Leon Trotsky

LOS ESPECIALISTAS MILITARES Y EL EJÉRCITO ROJO


Escrito: 31 de diciembre 1918
Publicado por primera vez: Izv.V.Ts.I.K.
Fuente de esta edicion: MIA.org
Traduccion: Ceip.org, con cuyo permiso aparece aqui
Html: Rodrigo Cisterna, 2014


Liski, 31 de diciembre de 1918

Estimo necesario -espero que por última vez- insistir sobre la cuestión de los especialistas militares en relación con nuestra política general en la creación del ejército. La ocasión es tanto más oportuna cuanto que en los últimos tiempos la crítica de nuestra política militar se ha manifestado en la prensa, y ha tomado, podríamos decir, una formulación de principio.

Ya antes eran frecuentes las observaciones críticas respecto a la utilización de los antiguos oficiales de carrera, de los especialistas militares, pero aquellas observaciones tenían, en lo esencial, un carácter efímero y evasivo, revistiendo siempre formas medio jocosas. -¿Qué, no nos traicionarán vuestros especialistas militares? -Dios dirá. Si somos fuertes no nos traicionarán.

Raramente la cosa iba más lejos que estos diálogos. Pero el descontento se hacía sentir. Descontento en una parte de la base, descontento en los círculos, diríamos medios del partido, e incluso en la ?cumbre?. La fuente del descontento era simple: debido a la falta de jefes ?nuestros?, había que recurrir a jefes ?no nuestros?. Cuando los reproches se hacían más insistentes había que recurrir a un argumento más empírico que lógico: ?¿Es que usted puede proporcionarme hoy diez jefes de división, cincuenta comandantes de regimiento, dos jefes de ejército, un solo jefe de frente, todos comunistas?? Por toda respuesta los ?críticos? se sonreían evasivamente y llevaban la conversación a otro tema.

Sin embargo, la inquietud y el descontento persistían. Pero eran incapaces de encontrar una formulación de ?principio?, porque no podía haber ninguna solución teórica seria del problema, no podía haber más que una solución práctica: selección de los comandantes apropiados entre los antiguos oficiales y suboficiales, paralela a una labor intensa en la formación de los nuevos comandantes. Por eso la crítica no daba casi motivos para una réplica fundamental. Ahora ciertos artículos, publicados en el órgano central del partido[*] 71 , intentan dar a ese descontento, plenamente explicable, una formulación de principio que es profundamente censurable.

I

Inútil es decir que siendo todas las demás condiciones idénticas el poder soviético prefiere siempre un comandante comunista a uno no comunista. El factor moral desempeña un papel enorme en el dominio militar, y una vinculación ideológica moral, y con mayor razón una vinculación de partido, entre el comandante y los mejores soldados, los más abnegados, representa un factor inapreciable de éxito. Pero nadie nos propone optar entre comandantes comunistas y no comunistas. Hasta hace poco casi no teníamos personal de mando ?nuestro?, en el sentido partidario del término. En el sentido más directo, la cohesión moral del ejército estaba asegurada, ante todo, por los cuadros subalternos. Pero incluso a los puestos de comandantes de grupo, de sección, de compañía, no podíamos promover más que un porcentaje insignificante de comunistas. Cuanto más se elevaba la jerarquía del mando menos comunistas podíamos encontrar. Cuando se está al margen se puede, naturalmente, razonar a placer sobre la ventaja que representa un personal de mando comunista respecto al otro. Pero quien participa directamente en el actual trabajo de edificación del ejército, y tiene que habérselas con regimientos, batallones, compañías y secciones concretos, los cuales tienen necesidad hoy, inmediatamente, de los correspondientes comandantes en carne y hueso, ése no puede dedicarse a razonar sino a seleccionar comandantes del material que tiene a mano.

Los intereses evidentes de la revolución exigían reclutar para las funciones de mando subalternas antiguos suboficiales, e incluso hombres de tropa, que se habían distinguido por su capacidad o, simplemente, por su buen sentido. Este método fue practicado y sigue practicándose por el departamento militar muy extensamente. Sin embargo, también a ese nivel es necesario, alternando con los suboficiales, poner todos los oficiales de carrera posibles. Como prueba la experiencia, sólo son buenas las divisiones donde están reunidas las dos categorías. Entre nosotros se argumenta a menudo con la traición o deserción al campo enemigo de miembros del personal de mando. Ha habido muchas deserciones de ese tipo, sobre todo entre los oficiales que ocupaban los puestos más importantes. Pero entre nosotros se habla raramente de cuántos regimientos enteros han sucumbido por la falta de preparación para el combate de sus oficiales, a causa de que el comandante del regimiento no sabía organizar el enlace, no había colocado centinelas, no había comprendido las órdenes ni sabía orientarse en un mapa. Y si me preguntan qué nos ha perjudicado más hasta hoy, si las traiciones de los antiguos oficiales de carrera o la falta de preparación de muchos de nuestros nuevos comandantes, me sería muy difícil, personalmente, responder.

Algunos camaradas, que se creen muy ingeniosos, proponen la siguiente solución del problema: nombrar Jefe de la División a un comunista, escogido entre los soldados, inteligente, y adjuntarle, como consejero o como Jefe de Estado Mayor, un especialista, un oficial de Estado Mayor. Se puede, naturalmente, apreciar de una u otra manera esta combinación práctica que, dicho sea de paso, hemos aplicado no pocas veces cuando las circunstancias lo exigían (no tenemos, a este propósito, ninguna idea preconcebida), pero es evidente que no nos proporciona una vía original, de principio, para la solución del problema, porque en esa distribución de papeles el papel dirigente, en el aspecto militar, sigue estando evidentemente en el jefe del Estado Mayor, quedándole al comandante, en esencia, un papel de control, es decir, el que desempeña justamente el comisario militar. Para los intereses de la causa es totalmente indiferente que el especialista militar del Ejército Rojo traicione en calidad de Jefe de la División o de Jefe de su Estado Mayor. ?Pero en cambio -objetan otros- bajo ese sistema el comunista tiene en sus manos todos los derechos, mientras que el especialista militar no tiene más que voz consultiva?. Sólo pueden argumentar así las gentes que piensan burocráticamente (el ?comunismo? burocrático soviético es una detestable enfermedad bastante difundida). Si el Consejero o el Jefe del Estado Mayor quieren llevar la división a su pérdida le hará adoptar un plan pérfido al comunista que lleva el título de Jefe. El que Kerensky se diera el título de Comandante en Jefe no impidió al ?Jefe del Estado Mayor? entregar Riga a los alemanes [**]72 . Más aún, el consejero, precisamente porque no tiene derechos de mando ni, por tanto, responsabilidad de mando, puede impunemente deslizar un plan pérfido al comandante que no sabe mandar. ¿Quién será el responsable? El comandante, es decir, quien tiene derecho a mandar. Si se admite que el comunista, en calidad de comandante, sabrá discernir la maniobra traidora de su consejero, es evidente que también la descubriría siendo comisario. Y de que el comisario tiene derecho a reprimir la traición y los traidores, tomando las más severas medidas, ningún comisario con la cabeza sobre los hombros ha dudado hasta ahora. En una palabra, cualquier persona seria comprende que rebautizar simplemente al comisario de comandante, y al comandante de consejero, no resuelve nada, ni en la práctica ni en principio. En el fondo tiene por objeto satisfacer la tendencia instintiva a aparentar, y también dar gato por liebre a las gentes escasamente lúcidas.

II

Pero he aquí que se nos propone, en el asunto de los especialistas, un planteamiento de principio y una solución de principio. El miembro del Comité Central ejecutivo, Kamenski, no se contenta, en nuestro órgano central, con eludir la cuestión de los especialistas militares: yendo hasta el fondo de su pensamiento rechaza, en la práctica, la especialización militar, es decir, la ciencia militar y el arte militar. Nos ofrece como modelo un cierto ejército ideal, en cuya creación participó él mismo, dándose el caso que este ejército -el mejor, el más disciplinado, el que ha obtenido éxito- fue construido sin especialistas militares, bajo la dirección de un hombre que antes no sabía nada del arte militar. Ese camino deben seguir, opina Kamenski, todos los otros ejércitos. Sin embargo Napoleón, que sabía algo de asuntos militares, y dirigió, no sin éxito, los ejércitos revolucionarios, daba una importancia enorme a la ciencia militar, al estudio de las campañas pasadas, etc.

Hindenburg ha investigado teóricamente, durante varios decenios, las posibles variantes de guerra con Rusia, antes de ponerlas en práctica. Existen escuelas militares medias y superiores, una extensa literatura militar, y hasta ahora pensábamos como pensaban nuestros maestros en socialismo, que el arte militar se va haciendo más complejo a medida que la técnica se hace también más compleja, que ser un buen Jefe de División es tan difícil como ser un buen director de fábrica. Ahora nos enteramos de que todo eso es erróneo. Basta con ser comunista y todo lo demás se da por añadidura.

"Se nos ha dicho frecuentemente -ironiza el camarada Kamenski- que la conducción de la guerra es cosa tan delicada, que sin especialistas militares no podemos en modo alguno salir adelante. Pero la especialidad militar, aunque sea asunto delicado, es parte componente, de todas maneras, de una cosa aún más delicada: la gestión de todo el mecanismo estatal. Sin embargo nosotros tuvimos la audacia, con la Revolución de Octubre, de tomar en nuestras manos la gestión del Estado... Y más o menos (¡!) hemos salido del paso?, concluye victoriosamente nuestro autor. He aquí lo que se llama poner las cosas en su sitio. Resulta, según Kamenski, que realizando la Revolución de Octubre adquirimos en cierta manera el compromiso de reemplazar a los especialistas, en todas las ramas de la administración, por buenos comunistas que aunque ?destrocen un poco se mantienen sobrios?. Los camaradas familiarizados con la literatura socialista y antisocialista saben que uno de los argumentos fundamentales de los enemigos del socialismo era, justamente, señalar que no podríamos dominar el aparato del Estado dada la carencia de un número suficiente de especialistas propios. A ninguno de nuestros viejos maestros se le ocurrió responder que, una vez apoderados de esa ?cosa? que es el Estado nos arreglaríamos ?más o menos? sin especialistas. Al contrario, respondieron siempre que el régimen socialista abriría amplio campo de actividad a los mejores especialistas, multiplicando así su número; que a otros los obligaríamos o compraríamos mediante un salario elevado, como los había comprado la burguesía; y, finalmente, a la mayoría no le quedaría, simplemente, otra alternativa, y se pondrían a nuestro servicio. Pero nadie había propuesto que el proletariado victorioso se las arreglase ?más o menos? sin especialistas.

Kamenski cuenta cómo, habiendo quedado separado junto con otros camaradas del poder soviético, pensaron por sí mismos en transformar los destacamentos en regimientos. Es un hecho que debe alegrarnos, naturalmente. Pero la política marxista no es, en manera alguna, la política de Tiapkin-Liapkin, que llegaba a todo por su sola inteligencia, porque la historia no espera, en general, a que nosotros, después de haber prescindido de los especialistas, lleguemos poco a poco a la idea de transformar los destacamentos en regimientos, o más exactamente a rebautizarlos así, porque -dicho sea sin ofender al camarada Kamenski- en el caso a que se refiere todo se redujo a que los jefes de los destacamentos se auto-nombraron comandantes de regimiento, de brigada, de división, según sus preferencias, lo cual no tuvo ningún efecto en convertir efectivamente los destacamentos en formaciones militares bien estructuradas.

Es indiscutible que después de la Revolución de Octubre el proletariado se vio obligado a sacar la espada contra los especialistas de las más diversas categorías. ¿Por qué? No, claro está, por ser especialistas, sino porque estos especialistas se negaban a servirle e intentaban, mediante un sabotaje organizado, destruir su poder. Recurriendo al terror contra los saboteadores, el proletariado no decía, en modo alguno: ?Yo los extermino a todos, y no necesitaré especialistas?. Hubiera sido un programa de desesperación y de ruina. Persiguiendo, deteniendo y fusilando a saboteadores y conspiradores, el proletariado decía: ?Yo doblegaré su voluntad, porque mi voluntad es más fuerte que la suy a, y los obligará a servirme?. Si el terror rojo hubiese significado la puesta en marcha de un proceso conducente al exilio y la exterminación total de los especialistas, habría que ver la Revolución de Octubre como un fenómeno de decadencia histórica. Afortunadamente, no es así. El terror, como demostración de la voluntad y la fuerza de la clase obrera, encuentra su justificación histórica precisamente en el hecho de que el proletariado consiguió doblegar la voluntad política de la intelligentsia, apaciguar a los profesionales de diversas categorías y esferas del trabajo y someterlos gradualmente a sus objetivos, cada uno en el dominio de su especialidad.

Sabemos que nos han saboteado los telegrafistas, los ingenieros de ferrocarriles, los profesores de los liceos, los profesores de universidad, como también los médicos. ¿Podemos, a partir de ahí, llegar a la conclusión de que, una vez tomado el poder en octubre, podemos prescindir de la medicina? Se pueden aportar, incluso, algunos ejemplos favorables, como el del comunista que en algún lugar de Chujlom, aislado de la República soviética, supo vendar el dedo a una mujer de edad y realizó algunas otras hazañas médicas, sin estar intoxicado en absoluto por la sabiduría médica burguesa. Semejante filosofía no tiene nada de común con el marxismo, es una filosofía de simplificación, de curanderos, de fanfarrones ignorantes.

III

Pero, de todas maneras, si los ingleses y los franceses emprenden una ofensiva seria, si lanzan contra nosotros un ejército de millones, los especialistas militares nos traicionarán... Este es el argumento final, tanto en el orden lógico como cronológico. Sin duda: si el imperialismo anglofrancés se encuentra en condiciones de lanzar contra nosotros, sin obstáculos que se lo impidan, un ejército poderoso, las derrotas nuestras que seguirán inmediatamente saltarán a la vista de los círculos sociales ?pacificados? por el proletariado y éstos comenzarán a desertar al campo de nuestros enemigos políticos. Deserción que será tanto más extensa y peligrosa para nosotros cuanto más desfavorable sea la relación de fuerzas militares y más adversa la situación mundial. Esto ha ocurrido más de una vez en la historia, con otras clases sociales.

Entre nosotros, y en aras de la brevedad, suele llamarse a los especialistas militares ?generales zaristas?. Pero se olvida que cuando el zarismo se encontraba en un mal trance, los ?generales zaristas? lo traicionaron, adoptando frente a la revolución una actitud de neutralidad benevolente, e incluso pasando a su servicio. Los Krestovnikov, Riabuchinski, Mamontov, tienen derecho a decir que sus ingenieros les traicionaron. ¿No trabajan ahora bajo el régimen de dictadura del proletariado? Si los especialistas traicionaron a su clase, en cuyo espíritu se habían educado, cuando esta clase se reveló, de manera visible e indiscutible, más débil que sus enemigos, es indudable que esos mismos especialistas traicionarán con muchísima más facilidad al proletariado si éste se muestra más débil que su enemigo mortal. Pero ahora las cosas no están así y tenemos muchos motivos para pensar que no lo estarán. Cuanto mejor, más amplia y plenamente, utilicemos ahora a los especialistas, ahora que están obligados a servirnos, tanto mejor construiremos con su colaboración nuestros regimientos rojos, y tanto menor será la posibilidad de que los anglo-franceses pasen al ataque y tienten a nuestros especialistas.

Si la situación evoluciona desfavorablemente para nosotros, será necesario, tal vez, modificar de nuevo nuestra política interior, volver al régimen de terror rojo, exterminar sin piedad a aquellos que intenten ayudar a los enemigos del proletariado. Pero hacer esto por anticipado, prematuramente, no servirá más que para debilitarnos. Renunciar a los especialistas militares invocando la traición de algunos oficiales, implicaría echar a todos los ingenieros, a todos los técnicos superiores de los ferrocarriles, porque entre ellos hay no pocos saboteadores hábiles.

No hace mucho, en el Segundo Congreso panruso de los Consejos de la economía nacional, el camarada Lenin dijo: ?Es hora de que abandonemos un viejo prejuicio e incorporemos a nuestro trabajo todos los especialistas que necesitemos. Todas nuestras direcciones colegiales, todos nuestros funcionarios comunistas deben saberlo... El capitalismo nos ha dejado especialistas de alto nivel que debemos utilizar sin falta en gran escala?. Esto no se parece en nada, como verán, a la disposición de Tiapkin-Liapkin de solucionar no importa qué ?cosa? sin recurrir a especialistas.

El discurso del camarada Lenin contiene, incluso, una amenaza directa a esos Tiapkin ?comunistas?. Nosotros vamos a reprimir implacablemente todo intento de reemplazar el trabajo operativo por disgresiones que encarnan la miopía y la más vulgar imbecilidad de la fatuidad intelectual. Yo no dudo que algunos de nuestros camaradas comunistas son organizadores notables, pero para instruir a estos organizadores en gran número se necesitan años y años, y nosotros ?no tenemos tiempo? para esperar. Si no lo tenemos en el dominio económico, con mayor razón no lo tenemos en el dominio militar.

IV

Este artículo sería unilateral y contendría una verdadera injusticia para con los especialistas militares, si no hablara de la profunda evolución moral que ha tenido lugar en la conciencia de la mejor parte del antiguo cuerpo de oficiales.

Actualmente tenemos en activo miles de antiguos oficiales. Estos hombres han sufrido una catástrofe ideológica. Muchos de ellos, según sus propias palabras, veían hace dos años en Guchkov un revolucionario extremista, e incluían a los bolcheviques en el dominio de la cuarta dimensión. Prestaban crédito, pasivamente, a las historias, calumnias y campañas de intoxicación de la venal prensa burguesa. Durante trece meses de régimen soviético nos han visto a nosotros, comunistas, manos a la obra, con nuestros lados fuertes y débiles. En verdad, hubiéramos tenido una opinión muy baja de nosotros mismos, de la fuerza moral de nuestras ideas, del poder de atracción de nuestra moral revolucionaria, si hubiéramos creído que éramos incapaces de ganarnos a miles y miles de especialistas, incluidos los militares.

¿Qué valor tiene el solo hecho de la coexistencia de antiguos tenientes, capitanes, comandantes y generales, con nuestros comisarios? Claro está, cada rebaño tiene su oveja negra. Entre los comisarios se encuentra, a veces, el tipo quisquilloso, preocupado por la representación, a propósito, por ejemplo, de quien debe firmar primero. Pero la mayoría son hombres magníficos, desinteresados, valerosos, capaces de morir por los ideales del comunismo y de impulsar a otros a morir. ¿Acaso todo esto puede pasar sin dejar huella, moralmente hablando, en esa oficialidad, cuya mayor parte entró a nuestro servicio durante los primeros tiempos, en busca de un pedazo de pan? Hay que ser obtuso moralmente para suponerlo. A través de más relaciones con numerosos especialistas militares y de la aún más abundante vinculación con los comisarios comunistas, he comprobado cuán numerosos son los antiguos ?oficiales zaristas? que en su fuero íntimo han adoptado el régimen soviético, y sin proclamarse bolcheviques viven al unísono con los mejores regimientos de nuestro Ejército Rojo.

El Consejo de Comisarios del Pueblo decidió rebautizar la estación ?Montañas Rojas?, cerca de Kazán, y ponerle el nombre de ?Yudin?, en memoria del ?oficial zarista? Yudin, caído en el combate cerca de esa estación y uno de los que han reconquistado Kazán.

El gran público conoce casi todos los casos de traición entre los miembros del personal de mando, pero desgraciadamente no ya el gran público sino incluso los medios más restringidos del partido saben muy poco acerca de los oficiales de carrera que han perecido conscientemente por la causa de la Rusia obrera y campesina. Hoy mismo me contaba un comisario el caso de un oficial cuyo mando se limitaba a una sección, y había rehusado un puesto más elevado porque se sentía entrañablemente unido a sus soldados. Hace unos días, este capitán ha muerto en combate...

Y hoy también he tenido una conversación muy curiosa con otro de nuestros comisarios, uno de los mejores por su energía y devoción a la causa. Yo sabía que este camarada es opuesto al reclutamiento de los ?generales zaristas?.

-Deben ponerse más al corriente del trabajo -le dije con cierto tono ?provocador?- porque dentro de uno o dos meses los pasaremos del grado de comisario de división al de comandante de división.

-No, me respondió, no estoy de acuerdo.

-¿Cómo es posible?

-Tenemos mejores jefes de división, L. o R.

-¡Pero son oficiales del Estado Mayor general!

-Contra oficial como esos no tengo nada que objetar. L. ha puesto en pie una división, implantó un orden severo. R. trabaja día y noche, sin descanso.

Está él mismo al teléfono, verificando la ejecución de cada orden. Yo estoy contra especialistas del tipo de Nosovich.

-Naturalmente, todos estamos contra semejantes especialistas, que se meten en nuestras filas para servir al enemigo.

El camarada Lenin habló de fatuidad intelectual y de estupidez grosera. Palabras duras que sin embargo (o más exactamente, a causa de su dureza), provocaron, como testimonia el acta, una tempestad de aplausos. Yo aplaudo mentalmente, junto con los demás. La autosuficiencia intelectual que promete resolverlo todo con recursos caseros, no es otra cosa, en verdad, que la cara opuesta de la estupidez incapaz de comprender la complejidad de las tareas y la complejidad de las vías que llevan a su solución. En la historia ocurrió muy a menudo que las concepciones erróneas y los prejuicios difundidos recibieron su formulación de ?principio? cuando les había llegado su última hora.

Hegel decía que la lechuza de Minerva emprende el vuelo al llegar la noche. Quisiera esperar que la lechuza de la incomprensión haya realizado esta vez su vuelo de principio, precisamente porque la corriente que personifica vive sus últimas horas. ●


[*] En Pravda del 29 de noviembre de 1918 se inserta el artículo de V. Sorin sobre las relaciones entre los comandantes y comisarios, y en Pravda del 25 de diciembre el artículo de Kamenski, "Ya es hora"

[**] El 18 de agosto de 1917, el VIII Ejército alemán mandado por Hutier, rompe el frente de nuestro XII Ejército en la zona de Ikskull e inicia un rápido avance hacia el Norte para tomar Riga. Nuestras tropas retrocedieron setenta verstas, perdiendo todo contacto con el enemigo. Los acontecimientos de Riga fueron utilizados por Kornilov y toda la prensa burguesa para la agitación contrarrevolucionaria que anunciaba el movimiento de los alemanes sobre Petrogrado. Existen datos que permiten afirmar que el Alto Mando paralizó intencionalmente la resistencia del ejército ante Riga