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Escrito: Mayo de 1909
Primera Edición: Aparecido en la revista polaca "Przeglad Socyal-democratyczny"
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive,noviembre de 2000
Durante un mes, la atención de todo individuo capaz de leer y reflexionar, en Rusia y en el resto del mundo, se ha concentrado en Azev. Todo el mundo se ha enterado de su "affaire" por los periódicos legales y los informes de los debates que en la Duma se han suscitado por las interpelaciones de los diputados respecto a Azev [1].
Ahora, Azev ha pasado a un segundo plano. Su nombre aparece cada vez menos en los periódicos. Sin embargo, antes de dejar reposar a Azev en el basurero de la Historia de una vez por todas, creemos necesario resumir las principales lecciones políticas -no precisamente en lo tocante a las maquinaciones políticas del estilo de Azev en sí mismas, sino en lo concerniente al terrorismo en su conjunto- y la actitud que han adoptado respecto a él los principales partidos políticos del país.
El terrorismo individual como método para la revolución política es nuestra contribución "nacional" rusa.
Naturalmente, el asesinato de los "tiranos" es casi tan antiguo como la institución de la misma "tiranía"; y los poetas de todas las épocas han compuesto numerosos himnos en honor del puñal liberador.
Pero el terror sistemático, que asume como tarea la eliminación de sátrapa tras sátrapa, ministro tras ministro, monarca tras monarca, -"Sashka tras Sashka" [2] como en los años 1880 formulaba familiarmente un miembro de Narodnaya Volya (la voluntad del Pueblo) como programa del terror- esta especie de terror que se adapta a la jerarquía burocrática del absolutismo y crea su propia burocracia revolucionaria, es un producto específico del poder creativo de la intelligentsia rusa.
Naturalmente debe haber para ello razones profundas y sería preciso buscarlas primero en la naturaleza de la autocracia rusa, y después en la de la intelligentsia rusa. Antes que haya podido adquirir popularidad la idea misma de destruir al absolutismo por medios mecánicos, es preciso que se vea al Estado como un órgano de coerción puramente externo, sin raíces en la organización social en sí misma. Así es precisamente como concebía el Estado la intelligentsia revolucionaria.
Esta ilusión tiene su propia base histórica. El zarismo tomó forma bajo la presión de los estados de Oeste, más avanzados desde un punto de vista cultural. Para mantener su lugar en la competición debía desangrar a las masas populares, y con esto no hacía más que segar la hierba bajo los pies de las clases privilegiadas, económicamente hablando. Por ello éstas no fueron capaces de elevarse al nivel político que habían alcanzado sus homólogas occidentales.
A ello, en el siglo XIX, se juntó la poderosa presión de la Bolsa europea. Cuanto más elevadas eran las sumas que prestaba al régimen zarista, más independiente se hacía el zarismo de las relaciones económicas internas del país.
Mediante los capitales europeos, el zarismo se armó con una tecnología militar europea, y se convirtió así en una organización "independiente" (en un sentido relativo, claro) que se erigía por encima de todas las clases de la sociedad. Tal situación podía generar de forma natural la idea de hacer saltar con la dinamita esta superestructura venida del exterior.
La intelligentsia se desarrolló bajo la presión directa e inmediata del Oeste. Como su enemigo, el Estado, ambos se adelantaron mucho al nivel de desarrollo económico del país: el Estado, tecnológicamente, y la intelligentsia, ideológicamente.
En las más antiguas sociedades burguesas de Europa, las ideas revolucionarias se desarrollaron más o menos paralelamente al desarrollo de las grandes fuerzas productivas. En Rusia, empero, los miembros de la intelligentsia accedían a ideas políticas y culturales completamente elaboradas en el Oeste y su pensamiento fue revolucionario antes de que el desarrollo económico del país hubiera generado clases revolucionarias serias en las que hubieran encontrado apoyo.
En estas condiciones, a la intelligentsia revolucionaria no le quedaba más que multiplicar su entusiasmo revolucionario mediante la fuerza explosiva de la nitroglicerina. Así nació el terrorismo clásico de Narodnaya Volya. El terror de los socialistas revolucionarios, generalmente hablando, fue un producto de estos mismos factores históricos: el despotismo "independiente" del Estado ruso por una parte, y la intelligentsia revolucionaria rusa de otra. Pero los últimos dos decenios no han pasado en balde y cuando aparecieron los terroristas de la "segunda ola" lo hicieron como epígonos, con la etiqueta de "superados por la historia".
La época del Sturm und Drang (tempestad y tensión) capitalistas de los años 1880 y 1890 produjo y consolidó un amplio proletariado industrial, influenciando seriamente en el aislamiento económico del campo y ligándolo más íntimamente a la fábrica y la ciudad.
Tras Narodnaya Volya no había realmente clase revolucionaria alguna. Los socialistas revolucionarios simplemente no querían ver al proletariado; o al menos eran incapaces de apreciar su plena significación histórica.
Naturalmente, es fácil reunir una docena de citas entre la literatura socialista-revolucionaria donde se afirma que sus miembros no sustituyen la lucha de masas por el terror sino que los complementan. Claro que estas citas apenas son testimonio de la batalla que hubieron de librar los ideólogos del terror contra los marxistas -los teóricos de la lucha de masas.
Pero esto no modifica los hechos. Por su misma esencia, la actividad terrorista exige tal concentración de energía para el "gran momento", tal sobrestimación del sentido del heroísmo individual y tal "hermetismo conspirativo", que si no lógicamente al menos psicológicamente, excluye totalmente el trabajo de agitación y organización entre las masas.
Para los terroristas, en todo el dominio de la política sólo existen dos puntos esenciales: el gobierno y la Organización de Combate. "El gobierno está dispuesto a tolerar temporalmente la existencia de las otras corrientes", escribía Gershuni (uno de los fundadores de la Organización de Combate de los S.R.) cuando sobre él pendía la amenaza de una sentencia de muerte, "pero ha decidido concentrar todos sus golpes para aplastar al partido socialista-revolucionario".
"Espero sinceramente", escribía Kolayev (otro terrorista S.R.) en una situación similar, "que nuestra generación, liderada por la Organización de combate, destruirá la autocracia".
Todo lo que escapa al ámbito del terror no es más que un refuerzo para la lucha; todo lo más un medio auxiliar. En medio de los cegadores relámpagos de las bombas que explotan, desaparecen sin dejar huella los contornos de los partidos políticos y las fronteras que dividen la lucha de clases.
Por eso comprendemos la actitud del mayor de los románticos y más experimentado de los nuevos terroristas, Gershuni, que pedía insistentemente a sus camaradas "evitar la ruptura no sólo con las filas de los revolucionarios, sino incluso con los partidos de oposición en general".
"No suplantar a las masas, sino junto a ellas, unidos". Sin embargo, el terrorismo es una forma de lucha demasiado "absoluta" para contentarse con un papel limitado y subalterno en el partido.
Engendrado por la ausencia de una clase revolucionaria, regenerado posteriormente por la falta de confianza en las masas revolucionarias, el terrorismo no puede sostenerse más que explotando la debilidad y desorganización de las masas, minimizando sus conquistas y exagerando sus derrotas.
"Estiman que es imposible, dada la naturaleza del armamento moderno, que las masas populares utilicen horcas y palos -las armas tradicionales del pueblo- para destruir las actuales bastillas", decía sobre los terroristas el abogado defensor Zhdanov durante el proceso de Kalyaev.
"Tras el 9 de enero [3], vieron muy bien cuáles eran las implicaciones; y replicaron a la ametralladora y al fusil repetidor mediante el revólver y la bomba; estas son las barricadas del siglo veinte".
Los revólveres de los héroes individuales en lugar de los palos y las horcas; bombas en lugar de barricadas, esa es la fórmula real del terrorismo.
Y sea cual sea el papel subalterno al que relegan el terror los teóricos "sintéticos" del partido, ocupa siempre, de hecho, un lugar privilegiado. Y la Organización de Combate, que la jerarquía oficial del partido coloca por debajo del Comité Central, demuestra inevitablemente que en realidad está por encima de él, por encima del partido y de toda su actividad -hasta que el destino cruel la coloca al servicio de la policía.
Esta es precisamente la razón por la que el hundimiento de la Organización de Combate, producto de una conspiración policial, significa al mismo tiempo el ineluctable naufragio político del partido.
[1] Azev, E.F. (1869-1918), jefe de la organización de combate terrorista del partido S.R y agente la la Okhrana (policía secreta zarista), desenmascarado en 1908 tras haber hecho fracasar numerosos atentados y perpetrar otros para asegurar su credibilidad entre sus compañeros.
[2] Un diminutivo ruso de Alejandro que hace referencia a los dos zares, Alejandro II y III.
[3] Se trata de la masacre del "domingo sangriento", el 9 de enero de 1905, que marcó el inicio de la revolución.