Discurso pronunciado en el primer Congreso Panruso de Comisarios Militares el 7 de junio de 1918
Camaradas: Asistimos a un congreso de una importancia
excepcional. Los partidos representados en esta reunión tienen
detrás de sí un gran pasado revolucionario. No obstante, ahora
es cuando aprendemos y que estamos obligados a aprender a construir nuestro
propio ejército revolucionario socialista, que estará en
completa oposición con los regimientos ya desmovilizados, los que se
mantenían unidos por la voluntad de sus amos y su disciplinada
forzada. Tenemos por tarea crear un ejército organizado sobre el
principio de la confianza entre camaradas y la disciplina del trabajo
revolucionario.
No cabe duda de que se trata de una tarea de una importancia, una complejidad
y una dificultad poco comunes. Entre nosotros la prensa burguesa habla mucho
de que por fin hemos llegado a comprender que para la defensa del país
hace falta una fuerza armada. Eso es naturalmente absurdo. Ya antes de la
revolución de octubre pensábamos que, mientras haya lucha de
clase entre los explotadores y el pueblo trabajador, todo estado debe ser
fuerte para resistir victoriosamente la presión imperialista. Grande
por su fuerza, la revolución rusa no podía, lógicamente,
conservar el antiguo ejército zarista, en cuyo seno la pesada
disciplina de clase había anudado lazos sólidos y forzados
entre el soldado y el comandante.
Antes que nada teníamos la complicada tarea de terminar por completo
con la opresión de clase en el seno del ejército, de destruir
radicalmente las cadenas de clase, la antigua disciplina forzada, y de crear
la fuerza militar del estado revolucionario bajo la forma de un
ejército obrero y campesino, que actúe en interés del
proletariado y de los campesinos pobres. Sabíamos por experiencia que
lo que quedaba del antiguo ejército no estaba en condiciones,
después de la revolución, de resistir eficazmente a las fuerzas
amenazadoras de la contrarrevolución. Sabemos que destacamentos
improvisados compuestos por la mejor parte de los trabajadores y campesinos
han sido levantados apresuradamente, y recordamos punto por punto que esos
heroicos destacamentos han reprimido con éxito el movimiento
pérfidamente organizado por todo tipo de militantes
ultrarreaccionarios. Sabemos que esos regimientos de guerrilleros voluntarios
lucharon victoriosamente en el interior del país contra los verdugos
de la revolución. Pero cuando fue necesario luchar contra las bandas
de contrarrevolucionarios del exterior, nuestras tropas se hallaron sin
defensa, dadas su débil preparación técnica y la
perfecta organización de los destacamentos del adversario.
En vista de eso, vemos que a todos se nos plantea como cuestión de
vida o muerte para la revolución el problema de la creación
inmediata de un ejército fuerte, que responda plenamente al
espíritu revolucionario y al programa de los trabajadores y
campesinos.
Es bien seguro que al tratar de resolver esa tarea de primera importancia
política encontraremos grandes dificultades en nuestro camino. Es
preciso mencionar en primer lugar las dificultades en el terreno de los
trasportes y el traslado en los cargamentos de suministro, dificultades
surgidas de la guerra civil. La guerra civil es nuestra primera
obligación cuando se trata de reprimir a las tropas
contrarrevolucionarlas, pero el mismo hecho de que exista agrava la
dificultad para la constitución urgente de un ejército
revolucionario.
Por otra parte el problema de su organización se ve entorpecido por un
obstáculo de carácter puramente psicológico: todo el
período precedente de la guerra ha quebrantado de manera considerable
la disciplina de trabajo; en las capas profundas de la población ha
nacido un elemento indeseable de obreros y campesinos desclasados.
De ningún modo acuso de ello a los trabajadores revolucionarios ni a
los campesinos laboriosos. Todos sabemos que la revolución ha sido
coronada por el heroísmo, sin precedente en la historia, de que dieron
prueba las masas trabajadoras de Rusia; pero no hay que ocultar que en muchos
casos el movimiento revolucionario logró debilitar por un tiempo la
capacidad para un trabajo sistemático y metódico.
El anarquismo primitivo, la remolonería, la bribonería: he
ahí los fenómenos contra los que hay que luchar con todas las
fuerzas, contra los que debe combatir la parte, mejor de nuestros obreros y
de nuestros campesinos conscientes.
Y una de las tareas esenciales que toca a los comisarios políticos es
la de hacer comprender a las masas trabajadoras, mediante la propaganda
ideológica, la necesidad de un orden y una disciplina revolucionarios,
que cada uno debe asimilar profundamente.
Además de esos fenómenos, que frenan la tarea de
organización metódica del ejército, nos enfrentamos con
obstáculos de orden puramente material. Hemos destruido el antiguo
aparato administrativo del ejército; es indispensable crear un
órgano nuevo. A causa de esta transitoria situación no tenemos
todavía, en este sentido, un orden completo. Los bienes militares de
nuestro estado están dispersos por todo el país y no han sido
catalogados; no conocemos exactamente la cantidad de cartuchos de fusiles, de
artillería pelada o ligera, de aeroplanos, de máquinas
blindadas. No hay ningún orden. El antiguo aparato de control
está destruido, y el nuevo se halla apenas en la etapa de
organización.
En el terreno de la organización militar debemos tomar como base
nuestro decreto del 8 de abril. Ya sabéis que la Rusia europea
está dividida en siete regiones, y Siberia en tres.
Toda la red de los comisariatos militares organizada a través del
país debe ser ligada estrechamente a las organizaciones
soviéticas. Al poner en práctica ese sistema, crearemos un
centro alrededor del cual el Ejército Rojo se organizará
metódicamente.
Todos sabemos que hasta ahora, localmente, reinaba el caos, el que a su vez
engendraba un desorden espantoso en el centro. Sabemos que algunos comisarios
militares expresan a menudo su descontento frente al poder central y en
particular frente al Comisariato del Pueblo para la Guerra. Ha habido casos
de desvíos intempestivos de sumas reclamadas para el mantenimiento del
ejército. A menudo hemos recibido telegramas urgentes exigiendo
dinero, pero sin que se los acompañara del presupuesto de gastos. A
veces esto nos ha colocado en una situación particularmente
embarazoso; era preciso hacer adelantos. Todo ello creaba un desorden,
provocado por el hecho de que con frecuencia no había en el lugar un
órgano capaz encargado de la administración.
Hemos comenzado la creación urgente en esos lugares de
comisariato-células, que estarán integradas por dos
representantes de los soviets locales y un especialista militar.
Ese cuerpo local, ese tipo de comisariato militar local, será la
organización que podrá, aquí y allá, garantizar
en todos los puntos la formación metódica y el servicio del
ejército. Todo el mundo sabe que el ejército que hemos
construido sobre los principios del voluntariado era considerado por el poder
soviético sólo un expediente transitorio.
Como dije, una divisa presidió siempre nuestro programa: defender por
todos los medios nuestro país obrero revolucionario, el foco del
socialismo. El reclutamiento voluntario no es más que un compromiso
provisional por el que ha sido preciso pasar después del
período crítico del derrumbe completo del antiguo
ejército y del recrudecimiento de la guerra civil. Hemos llamado a
voluntarias al Ejército Rojo, con la esperanza de que se incorporaran
a él las mejores fuerzas de las clases trabajadoras. ¿Se han
cumplido nuestras esperanzas? Es necesario decirlo: tan solo en una tercera
parte. Es indudable que en el Ejército Rojo hay muchos combatientes
heroicos y llenos de abnegación, pero hay también muchos
elementos indeseables, pillos, haraganes, desechos humanos.
No cabe duda de que si iniciamos en el arte militar a toda la clase obrera
sin excepción, ese elemento, pequeño en cuanto a su
número, no representará un peligro serio para nuestro
ejército; pero ahora, cuando tenemos tan poca tropa, ese elemento es
una espina inevitable y fastidiosa en la carne de nuestros regimientos
revolucionarios.
Es deber de nuestros comisarios militares llevar a cabo un trabajo de
vigilancia, a fin de elevar la conciencia en las filas del ejército y
extirpar implacablemente al elemento indeseable alojado allí.
Para cumplir el deber que significa la defensa de la República
Soviética es necesario inventariar no solo las armas, no solo los
fusiles, sino también a los hombres.
Hay que reclutar las clases más jóvenes, a la juventud que
todavía no ha estado en la guerra y que siempre se distingue por el
ardor de su espíritu revolucionario y su entusiasmo. Es preciso sacar
a luz cuantos tenemos en hombres aptos para las obligaciones militares, poner
orden en el registro de nuestras fuerzas, crear una contabilidad
soviética original. Esta complicada tarea corresponde sobre todo a los
comisarios militares de cantones, distritos y provincias, y a las regiones
que las engloban. Pero allí surge el problema del personal de mando.
La experiencia ha demostrado que la ausencia de fuerzas técnicas tiene
un efecto funesto sobre la buena formación de las tropas
revolucionarias, porque la revolución no ha promovido dentro de las
masas trabajadoras combatientes iniciados en el arte militar. Este es el lado
débil de todas las revoluciones; la historia de todas las
insurrecciones precedentes nos lo demuestra.
Si entre los trabajadores se hubiera encontrado un número bastante
grande de camaradas especialistas militares, el problema se habría
resuelto muy fácilmente, pero por desgracia hemos contado con muy
pocos hombres que posean una formación militar.
Las atribuciones de los representantes del personal de mando se pueden
dividir en dos partes: una puramente técnica y otra
político-moral. Si estas dos cualidades se reúnen en un solo
hombre, se llega al tipo ideal de jefe: el comandante de nuestro
ejército. Pero desgraciadamente esa clase de gente es en extremo rara.
Ni uno solo de vosotros, estoy seguro, dirá que nuestro
ejército puede prescindir de comandantes especialistas. Esto no
disminuye en nada el papel del comisario. !El comisario es el representante
directo del poder soviético en el ejército, el defensor de los
intereses de la clase obrera. Y si él no interviene en las operaciones
de combate, es tan solo porque está colocado por encima de cualquier
dirigente militar, vigila sus actos y controla cada uno de sus pasos.
El comisario es el hombre político, el revolucionario. El dirigente
militar responde con su cabeza de todo lo que es de su competencia, del
resultado de las operaciones militares, etc. Si el comisario ha comprobado
que el dirigente militar representa un peligro para la revolución,
tiene derecho a hacer implacable justicia con el contrarrevolucionario,
incluso a hacerlo fusilar.
A fin de que pudiéramos tener rápidamente la posibilidad de
preparar a nuestros propios oficiales obreros y campesinos, combatientes por
el socialismo, se ha comenzado en muchos lugares a formar escuelas de
instructores que enseñarán el arte militar a los representantes
del pueblo trabajador.
Le falta a nuestro ejército cumplir todavía otra tarea; se
refiere a la lucha contra los traficantes y los especuladores que ocultan el
trigo a los pobres.
Es absolutamente necesario que los mejores destacamentos organizados sean
enviados a las regiones ricas en trigo, donde deben adoptar decisiones
enérgicas para luchar contra los kulaks por medio de la
agitación y hasta con la aplicación de medidas decisivas.
Ante nosotros se presenta un conjunto de tareas colosales, pero creo que no
perderemos el valor, por más que también entre nosotros,
trabajadores soviéticos, se encuentren a veces escépticos y
quejosos.
Si están desesperados, que se metan en un rincón, mientras
nosotros continuamos tenazmente con nuestro trabajo gigantesco. Debemos
recordar que el pueblo trabajador ha sido oprimido dolorosamente durante
largos siglos y que para rechazar definitivamente el yugo de la esclavitud se
necesitarán largos años. Hay que pasar por la escuela de la
experiencia; es preciso aun cometer los errores y torpezas que a menudo
cometemos, pero que cada vez serán más y más raros.
En este congreso vamos a intercambiar nuestras observaciones; nos enseñaremos mutuamente algo, y estoy seguro de que continuaréis en todas partes y en interés de la revolución con vuestro trabajo creador. En nombre del Comisariato del Pueblo para la Guerra y del Consejo de Comisarios del Pueblo os doy la bienvenida y termino mi discurso exclamando: ¡Viva la República Soviética! ¡Viva el Ejército Rojo de obreros y campesinos!●