Escrito: 1 de mayo de
1919
Fuente digital de esta edicion: el ceip.org
HTML: Marxists Internet Archive.
1º de mayo de 1919
Hace algún tiempo la iglesia tenía un dicho: "La luz viene del Este". En nuestra generación, la revolución comenzó en el Este. De Rusia pasó a Hungría, de Hungría a Baviera y, sin duda, marchará hacia el Oeste a través de Europa. Este devenir de los acontecimientos se opone a prejuicios supuestamente marxistas, bastante difundidos en amplios círculos de intelectuales, no sólo en Rusia.
La revolución que estamos viviendo es proletaria, y el proletariado es más fuerte en los viejos países capitalistas, donde su peso numérico, organización y conciencia de clase son mayores. Aparentemente, es lógico esperar que la revolución en Europa recorra aproximadamente los mismos senderos que transitó el desarrollo capitalista: Inglaterra, el primero, seguida por Francia, Alemania, Austria y, finalmente, Rusia.
Puede afirmarse que en esta errónea concepción reside el pecado original de menchevismo, la base teórica de su futura caída. De acuerdo, con este "marxismo" ajustado a horizontes pequeño burgueses, todos los países de Europa deben, en inexorable sucesión, atravesar dos etapas: la servidumbre feudal y la democrático burguesa, para llegar al socialismo. De acuerdo a Dan y Potresov, en 1910 Alemania estaba sólo comenzando a realizar su revolución democrático burguesa para preparar posteriormente sobre esta base la revolución socialista. Estos caballeros nunca pudieron explicar qué entendían por "revolución socialista”. Además, ni siquiera experimentaron la necesidad de tal explicación, en la medida que postergaban la revolución socialista para las calendas griegas. No puede sorprender, que, cuando a lo largo de la historia se encontraron realmente con la revolución, la tomaron como... un arranque de insolencia bolchevique.
Partiendo de este chato y vacío gradualismo histórico, nada parecía tan monstruoso como la idea de que la revolución rusa, al triunfar, pudiera colocar al proletariado en el poder; que éste aún cuando lo deseara, no pudiera mantener a la revolución dentro de los marcos de la democracia burguesa. A pesar de haberse pronosticado este hecho histórico casi una década y media antes de la Revolución de Octubre de 1917, los mencheviques, sinceramente, consideraban la conquista del poder político por el proletariado un accidente y una "aventura". No menos sinceramente, consideraban al régimen soviético como un producto del atraso y la barbarie de las condiciones rusas. Estos ideólogos egocéntricos de la pequeña burguesía semi ilustrada consideraban al mecanismo de la democracia pequeño burguesa la más alta expresión de la civilización humana. Contraponían la Asamblea Constituyente a los soviets, aproximadamente del mismo modo en que puede contraponerse un automóvil a un carro de campesino.
Sin embargo, el curso posterior de los acontecimientos siguió desmintiendo al "sentido común" y a los prejuicios sociales de la clase media.
Lo más importante es que, a pesar de que en Weimar funciona la Asamblea Constituyente, con todas sus características democráticas, surgió en Alemania un partido que se fortalece más y más y que desde el primer momento atrajo a los elementos más heroicos del proletariado, un partido en cuya bandera está escrito: "Todo el Poder a los Soviets". Nadie toma nota de las creaciones de la Asamblea Constituyente scheidemanista*, nadie en el mundo se interesa por ella. Toda la atención, no sólo del pueblo alemán sino de la humanidad entera, está pendiente de la gigantesca lucha entre la camarilla dominante en la Asamblea Constituyente y el proletariado revolucionario, lucha que, desde el vamos, demostró estar fuera del marco de la legalista "democracia" constituyente. En Hungría y Baviera este proceso ya ha avanzado más lejos. Allí surgió una democracia verdaderamente genuina, en la forma del gobierno del proletariado victorioso, que reemplazó a la democracia formal, ese atrasado residuo del pasado que se está convirtiendo en un freno para un mañana revolucionario.
La marcha de los acontecimientos no corresponde en absoluto al itinerario trazado por los gradualistas domesticados, que por mucho tiempo simularon ser marxistas no sólo en público sino también en privado. Este desarrollo del proceso exige una explicación. El hecho concreto es que la revolución comenzó y condujo a la victoria del proletariado en el más atrasado de los grandes países de Europa: Rusia.
Hungría constituía, indiscutiblemente, la parte más atrasada de la antigua monarquía austro-húngara, a la que en su conjunto podemos ubicar entre Rusia y Alemania, en lo que hace al desarrollo capitalista e incluso político-cultural. Baviera, en donde se ha establecido el poder soviético después de Hungría, representa en cuanto a su desarrollo capitalista, la parte más atrasada de Alemania. De este modo, la revolución proletaria, después de comenzar en el país menos avanzado de Europa, sigue ascendiendo, peldaño a peldaño hacia los de más alto desarrollo económico.
¿Cuál es la explicación de esta "incongruencia"?
El país capitalista más antiguo en Europa y el mundo es Inglaterra. No obstante, Inglaterra, especialmente durante el último medio siglo, ha sido el país más conservador desde el punto de vista de la revolución proletaria. Los social-reformistas consecuentes, es decir, los que tratan de mantener el equilibrio, extrajeron de aquí todas las conclusiones que necesitaban, afirmando que era precisamente Inglaterra la que indicaba a otros países las vías posibles del desarrollo político, y que en el futuro todo el proletariado europeo renunciaría al programa de la revolución social.
No obstante, para los marxistas, no hay nada desalentador en la "incongruencia" entre el desarrollo capitalista inglés y su movimiento socialista, en la medida en que éste está condicionado por una combinación temporaria de fuerzas históricas. El prematuro ingreso de Inglaterra a la senda del desarrollo capitalista y del saqueo del mundo, creó una privilegiada posición, no sólo para su burguesía sino también para un sector de su clase obrera. Su situación insular le ahorró la carga de mantener fuerzas militares en tierra. Su poderosa fuerza naval, aunque requiriera grandes erogaciones, se apoyaba en un reducido número de cuadros mercenarios y no exigió instituir el servicio militar universal. La burguesía británica utilizó hábilmente estas condiciones para separar a una capa obrera privilegiada de los estratos inferiores, creando una aristocracia capacitada para el trabajo "calificado", inculcándole un sindicalista espíritu de casta. Flexible a pesar de todo su conservadurismo, la maquinaria parlamentaria de Gran Bretaña utilizó la incesante rivalidad entre los dos partidos históricos (los liberales y los tories). Esta rivalidad, aunque no se basaba en nada importante, a veces asumió formas bastante tensas. Invariablemente aparecía cuando hacía falta una válvula política de escape, artificial, para el descontento de las masas obreras. Este fue un elemento más, utilizado con diabólica destreza por la camarilla burguesa gobernante, en la tarea de sobornar y mutilar espiritualmente, con bastante "exquisitez" a veces, a los dirigentes de la clase obrera. De este modo, gracias al temprano desarrollo capitalista de Inglaterra, su burguesía dispuso de recursos que le permitieron contrarrestar, sistemáticamente, la revolución proletaria. En el mismo proletariado, o más correctamente en su capa superior, las mismas condiciones originaron las más extremas tendencias conservadoras, que se manifestaron en las décadas anteriores a la guerra mundial...
El marxismo enseña que las relaciones de clase son productos del proceso de producción y que estas relaciones corresponden a un cierto nivel de las fuerzas productivas. Además, nos enseña que todas las formas de ideología y, primero y principal, la política, corresponden a las relaciones de clase. Esto no significa, sin embargo, que entre la política, los agrupamientos de clase y la producción, existan simples relaciones mecánicas calculables por medio de las cuatro operaciones aritméticas. Por el contrario, las relaciones recíprocas son extremadamente complejas. Para interpretar dialécticamente el curso del desarrollo de un país, incluso su desarrollo revolucionario, hay que partir de la acción, reacción e interacción de todos los factores materiales y superestructurales, tanto a escala nacional como mundial, y no de yuxtaposiciones superficiales o analogías formales.
Inglaterra realizó su revolución burguesa en el siglo XVII; Francia, a fines del siglo XVIII. Francia fue durante un largo tiempo el país más avanzado y "culto" del continente europeo. Los social-patriotas franceses, aún a comienzos de esta guerra, creían sinceramente que toda la suerte de la humanidad giraba en torno a París. Pero también Francia, a causa de su temprana civilización burguesa, desarrolló poderosas tendencias conservadoras. El lento crecimiento orgánico del capitalismo no destruyó mecánicamente a los artesanos franceses; los hizo a un lado, simplemente, relegándolos a otras posiciones, asignándoles un papel cada vez más subordinado. La revolución, al vender en remate las propiedades feudales al campesinado, creó la aldea francesa, capaz, tenaz, sólida y pequeño burguesa. La Gran Revolución Francesa del siglo XVIII, burguesa en sus objetivos últimos así como en sus resultados, fue al mismo tiempo profundamente nacional, en el sentido de que congregó a su alrededor a la mayoría de la nación y, en primer lugar, a todas sus clases productivas. Durante un siglo y cuarto, esta revolución estableció un lazo de recuerdos y tradiciones comunes entre un sector considerable de la clase obrera francesa y los elementos de izquierda de la democracia burguesa. Jaurès* fue el último y más grande representante de este lazo ideológico conservador. Bajo estas condiciones, la atmósfera política francesa no podía dejar de contagiar de ilusiones pequeño burguesas a amplias capas del proletariado, especialmente a los semi artesanos. Contradictoriamente, su rico pasado revolucionario es el origen de la tendencia del proletariado francés a saldar cuentas con la burguesía en la barricadas. El carácter de la lucha de clases, confusa en la teoría y extremadamente tensa en la práctica, mantuvo a la burguesía francesa constantemente en guardia y la obligó a recurrir muy temprano a la exportación de capital financiero. Mientras que, por un lado seducía a las masas populares, incluyendo a los obreros, con un dramático despliegue de tendencias antidinásticas, anticlericales, republicanas, radicales, etc., la burguesía francesa, por otra parte, se aprovechaba de las ventajas resultantes de su primogenitura y de su posición de usurera del mundo, a fin de controlar el crecimiento de nuevas y revolucionarias formas de industrialismo dentro de la propia Francia. El análisis de las condiciones económicas y políticas de la evolución francesa, no solamente a escala nacional sino también internacional, es lo único que puede proveer una explicación de por qué el proletariado francés, dividido después de la heroica experiencia de la Comuna de París, en grupos y sectas, anarquistas de un lado, y "posibilistas" del otro, resultó incapaz de entrar en una abierta acción revolucionada clasista, de luchar directamente por el poder.
En Alemania, el período de vigoroso florecimiento capitalista comenzó después de las victoriosas guerras de 1864-1866-1871. El terreno de la unidad nacional, abonado por la lluvia de oro de los millones franceses, se convirtió en la base del resplandeciente reinado de la especulación ilimitada, pero también de un desarrollo técnico sin precedentes. En contraste con el proletariado francés, la clase obrera alemana creció a un ritmo extraordinario y empleó la mayor parte de sus energías en reunir, fusionar y organizar sus propias filas.
En su irresistible ascenso, la clase obrera alemana obtuvo grandes satisfacciones al comprobar, a través de los resultados de las elecciones parlamentarias o de los informes de las tesorerías de los sindicatos, como crecían sus fuerzas. La victoriosa competencia de Alemania en el mercado mundial creó condiciones tan favorables para el crecimiento de los sindicatos como para el incuestionable mejoramiento del nivel de vida de un sector de la clase obrera. En estas circunstancias, la socialdemocracia alemana se convirtió en una encarnación viviente -y a posteriori cada vez más moribunda- del fetichismo organizativo. Con sus raíces profundamente entrelazadas en el Estado y la industria nacional, y en el proceso de adaptación a todas las complejas y enmarañadas relaciones socio-políticas alemanas, que son una combinación de capitalismo moderno y barbarie medieval, la socialdemocracia alemana, y los sindicatos que dirige, se convirtieron al fin en la fuerza más contrarrevolucionaria de la evolución política europea. El peligro de tal degeneración de la socialdemocracia alemana había sido señalado hacía tiempo por los marxistas, aunque debemos admitir que ninguno previó el carácter catastrófico que llegaría a adquirir este proceso. Sólo sacándose de encima el peso muerto del viejo Partido, el proletariado alemán avanzado ha podido entrar en el camino de la lucha abierta por el poder político.
En lo que hace al desarrollo de Austria-Hungría, desde el punto de vista que a nosotros nos interesa, es imposible decir algo que no se aplique también, más claramente al desarrollo de Rusia. El tardío desarrollo del capitalismo ruso le impartió inmediatamente un carácter enormemente concentrado. Cuando en la década de 1840, Knopf [1] [1] estableció las fábricas textiles inglesas en la zona central de Moscú, y cuando los belgas, franceses y americanos transplantaron a las virginales estepas de Ucrania y Rusia Blanca las inmensas empresas metalúrgicas construidas de acuerdo a la última palabra de la tecnología europea y americana, no consultaron libros de texto para saber si deberían esperar hasta que el trabajo artesanal ruso se convirtiera en manufactura, y que la manufactura a su vez nos llevara a la gran fábrica. En este terreno, es decir, en el de los textos económicos mal digeridos, surgió una vez la famosa pero esencialmente pueril controversia sobre si el capitalismo ruso era de carácter "natural" o "artificial". Si se vulgariza a Marx y se considera al capitalismo inglés, no como el punto de partida histórico del desarrollo capitalista, sino más bien un estereotipo inevitable, el capitalismo ruso aparece como una formación artificial, implantada desde afuera. Pero no sucede así si analizamos al capitalismo con el espíritu de las genuinas enseñanzas de Marx, es decir, como un proceso económico que se desarrolló primero en forma típicamente nacional y que luego excedió el marco nacional y desplegó vinculaciones mundiales. El capitalismo, para arrastrar bajo su dominio a los países atrasados, no ve la necesidad de volver a las herramientas y procedimientos de su infancia, sino que emplea en cambio la última palabra en tecnología, en materia de explotación capitalista y en chantaje político. Si analizamos al capitalismo con este espíritu, entonces el capitalismo ruso, con todas sus peculiaridades aparecerá completamente "natural", como una parte integrante indispensable del proceso capitalista mundial.
Esto no sólo se aplica a Rusia. Los ferrocarriles que han cruzado Australia no fueron el resultado "natural" de las condiciones de vida de los aborígenes australianos o de las primeras generaciones de malhechores, que fueron despachados a Australia por la magnánima metrópoli inglesa, luego de la Revolución Francesa. El desarrollo capitalista de Australia es natural sólo desde el punto de vista del proceso histórico considerado a escala mundial. A una escala diferente, nacional o provincial, es, en general, imposible analizar ni una sola de las principales manifestaciones sociales de nuestra época.
Precisamente a raíz de que la industria en gran escala de Rusia violó el orden "natural" de sucesión del desarrollo económico nacional, dando un gigantesco salto económico sobre épocas de transición, preparó no sólo la posibilidad sino la inevitabilidad del salto proletario sobre el período de la democracia burguesa.
El ideólogo de la democracia, Jaurès, la describió como el supremo tribunal de la nación, elevado por encima de las clases en lucha.
Sin embargo, en tanto que las clases en lucha (la burguesía capitalista y el proletariado) no constituyen sólo los polos formales dentro de la nación sino también sus elementos principales y decisivos, lo que queda como tribunal supremo, o más correctamente, como tribunal arbitral, son únicamente los elementos intermedios, es decir, la pequeña burguesía, coronada por la intelligentzia democrática. En Francia, con su historia centenaria de artesanía y su cultura urbana artesanal, con sus luchas de las comunas de las ciudades y, más tarde, sus batallas revolucionarias de la democracia burguesa y, por último, con su conservadurismo de tipo pequeño burgués, la ideología democrática tuvo hasta hace poco alguna base histórica. Un ardiente defensor de los intereses del proletariado y profundo devoto del socialismo, Jaurès, como representante de una nación democrática, se manifestó contra el imperialismo. El imperialismo, sin embargo, ha demostrado muy convincentemente que es más poderoso que la "nación democrática", cuya voluntad política puede falsificar fácilmente por medio del mecanismo parlamentario. En julio de 1914, la oligarquía imperialista, en su marcha hacia la guerra, pasó por sobre el cadáver del representante; mientras que en marzo de 1919, a través del "tribunal supremo" de la nación democrática, exoneró oficialmente al asesino de Jaurès, asestando de este modo un golpe mortal a las últimas ilusiones democráticas de la clase obrera francesa...
En Rusia, estas ilusiones, desde el comienzo, no contaron con ningún tipo de apoyo. Debido a la exasperante lentitud de su magro desarrollo, nuestro país no tuvo tiempo para crear una cultura urbana artesanal. Los habitantes de una ciudad provincial como Okurov están preparados para pogroms como los que en alguna oportunidad alarmaron a Gorki; pero, indudablemente, no para un papel democrático independiente. Precisamente porque el desarrollo de Inglaterra había ocurrido "de acuerdo a lo previsto por Marx", el desarrollo de Rusia, de acuerdo al mismo Marx, tenía que transitar un camino totalmente diferente. Nutrido por la alta presión del capital financiero extranjero y ayudado por su tecnología, el capitalismo ruso, en el curso de unas cuantas décadas, dio origen a una clase obrera de un millón de hombres, que cortó como filosa cuña el corazón de la barbarie política de Todas las Rusias. Sin las masivas tradiciones del pasado detrás suyo, los trabajadores rusos, en contraste con el proletariado de Europa occidental, adquirieron no sólo rasgos de atraso cultural e ignorancia -que los ciudadanos semi ilustrados nunca se cansaron de remarcar- sino también características de movilidad, iniciativa y receptividad hacia las más extremas conclusiones que se derivaban de su posición de clase. El atraso económico de Rusia condicionó el espamódico y "catastrófico" desarrollo del capitalismo, que inmediatamente pasó a ser el más concentrado de Europa; ese mismo atraso permitió al proletariado ruso convertirse -por supuesto, solamente durante un cierto período histórico- en el más irreconciliable, en el más abnegado portador de la idea de la revolución social en Europa y en todo el mundo.
La producción capitalista, en su evolución "natural", está en constante expansión. La tecnología avanza, el monto de los beneficios materiales aumenta, la masa de la población se proletariza. Se profundizan las contradicciones del capitalismo. El proletariado crece numéricamente, constituye una porción cada vez mayor de la población del país, se organiza y educa, y, de esta forma, constituye una potencia en permanente crecimiento. Pero este no significa en absoluto que su enemigo de clase -la burguesía- permanezca estancado. Por el contrario, el aumento de la producción capitalista presupone un crecimiento simultáneo del poder económico y político de la gran burguesía. La misma no sólo acumula colosales riquezas, sino también concentra en sus manos el aparato de la administración del Estado, al que subordina a sus fines. Con una habilidad que se perfecciona continuamente lleva a cabo sus propósitos, alternando la crueldad insensible con el oportunismo democrático. El capitalismo imperialista puede utilizar eficientemente las formas democráticas, en la medida en que la dependencia económica de las capas pequeño burguesas de la población, respecto del gran capital, se torna más cruel e insuperable; esta dependencia económica se transforma, por medio del sufragio universal, en dependencia política.
Una concepción mecanicista de la revolución social reduce el proceso histórico a un crecimiento numérico ininterrumpido del proletariado y a su fuerza organizativa en constante aumento. Cuando éste abarque "la abrumadora mayoría de la población", sin combate, o virtualmente sin una sola lucha, tomará en sus propias manos la maquinaria de la economía burguesa y del Estado, como una fruta que maduró lo suficiente como para ser arrancada. Sin embargo, la importancia del rol del proletariado en la producción crece paralelamente al poderío de la burguesía. Cuando el proletariado se unifica a nivel de organización y se educa políticamente, la burguesía, a su vez, se ve obligada a perfeccionar su aparato de gobierno y a levantar contra él a capas siempre renovadas de la población, incluyendo al llamado "nuevo tercer Estado", es decir, los intelectuales profesionales, que juegan un papel muy prominente en el mecanismo de la economía capitalista. Ambos enemigos se fortalecen simultáneamente.
Cuanto más poderoso sea un país en el sentido de su organización capitalista -siendo iguales todas las otras condiciones- mayor será el peso de inercia de las relaciones de clase "pacíficas"; tanto más poderoso, entonces, deberá ser el impulso necesario para ambas clases hostiles de su estado de equilibrio relativo y transformar la lucha de clases en abierta guerra civil. Una vez que estalle la guerra civil, será tanto más amarga y obstinada cuanto mayor sea el nivel de desarrollo capitalista alcanzado por el país, cuanto más fuertes y organizados estén ambos enemigos; cuanto mayor sea la cantidad de recursos materiales e ideológicos a disposición de los contendientes.
Las concepciones sobre la revolución proletaria que prevalecían en la Segunda Internacional, no transgredían, en realidad, el marco del capitalismo nacional auto-suficiente. Inglaterra, Alemania, Francia, Rusia, eran considerados mundos independientes que se movían en una misma órbita hacia el socialismo, estaban situados en etapas diferentes de este camino. La hora del socialismo llega cuando el capitalismo alcanza sus últimos límites de madurez y, por lo tanto, la burguesía se ve obligada a ceder su lugar al proletariado, como constructor del socialismo. Esta concepción del desarrollo capitalista limitada nacionalmente suministra los fundamentos teóricos y psicológicos del social-patriotismo: los "socialistas" de cada país se consideran obligados a defender al Estado nacional como base natural y autosuficiente del desarrollo socialista.
Pero esta concepción es falsa hasta la médula y profundamente reaccionaria. Extendiéndose a escala mundial, el capitalismo estrechó, por lo mismo, las ligaduras que en la época pasada unían el destino de la revolución social con el de uno u otro de los países capitalistas altamente desarrollados. Cuanto más une el capitalismo a los países del mundo entero en un solo organismo complejo, más inexorablemente la revolución social, no sólo en el sentido de su destino común sino también de su lugar y momento de origen, depende del desarrollo del imperialismo como factor mundial, y en primer lugar de esos conflictos militares que el imperialismo debe provocar inevitablemente y que, a su vez, sacuden el equilibrio del sistema capitalista hasta sus raíces.
La gran guerra imperialista constituye ese espantoso instrumento con el cual la historia interrumpió el carácter "orgánico", "evolutivo" y "pacífico" del desarrollo capitalista. El imperialismo, producto del desarrollo capitalista en su conjunto, aparece ante la conciencia nacional de cada país capitalista como un factor externo, y actúa como si se propusiera nivelar el desarrollo de los respectivos países. De una vez y simultáneamente, todos fueron impulsados a la guerra imperialista [2] , y sus bases productivas y sus relaciones de clase sacudidas simultáneamente. Dadas las condiciones, los primeros países en ser sacados del estado de equilibrio capitalista inestable fueron aquéllos cuya energía social interna era más débil, es decir, precisamente los países más jóvenes en términos de desarrollo capitalista.
Aquí virtualmente se impone una analogía entre el comienzo de la guerra imperialista y el de la guerra civil. Dos años antes de la gran carnicería mundial, estalló la guerra de los Balcanes. Básicamente, las mismas fuerzas y tendencias operaban en los Balcanes y en todo el resto de Europa. Estas fuerzas conducían inexorablemente a la humanidad capitalista a una sangrienta catástrofe. Pero en los grandes países imperialistas operaba en sentido contrario una poderosa fuerza de inercia tanto en las relaciones internas como externas. El imperialismo encontró más fácil empujar a los Balcanes a la guerra, precisamente porque en esta península hay Estados pequeños y débiles, con un nivel mucho menor de desarrollo capitalista y cultural y, consecuentemente, con menor tradición de desarrollo "pacífico".
La guerra balcánica (que estalló como consecuencia de convulsiones subterráneas, no de los Balcanes sino del imperialismo europeo, directo precursor del conflicto mundial) alcanzó, sin embargo, una significación independiente durante un cierto período. Su curso y su resultado inmediato estuvieron condicionados por los recursos y fuerzas disponibles en la Península Balcánica. De allí la duración comparativamente breve de esa guerra. Unos pocos meses bastaron para medir las fuerzas capitalistas nacionales en la península golpeada por la miseria. Iniciada prematuramente, la guerra balcánica encontró una fácil solución. La Guerra Mundial comenzó después, precisamente porque cada una de los beligerantes se quedó mirando temerosamente el abismo al que los conducían irrefrenables intereses de clase. El aumento del poder de Alemania, y su enfrentamiento con el viejo poder de Gran Bretaña, constituyeron, como se sabe, los motivos históricos de la guerra. Pero este mismo poder mantuvo a los enemigos por largo tiempo al margen de un enfrentamiento abierto. Cuando la guerra estalló realmente, la fuerza de ambos bandos condicionó el carácter prolongado y amargo del conflicto.
La guerra imperialista, a su vez, empujó al proletariado al camino de la guerra civil. Y aquí observamos un orden análogo: países con una joven cultura capitalista son los primeros en entrar al sendero de la guerra civil, en la medida en que en ellos el equilibrio inestable de las fuerzas de clase se rompe con mucho mayor facilidad.
Tales son las razones generales de un fenómeno que parece inexplicable a primera vista, a saber, que en contraste con la dirección del desarrollo capitalista de Oeste a Este, la revolución proletaria se desarrolla de Este a Oeste. Pero, como se trata de un proceso sumamente complejo, es lógico que, sobre la base de estas causas fundamentales indicadas, surjan incontables causas secundarias, algunas de las cuales tienen a reforzar y agravar la acción de los factores principales mientras que otros tienden a debilitarla.
En el desarrollo del capitalismo ruso, el capital industrial y financiero de Europa jugó el papel principal, particular y especialmente, el de Francia. Ya he subrayado que la burguesía francesa, en el desarrollo de su imperialismo usurero, no sólo se guió por consideraciones económicas, sino también políticas. Temerosa del crecimiento del proletariado francés en tamaño y poderío, la burguesía de ese país prefirió exportar su capital y recoger ganancias de las empresas industriales instaladas en Rusia; la tarea de reprimir a los obreros rusos fue, de esta manera, endosada al Zar. Por eso, el poderío económico de la burguesía francesa también descansaba directamente en el trabajo del proletariado ruso. Se generó así, una cierta tendencia que favorecía la relaciones de la burguesía francesa con el proletariado de su país. Contradictoriamente, este mismo hecho dio lugar a que el proletariado ruso estuviera en una relación de fuerzas favorable con la burguesía rusa (pero no con la burguesía mundial).
Lo que acabamos de decir se aplica, esencialmente, a todos los viejos países capitalistas que exportan capital. El poderío social de la burguesía inglesa descansa en la explotación, no sólo del proletariado inglés sino también de las masas trabajadoras coloniales. Ello no sólo hace más rica y socialmente más fuerte a la burguesía; también le asegura un escenario mucho más amplio para sus maniobras políticas, que pueden concretarse en concesiones de largo alcance a su proletariado nativo, o en presionarlo utilizando para ello a las colonias (importación de materias primas y fuerza de trabajo, transferencia de empresas industriales a las colonias, formación de tropas coloniales, etc., etc.).
Teniendo esto en cuenta, nuestra Revolución de Octubre no fue solamente una rebelión contra la burguesía rusa, sino también contra el capitalismo inglés y francés; y no sólo en un sentido histórico general -como el comienzo de la revolución europea- sino en un sentido más directo e inmediato. Expropiando a los capitalistas y negándose a pagar las deudas del Estado zarista, el proletariado ruso asestó el golpe más cruel al poder social de la burguesía europea. Esto sólo basta para explicar por qué era inevitable la intervención contrarrevolucionaria de los imperialistas de la Entente. Por otra parte, esta misma intervención fue posible sólo porque el proletariado ruso se vio obligado por la historia a realizar su revolución antes de que pudieran hacerla sus hermanos mayores europeos, mucho más fuertes. Este es el origen de las dificultades a las que el proletariado ruso se ve enfrentado al tomar el poder.
Los filisteos socialdemócratas deducen, de todo esto, que no había necesidad de salir a la calle en Octubre. Incuestionablemente, hubiera sido mucho más "económico" para nosotros haber comenzado nuestra revolución después de la inglesa, la francesa y la alemana. Pero, en primer lugar, la historia no ofrece, a la clase revolucionaria, en absoluto, una libre elección en este sentido, y nadie ha probado todavía que el proletariado ruso tenga garantizada una revolución "económica". Segundo , la misma cuestión de la “economía" revolucionaria de fuerzas tiene que ser revisada a escala nacional e internacional. Precisamente a causa del desarrollo precedente con todas sus implicancias, la tarea de iniciar la revolución, como ya hemos visto, no fue planteada a un viejo proletariado con poderosas organizaciones sindicales y políticas, con masivas tradiciones de parlamentarismo y sindicalismo, sino al joven proletariado de un país atrasado. La historia siguió la línea que ofrecía menor resistencia. La etapa revolucionaria irrumpió a través de la puerta más débilmente apuntalada. Estas dificultades extraordinarias, verdaderamente sobrehumanas, que, por consiguiente, cayeron sobre el proletariado ruso, han preparado, acelerado y facilitado, en cierta medida, el trabajo revolucionario que aún tiene que cumplir el proletariado europeo occidental.
En nuestro análisis no hay siquiera un átomo de "mesianismo". La "primogenitura" revolucionaria del proletariado ruso es sólo temporaria. Cuanto mayor sea el oportunismo conservador entre los jerarcas del proletariado alemán, francés o inglés, más grandioso será el poder generado por la embestida revolucionaria del proletariado de estos países, como ya está comenzando a ocurrir en Alemania. La dictadura de la clase obrera rusa podrá afianzarse y llevar a cabo una genuina construcción socialista en toda la línea, sólo a partir del momento en que la clase obrera europea nos libre del yugo económico y, especialmente, del militar, de la burguesía europea; cuando ya derribada ésta venga en nuestra ayuda con su organización y tecnología. Al mismo tiempo, el principal papel revolucionario será transferido a la clase obrera con mayor poder económico y organizativo. Si hoy en día, el centro de la Tercera Internacional lo constituye Moscú (y de eso estamos profundamente convencidos) mañana se desplazará hacia el Oeste: hacia Berlín, París, Londres. El proletariado ruso recibió con alborozo a los representantes de la clase obrera mundial en el Kremlin; pero será una alegría aún mayor enviar sus propios representantes al Segundo Congreso de la Internacional Comunista a una de las capitales de Europa Occidental. Un Congreso comunista mundial en Berlín o París significaría el triunfo completo de la revolución proletaria en Europa y, consecuentemente, en el mundo entero. ●
[1] Knopf: era la cabeza de una gran firma textil inglesa que construyó en Rusia varias fábricas textiles cuyo equipamiento técnico era muy superior al existente en las fábricas rusas de aquel entonces.
[2] He aquí algunas tesis que se podrían proponer para una disertación kautskiana: “Rusia intervino prematuramente en la guerra imperialista. Debería haber permanecido a un lado y dedicado sus energías a desarrollar sus fuerzas productivas sobre la base del capitalismo nacional. Esto habría dado oportunidad a las relaciones sociales de madurar para la revolución social. El proletariado podría haber llegado al poder dentro del marco le la democracia, etc, etc.” A comienzos de la revolución, Kautsky actuó como Comisionado en el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Hohenzollern. Es una verdadera lástima que Kautsky no haya actuado como Comisionado del Señor Dios Jehová cuando éste predeterminó los senderos del desarrollo capitalista. (L. T.)