Escrito: 5 de agosto de
1919
Fuente de esta edicion: MIA.org
Traduccion: Izquierda revolucionaria, con cuyo
permiso aparece aquí.
El profesor Svechin, de nuestra Academia Militar, ha llevado a cabo la crítica del programa de milicia. Su tarea debe demostrar que la milicia es generalmente poco útil desde el punto de vista militar, incompatible con una época de guerra civil, y que representa una supervivencia no viable de la democracia ideológica.
El punto de partida del autor es en extremo sencillo: la milicia es el reflejo en armas de todo el pueblo, de todas las clases y de todos los partidos. Cuando sobreviene una guerra civil, no obstante, solamente un partido, una clase única, puede empuñar las riendas del poder. Una dictadura de ese tipo se verá tanto mejor asegurada cuanto más apartado de la deformidad de las milicias esté el ejército y cuanto más "penetrado por el espíritu corporativo propio de los regimientos" se halle cada uno de éstos.
Un ejército capaz de actuar es impensable sin la autoridad del comando; en su condición de instructores escolares, los comandantes de milicia no dispondrían de la menor autoridad real.
De allí la conclusión: "Devolved al cuartel sus características maravillosas y utilizad sus cualidades para modelar con filigrana al soldado rojo conforme, al modelo que actualmente languidece en los campos de batalla. Entonces veréis sonrisas y manos tendidas; habrá pan, y las ruedas de las fábricas volverán a girar."
Al aniquilar de tal modo la milicia, el profesor Svechin se formula una pregunta complementaria: ¿por qué los dirigentes soviéticos del ejército no renuncian a su ideal de milicia? El académico militar tiene pronta la réplica: porque, fijaos, "¡no tienen el coraje de romper con el viejo programa de milicia de la segunda Internacional!"
¡Daos cuenta de lo mucho y bien que avanzamos! ¡Y pensar que hay individuos que acusan gratuitamente a los especialistas militares de no querer aceptar los fundamentos de la nueva concepción del mundo! Debemos reconocer, es cierto, que el artículo de Svechin no señala con mucha claridad si su autor arregla sus propias cuentas con la Segunda Internacional en su carácter de partidario secreto de la Tercera o como bonapartista semiclandestino. ¿O acaso está sencillamente pasmado de admiración frente al campo de Wallenstein?
Volvamos a los argumentos políticos y militares contra la milicia. Según Svechin, la milicia no puede ser, como hemos visto, "roja", pues es el reflejo de todas las clases y de todas las tendencias del conjunto del país. Sin embargo, ¿en qué difiere esta situación de la del ejército regular? Basado en la conscripción general, el ejército regular también refleja todos los antagonismos de una sociedad de clases. Después de haber expulsado a las clases poseyentes, el proletariado las ha desarmado y en seguida les ha prohibido el acceso a su nueva organización militar, a fin de sostener y reforzar su propia dictadura. El profesor Svechin ha olvidado únicamente un ínfimo detalle: el carácter de clase del Ejército Rojo y las bases rigurosamente clasistas de la general instrucción militar excluyen de esta última a todos los ciudadanos que exploten el trabajo ajeno o que se han deshonrado en la actividad contrarrevolucionaria.
El ejército de milicia no pasa, con todo, por el cuartel, pese a las "maravillosas cualidades" de éste. La milicia es incapaz de dar a sus regimientos "el indispensable espíritu corporativo". ¡Tan santa creencia en la fuerza soberana del cuartel parece un poco inoportuna en 1919 para un oficial del antiguo ejército ruso! El "maravilloso cuartel", capaz de cincelar filigranas, no ha salvado nada ni a nadie. Pero no solo nuestro cuartel ruso no ha salvaguardado nada, sino que el más cuartel de todos los cuarteles, el mejor pensado, el más metódico, el mejor acabado, esto es, el cuartel alemán, tampoco ha logrado hacerlo. Parece que el profesor Svechin no quiere o no puede reflexionar en ello. Ha oído vagamente hablar del hundimiento de la Segunda Internacional, pero no ha oído absolutamente nada acerca del hundimiento de los ejércitos formados por el cuartel. Esto, ya lo veis, no figura entre sus atribuciones. Svechin se refiere a los militantes armados de julio de 1918 y deduce lo siguiente: "Durante la guerra civil solo es posible considerar una milicia del partido, dado que, con su influencia moral y educativa, el partido reemplaza al cuartel hasta cierto punto."
No está tan mal dicho. En efecto, las mejores características que Svechin concede al cuartel son enseñadas por el partido comunista: disciplina, capacidad de actividades armónicas, sumisión del individuo a la colectividad, sacrificio de sí. Nuestro partido realmente ha dado, y continúa haciéndolo, una educación como esa a sus miembros; ya no hace falta probarlo. ¡Pero lo ha hecho y lo hace aún afuera del cuartel!
Además, los métodos del partido son diametralmente opuestos a los del cuartel, que Svechin desearía eternizar. El cuartel es compulsivo; desde todo punto de vista, el partido es una asociación voluntaria. El cuartel es jerárquico; el partido es una democracia ideal. El partido ha quedado constituido en las más rudas condiciones de la clandestinidad; llamaba a una lucha plena de abnegación, sin prometer ni distribuir recompensas. Y hoy, convertido en fuerza dirigente del país, el partido comunista encarga a decenas y centenas de miembros suyos las más difíciles tareas y les confía los puestos de mayor responsabilidad, los más peligrosos. Pese a todas las pruebas, la disciplina del partido sigue siendo firme e inconmovible. Por lo demás, los vínculos del partido son libremente consentidos, y no impuestos. El partido es diametralmente opuesto al cuartel.
Se diría que el profesor Svechin ha olvidado que, con su disciplina libremente consentida, el partido revolucionario -clandestino- entabló la lucha con el milagroso cuartel todopoderoso, que lo venció y que arrancó el poder de las manos de las clases que extraían sus fuerzas de las cualidades embrutecedoras ("maravillosas") del cuartel.
En la medida en que actualmente es imposible generalizar la instrucción, y debido a las mismas razones, también es imposible emprender una campaña de construcción cultural y social. Nos vemos forzados no solo a dejar para más adelante la organización de la enseñanza generalizada, sino también a cerrar las escuelas soviéticas. Si soy atacado en mi taller y echo mano a la culata de un fusil inconcluso para hacer frente a mi enemigo, eso no significa en modo alguno que el fusil sea inútil o esté inadaptado a la situación. Significa, simplemente, que se me ha impedido por el momento terminarlo, pero que, después de poner k.o. al bandido con la culata inconclusa, terminaré mi fusil; por lo tanto, estaré mejor armado y mejor defendido.
Necesitamos un nuevo "respiro" histórico, más o menos prolongado, a fin de reorganizar nuestras fuerzas armadas sobre fundamentos de milicia y hacerlas así incomparablemente poderosas. Eso nos permitirá por otra parte utilizar con mayor amplitud y de un modo más sistemático para la reorganización de las fuerzas armadas ese método más profundo y seguro del que el propio profesor Svechin dice "que en cierta medida remplaza al cuartel", es decir, el método de la educación comunista. Durante una nueva tregua histórica de mayor duración se formarán excelentes cuadros en el actual Ejército Rojo, cuadros que serán capaces de desarrollar y consolidar la educación general y la formación de un ejército de milicia.
El profesor Svechin tiene desde luego razón cuando declara que el partido sólo remplaza al cuartel "hasta cierto punto El partido en su condición de tal no imparte educación militar a sus miembros, y precisamente estamos discutiendo acerca del ejército. Nadie podrá negar, sin embargo, que si tres mil miembros del partido siguieran durante dos o tres meses una escuela militar ("un cuartel") llegarían a formar un excelente regimiento. Los comunistas, constructores conscientes de un mundo nuevo, no tienen necesidad de una "educación" de cuartel. Solo necesitan un aprendizaje militar; gracias a su receptividad y a sus ideas, aprenden con mayor rapidez lo que se les enseña. Esto significa que para ellos una práctica en el cuartel equivale a un simple curso militar de breve duración. Por otra parte, toda la clase obrera, el pueblo trabajador en su conjunto, no es otra cosa que la inmensa reserva del partido comunista; las capas más atrasadas se alzan a un nivel superior, engendrando un número siempre creciente de elementos conscientes y llenos de iniciativa. La revolución despierta, enseña, educa... El analfabetismo y el oscurantismo son condiciones poco favorables para el desarrollo de la milicia. La tarea histórica fundamental del poder soviético consiste, precisamente, en sacar a las masas trabajadoras de su existencia vegetativa semihistórica, del oscurantismo criminal que durante tanto tiempo las ha explotado sometiéndolas a un filigranado condicionamiento en los cuarteles erigidos en perlas de la creación. Si el profesor Svechin se imagina que el partido comunista ha tomado el poder para remplazar el cuartel tricolor por el cuartel rojo, entonces quiere decir que está muy lejos de haber asimilado los programas de las tres Internacionales.
Objetar que en la milicia los mandos no tendrían autoridad verdadera alguna es dar prueba de una sorprendente ceguera política. ¿Acaso la actual autoridad de la dirección del Ejército Rojo ha sido engendrada por el cuartel? Cualquier responsable subalterno, sea el que fuere, sabría contestar esta pregunta. Hoy por hoy, la autoridad de mando no descansa en las virtudes salvadoras enseñadas en los cuarteles, sino en la autoridad del poder soviético y del partido comunista. El profesor Svechin parece sencillamente ignorar que se ha producido una revolución, una revolución que ha cambiado de manera radical el estado de ánimo del trabajador ruso. Para él, el mercenario del campo de Wallenstein, analfabeto, borracho, embrutecido por el catolicismo y comido por la sífilis; el aprendiz parisiense que bajo la conducción de periodistas y abogados tomó la Bastilla en 1789; el obrero sajón miembro del partido socialdemócrata en la época de la guerra imperialista, o el proletario ruso, que por primera vez en la historia ha tomado el poder, son en todos los casos carne barata de cañón para el filigranado condicionamiento del cuartel. ¿No es injuriar a toda la historia de la humanidad?
Según Svechin, la guerra civil no permite crear una milicia. ¿Permite fundar un ejército regular? La guerra civil comienza ante todo por destruir el ejército, que no nació de la guerra civil, sino que la precedió. La guerra civil victoriosa funda en seguida un nuevo ejército, de acuerdo con su propio criterio y a su imagen. En el sentido estrechó adoptado por Svechin, es decir, en el sentido de una guerra clasista limitada a una sola y misma nación, ¿es verdaderamente la guerra civil una ley inmutable de la existencia social? La guerra civil significa un período transitorio, agudo, hacia un nuevo régimen. Irá seguido por la dominación plenamente consolidada de la clase obrera; al no encontrar ya obstáculos interiores, ésta llevará a cabo su trabajo cultural y social integrando definitivamente en la trama orgánica de la nueva sociedad a los antiguos elementos burgueses, sin dar motivo social ninguno para el desarrollo de otras clases con sus intereses y pretensiones. Después de haber sacado adelante la totalidad de esa tarea, la dictadura del proletariado se disolverá a su vez, sin escorias, en un nuevo régimen comunista, esto es, en una armoniosa sociedad colectiva que, debido a su organización misma, excluirá toda posibilidad de guerra intestina.
El régimen comunista no tendrá necesidad de cuartel alguno para la instrucción de sus miembros, como no la tenía la sociedad primitiva de pastores y cazadores -todos iguales- para defender en común sus pastos, sus presas y sus familias contra un enemigo exterior. Un inmenso adelanto histórico, con todas las conquistas que implica, se habrá recorrido, claro está, entre las tribus cazadoras primitivas y la comunidad de existencia comunista. Estos polos tendrán, no obstante, un punto común: la sociedad primitiva no estaba aún dividida en clases; la sociedad comunista ya habrá superado la división en clases. Ni por un lado ni por el otro hay antagonismo de intereses. Por eso en el momento de peligro la participación voluntaria y consciente en el combate de todos los miembros de la comunidad militarmente instruidos está asegurada por adelantado, sin espíritu "corporativo" artificial. El desarrollo del orden comunista se llevará a cabo paralelamente al desarrollo intelectual de la gran masa del pueblo. Lo que hasta ahora el partido sólo ha dado principalmente a los obreros adelantados, la nueva sociedad lo dará cada vez más al conjunto del pueblo. Al inculcar en sus miembros un indispensable sentimiento de solidaridad interna y hacerlos capaces de entablar un combate colectivo pleno de abnegación, el partido "ha remplazado" en cierto sentido al cuartel. También la sociedad comunista poseerá esa capacidad, pero en una escala incomparablemente superior. En su más amplia acepción, el espíritu de cooperación es el espíritu del colectivismo. No ha sido engendrado exclusivamente por el cuartel, sino que también puede serlo por una escuela bien comprendida, particularmente si la instrucción va ligada al trabajo físico. Puede asimismo florecer en una comunidad de trabajo y desarrollarse por la práctica juiciosa y generalizada del deporte. Si la milicia de la nueva sociedad extrae su savia de los grupos naturales económico-profesionales, de las comunas lugareñas, de los colectivos municipales, de las asociaciones industriales y de las sociedades de actividad locales -unificadas interiormente por la escuela, la asociación deportiva y las condiciones de trabajo-, entonces la milicia poseerá un espíritu de "corporación" incomparable y de una calidad claramente superior al de los regimientos formados en los cuarteles.
Svechin mismo sabe de un ejemplo de milicia "capaz de combatir". Es la "Landwehr" alemana (1813-1815), creada cuando toda Alemania no vivía más que de un sentimiento único, cuando reinaba la más profunda paz y profesores y estudiantes acudían a engrosar las filas de la "Landwehr". El profesor Svechin pone de relieve el ejemplo alemán para demostrar que, toda milicia capaz de batirse exige un nivel superior de la conciencia nacional. Por ello hay que comprender, sin duda, que el nivel de desarrollo nacional de la Rusia de 1919 es inferior al de la Alemania de 1813. ¿Cabe imaginar afirmación más ridícula, más caricaturesca, más históricamente mentirosa? Unas cuantas centenas de estudiantes alemanes le ocultan al profesor militar el oscurantismo, la ignorancia y la esclavitud -política y espiritual- do los obreros y los campesinos de la Alemania de comienzos del siglo XIX. Y los pocos estudiantes eternos a los que Svechin identifica, en virtud de su formación burguesa, con el pueblo alemán eran infinitamente menos conscientes que las decenas y centenas de miles de obreros rusos de vanguardia. Aquellos estudiantes envejecidos en los bancos de la universidad conocían, por supuesto, todos los verbos griegos irregulares, ¡pero sabían mucho menos que ciertos profesores de la Academia Militar en cuanto a las leyes que rigen la evolución de la sociedad humana! ¡Y no es poco decir!
El profesor Svechin tiene perfecta razón cuando dice que la Alemania de los años 1813-1815 no conoció la guerra civil. Los elementos de vanguardia de la burguesía reflejaban por entonces los intereses de las clases soñolientas del pueblo alemán en su lucha contra los agresores extranjeros. Era guerra de liberación; la burguesía desempeñaba un papel progresista y contaba con el sostén activo o pasivo de las masas populares. Reorganizar una economía arruinada, reconstruir y desarrollar la industria, proceder de modo que los productos de ésta se vuelvan accesibles al campesino, establecer un justo sistema de intercambios económicos entre la ciudad y el campo, proporcionarle al campesino cotonadas, herraduras, médico, agrónomo y escuela: esa es la manera en que se puede asegurar un vínculo profundo entre la ciudad y el campo y establecer la cabal unanimidad de las masas populares de todo el país. Para hacerlo necesitamos un largo respiro. Durante ese lapso el proletariado eliminará las últimas secuelas del capitalismo, reconstruirá la industria, asegurará la unidad del pueblo trabajador y creará así mejores condiciones para un ejército de milicia.
Es importante preparar y discutir a tiempo los elementos fundamentales -técnicos y militares- de la milicia. No se trata de una improvisación. Svechin tiene toda la razón cuando dice que la milicia alemana de 1813 no fue capaz de batirse sino al cabo de un año y medio o dos años. ¿Pero estaba organizada esa milicia, adiestrada, basada en una seria instrucción militar de las masas populares? No. Descansaba únicamente en impulsos, en improvisaciones. Quien ve la milicia a través de ese prisma no puede desde luego creer en su capacidad combativo. Pero una milicia no se improvisa. La conscripción comunista y su predecesora, la conscripción de clase, deben ser preparadas y organizadas con toda la seriedad asignada a un ejército regular.
Ahora bien, en tal caso, ¿para qué el futuro ejército? Pues "el poder soviético -escribe Svechin con extemporáneo humor- ha prometido que ya no entablará guerra alguna, a no ser que se trate de una guerra civil". Es cierto. Hemos prometido no entablar guerra alguna de agresión, anexión o rapiña, esto es, guerras imperialistas. Nunca hemos sido y nunca seremos servidores de los intereses de dinastías, de capas privilegiadas o del capital. Esto significa, ahora bien, que la clase obrera rusa, habiendo expulsado a los explotadores y establecido un régimen proletario en su país, entiende defender su nuevo régimen con todas sus fuerzas, con heroísmo y entusiasmo, contra toda agresión exterior. Y si ello revela ser necesario, la clase obrera rusa socorrerá al proletariado rebelde de cualquier otro país que quiera poner fin al reinado de la burguesía.
El desarrollo de la revolución en Europa puede proporcionarnos un respiro de uno, dos o tres años. Es difícil preverlo. En nuestra época los caminos de la historia están menos delineados que nunca. El impulso revolucionario que hemos dado a Occidente puede dársenos vuelta, dentro de tres, cinco o diez años, en forma de ataque imperialista del capital norteamericano o asiático-japonés. Paralelamente al desarrollo y consolidación de nuestro régimen social, es importante para nosotros fundar y reforzar sobre las mismas bases un nuevo sistema de fuerzas armadas, un ejército de milicia. El actual Ejército Rojo nos proporcionará los cuadros necesarios. La participación del cuartel será reducida al mínimo estricto. La sociedad armoniosamente construida dispensará la necesaria educación de la disciplina y la solidaridad, pues se alimenta de las ideas comunistas y habrá de realizarlas.
Las mofas y chanzas del profesor Svechin respecto de la imperfección de la instrucción militar general no valen, quizá más que todas las burlas de la intelligentzia filistea a propósito de las dificultades de la industria, el trasporte, y el abastecimiento y a propósito, también, de las contradicciones de la construcción comunista en las terribles condiciones de las secuelas de la guerra imperialista y del cerco mundial. Lo sabihondo es, en cambio, la afirmación del académico militar que pretende que nos aferramos a la milicia simplemente porque todavía no hemos renunciado del todo a la ideología de la Segunda Internacional. Mucho tememos que el honorable profesor no se haya aventurado a fondo en un campo que le es bastante extraño, y tenemos muy buenas razones para pensar que nuestro autor ha estudiado la diferencia entre la Segunda Internacional y la Tercera Internacional con arreglo a cierta instrucción militar general de una duración extremadamente reducida, esto es, de más o menos noventa y seis horas... ●