas las demás clases; y en la medida en que los círculos superiores de la socialdemocracia, los reformistas, están unidos a la burguesía, más y más incidirá, y ya está empezando a arrancar el ala izquierda de los trabajadores socialdemócratas de sus líderes. Bajo ciertas condiciones, la consigna de un gobierno obrero puede convertirse en una realidad en Europa. Es decir, puede llegar un momento en que los comunistas, junto con los elementos de izquierda de la socialdemocracia, establezcan un gobierno obrero de una manera similar a la nuestra en Rusia, cuando creamos un gobierno obrero y campesino junto con la izquierda de Socialistas Revolucionarios. Tal fase constituiría una transición a la dictadura del proletariado, la plena y completa. Pero en este momento el significado de la consigna de un gobierno obrero no radica tanto en la forma y condiciones de su realización en la vida como en el hecho de que en la actualidad esta consigna opone a la clase obrera como un todo políticamente a todas las demás clases, es decir, a todas las agrupaciones del mundo político burgués.
En el Cuarto Congreso nos enfrentamos concretamente a la cuestión de un gobierno obrero con respecto a Sajonia. Allí los socialdemócratas, junto con los comunistas, comprenden una mayoría ante la burguesía en el landtag sajón. Creo que hay 40 diputados socialdemócratas y 10 diputados comunistas, mientras que el bloque burgués totaliza menos de 50. Y así, los socialdemócratas les propusieron a los comunistas la formación conjunta de un gobierno obrero en Sajonia. En nuestro partido alemán hubo algunas dudas y vacilaciones sobre este tema. La cuestión se examinó aquí en Moscú y se decidió rechazar la propuesta. ¿Qué quieren realmente los socialdemócratas alemanes? ¿Qué pretendían con esta propuesta? Todos ustedes saben que la república alemana está encabezada por un socialdemócrata, Ebert. Bajo Ebert hay un gobierno burgués, llamado al poder por Ebert. Pero en Sajonia, uno de los sectores más proletarizados de Alemania, se propone instituir un gobierno del trabajo, de la coalición entre socialdemócratas y comunistas. El resultado sería: un verdadero gobierno burgués en Alemania, sobre el país en su conjunto, mientras que en el landtag de una de las regiones de Alemania estaría actuando como un pararrayos una coalición gubernamental socialdemócrata y comunista.
En el Comintern damos la siguiente respuesta: si ustedes, nuestros camaradas comunistas alemanes, opinan que es posible en Alemania una revolución en los próximos meses, entonces les aconsejamos que participen en Sajonia en un gobierno de coalición y utilicen sus puestos ministeriales en Sajonia para el fomento de las tareas políticas y de organización y para transformar a Sajonia, en cierto sentido, en un campo de batalla comunista para tener un baluarte revolucionario ya reforzado en un período de preparación para el estallido próximo de la revolución. Pero esto sólo sería posible si la presión de la revolución ya se hiciera sentir, sólo si ya estaba al alcance de la mano. En ese caso, implicaría sólo la toma de una sola posición en Alemania a la que está destinado a capturar en su conjunto. Pero en la actualidad, por supuesto, jugará en Sajonia el papel de un apéndice, un apéndice impotente porque el propio gobierno sajón es impotente ante Berlín, y Berlín es un gobierno burgués. El Partido Comunista de Alemania estaba en total acuerdo con esta decisión y las negociaciones fueron interrumpidas. La propuesta de los socialdemócratas a los comunistas (mucho más débiles que los socialdemócratas y perseguidos por estos socialdemócratas) de compartir el poder con ellos en Sajonia es, desde luego, una trampa. Pero en esta trampa se expresaba la presión de las masas trabajadoras por la unidad. Esta presión ha sido evocada por nosotros. Y esta presión, en la medida en que opera para arrancar a la clase obrera de la burguesía, funcionará a nuestro favor en última instancia.
Camaradas, he dicho que hay una marea de la reacción concentrada ahora que barre sobre Europa y sus cúspides superiores del gobierno. La victoria de los tories en Inglaterra; el bloque nacional de Poincaré con una perspectiva de Tardieu en Francia; en Alemania, que todavía hoy se denomina República Socialista (se la calificó apresuradamente en noviembre de 1918), hay un gobierno puramente burgués; y finalmente en Italia está la asunción de poder por Mussolini.
Mussolini es una lección que se da a Europa con respecto a la democracia, sus principios y sus métodos. En algunos aspectos esta lección es análoga (desde el extremo opuesto, por supuesto) a la que dimos a Europa a principios de 1918 disolviendo la Asamblea Constituyente. Mussolini es una lección para Europa, una lección que es instructiva en el más alto grado.
Italia es un viejo país de cultura, con tradiciones democráticas, con el sufragio universal, etc., etc. Cuando el proletariado asustaba a la burguesía, pero no podía, debido a la traición de su propio partido, darle el golpe de muerte, la burguesía puso en marcha todos sus elementos más activos, encabezados por Mussolini, un renegado del socialismo y del proletariado. Se movilizó un ejército privado y se equipó de un extremo a otro del país con fondos supuestamente extraídos de fuentes misteriosas, pero que procedían principalmente de recursos gubernamentales, en parte de los fondos secretos italianos y, en gran parte, de los subsidios franceses a Mussolini. Bajo la égida de la democracia se organizó la organización de las tropas de asalto de la contrarrevolución que en el curso de dos años llevó a cabo ataques contra los distritos obreros y trenzó un anillo de sus tropas alrededor de Roma. La burguesía vaciló porque no estaba segura de que Mussolini fuera capaz de hacer frente a la situación. Pero cuando Mussolini demostró su habilidad, todos se inclinaron ante él.
El discurso pronunciado por Mussolini en el parlamento italiano debería ser publicado y colocado en todas las instituciones y casas obreras de Europa Occidental. Lo que dijo es lo siguiente: “Podría expulsarlos a todos y convertir este Parlamento en un campamento para mis fascistas. Pero no necesito hacerlo porque lamerán mis botas.” Y todos respondieron: “¡Oíd, oíd!” Y los demócratas italianos le preguntaron: “¿Por qué bota quieres que comencemos, por la derecha o por la izquierda?”
Camaradas, esta es una lección de excepcional importancia para la clase obrera europea que en sus capas superiores está corroída por sus tradiciones, por la democracia burguesa, por la hipnosis deliberada de la legalidad.
He dicho que la organización comunista centralizada del Comintern y la existencia de la república soviética constituyen las mayores conquistas de la clase obrera europea y mundial en esta época de los triunfos en el lecho de muerte de la burguesía europea, en esta época de ruptura del ascenso en la curva de la revolución. Lo esencial de la cuestión no es que nosotros, Rusia, realicemos propaganda internacionalista. Por supuesto sucede que camaradas rusos como Radek y Lozovsky, por ejemplo, logran, para nuestra sorpresa, llegar a La Haya y escribir artículos irrespetuosos y despertar la ira de los pacifistas de ambos sexos, etc. Esto, compañeros, es por supuesto muy valioso y muy gratificante, pero sigue siendo de importancia secundaria.
Tampoco es esencial el hecho de que en Moscú se extienda la hospitalidad a los congresos del Comintern. Por supuesto que es algo bueno, pero nuestra propaganda no consiste en dar la bienvenida a nuestros camaradas de Italia, Alemania y otros lugares, y asignarles habitaciones en el Hotel Lux (mal ambientadas, por supuesto, ya que todavía no hemos aprendido a operar eficientemente los sistemas de calefacción). La esencia radica en la existencia misma de la república soviética. Nos hemos acostumbrado a este hecho. La clase obrera mundial parece, en cierto sentido, haberse acostumbrado a ella. Por otro lado, la burguesía también pretende, hasta cierto punto, haberse acostumbrado. Pero para entender el significado de la revolución de la existencia de la república soviética, imaginemos por un momento que esta república ya no existe. Con Mussolini en Italia, Poincaré en Francia, Bonar Law en Inglaterra, el gobierno burgués en Alemania, la caída de la república soviética significaría el aplazamiento de la revolución europea y mundial por décadas. Significaría la verdadera decadencia de la cultura europea. Entonces surgiría el socialismo desde Norteamérica, desde Japón, desde Asia. Pero en vez de especular en términos de décadas, lo que nos esforzamos es traer esta cuestión a su consumación en los próximos años. [Aplausos] Para esto existe la oportunidad más grande y más amplia.
Una vez establecida una relación correcta con el campesinado, ¿qué es el proletariado, de un país tan atrasado como el nuestro? Ya hemos visto lo que es con nuestros propios ojos, y nuestro Congreso Soviético de toda la Unión, que ahora se reúne en Moscú, está demostrando lo que significa el poder del proletariado, rodeado y bloqueado por el mundo entero, pero arrastrando al campesinado tras él. La clase obrera europea y mundial saca su fuerza y energía de esta fuente, de la Rusia soviética. Tenemos el poder. En nuestro país los medios de producción están nacionalizados. Este es un gran triunfo en manos de las masas trabajadoras de Rusia y, al mismo tiempo, es la promesa de un desarrollo acelerado de la revolución en Europa.
Aunque [la clase trabajadora] norteamericana quedase atrasada tendríamos una ventaja. Durante la guerra imperialista, la burguesía norteamericana se calentó las manos en la hoguera europea. Pero, compañeros, una vez que la conflagración revolucionaria empiece a barrer Europa, la burguesía norteamericana no podrá mantenerse por mucho tiempo. No está escrito en ninguna parte que el proletariado europeo deba esperar hasta que el proletariado norteamericano aprenda a no sucumbir a las mentiras de su burguesía depravada. En ninguna parte está escrito esto. En la actualidad la burguesía norteamericana mantiene deliberadamente a Europa en una condición de decadencia. Con la sangre y el oro europeos, la burguesía norteamericana emite órdenes a todo el mundo, envía plenipotenciarios a conferencias en las que no están obligados a comprometerse. Estos emisarios no hacen nada más que tomar sus propias decisiones, y de vez en cuando plantan su pie norteamericano sobre la mesa y los diplomáticos de los países europeos no pueden dejar de notar que este pie está calzado en una excelente bota norteamericana. Y con esta bota Norteamérica dicta sus propias leyes a Europa. La burguesía europea, no sólo de Alemania y de Francia, sino también la de Gran Bretaña, hociquea sobre sus patas traseras a la burguesía estadounidense que agotó a Europa en tiempos de guerra con su apoyo, con sus préstamos, con su oro, y que ahora mantiene a Europa en medio de la agonía mortal. La burguesía americana será pagada por el proletariado europeo. Y cuanto antes llegue esta venganza más firmes serán nuestros éxitos soviéticos.
Sea nuestra propaganda buena o mala, sigue siendo en ambos casos un factor de tercera o cuarta importancia, pero nuestra economía es un factor de primera clase. ¡Camaradas campesinos! (y, a menos que me equivoque, hay compañeros campesinos no partidarios presentes en esta sala), puedo asegurarles categóricamente que cada grano adicional de grano es otro pequeño peso colocado en las balanzas de la revolución europea. ¿Qué teme la clase obrera de Gran Bretaña? ¿Qué teme la clase obrera alemana? La hambrienta Europa sobrevivió durante tres años de guerra y en los años de posguerra con el grano norteamericano. La burguesía estadounidense amenaza abiertamente con que en caso de nuevas convulsiones revolucionarias en Europa, el continente morirá de hambre por un bloqueo de granos, al igual que Gran Bretaña y Francia lanzaron un bloqueo industrial contra la Rusia soviética. Este es un asunto muy importante en los cálculos de la clase obrera europea y sobre todo de los trabajadores alemanes. Y nosotros, la Rusia soviética, debemos decir (y preparar esto con hechos) que la revolución proletaria europea comerá el grano suministrado por la Rusia soviética.
Y estas palabras, camarada campesinos, no son sílabas huecas, no son frases vacías. El destino de toda Europa depende de la solución de esta cuestión. Hay dos cursos posibles: o bien el proletariado europeo permanece aterrorizado por la bota norteamericana, o bien el proletariado europeo está respaldado por los obreros y campesinos rusos, y por lo tanto asegurado de grano durante los días difíciles y los meses de la revolución. Por eso cada éxito económico en la agricultura es un hecho revolucionario. Por eso todos los campesinos de la Rusia soviética (incluyendo a los que no saben con certeza dónde están situados en el mapa Alemania, Francia o Gran Bretaña) trabajan para que el cultivo de cosechas para la ciudad y la industria. Este campesino es hoy en día la mejor ayuda para la revolución europea, más que todos nosotros, antiguos y experimentados propagandistas juntos.
Esto, compañeros, se aplica con igual fuerza a nuestra industria. Desgraciado sería el partido revolucionario de Europa que se dijese, y ningún comunista lo diría jamás, “voy a esperar mi tiempo hasta que la república soviética me muestre cómo se puede mejorar la condición de la clase obrera bajo el socialismo”. Tiene derecho a esperar su tiempo. Todo el mundo tiene el deber de luchar lado a lado con nosotros. Pero, por otra parte, es incontestable que cada uno de nuestros éxitos económicos, en la medida en que simultáneamente nos permite mejorar la condición de la clase trabajadora en Rusia, mientras que la condición de la clase trabajadora en Europa está cayendo más abajo, peldaño a peldaño, sí, es incontestable que cada éxito económico nuestro es el más valioso de los argumentos, la propaganda más importante a favor de la aceleración de la revolución proletaria en Europa. El poder está en nuestras manos. Los medios de producción están en nuestras manos. Dominamos nuestras fronteras. Esto tampoco es una circunstancia menor.
Ese mismo multimillonario norteamericano con sus botas de primera clase podría comprar toda nuestra Rusia con sus miles de millones si nuestras fronteras se dejasen abiertas. Por eso el monopolio del comercio exterior es tanto nuestra inalienable conquista revolucionaria como lo es la nacionalización de los medios de producción. Por eso la clase obrera y los campesinos de Rusia no permitirán ninguna violación del monopolio del comercio exterior, sin importar cuánta presión se ejerza sobre nosotros desde todos los cinco continentes de este globo todavía bajo el yugo capitalista. Estos son nuestros triunfos. Sólo con una correcta organización de la producción podemos preservarlos, multiplicarlos y no desperdiciarlos. Desde este punto de vista, camaradas, no debe haber engaño en cuanto a las dificultades de nuestras tareas. Esto es lo que dijimos en el Cuarto Congreso, que trató a nuestra Nueva Política Económica como un punto especial en su agenda, en relación con las perspectivas mundiales[6]. Hemos enumerado nuestros grandes triunfos: el poder estatal, el transporte, los principales medios de producción de la industria, los recursos naturales, la nacionalización de la tierra, los impuestos en especie que fluyen de esta tierra nacionalizada y el monopolio del comercio exterior. Se trata de triunfos de primera clase. Pero si uno no sabe cómo usarlos, es posible perder con triunfos aún mejores. Camaradas, debemos aprender. En el congreso, el camarada Lenin, en su breve discurso, hizo hincapié en que no sólo ellos, sino nosotros también, debemos aprender. Debemos aprender cómo organizar la industria correctamente, porque esta correcta organización todavía está por delante y no detrás de nosotros. Es nuestro mañana y no nuestro ayer, ni siquiera nuestro hoy.
Estamos haciendo esfuerzos para estabilizar nuestra moneda. Esto también fue abordado en el Cuarto Congreso. Tales esfuerzos son indispensables y, naturalmente, cuanto mayores sean nuestros éxitos relativos en este campo, tanto más fácil será nuestro trabajo administrativo en la industria. Pero todos entendemos muy claramente que todos los esfuerzos en el campo de las finanzas que no vengan acompañados por éxitos materiales genuinos en el campo de la industria deben seguir siendo un mero juego de niños. Nuestros cimientos son nuestra industria. El estado soviético descansa sobre estos fundamentos, prospera con ellos y asegura con ellos las futuras victorias de la clase obrera.
Finalmente, hay un triunfo más, una maquinaria más, otra organización que está igualmente en nuestras manos. Hablamos de ello más de una vez en el Cuarto Congreso. Es nuestro partido. Estoy hablando aquí ante todo ante la fracción comunista del congreso soviético y es necesario, para terminar, decir unas palabras sobre nuestro partido. Del análisis general se desprende que, a escala europea, estamos viviendo un período de recesión en la lucha revolucionaria directa, y a la vez atravesamos un período de trabajo educativo y de fortalecimiento del partido comunista. El desarrollo ha asumido un carácter retardado y prolongado. Esto significa que debemos esperar más tiempo para la ayuda del proletariado europeo y, más tarde, del mundo; Esto significa que nuestro partido está destinado a un largo período de tiempo, tal vez por varios años, a seguir siendo la vanguardia de la revolución mundial.
Este es un gran honor. Pero también es una gran responsabilidad, una carga muy grande. Preferiríamos tener junto a nosotros a las repúblicas soviéticas en Alemania, Polonia y otros países. Nuestra responsabilidad habría sido menor y las dificultades de nuestra posición no habrían sido tan grandes. Nuestro partido tiene viejos cuadros con temple prerrevolucionario, clandestinos, pero están en minoría. Tenemos en nuestro grupo cientos de miles de personas que, en términos de material de clase humana, no son de ninguna manera inferiores a los veteranos. Estos cientos de miles que entraron en nuestras filas después de la revolución poseen la ventaja de la juventud, pero están limitados por una experiencia menor. El camarada Lenin me dijo (yo no lo he leído) que algún médico, ya sea checo o alemán, ha escrito que el Partido Comunista de Rusia consta de unos miles de ancianos y el resto, la juventud. Las condiciones de la NEP tenderán a reformar nuestro partido, y si las viejas generaciones (unos pocos miles de personas) se apartan de la actividad, el partido se verá imperceptiblemente transformado por los elementos de la NEP, los elementos del capitalismo. Aquí, como ustedes ven, hay un sutil cálculo político y psicológico. Este cálculo es, por supuesto, falso hasta el meollo. Pero, al mismo tiempo, exige de nuestro partido que se dé cuenta del carácter prolongado del desarrollo revolucionario y de las dificultades de nuestra posición. Y que nuestro partido redoble y triplique sus esfuerzos para la educación de sus nuevas generaciones, para atraer a la juventud y para elevar las cualidades de la masa del partido. Bajo las actuales condiciones esta es una cuestión de vida o muerte para nosotros.
Camaradas, quiero referirme a otro episodio (un episodio muy importante para todos nosotros) y es la enfermedad de Vladimir Ilich. La mayoría de ustedes no han tenido la oportunidad de seguir la prensa europea. Ha habido muchas campañas salvajes en el extranjero con relación y en contra de nosotros, pero no recuerdo (ni siquiera en los días de Kerensky, cuando fuimos perseguidos como espías alemanes) una campaña tan concentrada de malevolencia, maldad y especulación diabólica como la actual campaña sobre la enfermedad del camarada Lenin. Nuestros enemigos, por supuesto, esperaban el peor resultado, el peor resultado personal posible. Al mismo tiempo, dijeron que nuestro partido estaba decapitado, dividido en grupos de guerra, desmoronándose, y que se abría una oportunidad para poner las manos sobre Rusia. La escoria de la Guardia Blanca ha hablado abiertamente de ella, por supuesto. Los diplomáticos, los capitalistas de Europa, lo han insinuado, comprendiéndose mutuamente con frases semejantes.
Camaradas, de esta manera ellos, contra su propia voluntad y deseos, han mostrado, por un lado, que han podido apreciar a su manera el significado del camarada Lenin para nuestro partido y para la revolución; Y, por otro lado, que ni conocen el carácter ni entienden (peor para ellos) la naturaleza de nuestro partido. Es superfluo para mí hablar ante la fracción comunista del congreso soviético acerca del significado del camarada Lenin para el movimiento en nuestro país y en el mundo. Pero hay, camaradas, una especie de vínculo que no es sólo físico, sino espiritual, un vínculo interno, indisociable entre el partido y el individuo que lo expresa mejor, de la manera más completa y en la forma en que lo hace un genio. Y esto se ha manifestado en el hecho de que cuando el camarada Lenin se separó de su trabajo por enfermedad, el partido (que sabía algo sobre el aullido de los chacales burgueses de todo el mundo) aguardaba con tensa expectativa noticias y boletines del camarada Lenin pero, al mismo tiempo, no temblaba ni un solo músculo de nuestro grupo, no había ni una sola vacilación, ni una pizca de la posibilidad de lucha interna, y mucho menos de la división. Cuando el camarada Lenin se retiró del trabajo por orden de sus médicos, el partido comprendió que ahora recaía una doble y triple responsabilidad sobre todos los miembros. Y el partido esperó, con unanimidad y con las filas cerradas, el regreso del líder.
No hace mucho tiempo mantuve una conversación con un político burgués extranjero que me decía: “En los círculos de los partidos y en los círculos soviéticos me muevo mucho. Por supuesto, hay conflictos personales y de grupo entre ustedes, pero uno debe reconocerles lo que es debido. Siempre que el mundo exterior, o un peligro externo, o las tareas generales están por en medio, siempre enderezan su frente.” La última parte de su declaración sobre nuestro enderezamiento en el frente me agradó, pero la primera parte, lo admito, me molestó un poco. En la medida en que en un partido tan grande como el nuestro, con tareas tan colosales como las nuestras, y bajo las mayores dificultades concebibles, y con los viejos agotándose incuestionablemente (como está en la naturaleza de las cosas) en la medida en que podrían surgir algunos peligros internos en nuestro partido, no hay y no puede haber ningún remedio contra ellos aparte de la elevación de la calificación de todo el partido y el fortalecimiento de su opinión pública para que cada miembro, y en cada puesto, sienta la creciente presión de la opinión pública de este partido.
Estas son las conclusiones que sacamos de la situación internacional general. La hora de la revolución europea quizás no llegará mañana. Pasarán semanas y meses, tal vez varios años, y seguiremos siendo el único estado obrero-campesino en el mundo. En Italia Mussolini ha triunfado. ¿Estamos asegurados contra la victoria del alemán Mussolinis en Alemania? De ningún modo. Y es totalmente posible que un gobierno mucho más reaccionario que el de Poincaré llegue al poder en Francia. Antes de ponerse en agazaparse sobre sus patas traseras y empujar a su Kerensky al frente, la burguesía sigue siendo capaz de avanzar sus últimos Stolypins, Plehves, Sipyagins. Este será el prólogo de la revolución europea, siempre y cuando podamos mantenernos a nosotros mismos, siempre y cuando el estado soviético permanezca en pie, y, por consiguiente, siempre que nuestro partido pueda mantenerse hasta el final. Tal vez tendremos que pasar por más de un año de este trabajo preparatorio económico, político y de otro tipo.
Por lo tanto, debemos acercarnos a nuestras reservas masivas. Más jóvenes alrededor de nuestro partido y dentro de él ¡Elevar sus calificaciones al máximo! Dada esta condición de plena cohesión y con la elevación de las cualificaciones de nuestro partido, con la transferencia de experiencia de la vieja a la nueva generación, no importa qué tormentas (esos heraldos de la victoria proletaria final) puedan estallar sobre nuestras cabezas. Firmemente en nuestro conocimiento de que la frontera soviética es la trinchera más allá de la cual la contrarrevolución no puede pasar. Esta trinchera está defendida por nosotros, por la vanguardia de la Rusia soviética, por el partido comunista, y preservaremos esta trinchera inviolable e inexpugnable hasta el día en que llegue la revolución europea y en toda Europa se agite la bandera de la república soviética de los Estados Unidos de Europa, el umbral de la República Socialista Mundial.
[Ovación larga y tempestuosa. Gritos: ¡Viva el líder del Ejército Rojo, camarada Trotsky! ¡Viva el camarada Lenin!]
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NOTAS
1 León Trotsky se opuso a la ofensiva sobre Varsovia por las razones que explicó en su autobiografía. El alcance de la derrota ante Varsovia se debió a “… la conducta del mando del grupo Sur del ejército de los soviets, que maniobraba en la dirección de Lemberg. […] Stalin quería a toda costa que sus tropas entrasen en Lemberg al mismo tiempo que las de Smilga y Tujatchevski en Varsovia” (Mi vida, Editora Zero, Algorta, 1972, página 458). “En este momento decisivo, la línea de operaciones en el frente Sudoeste, divergía en ángulo recto de la del frente occidental principal: Stalin estaba haciendo su propia guerra.” (Stalin, Plaza y Janés, Barcelona, 1963, página 415) [Nota reelaborada por Edicions Internacionals Sedov (EIS) corrigiendo los errores de citación en la versión inglesa].
2 Este pronóstico del posible “orden de las revoluciones” fue conservado por León Trotsky hasta 1930, cuando escribió: “No está en absoluto establecido que Estados Unidos será el último en el orden de la primacía revolucionaria, condenado a alcanzar su revolución proletaria sólo después de los países de Europa y Asia. Es posible una situación, una combinación de fuerzas, en la que el orden se cambie y el ritmo de desarrollo en los Estados Unidos se aceleré enormemente. Pero eso significa que es necesario prepararse “(véase The Militant, 10 de mayo de 1930). [Esta nota, de la que no podemos decidir si es propia del MIA-inglés o de la edición de New Park, como mínimo llama a engaño pues más adelante, en este mismo informe, Trotsky señala: “No está escrito en ninguna parte que el proletariado europeo deba esperar hasta que el proletariado norteamericano aprenda a no sucumbir a las mentiras de su burguesía depravada. En ninguna parte está escrito esto”, página 17. Trotsky, como buen marxista, estaba completamente alejado de la metafísica rígida de las etapas y ordenes preestablecidos de antemano a la vida que debería sujetarse a los pronósticos pseudocientíficos. Véase, por ejemplo, aquí: “No es necesario recordar que los pronósticos históricos, a diferencia de los astronómicos, son siempre condicionales, contienen opciones y alternativas. Toda pretensión de poseer poderes precisos de predicción sería ridícula, tratándose de una pugna entre fuerzas vivas. El objetivo de la predicción histórica es diferenciar entre lo posible y lo imposible y hallar las variantes más probables entre las teóricamente posibles. “Adónde va la república soviética? en Escritos, Tomo I, volumen 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1977, página 55. -EIS]
3 Puede verse, por ejemplo, en EIS, "Una revolución que se prolonga" donde ya en 1919 Trotsky señala esta cuestión en el caso concreto de Alemania. - EIS.
4 Pueden verse los textos en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, en EIS, páginas 114-200. - EIS.
5 Ibídem, páginas 248-254. - EIS.
6 El revolucionario interesado puede ver, por ejemplo, en EIS La situación económica de la Rusia de los soviets. [Tesis sobre la NEP y las perspectivas de la revolución mundial] - EIS.