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Redactado: En 1904.
Fuente del texto: A partir de la versión francesa de la Editorial
Denoël/Gonthier publicada en 1970. Traducción al castellano de Grupo
Germinal, con cuyo
permiso se utiliza aquí.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, octubre de 2012
A mi querido maestro, Pavel Borisovich Axelrod
Este último año ha sido un año muy importante en la vida de nuestro partido. Es suficiente con recordar: en un momento en el que el proletariado revolucionario del mundo entero mira hacia nuestro partido con esperanza (nuestro partido, al que la historia le plantea la grandiosa tarea de romper el nudo gordiano de la reacción mundial), nosotros, socialdemócratas rusos, no conocemos, según parece, otros problemas que las mediocre querellas intestinas de partido y de competencia jurídica, como si no tuviésemos otra perspectiva que la de una probable escisión… lo que, ciertamente, es de pesadilla.
Se ve a numerosos sectores de nuestro partido regocijarse en mezquindades organizativas (hecho realmente trágico y desgarrador) cuando en el horizonte grandes nubarrones anuncian una tempestad histórica inminente. Los mejores de entre nuestros camaradas, los más antiguos, aquellos que marchan en las primeras filas de la socialdemocracia internacional, se hunden en sospechas, se acusan de pecado contra la teoría (¡y los acusadores son totalmente incapaces de definir de forma concreta estos “pecados”!); llaman a una cruzada contra la mitad del partido; se desolidarizan de sus amigos políticos cuando éstos predican la conciliación con el ala “oposicionista”, y están prestos, en fin, a declarar una implacable guerra, no sólo contra los “conciliadores” activos sino también contra todos aquellos que, sin ejercer este papel, se incluyen entre los “conciliadores”.
Hemos pasado todo un año en esta atmósfera de verdadera pesadilla. La escisión ha aparecido como inevitable en repetidas ocasiones. Todos nosotros estamos afectados por el horror de la situación: casi todos nosotros somos conscientes del carácter criminal de esta escisión. Pero, ¿quién de nosotros puede separarse de la tela de araña de acero en la que la Historia nos tiene atrapados?
Ya ha pasado la fase más aguda. Ahora, los partidarios de la unidad del partido pueden mirar hacia delante con seguridad. Los raros escisionistas fanáticos que, todavía no hace mucho tiempo, imponían su “intransigencia” están ahora sometidos a una viva oposición entre sus aliados de ayer.
Está claro que nuestro partido se encuentra ante un momento crucial en su evolución interna, encrucijada que creemos que concierne a la totalidad de su acción revolucionaria. Este momento crucial debería llevar a un sosiego adecuado para crear las condiciones favorables para una concentración de todas nuestras capacidades de trabajo en las tareas comunes al conjunto del partido. Este sosiego, al que aspiran todos los miembros sanos del partido, significa la muerte, en tanto que fuerza organizativa, de lo que se ha convenido en llamar la “minoría.”
Nosotros, representantes de esta “minoría”, consideramos sin ninguna aflicción esta perspectiva pues esta muerte, por más extraño que pueda parecer a primera vista, es parte integrante de nuestros planes. Ni durante un solo instante nuestro objetivo ha sido hacer bascular al partido de parte de su “minoría”. Esta operación hubiese estado en contradicción incluso con el mismo nombre (un partido no puede estar todo entero en su “minoría”), y, lo que es más importante, con las tareas que han marcado la formación de esta “minoría”.
Lo que acabo de decir puede parecer paradójico a primera vista, pero sólo a primera vista. En efecto, la “minoría”, esta parte no oficial de un partido oficial, se ha batido contra un régimen muy preciso en el interior del partido: un régimen producido por consideraciones absolutamente fantásticas sobre los métodos de desarrollo de una organización como la nuestra.
Según este punto de vista, el partido no se desarrollaría sólo eliminando las corrientes y rasgos más progresistas desde el punto de vista táctico y organizativo sino exclusivamente de acuerdo con el método siguiente: el comité central, encargado de la dirección y coordinación del partido del proletariado (o el órgano central o el consejo del partido) extrae lógicamente a partir de premisas conocidas deducciones nuevas en materia de táctica y organización. Esta concepción puramente racionalista engendra un rigorismo que se santifica a sí mismo, y según el cual toda intromisión de elementos que piensen de forma “diferente” es un fenómeno patológico, una especie de absceso de la organización que exige la intervención de un cirujano cualificado y el empleo del bisturí.
Ni en este prefacio, ni en el libro que le sigue, abordaremos los diversos episodios de este batiburrillo organizativo que persiste desde hace ya casi un año. A este respecto, existe ya toda una literatura, con la que no tenemos nada que ver y que ha hecho rechinar los dientes del todo el partido. Para nosotros, en la situación que nos ocupa, sólo hay una cosa importante: que la “minoría” pueda adquirir derecho de ciudadanía; y ya que la campaña ha sido llevada en nombre de los principios, esto debería ser válido para todas las otras corrientes de oposición en el futuro. La última declaración datada del comité central parece hacer el balance del trastorno sufrido al nivel de la conciencia del partido y representar (si es que hemos comprendido bien las intenciones de los autores) un paso decisivo hacia la reunificación. Esperemos que esta declaración envíe definitivamente a los archivos los comportamientos y métodos del “estado de sitio”.
Pero el fin de este régimen en el partido significa, al mismo tiempo, la muerte organizativa de nuestra “minoría”. Con gran alivio podrá decir ella misma, disolviéndose en el partido: Requiescat in pace.
A consecuencia de su lucha contra una determinada política interna del partido, la “minoría” (o más exactamente, una pequeña parte de ésta), situada en condiciones particularmente favorables, ha sometido a un reexamen la práctica política del partido buscando, así, nuevas vías tácticas. Su muerte organizativa no significa la destrucción de los avances que ha sabido realizar en este dominio. Muy al contrario. Estamos persuadidos: la destrucción de este muro histórico, que separaba a las dos mitades del partido, permitirá la concentración de todas nuestras fuerzas de cara a una refundación de nuestra práctica de partido y llevará a una solución común de los nuevos problemas de táctica que se plantean hoy en día y que no dejarán de surgir en el futuro a medida de nuestro crecimiento político.
Este libro se presenta como una tentativa para llamar la atención de los camaradas (atención casi enteramente desgastada por los debates escolásticos sobre cuestiones de organización) sobre los problemas de táctica política de la que depende completamente el destino de nuestro partido.
Pero estos problemas no constituyen por ellos solos el contenido de este libro.
Las penosas fricciones internas de este último año han incluido determinadas prácticas de “política interna” que no han resistido la prueba; pero prejuicios principistas (ligados a estas prácticas y aumentados sobre esta base) dominan todavía numerosos sectores del pensamiento de nuestro partido. No dudamos que esos prejuicios acabarán por desaparecer, pero nuestro deber es trabajar activamente para lograr su desaparición.
Es por ello que hemos juzgado adecuado consagrar una parte de este libro al último folleto del camarada Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, en el que estos prejuicios han sido, aunque sólo haya sido un poco, sistematizados. Reconozcámoslo: hemos cumplido con esta parte de nuestra tarea sin ningún placer. Hasta la aparición de este folleto para nosotros era evidente que el camarada Lenin no podía decir nada que fuera digno de atención para defender su posición, pues la posición que había adoptado era completamente desesperada. Dicho esto, no esperábamos semejante indigencia de pensamiento. Nuestra primera reacción, tras la lectura, fue decir: pasemos, simplemente, a los problemas del orden del día. Pero tras una reflexión (de la que hemos expuesto lo esencial más arriba) nos ha parecido indispensable explicitar nuestra posición; es imposible saltar por encima del enojoso estado de la conciencia de nuestro partido.
Naturalmente, el lector que se considere como totalmente libre de los prejuicios organizativos burocráticos y “jacobinos” puede limitarse a las dos primeras partes de este libro.
Durante los meses en que ha sido escrito (y ha sido escrito fragmento a fragmento[1]), el pensamiento que no era el momento ha paralizado más de una vez nuestra mano.
En un tiempo en que el zarismo agonizante se esfuerza en apaciguar la Némesis burguesa (Japón) quemando en su altar las riquezas y las fuerzas vivas de la nación rusa martirizada; en el que por debajo, en las profundidades del pueblo, se inicia, invisible pero irreversiblemente, el proceso molecular que acumula la cólera revolucionaria que, puede que mañana, estallará a la luz del día en su primitivo y elemental vigor, llevándose a su paso, al igual que las crecidas de primavera los diques, no sólo las barreras policiales sino también todas las construcciones de nuestro trabajo organizativo de hormigas; en esta época en la que una sola ciencia nos parece justa: la ciencia de la insurrección; en esta época en la que un solo arte encuentra su razón de ser: el arte de las barricadas, ¿por qué batirse contra los prejuicios organizativos?, ¿desenmarañar sofismas teóricos?, ¿escribir sobre nuevas cuestiones de táctica?, ¿buscar nuevas formas de desarrollo para la acción autónoma del proletariado, en un momento histórico sin precedentes? El sentimiento revolucionario espontáneo protesta con indignación:
- ¡No es el momento! - Sí, es el momento, responde la voz confiada de la conciencia socialdemócrata. Y ésta es quien vence. -¡Es el momento, siempre es el momento! |
No sabemos ni la hora ni el día y es nuestro deber utilizar cada día, cada hora y cada minuto que nos separa del día decisivo. Debemos hacer autocrítica, prepararnos políticamente para que nuestra participación en los acontecimientos decisivos que se aproximan sea digna de la gran clase a la que hemos ligado nuestro destino revolucionario: la clase proletaria. No sabemos ni el día ni la hora. Y si, contra todo pronóstico, la autocracia logra retrasar la hora de su muerte, si se instaura un nuevo período de “calma”, expulsando de la escena política a los grupos de oposición y revolucionarios aparecidos durante el período de ascenso, nosotros, socialdemócratas, seguiremos en nuestro puesto en las filas del proletariado y cumpliremos nuestra gran tarea. Y ni la reacción, ni la revolución podrán desviarnos de nuestras tareas históricas.
Cuando lleguen estos acontecimientos decisivos, sin ningún duda, (e incluso si se producen mañana) nosotros, comunistas, pioneros del nuevo mundo socialista, sabremos cumplir nuestro deber revolucionario ante el viejo mundo burgués. Nos batiremos en las barricadas. Conquistaremos por él la libertad que es incapaz de adquirir sin nosotros.
Pero, incluso cuando estos acontecimientos lleguen, nosotros, comunistas, no queremos ni podemos olvidar o retrasar nuestras tareas proletarias. Debemos subordinar nuestra táctica revolucionaria a estas tareas, no sólo en la gris política cotidiana sino también en vísperas de la explosión revolucionaria y durante, incluso, la misma tormenta de la revolución. Nos es necesario mirar hacia delante, no sólo más allá de la cabeza criminal del zarismo sino mucho más allá aun, más allá de las cimas de las barricadas revolucionarias, más allá de las humeantes ruinas de Pedro y Pablo, hacia nuestro propia destino: el irreconciliable combate del proletariado contra el mundo burgués entero.
N. Trotsky
23 de agosto de 1904.
“E pur, si mueve!” [“¡Sin embargo, se mueve!”] Bajo los terribles golpes de un enemigo armado hasta los dientes, en medio de dificultades políticas contras las que ningún otro destacamento de nuestro ejército internacional ha tenido que batirse, desviado continuamente de su ruta por potentes corrientes subterráneas, la socialdemocracia rusa “sin embargo, se mueve”, progresa, avanza, y no sólo en tanto que partido de la liberación de Rusia sino, también, en tanto que partido del proletariado.
La conciliación principista de tareas revolucionarias-democráticas y socialistas (que expresan dos corrientes históricas independientes) y la coordinación táctica de estas tareas sobre la base de su reconciliación: he aquí el enigma que el destino de la sociedad rusa le ha planteado a nuestro partido.
El movimiento revolucionaria ruso, en su conjunto, jamás ha abandonado el terreno de la lucha entre estas dos tendencias. Son ellas la causa directa del estallido en dos de la primera organización seria: Zemlia i Volia. El pensamiento del populismo revolucionaria se ha debatido desesperadamente en la red de esta contradicción fundamental. Jamás ha salido de ella. Sólo el marxismo es capaz de hacerlo tras haber retomado la tarea revolucionaria contra la cual el populismo se rompió.
“El movimiento revolucionario ruso triunfará como movimiento obrero o no triunfará”. Esta idea la entendimos desde su principio, y hemos hecho de ella el contenido de nuestra práctica revolucionaria. Per en ella sólo agotamos un aspecto de la cuestión. El otro aspecto se nos formula así: el movimiento revolucionaria ruso debe, cuando haya triunfado como movimiento obrero, transformarse inmediatamente en un proceso de autodeterminación política del proletariado; si no, la socialdemocracia rusa es, en tanto que tal, un error histórico.
Avanzar a los trabajadores como fuerza revolucionaria principal y hacer de la revolución su escuela política: aquí reside la fuente de todas las divergencias, el fuego de todas las tensiones internas que hasta el momento tan gravemente han desagarrado a nuestro partido.
El primer escrito del primer grupo socialdemócrata, “Socialismo y lucha política”, planteaba ya este problema, y los revolvía confiriéndole, así, a la socialdemocracia rusa sus derechos teóricos a la existencia.
El primer documento que proclama la idea de una socialdemocracia única en Rusia, el Manifiesto del Primer Congreso, se esfuerza en formular programáticamente la conciliación marxista en la “antinomia” fundamental del movimiento revolucionaria ruso. “Planteando como tarea suprema para todo el partido [dice el Manifiesto] la conquista de la libertad política, la socialdemocracia marcha hacia el objetivo que se fijaron ya claramente los primeros dirigentes de Narodnaya Volia. Pero los medios y las vías que escogió la socialdemocracia son otros. Esta elección está determinada por el hecho que la socialdemocracia se mantiene conscientemente en ser y seguir siendo el movimiento de clase de las masas obreras organizadas.” No se puede decir mejor. La socialdemocracia “quiere conscientemente ser y seguir siendo” el movimiento de clase del proletariado: esta ambición subjetiva pero no realizada todavía en el plano político, le da un punto fijo y el eje de referencia a partir de los cuales podrá apreciar y criticar, juzgar y condenar, adoptar y rechazar “todo medio y toda vía” de lucha por la libertad política. La socialdemocracia está aún lejos de haber tomado el camino de la política autónoma del proletariado: el contenido de su trabajo, de ayer y de hoy, está todavía totalmente determinado por la “tarea suprema de entre las tareas inmediatas del partido, la conquista de la libertad política”. Pero, ayer como hoy, la socialdemocracia quiere siempre conscientemente “ser y seguir siendo” el partido de clase del proletariado, es decir: ser y seguir siendo, justamente, un partido socialdemócrata.
He aquí el tributo que una parte de la intelligentsia revolucionaria rusa ha pagado (y continua pagando) a la doctrina de clase del proletariado revolucionario internacional, al marxismo, que ha dado respuesta por ella a la cuestión, ante todo, “democrática” y no “proletaria” de saber “dónde encontrar las fuerzas capaces de retomar la lucha contra la autocracia”; en el marxismo que, sin embargo, ya ha puesto su conciencia política bajo el control de los intereses de clase del proletariado empujando a la intelligentsia hacia el proletariado, campeón del combate por la libertad política.
Si se quiere hacer memoria del pasado y considerar los cambios de las corrientes y tendencias, su post lucha, en la cual determinados observadores “revolucionarios” han querido ver un síntoma de la “descomposición de nuestro partido”, se apercibirá con un profundo sentimiento de satisfacción moral y política que la alternancia de tendencias que se excomulgan mutuamente siempre ha estado dominada grosso modo por la misma idea directriz: la socialdemocracia “quiere conscientemente ser y seguir siendo el movimiento de clase de las masas obreras organizadas”. Sin lugar a dudas, la socialdemocracia rusa se ha apartado más de una vez de este objetivo en determinadas de sus “declaraciones”; pero, en general, estas declaraciones indiscutiblemente heréticas han sido el resultado de las aspiraciones de un partido joven y todavía no consolidado para suprimir la contradicción entre la importancia colosal del objetivo revolucionario y la limitación de los medios revolucionarios; a causa de ello se tiene, pues, que mutilar y degradar la problemática principista de las tareas.
La presencia de condiciones objetivas para estos comportamientos “autolimitativos” que significan potencialmente la renuncia política, debe conducirles indiscutiblemente a desarrollar su propia lógica interna, llevando a quienes hasta hace poco eran partidarios de la causa proletaria a separarse de ésta ahora y pasarse al campo adverso: este fenómeno es precisamente el resultado consecuente de la metodología simplificadora del “economismo” (del que hablaremos más abajo). Pero he aquí lo que queremos establecer de inmediato: el criterio decisivo en nuestras luchas internas de partido ha sido los intereses de clase del proletariado, y el leitmotiv de estas luchas internas siempre ha sido el reproche lanzado a los diversos adversarios de “traicionar objetivamente al proletariado en provecho de la democracia burguesa.”
Partiendo, precisamente, de este punto de vista, el folleto Sobre la agitación (que en nuestra literatura inaugura el período del “economismo”) acusa a los socialdemócratas propagandistas de limitar su acción a separar a los obreros conscientes de las masa: “La historia europea [dice el folleto] muestra que, cuando maduran las condiciones de un movimiento de masas obrero pero los verdaderos representantes están lejos de él, las masas obreras encuentran otros dirigentes, no teóricos sino prácticos que las dirigen en perjuicio de su constitución en tanto que clase.”
La tendencia de Iskra que remplazó al “economismo”, marcha bajo la siguiente bandera: “... Todo culto a la espontaneidad del movimiento obrero [escribe por ejemplo el autor de ¿Qué hacer?, popularizando así las tesis de Axelrod y Plejanov] significa por lo mismo […] un refuerzo de la influencia de la ideología de la burguesía sobre los obreros.” El mismo autor menciona que Iskra ha acusado más de una vez a Rabochi Dielo de “preparar indirectamente el terreno para una transformación del movimiento obrero en instrumento de la democracia burguesa.” Finalmente, el camarada Axelrod, presentando en sus dos “folletines” su apreciación sobre la situación política de nuestro partido, declara que, si los susodichos “planes” del camarada Lenin se realizasen, tendríamos, en el mejor de los casos, una organización política revolucionaria de la burguesía democrática conduciendo tras ella a las masas obreras de Rusia en calidad de infantería (Iskra, nº 57).
Además, hay que tener en cuenta que en cada caso acusaciones similares provienen de las dos partes. Los “propagandistas” acusan a los “economistas” de limitarse a solamente despertar a los obreros sin darles conciencia socialista, y, por tanto, a transformarlos únicamente en carne de cañón de los intereses de la burguesía. Los “economistas” acusan a Iskra de tender a destacar la dimensión “política” de la situación “económica” y de quitarle, de este modo, el carácter de clase al combate de los obreros. Finalmente, Lenin no encuentra otra forma de comprometer a los ojos del partido a sus actuales adversarios (Axelrod y sus amigos políticos) más que acusándolos de “oportunismo” en materia de organización, oportunismo irreconciliable con los intereses de la clase proletaria y que se traduce en la introducción en nuestro partido de gérmenes individualistas burgueses.
Sin embargo sería un completo error pensar que estas acusaciones “estereotipadas” se neutralizan mutuamente o, peor aun, que sólo representan una expresión convencional de la fraseología del partido. En ausencia de tal “estereotipo”, la lucha ente las dos corrientes habría llevado ineluctablemente a un escisión de nuestro partido; como escribió Bakunin: “Es ridículo preocuparse en saber si es necesario hacer la comunión bajo las dos especies o no, cuando de lo que se trata es de tirar por la ventana todo el cristianismo.” Únicamente la posibilidad de acogerse a una instancia superior reconocida por las dos partes, los intereses de clase del proletariado, permite solucionar cualquier conflicto “por medios internos”.
Si, en consecuencia, el criterio principista, en nombre del cual se efectúan todos los juegos de tendencia dentro de nuestro partido, siempre ha sido fundamentalmente el mismo (los intereses de clase del proletariado), en revancha el método de evaluación no se corresponde siempre, lejos de ello, con este criterio y su primitivismo caracteriza mejor que nada el primitivismo de nuestro desarrollo político, la insignificancia de nuestro capital de base en materia de experiencia política. Cada nueva tendencia lanza el anatema sobre la precedente.
Para los defensores de ideas nuevas, cada período precedente aparece únicamente como una grosera desviación del recto camino, una aberración histórica, una suma de errores, el resultado de una combinación fortuita de mistificaciones teóricas.
El autor del folleto Sobre la agitación considera que los “primeros pasos de los socialdemócratas rusos fueron erróneos”. Su objetivo es liquidar este período de errores tácticos.
El autor de ¿Qué hacer? se refiere, precisamente, a la época del “economismo”, época que vio crecer nuestro movimiento bajo increíbles dificultades; y el “economismo” sólo le parece un índice del declive temporal y accidental, en relación con la situación que existiría si la intervención de la policía no hubieses impedido el trabajo del grupo de amigos del camarada Lenin (¿Qué hacer?, página 96 y siguientes[2])
Sin duda que algunas personas, como el camarada Axelrod, siempre han sabido atenerse al punto de vista histórico, incluso en aquello que concierne a las cuestiones complejas del desarrollo interno del partido. Pero siempre han quedado aisladas. Tendencias enteras se han comportado, unas frente a otras, de forma casi “metafísica” excomulgándose mutuamente. La pretendida “minoría” representa de hecho el primer caso en que el portavoz de una nueva tendencia trata de establecerse conscientemente, no sobre el cadáver sino sobre las espaldas de sus predecesores, considerándose ella misma dentro de la perspectiva de conjunto del desarrollo del partido. Y es una buena señal: tanto para la “minoría” como para el conjunto del partido.
Ello da fe de la maduración intelectual de este último. Y los representantes de la “minoría” son los portavoces de las tendencias progresistas de esta maduración.
Naturalmente es inútil señalar que el punto de vista histórico de los marxistas no tiene nada que ver con el punto de vista “historicista-conservador” al que, según Marx, la historia sólo le muestra (al igual que el Dios de Israel a su servidor Moisés) su trasero. Este punto de vista se embrolla totalmente en la problemática de la necesidad empírico-causal cuya consecuencia lógica es el quietismo político. Los marxistas, por el contrario, adoptan el punto de vista de la necesidad dialéctica que siempre es activo y revolucionario, que no sólo explica toda nueva situación, en basto, por la situación anterior sino que igualmente sabe mostrar, en cada una de ellas, por una parte los elementos de desarrollo y movimiento y, por otra parte, los elementos de inmovilismo y reacción. Este punto de vista del materialismo dialéctico, a diferencia del punto de vista historicista-conservador, no nos priva del derecho a juzgar y tomar partido fundamentalmente sino que exige, contrariamente al punto de vista idealista, que nuestro juicio se apoye en las tendencias internas del mismo desarrollo, encuentre en él las fuerzas capaces de superar las contradicciones internas y de suministrar la “apreciación” teórica que anticipa su futuro.
Es tan necesario aplicar este método al desarrollo de las tendencias internas del partido como, también, al desarrollo de la sociedad burguesa en su conjunto. Es necesario ser marxista no sólo en “política exterior” sino también en “política interior”. En el primer caso, las conclusiones generales del marxismo están ya elaboradas y pueden ser tomadas como modelos.
En el segundo caso sólo pueden ser elaboradas mediante la aplicación constante del método dialéctico…
He aquí lo que es muy difícil de realizar por un partido joven como el nuestro. Con ello no queremos decir que en los viejos partidos, como el partido alemán, todos los dirigentes sean políticos filosóficamente formados (muy al contrario); sin embargo, las controversias, las luchas, los errores y las decepciones han pulido dialécticamente el pensamiento colectivo del partido. Esta sabiduría, acumulada en cierto sentido espontáneamente, supone muy a menudo la elaboración de nuevos métodos políticos, pero preserva al mismo tiempo al partido de la aplicación de procedimientos tácticos que representan una “violación” de sus tradiciones de partido.
Nuestro partido, desde hace más o menos un año, se encuentra en un período de estagnación. La pregunta “¿qué hacer?” se plantea a todos los camaradas que reflexionan. Para todos aquellos a los que este problema les preocupa, les es claro que las causas de la estagnación son muy profundas, que el partido debe superar una especie de mal orgánico. Pero la pregunta “¿qué hacer?” no puede ser contestada por “la razón absoluta”. Sólo puede ser planteada y resulta en una perspectiva histórica determinada. ¿Que representamos? ¿Qué hemos heredado del pasado? ¿Cuáles son los elementos que, en esta herencia, ejercen un papel de obstáculos? Nos es necesario responder a estas preguntas. Pero esto significa que antes de resolver las cuestiones de nuestro futuro inmediato es necesario lanzar una mirada retrospectiva sobre el pasado reciente: el período del “economismo” y de la antigua Iskra.
Los “economistas” se encontraron en presencia de un proletariado políticamente virgen, lo que determina su metodología política simplificada. Los partidos socialistas occidentales tuvieron que librar al proletariado de su sujeción política al ala izquierda de la burguesía bajo la dirección de la cual habían ya combatido más de una vez: todas las tareas políticas ligadas a semejante situación no existieron en absoluto, sin embargo, para nuestros “economistas”. Cuándo el ala revolucionaria de nuestra burguesía perdió, bajo la influencia de la completa descomposición histórica de la ideología puramente democrática, la capacidad de responder a la fatídica pregunta: ¿qué hacer ahora?, en ese momento se vio obligada, dada la situación histórica de Rusia, a adoptar el socialismo como punto de partida en la lucha democrática. Pero precisamente a causa de que el socialismo había absorbido a todos los elementos de la democracia revolucionaria había perdido la posibilidad de oponerse a estos elementos y desarrollar, así, su naturaleza política propiamente dicha. La ausencia de competencia con la burguesía radical en el esfuerzo por influenciar al proletariado permitió, durante cierto tiempo, contentarse con los métodos tácticos más groseros y engendró ideas deformadas y simplificadas sobre las perspectivas del desarrollo político de la clase obrera a la cual se opuso la noción de “una sola y única masa reaccionaria”. Según estos puntos de vista, la clase obrera debía desarrollarse gradualmente, metódicamente, con una matemática regularidad, día tras día, desde lo simple a lo complejo, y partiendo de la reivindicación del agua hirviente lista para el té para llegar a la de la transferencia de todas las fábricas a las manos de los productores.
Un sistema de ideas tan simplificadoras, al que le correspondía una táctica en consonancia, era incapaz de consolidar la conciencia de clase, tanto entre la intelligentsia marxista como entre los elementos revolucionarios del proletariado. Semejante sistema era incapaz de suministrarles los medios para resistir la presión política de la democracia radical. Y si hubiese existido, a principios de siglo durante el renacimiento, un movimiento radical-democrático pleno de iniciativa en competencia con la socialdemocracia, aquél habría tenido todas las posibilidades para desarmar a nuestro partido. Es un hecho, una evidencia sobre la que más de una vez se ha llamado la atención. Sin embargo es innegable también un segundo hecho. Una organización radical-burguesa no puede surgir de golpe sino es por medio de una inspiración revolucionaria. Para estar armada en el momento crítico, hubiese sido necesario que se hubiese armado durante el período precedente: pero esto no podía hacerlo sino luchando directa o indirectamente contra la socialdemocracia. La existencia de un partido revolucionario- burgués, influenciando paralelamente a la intelligentsia y al proletariado (o, al menos, esforzándose en hacerlo) es, precisamente, lo que hubiese hecho imposible toda simplificación de las tareas del partido socialista, simplificación que fue el rasgo fundamental del “economismo”. Si el marxismo ruso no hubiese tenido que trabajar sobre un proletariado virgen políticamente, sobre el que nadie había emitido ninguna pretensión, no hubiese podido resolver tan fácilmente la cuestión reivindicando este erial, sin ninguna otra forma de proceso, como su dominio; hubiese tenido que demostrar más, y demostrar políticamente, que éste era efectivamente su dominio: se hubiese visto obligado, por la lógica de la competencia política, a oponer su política de clase, socialista, a la política democrática.
Desde este punto de vista, la historia ha facilitado mucho los primeros pasos de nuestro partido. Pero como nada se da gratuitamente, la misma “facilidad” de nuestras primeras conquistas se ha traducido en su fragilidad política. Los “economistas” engendraron ellos mismos, a causa de su práctica política, a sus adversarios políticos; sin embargo, a consecuencia de lo que acabamos de exponer más arriba, no hicieron el más mínimo esfuerzo para poner en guardia a las masas contra ellos. Incluso más, no creyeron ni en la posibilidad de su aparición. Sin embargo, éstos se manifestaron. Por muy primitivos que hayan podido ser los métodos tácticos de los “economistas”, por muy poco suficiente que haya podido ser su acción para oponer las masas proletarias al estado bajo todos sus aspectos (es decir, todos sus aspectos de clase así como sus aspectos “por encima de las clases”), se han revelado, sin embargo, como un potente medio para conducir a las masas a enfrentarse a la misma dominación, en tanto que aparato colosal de represión policial. Despertando a amplias capas del proletariado, los “economistas” las han convertido en la principal reserva de energía revolucionaria. Este hecho no podía dejar de provocar toda una serie de consecuencias. La “sociedad” burguesa está ligada políticamente a las masas revolucionarias por la intelligentsia revolucionaria, su capa más sensible. Esta capa es el barómetro que mide el despertar político del “pueblo”. Y la oleada de los movimientos estudiantiles nunca se elevó tanto. En su cresta aparecieron algunas figuras heroicas y audaces en las que la sociedad, presa de un sentimiento ambiguo de aflicción y orgullo, reconoció a sus propios hijos. El movimiento democrático se puso en marcha, y, en sucesivas oleadas de izquierda a derecha, se derramó en el río político. El ala derecha de la democracia reveló, inmediatamente, sobre qué se apoyaba: sobre los elementos influyentes de la oposición en los zemstvos. En la parte alta de la oleada de la intelligentsia de los zemstvos apareció también una figura que, sin embargo, no tenía nada de heroica. Ante ella, la sociedad tuvo un sentimiento ambivalente, compuesto de autosatisfacción (“¡he aquí nuestro hombre!”) y al mismo tiempo de la desconfianza congénita de taberneros.
Este proceso político que permitía a algunos superarse, a unos bajo las potencias de Schlüsselburg, a otros en las apacibles y provinciales calles de Stuttgart (“lejos del radio de acción de la policía y de la censura zaristas”), este proceso no se realizó, bien entendido, mecánicamente sino que exigió y engendró toda una serie de evoluciones ideológicas en y mediante las cuales se definieron, tomaron forma y se consolidaron los agrupamientos políticos de la intelligentsia afectada. Este cambio nervioso en las doctrinas filosóficas y en las concepciones teóricas, que se pudo constatar en la intelligentsia rusa durante los últimos tres lustros, está sometido a la lógica general del pensamiento y del conocimiento humanos. Sin embargo, esta lógica se dobla en otra, mucho menos elegante y ajustada, mucho más dominadora e intransigente, la lógica del interés político. Esta última somete a la primera y le impone su voluntad y su ley.
El punto de partida del despertar ideológico de amplias capas de la intelligentsia, tras la letargia de los años ochenta, estuvo marcado por la introducción de la idea del “materialismo económico” en nuestra literatura legal. Llegó el marxismo, adquirió carta de naturaleza y se apoderó de un amplio territorio sobre el que no tenía, en el fondo, si se les cree, ningún derecho histórico. Pero finalmente el marxismo, como instrumento irremplazable de lucha contra un populismo devenido totalmente reaccionario y como justificación teórica global de su tendencia natural a la europeización de la vida social rusa, la intelligentsia, y en particular su ala derecha (cada vez más fuerte), se liberó, primero tímidamente y después cada vez con mayor seguridad, de las conclusiones revolucionarias-proletarias del marxismo. Se vio aparecer esta “autoliberación” bajo la forma de un “reexamen implacable del dogma”, y de la de la “pulverización del marxismo”, según la maliciosa expresión de Mijailovski. Pero este proceso efectivo de “pulverización”, piensen lo que piensen los idealistas de las escuelas positivistas o “metafísicas”, fue determinado de hecho, no por la incapacidad teórica de la dicha doctrina sino por razones de orden social que sólo el marxismo puede explicitar. Ya hemos dicho más arriba que nuestro partido, tras haber absorbido a todos los elementos activos del movimiento democrático, se privó, así, de la posibilidad de oponerse a él, lo que predeterminó por un largo período su primitivismo. Pero “expulsa a lo natural, volverá al galope”: esta delimitación entre elementos proletarios y elementos burgueses-democráticos, que tendría que haber “concentrado” la energía de clase del movimiento socialista, comenzó a desarrollarse en el marco de una sola doctrina general: el marxismo vulgar. Por otra parte, no fueron los elementos socialistas los que comenzaron a separarse de los elementos democráticos- burgueses sino que, aunque parezca imposible, fueron estos últimos quienes, bajo la consigna de “crítica” se pusieron a depurar su conciencia de todos los elementos de clase del marxismo. La doctrina revolucionaria perdió su filo de clase, éste fue sistemáticamente, semiinstintivamente, semiconscientemente, limado por un doctrinarismo socialista, ya sea en el marco formal del marxismo, ya en su “crítica” abierta cuando este marco devino, a su vez, demasiado estrecho.
Hemos dicho que el marxismo se apoderó de elementos de la sociedad sobre los que, en el fondo, no tenía ninguna pretensión de hacerlo; ¿pero esto era cierto? ¿No será más bien que estos elementos se apoderaron del marxismo para el servicio de sus objetivos coyunturales? Hoy en día no es necesario demostrar una gran perspicacia política para responder a este interrogante. Lo que significaba realmente el marxismo para los objetivos del movimiento democrático ruso nos lo muestran, claramente, nuestros “idealistas” de ahora, los “críticos” de ayer y “marxistas” de anteayer. El Señor P. G. [Struve], uno de los autores de Problemas del idealismo, reconoce al marxismo el mérito de haber “dado un programa popular nuevo, claro y práctico”. El mismo autor, en la página anterior, declara que “el socialismo en tanto que tal, no podía (en tiempos de Chernychevsky) y no puede dar un programa popular claro”. Con otras palabras, sólo se le reconocen méritos al marxismo en la medida en que no es socialismo. Pero, ¿qué representa el marxismo menos el socialismo?
El señor P. G. responde enseguida: “el enorme mérito [resaltado por el autor] del marxismo ruso” es “demostrar científicamente la necesidad histórica del capitalismo en Rusia”, es decir, de “justificarlo en tanto que necesidad histórica”. Dicho de otra manera, el marxismo liberó la conciencia de la intelligentsia del deber de proteger a quien fuese y a lo que fuese del capitalismo; el marxismo le ha permitido batirse por la europeización de la estructura social; el marxismo ha suministrado a la intelligentsia las bases teóricas de su lucha a favor de la emancipación política. Ahí reside todo su “mérito”. Se comprende entonces la siguiente afirmación (a primera vista monstruosa) del autor sobre Struve (al cual, dicho sea de paso, le muestra una admiración indecente): Struve, “abandonando el positivismo, ha abandonado, por eso mismo, el marxismo desde el punto de vista filosófico” (resaltado por el autor). ¿Desde el punto de vista filosófico sólo? Sí, pues “los resultados científicamente determinados del marxismo y las preciosas conquistas de su programa popular no son esperables por un giro metafísico” [=de Struve]. Así pues, el director de Osvobojdenie resulta ser una “marxista” en el sentido político del término. Lo mismo vale para M. Bulgakov. Éste rechaza incluso la “doctrina social filosófica del marxismo” y parte “de fundamentos filosóficos completamente diferentes”: pero él también continua siendo fiel al marxismo: “en todo aquello que concierne a las cuestiones fundamentales de la política social concreta”. (Bulgakov, Del marxismo al idealismo, página 315)
En realidad, el Señor P.G. da una idea grosera y sin embargo reveladora de la relación que ligaba al marxismo con la intelligentsia rusa de los años 90. Hoy en día, cuando ya se han extinguido muchos fuegos y caído muchas hojas, el Señor P.G. puede, en nombre de su pasado, plantearse la cuestión del valor del marxismo, con la evidente intención de hacer apología burguesa: la significación del marxismo sería la justificación del capitalismo. En otro tiempo, en la primera mitad de los años 90, el marxismo representaba para la intelligentsia, e incluso para el señor P.G., algo diferente a la simple justificación de la explotación capitalista. Si el señor P. G. es culpable de haber tratado de forma desenvuelta su propio pasado, que contiene incluso algunos elementos de “romanticismo”, ello no le impide dar una respuesta indubitablemente justa a la siguiente pregunta: ¿qué méritos le valieron al marxismo para su admisión en la mayoría de los salones literarios? Como acabamos de verlo, fue porque suministró todo un “programa popular”, desprovisto de todo socialismo.
Está claro que gente que mantenían apreciaciones de este género sobre el marxismo no fue en absoluto marxista, fue (y siguen siéndolo) parásita filosófica de un aspecto del marxismo que ha aislado y separado de su totalidad, la “justificación” teórica por las leyes intrínsecas del desarrollo social de toda forma determinada de las relaciones sociales. Semejante “justificación”, mecánicamente separada del contexto de la concepción dialéctica del mundo, puede “sancionar” conclusiones extremadamente conservadoras; pero en la concepción marxista real, no falsificada, esta “justificación” está enteramente subordinada al aspecto revolucionario de la dialéctica materialista; toda forma de relaciones sociales engendra, ella misma, sus propias contradicciones y finalmente deviene su propia víctima. La “crítica” tenía que privar al marxismo, pues, de este segundo aspecto inherente a su doctrina. Además, como la depuración del marxismo de todos sus vestigios “no científicos” (es decir, revolucionarios) tomó muy pronto la forma de la lucha contra los marxistas revolucionarios, todo el marxismo perdió, para el Señor P.G., rápidamente su fuerza de atracción: devino una doctrina extranjera.
He aquí bajo que elocuentes palabras es pintado este momento por uno de los que lo han vivido: “Sentía así hundirse el suelo bajo mis pies poco a poco. Del edificio que, todavía ayer, parecía tan harmonioso y entero, no quedaban más que algunos muros. Naturalmente, determinadas reivindicaciones de orden social [ya sabemos cuáles], que la misma realidad designa, conservan su valor práctico, incluso fuera de cualquier teoría. Sin embargo, quien reflexiona tiende naturalmente a concebir sistemáticamente estas reivindicaciones disparatadas y a captarlas intelectualmente como unidad de ideal y de concepción del mundo. Y esta unidad, que representaba antaño el marxismo, está ahora perdida.” (Bulgakov: Del marxismo al idealismo, prefacio, página XIII). Nuestro escritorzuelo piensa que a nuestros ojos de marxista “todo esto se reduce al hecho que algunos brotes ilegítimos del marxismo han capitulado, por tal o cual consideración (de orden esencialmente práctica), ante la sombra del idealismo en provecho de una apacible morada en la que resuenan suaves sonoridades y plegarias”. (Del marxismo al idealismo, Prefacio, páginas V y VI.)
Todo esto no son más que tonterías. En la “explicación” (o la acusación) que, en nombre de los marxistas, formula el Señor Bulgakov contra sí mismo, las motivaciones de psicología colectiva son reemplazadas por motivaciones “prácticas” individuales y la explicación materialista por un juicio ético; y al idealismo como Credo de amplias capas de la intelligentsia, se adjuntan las figuras de la Señora Bulgakov y de Berdiaev, que, “por consideraciones de orden práctico” se alejan hacia esas apacibles moradas en que resuenan suaves sonoridades y plegarias. Las “razones” esencialmente personales, prácticas o “religiosas”, que hacen que tal o cual dirigente del idealismo se haya alejado de determinadas posiciones, esta cuestión es competencia de los biógrafos, suponiendo que los dirigentes del “idealismo” sean capaces de interesarles. Por el contrario, la cuestión de saber qué condiciones sociales y políticas han producido el segundo plano psicológico que ha comportado el “cambio de vínculo ideológico” de “algunos rebrotes ilegítimos del marxismo”, esta cuestión es, indiscutiblemente, competencia del materialismo histórico y sólo puede ser resuelta por él. Ya hemos dicho que la doctrina del proletariado, el marxismo, produjo un efecto no esperado por sus creadores: le dio, al movimiento democrático ruso, el derecho moral de marchar, con el corazón puro y la frente alta, a “la escuela del capitalismo”: después que éste se adentró en el camino de la “crítica”, la conciencia de nuestra intelligentsia democrática, que fue despertada a la vida política por el proletariado, fue purificada de todo respeto hacia la doctrina sociológica en general y el socialismo científico en particular (conciencia a la que el marxismo había sido inoculado como instrumento de lucha contra el populismo reaccionario).
El solo parasitismo ideológico, bajo la forma de una lastimosa crítica del marxismo, doctrina de otra clase social, no puede por sí sólo asegurar la existencia de amplias capas del movimiento democrático en el período de ascenso de la oposición, cuando éste se prepara para desplegar el mayor entusiasmo político del que sea capaz. Acabamos de escuchar decir al Señor Bulgakov que “quien reflexiona tiende naturalmente a concebir sistemáticamente estas reivindicaciones disparatadas y a captarlas intelectualmente como unidad de ideal y de concepción del mundo”. El liberal “que reflexiona”, tras haber dicho adiós al marxismo, “tiende naturalmente” a construirse un nuevo templo en el que puede, sin ser molestado, adorar a su Dios. Pero la construcción de este templo filosófico con las piedras del pensamiento realista era algo absolutamente imposible para el Señor Bulgakov y para aquellos que seguían la misma evolución que él: pues las tradiciones rusas del pensamiento realista se apoyaban inevitablemente sobre el marxismo. Este hecho estaba terriblemente claro para aquellos que ya tenían en su activo la lucha contra el “subjetivismo” sociológico y el populismo. Volverse hacia el “realismo” filosófico significaba reencontrar este marxismo que se acaba de depurar tan concienzudamente, tan penosamente, de todo aquello que contenía de “no científico” (hasta el punto que ya no quedaba nada de él). Rechazar el marxismo era rechazar las tradiciones del pensamiento realista en general.
Los ideólogos del liberalismo ruso, pasados fugitivamente por la escuela del marxismo y “destrozados” teóricamente por él, se vieron obligados a buscar un refugio espiritual en las nubes de la metafísica idealista y, para retomar la expresión de Feuerbach, hasta “en el asilo de la teología”.
El liberal “que reflexiona” tiende naturalmente a concebir sistemáticamente las “reivindicaciones disparatadas” del movimiento democrático. Pero su instinto de clase lo aleja del punto de vista histórico y social ya que éste está monopolizado por el marxismo, etapa suprema del pensamiento sociológico. El marxismo ha transformado el punto de vista histórico y social en un punto de vista de clase y “comprende” así las “reivindicaciones disparatadas” como productos de intereses de clase. Para el liberal o el “demócrata que reflexiona”, adoptar tal punto de vista habría significado el suicidio político: se habrían convertido a sus propios ojos, en efecto, en los representantes de las clases dominantes. Por ello tuvieron que buscar, necesariamente, las muletas teóricas en el exterior del proceso histórico y de sus realidades de clase: tuvieron que volverse hacia un mundo supra-histórico. Del “Ser” cambiante y empíricamente perceptible tuvieron que llamar a la “Necesidad” inmutable y permanente. Se recurrió al imperativo categórico de la moral para “concebir sistemáticamente” y exponer desde un punto de vista filosófico estas mismas reivindicaciones disparatadas que Osvobojdenie de Stuttgart se encargó de formular. Tanto objetiva como subjetivamente, era absolutamente necesario para los ideólogos del liberalismo presentar su programa no como la vulgar plataforma de una burguesía “progresista” sino como la expresión de leyes eternas de la moral; ahora bien, hemos visto como el idealismo, para responder a esta necesidad absoluta, no abandona la posición suprahistórica de los problemas sino que expone, con la ayuda de miserables silogismos, que “el principio formal de la moral elimina también tanto el conservadorismo ético como la utopía ética de la perfección sobre la tierra. Condena […] la misma idea de la posibilidad de una harmonía universal de los intereses y fuerzas que se lograrían mediante la realización efectiva de este ideal” (página 288). Más brevemente aun: el imperativo categórico, en tanto que principio director de la política, “elimina” el conservadorismo intransigente y “aprueba” el liberalismo. Y el Señor Bulgakov, en su lógica, tiene completamente razón en decir: “Este principio es suficiente para dar una base a las aspiraciones liberadoras de nuestro tiempo”. (Del marxismo al idealismo, prefacio, página XXI.)
La posición queda fijada así: “Los derechos imprescriptibles de Hombre y del Ciudadano”, colocados bajo la protección directa del imperativo categórico, deben servir de ahora en delante de fundamento a un combate entablado en dos frentes: hoy en día contra la policía zarista, mañana contra el proletariado; hoy en día contra el absolutismo, mañana contra el socialismo.
¡Desde el mismo momento en que el ala liberal de la intelligentsia se esforzaba en atrincherarse en las ciudadelas de la metafísica, elementos intermedios de esta intelligentsia, liberados por la misma “crítica”, decidieron que en lo sucesivo todo estaba permitido! La democracia revolucionaria francesa no celebró con tanto gozo la fiesta de la diosa Razón como lo ha hecho nuestra intelligentsia “socialista-revolucionaria” con su fiesta de liberación de todas sus obligaciones hacia la razón teórica. Es suficiente con leer El Mensajero de la revolución rusa, órgano del socialismo libertario: una especie de Decamerón “socialista-revolucionario”, una recopilación de novedades, artísticamente inferiores a las de Bocaccio, pero que, paralelamente, encarnan la revuelta burguesa, la vehemente protesta de la “carne” burguesa en su despertar contra las cadenas tiránicas que la Iglesia “ortodoxa” dominante le impuso sin apelación durante todo un período.
En una atmósfera liberada por la “crítica” del peso intelectual del marxismo, amplias capas de la intelligentsia se sintieron independientes de todo “dogma” riguroso, tras su entrada en la esfera de la lucha revolucionaria. Pero estas capas encarnadas por los “socialistas- revolucionarios” no rechazaron el marxismo en su conjunto. Tal rechazo les hubiese impuesto obligaciones demasiado importantes. Se contentaron con explotarlo, como unos salteadores, para justificar tal o cual acto de aventurerismo político. La actitud de los “socialistas- revolucionarios” hacia el marxismo no es más que el reflejo (en el plano teórico) de su actitud hacia el proletariado. No le reconocían la calidad de fuerza política autónoma, sin darle la espalda a pesar de ello: se pusieron de acuerdo para explotarlo políticamente[3]. Todo lo que Europa ha dado a luz en medio del dolor, todo aquello que ha parido social y políticamente, se lo ha apropiado sin ningún esfuerzo la intelligentsia rusa a través de los libros y diarios, pero, ¡ay!, al primer cambio de circunstancias se ha librado de ello con la misma facilidad. Le ha bastado con sentir su propia fuerza revolucionaria y con tener conciencia, o al menos el presentimiento, de su importancia política futura para manifestar, inmediatamente, su facultad de regresión ideológica, completamente imprevista para los marxistas de los años 90; regresión que tomo la forma de un populismo enmascarado de subjetivismo histórico y de metafísica idealista. Las falanges “marxistas” disminuyeron cada vez más. El título de “ex marxista”, “ex socialdemócrata” devino, de un solo golpe, una entrada para las “mejores casas”, del “burdel” literario y nadie vio, a excepción de un grupo relativamente restringido, que este “título” no designaba otra cosa más que la deserción de los que habían pasado del ejército del proletariado al campo del enemigo. Tal cambio de campo sólo puede ser propio de un renegado político.
Este fue el momento en el que nuestros compañeros de ayer cerraron deprisa sus maletas como si temiesen perder el tren; la mayoría de los militantes del partido, sacrificados en cuerpo y alma a la causa del proletariado, eran incapaces de comprender el significado político del cambio en la intelligentsia que se estaba produciendo ante sus ojos. Los socialdemócratas “economistas” no le concedían un gran valor al marxismo: por ello se servían poco de él como instrumento político. Del marxismo habían tomado dos o tres tesis simplificadas que sancionaban, según ellos, su táctica victoriosa; se comportaron respecto al marxismo, tomado en su totalidad, con una indeferencia equivalente al suicidio. Más aun, ellos mismos eran muy receptivos a la “crítica” burguesa. El partido no conocía “atmósfera teórica” y los prácticos del “economismo” estaban saturados por la viciada atmósfera del periodismo legal, con su “marxismo” apologético de la burguesía, y su “crítica”. Este fue, en conjunto, el triste período de la huida masiva de la intelligentsia del marxismo, mientras que, en segundo plano, las masas proletarias se ponían en movimiento. De un hecho elemental y evidente, el partido socialdemócrata hizo una cuestión muy complicada.
En tanto que cuestión complicada, precisamente, es como trata la cuestión de nuestro partido Iskra.
Y Dios dijo: “Que se haga la luz”, y se hizo la luz. Separó el cielo de la tierra, el día de la noche, la democracia burguesa de la democracia proletaria. El caos primitivo desapareció y se instauró el reino de la política socialdemócrata revolucionaria. Semejante sería en lenguaje bíblico el estilo de las declaraciones y llamamientos de aprobación de los comités de Iskra, cuyo carácter fundamental es la ausencia de cualquier perspectiva histórica. Iskra no ha escogido sus tareas “arbitrariamente”. Le han sido impuestas por la condiciones del momento, tal como las hemos caracterizado más arriba. Los “economistas” habían despertado nuevas fuerzas pero fueron incapaces de dominarlas. Habían impulsado un movimiento de masas pero hicieron mal el trabajo al no conferirle un carácter de clase sin equívocos. A través del movimiento obrero habían despertado a la intelligentsia democrática; sin embargo, no la sometieron a su control; al contrario, capitularon ante ella cuando desencadenó una campaña teórica contra los principios de la política de clase autónoma del proletariado.
Estos dos hechos determinaron las tareas fundamentales de todo el período de Iskra. Particularmente el segundo (el rápido crecimiento del movimiento democrático) marcó indeleblemente el carácter de nuestro primer diario político. En la medida en que se tenía fe en las capacidades políticas de la socialdemocracia, era absolutamente necesario presionar activamente hacia la “diferenciación” política de la intelligentsia democrática, a fin de conquistar, en nombre del marxismo, el mayor número posible de partidarios conscientes de la clase obrera. “¡En nombre del marxismo!”, es el eslogan que ha dominado todo este período, y la intelligentsia revolucionaria se ha reagrupado en torno de él; este eslogan devino tan terrible como antaño Slovo i Dielo “palabra y acto”. Iskra no ha realizado milagros. No ha separado el cielo de la tierra, ni la tierra del mar. Pero, apoyándose en Zaria, que recuperó de nuevo el marxismo, Iskra contribuyó enormemente a la diferenciación política ante la intelligentsia democrática. El período “economista” fue el de la lucha directa y exclusiva por ganar la influencia sobre las masas proletarias; una lucha no contra los otros partidos democráticos sino contra la incultura del mismo proletariado y contra la barbarie de las condiciones políticas rusas. El período de Iskra fue, en su significado político objetivo, el período de la lucha por la influencia sobre la intelligentsia revolucionaria, con, en segundo plano, un proletariado comprometido en el combate democrático. En esta diferencia fundamental es donde reside la “justificación” histórica de los dos últimos períodos de la vida de nuestro partido. Esta diferencia, es decir el sentido de todo el período de Iskra, es la que debe entender, ante todo, quien quiera comprender aunque sólo sea aproximadamente, el problema de las actuales divergencias en el interior de nuestro partido.
El período de Iskra fue el período de la lucha para influenciar a la intelligentsia. Iskra proclamó que “es indispensable diferenciarse”. Y se delimitó y se diferenció. Ello no significa que Iskra haya elaborado métodos tácticos para la diferenciación inmediata del proletariado y de la burguesía (desde este punto de vista Iskra hizo muy poca cosa); no, aplicó los fundamentos teóricos del marxismo (retomado por Zaria) para “delimitar”, en el interior de la intelligentsia democrática, a los partidarios principistas del proletariado de los “partidarios” potenciales de la burguesía. “Es necesario delimitarse”. Bien entendido, esto significaba, “al fin de cuentas”, la autodeterminación política del proletariado bajo la forma de una política autónoma de clase. Pedro este “objetivo final” sólo existía subjetivamente; darle vida, tal es la tarea del nuevo y rico período, del que se ve ya despuntar la luz por encima de nuestro partido. La misión de la antigua Iskra, por el contrario, misión que cumplió efectivamente, consistía en retener a todos los elementos de la intelligentsia democrática que no estaban todavía definitivamente perdidos para la “idea del cuarto estado”, utilizando para ello el filo de la doctrina marxista.
Aquí debemos hacer una aclaración. Consideramos aquí como cumplida la misión de Iskra. Cuando hablamos de Iskra no nos referimos a Iskra tal como ésta fue prevista, tal como comenzó sino que la consideramos tal como devino. Subjetivamente, Iskra se había fijado objetivos muy amplios: ante todo elevar el movimiento obrero espontáneo al nivel de movimiento político, después dirigir (en nombre del proletariado, de la clase liberadora) a “¡todos aquellos a quienes les es cara la palabra libertad!” (Número 3). Un diario político debía, en tanto que diario socialdemócrata, servir de faro al proletariado revolucionario y, en tanto que diario demócrata, de brújula a la democracia combatiente. Pero esto se verificó más tarde; es imposible lograr, por medios literarios, resultados políticos que no se corresponden con las relaciones recíprocas de las fuerzas políticas. La socialdemocracia no podía batirse en lugar de los obreros, ni un diario socialdemócrata en lugar de la socialdemocracia. Si ésta, teniendo en cuenta su influencia sobre las masas proletarias, teniendo en cuenta su grado de energía y la eficacia de su acción política, es incapaz de conquistar un lugar decisivo en la lucha democrática, en vano es esforzará un diario socialdemócrata en arrastrar a remolque suyo a todo el movimiento democrático, sólo en nombre de la clase liberadora. La historia no permite “substituciones”.
El movimiento democrático no se deja encadenar por medios puramente literarios ya que esta actividad es, precisamente, el dominio en el que la intelligentsia es más fuerte y, por tanto, más independiente. Editar dos diarios como Osvobojdenie y Revoliutsionaya Rosia según el ejemplo vivo de Iskra y eliminar, así, toda obligación, incluso coyuntural, hacia el partido del proletariado, esto fue asunto de un año o dos.
En la medida en que el movimiento democrático se dotó de su herramienta “ideológica”, el atraso político del proletariado se expresó en el hecho que su propio partido corría el riesgo entonces de disolverse, si no enteramente, por lo menos sí en buena parte, en el movimiento democrático. Iskra, queriendo mantenerse fiel a la causa del proletariado, se vio forzada a dejar de reagrupar al movimiento democrático “en nombre del proletariado” y a separarse de aquél “en nombre del marxismo”. Lo quisiera o no, se vio obligada a consagrar la mayor parte de su trabajo a la “delimitación” que sólo Zaria debía, primitivamente, realizar. Iskra quería ser, en su diseño original, la dirección de la lucha democrática general común, bajo la hegemonía del partido del proletariado, pero se transformó, en realidad, en un órgano de autodefensa de la intelligentsia socialdemócrata, en nombre de su tarea objetiva que era arrastrar al proletariado al combate democrático general tras su bandera. Este giro realizado a medias espontáneamente, le confirió al diario esta fisonomía belicosa y “furiosamente polémica” en la que se piensa con tan sólo pronunciar el nombre de Iskra. En su número 35, Iskra, a través de un excelente artículo del camarada Starover, estableció el balance de los cambios objetivos operados, bajo la influencia de los cuales se formó la fisonomía particular del diario. “El viraje que se ha producido en los dirigentes del movimiento democrático [dice Starover] es un hecho consumado. La idea que el proletariado debía dirigir la lucha liberadora ha sido reemplazada por otra que sólo atribuye al proletariado un lugar subordinado.” (“Sobre la democracia con dos cabezas”).
La crítica del “economismo”, de los prejuicios populistas, terroristas, nacionalistas, se lleva la parte del león en el trabajo de Iskra. Iskra, como ya se ha dicho, no era un diario político sino polémico. Se le ha acusado de batirse no tanto contra la autocracia como contra las otras fracciones del movimiento revolucionario. Inevitablemente se deduce de semejante reproche, si se es consecuente con uno mismo, que Iskra no debía propagar ideas políticas que no fuesen comunes al movimiento democrático en su conjunto; dicho de otra forma: que era conveniente disolver la idea de clase en la ideología democrática. Para los socialdemócratas, esto hubiera significado el abandono de toda perspectiva propia. Iskra, por suerte para el partido, no lo ha hecho. Por el contrario, ha consagrado el máximo de atención a las “divergencias de opinión fraccionales en el interior de la intelligentsia”. Luchando contra el populismo, el terrorismo y el nacionalismo, Iskra ha mostrado a la intelligentsia el camino de la lucha por los intereses históricos del proletariado. Lo que incumbía directamente a Iskra no era la tarea de delimitar políticamente al proletariado, sino la de esclarecer la consciencia de la intelligentsia sobre los intereses históricos de esta clase.
Cuando Lassalle llevaba adelante una encarnizada lucha contra los “progresistas” se batía directamente por la influencia entre los obreros ya comprometidos en el combate democrático, y entre los cuales los “progresistas” tenían sus partidarios organizados. Pero nosotros, cuando nos batimos contra el populismo o el idealismo lo que tenemos en el punto de mira inmediatamente no son los obreros, sino la intelligentsia que lo primero que hará será alejarse de nosotros para ir a los obreros con su populismo pequeñoburgués o su liberalismo burgués. Iskra no ha llevado ante el tribunal político del proletariado a los “socialistas- revolucionarios”, como lo hizo Lassalle con los “progresistas” (y nuestros comités lo han hecho en una medida insignificante), sólo ha levantado ante ellos una condena teórica desde el punto de vista de los intereses de clase del proletariado, y, sólo en este sentido, indirectamente, en nombre del proletariado. Iskra no impulsaba al proletariado a enfrentarse abiertamente al conjunto del medio burgués; no hacía más que reclutar entre la intelligentsia a los partidarios del principio de tal proyecto. No elaboraba las normas tácticas de una política autónoma del proletariado (por menos que tales formas tácticas fueran concebibles en las condiciones socio- históricas rusas); no hizo más que mostrar a la intelligentsia revolucionaria la necesidad de tal política autónoma.
Si tal o cual otro adversario puntilloso se esfuerza en demostrar cuidadosamente que la antigua Iskra cometió una seria de faltas de carácter teórico, que habrían echado a perder, en la flor de la edad, a una “generación” entera de socialdemócratas y que, si esos errores hubiesen sido corregidos de acuerdo con sus argumentos, el partido conocería ahora un pujante ascenso, por nuestra parte no podemos hacer otra cosa más que encogernos de hombros. No está aquí el quid del problema. No reside en las negligencias teóricas (del tipo por ejemplo de relaciones entre “espontaneidad” y “consciencia”); el fondo del problema está menos en estas cuestiones que en el carácter políticamente limitado de la misión impuesta a un grupo de socialdemócratas por los intereses de clase del proletariado en un período histórico determinado. Concierne a este rápido y febril proceso de traslación y reagrupamiento de la intelligentsia democrática que dispersa, por decirlo así, sin dejar rastros, a todos los elementos que hasta ahora estaban ligados en un todo indiferente por la aspiración subjetiva de “ser y continuar siendo [el instrumento consciente] del movimiento de clase de las masas obreras organizadas”.
No es suficiente con reconocer los méritos históricos de Iskra, y menos aun con enumerar todas sus afirmaciones equivocadas o ambiguas. Hay que ir más allá: es necesario comprender el carácter históricamente limitado del papel ejercido por Iskra. Contribuyó mucho al proceso de diferenciación de la intelligentsia revolucionaria; pero también puso trabas a su libre desarrollo. De forma materialista, ha realizado la multitud de simpatías teóricas y filosóficas hacia los intereses de clase determinados; y empleando este método “sectario” de diferenciación es como ha podido conquistar para la causa del proletariado a una buena parte de la intelligentsia; por fin, ha consolidado su “botín” a través de las diversas resoluciones del II Congreso en materia de programa, táctica y organización.
Todo este trabajo, sin embargo, no es más un preludio al trabajo realmente político de la socialdemocracia. En el momento presente la cuestión se plantea de la forma siguiente: ¿cuál es la tarea central del nuevo movimiento? ¿Es preciso continuar la diferenciación (manteniéndola en el marco restringido de la intelligentsia ligada a la socialdemocracia por un programa común) o, por el contrario, es necesario elaborar métodos de separación política inmediata del proletariado real (y no sólo conceptual) de la burguesía (real)?
Nosotros insistimos en la segunda respuesta. El partido a crear, para el cual la antigua Iskra ha reagrupado a los miembros dispersos de la intelligentsia, debe tender a la resolución inmediata de esta tarea, para nosotros fundamental, única tarea que puede dar su explicación y justificación al trabajo de Iskra, pero que apenas ha sido prevista por ella y por los prácticos de este período, tarea que consiste en destacar políticamente al proletariado de la burguesía.
Es verdad que el partido se aproxima ahora por primera vez al proletariado. Durante los tiempos del “economicismo” el trabajo estaba enteramente dirigido al proletariado pero, principalmente, no era todavía un trabajo político socialdemócrata. Durante el período de Iskra, el trabajo tomó un carácter socialdemócrata pero no estaba dirigido directamente hacia el proletariado (en la medida en que lo estaba, sólo tenía un carácter “primitivo-democrático” del que hablaremos más tarde). Sólo ahora, la socialdemocracia, en tanto que socialdemocracia, se vuelve hacia el proletario en tanto que tal.
Definiendo así la situación actual podemos comprender, por la misma forma de plantear el problema, no sólo la posibilidad sino también la necesidad de las actuales divergencias en el seno del partido. Cada período secreta su propia rutina y tiende a imponer sus propias tendencias al movimiento en su conjunto. Los “economistas”, a partir de una confusión psicológica, identificaron el movimiento “profesional y sindical” que dirigían con el movimiento socialdemócrata; igualmente, los “iskristas” identificaron muy a menudo la lucha por el reconocimiento principista de la política de clase del proletariado con la práctica efectiva de esta política, y esta identificación les llevó, finalmente, a ignorar totalmente su tarea inmediata: es decir, la realización de los principios políticos de clase del proletariado, admitidos, sin embargo, de manera general en los términos correspondientes a la política cotidiana. Pero volveremos a hablar más delante de ello[4].
Cuando Lenin tomó de Kautsky la absurda idea de la relación entre el elemento “espontáneo” y el elemento “consciente” en el movimiento revolucionario del proletariado, no hacía otra cosa más que definir groseramente las tareas de su época. Se dirige a la intelligentsia que constituye el único público de Zaria (y también de Iskra) teniendo en cuenta la complejidad de los problemas planteados y que puede ser la chispa. Le dice: “En primer lugar vamos a insuflaros el marxismo, esa argamasa concentrada de la consciencia, vamos a impregnaros de desconfianza hacia la democracia burguesa y, enseguida, al trabajo, ¡al ataque contra la espontaneidad! Ciertamente en esto consiste precisamente la tarea: “hinchar” a la intelligentsia de marxismo, vamos a atarla de pies y manos para impedirle dispersarse, traicionar, atacar con descaro a Marx, ¡en resumidas cuentas respirar! Tarea eminentemente urgente por otra parte pues la intelligentsia marxista se funde ante nuestros propios ojos, se nos escapa de entre los dedos… hacia los socialistas-revolucionarios y los liberales.
No queremos decir, a buen seguro, que Iskra, llevada por su trabajo de “diferenciación” de la intelligentsia, habría llegado a ignorar sus tareas principistas y mirar de reojo hacia “otra clase de la población”. ¡En absoluto! La intelligentsia tras la que corría Iskra era, en primera lugar, el mismo partido. El instinto de conservación política impulsa a la lucha contra la “crítica”, el bernsteinianismo, el terrorismo, el populismo y el idealismo, todas esas ideologías que aportaban un elemento de confusión y desagregación en el mismo medio con el que Iskra esperaba construir un partido unitario. Entre un pequeño grupo de socialdemócratas eminentes y la clase despertada se encontraba la capa de la intelligentsia indecisa, en la que no se reconocía a los “suyos” en el “caos”. En realidad nuestro diario político no fue un órgano dirigiendo inmediatamente las luchas políticas del proletariado sino una plataforma política principista que servía para delimitar, en el interior de la intelligentsia, la parte marxista de aquella que era marxista a medias y de la que apenas había sido tocada por el marxismo.
Sin embargo es preciso tener en cuenta que Iskra había recibido de la época del “economicismo” una herencia seria y extremadamente preciosa: las masas despertadas del proletariado urbano.
Sobre esta base histórica, la lucha por la influencia sobre la intelligentsia era una tarea profundamente diferente de la que debió cumplir el Grupo de la Emancipación del Trabajo en los años 80 y una parte de los 90. Entonces se trataba de demostrar el inevitable desarrollo del capitalismo en Rusia y deducir de ahí la legitimidad histórica de la existencia de una socialdemocracia rusa. Para llevar adelante esta tarea no era necesario un diario sino una revista, no Iskra sino Socialdemocracia. Los revolucionarios formados en la escuela de Socialdemocracia se convirtieron en propagandistas del socialismo científico. La problemática que se le planteaba a Iskra era muy diferente. Tenía que formar no propagandistas sino dirigentes políticos para un movimiento de masas ya existente. Este objetivo no podía ser logrado únicamente a través de la exposición teórica de los métodos del marxismo sino a través de la demostración de su validez a partir de los fenómenos “corrientes” de la vida social y política. Pero la exposición de estos métodos, al igual que su utilización periodística, sólo sirvieron total e inmediatamente a un único objetivo: reforzar y formar políticamente a la intelligentsia marxista.
Sin embargo no hemos agotado todavía todo el contenido histórico del último período. Las masas urbanas despertadas espontáneamente (herencia de la agitación “economista”) determinaban, por su misma existencia, no sólo los métodos de la influencia sobre la intelligentsia sino que exigían, ante todo, que se les prestase una atención directa. “Sin tener en cuenta a sus dirigentes [escribía el número 3 de Iskra] el proletariado se ha lanzado al combate cuando se ha apercibido que la parte radical de la sociedad estaba presta seriamente a medir sus fuerzas con el régimen […] La socialdemocracia rusa deberá considerar como base de su actividad práctica esta aspiración evidente de las masas obreras a participar activamente en la lucha liberadora entablada por el conjunto del movimiento democrático ruso; deberá hacerlo si no quiere perder el tren, si no quiere abandonar a otras fuerzas políticas sus derechos a la dirección del movimiento proletario.” Y la socialdemocracia rusa puso, efectivamente, esta “aspiración de las masas obreras” en la base de su actividad política.
La práctica del partido se transformó, en cierto sentido, totalmente durante el período “iskrista”, pero no sólo, bien entendido, bajo la única influencia de Iskra: al movimiento de huelgas “profesionales” a penas decidido a transgredir sus límites, les sustituyó una agitación política sistemática en el proletariado por medio de “denuncias” políticas generalizadas. Esta diferencia era tan brutal que se la puede concebir (y se la concibió) como una diferencia entre el “trade-unionismo” y la política de clase del proletariado. En esta perspectiva, la relación entre el trabajo de Iskra y el del partido, y, por tanto, el papel de Iskra, se presentaban bajo un aspecto extremadamente simplista: el diario socialdemócrata revolucionario dirige directamente la política socialdemócrata revolucionaria del proletariado. Semejante punto de vista es tan falso como seductor.
Al partido le era absolutamente imposible realizar, en el dominio de la práctica política, todas las tareas propuestas por Iskra y Zaria. No se puede hacer “entrar en escena” a la táctica socialdemócrata no importa ni cuándo ni dónde. Incluso el simple hecho de la existencia de un proletariado no podía ser suficiente. Es absolutamente necesario cualitativamente que capas más o menos amplias del proletariado estén comprometidas en la política democrática. Ahora bien, semejante proletariado no existía. La socialdemocracia rusa debió, en primer lugar, crear esta condición de la política de clase cumpliendo las tareas históricas del movimiento democrático burgués: es decir, el despertar espontáneo del proletariado (período “político”). Los métodos de la agitación “económica” estaban destinados a despertar los instintos revolucionarios elementales que se habían formado espontáneamente en la psicología de clase del proletariado. El método de las “denuncias” políticas debía servir para dar a esos instintos despertados el carácter de una protesta cívica consciente. Por consiguiente, por muy diferentes uno del otro que hayan podido ser los contenidos de los dos períodos precedentes, coincidían sin embargo en que representaban objetivamente el resultado de un trabajo burgués-democrático (cumplido en nombre de los principios del socialismo y llevado adelante, subjetivamente, por motivaciones puramente socialistas).
Si los teóricos y publicistas del “economicismo” han encogido implacablemente la bandera del socialismo, en revancha de ello el grupo de Zaria e Iskra es del todo inocente de este pecado contra el Santo Espíritu: se fijó a sí mismo, al igual que a todo el partido, la tarea que es común a toda la socialdemocracia internacional: la unificación del movimiento obrero y del socialismo (Iskra número 1); ha desarrollado esta cuestión de forma teórica y polémica en sus publicaciones y agrupado a sus partidarios alrededor de esta tarea y de su comprensión. Pero el trabajo que estos últimos cumplían en el seno del proletariado (no sólo por una parte su trabajo sino, también, el de sus “adversarios”, pues todos estaban movidos por las mismas exigencias objetivas) se agotaba completamente en la tarea de liberar la conciencia de las masas obreras “del yugo de los prejuicios políticos seculares, de la fe ciega en el gobierno, en la misericordia del zar, y del desconocimiento del hecho que los proletarios son ciudadanos iguales a otros, en una sociedad que vive de su trabajo”. (Número 1). Zaria en el dominio de la teoría e Iskra en el dominio del periodismo y de la polémica programática, mostraban la relación directa existente entre un “ciudadano igual en derecho” y un proletario, y, un vez establecida esta relación, enseñaban a su público la política socialista, pero la vía política de las masas concienciadas no estaba impregnada de la conciencia de esta relación; estaba completamente colmatada por las consignas de emancipación en general. “Si Iskra me ha gustado tanto [escribía un obrero de San Petersburgo] es porque considera al obrero como un ciudadano. ¡Esto es muy importante!” (Iskra, número 14)
Sería totalmente falso pretender que Iskra ha dirigido directamente la vida política del proletariado en el sentido de haberse nutrido de la experiencia inmediata del movimiento y haber planteado respuestas inmediatas a sus necesidades inmediatas. En el trabajo de “diferenciación” de la intelligentsia, Iskra ha ejercido, efectivamente, un papel dirigente con mucha razón: estaba teóricamente armada hasta los dientes, y en este género de lucha el armamento teórico lo es todo. Pero esta lucha por sí misma no lo era todo. La teoría proletaria del desarrollo político no puede reemplazar a un proletariado políticamente desarrollado. Esta verdad se manifestó no sólo en la desgraciada tentativa de Iskra durante su primer período para someter “en nombre del proletariado” a todas las tendencias del movimiento democrático a la hegemonía socialdemócrata, sino también en la total incapacidad de Iskra para fecundar al movimiento del proletariado mismo mediante el aporte teórico que había introducido en la conciencia de la intelligentsia revolucionaria.
Iskra ciertamente que ha influenciado, directa o indirectamente, este renacimiento de la práctica durante los últimos tres o cuatro años. Pero para dar únicamente directivas que han sido evaluadas en función de la práctica y consignas que la práctica retoma, Iskra (considerada abstractamente) no tiene razón de ser Iskra; era suficiente con que fuese simplemente un diario revolucionario. En cuanto a las ideas políticas complejas que aportaba Iskra en tanto que “antorcha”, valían menos para el momento presente que para el futuro. Estas ideas, que no se transformaban directamente en práctica, preparaban, en la conciencia de los elementos dirigentes del partido, las premisas intelectuales para la fijación de las tareas tácticas de la política revolucionaria proletaria, sobre la base “material” creada por los esfuerzos de las “generaciones” precedentes del partido.
Hemos dicho que para la reactivación de la práctica que se estaba operando durante el último período, la ideología revolucionaria democrática era suficiente, in abstracto. Pero para que la “inserción” del proletariado en al esfera “del hombre y del ciudadano” llevase a un proceso de autodeterminación del proletariado en tanto que clase, era absolutamente indispensable crear el armazón ideológico complejo y vasto del socialismo científico, único armazón capaz de oponerse a las diversas formas de la ideología democrático-burguesa y de ligar, sin posibilidad de marcha atrás, a la causa histórica del proletariado al personal dirigente del movimiento, es decir, a los elementos provenientes de la intelligentsia democrática. Algunos ejemplos particulares pero extremadamente significativos mostrarán cómo Iskra dirigía de forma desigual la “diferenciación” ideológica de la intelligentsia, y la autodeterminación política del proletariado. Iskra, de una implacable severidad hacia toda forma de “titubeo” entre los intelectuales, daba pruebas de una considerable, y muy a menudo inadmisible, indulgencia hacia no importa qué declaraciones de proletarios despertados a la política. Iskra mantenía silencio casi aprobador cuando un obrero de San Petersburgo manifestaba su extrema alegría a propósito de la completa dejación de palabras sobre la plusvalía (y también, por tanto, sobre el socialismo); al mismo tiempo, hacía caer todo el peso de su cólera teórica sobre los socialistas-revolucionarios que se habían decidido imprevistamente a favor de una definición “muy poco doctrinal” de la clase, como categoría definida por la distribución y no por la producción. Iskra citaba sin miramientos a los obreros que exigían que se les enseñase, sin más demoras, “cómo marchar a la batalla”; al mismo tiempo abrumaba con su mordaz ironía “al giro histórico” que aconsejaba a los obreros constituirse en “batallones de asalto”. Ciertamente, el grito de guerra: “¡Constituíos en batallones!” no era más que la respuesta abstracta a la pregunta abstracta: “¿Cómo marchar a la batalla?”
Ello se explica, ante todo, por el hecho que Iskra, en el fondo, a consecuencia de la inadecuación entre su “teoría” y su “práctica”, tenía dos tipos de criterios. Era necesario atar, sin tardanza, a la intelligentsia con los nudos siete veces anudados de la doctrina socialista; por el contrario, el proletario “liberado de la plusvalía” y llegado al conocimiento de los “derechos del hombre y del ciudadano” no era mencionado por su nombre sino a fin de que, por sus cualidades revolucionarias, marchase sobre la cola de los intelectuales “seguidistas”. En el momento presente no somos sólo responsables de lo que ocurrirá en el futuro sino, también en cierta medida, de lo que ha ocurrido en el pasado. De nuestro “comportamiento” pasado dependen no sólo el destino de la socialdemocracia rusa durante los próximos años sino, también, el valor del trabajo en el sentido del socialismo que ha cumplido hasta ahora. Para que todo el trabajo precedente no se pierda desde un punto de vista socialista (y, en consecuencia, no sólo desde el punto de vista revolucionario), es necesario ante todo que avancemos una apreciación sobre las dos principales condiciones de nuestra actividad ulterior: por debajo, masas despertadas políticamente y ligadas a nosotros por tradiciones con diez años de antigüedad; por arriba, el absoluto respeto al marxismo, en tanto que método de pensamiento político; por una parte por el temor, por la otra por razones de adhesión consciente. Estos dos elementos deben convertirse en elementos esenciales de nuestro ulterior trabajo.
Los llamamientos que se oyen, por aquí y por allá, para “liquidar” pura y simplemente una y otra de estas premisas, deber ser rechazados de forma decidida y de una vez por todas, como una tentativa absurda para abandonar toda esta cultura política que hemos adquirido al precio de tantos esfuerzos y sin la cual seríamos tan pobres y estaríamos tan desnudo como Job. Iskra y Zaria no han obrado ningún milagro: en historia, en efecto, no hay milagros. Pero todo miembro del partido, lo suficientemente marxista como para no exigir que los escritos marxistas hagan milagros, puede contemplar con orgullo la campaña polémica del período precedente.
El trabajo de restauración del marxismo recubierto bajo los grabados de la “crítica” fue cumplido por Zaria y dirigiéndola, bien seguro, el camarada Plejanov. Vera Zasulich ha mostrado a la intelligentsia todo el idealismo que se encontraba en nuestro socialismo materialista ruso, ha dirigido sobre los nuevos ídolos de la intelligentsia su ironía dulce, pero mortal; ha conducido a la intelligentsia al servicio del proletariado. Starover ha ganado al desclasado intelectual dibujándole su propio retrato, finamente idealizado, al estilo Marx. Martov, el Dobroliubov de Iskra, supo lanzar un haz de luz sobre nuestra vida social, tan pobre, tan informe, tan inexpresiva, y lanzó un haz de luz tan bien orientado que las estructuras políticas, es decir de clase, de esta vida social quedaron resaltadas con una nitidez sobrecogedora. Y allí donde era necesario decidir, consolidar, atar, fijar mediante un nudo corredizo, allí donde hacía falta impedir las “fluctuaciones”, ha sido el camarada Lenin quien ha intervenido de forma resuelta y talentosa.
¿Y el camarada Axelrod?, preguntaréis. He aquí una cuestión muy interesante: durante todo este período, el camarada Axelrod no ha ejercido un papel activo, pues no era su período. Fiel y perspicaz guardián de los intereses del movimiento proletario, ha sido el primero en hacer sonar la alarma en el umbral del período que Iskra ha marcado con su sello tan preciso y brillante. Por la misma estructura de su pensamiento, y no sólo por su concepción del mundo, más por “estado de ánimo” político que no por conformidad con el “programa”, Axelrod es un ideólogo proletario auténtico, en el sentido en que sólo se encuentran en Alemania. No es capaz de comportarse subjetivamente ante la intelligentsia sino solamente objetivamente. No habla con la intelligentsia sino con motivo de ésta. La intelligentsia no es para él un auditorio, a cuyos sentimientos hace llamamiento, no, no es más que una fuerza política de la cual evalúa su peso. Así se explica que durante este período, que giraba todo él alrededor de la intelligentsia marxista en decadencia, P.b. Axelrod no haya podido ejercer ningún papel activo, no sólo por la cantidad de sus “artículos” (Axelrod, en general, no se expresa en “artículos” [5] sino más en fórmulas matemáticas condensadas a partir de las cuales otros (entre ellos Lenin) hacen numerosos artículos), sino también por el lugar que ocupa en la campaña literaria de Iskra la explotación de las “fórmulas” tácticas de Axelrod. La búsqueda directa de métodos tácticos de autodeterminación política del proletariado en el marco histórico y social del absolutismo, búsqueda que constituye la “línea propia” del camarada Axelrod, durante todo este período, no fue nunca, por decirlo así, puesta al orden del día, pues el trabajo se enfocaba a la “diferenciación interna”.
El camarada Axelrod intervino de nuevo a fines del período “iskrista” para decir: “¡Ya es suficiente! ¡Ahora es preciso cambiar radicalmente el centro de gravedad de nuestro trabajo, es indispensable poner políticamente en circulación de forma viva la fuerza potencial que Iskra ha conquistado para la causa del proletariado!” Los “folletones” de Axelrod en los números 55 y 57 de Iskra anuncian el principio de un nuevo período en nuestro movimiento.
Puede parecer extraño escucharme hablar de Iskra en términos necrológicos: Iskra vive, trabaja y combate. Pienso, sin embargo, que tengo razón al hablar de dos Iskra y de una de ellas en pasado. La nueva Iskra es un brote directo de la antigua Iskra (y en cierta medida el objeto de mi folleto es explicar este hecho). Pero están separadas por todo un abismo. Y ello no porque alguien esté decepcionado, porque alguien se haya equivocado y rectificado, aun menos porque alguien se haya ido, sino porque han transcurrido tres años de conflicto (por los que la fisonomía política de todos los protagonistas ha sido profundamente marcada), tres años interesantes y llenos de vida, que no se volverán a repetir, y esto es mejor así pues tenemos ante nosotros toda una serie de años que serán incluso más vivos e interesantes.
Nos esperan, sin dudas, interesantes años de lucha; se preparan acontecimientos inauditos. Pero en la actual hora, es indispensable salir, a cualquier precio, del impasse en el que se debate desde hace un año nuestro partido. El trabajo de los comités se efectúa bajo condiciones lamentables. No existe casi ningún “contacto” político con las masas y los lazos organizativos con ellas son débiles. Por eso, hablar del proletariado como de la vanguardia de la lucha democrática general nos hiere los oídos. Para todo socialdemócrata capaz de reflexionar políticamente debe estar claro que nuestro trabajo está aquejado de un profundo mal, ya sea heredado del “economicismo”, ya sea “contagiado” durante el período “iskrista”, y que este “mal” nos impide alzarnos con toda nuestra envergadura. Sería inocente pensar que las fricciones internas son la causa del marasmo. No son más que los síntomas.
Si hacemos abstracción de las divergencias internas, de los conflictos organizativos, de los “boicot” mutuos, y si únicamente consideramos el contenido de nuestro trabajo de partido, quedaremos sorprendidos por su indigencia cuantitativa y cualitativa. Todo el campo de nuestra actividad está cubierto de hojas de papel en blanco, de dimensiones variables, en las que están impresas generalidades sobre la necesidad de derrocar a la autocracia “en nombre del socialismo”. Estas hojas se llaman “proclamas” y la suma de estas proclamas se llama, no se sabe por qué, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. ¿No es cierto?
El pivote de trabajo de los “economistas” era la huelga. En el período siguiente, la manifestación ejerció casi el mismo papel. Sin tales “pivotes”, nuestro trabajo en las masas sería absolutamente imposible. En Occidente (independientemente del hecho que en estos últimos tiempos el ritmo del movimiento es allí incomparablemente más “mesurado”) los “momentos críticos” en el “proceso de producción” revolucionario son las campañas electores periódicas.
Las huelgas y las manifestaciones representan toda una serie de prácticas complejas de la resistencia de masas, refuerzan el sentimiento de solidaridad, desarrollan un estado de ánimo combativo y ello con una amplitud que no pueden alcanzar ni la agitación ni la propaganda escrita. Sería totalmente utópico creer (como los primeros laboristas) que es posible desarrollar la fuerza de clase política en el proletariado contentándose con explicarle las luchas de los obreros en otros países, o mostrándole la necesidad de la lucha sin indicarle, al mismo tiempo, las formas de lucha posibles en un momento determinado y llamarle a aplicarlas. La huelga y la manifestación, estos dos puntos culminantes de la lucha en el curso de los dos últimos períodos, dieron no sólo una realidad práctica a los sentimientos de protesta que nacieron en el proletariado gracias a la agitación escrita y oral sino que ampliaron también, brusca y rápidamente, el campo de esta agitación y elevaron cualitativamente la receptividad de las masas hasta llegar a las ideas de formas de lucha nuevas, más importantes y complejas.
Siguiendo el lugar que ocupa, en el marco general de nuestra lucha revolucionaria, tal o tal otra forma elaborada por nuestra práctica de la actividad y de la acción autónoma de las masas, la organización oscila entre dos tipos: ésta es concebida una veces como una aparato técnico destinado a difundir masivamente la literatura editada, sea en el país o en el extranjero, como otras veces como una “palanca” revolucionaria, susceptible de comprometer a las masas en un movimiento finalizado, es decir: de desarrollar en ellas las capacidades preexistentes de actividad autónoma.
La organización “artesanal” de los “economistas” era particularmente próxima a este segundo tipo. Bueno o malo, este género de organización estaba adaptado a las formas determinadas de la “resistencia práctica de los obreros a los capitalistas”. Bien o mal, contribuía directamente a unir y disciplinar a los obreros en el marco de la lucha “económica”, es decir, esencialmente huelguística.
Para encontrar la encarnación, más o menos pura, del primer tipo de organización es necesario mirar hacia el Partido Socialista Polaco (PPS). Esforzándose en reducir al mínimo la esfera de los contactos recíprocos con las masas, el PPS llegó hasta prohibir en resoluciones de congresos, y por razones conspirativas, la propaganda de los círculos, y acabó confiando toda la tarea de movilización de las masas a la actividad escrita: en parte a sus diarios pero sobretodo a sus proclamas. “Consciente de los costes negativos de tal modo de trabajo [la organización del partido en pequeños círculos de propaganda, dice el II Congreso del PPS de 1894] el partido ha orientado todos sus esfuerzos hacia la agitación por medio de la prensa escrita y ha limitado el trabajo de los círculos a la formación de agitadores. El trabajo de edición, la difusión masiva de la literatura socialista, he aquí los principales [¿únicos?] medios que el PPS empleará en su actividad para preparar a las masas trabajadoras para el combate contra el gobierno y los capitalistas.” “Tal concepción de las tareas del partido determina [según el autor de Esbozo de una historia del movimiento socialista en la Polonia rusa (página 129)] toda la actividad del PPS y le confiere un carácter particular, muy alejado del ideal de un partido auténticamente proletario”. El mismo autor señala más adelante que las huelgas, que estallaban espontáneamente, se extinguían la mayoría de las veces sin resultados. El PPS, no teniendo contacto con las masas, a causa de la distancia considerable que separaba a la organización de éstas, era no sólo incapaz de dirigir y orientar metódicamente las luchas sino que incluso no sabía utilizarlas racionalmente para la agitación política (página 190). El aparato, extremadamente adaptado a la difusión de la literatura revolucionaria, se reveló totalmente inútil en el papel de regulador de la energía revolucionaria viviente de las masas.
Lejos de nosotros la idea de querer hacer volver al partido atrás, hacia la organización artesanal de los “economistas”. Pero la organización del PPS (y estamos completamente de acuerdo con el autor de este interesante Esbozo histórico) está, también ella, infinitamente “alejada del ideal de un partido auténticamente proletario”. Ello nos parece indiscutible. En efecto (y trataremos de explicitar esto más adelante), incluso si nosotros, socialdemócratas, difundimos a la perfección nuestra literatura, no constituiremos, sin embargo, todavía un partido socialdemócrata. El ideal organizativo que hemos forjado durante la lucha contra el artesano “economicista”, y que nos han impuesto y nos imponen todavía, toda una serie de condiciones objetivas, grandes y pequeñas, este “ideal” nos acerca cada vez más al PPS, es decir, a un partido que considera (como acabamos de verlo) “la difusión masiva de la literatura socialista” como el medio fundamental, o más exactamente como el único medio, ¡para “preparar a las masas trabajadoras al combate contra el gobierno y los capitalistas”!
De hecho, nuestra organización ha dejado de someterse, desde hace ya mucho tiempo, a las exigencias y necesidades de la lucha “profesional”, en particular a la forma de combate que ésta presenta más frecuentemente: la huelga. Durante nuestra lucha contra el “economicismo”, al que hemos opuesto la práctica de las “denuncias políticas” en cada ocasión, no sólo hemos olvidado el arte de dirigir las huelgas sino que incluso hemos comenzado a desconfiar de toda lucha “profesional” en general, estimando que ésta no es “segura políticamente” [6].
A principios del nuevo siglo, que se anuncia en Rusia por acontecimientos tan ruidosos, la manifestación ha reemplazado a la huelga como medio de lucha central del trabajo local. En toda una serie de ciudades, la actividad de los comités comienza a limitarse a la preparación de una manifestación callejera, en el curso de la cual muy a menudo todas (o casi todas) las fuerzas de la organización local se consumen como en castillo de fuegos artificiales que, ciertamente, no siempre es resplandeciente. Pero la manifestación sin objetivo preciso, la manifestación contra el régimen existente “en general”, la manifestación por sí misma, pierde todo su poder de atracción desde el mismo momento en que deja de ser una novedad. El excedente de efervescencia obtenido por la manifestación cesa de compensar los desgastes en fuerzas materiales y humanas. En las ciudades en que ya se han producido manifestaciones, las masas ya no arden en deseos de marchar contra las bayonetas, las balas y los látigos, únicamente para cantar canciones revolucionarias y ondear banderas rojas. Las manifestaciones no renacerán (hacemos esta aclaración ahora para evitar un malentendido) a no ser que resulten de la aplicación de métodos más ricos y más complejos de integración de las masas en la esfera de los intereses políticos vivientes.
Aflojando, o incluso rompiendo su ligazón únicamente “trade-unionista” con las masas, con la intención de convertir a su organización en más “conspirativa”, más flexible, y adaptarla más firmemente a la dirección revolucionaria de las manifestaciones de masas, nuestros comités minaron ellos mismos su propio terreno; por otra parte fueron obligados a convencerse que las manifestaciones cada vez más raramente tenían éxito. Entonces los comités siguieron la línea de menor resistencia y se dedicaron a superar las limitaciones propias de la “manifestación de masas”; por ello se acumularon las tentativas para adaptar la organización local a las tareas de combate callejero. ¿En qué comité se puede ahora escuchar todavía los discursos, tan frecuentes hace dos años, sobre la “resistencia armada”, sobre los “destacamentos militares” y los “grupos de combate”? En ninguno. ¿Qué significa esto? El comité no tiene ningún lazo con las masas: no dirige la huelga; ya no llama a manifestaciones callejeras: ya no dirige.
El trabajo de los comités, privado de estimulantes revolucionarios inmediatos, se reduce cada vez más a la impresión y difusión de proclamas. La organización se deforma cada vez más en un aparato adaptado a esta única función técnica. Incluso la difusión de proclamas sigue la línea de menor resistencia y, puesto que la organización está alejada de las masas, desatiende incluso a los obreros (cf. la carta interesante de un obrero de Odesa en el número 64 de Iskra).
Nuestra organización, sin embargo, contrariamente al PPS (y es ésta una enorme diferencia), difunde una literatura socialdemócrata. Pero sería un grave error creer que, limitando el trabajo a la difusión de la literatura socialdemócrata, construimos sin embargo, un partido socialdemócrata. Está claro (¿quién lo niega?) que necesitamos una organización conspirativa y funcional. Esto es doblemente, triplemente necesario; pero necesario ¿para hacer qué? ¿Exclusivamente, o incluso principalmente, para difundir con éxito la literatura socialdemócrata en un determinado sector en el seno de las masas? Esta tarea, tomada en sí misma, no debería determinar la estructura de nuestra organización y las formas de su aparato. ¡No y mil veces no! Es insuficiente difundir la literatura que lleve el sello de tal o cual institución del partido. Es necesario también que esta literatura sea leída por las masas obreras y ello exige que la atención política de las masas este perpetuamente despierta. Pero este objetivo no puede limitarse al trabajo de difusión de panfletos. Y cuanto más difícil sea realizar esta función técnica más nos consagraremos a ella. La literatura sólo penetrará en las profundidades y tocará superficialmente a las masas si la organización se adapta a su función fundamental: la elaboración, o la elección, de formas tácticas surgidas espontáneamente, gracias a las cuales los obreros puedan reaccionar colectivamente a todos los acontecimientos de la vida social, que nuestra literatura de partido tiene por tarea esclarecer. Es precisamente esta reacción colectiva la que es necesario organizar de forma sistemática y planificada. Es precisamente la tarea a que deben consagrarse los principales esfuerzos del pensamiento creador de los políticos eminentes de nuestro partido. Es precisamente a este objetivo al que debe subordinarse la forma de organización del partido. Si no, ocurrirá que el órgano central escribirá sobre todo, que el comité central (¡en el mejor de los casos!) se cuidará del transporte de aquello que las capas superiores del proletariado leerán un poco, de vez en cuando.
Si el partido es la conciencia de clase organizada y la voluntad de clase organizada (y tenemos derecho a definirlo así), entonces el perfeccionamiento sistemático de estas dos categorías constituye lógicamente la condición de su desarrollo. Actuar, más o menos regularmente, sobre la conciencia del proletariado difundiendo “masivamente” la literatura socialdemócrata, esto no significa todavía construir el partido proletario. En efecto, el partido no es solamente la conciencia de clase organizada sino, también, la voluntad organizada. El partido comienza a existir allí donde, sobre la base de un nivel determinado de conciencia, organizamos la voluntad política de clase utilizando los métodos tácticos que se corresponden con el objetivo general. El partido únicamente es capaz de crecer y progresar continuamente a través de la interdependencia de la “voluntad” y de la “conciencia”, únicamente si cada paso táctico, realizado bajo la forma de tal o cual manifestación de la “voluntad” política de los elementos más conscientes de la clase, eleva inevitablemente, a partir de aquí, la sensibilidad política de estos elementos, atrae hacia ellos a nuevas capas del proletariado, ayer todavía no concernidas, y prepara así la base material e ideológica que permitirá nuevos pasos tácticos, más resueltos, de un peso político más importante y de un carácter de clase más decidido.
Utilizamos aquí conceptos psicológicos generales porque no queremos complicar ahora la exposición, traduciendo estas ideas fundamentales al lenguaje de ilustraciones y ejemplos concretos, al mismo tiempo que sólo planteamos el problema sin abordar los medios para resolverlo. Pero si el lector trata de representarse claramente el papel ejercido por la huelga en la práctica de los “economistas”, y por la manifestación en la práctica del período que le sucedió, y si se confronta con el hecho que la actual práctica carece de todos estos elementos que vivificaron el trabajo, la evaluación rigurosa del camino recorrido, el examen político de toda esta “materia prima”, creemos que no le aparecerá como abstracta y que se planteará, con nosotros, la siguiente pregunta: ¿dónde están la formas tácticas mediante las cuales los elementos conscientes del proletariado aparecerán no sólo como los objetos de la política sino también como sus sujetos, no sólo como público político sino también como “actor colectivo”, no sólo como lectores de Iskra sino también como participantes activos en los acontecimientos políticos?
Quien sea capaz de plantearse esta pregunta comprenderá seguramente que el partido representa más que un simple dominio bajo la influencia directa del diario; comprenderá que el partido no está sólo compuesto por lectores asiduos de Iskra sino por elementos activos del proletariado que manifiestan cotidianamente su práctica colectiva. Repitámoslo, necesitamos una organización flexible, móvil, capaz de iniciativas precisamente para suscitar esta actividad colectiva, para hacerla progresar, para coordinarla y darle forma, necesitamos “una organización de revolucionarios profesionales”, no de porteadores de literatura sino de dirigentes políticos del partido.
Demasiados, demasiados camaradas continúan sordos y ciegos ante las cuestiones y consideraciones que acabamos de formular. Esta sordez, esta ceguera, no son defectos individuales y accidentales de “consejero estilo Ivanov” sino las características nacidas bajo forma de tendencias durante el período de liquidación ideológica del “economicismo” y del “diletantismo artesanal”. Un gran número de “iskristas” deben tomar claramente conciencia de estos defectos y “liquidarlos”; cuanto antes mejor.
Nosotros, los “iskristas”, siempre hemos estado inclinados a considerar el partido como la agencia técnica del diario, y a identificar el contenido de todo el trabajo político de nuestro partido únicamente con el contenido de nuestra prensa.
Sin tener en cuenta tentativas enérgicas de la “minoría” para acabar con esta estrechez de miras, el camarada Lenin, en su último folleto, se esfuerza otra vez en reducir el problema del contenido del trabajo de nuestro partido al del contenido de su programa, o incluso de algunos números de Iskra (Un paso adelante, dos pasos atrás[7]) En esto, Lenin sigue formalmente fiel a las tradiciones del ¿Qué hacer? y parcialmente a las tradiciones de la antigua Iskra. Pero la razón deviene sinrazón. Esta identificación del partido con su diario (que tenía un sentido organizativo en relación con las tareas determinadas del período precedente) se transforma hoy en día en supervivencia eminentemente reaccionaria: en efecto, la problemática del nuevo período viene definida por la contradicción entre las bases teóricas del partido, elaboradas en sus escritos durante el período pasado y formuladas en su programa, por una parte, y el contenido político del impacto del partido sobre el proletariado y la influencia del proletariado sobre todos los agrupamientos políticos de la sociedad, por otra parte. Superar esta contradicción, tal es la tarea puesta la orden del día en los “folletones” de Axelrod, y es ella la que confiere todo su sentido político a la lucha de la “minoría” contra los puntos de vista estrechos, contra la limitación y el formalismo político de la “mayoría”. Decir, como lo hace Lenin, que nos comportamos como partido socialdemócrata porque tenemos un programa socialdemócrata es, mediante una escapatoria puramente burocrática, ocultar una cuestión que puede devenir fatal para nuestro partido. Nuestro programa, en su teoría, no ha progresado ni un paso en relación con el del grupo “Emancipación del Trabajo”, elaborado hace ahora veinte años; y, sin embargo, las formas de acción sobre la sociedad de nuestro partido han devenido más ricas y, a la vez, más complejas.
Vermunft wird Unsinn! [razón deviene sinrazón]. Los “planes” organizativos extremadamente primitivos propuestos por el autor del ¿Qué hacer?, que ocupaban un insignificante lugar en el conjunto de la vida de las ideas, pero que, propagados por Iskra y Zaria, eran sin embargo un innegable factor de progreso, resurgen tres años más tarde en su “epígono”, el autor de Un paso adelante, dos pasos atrás, como una furiosa tentativa para impedir a la socialdemocracia ser plenamente ella.
La antigua Iskra, como lo hemos dicho más arriba, se batió directamente por la influencia sobre la intelligentsia revolucionaria, a fin de someterla al programa político del proletariado, que aquella había formulado de forma extremadamente rigurosa. Semejante lucha tiene sus métodos propios. Su única arma es la polémica literaria puesto que la vida literaria es el medio específico en el que la intelligentsia rusa no sólo aprende sino que, también, vive. La intelligentsia, profesionalmente “inteligente”, se adherirá a los principios políticos de tal o cual otra clase a través de la literatura. El plan de Iskra consistía en crear un órgano teórico y político y agrupar alrededor de él a los elementos revolucionarios que debían ser ganados para la causa del proletariado. Iskra era una plataforma política y, al mismo tiempo, una arma (esencialmente destinada a luchar contra los “prejuicios” políticos de la intelligentsia). El contenido del trabajo del partido se identificaba efectivamente con el contenido de Iskra, si se hace abstracción (¡y en el fondo se hace “abstracción” de todo!) del trabajo inmediato en el proletariado, trabajo que, por otra parte, se alejaba cada vez más de las tareas y deberes principistas del partido. El “plan organizativo” de Lenin no fue, bien entendido, una revelación sino una buena respuesta (si no se quiere considerar su Carta a un camarada de San Petersburgo, su artículo “¿Por dónde empezar?” o su libro ¿Qué hacer? Como ejercicios burocráticos de escritura) a la pregunta siguiente: ¿por dónde comenzar, qué hacer para agrupar a los miembros dispersos de la futura organización del partido y permitir, así, el establecimiento de tareas políticas más vastas? La manera en que esta organización, una vez construida, llevará a cabo estas tareas principistas, esta cuestión fue (claramente) eludida. Lo repito, el pretendido “plan organizativo” concernía no tanto al mismo edificio del partido sino al “calentamiento” necesario para su construcción[8]; Lenin, cuyo trabajo fue entonces progresista, lo comprendió muy bien.
El II Congreso, durante el cual la “minoría” sólo pudo avanzar a toda prisa determinadas cuestiones de táctica (que, por otra parte, no suscitaron ninguna atención seria puesto que “lo principal” estaba hecho: Iskra estaba consolidada y el comité central le estaba subordinado), el II Congreso, con su plan de una “teocracia ortodoxa”, fue una tentativa reaccionaria para otorgar al conjunto del partido (in saecula saeculorum) los métodos de trabajo, las formas de relaciones, que habían demostrado su utilidad en el dominio limitado de la lucha contra el “economicismo” y el “diletantismo artesanal”, a fin de crear una organización centralizada de revolucionarios socialdemócratas profesionales. Pero los congresos, por muy soberanos que puedan ser, son igual de incapaces que las monarquías absolutas para parar el desarrollo de la historia.
Contra su intención, el II Congreso devino el instrumento de nuevas pretensiones. El congreso sólo quería consolidar las conquistas del período de “liquidación”; de hecho, ha abierto un nuevo período, nos ha descubierto todo un universo de nuevas tareas. Y, como ha demostrado la lógica interna de la sucesión de estos períodos, estas nueva tareas se deducen específicamente de nuestra vieja problemática fundamental, que sólo ahora, y sobre todo gracias al trabajo de la antigua Iskra, se presenta ante nosotros bajo una forma auténtica e inmediata: el desarrollo de la conciencia y la actividad autónoma de clase del proletariado.
Es incluso un poco más de lo que hemos hecho hasta ahora. Para la realización inmediata de esta problemática, es insuficiente oponer en la teoría los principios de clase del proletariado a los principios de clase de la burguesía. Es indispensable oponer políticamente al proletariado con la burguesía.
¿PERO CÓMO?
Y, ¿A TRAVÉS DE QUÉ MEDIOS?
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¿Cómo y a través de qué medios? Antes de encontrar una respuesta a esta pregunta, citaré algunos pasajes de las memorias inéditas de un camarada de Odesa, a fin de demostrar sobradamente como los “economistas” organizaban la voluntad “trade-unionista” (dicho de otra forma, la “mala voluntad”) del proletariado. Se trata de la huelga de los obreros de las tabacaleras a principios de 1896:
La huelga había sido ampliamente preparada. Se había constituido una caja, en previsión de un inminente conflicto con la patronal (el subsidio no era entregado más que en caso de extrema necesidad). Para que las fábricas parasen, era suficiente con que lo hiciesen los obreros de los talleres de cigarrillos de calidad superior y media. La huelga fue, a pesar de todo, muy difícil de organizar. Se tenía que trabajar casi exclusivamente con las familias de obreros muy mayores que, a causa de su situación, eran los más “reticentes” para hacer estallar la huelga. Habíamos tenido numerosas asambleas preparatorias: en ellas se estudió la cuestión de las reivindicaciones y, sobre todo, la de saber en qué momento las reservas de cigarrillos en poder de los fabricantes estarían tan bajas que una huelga de una semana tendría posibilidades de triunfar. Se decidió que el mes de enero de 1896 era el más favorable. La huelga empezó, pues, en ese momento y lo hizo sobre la base de reivindicaciones salariales. Para ahorrar dinero de la caja, y sobre todo para arrastrar a los obreros indecisos, habíamos organizado comidas colectivas: los obreros fueron repartidos de tal manera que en cada grupo de comida habían huelguistas convencidos e indecisos, prestos a renunciar a sus reivindicaciones en los primeros días. Gracias a esta acción de los “resueltos” sobre los “flojos” y, en general, gracias a los permanentes contactos entre nosotros, la huelga pudo durar tanto tiempo. Fue interrumpida por la imprevista detención de numerosos huelguistas en febrero de 1896. |
Aquí tenemos la imagen de un trabajo colectivo muy elaborado. Se constituye una caja. Se fijan en común las reivindicaciones. Se recuentan los stocks de tabaco. Se organizan comidas colectivas para los huelguistas a partir de consideraciones psicológicas complejas. Si se tiene en cuenta que la huelga se extendió a la mayoría de fábricas de Odesa, es evidente que una acción de esta amplitud exigía, por parte de los participantes, el sentido de la organización, la perseverancia, el espíritu de disciplina y el conocimiento de las condiciones de la acción (que exigía todas estas cualidades y que, al mismo tiempo, formaba en ellas).
¿Realizamos en el momento presente alguna cosa parecida? ¿Y en formas adaptadas a las tareas más amplias que se proponen ahora nuestras organizaciones? ¿Quién osará responder afirmativamente?
Es conocido que los patrones han hecho muy a menudo concesiones inmediatas a los obreros, sin esperar la huelga, inmediatamente después de la aparición de algún panfleto, denunciando tal o cual injusticia. Pero estas concesiones siempre han sido acordadas bajo la amenaza de una eventual huelga. Se comprende fácilmente que los comités de los “economistas” nunca llegasen a esta idea o práctica según la cual se podría llevar la lucha profesional a través de panfletos dirigidos a los obreros, sin que fuese necesario recurrir al arma tan preñada de consecuencias como es la huelga. Los comités no podían llegar a una práctica tan simplista porque las consecuencias habrían sido inmediatas: los fabricantes habrían cesado de hacer concesiones, y las proclamas de denuncia del comité, que ya no se habrían beneficiado de la voluntad “trade-unionista” de los obreros, habrían perdido toda eficacia.
Pero si este género de simplificación es ya impensable en el dominio de la lucha profesional, en la que cada acción es (por decirlo brevemente) juzgada por su resultado inmediato, constatamos, sin embargo, que en el dominio político (en el que las relaciones entre los métodos de lucha y los resultados son infinitamente más complejos y mucho más difíciles de evaluar) la substitución subrepticia de la voluntad “revolucionaria profesional” por un comité (por la vía de resoluciones o proclamas) de la voluntad política organizada de los elementos conscientes del proletariado encuentra su aplicación más amplia. No es ni incluso necesario demostrarlo. Es suficiente con señalarlo con el dedo.
En una carta, una propagandista de San Petersburgo me narra un episodio menor pero significativo: “Una vez que conté lo que había pasado en el congreso[9] con Pronin y Stepanov, un obrero se levantó y preguntó todo conmovido: ¿pero qué vamos a hacer ahora nosotros?, y los otros se quejaron de que todo esto se había hecho sin ellos, que no habían visto nada, que no habían participado en nada…”
Lo confieso, cuando leí este pasaje yo también me levanté, tocado por la emoción, y me pregunté: ¿qué vamos a hacer ahora nosotros?... pues es fatal: se produce un acontecimiento político, extremadamente importante, que conmociona a toda la ciudad, a todo el país. Los obreros se enteran de pasada, en el informe de una propagandista y, todos ellos conmocionados, preguntan: “¿Qué vamos a hacer ahora?” La propagandista no sabe qué responderles. El comité menos aun. Y, lo que es peor, el comité no se plantea incluso ni la pregunta: “¿Qué hacer ahora?”
Al mismo tiempo que esta pregunta, nos planteamos otra que se deduce de ella directamente: ¿Hay una gran diferencia entre los “economistas” y nosotros?, ¿hay una diferencia de principios en el contenido del trabajo? ¡Lástima! ¡Tres veces lástima! El proletariado, en los tiempos del “economicismo” se encontraba en un gueto político, y todavía no ha salido de él.
El movimiento democrático radical abofetea a la reacción pero el proletariado revolucionario se mantiene a la expectativa, y, desamparado, se pregunta: “¿Qué hay que hacer ahora?” Este episodio de San Petersburgo, a primera vista poco importante, es un símbolo: resume los rasgos típicos de todo nuestro trabajo político. El proletariado revolucionario no participa en nada en la “acción” en los acontecimientos políticos. Incluso ni se intenta hacerle participar. Desde luego que se le informa, a posteriori, mediante proclamas de lo que ha pasado no dejándole, así, otra posibilidad más que la de sobresaltarse y preguntarse con desamparo: “¿Qué hacer?”, sin recibir respuesta. He aquí el género de práctica que domina en la hora actual en nuestro partido. Sólo los fariseos lo negarán. Un socialdemócrata honesto lo reconocerá, y hará lo que pueda para que la pregunta del obrero de San Petersburgo llegue a ser la de su propia conciencia política.
Sí, repitámoslo, ¿qué diferencia hay con la práctica del “economicismo”, de este “economicismo” que hemos condenado de forma tan implacable? Y, más aun, ¿nuestro trabajo político no nos ha llevado más cerca que a los “economicistas” del programa de este Credo, consagrado al anatema?
Cuanto más se delimitan de cerca las siguientes cuatro figuras, el “pogromista” Stepanov, el demócrata legal, el propagandista marxista del comité y el proletario revolucionario, y cuanto más se le ve perder sus rasgos individuales, más se apercibe uno de que cada uno de ellos “representa” a su agrupamiento político, y personifica el papel respectivo, de cada de estos agrupamientos en la vida política del país. Y más se siente uno obligado a responder afirmativamente a la pregunta planteada más arriba: sí, hemos tomado desvíos complicados para… realizar el programa del Credo.
“Para el marxista ruso [dice este programa] no hay más que una salida: participar, es decir sostener la lucha económica del proletariado y colaborar en la actividad de la oposición liberal”. Dicho de otra forma: de una parte dirigir las manifestaciones primitivas de la lucha de clases del proletariado y limitarla a sus formas embrionarios; por otra parte, intervenir activamente en la filas de la burguesía radical y liberal.
Si consideramos el contenido de nuestro trabajo (y no sólo el contenido de nuestra conciencia, de nuestro programa, o de nuestro órgano central), tenemos delante de nosotros el espectáculo de un “partido” situado por encima del proletariado (al menos en aquello que el camarada Lenin y sus partidarios incluyen bajo el término de partido), más exactamente vemos una organización constituida en su tres cuartas partes, si no en sus diez y nueve, por intelectuales marxistas, dirigiendo las manifestaciones primitivas de la lucha de clases (económica y política) del proletariado, y, además, partiendo de vez en cuando en campaña “en todas las clases del población”, es decir, participando en las luchas políticas de la burguesía radical. Se nos echará en cara que se trata de una broma o, peor, de una exageración literaria. Desgraciadamente la práctica de los comités se corresponde perfectamente con esta “exageración”. Los comités “dirigen” (aunque, como acabamos de decir, estén cada vez más próximos a olvidar este arte) las formas primitivas de la lucha económica (huelgas) o política (manifestaciones semiespontáneas del proletariado, con consignas revolucionarias vagas), además “se dirigen a todas las clases de la sociedad”, bajo una forma u otra (casi siempre mediante proclamas). ¡Y eso es todo!
Determinados camaradas han señalado sin tapujos que la expulsión de Ponin y Stepanov del “Congreso sobre las Cuestiones de la Formación Técnica y Profesional” había sido preparada por el comité de San Petersburgo del partido. Lo admito sin problemas. Pero este hecho, por sí solo, resalta particularmente la validez del análisis que acaba de hacerse. El comité de San Petersburgo, sin que el proletariado consciente haya participado ni incluso haya sido informado, estaba coordinado con la intelligentsia radical. No nos cabe ninguna duda que, a través de su intervención, puede incluso que por su iniciativa en la exclusión de los dos “pogromistas” de Kichinev, el comité de San Petersburgo ha realizado una buena acción. Ha hecho un servicio a la intelligentsia radical que, con su ayuda, se ha unido bajo una consigna determinada, ha podido mostrar su fuerza y ha dado un paso adelante en su evolución política. Sosteniendo, con su espíritu de iniciativa y su ayuda práctica, a la intelligentsia democrática, el comité de San Petersburgo ha suministrado por ello mismo una asistencia a la causa del combate democrático contra el absolutismo. Pero no hay que olvidar, sin embargo, el hecho que el proletariado, el proletariado real de San Petersburgo, en este suceso ha sido mantenido aparte y que sólo a posteriori ha podido preguntar al enviado del partido: “¿Qué vamos a hacer, nosotros, ahora?” El grupo de los “revolucionarios profesionales” no marcha a la cabeza del proletariado consciente, actúa (en la medida en que actúa) en lugar del proletariado.
Esta práctica que consiste en substituir políticamente a la clase está, evidentemente, muy alejada de una práctica socialdemócrata. Se corresponde mucho más al programa del Credo que la práctica misma del “economicismo”. Éste se limitaba conscientemente a dirigir las reivindicaciones primarias (“trade-unionistas”) del movimiento obrero cuando lo dirigía. Los teóricos del Credo, que consideraban la ausencia de política autónoma por parte del proletariado como un hecho inevitable, teniendo en cuenta las condiciones sociales y políticas rusas, fueron lógicos con ellos mismo exigiendo a la intelligentsia socialdemócrata que cumpliese con sus deberes cívicos, es decir, que participase activamente en la vida política. Ahora bien, en ausencia de una política autónoma del proletariado, esto no podía tener más que una sola significación: participar en la política oposicionista de los elementos liberales de la sociedad. Sobre este plan, la repugnancia de los marxistas a disolverse en la oposición burguesa significa solamente una obstinación doctrinaria y así un “daño esencial a todos aquellos que se ven obligados a batirse por formas jurídicas, sin la colaboración de una clase obrera que no se ha fijado todavía tareas políticas” (Credo). Los “economistas” fueron pues inconsecuentes y, en su mayoría, dieron pruebas justamente de tal “obstinación”.
Pero, ¿qué hicieron los “políticos” cuando les sucedieron? Retomaron la práctica “economicista”. Han completado la práctica del “economicismo” (agravándola en un sentido, mejorándola en otro) con la segunda tarea fijada por el Credo, tarea que es, en el fondo, una tarea burguesa.
Y por muy chocante que esto pueda parecer, gente que no puede escuchar la palabra Credo sin golpear, efectúan su trabajo de tal manera que los autores del Credo podrán decir: “Han llegado no para destruir sino para completar.”
El comité de Petersburgo habría actuado de una forma cualitativamente diferente si, a cada hora, a cada minuto, se hubiera sentido no el substituto del proletariado sino su líder político. Hay en ello una enorme diferencia, diferencia que se debe de haber reflejado en toda la conducta del comité.
Si el “Congreso sobre la Formación Técnica y Profesional” tiene una significación política, desde luego que es necesario explotarla. En esto estamos de acuerdo. Pero, ¿cómo “explotarla”? Manteniéndose dentro del proletariado y no abandonándolo. Pensamos que, si los socialdemócratas de Petersburgo no hubiesen estado afectados por la enfermedad que impulsa a los “revolucionarios profesionales” a emanciparse del proletariado, no habrían tenido el reflejo de desviar la mirada hacia el congreso y la espalda a los obreros de Petersburgo. Todo habría sucedido de una forma diferente. El comité tendría que haberse dirigido al proletariado de Petersburgo a través de una proclama, mucho antes del congreso. En esta proclama, debería de haber explicado qué era este congreso en preparación y qué podían y debían exigirle los obreros. El comité debería de haber agrupado a todos sus propagandistas y encargarles (no deprisa sino presentándole las cosas de forma juiciosa y concreta, relacionando esta tarea con los párrafos del programa que tenían que ver con el apoyo a los movimientos de oposición y revolucionarios con las resoluciones correspondientes del II Congreso del partido), y encargarles, decía, de hacer conocer a los obreros avanzados la fisonomía política del congreso inminente y las relaciones de la socialdemocracia con él. El congreso debería de haberse convertido, naturalmente, en el tema de discusiones de reuniones de clarificación. Puede que hubiesen sido necesario, además, más discusiones en los círculos de propaganda.
La campaña se habría desarrollado; se habría despertado el interés hacia el congreso (al menos en las capas más avanzadas del proletariado). A consecuencia de ello, el comité habría debido elaborar una resolución formulando las reivindicaciones presentadas al congreso por los obreros de Petersburgo. Esta resolución habría debido ser debatida en detalle por uno de los miembros del comité con los propagandistas y agitadores. Éstos la habrían hecho circular por todas las células de la organización y habrían recogido firmas. Cuando se hubiesen recogido 100 o 200 firmas, se podría haber impreso la resolución y haberla hecho circular para hacerla firmar.
Se firmarían, naturalmente, estampando cruces. Los obreros que frecuentan los círculos de propaganda (ante todo los agitadores profesionales) habrían consagrado todas sus fuerzas a agrupar la máxima cantidad de firmas, atrayendo por todos los medios el interés de los trabajadores hacia la campaña desarrollada por el comité. Se habrían producido decenas de situaciones en las habría sido posible, sin gran iniciativa, reemplazar la recogida laboriosa de firmas por la lectura en voz alta de la resolución y su votación a mano alzada. Las listas con las cruces y el número de manos alzadas, todo esto habría sido transmitido al comité. Y, en la medida en que la campaña se hubiese desarrollado en profundidad y extensión, transformando de hecho la “decisión” del grupo oficial de representantes de la intelligentsia marxista petersburguesa en una formulación de la voluntad del proletariado consciente de Petersburgo, en esta medida el comité habría comenzado suavemente a salir de su hibernación de “revolucionarios profesionales” y habría intentado sentirse líder del proletariado revolucionario; éste es un sentimiento extremadamente fuerte, pero que desgraciadamente conocemos demasiado poco.
El congreso habría comenzado. El comité de Petersburgo le habría presentado la resolución formulando las reivindicaciones de 500, 1.000, 5.000 obreros petersburgueses. La resolución habría presentado, entre otras cosas, la exclusión de Pronin y de Stepanov como indispensable. Cada obrero firmante habría sabido que era su propia resolución la que había sido presentada al congreso, que el congreso debía responderle a él. Si el congreso hubiese aceptado la expulsión de Pronin y de Stpanov, el obrero revolucionario no habría ya preguntado a “la señorita propagandista”, golpeado por un amargo sentimiento de insatisfacción e impotencia: “¿Y qué tenemos que hacer ahora?” Y ello porque habría hecho ya lo que había que hacer.
La presentación de la resolución al congreso habría ofrecido dos posibilidades: el congreso podría haber estado de acuerdo con las reivindicaciones de los obreros de Petersburgo, habría expulsado de su seno a los bandidos reaccionarios, formulado en su propio nombre las reivindicaciones de la jornada de ocho horas, libertad de reunión, de expresión, etc. Y esto hubiese sido muy posible puesto que la intelligentsia radical-democrática tiene mucho interés en cuidar su prestigio ante los ojos del proletariado revolucionario. Si el congreso hubiese aceptado esto, entonces el proletariado habría intervenido activamente como vanguardia de la lucha democrática en general, impulsando, gracias a su iniciativa e influencia, a los sectores no proletarios del movimiento democrático a comportarse de forma más decidida, a avanzar reivindicaciones más resueltas. Si, por el contrario, el congreso, más celoso por conservar su carácter legal y moderado que su reputación democrática, hubiese expresado, de una forma o de otra, su desdén hacia las reivindicaciones de los obreros de Petersburgo, éstos habrían recibido una lección concreta e inolvidable de la tendencia al compromiso y de ausencia de espíritu de decisión que caracteriza a la oposición burguesa. En una palabra: fuese la que hubiese sido la reacción del congreso ante la voz del proletariado consciente, los esfuerzos del comité no habrían sido inútiles. Los obreros que hubiesen participado en la “campaña de presión” sobre el movimiento radical-democrático se hubiesen separado, así, de este movimiento. Hubiesen resultado interesados ya en profundizar su papel específico y habrían tomado la actitud (si se puede expresar así) de sentir políticamente su propio cuerpo (de clase).
Naturalmente que este congreso no ha sido el centro del mundo. Solamente un ejemplo.
Por muy miserable que sea nuestra vida social, nos ofrece por lo menos toda una serie de ocasiones en las que el partido del proletariado puede intervenir políticamente de forma activa. ¿El comité de Petersburgo utilizó las últimas elecciones a la Duma que, gracias a la rebaja del censo electoral, se ha desarrollado en una atmosfera tan animada? La prensa liberal no ha dejado de hablar de ellas; los liberales censitarios han consolidado sus posiciones, la intelligentsia “periférica” se ha organizado al completo para la campaña electoral. ¿El comité ha intentado introducir en este coro la voz del proletariado consciente? ¿Ha intentado, de una forma u otra, oponer sobre este problema a los obreros con el gobierno Plehve, con los diputados reaccionarios y liberales, candidatos a la Duma, a la prensa liberal y a la intelligentsia “radical”? ¿Ha intentado agrupar a los obreros conscientes alrededor de la consigna sufragio universal, igual y directo? No. Ni ha pensado que es su deber hacerlo.
El último año se ha debatido en los zemstvos la iniciativa del ministro del interior, la cuestión del censo electoral para las elecciones a estas instituciones. Los zemstsi han dado testimonio con los hechos de su modesta propensión a “admitir” una participación del pueblo en la vida política de la futura Rusia libre. La prensa liberal vocifera, proponiendo con el máximo radicalismo compatible con ella, para rebajar el censo basado en la fortuna e introducir un censo basado en la “instrucción” y la residencia. ¿Pero el proletariado ha levantado la voz para protestar contra estas dos formas de censo? No. ¿Las organizaciones dirigentes han intentado una sola vez llamar la atención del proletario sobre esta cuestión? ¡De ninguna manera! Todo lo que el partido ha hecho al respecto ha sido un editorial en el número 55 de Iskra (“¿Con el pueblo o contra el pueblo?”). El órgano central, mediante encargo del congreso, por decirlo así, ha firmado en lugar del proletariado políticamente menor. ¿Tendremos, en tal caso, aunque sólo sea la más pequeña razón para esperar que este proletariado silencioso podrá y sabrá intervenir activamente por la defensa de los intereses del pueblo, cuando los liberales convocados al Zemski Sobor se pongan a desbalijar políticamente al pueblo? ¿O bien hay que esperar a que Iskra, mandatada por un congreso extraordinario, tomé en le momento decisivo la iniciativa de presionar a los liberales para que reivindiquen el sufragio universal?
¡Substituismo, siempre substituismo!
Este medio año de guerra no ha aportado nada a la educación política del proletariado. Y sin embargo, la guerra suministra a nuestro partido una materia irreemplazable para campañas políticas panrusas, pues ésta contraría, precisamente, la conciencia de las capas más bajas de la sociedad. Un ejemplo: el partido se ha fijado como tarea consagrar dos o tres meses a la concentración de las fuerzas revolucionarias alrededor de la consigan: ¡Ni un céntimo para la guerra! Toda la agitación, llevada a cabo bajo la dirección de un centro políticamente vigilante, se desarrolla de acuerdo con una misma línea. En todos los círculos y todos los agrupamiento, en las “discusiones” restringidas y en las asambleas más amplias, en las proclamas, se reintroduce siempre el mismo tema. El comportamiento servil o ambiguo de la prensa liberal, la de Moscú o la de Stuttgart, la perfidia de las dumas o los Zemstvos, gastando el dinero del pueblo con las colectas para la guerra, todo esto suministra una materia inagotable para desarrollar una agitación intensiva, oral y escrita. Cuando el terreno esté suficientemente preparado, los comités locales (bajo las directivas del centro políticamente vigilante) organizarán una protesta panrusa contra el comportamiento escandaloso de los organismo de autoadministración (duma, zemstvo, etc.) y contra la prensa, multiplicando las resoluciones de protesta y, donde sea posible, organizando manifestaciones de masas.
Si nuestro partido hubiese realizado aunque sólo hubiese sido una sola campaña como la que proponemos, habría navegado viento en popa y las quejas (estúpidas) contra los “enemigos internos” habrían cesado. ¡El partido habría progresado!
Yendo ampliándose y profundizándose la actividad política de nuestro partido, conviene realizar también en el dominio de la propaganda transformaciones importantes. El problema del lugar de la propaganda en nuestro trabajo siempre ha sido una cuestión delicada, como, por otra parte, también el resto de cuestiones.
Estamos a punto de realizar una experiencia histórica sin precedentes: vamos a crear el partido del proletariado en el marco del absolutismo (no solamente en su marco policiaco sino, también, en su marco socio-histórico). Por ello, toda la historia de nuestro partido es, según la expresión tan común, la historia de las diversas tentativas (sucediéndose unas a otras según una lógica interna) que tratan de simplificar las tareas socialdemócratas, teniendo en cuenta el grado de nuestra indigencia política. La propaganda de las ideas del socialismo científico en el interior de pequeños círculos siempre ha sido un correctivo a esta simplificación espontánea. La propaganda, sin embargo, ha sido introducida muy a menudo “a la chita callando”; en realidad, ni en la práctica del “economicismo”, ni en el susodicho “plan” del camarada Lenin, la propaganda por círculos no fue considerada, en lo esencial, como un componente normal de nuestra actividad. Casi siempre ha sido considerada como un tributo necesario que nuestro partido debe pagar a su carácter socialdemócrata. “La propaganda por círculos [señala un camarada polaco durante una polémica con el PPS] sigue siendo, y lo seguirá siendo en las condiciones de ilegalidad de la actividad revolucionaria, el medio principal para una organización socialista de producir la más grande cantidad posible de agitadores inteligentes y experimentados y de dirigentes salidos del medio obrero.” (Esbozo de una historia del movimiento socialista en la Polonia rusa, página 188). Si no hemos podido, durante el período del fetichismo organizativo, lanzar por la borda, según el modelo del PPS, el trabajo de círculo en tanto que lastre para la construcción conspirativa centralista del partido, somos deudores en una gran medida a los “pequeños defectos” del mecanismo de nuestra organización, que a menudo nos ha dejado sin ninguna publicación y que nos ha obligado, así, a recurrir a los métodos “artesanales” de la propaganda en círculos.
La tarea que nos impone el nuevo período del partido es la siguiente: hacer perder a nuestra propaganda el carácter abstracto, muy a menudo escolástico, y conferirle un contenido político vivo; superar los “vestigios” del diletantismo artesanal, hacer de ella un elemento orgánico de nuestra trabajo político ampliado y profundizado.
La propaganda por círculos se organiza habitualmente entre nosotros (en la medida en que se hace) según un programa elaborado por el comité, programa muy complejo que jamás se realiza verdaderamente. Esclavitud, feudalismo, asalariado. O bien: emancipación del campesinado, populismo, Narodnaya Volia, desarrollo de la industria, socialdemocracia, etc.
Los propagandistas, al menos aquellos que son sinceros, se quejan de que los obreros se duermen. Los asistentes ya han cambiado cuando se llega a la socialdemocracia. Y cuando se llega, penosamente, se comienza a hablar con abstracciones terribles, y se termina con éstas. El propagandista no comprende que su asunto es la política y no la pedagogía, y que en política, más que en cualquier otro dominio, “cada cosa a su tiempo”.
No tiene el sentimiento, y menos la conciencia, que su tarea consiste en armar ideológicamente a los obreros de su círculo, en trasmitirles el bagaje de hecho e ideas que les permitan orientarse inmediatamente entre todos los acontecimientos de la ciudad, el país, del mundo entero; que debe enseñarles no sólo a orientarse ellos solos sino, también, a ser capaces de utilizar todos los eventos como material vivo para la agitación. El propagandista, sin embargo, únicamente tiene una cosa en la cabeza: se le ha pedio que de un “curso” a los obreros. Y si la crisis industrial, el Congreso Socialista Internacional o la guerra contra Japón le sorprenden durante su lección sobre la emancipación del campesinado, apartará la cuestión de la guerra y continuará, como antes, explicando la historia de la reforma agraria. ¡Como si los obreros fuesen alumnos que deben prepararse para un examen siguiendo un “curso” y no personas políticamente activas! No lo harían así si la propaganda fuese parte integrante de una campaña política que comprendiesen directamente, o que tuviesen que llevar adelante.
Pero, para caracterizar la forma cómo se considera la propaganda, citemos antes algunos pasajes de un folleto escrito por algunos “prácticos y dirigentes de círculos”. Después de haber expuesto su “programa”, que no es ni mejor ni peor que las otras decenas de “programas”, los autores del folleto escriben: “Este curso exige mucho tiempo pues se desarrolla en veinte sesiones. Así, para cada círculo de 10 obreros, el intelectual gasta cinco o seis meses. Ahora bien, la práctica muestra que la mayoría del auditorio no es capaz de asimilar completamente el contenido de estos cursos. Cuando el intelectual se extiende un poco más ampliamente en alguna de las cuestiones, la atención y receptividad de los obreros baja; está claro que todos los detalles de la lección quedan sin efecto, que es preciso contar lo mínimo posible, breve, que el curso debe transformarse casi en un discurso de agitación. Pero, al mismo tiempo, a menudo puede oírse a los obreros hacer exigencias de este tipo: “no queremos más agitación ni discursos de agitación; no somos niños y ya nos han dado de beber suficiente propaganda.” Se han dado casos en los que los obreros incluso han exigido que se estudie en el círculo el primer libro de El Capital.” (Carta a los camaradas propagandistas, edición de la Liga, 1902, página 6) Veamos el informe de otro propagandista, éste también con su “programa” personal: “Las dos o tres primeras lecciones [escribe] han sido muy vivas. Se me comprendía, se me planteaban preguntas, se esperaba evidentemente alguna cosa nueva por mi parte. Pero, después de cierto tiempo, el interés fue poco a poco debilitándose. Cada vez eran más frecuentes las ausencias. Los que seguían devenían cada vez más pasivos. Muy a menudo podía leer en su cara el enojo y, en sus ojos, la pregunta: “¿Para qué nos cuenta todo esto?” Intentaba cambiar el tono de mis charlas y a menudo, con motivo de una injusticia particularmente llamativa de la administración o del gobierno, me esforzaba en resaltar los desastres evidentes de todo nuestro sistema y la absoluta necesidad de luchar contra él. Me dejaba llevar por mí mismo y hablaba extensa y apasionadamente. Levantaba los ojos hacia mi audiencia y, ¿qué veía?: estaban allí, ante mí, totalmente indiferentes, con la pose fatigada. Y sin embargo, nuestra clase obrera es, a buen seguro, una fuerza profundamente revolucionaria. Pide acción, la busca. ¡Qué transformación en estos mismos obreros cuando les contaba las actuales luchas de sus camaradas, las huelgas y las manifestaciones particularmente remarcables! ¡Con qué pasión sentían sus impresiones aquellos que ya habían tenido la ocasión de participar en semejantes acontecimientos! [y el autor concluye:] Hay que dar una salida a la energía revolucionaria acumulada. A nuestros obreros les es necesaria la acción, una acción real, viviente: las palabras no hacen más que dormirlos. Saben, incluso sin nuestros sermones, que los capitalistas y el gobierno son sus enemigos y que es preciso combatirlos: hay que mostrarles los medios de la lucha y empujarlos hacia delante.” (Ibídem, página 21 y 22) Así es como se debaten los propagandistas entre el carácter de agitación y de propaganda de sus lecciones, pero sin llegar a despertar el interés de su audiencia. Se encuentran muy cerca de hallar la raíz del mal: el pensamiento duerme mientras que la voluntad no hierve. ¿Cómo salir de esta situación? ¿Cómo insuflar vida a nuestra propaganda?
Hemos hablado más arriba sobre el congreso sobre la formación técnica y profesional. Utilicémoslo de nuevo como ejemplo. El comité organiza la campaña política compleja esbozada más arriba. Tras haber fijado, a grandes rasgos, el plan de esta campaña, uno de los miembros del comité desarrolla este plan delante de los propagandistas y les recomienda explicarlo fundamentalmente en los círculos de propaganda. Podemos estar seguros que en las reuniones del siguiente círculo ningún obrero se dormirá. De un solo golpe el propagandista dejará de sentirse un profe para sentirse un factor político: sentirá que participa activa y directamente en el trabajo político complejo. Su curso será un curso sobre el combate político para el que habrá reunido previamente, cuidadosamente, todos los conocimientos que posee al respecto.
Rinde cuentas del congreso en preparación, explica su significado y alcance políticos. Tras ello, esboza el plan: unir a todos los elementos conscientes del proletariado alrededor de la elaboración de un llamamiento a este congreso; explica el papel de la intelligentsia demócrata, nuestras relaciones con las corrientes de oposición y revolucionarias. Todas estas cuestiones deben ser discutidas bajo el ángulo de los principios, y, por tanto, relacionadas con los pasajes correspondientes de nuestro programa. Si la campaña se extiende a lo largo de varias semanas, es seguro que los obreros llegarán a las siguientes reuniones con toda una serie de problemas que habrán nacido directamente de su práctica de agitadores. Las respuestas que se den a estos problemas no entrarán por una oreja para salir por la otra sino que se gravarán en las cabezas porque no estarán simplemente “previstas”, al contrario: serán actuales y directamente indispensables para llevar a cabo bien una gran empresa cautivadora. Si la propaganda se hace de esta forma, las resoluciones tomadas en el II Congreso sobre los liberales, y el párrafo del programa que se refiere a ellos, tomarán cuerpo; los obreros se apercibirán que los programas y las resoluciones no son un impedimento sino un medio para dirigir las batallas políticas, grandes y pequeñas. Así, de campaña en campaña, se “pasará revista” a todo el programa del partido en los círculos de propaganda. Cierto que en tal caso no se respetará el seguimiento lógico. Pero de todas formas, sea cual sea el sistema de propaganda, es imposible respetarlo: o bien los círculos desaparecen, o bien la asistencia se renueva, o bien los propagandistas son arrestados, etc. Cuando la organización local es muy débil y sólo tiene una esfera de influencia muy reducida, es decir, cuando el comité no tiene la fuerza de plantearse empresas políticas complejas (o incluso en el caso de comités más grandes y pujantes en período de calma política), entonces se puede organizar la propaganda siguiendo el encadenamiento lógico de un curso. Pero ningún comité podrá encontrar un orden lógico mejor para el curso que aquel que se ordena según el programa de nuestro partido. En la medida en que el trabajo de propaganda debe hacerse según un modelo, es nuestro programa el que hay que escoger: los cursos se adaptan a los sucesivos epígrafes del programa. El objetivo de semejante curso es hacer de cada persona que asiste al círculo un miembro consciente del partido, es decir, alguien que debe “reconocer” y, por tanto, ante todo, comprender el programa del partido.
Pero, repitámoslo, el mejor método para estudiar el programa del partido consiste en tomar ejemplos vivientes, en analizar los acontecimientos, unos tras otros, y esto siempre con un objetivo político “utilitario”. Sólo entonces la propaganda dejará de aparecer como una concesión (al carácter de clase, socialista, del partido), que es lo que era para los “economistas” y es para sus herederos. Una propaganda concebida de esta manera suministra a nuestra organización no sólo simples ejecutantes para las funciones técnicas, sino militantes activos, que no se siente perdidos en ninguna parte.
En la Carta a los camaradas propagandistas citada más arriba y escrita a fines de 1901, editada en 1902, y que no obtuvo ninguna resonancia en su tiempo pues esta problemática no estaba al orden del día, encontramos estas líneas interesantes:
“Los obreros se muestran en todo momento descontentos de semejantes estado de cosas; día tras día, mes tras mes, no hacen otra cosa que escuchar y siempre escuchar, sin poder manifestar de ninguna forma su actitud revolucionaria; entonces se ponen a dar palizas a los chivatos o a pelear con sus superiores; es necesario dar alguna salida a sus fuerzas y energías: para ello, el comité debe integrarlos en el sistema de mensajes y protestas. Por ejemplo, el gobierno mantiene silencio ante el problema del hambre. Se puede publicar sobre este hecho un determinado número de panfletos, denunciando el diabólico trabajo que realiza para “metamorfosear” el hambre en una mala cosecha; después, tras haber publicado una proclama que invite a los obreros a protestar contra este hecho por escrito, es necesario redactar el texto de la protesta y leerlo en todos los círculos, hacerlo pasar de mano en mano entre los obreros para recoger firmas (anónimas, está claro) y, finalmente, publicarla en nombre del comité, indicando el número de obreros que protestan. Este trabajo, simple y fácil, subirá un poco la moral, de los obreros y, si se repite a menudo, los preparará para cumplir tareas más serias. Igualmente, si se declara una huelga, se pueden redactar de nuevo mensajes de solidaridad, difundir ampliamente en la base las novedades sobre todas las peripecias de la huelga, hacer una colecta, incluso mínima, entre los obreros, etc. En breve, protestar a propósito de toda ocasión que pueda justificar una protesta, hacerse eco de todo lo que pueda despertar la solidaridad obrera. ¿Por qué, por fin, no intentar boicotear a un capataz odiado, u organizar una huelga a propósito de cualquier nadería en la que el fabricante o el superior cederán fácilmente? La solidaridad, el sentimiento de camaradería, la ayuda mutua y todas las otras buenas cualidades de las que los obreros están cansados de escuchar y que únicamente en la práctica se desarrollan, hay que ejercerlas todo lo que sea posible a fin de unir a los obreros de fábrica, de empresa, de talleres separados, en un sola masa verdaderamente solidaria, respondiendo, como el eco, al llamamiento de socorro de los oprimidos. Por ello proponemos a los comités de arrastrar lo más a menudo posible a los obreros en la vía de las protestas activas, de las huelgas de solidaridad con sus camaradas: estamos convencidos que ello se corresponde con el estado de ánimo actual de las masas, y que será fructífero, si se les habitúa a reaccionar ante todos los acontecimientos diarios.” (Ibid., página 15) |
En estas instructivas líneas todavía no están planteados, en el sentido propio de término, los problemas tácticos: el autor aconseja, indiferentemente, tanto la protesta contra las medidas gubernamentales frente a una hambruna como el boicot contra un capataz odiado, y la huelga a causa de una “nadería” cualquiera. Pero la tarea fundamental, que se deduce en filigrana de estas consideraciones incidentales, puede ser formulada en general como aquella que consiste en desarrollar la auto-actividad del proletariado. Ya hemos indicado que esta idea pasó totalmente desapercibida en su momento: la auto-actividad de los obreros, cuando no era sospechosa de trade-unionismo, no era más que una palabra para todo el mundo, muy importante y muy bonita, cierto, pero igualmente también sólo una palabra[10]. Hauptmann dice en alguna parte que “las palabras sólo se animan en momentos… en la vida cotidiana son letra muerta”. Igualmente ocurre con las palabras de orden político y las consignas del partido. Ha sido necesario el II Congreso, una infinidad de revoluciones de palacio en las organizaciones del partido, toda una serie de fricciones encarnizadas en todos los dominios (con la “aceptación” resignada y silenciosa de amplias masas), para que el grito, el casi gemido, ¡Hacia las masas! ¡En las masas! Brote del pecho del partido, para que la consigna: auto-actividad del proletariado se convierta en un slogan viviente y, esperémoslo, vivificador.
La cuestiones de la táctica socialdemócrata que se apoya totalmente en las masas políticamente conscientes y activas, están puestas al orden del día actualmente por todo el desarrollo precedente de nuestro partido, desarrollo que ha creado, como lo hemos indicado en la Introducción, todas la condiciones materiales e ideológicas necesarias para ello; y se puede estar seguro que, ahora, todo trabajo publicista o práctico, que se ocupe en desarrollar la auto- actividad política de la clase obrera, no dejará de rendir frutos, no será aplastado, ahogado.
El autor de la Carta a los camaradas propagandistas anteriormente citada, se plantea los objetivos que hemos expresado más arriba en términos psicológicos: educar la conciencia y la voluntad del proletariado. Repitámoslo, todavía no son problemas de táctica en sentido propio de la palabra: el boicot contra un capataz odiado, la huelga a causa de naderías, la protesta contra el trabajo diabólico del gobierno durante una hambruna, todas estas “ocasiones” deben, según el autor, servir por igual a las tareas más pedagógicas que políticas que se plantean, según él, a las organizaciones socialdemócratas. Evalúa el agrupamiento de los obreros tras tal o cual consigna exclusivamente a partir de los resultados objetivos, psicológicos, y no de los resultados objetivos, políticos. Y es comprensible.
En la fase de transición de la vida de los círculos (“artesanal”) a la vida de un partido político, los métodos tácticos esencialmente nuevos, sobre los que tratan las reflexiones de determinados militantes, todavía son considerados bajo el antiguo punto de vista pedagógico “artesanal”, pero no político. Este punto de vista estrecho se corresponde con los recursos materiales e ideológicos limitados de que disponen las organizaciones del partido durante este período transitorio. Pero en el caso presente, lo que para nosotros es importante, es que la reflexión que no se conforma con la propaganda de círculos y con la difusión de literatura, busca en las masas formas de acción que contengan por ellas mismas las posibilidades de su desarrollo ulterior y de su transformación de métodos educativos en métodos tácticos. En ciertos de estos consejos pedagógicos de tipo “artesanal” que propone el autor de la Carta se ocultan, como el grano en la espiga, nuevos métodos políticos tácticos. La cantidad también aquí se transforma en calidad. Y, de hecho, la protesta de los obreros contra la actitud del gobierno durante una hambruna continuará siendo una medida puramente “educativa”, si sólo concierne a 100 o 200 obreros en tal y cual otra ciudad, pero adquirirá un significado político si se realiza en toda Rusia por oleadas crecientes, agrupando a millares y decenas de millares de voces de protesta en el proletariado. Llamar a los estudiantes y a todos los “honestos ciudadanos” a unirse a esta protesta de masas, tal será el paso siguiente del centro políticamente vigilante, que ha agrupado a su alrededor a todos los elementos vivientes del partido. El paso siguiente será la protesta del proletariado revolucionario contra el silencio servil de la prensa liberal, que incluso en caso de un gran malestar popular no osará transgredir las prohibiciones de la censura. Enseguida, se puede llamar a todas las instituciones sociales, permanentes o provisionales, de las clases dirigentes para que se pronuncien de una forma u otra sobre su actitud ante la táctica gubernamental, o en el caso en que las instituciones públicas, es decir ante todo los zemstvos y las dumas, se mantengan mudas.
Esa es también la vía que conduce a las capas más conscientes del proletariado a oponerse políticamente a las instituciones de las clases dominantes en el mismo proceso de la lucha democrática general contra el zarismo. Es así, justamente, como podemos dar a nuestra lucha política su carácter de clase. En la lucha sindical y profesional, determinados grupos de obreros chocan con capitalistas particulares. En la lucha política, el proletariado se enfrenta a la autocracia. Pero amplias capas de la burguesía, la cual no aparece todavía en Rusia como clase dirigente, se oponen también a la autocracia. El gobierno no representa todavía, como en los países parlamentarios, el comité ejecutivo de la burguesía. Es por ello que ahora no es todavía posible llevar a cabo contra ella una lucha generalizada en el plano político. Ahora bien, es precisamente esta lucha la que confiere al movimiento proletario un carácter de clase. Sólo la futura Rusia libre, en la cual estaremos evidentemente obligados (nosotros y no los señores socialistas-revolucionarios, por ejemplo) a ejercer el papel de un partido de oposición, y no de gobierno, permitirá a la lucha de clase del proletariado desarrollarse en toda su amplitud. Pero, a fin que la lucha del proletariado por esta “Rusia libre”, bajo la dirección de la socialdemocracia, prepare ya la lucha por la dictadura, es preciso desde ahora mismo oponer al proletariado a todas las instituciones permanentes y provisionales de la clase que mañana tendrá el timón del estado. Oponernos únicamente en el plano de los principios teóricos en nuestro programa o en el plano puramente literario en nuestra prensa es insuficiente; es indispensable que esta oposición sea un hecho viviente, en la realidad política. Tal es la “novedad” que queremos introducir en la actividad de nuestro partido.
P-B Axelrod lleva adelante, desde hace ya muchos años, una propaganda oral a favor de las nuevas tareas tácticas, preparando así el terreno psicológico indispensable en la conciencia de los camaradas que encabezan el movimiento. El camarada Axelrod ha comprendido que, para ser capaz de abordar directamente estas tareas, el partido debe organizarse, es decir, debe haber creado las condiciones necesarias para la actividad concertada de todos sus componentes. Durante todo el período de Iskra, el camarada Axelrod jamás ha interrumpido su propaganda “artesanal” a favor de métodos no artesanales de trabajo, y desde este punto de vista depositaba sus más grandes esperanzas en el Congreso[11]. Pero “cada día trae su afán”, y los camaradas con las que Axelrod había discutido los problemas de táctica política, o sólo estaban formalmente de acuerdo con él, pues no habían comprendido el real significado de sus propuestas, o le hacían diversas objeciones señalando que semejante concepción de las cosas era “demasiado nueva y muy complicada”, y, por tanto, incompatibles con las condiciones policiacas en Rusia; señalaban que los zemstvos y las dumas (que la táctica de Axelrod tenía en cuenta) tenían un papel político “demasiado insignificante”, etc. Todas estas consideraciones, fuese cual fuese su parte de verdad, no deberían constituir objeciones válidas a las tareas tácticas formuladas por Axelrod.
1º Las condiciones conspirativas no pueden impedir la organización de campañas políticas más que impiden la de las huelgas y manifestaciones. Es suficiente con recordar que los primeros propagandistas soñaban con mantener su agitación en las masas invocando las condiciones policiacas, y que los “economistas” siempre se apoyaron sobre este argumento para combatir “la insensata idea” de manifestaciones políticas.
2º Los nuevos métodos de trabajo no significan más “riesgo” que la ruptura con los viejos métodos de lucha, seguros y ya experimentados, sino sólo una combinación más compleja de estos antiguos métodos: la propaganda, la agitación oral y escrita, la dirección de “acciones” de masas.
3º Los zemstvos y las dumas, sobre todo los Zemstvos, ejercerán un papel cada vez más importante durante el período revolucionario. El partido liberal-censitario verá, seguramente, en el zemstvo “la piedra sobre la que se edificará la Iglesia del futuro”. La lucha a favor del sufragio universal (durante y después del período de liquidación de la autocracia) puede, pues, transformarse fácilmente en lucha directa contra la aplicación del censo en las elecciones a los zemstvos y a las dumas. Nuestro deber es prepararnos para esta lucha.
Por insignificante que sea el papel ejercido por los zemstvos y las dumas, los congresos, la prensa liberal y todas las otras instituciones de las clases burguesas en la lucha activa contra el zarismo, es todo de lo que disponemos en materia de organización directa de la voluntad de la burguesía. Sería un crimen ignorar todo aquello que, bajo el régimen existente, constituye un punto de partida real para la autodeterminación del proletariado. Ello equivaldría a rechazar hacer lo mínimo porque no se puede hacer lo máximo. En cualquier caso, es completamente inútil querer establecer por adelantado los resultados de métodos tácticos a los que el desarrollo interno del partido y la situación política general del país nos obligan a recurrir. Cuando llegue el período revolucionario, en el momento en que todas las fuerzas políticas ajustarán sus cuentas, la misma historia hará el balance de nuestros resultados. No restará ni añadirá nada por adelantado. No cabe ninguna duda que tendrá en cuenta, de una forma u otra, la más mínima parcela de conciencia de clase y autodeterminación del proletariado que hayamos introducido en el movimiento proletario.
¡AL TRABAJO PUES!
¡VIVA LA AUTOACTIVIDAD DEL PROLETARIADO!
¡ABAJO EL SUBSTITUISMO POLÍTICO!
Al exponer, de forma particularmente detallada, diferentes ejemplos, hemos querido llamar la atención sobre la diferencia de principio que separa dos métodos opuestos de trabajo. Y esta diferencia, reducida a su núcleo, es decisiva, si se quiere definir el carácter de todo el trabajo desarrollado por nuestro partido. En un caso, tenemos un partido que piensa por el proletariado, que lo substituye políticamente; en el otro caso, un partido que lo educa políticamente y lo moviliza, para que ejerza una presión racional sobre la voluntad de todos los grupos y partidos políticos. Estos dos sistemas dan resultado políticos totalmente diferentes objetivamente.
Cuando la socialdemocracia busca, por su propia iniciativa, “impulsar adelante” a la oposición liberal, su mismo éxito sólo se apoya en la mentalidad política de esta oposición, y ello determina por adelantado el valor mediocre del “éxito” eventual. Su iniciativa, tenga la forma de una proclama o la de un conciliábulo “conspirador” en los pasillos de la escena política, no será tomada en consideración más que en la medida en que se corresponda con el estado de ánimo y el pensamiento del auditorio liberal. Dicho de otra forma, en este caso, la socialdemocracia, a los ojos de los liberales, hará de demócrata con “prejuicios” marxistas.
El panorama queda modificado de arriba abajo si el liberal se ve obligado a ver en la persona del socialdemócrata al representante de una fuerza real, incluso si sólo se trata de unos millares de obreros. Cuando un acontecimiento político no pasa por la vía trazada por la lógica y la mentalidad política del liberalismo, entonces se orienta en una nueva dirección que se beneficia de la baza de una segunda fuerza: la lógica y la mentalidad políticas del proletariado consciente. Cuando el socialdemócrata tome esta iniciativa, ya no se apoyará sobre la mentalidad de su “colaborador” coyuntural (sólo la tendrá en cuenta) y se apoyará sobre la opinión organizada del proletariado. A los liberales les aparecerá no como un demócrata con prejuicios marxistas sino como un representante de las reivindicaciones democráticas del proletariado.
La táctica de nuestros comités, que consiste en enviar de vez en cuando (a espaldas del proletariado) llamamientos o proclamas de “denuncia” a los estudiantes, a los zemstvos, a las dumas, a los diversos congresos, se parece mucho a la de los liberales de los zemstvos, “intercediendo” ante la autocracia a favor del “pueblo”. Los grupos socialdemócratas dirigentes, substituyendo al proletariado, no entienden que es tan necesario llevar al proletariado a “manifestar” su voluntad de clase frente al movimiento democrático liberal y radical como lo es también llevarle a manifestar contra la autocracia su voluntad democrático-revolucionaria. Nuestros comités, substituyendo al proletariado, en lugar de organizar la toma de conciencia social del proletariado, en vistas a ejercer una presión directa sobre la comprensión social de la burguesía, interceden ante este movimiento burgués-democrático con sus proclamas a favor de “su” proletariado. ¿Hay que extrañarse, pues, si estas peticiones impotentes toman la forma “severa” de dicterios condescendientes, denunciando las “semimedidas” y la “falta de resolución”? Dicterios que no suscitan más reacción que el encogimiento de hombros entre los señores liberales cultivados [12].
La pretendida presión que hemos ejercido sobre los liberales se acercará mucho menos a una petición (incluso si se trata de una intercesión bajo la forma de una ardorosa amonestación) cuanto más aprendamos a agrupar al proletariado en una actividad real (petición, resolución, protesta, mitin, manifestación) no sólo alrededor de estos objetivos democráticos generales sino, también, alrededor de sus propias consignas, claramente formuladas desde un punto de vista de clase, en un momento político determinado, no sólo contra la policía y la autocracia sino, también, contra la “falta de resolución” y la “ausencia de convicción” de los liberales. Nuestra influencia real, y no sólo la ficticia, sobre la política de los liberales, será mucho más seria cuanto menos “vayamos” a todas las clases de la población, dándole la espalda al proletariado (cosa a la que llevan fatalmente todos los comités “políticos”). Por muy simple que pueda parecer de entrada, es necesario comprender muy bien que la única forma para que tengamos una influencia sobre la vida política es actuar como proletariado y no en su nombre; que no tenemos (nosotros) que “dirigirnos a todas las clases de la población”, sino que (si es necesario emplear una formulación tan lapidaria) es el mismo proletariado quien debe dirigirse a todas las clases de la población. El camarada Axelrod ha remarcado esta idea en sus artículos de 1897. “Para ganar influencia en todos la capas (las capas que sufren la actual desorganización) [dice] no es completamente necesario que los socialdemócratas actúen en todas estas capas. La tarea consistente para los socialdemócratas rusos en conquistar partidarios y aliados directos o indirectos en las clases no proletarias será resuelta, principalmente, por el carácter de la actividad de agitación y de propaganda en el seno del proletariado.” (Axelrod, Sobre la cuestión de las tareas actuales y de la táctica de los socialdemócratas rusos, página 16, cursivas del autor).
El sistema de substituismo político, exactamente igual que el sistema de la simplificación de los “economistas”, procede (conscientemente o no) de una falsa comprensión y “sofística” de la relación entre los intereses objetivos del proletariado y su conciencia. El marxismo enseña que los intereses del proletariado están determinados por las condiciones objetivas de su existencia. Estos intereses son tan potentes y tan ineluctables que obligan al proletariado, finalmente, a asimilárselos a su conciencia, es decir a hacer de la realización de estos intereses objetivos su interés subjetivo. Entre estos dos factores (el hecho objetivo de su interés de clase y su conciencia subjetiva) se extiende el dominio inherente a la vida, el de los tropiezos y golpes, el de los errores y decepciones, el de las vicisitudes y derrotas. La perspectiva táctica del partido del proletariado se sitúa completamente por entero entre estos dos factores y consiste en recorrer y facilitar el tránsito de uno a otros.
Los intereses de clase del proletariado (independientemente de la coyuntura política actual “en general”, y, en particular, del nivel de conciencia de las masas obreras en un momento determinado) no pueden, sin embargo, ejercer una presión sobre esta coyuntura más que por la mediación de la conciencia del proletariado. Dicho de otra forma, el partido no puede descontar en la Bolsa política los intereses objetivos del proletariado que se han extraído por la teoría, sino sólo la voluntad consciente organizada del proletariado.
Si se aparta a un lado el período “prehistórico” y sectario de los círculos que cada partido socialdemócrata atraviesa y en el que, por sus métodos, se parece mucho más al socialismo utópico educativo que al socialismo revolucionario político, en el que no se conoce más que la pedagogía socialista, pero todavía no la táctica política, si se considera a un partido que ya ha superado este período infantil, lo esencial de su trabajo político viene expresado según nosotros, en el esquema siguiente: el partido se apoya en el nivel determinado de conciencia del proletariado; intervendrá en cada acontecimiento político importante esforzándose en orientar la dirección general hacia los intereses inmediatos del proletariado y, lo que es más importante aún, esforzándose en realizar su inserción en el proletariado mediante la elevación del nivel de conciencia para apoyarse, precisamente, en este nivel y utilizarlo para este doble objetivo. La victoria decisiva llegará el día en que hayamos superado la distancia que separa a los intereses objetivos del proletariado de su conciencia subjetiva, en el que, para hablar más concretamente, una fracción tan importante del proletariado habrá llegado a la comprensión de sus intereses social-revolucionarios objetivos, que será tan potente como para descartar de su camino, por su propia fuerza organizada, todo obstáculo contrarrevolucionario.
Cuanto más grande es la distancia que separa a los factores objetivos y subjetivos (es decir: cuanto más débil es la cultura política del proletariado), más natural es la aparición en el partido de estos “métodos” que, bajo una u otra forma, sólo manifiestan una especie de pasividad ante las dificultades colosales de la tarea que nos incumbe. Tanto la renuncia política de los “economistas” como el “susbtituismo político” de sus antípodas, no son nada más que una tentativa del joven partido socialdemócrata para “usar ardides” con la historia.
Está claro que, tanto los “economicistas” como los “políticos” son mucho menos consecuentes en la realidad que en nuestro esquema (y esta inconsecuencia ha permitido a unos y a otros ejercer un papel muy progresista en el desarrollo de nuestro partido). Cuando caracterizamos el “error fundamental” del “economicismo” o del “substituismo político”, nos es preciso en buena parte hablar de la posibilidad que hubiese podido devenir realidad efectiva, si no hubiese encontrado oposición. Teniendo en cuenta esta restricción, podemos establecer ahora la comparación siguiente.
Los “economicistas” partiendo de los intereses subjetivos del proletariado, tal como existían en cada momento de su desarrollo, se apoyaban en ellos y consideraban como su única tarea registrarlos minuciosamente. En cuanto a los deberes que suponía el contenido de nuestra táctica, se remitían al curso natural de las cosas (del que ellos mismos, por el momento, se excluían).
En oposición a los “economicistas”, los “políticos” tomaban como punto de partida los intereses de clase objetivos del proletariado, establecidos por el método marxista. Pero también ellos, con la misma aprehensión que los “economicistas”, retrocedían ante la “distancia” que separa los intereses objetivos y los intereses subjetivos de la clase que ellos “representan” en principio. Y para ellos, las cuestiones de táctica política (en el sentido propio del término) existían también tan poco como para los “economicistas”. Una vez que se dispone de una análisis histórico-filosófico que revela las tendencia de la evolución social, desde el momento en que los resultados de este análisis se han transformado en “nuestro” patrimonio principal y que pensamos en forma de substitución, entonces sólo queda que descontarle a la historia, como se descuentan los cheques, las conclusiones a las que se ha llegado. Así, los “economicistas” no dirigen al proletariado puesto que marchan arrastrados por él, y los “políticos” no lo hacen mejor por la buena razón que ellos mismo cumplen sus deberes en lugar del proletariado. Si los “economicistas” se han ocultado ante la enormidad de su tarea, contentándose con el humilde papel de marchar a la cola de la historia, los “políticos”, por el contrario, han resuelto el problema esforzándose en transformar la historia en su propia cola.
Sin embargo hay que hacer la siguiente reserva: la acusación de “substituismo” se aplica a nosotros mucho menos en tanto que revolucionarios que no en tanto que socialdemócratas revolucionarios.
En el primer caso, nos es difícil “usar ardides”: habiendo puesto la historia al orden del día una determinada tarea, nos observa con agudeza. Bien o mal (más bien mal), nosotros llevamos a las masas hacia la revolución, despertando en ellas los instintos políticos más elementales. Pero en la medida en que tenemos que realizar una tarea más compleja: transformar estos “instintos” en aspiraciones conscientes de una clase obrera que se determina ella misma políticamente, tenemos tendencia a recorrer a los atajos y simplificaciones de “pensar-por-los-otros” y de “substituismo”.
En la política interna del partido, estos métodos llevan, como lo veremos más adelante, a la organización del partido a “substituir” al partido, al comité central a substituir a la organización del partido y, finalmente, al dictador a substituir al comité central; por otra parte, ello lleva a los comités a suministrar la “orientación” (y a cambiarla mientras que “el pueblo se mantiene en silencio”); en política “exterior” estos métodos se manifiestan en las tentativas para hacer presión sobre las otras organizaciones sociales utilizando la fuerza abstracta de los intereses de clase del proletariado y no la fuerza real del proletariado consciente de sus intereses de clase. Estos “métodos”, como lo hemos visto, presuponen la identidad a priori del programa adoptado por nosotros y del contenido de nuestro trabajo de partido. Resumiendo: estos “métodos” llevan a la desaparición completa de las cuestiones de táctica política en la socialdemocracia.
El camarada Lenin ha confirmado esto, explícitamente, en una determinada tesis que no se puede pasar por alto. Respondiendo al camarada Nadiezhdin, que se queja de la ausencia de “raíces en profundidad”, Lenin escribe: “Es el colmo de la falta de lógica, pues el autor confunde la cuestión filosófica, histórica y social de las “raíces” del movimiento “en profundidad” con el problema de la organización técnica de una lucha más eficaz contra la policía.” El camarada Lenin le tiene tanto cariño a esta idea que la repite en su último folleto: “Alegar que somos un partido de clase para justificar la dispersión orgánica, para justificar la confusión entre organización y desorganización significa repetir el error de Nadiezhdin, que confundía “la cuestión filosófica e histórico-social de las “profundas raíces” del movimiento con una cuestión técnica de organización”.” [13]. Así, para el camarada Lenin la cuestión de las “profundas raíces” no es una cuestión de táctica política sino una cuestión de doctrina filosófica; si nuestra doctrina, el marxismo, nos suministra las “profundas raíces”, no queda otra cosa que hacer más que cumplir las tareas técnicas-organizativas. Entre el problema “filosófico” y el problema “técnico-organizativo”, falta en Lenin un solo pequeño eslabón: el contenido de nuestro trabajo de partido. Habiendo ahogado el aspecto táctica de la cuestión en su aspecto “filosófico”, Lenin ha adquirido el derecho a identificar el contenido de la práctica del partido con el contenido del programa. Ignora deliberadamente el hecho que tenemos, imperativamente, necesidad, no de raíces “filosóficas” en profundidad (¡que barbaridad! ¡como si el chamán de no importa qué secta no tuviese, desde un punto de vista “filosófico”, tal o cual profunda raíz!), sino de raíces políticas reales, de un contacto viviente con las masas, que nos permite a cada momento decisivo movilizar a estas masas alrededor de una bandera que reconozcan como su bandera.
Por ello, según nosotros, las cuestiones de organización están completamente sometidas a los métodos de nuestra táctica política, y, para nosotros, la identificación de la cuestión de la organización del partido proletario con la cuestión técnica “de una mejor lucha contra la policía” significa la bancarrota completa. Completa, pues si su identificación “se apoya en el carácter conspirativo de nuestros actuales métodos de trabajo [como lo dice Parvus en algunas líneas enérgicas que consagra al sistema de Lenin] es que ¡la lucha contra los infiltrados eclipsa a la lucha contra el absolutismo y a la otra lucha, mucho más grande, por la emancipación de la clase obrera!”.
Las tareas organizativas están, para nosotros, totalmente sometidas a los métodos de táctica política. He aquí porqué este folleto, que nació de las divergencias sobre las “cuestiones prácticas”, también toma como punto de partida las cuestiones de táctica. Para comprender las divergencias en materia de organización, es preciso salirse de sus límites, ¡si no nos asfixiaríamos en la escolástica y las logomaquias de la misma índole!
-Dime, nos pregunta nuestro interlocutor, con compasión, o (más frecuentemente) con un aire altivo e irónico, ¿os levantáis contra el plan de organización de Lenin?
-Pero, ¿qué entendéis por plan de organización de Lenin? (Embarazoso silencio)
-¿Los estatutos?
-No, no, ¿por qué? (responde un poco ofendido), casi únicamente la “minoría” nos considera como “centralistas burocráticos”, piensa que para nosotros los estatutos lo son todo.
No se trata de los estatutos sino del conjunto del plan…
-¿Queréis hablar de la Carta de Lenin a un camarada de Petersburgo?
-De acuerdo, hablemos de esa Carta. Pero el plan de organización, por decirlo así, está expuesto sobre todo en ¿Qué hacer?
-¿En qué consiste este plan entonces?
-Pero, permita usted… ¿qué le molesta? (Nuestro interlocutor acaba por salirse de sus casillas) ¿Cómo? ¿Consiste en qué? ¿El plan organizativo? ¿El plan de Lenin?
-¡Claro! ¡El plan, el plan de Lenin!
-¡Sublime! No hacen más que repetir, todos y todo el tiempo: los planes organizativos, Lenin tiene un plan… ¿Y ahora, he aquí que se nos pregunta en qué consiste ese plan? ¡Cómo! Todo el mundo decía también del general Trochu (durante el cerco de París): él tiene un plan, Trochu tiene un plan… Y todo su plan consistía en entregar París a los prusianos. Entonces pues, me vais a definir en qué consiste el plan organizativo de Lenin.
-Pero esto imposible, así, así… a quemarropa… no tenéis más que leer ¿Qué hacer?
-Eso ya está hecho… Entonces, no me habléis de todo el plan, habladme de sus principios de base.
-Los principios de base (eso ya es otra cosa; por ejemplo, la división del trabajo… la acción conspirativa… la disciplina… y el centralismo en general… para que el comité central puede controlar… sí, eso que se llama una “organización revolucionaria profesional”… contra el democratismo) he ahí los principios.
-Magnifico. Decís, por ejemplo: la división del trabajo. Completamente de acuerdo; he ahí alguna cosa completamente respetable, ha rendido grandes servicios al progreso social. Pero, ¿es realmente Lenin quien ha proclamado este principio? Perdóneme, pero todos los economistas del período manufacturero explicaron ya las ventajas de la división del trabajo.
Tome a Adam Smith: ¡cómo abre maravillosas perspectivas para la fabricación de alfileres!
Entonces, no puedo de ninguna de las maneras estar de acuerdo con usted en el hecho que Lenin habría inventado la división del trabajo, como algunos personajes mitológicos lo habrían hecho con la agricultura, la ganadería, el comercio, etc. Comprendo: queréis decir que Lenin ha proclamado la aplicación de este principio en los umbrales del “Cuarto Período”. Es posible.
Pero, ¿pensáis realmente que la “minoría” niega el “principio” de la división del trabajo? ¿O el “principio de la conspiración?
-No sé… Pero Axelrod habla de “engranajes” y “resortes”. Y pienso que Lenin tiene razón en decir que la “minoría” desenmascara su naturaleza pequeñoburguesa, cuando levanta clamores trágico-cómicos contra la división del trabajo bajo la dirección del Centro…
-Los “clamores” de la “minoría”; voy a hablar enseguida y en detalle de ellos. Pero antes de hacerlo, plantearé una cuestión: ¿la división del trabajo puede ser (y puede ser considerada como) el principio de nuestra organización, de la organización del partido socialdemócrata? La división del trabajo es técnicamente ventajosa (pero ventajosa no sólo para la socialdemocracia sino para cualquier otro partido, para no importa qué oficina, almacén, etc.). Si la división del trabajo puede ser considerada como un principio de organización, ello sólo puede hacerse en una manufactura, pero jamás en un partido político sea cual sea, mucho menos en el nuestro (¿no es evidente para usted que el “principio” de la división del trabajo no es en absoluto característica de la organización que se ha fijado como tarea desarrollar la consciencia de clase del proletariado? Tomado en sí mismo, abstractamente, este “principio” despersonaliza a nuestro partido y lo lleva simplemente a una cooperación compleja.
Ahora pasemos a la acción conspirativa. Es un principio muy estrecho, cuyo sentido es exclusivamente político. Pero la conspiración tampoco está ligada para nada, intrínsecamente, al partido socialdemócrata. Son sobre todo los partidos burgueses-revolucionarios los que han tenido, o tienen, que trabajar de manera conspirativa. Así, es necesario confesar que la conspiración tampoco puede ser el principio de organización para nuestro partido en tanto que tal.
Es necesario decir, igualmente, la misma cosa del centralismo. Una fábrica centralizada, un estado centralizado, un complot centralizado. ¿Qué hay de ortodoxo en el centralismo? En vuestra desiderata no habéis mencionado los “principios” leninistas de la centralización de la dirección y de la descentralización de la responsabilidad (Carta, etc., página 20). Tampoco me extenderé sobre ellos. Simplemente diré que me parece que expresan la misma idea que el difunto abad Sieyès colocaba en la base de la constitución: “La confianza debe de venir de abajo [descentralización de la responsabilidad] y el poder de arriba [centralización de la dirección].” Es decir, en estos “principios” el proletariado no se encuentra a sí mismo. Brevemente, si se reúne todo lo que llamáis “principios de organización” de Lenin, únicamente se obtiene una cooperación centralizada compleja que trabaja de forma conspirativa para algunos objetivos políticos.
Pero ello, sin embargo, no resultará aún en una organización socialdemócrata. En el mejor de los casos, esta definición no significa su negación en tanto que partido socialdemócrata, pero constituye únicamente una de sus posibilidades. Tenemos ante nosotros, pues, una fórmula organizativa algebraica que puede recibir su contenido socialdemócrata si se ponen determinados valores numéricos concretos en el lugar de las letras. Pero el “plan” no incluye estos valores numéricos concretos… Un camarada ha hecho este interesante experimento: a lo largo de toda la Carta a un camarada de Petersburgo, ha reemplazado la palabra socialdemocracia por el término socialista-revolucionario. Y sólo en una ocasión ha resultado de ello un contrasentido. Pero intentad hacer lo mismo con el programa de nuestro partido, o con las resoluciones sobre táctica (os quemaréis los dedos). He aquí porque un esquema semejante al expuesto en la Carta a un camarada de Petersburgo hace nacer, inevitablemente, la pregunta: ¿Qué ha pasado dentro de la socialdemocracia? Es una premisa inmanente, diréis. Puede ser subjetivamente, pero no lo es del todo objetivamente. ¡Y, sin embargo, esto es lo que constituye toda su fuerza!
Para imprimir proclamas sociales-demócratas no hay necesidad de ser socialdemócrata. Igualmente que para distribuirlas y pegarlas en las paredes. Está claro que, teniendo en cuenta las condiciones rusas, sólo un hombre entregado a la causa de la revolución llevará a cabo tal trabajo. Pero el carácter puramente técnico de este trabajo no exige por parte de sus ejecutores ninguna capacidad política, y, en sí mismo, es incapaz de desarrollar y de estimular su conciencia socialdemócrata. Esto significa que debe haber otro dominio en la vida del partido, en el que el tipógrafo, el difusor, el bibliotecario y el organizador estén en relación unos con otros, no como trabajadores parciales del aparato técnico del partido, sino como obreros plenamente integrados en la política del partido. En la práctica de nuestras organizaciones, este postulado es ignorado la mayor parte del tiempo, y el contenido del trabajo del partido es concebido como el total de las funciones técnicas diversas ejecutadas “bajo la dirección del centro”. La causa de esta aberración es evidente. El trabajo que en cualquier partido europeo, incluyendo a los partidos socialistas, se lleva a cabo entre los bastidores del partido (impresión, difusión, pegada de carteles, etc.) entre nosotros es proyectado al escenario, gasta una enorme cantidad de fuerzas materiales y personales y, en consecuencia, fija sobre él la mayor y mejor parte de nuestra atención y capacidades creadoras. En la medida en que nos batimos permanentemente contra la represión policiaca, capaz de destruir en unas pocas horas el producto de meses y meses de difícil trabajo, en la medida en que estamos en perpetua lucha contra la miseria de nuestra técnica ilegal, (este oasis de la Edad de Piedra en pleno siglo del vapor y la electricidad), en breve: teniendo en cuenta todo esto, las condiciones técnicas del trabajo político tienden a cubrir todo el campo de las tareas políticas del partido. ¿Puede alguien extrañarse porque un pensamiento que trabaja tan intensamente en semejante esfera sea capaz de elevar la división del trabajo al rango de principio de organización de la socialdemocracia (“ortodoxa”)? He aquí la razón “material” que hace que en nuestro partido las tareas de técnica organizativa substituyan a las tareas de la política proletaria, que los problemas de la lucha clandestina con la policía política substituyan al problema de la lucha contra la autocracia. A lo que es preciso añadir que la nueva orientación “política” se haya desarrollado durante la lucha contra la antigua orientación “economicista” cuya expresión organizativa era el susodicho “diletantismo artesanal”. En la conciencia del artesano, cuya espíritu súbitamente se ha “iluminado” y que se ruboriza hasta las orejas a causa de su desnudez (teórica, política, organizativa, etc.), la división del trabajo debe aparecer como un principio salvador que lo resuelve todo, y la manufactura un ideal resplandeciente; la manufactura, y no la fábrica, que ya se ha mencionado en la literatura polémica; pues la fábrica supone una técnica altamente desarrollada, reduciendo al mínimo el papel de la división del trabajo, mientras que la manufactura, apoyándose sobre la base técnica del “artesanado” hace de la división del trabajo el objeto de un culto teórico.
“Y cuanto más perfecta sea la preparación de cada ruedecita [cursivas nuestras], cuanto mayor cantidad de trabajadores sueltos [cursivas nuestras] participen en la obra común tanto más tupida será nuestra red y tanta menos confusión provocarán en las filas comunes inevitables descalabros.” [14].
En estas líneas se opone muy nítidamente el “artesano” primitivo, que reúne en su persona todas las ramas de la actividad artesanal, al “trabajador suelto” (Teilarbeiter) de la manufactura; el individuo integral, a la “ruedecita” de un mecanismo complejo. Con semejante sistema, los fallos del artesano de ayer, su ignorancia, su falta de espíritu de iniciativa, su primitivismo político, se transforman en una ventaja, pues “La limitación y hasta la imperfección del obrero parcial son las que determinan su perfección como miembro o parte integrante del organismo obrero total.” [15] “La reflexión y el talento imaginativo pueden inducir a error, pero el hábito de mover el pie o la mano no tiene nada que ver con la una ni con el otro. Por eso donde más prosperan las manufacturas es allí donde se deja menos margen al espíritu…”[16] Según las consideraciones de Lenin, que se forjaron en su cabeza durante el período de la lucha contra el populismo (a saber, la intelligentsia tiene miedo de la fábrica) los clamores contra la división del trabajo “bajo la dirección del centro” no hacen más que traicionar la naturaleza “burguesa” del intelectual. A estas consideraciones podemos oponer, al menos con el mismo fundamento, las palabras de Marx sobre “… la conciencia burguesa, que festeja la división manufacturera del trabajo, la anexión de por vida del obrero a faenas de detalle y la supeditación incondicional de estos obreros parcelados al capital (el “centro” que lo hará] como una organización del trabajo que incrementa la fuerza productiva de éste…”[17] ¿Pero nuestro interlocutor, que hemos abandonado en los umbrales de este capítulo, y que se distingue más por su tozudez que por su claridad de espíritu, no sacará la conclusión automática que la “minoría” está contra la división del trabajo y a favor de la restauración del “diletantismo artesanal”? Queremos llevar al lector a otra conclusión muy diferente. Querríamos que el lector comprenda que la división del trabajo, a pesar de toda su utilidad, es un principio puramente técnico, es decir, que para todo aquel que no ponga un signo igual entre trabajo técnico y vida del partido, la división del trabajo no puede ser considerada como fundamento principista de nuestra organización del partido; de todo lo que antecede se debe sacar la conclusión que la vida del partido es todo lo que queda después de haberle restado la “división del trabajo”.
Si las exigencias de la economía de fuerzas nos obligan (ante la deplorable técnica de que disponemos) a la división puramente manufacturera del trabajo en un determinado dominio de nuestra actividad, debemos de consagrar todas nuestras fuerzas primero a reducir la más posible la extensión de esta esfera técnica, después a no trasponer el ideal del trabajador suelto , por más experto que éste sea (ideal de “ruedecita” que funciona bien), de la esfera técnica a la esfera del trabajo político (en el sentido propio de la palabra); en este dominio, nuestro ideal no debe ser el hombre suelto, que sabe “en interés de la socialdemocracia revolucionaria”, “mover” con acierto, rapidez y obediencia, “la mano o el pie” “bajo la dirección del centro”, sino la personalidad política global, el miembro del partido que reacciona activamente ante todas la cuestiones de la vida del partido y hace respetar, frente a todos los “centros”, su voluntad, y ello bajo todas las formas posibles (¡hasta, sí hasta, el peor de los casos, incluso hasta el “boicot”!) “Todo esto está muy bien, es muy justo, pero ¿quién no lo sabe?” Preguntará el lector de la “mayoría”, el mismo que, hace diez minutos a penas, estaba seguro de que la “minoría” condenaba la división del trabajo. “¿Quién, pues, lo ignora? Se cae por su peso.”
Esta respuesta no se convertirá en más sensata porque todos los partidarios de la tendencia opuesta se pongan a repetirla (desde el más pequeño hasta el más grande, desde el comité de Tver hasta el camarada Lenin). Nosotros hablamos de la necesidad de fabricar miembros del partido, socialdemócratas conscientes, y no solamente “trabajadores sueltos” expertos, y se nos responde: “Eso se cae por su peso”. “¡Es evidente!” ¿Qué significa esto? ¿Para quién es “evidente”? ¿En qué consiste esta evidencia? ¿Es que “eso” se sobreentiende en el contenido de nuestro trabajo de partido, es decir, es que la fabricación de Parteigenossen pensando políticamente constituye en la hora actual un aspecto fundamental y necesarios de nuestro trabajo? ¿O es que esta tarea está “sobreentendida” por el susodicho plan de organización de Lenin? ¿O, por fin, no está “sobreentendida” subjetivamente por cada socialdemócrata?
Esta última hipótesis es la que se puede verificar más fácilmente: es suficiente con que una granizada de reproches y de acusaciones venga a despertar a esta “evidencia” que dormita pesadamente. ¡Pero esto es insuficiente! Es indispensable que esta tarea “que cae por su peso” sea considerada como un objetivo claramente concebido y que los problemas que plantea sean resueltos prácticamente en el trabajo del partido. Hasta aquí nada, o menos que nada, se ha hecho en este sentido. Mucho más: el fetichismo de la organización, que actualmente reina en el partido, lleva a muchos camaradas a resistir directamente a toda tentativa de plantear correctamente este “problema que cae por su peso”. Y eso es comprensible.
El pensamiento que erige al principio técnico de la división del trabajo en principio de la organización socialdemócrata, está volcado (consciente o inconscientemente) a esta consecuencia inevitable: separar la actividad consciente de la actividad ejecutiva, el pensamiento socialdemócrata de las funciones técnicas mediante las cuales debe, necesariamente, realizarse. La “organización de revolucionarios profesionales”, más exactamente su cúpula, aparece así como el centro de la consciencia socialdemócrata y, por debajo, no queda otra cosa más que ejecutantes disciplinados de las funciones técnicas.
Es el camarada Lenin quien suministra la expresión clásica del ideal de organización: “… para agrupar en un todo único esas pequeñas fracciones, para no fragmentar junto con las funciones del movimiento el propio movimiento y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y la importancia de su trabajo, sin la cual nunca trabajará, para todo esto hace falta precisamente una fuerte organización de revolucionarios probados.” [18]
El camarada Lenin no se plantea (pues ello ni se le ocurre) el problema que “cae por su peso”: ¿cómo compensar los aspectos negativos de la división del trabajo, cómo hacer participar a cada militante en el trabajo total del partido? No; opone el ejército de los “ejecutantes” parciales al estado mayor central, el cual monopoliza personalmente la consciencia, la perspicacia, la iniciativa, la perseverancia y la firmeza, infunde a todas estas “pequeñas fracciones” la fe en su necesidad en la obra común. ¿Qué es eso pues? ¿Un partido o una manufactura “socialdemócrata”?
Comparad: “Los conocimientos, la perspicacia y la voluntad que se desarrollan, aunque sea en pequeña escala [y, añadimos, el “artesano” que cumple él mismo todas las funciones de su trabajo primitivo “economicista”], en el labrador o en el artesano independiente, como en el salvaje que maneja con su astucia personal todas las artes de la guerra, basta con que las reúna ahora el taller en un conjunto [del partido]. Las potencias espirituales de la producción amplían su escala sobre un aspecto a costa de inhibirse en los demás. Lo que los obreros parciales pierden, se concentra, enfrentándose con ellos, en el capital [“el centro”]. Es el resultado de la división manufacturera del trabajo al erigir frente a ellos [“ejecutor de las funciones menudas”], como propiedad ajena [“en tanto que función centralizada”] y poder dominador, las potencias espirituales del proceso material de producción.” [19]
Este plan ideal, construido a través de un método casi geométrico, el plan que se expone en la Carta a un camarada de Petersburgo, no plantea del todo la cuestión: pero ¿dónde serán educados los militantes socialdemócratas, los futuros “revolucionarios profesionales”? Según el plan, los metalúrgicos, los tipógrafos, los ayudantes-responsables… “los popes, los generales, las mujeres, las masas, los pájaros, las abejas, todo ello constituye una potente cooperación” [20] dirigida por los revolucionarios profesionales socialdemócratas. Pero ¿cómo se renovará esta casta de militantes efímeros? ¿Dónde están, pues, las reservas?... El aprendiz de un artesano casi siempre acaba por convertirse en maestro artesano; pero el trabajador suelto casi nunca llega a patrón de la manufactura. Se pregunta uno ¿dónde está el puente que permitirá al “militante suelto” no sólo pasar a la categoría del militante político y, en calidad de tal, no contentarse con ejecutar funciones sueltas con la “fe” que el revolucionario profesional tiene, quien vela sobre el papel que se le hace ejercer, sino también desarrollarse por sí mismo en la vida política, encontrar una consigna, proponer una iniciativa?...
En una serie de comités se ha instaurado la práctica de las “discusiones”, es decir de las reuniones durante las cuales el tesorero, el difusor y el tipógrafo se reencuentran, no en tanto que tesorero, difusor o tipógrafo sino como miembros del partido, debatiendo los asuntos del partido así como los problemas políticos generales. Naturalmente, no se trata con esto más que de una compensación parcial a las dolencias que entraña la división del trabajo en las condiciones en que la utiliza actualmente nuestra técnica. Bajo este ángulo, no puede dejarse de señalar el carácter mediocre y limitado de las “discusiones”. Sin embargo, sólo por eso puede comenzar la educación de los miembros del partido. En el actual estado del trabajo, éstas son la única realización capaz de asegurar el frágil puente a través del cual las “pequeñas fracciones” pueden pasar a los “primeros (de categoría)” (entre los cuales pasan muchos ceros, por un malentendido, como si fueran “primeros”).
Ahora bien, ¿qué vemos? El camarada Lenin suprime en su “plan” las “discusiones” en nombre de una envidiable lógica: ¡no se corresponden con las exigencias conspirativas y desajustan la unidad y la armonía del plan! Y después, ¿para qué sirven estas “discusiones”? El resultado a que tienden las “discusiones” puede lograrse por un medio mucho menos costoso: es suficiente con “que todos los participantes en el trabajo, todos los círculos, sin excepción, tengan derecho de hacer llegar sus decisiones, deseos o preguntas tanto al comité local como al órgano central y al comité central. Tal procedimiento permitirá consultar suficientemente a todos los militantes, sin tener que crear instituciones tan atestadas y poco conspirativas como las “discusiones””. (Carta…, página 9) ¡Con que desprecio hace Lenin mención después a los comités “diletantes”, a los círculos obreros y estudiantiles, compuestos por miembros “no especializados”, que pierden su tiempo en “interminables discusiones con motivo de todo”, en lugar de elaborar la “experiencia profesional”! (Carta… página 21). Pensar y deliberar “sobre todo”, esto debe ser privativo del “centro”; y los círculos, los grupos, los agentes aislados deben pensar y deliberar según su estado y para el taller. La consciencia del partido queda centralizada (no queda otra cosa más que hacer de la experiencia parcial del militante suelto el patrimonio del centro (“hacer llegar al centro”); ello será suficiente para enriquecer la práctica de todos los militantes sueltos que se impregnarán de la conciencia del centro (consciente, éste, por profesión).
Los prácticos, que han adoptado este esquema como dogma, deberían acabar preguntándose dónde encontrar socialdemócratas cuando a su alrededor no hay más que “fracciones pequeñas”, “creyendo” en el centro. Y a que increíbles conclusiones, verdaderamente trágicas, llegan algunos de estos militantes es lo que muestra una carta del camarada Severianin (militante de muy primer plano del partido) publicada en el número 51 de Iskra (del tiempo en el que los redactores del diario eran Lenin y Plejanov). “Habéis señalado [escribe Severianin] que ahora los camaradas experimentados y capaces abandonan a menudo el trabajo del comité y se dedican a funciones especializadas. Es un mal síntoma. Es preciso crear una organización particular, especializada en la preparación en trabajo socialdemócrata para los recién llegados. Se encontrará bajo la dirección directa del comité central, porque en su trabajo, los comité no llegan siempre a los puntos importantes para una escuela revolucionaria; el reparto de fuerzas debe encontrarse, naturalmente, en manos del comité central; es indispensable hacer la separación más nítida entre la actividad militante de los comités y el trabajo preparatorio de la nueva organización”.
He aquí la situación. Ya no hay militantes socialdemócratas, todos quieren ocuparse en funciones parciales, y como el trabajo del partido no resuelve el problema “que cae por su peso” de la educación de socialdemócratas activos y capaces de iniciativa, no queda más que construir, fuera del trabajo del partido, una escuela de formación socialdemócrata colocada “bajo la dirección directa del comité central”. El partido socialdemócrata, en el proceso de su misma práctica política, no produce ni educa socialdemócratas. Hay que fabricarlos a parte. El trabajo “militante” queda cortado del trabajo de formación, lo que quiere decir, más exactamente, que la actividad revolucionaria se separa de la actividad socialista. ¿Puede presentarse de forma más impactante la bancarrota de los ideales “manufactureros” en materia de organización?
Los comités, en lucha contra las viejas formas de organización, toscas y casi democráticas, han tendido cada vez más a reducir la significación del centralismo: se trata, finalmente, de emanciparse de las obligaciones hacia el mundo que depende de los comités. Los tres o cinco miembros del comité, representan por sí solos “la unidad y voluntad del organismo social de los obreros”. Toman las decisiones, “hacen” la nueva orientación del partido, colocan al “economicismo” en el museo, ponen en marcha el “centralismo”, reconocen a Iskra, o la condenan; en una palabra: cumplen toda la tarea política interna del partido. Y bajo ellos se extiende el mundo de los “trabajadores sueltos” que imprimen las proclamas, que recogen el dinero, que difunden los folletos (solamente en la medida, claro, en que el comité que “hace” la orientación es capaz de suministrárselos). Durante estos tres o cuatro últimos años, con las divergencias de opinión intensas en el interior del partido, en el seno de un gran número de comités se han producido toda una serie de “coups d’Etat”, en el estilo de nuestras revoluciones de palacio en el siglo XVIII. Desde alguna parte de la cúspide, arriba del todo, no se sabe quién proscribe a no se sabe a quién, se envía a no se sabe dónde, se reemplaza, se ahoga; no se sabe quién se atribuye no se sabe qué título; y, al final, se ve ondear sobre la atalaya del comité un estandarte triunfal en el que se puede leer: “ortodoxia, centralismo, lucha política”…
Nos permitimos dudar que haya un solo comité que, antes de “reconocer” a Iskra como órgano dirigente, o, más tarde, de “rechazarlo” como tal, se haya creído en la obligación de plantear su resolución ante todos los grupos de “participantes sueltos” que le están subordinados (no de plantear formalmente, con todas las prisas, sino de plantearla realmente en la conciencia de los difusores, tesoreros, organizadores, propagandistas, agitadores y otras variedades de “engranajes” y “resortes”. Semejante proceso “democrático” complicado ha sido reemplazado por un solo decreto “centralista”. ¿Y si los grupos colocados bajo las órdenes de los comités se rebelan y rechazan aceptar la nueva “orientación” dada por el muftí? Pues nada, se les disuelve y muy a menudo, con ellos, se disuelve a todo el movimiento obrero local.
He aquí de ejemplo cómo un militante del período pasado describe la victoria ideológica de Iskra en sus cartas dirigidas al extranjero: “el 6 de noviembre de 1902 […] He aquí lo que ha ocurrido en el comité de aquí: se le había propuesto una resolución expresando una completa solidaridad con Iskra y declarándola órgano deseable del partido. El comité adoptó la resolución […] pero con una pequeña reserva, criticando el virulencia de las polémicas. Naturalmente, quienes habían presentado esta resolución quisieron entonces retirarla; sólo entonces fue adoptada la resolución sin enmiendas… Pero la historia de Piter se repitió enseguida: los descontentos animaron a los elementos más ambiguos contra la “intelligentsia despótica”. Se comprobó [sic!] que la agitación y propaganda habían sido llevadas a cabo hasta ese momento casi exclusivamente por estos descontentos: gracias a ello su influencia se reveló, finalmente, muy fuerte. Ahora la lucha causa estragos. Finalmente se reenvió [¿adónde?] a casi todos los antiguos agitadores. Para reemplazarlos hay poca gente conveniente, y es por ello que esto no marcha bien [os creo!]; pero la victoria debe estar de nuestra parte.”
Un mes más tarde, el mismo intrépido combatiente escribe: “4 de diciembre de 1902.
Las cosas se presentan aquí así: los “rabocheidielistas” mantienen sobre nosotros una redoblada atención. Domingo, 24 de noviembre, el comité ha adoptado en medio del entusiasmo la propuesta del comité de organización y le ha prometido toda su colaboración. Pero al día siguiente, cinco atrevidos, partidarios de Rabocheie Dielo, han aprovechado la ausencia de algunos camaradas para llevar a cabo, en este mismo comité, un verdadero golpe de estado. Se propuso excluir a los ausentes y enviar una carta a Iskra para que no imprima la circular que la declara órgano del partido. La habréis recibido seguramente, pero se me ha encargado de deciros que es necesario, de cualquier forma, imprimir esta hoja. Ello servirá de señal para la riña decisiva con los zopencos de aquí. Todo esto ha pasado de una forma más bien no esperada por todo el mundo, aunque ha quedado claro que han tenido tiempo para enturbiar los ánimos de muchos obreros y, por bajo cuerda, de los más influyentes. En la hora actual se prepara una cerrada lucha. Las cosas marcharán, finalmente, hasta la ruptura, como mínimo: esta idea gana aquí cada vez más adeptos. Los asuntos, en general, van mal. Por todos lados se demuestra [¡!!] finalmente que el trabajo local está llevado a cabo sobre todo por los “economicistas”, y es esto lo que explica todos estos Rückschläge, en todas partes: aquí, en Piter, y, como he escuchado decir, en Jarkov.
Está claro: no se puede calificar a este activista de “seguidista” actuando siguiendo a las masas e inclinándose ante su práctica espontánea. No marcha a la cola pero, ¡lástima!, no arrastra a nadie tras de sí. Gesticula en un espacio vacío. Seguramente este camarada (que jugó un eminente papel en la práctica del “estado de sitio”) está por debajo de la media, pero no hace más que llevar hasta el absurdo, hasta la caricatura, lo que constituye un rasgo característico de todo el período, eso que, como hemos visto por esas mismas cartas, se produce “completamente en todas partes”: “aquí, en Pieter y, según se dice, en Karjov”. Este rasgo característico es la emancipación de los “revolucionarios profesionales” de todas las obligaciones, no sólo morales (¡“filisteismo”!) sino también políticas (“¡seguidismo!”), ante los elementos conscientes de la clase al servicio de la cual hemos decidido consagrar nuestra vida. Los comités han perdido la necesidad de apoyarse en los obreros en la medida en que han encontrado apoyo en los “principios” del centralismo.
Sólo hay que ver: la nueva orientación se ha logrado ya, el Cuarto Período ya ha sido proclamado “triunfalmente”, Iskra ya ha sido llamada a dirigir, cuando, de repente, se revela (de “una forma completamente imprevista para todos”) que la agitación y la propaganda son llevadas adelante por los elementos descontentos de Iskra, que no hay nadie para reemplazarlos, que han puesto en contra de Iskra a los obreros particularmente “ambiciosos”, que, por una curiosa coincidencia, son también los más influyentes. Y la moraleja de esta historia: es muy difícil ocuparse de la alta política cuando la libertad de movimientos se ve impedida por “zopencos” [21].
Pero ¿cómo explicarse que el método del pensamiento “substituista” (en lugar del pensamiento del proletariado) practicado bajo las más variadas formas (desde las más bárbaras hasta aquellas que serían aceptables en un parlamento) durante todo el período de Iskra, no haya suscitado (o casi no haya) la autocrítica en las filas de los mismos “iskristas”?
El lector ya ha encontrado la explicación a este hecho en las páginas precedentes: sobre todo el trabajo de Iskra ha pesado la tarea de batirse por el proletariado, por sus principios, por su objetivo final (en el medio de la intelligentsia revolucionaria).
Este trabajo, que depositó en la conciencia de los “iskristas” los fundamentos psicológicos del substituismo político, fue, como ya hemos explicado en diversas ocasiones, históricamente inevitable. Pero este trabajo estaba, sin embargo, limitado por razones históricas ya que se trataba de un proceso secundario en el desarrollo general del movimiento de la clase proletaria que no estaba más que en sus principios. Pero cada proceso parcial en la lucha de clases general del proletariado (incluyendo los casos en que ésta está más evolucionada que en el nuestro) desarrolla sus propias tendencias inmanentes: sus propios métodos de pensamiento y de táctica, sus propias consignas y su propia psicología específica. Cada proceso parcial tiende a superar sus límites (definidos por su naturaleza) y a imprimir su táctica, su pensamiento, sus consignas y su moral, al movimiento histórico entero desencadenado por él mismo. El medio se vuelve en contra del fin, la forma en contra del contenido.
Estos métodos del “substituismo”, de los que hemos visto más arriba el modelo de los ejemplos en el dominio de la “política exterior” y del que hemos tenido muestras cegadoras en la esfera de la “política interior” a través de las cartas del iskrista belicoso que hemos citado, constituyen un fenómeno general de todo un período. Bajo una u otra forma, abiertamente u ocultamente, estos métodos eran inevitables mientras se trataba de cazar a la intelligentsia socialdemócrata a punto de dispersarse, y cuando no se trataba sobre todo de coger los guantes con los “zopencos” del momento; dicho de otro modo, en la medida en que la unificación de la intelligentsia revolucionaria alrededor de los principios políticos de la socialdemocracia se realizaba a una velocidad incomparablemente más grande que la movilización del proletariado revolucionario alrededor de las consignas de la política de clase. Pero imponerle al movimiento entero las limitaciones del “substituismo”, a título de los intereses de su pureza principista y de su “ortodoxia”, es hacer, evidentemente, un trabajo de zapa contra el movimiento en tanto que tal.
Nuestra tarea es asegurar lo más posible al partido contra cualquier sorpresa. Es evidente que la sorpresa más trágica de todas sería que en el momento decisivo los “zopencos” (el proletariado), “de una forma completamente inesperada por todo el mundo”, nos diese la espalda. Es indispensable, a fin de evitar que se cumpla una tan trágica perspectiva, reforzar al precio que sea los lazos políticos, morales y organizativos con los elementos conscientes de la clase obrera. Es indispensable que cada una de nuestras decisiones principistas sea su decisión.
En ¿Qué hacer? Los “economicistas” son severamente condenados por haberse esforzado en construir la organización local sobre principios que estipulan que “es necesario que las decisiones de los comités hayan pasado por todos los círculos antes de convertirse en decisiones válidas”. No estamos a favor del rito legalista del referéndum de comité. No se trata de una cuestión de ficciones “democráticas”. Pero los comités deben recordar que sus decisiones no devendrán “válidas” más que cuando formulen la voluntad consciente de todos los grupos y círculos que dependen de ellos. Es a ello a lo que debe tenderse continuamente (no en nombre de tal o cual prejuicio “democrático” sino en nombre de la estabilidad y vitalidad de nuestro partido).
No nos extenderemos sobre el aspecto técnico de la cuestión: enviamos al lector, a este efecto, al folleto de Cherevanin La cuestión de la organización, lo esencial de la cual, según nuestra opinión, no lo constituye tal o tal otro “plan” organizativo, ni el principio de la “autonomía”, muy condicional, de los comités, sino solamente esta cuestión simple, casi banal, pero “liquidada” de forma muy enérgica entre nosotros: es preciso desarrollar y asegurar los lazos estrechos del pensamiento colectivo, los únicos capaces de unir realmente a la organización dirigente y al personal “aislado” del aparato técnico. Pues (repetimos lo que ya hemos dicho en otro lugar) “es necesario buscar la garantía de la estabilidad del partido en su base, en el proletariado activo y actuante de forma autónoma, y no en su cúpula organizativa que la revolución puede, de forma imprevista, quitarse de sus alas como un malentendido histórico, sin que se dé cuenta el proletariado.” (Iskra, número 62)
Das war also der langen Rede kurzer Sinn? [¿éste es, pues el sentido de tan largo discurso?] La “minoría”, vuelve a replicarse, puede que no condene la “división del trabajo”, pero considerándola como un mal quiere curarlo con otro mal bastante peor. “La “minoría” simplemente vuelve al democratismo, aunque éste esté oculto: ¡exige que las decisiones de los comités pasen por todos sus grupos inferiores, coloca a los “revolucionarios profesionales” bajo la dependencia de los elementos menos conscientes del movimiento, impide, así, la iniciativa y empuje del trabajo de los comités, abre, en consecuencia, las puertas de par en par al “economismo”, al trade-unionismo, al seguidismo, al oportunismo y, al fin de cuentas, libra al proletariado a la democracia burguesa!...”
Confieso que tengo cierta aversión a repetir este fárrago de palabras. ¡Hay que habituarse! No nos sorprendería, en los tiempos que corren, que el camarada Lenin, en su próxima “obra” (que puede que esté a punto de escribir) se fijase el objetivo de demostrar que la “minoría” tiende al socialismo de cátedra (universitario). ¿Creéis que es difícil? ¡En absoluto! “¿La “minoría” (excusadme si por un momento cojo en manos la escoba polémica del querido camarada Lenin) no pasa los días y las noches lloriqueando que el principio de la división del trabajo, proclamado por mí, Lenin, mutila a los miembros del partido, los transforma en engranajes y resortes [22], que el sistema por mí creado priva al revolucionario de “autoactividad” y de “independencia”, cualidades necesarias para los pobres intelectuales con los que he flanqueado las puertas de los órganos centrales? ¡Pobrecitos! Se puede ver claramente que se atiborran con el profesor alemán Schmoller que, él también, en uno de sus últimos artículos (de hecho igual que los desventurados candidatos de la “minoría”), llora a causa de la división del trabajo, que fracciona cada vez más al hombre y sólo ofrece a muchos de ellos [esto quiere decir: “a muchos miembros del partido”, según la fórmula oportunista del camarada Martov] una actividad especializada, vacía, sin alma (geistlose oede Spezialtätigkeit), en la que desaparecen el alma, el entendimiento, el cuerpo, etc. ¡Desarrollad, desarrollad vuestros principios, señores de la “minoría”, y caeréis muy pronto en brazos del profesor Schmoller!”
Al camarada Lenin le falta suficiente flexibilidad de espíritu: de otra forma, con su método podría, utilizando la riqueza y variedad de la literatura mundial contemporánea, “demostrar” todavía cosas muy curiosas.
No quedaremos en deuda con el camarada Lenin. Sólo tenemos que abrir su último folleto por no importa qué página: página 643, por ejemplo: se trata de la práctica anarquista de la “minoría”, consideración a la que se añade entre paréntesis esta otra: “la práctica siempre va por delante de la teoría”. “¿Siempre?”, exclamamos sin ahorrar las cursivas. ¿Verdaderamente, siempre, camarada Lenin? Y nosotros que pensábamos que la teoría, que representa la generalización de la experiencia de los siglos pasados, es capaz también de anticipar la práctica de mañana e, incluso, de decenios enteros. Pero, según la “teoría” del camarada Lenin, teoría que refleja, es preciso suponerlo, su propia práctica, la teoría se arrastra siempre [¡¡¡siempre!!!] tras la cola de la historia. ¿No hay aquí una apología casi marxista del “colismo” teórico? ¿Podemos pensar, aunque sea por un momento, que esto no es tan malo?
La “disciplina de partido” es uno de los eslóganes más marciales de la “mayoría”. Es realmente lastimoso para la humanidad en general que hayan desaparecido sin esperanza de volver todas las consideraciones sobre la disciplina con las que se nos han machacado los oídos, a nosotros, miembros de la “minoría”, antes que la cuestión saliese de la clandestinidad. Ahora, a penas si puede encontrarse en lo más recóndito de los Urales o de la taiga siberiana a los representantes de la raza noble, pero en vías de extinción, de los “iskristas duros” de primera calidad, “jacobins purs comme des rayons de soleil” [jacobinos puros como rayos del sol]. Evidentemente, el espíritu disolvente de la crítica y la duda llegan incluso hasta ellos. Pero se baten valerosamente contra él, esforzándose en rechazar desde los Urales, y salvar así al Asia socialdemócrata dirigida por la Unión Siberiana[23] que me es próxima. Está claro que todos estos esfuerzos están condenados de antemano por la historia; pero los valerosos urálicos inspiran involuntariamente el respeto por su coherencia y su coraje. Es por ello que el futuro historiador del partido les salvará del olvido: consagrará algunas líneas a su Manifiesto que formula audaz y honestamente la posición de la “mayoría”. Más adelante tendremos que vérnoslas con este Credo de los puros leninistas. A la espera de ello, sólo nos extenderemos sobre las páginas de este Manifiesto que tienen relación directa con la cuestión de la “disciplina”.
“Prever [¿?] la lucha política proletaria [dicen los representantes de los tres comités urálicos[24]], prepararse para marchar a la cabeza de las masas, todo esto no puede ser más que el resultado de una organización panrusa centralizada de revolucionarios profesionales, teniendo completamente bajo sus órdenes a los comités locales […] Los comités, así como los miembros aislados del partido, pueden recibir poder muy amplios, pero ello debe ser decidido por el comité central. Inversamente, el comité central puede (si lo juzga necesario y útil) disolver, usando sus poderes, un comité o a toda una organización, puede privar a tal o tal otro miembro del partido de sus derechos. De otra forma es imposible organizar provechosamente la obra de la lucha proletaria”. (Suplemento al número 63 de Iskra, resaltado por mí) Hasta el II Congreso, los comités aislados, de hecho independientes, existían en tanto que entidades reales y formales; alrededor de ellos se constituía y desarrollaba toda la vida del partido. El II Congreso transformó radicalmente la fisonomía del partido. Mediante acciones tan simples como el alzamiento de manos y la introducción en la urna de papeletas de voto, se reveló que ya existía en el partido una “organización centralizada”, y que “los comités locales están a su entera disposición”.
El “centralismo” no se concibe, parece ser, como una tarea compleja de política organizativa y técnica sino como una simple antítesis del famoso “diletantismo artesanal”. Se piensa dar un rodeo al problema real (desarrollar mediante un trabajo llevado a cabo en común, el sentimiento de responsabilidad moral y política entre todos los miembros del partido) dándole al comité central el derecho a disolver todo lo que se cruce en su camino. Es, pues, indispensable para realizar los ideales del “centralismo”, que todos los elementos reales del partido, que nada ni nadie ha disciplinado todavía, no opongan ninguna resistencia al comité central en su tentativa de desorganizarlos. “De otra forma [según los camaradas urálicos], es imposible organizar la causa del combate proletario.” Sólo queda preguntarse si, en este caso, la “causa del combate proletario” puede organizarse realmente.
Forzosamente hay que responder negativamente.
¡En efecto! Los autores del documento citado suponen, sin ninguna duda, que sólo pueden entrometerse por en medio del trabajo organizado por el comité central los “economistas”, los “oportunistas” y, en general, para emplear su expresión, los “representantes de las otras clases de la población”. Admitamos que las corrientes en lucha se designarán siempre así. Pero ¿dónde encontrar una tendencia tan tonta, incluso si es “oportunista”, para dejarse “disolver”, para admitir que sus partidarios sean “privados de sus derechos”, sin oponer antes toda la resistencia de la que sea capaz? ¿Es realmente tan difícil comprender que toda tendencia seria e importante (puesto que no vale la pena luchar contra una tendencia que no sea seria e importante) colocada ante la alternativa: o disolverse ella misma (sin decir palabra) por espíritu de disciplina o combatir por la existencia, sin tener en cuenta ninguna disciplina, escogerá a buen seguro la segunda opción? Pues la disciplina no tiene sentido más que cuando asegura la posibilidad de batirse por aquello que se cree justo; y la disciplina se impone en nombre de ello. Pero cuando una tendencia determinada se encuentra ante la perspectiva de ser “privada de sus derechos” (es decir, de dejar de tener la posibilidad de luchar por la influencia ideológica), la cuestión de su existencia se transforma de Rechtsfrage en Machtfrage, es decir, no se plantea en términos de derecho sino en término de relación de fuerzas. Según la situación y el grado de la crisis, los representantes de la corriente disidente o bien se escinden, colocando la disciplina real hacia sus principios por encima de los “principios” de la disciplina formal, o bien continúan en el partido y se esfuerzan, mediante su propia presión, en reducir al mínimo las limitaciones que les impone la disciplina del partido, a fin de asegurarse el máximo de libertad de acción (y de resistencia ante las tendencias perturbadoras). La alternativa depende de la acuidad de las contradicciones que les oponen al resto del partido. En la medida en que actuarán conscientemente para liberarse de las obligaciones del partido (en nombre de los intereses del partido tal y como los conciben) y en la medida en que su influencia les permita hacerlo así, será como se demostrará lamentablemente ilusoria toda tentativa de la parte adversaria para retenerlos mediante la repetición de la palabra “disciplina”. ¡Nada podrá imponer menos respeto que la figura de un “jefe” político que recurra en el momento decisivo a semejantes abjuraciones! Hay que meterse esto en la cabeza de una vez por todas. Está claro que una situación interna tal que la disciplina sólo es un pesado fardo a los ojos de unos y sólo una amenaza en la boca de los otros no puede ser considerada como normal. Muy al contrario: es el testimonio de una profunda crisis en el partido. Pero es imposible superar una crisis “levantando más la voz”, incluso si hay gente presta a gritar hasta enronquecer.
¿Qué hacer pues? Hay que salir de la esfera de la disciplina en descomposición y descubrir las exigencias y necesidades reales del movimiento que son comunes a todos y que, en función de las medidas que demanda, son susceptibles de agrupar a los elementos más valerosos e influyentes del partido. A medida que se realice la unificación de estas fuerzas alrededor de consignas vivas del movimiento, las heridas infringidas por ambas partes a la unidad del partido se curarán; se acabará de hablar de disciplina porque se habrá dejado de violarla. Quien contemple bajo este ángulo el trabajo de las dos tendencias en el seno de nuestro partido no tendrá ningún problema en responder a esta pregunta: ¿cuál de las dos tendencias conduce al partido hacia una unificación real?
Si, en el camino que lleva a este objetivo, la “minoría” debe someterse a eso que la “mayoría” llama disciplina, no queda otra conclusión que sacar más que esta: ¡que perezca esta “disciplina” que aplasta los intereses vitales del movimiento! De todas formas, la “historia” se encargará de ello ya que, a diferencia del comité de Iekaterinoslav, no se atiene al principio idealista: “¡Muera el mundo con tal que viva la disciplina!” Al contrario, como buena dialéctica, la historia acaba siempre dando la razón a quien se encuentra de parte de la victoria, porque la victoria se encuentra siempre, al fin de cuentas, de parte de aquel que comprende mejor, más total y profundamente, las tareas de la causa revolucionaria.
Es por ello que miramos el futuro con confianza…
Ahora bien, desde ahora podemos observar un fenómeno muy interesante: un número cada vez más grande de nuestros metafísicos y místicos del centralismo ya se dan cuenta que, por ejemplo, el conflicto con la Liga ha sido un error, una torpeza, una negligencia, o por lo menos una falta de tacto por parte del representante del comité central y de su mentor. ¡Pero, evidentemente, no es el sistema el responsable de esta falta de tacto, este mismo sistema que no conoce otro método para “organizar la lucha del proletariado” más que el de la “privación de derechos” y la “disolución”! Las consecuencias, que se deducen muy legítimamente del mundo de las premisas, parecen errores accidentales, malas actuaciones llevadas a cabo por personas aisladas, y por medio de esta rutina del pensamiento humano se compra el derecho a mirar la fe de uno en las “premisas”. He aquí la vía por la que pasa la ruina de determinados sistemas de pensamiento (globalmente como en los detalles). Son las conclusiones las que comienzan a hundirse puesto que éstas están sometidas directamente a los golpes de la experiencia. La conciencia rechaza estas conclusiones, construidas de forma consecuente, pero absurdas en la realidad, y, recurriendo a sofismas, saca conclusiones justas de premisas carentes de sentido. Pero el mismo método sofístico es ya un signo de decadencia. El pensamiento se embarulla en sus propias contradicciones y, finalmente, deviene prisionero. Es justamente en una fase de la lucha entre las conclusiones y las premisas donde se encuentra el pensamiento de nuestra “mayoría”. Y no nos sorprendería si los camaradas urálicos se encontrasen hoy en día prestos a reconocer que la cruzada contra la Liga ha sido un desagradable “malentendido”, aunque en el fondo “sea imposible [según su opinión] lograr organizar de otra forma la causa del combate proletario.”
Nada podría ser más lamentable, hemos dicho más arriba, que la figura de un “jefe” que se esfuerza (mediante la sugestiva repetición de la palabra disciplina) en hacer a los representantes de opiniones diferentes adversarios seguros. Lenin ha notado, visiblemente, lo embarazoso de la situación y se ha esforzado en basar “filosóficamente” sus hechizos. He aquí qué resulta de ello: el intelectual individualista, nocturno y variable nerviosamente huye de la disciplina como de la peste. “La organización del partido se le antoja una “fábrica” monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece una “avasallamiento” (véanse los artículos de Axelrod [25]); la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en “ruedas y tornillos” de un mecanismo…”[26]. De donde la moraleja: “He ahí donde el proletario que ha pasado por la escuela “de la fábrica” puede y debe dar una lección al individualismo anarquista.” [27]
Según la nueva filosofía de Lenin, que apenas ha tenido tiempo de gastar un par de zapatos desde el ¿Qué hacer?, al proletario le es suficiente con haber pasado por “la escuela de la fábrica” para dar lecciones a la intelligentsia, que ha ejercido hasta ahora en su partido el papel dirigente, ¡lecciones de disciplina política! Según esta nueva filosofía, quien no vea en el partido una “enorme fábrica”, quien crea que esta idea es “monstruosas”, quien no crea en la fuerza inmediatamente educativa (políticamente) de la máquina, éste “descubre al punto la sicología de un intelectual burgués” incapaz por naturaleza de distinguir el lado negativo de la fábrica (“disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre”) y su lado positivo (“disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones de la producción, muy desarrollada desde el punto de vista técnico”) [28].
Sin temor a traducir nuestra “psicología de intelectual burgués”, afirmamos ante todo que las condiciones que llevan al proletariado a métodos de lucha concertados y colectivos no se encuentran en la fábrica sino en las condiciones sociales generales de su existencia; afirmamos, además, que entre estas condiciones objetivas y la disciplina consciente de la acción política, se extiende un largo camino de luchas, errores, educación (no en “la escuela de la fábrica” sino en la escuela de la vida política, en la cual el proletariado ruso no penetra más que bajo la dirección, buena o mala, de la intelligentsia socialdemócrata); reafirmamos que el proletariado ruso, en el cual a penas si hemos comenzado a desarrollar la autoactividad política, todavía no es capaz (desgraciadamente para él y felizmente para los señores candidatos a la “dictadura”) de dar lecciones de disciplina a su “intelligentsia”, sea cual sea el entrenamiento que la fábrica le confiere a “el trabajo en común, unificado por las condiciones de la producción, muy desarrollada desde el punto de vista técnico”. Sin el menor miedo a traducir nuestra “psicología de intelectual burgués”, nos declaramos incluso completamente solidarios con la idea que “La supeditación técnica del obrero a la marcha uniforme del instrumento de trabajo y la composición característica del organismo de trabajo, formado por individuos de ambos sexos y diversas edades, crean una disciplina cuartelaria [¡cuartelaria y no una disciplina conscientemente política!] que se desarrolla hasta integrar el régimen fabril perfecto” [29].
Si Lenin cree en la disciplina del proletariado ruso como en una entidad real, confunde de hecho, para expresar su propia formulación, una cuestión de orden “filosófico” con una cuestión de orden político. Naturalmente, la “producción técnicamente muy desarrollada” crea las condiciones materiales del desarrollo y del espíritu de disciplina políticos del proletariado como, en general, el capitalismo crea las premisas del socialismo. Pero la disciplina de fábrica es tan poco idéntica a la disciplina política y revolucionaria del proletariado como tan poco idéntico es el capitalismo al socialismo.
La tarea de la socialdemocracia consiste también, justamente, en levantar al proletariado contra esta disciplina, que reemplaza el trabajo del pensamiento humano por el ritmo de movimientos físicos: consiste en unir al proletariado contra esta disciplina embrutecedora y mortal en un solo ejército ligado (hombro con hombro) por la comunidad de la consciencia política y del entusiasmo revolucionario. Semejante disciplina no existe todavía en el proletariado ruso; la fábrica y la máquina le transfieren esta propiedad mucho menos espontáneamente que las enfermedades profesionales.
¡El régimen de cuartel no puede ser el régimen de nuestro partido, igual que la fábrica no puede ser nuestro modelo! El pobre camarada “Práctico” que ha confesado este pensamiento “… no sospecha siquiera que la terrible palabra por él lanzada [la fábrica] nos descubre al punto la sicología de un intelectual burgués” [30] ¡Pobre camarada Lenin! La suerte ha decidido colocarlo en una situación particularmente ridícula: él “no sospecha siquiera” que el camarada “Práctico” no es un “intelectual burgués” sino un proletario pasado por la escuela salvadora de la fábrica… El proletariado ruso, el mismo al que los partidarios de Lenin ocultan tan a menudo los problemas de la crisis interna del partido, el día de mañana tendrá que dar, bajo la orden de Lenin, una severa lección al “individualismo anarquista”…
¡No se puede describir la indignación que produce la lectura de estas líneas poco placenteras y de una demagogia desatada! ¡El proletariado, este mismo proletariado del que ayer se nos decía que “tiende espontáneamente al trade-unionismo”, hoy es invitado a dar lecciones de disciplina política! Y ¿a quién? ¡A esta misma intelligentsia a la que, según el esquema de ayer, le tocaba el papel de aportar, desde el exterior del proletariado, la consciencia política proletaria! ¡Ayer el proletariado se arrastraba por el fango; hoy helo aquí elevado a cumbres inalcanzables! ¡Ayer todavía la intelligentsia era portadora de la consciencia socialista, hoy se la quiere hacer pasar por los azotes de la fábrica!
¡Y todo esto es marxismo y pensamiento socialdemócrata! ¡En verdad que no se puede poner de manifiesto más cinismo ante el mejor patrimonio ideológico del proletariado que como lo hace el camarada Lenin! Para él el marxismo no es un método de análisis científico, un método que impone enormes responsabilidades teóricas; ¡no! ¡Es un delantal que se puede pisotear cuando haga falta! ¡Una gran pizarra en blanco sobre la que se puede proyectar la grandeza de uno y un metro plegable cuando se trata de medir la conciencia del partido!...
¿La “minoría” está contra el centralismo? En todo el mundo los “oportunistas” de la socialdemocracia se levantan contra el centralismo: ¡en consecuencia la minoría es oportunista!
El silogismo (incluso falso desde el punto de vista formal) constituye la idea motriz principal del último libro de Lenin, si se le expurga de los fárragos de las construcciones acusadoras, basadas en el sistema de las pruebas indirectas. Lenin retoma su silogismo bajo todos los tonos, se esfuerza en hipnotizar al lector a través de “pasos” centralistas. Axelrod en Zúrich está contra el centralismo. Heine en Berlín está contra el centralismo. Jaurès en París está contra el centralismo. Heine y Jaurès son oportunistas. Por lo tanto Axelrod está de acuerdo con los “oportunistas”. Es evidente que es un oportunista, es más que evidente que la “minoría” es, ella también, oportunista. Por otra parte, Kautsky en Berlín está a favor del centralismo, determinado miembro del comité central, Vasiliev, quiere disolver la Liga en nombre del centralismo, el camarada Lenin fue el gran inspirador de esta campaña por la gloria del centralismo, por tanto, etc…
Habiendo “disuelto”, mediante este típico procedimiento “urálico”, a la socialdemocracia internacional (es sorprendente que el camarada Lenin no nos haya presentado el diagrama con motivo de esto), el autor da por descontado que le ha conferido a su autoridad todo aquello que le era necesario: embaucarla con un silogismo que compromete al adversario.
Pensamos que Lenin tiene una opinión más mala de sus partidarios de la que merecen. Esperamos que incluso los camaradas de Lenin menos exigentes no puedan dejar de preguntarse por qué, en todo el mundo, aquellos que se declaran en la hora actual contra el centralismo son los representantes de la socialdemocracia que tienen un punto de vista oportunista en su concepción social y política del mundo: ¿la colaboración de clases en lugar de la lucha de clases, la reforma social en lugar de la revolución social?
Y, rendidos en el ensimismamiento por esta pregunta, acabarán por encontrar la siguiente respuesta: si se admite que el centralismo organizativo es un potente instrumento de la lucha de clases del proletariado (y sobre ello no hay ninguna duda), queda claro que Heine y Jaurès se enfrentan al centralismo en tanto que sistema de relaciones organizativas, sistema que sienten como su enemigo. El centralismo organizativo en el movimiento socialista actual va de la mano con la hegemonía en el partido de la corriente que coloca los intereses generales del movimiento por encima de los intereses particulares, y que se esfuerza en dar a los primeros el control sobre los segundos. El centralismo es la forma organizativa que permite al partido controlar a todos sus elementos. El oportunismo, por el contrario, no construye su acción sobre la lucha por los intereses generales del movimiento, es decir por los intereses de clase del proletariado, sino por las tareas coyunturales y particulares, de carácter sindical, municipal y por el electoralismo local. Así, el centralismo es hostil a la posición política o programático-táctica del oportunismo.
El camarada Lenin (a pesar de su fogosidad) no llega a sostener que las concepciones programáticas y tácticas de la “minoría” han sido oportunistas. ¿Por qué, pues, la “minoría” está contra el “centralismo”? Y ¿contra qué centralismo? Y ¡por qué los camaradas Kautsky, Parvus y Luxemburg, adversarios irreconciliables de Heine y de Jaurès, se han pronunciado contra el “centralismo” del camarada Lenin? Repetir millares de veces el mismo silogismo, acentuando ante todo el efecto punzante, no permite evidentemente dar ninguna respuesta a estos interrogantes.
Kautsky une las concepciones organizativas del ala derecha de la socialdemocracia alemana (lucha contra el centralismo, contra la disciplina, contra la “mayoría compacta”) con la mentalidad burguesa de la intelligentsia burguesa, incluso aunque haya adoptado concepciones marxistas. Este análisis, exacto y preciso, no hace más que completar lo que decía Kautsky sobre la intelligentsia socialista europea y sus tendencias “orgánicas” al reformismo y al oportunismo en materia de programa y de táctica. Existe entre las concepciones organizativas y las concepciones sociales y políticas de la intelligentsia un lazo recíproco, interno y profundo, en la medida en que las unas y las otras se deducen de una sola y misma mentalidad de grupo, determinada, a su vez, por las condiciones de existencia sociales de la intelligentsia. Pero cae por su peso que el mismo tramado psicológico puede dar lugar a bordados políticos muy variados (e incluso en determinados casos totalmente diferentes) según las condiciones de tiempo y lugar.
En nuestro caso, es absolutamente decisivo saber si estamos frente a una intelligentsia pre- o post-revolucionaria. Instituir una analogía entre las concepciones organizativas de las “intelligentsias” socialistas alemana y francesa, por una parte, y rusa por la otra parte (es decir: ignorar el “Rubicón” de la Revolución Francesa que las separa) es caer en el más incurable de los formalismos y prestar a comparaciones superficiales la apariencia de un análisis materialista. Tales o cuales concepciones organizativas no representan por completo un momento fundamental ni, por tanto, específico inherente a la concepción del mundo de la intelligentsia en tanto que tal; no están dadas de una vez por todas; al contrario, se deducen, a través de una serie de mediaciones complejas, de la mentalidad política, mentalidad que reacciona (de una forma cambiante) a un medio político cambiante. El intelectual “jacobino” de hoy en día puede continuar correspondiendo, en su política y sus métodos de pensamiento, con el intelectual reformista de ayer. Lo que separa al jacobino del reformista es la conquista de un mínimo de garantías democráticas.
Si, por tanto, el mismo medio socio-psicológico da lugar a “refracciones” políticas también opuestas, ¡qué decir entonces de sus capacidades para modular hasta el infinito la esfera parcial de las formas organizativas! La intelligentsia puede ser federalista o centralista, puede tender a la autonomía o a la autocracia, a la democracia o a la dictadura, sin transformar por ello en nada su esencia, ni la naturaleza de sus intereses políticos.
El camarada Lenin se hubiese abstenido fácilmente de establecer analogías mecánicas si hubiese prestado atención a la siguiente cuestión: según su propia fórmula (de la que hablaremos más tarde), el socialdemócrata revolucionario es el “… jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase” [31] . Bien está. Ahora, el jacobino clásico (del que Lenin quiere ser la traducción en lengua marxista) es, además de otras cosas, un intelectual revolucionario. Lenin no puede, así lo espero, negar esto en lo que concierne a la Revolución Francesa y, mutatis mutandis, a nuestra Narodnaya Volia.
El “centralismo” i la “disciplina” de los jacobinos, que tanto impresionan al camarada Lenin, no fueron tomadas por estos intelectuales revolucionarios “individualistas-burgueses” del proletariado disciplinado por la escuela de la fábrica sino que fueron desarrollados inmediatamente “a partir de ellos mismos”. Después, en el marco de la democracia, todos estos elementos sociales, pertenecientes a la nueva “clase media”, se pusieron a reflejar todos los colores del arcoíris, del anarquismo al millerandismo. ¡La naturaleza de la intelligentsia es tan plástica y tan ligera que nadie podrá cerrarla de una vez por todas en las celdas estrechas de un diagrama!
Las mismas “cualidades” (es muy necesario que recordemos esto) empujan a la intelligentsia pre-revolucionaria al jacobinismo, hacia organizaciones centralizadas y conspirativas, armadas con la dinamita (o con un “plan” de insurrección popular), y empujan a la intelligentsia post-revolucionaria al reformismo, a desdibujar los contornos nítidos de la lucha de clases. Tal es la dialéctica de la evolución social.
Pero la dialéctica y el camarada Lenin son dos.
Maneja las “tesis” marxistas como artículos inflexibles del Código Penal. Se esfuerza en primer lugar en encontrar el artículo “que viene al caso”, enseguida revuelve entre los materiales del acta de acusación y extrae de ellos los indicios del crimen que se corresponden formalmente con el contenido del artículo correspondiente.
La dialéctica y el camarada Lenin son dos. Él sabe pertinentemente que “el oportunismo conduce, no por azar sino por su propia naturaleza, no únicamente en Rusia sino en el mundo entero [¡!], a los puntos de vista de organización al estilo Martov y Axelrod”. (Un paso adelante…)
Él sabe pertinentemente, pero como nuestro intrépido polemista no se decida a meter a Axelrod y Martov en la categoría de los oportunistas en general (¡esto sería tan atrayente desde el punto de vista de la claridad y simplicidad!), crea para ellos la rúbrica “oportunismo en cuestiones de organización”. El concepto de oportunismo queda privado, así, de todo contenido político. Se convierte en el ‘coco’ con el que se atemoriza a los niños.
Degradar la dialéctica al rango de la sofística, vaciar de su contenido a todas las ideas vivas del edificio teórico marxista, transformar “tipos” socio-históricos en normas inmutables supra-históricas, que sirven para medir la extensión de los pecados terrestres; ¡he aquí el precio con el que se paga la lucha contra la “minoría”! ¡Oportunismo en cuestiones de organización! ¡Girondismo en la cuestión de la coaptación por los dos tercios en ausencia de un voto motivado! ¡Jauresismos en cuestiones de derechos del comité central a fijar el lugar de la administración de la Liga…!
Parece que no se puede llegar más lejos. Sin embargo, el camarada Lenin continúa avanzando. Después de haber escrito todo un libro para decir que los métodos revolucionarios (la “insurrección” y el “derrocamiento”) sólo eran admisibles durante el período de círculos; que en un partido “uno e indivisible” debe reinar la disciplina; que los elementos que rompen la disciplina dentro del partido del proletariado demuestran solo con eso, su oportunismo pequeño burgués, el camarada Lenin, que en ciento cincuenta páginas ha logrado si no convencer por lo menos agotar al lector mediante toda esta filosofía, le asesta de golpe el siguiente obscuro aforismo: “La insurrección es una cosa magnífica cuando se alzan los elementos avanzados contra los reaccionarios. Está muy bien que el ala revolucionaria se alce contra el ala oportunista. Pero es malo que el ala oportunista se alce contra la revolucionaria.” [32].
Será útil para todos los lectores del camarada Lenin detenerse sobre su “argumentación”. La “minoría” no quiere acomodarse a la disciplina del partido. Por ello mismo (notad bien: ¡por ello mismo!) traduce su “anarquismo” y su “jauresismo”. En consecuencia, la “minoría” es el ala oportunista de nuestro partido. Es el teorema directo. Ahora hay que demostrar el recíproco.
La insurrección de la “•minoría” es una cosa muy mala ya que la “minoría” es el ala oportunista de nuestro partido. Sería diferente si fuese la “mayoría” quien se “levantase” pues el revolucionarismo de la “mayoría” ha quedado demostrado por el hecho que la “minoría” oportunista se bate contra ella… La “minoría”, como se ha demostrado en el teorema directo, es oportunista porque rompe la disciplina. Conclusión de los dos teoremas: el camarada Lenin tiene ambas manos libres.
Quod erat demonstrandum.
Es suficiente con hacer un mínimo esfuerzo para resolver el problema: ¿cómo Lenin se ha decidido, en las pocas líneas que hemos citado, a tirar bajo los caballos con tanta franqueza a todo su folleto? ¡La situación le obliga! El ejército de nuestro generalísimo se funde y la “disciplina” amenaza con volverse contra él. Y como Lenin, al contrario que los intelectuales burgueses de la “minoría”, representa (nos servimos de la cita que él hace de un artículo de Kautsky) “el modelo ideal del intelectual, que está completamente penetrado por el estado de espíritu proletario […] que sin protestar marcha en la filo, trabajo en cada puesto que se le da”; como Lenin, siguiendo el ejemplo de Marx “no se desliza nunca al primer lugar y se somete a la disciplina del partido de una manera ejemplar”; como el camarada Lenin posee todas estas cualidades absolutamente inestimables de miembro disciplinado del partido, que no tiene miedo de quedarse en “minoría”, juzga indispensable “colar” por adelantado en su obra la justificación filosófica de la escisión en el partido puesta en marcha para retener a los restos de su ejército.
Y lo hace con un desparpajo que no es más que el reverso de su desprecio profundo hacia sus propios partidarios.
Cuando alguien se rebela contra mí, es muy malo. Cuando yo me rebelo, entonces es muy bueno.
He aquí la moraleja corta y gozosa de un libro largo y enojoso, con abundantes citas, con paralelismos “internacionales”, con diagramas artificiosos, y que contiene todos los otros medios de la anestesia psíquica.
“… ayer tuvimos una reunión de propagandistas (once miembros) con el organizador. El objetivo de la reunión era conocer el plan organizativo en general y el nuestro en particular. Antes de exponer el plan, el organizador dijo algunas palabras sobre la “minoría” y la “mayoría”. Él pertenece a la “mayoría”, reconoce el plan de organización propuesto por Lenin y adoptado en el congreso [sic! ]. “La minoría, dijo el organizador, reprocha a la mayoría su formalismo, su burocratismo. Como podéis ver, es un reproche completamente injustificado. Además, la minoría no propone ningún plan para reemplazar al de Lenin.” Después declaró que se hacen sentir en la “minoría” supervivencias de la “Unión”. Se quejó de la despreocupación con que se ha acogido la cuestión del plan de organización cuando resulta que este plan fue propuesto por Lenin en su Carta a un camarada y en ¿Qué hacer? A propósito de esto recordó que Trotsky y Zasulich aprobaron el plan tal como era en la Carta [¿!]. A continuación pasó a la descripción del plan. “Un círculo no es la organización, ni incluso su célula base. Esta célula es el comité de fábrica (que no existe todavía en ninguna parte). Es una necesidad vital crear esta célula. Entre nosotros hay una total falta de información sobre la vida en las empresas y fábricas, que, sin embargo, ofrecen materiales muy ricos en hechos. Los agitadores hablan a menudo sin pies ni cabeza. Por tanto: el comité de fábrica. Encabezándolo, un organizador obrero. En el comité de fábrica hay cinco, seis organizadores excelentes, influyentes (en la medida en que nuestro trabajo carece de continuidad es imposible encontrarlos). Las funciones del comité de fábrica: difundir las publicaciones, constituir cajas, poner en marcha cursos, recoger información, difundir panfletos…”
“Se nos ha expuesto detalladamente la organización de grupos para la difusión de panfletos, que no se han realizado hasta ahora. A continuación: la organización de las reuniones de agitación, la organización de los círculos de propaganda. Los miembros del comité de fábrica, a saber: un organizador, un técnico, un tesorero, un bibliotecario, un publicista. La ciudad se divide en siete secciones a las que se añade el trabajo entre la intelligentsia. La organización de sección: un organizador de sección, un propagandista de sección, un bibliotecario, un publicista, un tesorero. El comité local está compuesto por: un miembro del colectivo (no se había hablado hasta el momento de eso), un técnico, un propagandista responsable, un organizador, un redactor, un secretario. (Perdonadme por la rapidez y la confusión en la exposición: no tengo tiempo. Si es necesario, escribiré de forma más detallada).
“El informante se extendió ampliamente sobre los detalles técnicos de todo el trabajo; sobre la forma en que debe organizarse para que sea conspirativo y productivo. Sobre las relaciones mutuas entre todos estos grupos, sobre sus relaciones con el comité local; sobre todo esto no dijo nada. Solo la forma exterior fue expuesta. Finalmente el informante planteó el interrogante: ¿dónde hay en este plan burocratismo, formalismo? Nadie supo qué contestar, pero todos se inclinan a pensar que en esto no hay ningún peligro. Los propagandistas no saben nada sobre las divergencias: no hay ninguna publicación sobre ello. Ahora se ha organizado para ellos un “punto de lectura”. Se encuentra en él los últimos números de Osvobojdenie, la primera parte [¿!] de las actas del II Congreso y el folleto de Pavlovich. Poco después ha habido una reunión de veinticinco personas, estudiantes de tecnología. A ellos también se les ha hecho parte del plan de organización. Hasta ahora nunca nos habíamos reunido con ellos: “¿Qué se va a hacer con vosotros? Estudiad vuestra medicina.”
Un cordial apretón de manos.” [33]
“Estimado amigo, vuestra última carta es extremadamente interesante y da lugar a diversas reflexiones y consideraciones, hasta tal punto que es difícil saber por dónde empezar. La primera cosa que puede establecerse es el hecho, innegable, que no sólo los trabajadores organizados de N., no sólo los propagandistas, sino incluso los miembros del comité de N., no han sabido nada hasta ahora sobre la significación de las divergencias que desgarran al partido.
En el actual momento se escucha muy a menudo declarar que “en la base [¡] de nuestro trabajo debe estar la idea [¡] del centralismo” (cf. La resolución del comité de Batum). Por todas partes se habla del centralismo: en el comité mingraliano y en el de Piter, en el de Riga y en el de Chita. Y se piensa que el centralismo es el comité central. Si hay comité central, ello quiere decir que hay centralismo. Pero el hecho que una organización como el comité de N. no sepa (por falta de información y por falta de interés) qué busca obtener el órgano central del partido, qué quiere la “Liga”, qué quieren los cinco o seis comités rusos que se solidarizan con el órgano central, este hecho no lleva a los camaradas de N. a pensar que no hay ningún centralismo entre nosotros. Porque “centralismo” (y esto es lo que hay que entender como mínimo) no significa comité central, órgano central o consejo, sino otra cosa mucho más grande: ante todo, el centralismo supone la participación activa de todos los miembros en la vida del partido todo entero. Bien entendido, hablo del centralismo a “la europea” y no del “centralismo” autócrata- asiático. Este último no supone sino que excluye incluso semejante participación.
“El “plan” organizativo (que han desarrollado ante vosotros) puede que sea excelente “en sí” (volveré a hablar más adelante) pero es muy necesario ver que este plan existe ya desde hace dos años, que se ha creado todo una generación que “vive” (¡literalmente!) de acuerdo con la Carta de Lenin a un camarada: parece ser que el centralismo debería de haberse extendido magníficamente. Ahora bien, se ha revelado que el comité de N. (no el de Poltava o el de Ufa sino el de N.) se desembaraza con un encogimiento de hombros de las cuestiones que, desde hace más de un año, dividen a los militantes más influyentes del partido. Esto no quiere decir que el comité de N. no es más que un pequeño grupo de “artesanos diletantes”, igual que hace tres años, nada mejor, un grupo de artesanos que, como puede apercibirse uno a través de vuestra carta, no son capaces de alcanzar cumplir la centésima parte de sus tareas locales; que como en el pasado se mantienen completamente indiferentes a las cuestiones que se plantea el partido en su conjunto o que, incluso, alimentan hacia éste el más soberano de los desprecios. ¿Dónde radica la diferencia? Y ¿en qué se manifiesta? En que las gentes han renovado algunos términos de la jerga revolucionaria, no pueden decir tres palabras seguidas sin jurar por el centralismo, en el hecho también que todas las esperanzas han pasado del “crecimiento espontáneo de las tareas” al plan de organización que, un día de estos, será puesto en acción por alguien (si los desorganizadores no lo impiden); después de ello “bosques y montañas se pondrán a danzar”…
“¿Dónde está la diferencia? ¿Y en qué? El centralismo socialdemócrata supone obligatoriamente la participación activa de todos los adherentes a la vida del partido. Para ello es necesario, ante todo, que cada uno esté al corriente. Pero vosotros no habéis tenido la primera parte de las actas del congreso (¿quién, pues, ha escindido en dos “partes” estas actas? ¿y por qué?) y el folleto de Pavlovich. Pero no tenéis ni las actas del congreso de la Liga ni el folleto de Martov, ni Iskra. ¿Dónde están, pues, los benéficos resultados de la “idea del centralismo” puesta en la base del trabajo del partido? ¿No está claro que el comité central no significa en absoluto del todo centralismo, incluso en el más estrecho sentido técnico de la palabra? ¿Cómo no ver que el comité de N., en lugar de exponeros, a vosotros los propagandistas, el “plan” de organización, propuesto ya por tres o cuatro generaciones de comiteros “centralistas” al estudio de tres o cuatro generaciones de propagandistas “centralistas”, del que no ha resultado, por otra parte, ningún crecimiento del patrimonio del partido; en lugar de repetir este trabajo por cuarta o quinta vez y de escabullirse cuando se trata de la cuestión de la divergencias, en lugar de todo esto, vuestro comité debería de haberse detenido sobre un punto, para mirar, cuidadosamente, qué se trata de arreglar: qué ha pasado, en qué ha evolucionado y de qué se dispone? El comité se habría dado cuenta que, en todas sus rápidas y maravillosas metamorfosis, ha conservado una única característica: la misma artesa rota del diletantismo artesanal…
Entonces se habría preguntado si verdaderamente se encuentra todo en el “plan” de organización. ¿No hacemos permanentemente equilibrios aunque la “idea del centralismo” sea sembrada en todas las cabezas hasta el punto que a veces se vea salir, de algunas de ellas, un rebrote de la Carta de Lenin a un camarada? Las razones del marasmo se encuentra aquí posiblemente más profundamente que en la cuestión de saber cuántos (y dónde) tesoreros, contables y otros acarreadores de la “idea del centralismo” debe haber.” “Desde que el comité se ponga a reflexionar en esta dirección (y es una dirección muy eficaz) perderá las ganas de preguntar a la “minoría” (como lo hace vuestro “jefe”): “¿Pero, dónde está vuestro plan que reemplace al de Lenin que vosotros rechazáis?” pues comprenderá que la “minoría” rechaza, en calidad de remedio milagroso, no un determinado plan de organización suficiente por sí mismo sino incluso el mismo plan de semejante plan que es suficiente por sí mismo.”
“Escribís, en una de vuestras anteriores cartas, que raramente tenéis reuniones de propagandistas: todos se mantienen en su rincón, cada uno librado a sus propias fuerzas, la actividad conspirativa lo limita todo. Pero, he aquí que una de estas raras reuniones ha sido convocada. Un camarada dirigente ha aparecido. Os ha dicho que en la “minoría” (que, por otra parte, no conoce a juzgar por lo que ha dicho) se nota una supervivencia del “democratismo”; a continuación os ha expuesto, a vosotros propagandistas, el “plan” de organización. ¿Y después? ¿Qué conclusiones se desgajan de este plan? ¿En qué ha enriquecido vuestras conciencias? ¿Os habéis puesto, tras la reunión, a aplicar este plan en la vida? Y ¿cómo? ¿Bajo qué forma? ¿Para qué objetivo? ¿O tal vez este trabajo será realizado por algún otro, por ejemplo por el organizador que os ha iniciado en los misterios del plan? ¿Os ha dicho cómo pretende realizar su “plan”? ¿Pretende disolver todos los grupos y células existentes y, sobre un terreno así de limpio, reconstruir un nuevo edificio organizativo a partir de elementos dispersos siguiendo todas las reglas de la arquitectura centralizada? ¿O tal vez pretende eliminar progresivamente los rudimentarios órganos de la organización ya existente? ¿En qué se debe traducir para vosotros, los propagandistas, vuestra colaboración organizativa? Vuestra carta demuestra que no ha dicho ni una palabra sobre todas estas “bagatelas”. Pero en este caso, todo vuestro coloquio no ha sido más que uno de los más estériles pasatiempos.
“El círculo no es la organización, ni incluso el embrión de una organización: el embrión es el comité de fábrica”. “El plan es excelente. No contiene la más mínima sombra de burocratismo”. Pero vuestro organizador no se ha tomado tan siquiera la molestia de reflexionar sobre el problema que plantea el hecho que de una parte el plan existe en sí, todo solo, y que, de otra parte, la socialdemocracia de N. vive de forma independiente, por ella misma. Vuestra organización es tan mala que las proclamas circulan incluso peor que en los tiempos del “democratismo”. Y el plan, escrito expresamente para la ciudad de N., editado en su tiempo por el comité de N., estudiado cuidadosamente, y hasta el más mínimo detalle, por los camaradas de N., “antiguos” y “nuevos”, sigue nutriendo (como en la pasado) los entusiasmos completamente desinteresados de los “centralistas” de N. Y todo ello a pesar del hecho que, después de tres años de platonismo centralista, la célula fundamental del “plan” de Lenin, el comité de fábrica, todavía no existe en ninguna parte. Pero el “círculo”, que según el “plan” solo existe en los corredores, ocupa la primera línea de escena, contrariamente al plan y el círculo es, de hecho, hasta hoy en día la única “célula embrionaria” en la que vuestro organizador tiene la posibilidad de exponer sus planes organizativos.
“Y vosotros, propagandistas, tras la reunión de vuestro círculo, os dirigiréis a vuestros círculos y os pondréis a discutir con los obreros puede ser que sobre el tema que llegará un día en el que toda la ciudad de N. estará cubierta de comités de fábrica; en cada comité habrá un organizador, un técnico, un tesorero, un “publicista” y, por encima de ellos, habrán comités de sección, en cada uno de éstos un organizador de sección, un propagandista de sección, un tesorero y un “publicista” de sección, por encima de ellos un comité local del partido y, por encima de todos estos comités, nuestro comité de comités, el comité central, que en su debido momento llamará al orden a todos los comités locales, los cuales llamarán al orden a los comités de sección, ídem éstos en cuanto a los comités de fábrica, los comités de fábrica ídem a los obreros (y el proletariado revolucionario pan-ruso se pondrá a cartearse por escrito… ¡Se pondrá a cartearse sólo si los “desorganizadores” no lo impiden!”
“Me pregunto una vez más: ¿por qué, para qué fin exactamente, os ha expuesto su “plan” el organizador? Trato de explicarme psicológicamente su comportamiento. Me acuerdo de los tiempos de la propaganda “primitiva” de círculo. En aquellos tiempos, el propagandista se fijaba como objetivo hacer entendible al obrero de la fábrica Pahl o de la fábrica Maxwell su lugar en el universo. Se empezaba por la cosmología. Se hacía descender con felicidad al hombre del mono. Se franqueaba, bien que mal, la historia de la civilización, se llegaba (¡raramente!) hasta el capitalismo, el socialismo. En la base de este trabajo estaba la idea que era necesario transformar al proletario medio en socialdemócrata provisto de una concepción materialista completa del mundo. Actualmente tal doctrinarismo respetable ha pasado, y bien olvidado, para reaparecer, como se ve hoy en día, bajo la forma más absurdamente caricaturesca.”
“Los elementos de nuestro partido que se formaron durante el período del derrumbe del “diletantismo artesanal” han llegado a la idea, asombrosamente pobre, que en la base de nuestro trabajo debe estar la idea del centralismo. La idea de la explicación materialista del mundo ha sido reemplazada por la idea del “plan” construido de forma centralista. La tarea inmensa pero doctrinaria: explicar al miembro del círculo su lugar en el macrocosmos divino se ha transformado en la corta idea burocrática: explicar al miembro de la organización su lugar en el microcosmos leninista.”
“Aunque muy raramente, ha debido ocurrir que uno de los objetos de tal propaganda primitiva haya logrado sobrevivir en el círculo hasta que se ha decidido la cuestión: ¿qué representa por él mismo, exactamente, el obrero de la fábrica Pahl o Maxwell? Por lo menos ha aprendido que la humanidad ha pasado por una fase de poliandria… Todo ello constituye una suma de conocimientos justos y útiles para comprende lo que es y lo que ha sido. Pero el sistema del universo de N. que reposa bore 130 obreros-tesoreros, 130 contables, 130 “publicistas”, este sistema debe de haber sido recetado simplemente por Lenin en un momento de iluminación burocrática. Es necesario darse cuenta que esto no existe, de ninguna manera. Y cuando le explicáis al obrero su lugar en tal sistema universal no hacéis más que hablarle de “lo que no es, lo que jamás ha sido”…
“¿No es evidente, estimado amigo, que los reproches que la “minoría” dirige a determinados elementos del partido (su burocratismo, su formalismo) “no tienen ningún fundamento”?”
“Os abrazo cordialmente…”
Estimado camarada… ¿Es el momento de ocuparse actualmente del examen detallado de la cuestión organizativa? Los grandes acontecimientos se acercan imperceptiblemente y la revolución puede llegar mucho más deprisa de lo que osamos esperar. Y nosotros razonamos sobre el único tercio de los socialdemócratas que son susceptibles de hacer trabajo de comiteros. Cuando las masas, decididas y revolucionarias, se lancen a la calle, ¿comprenderemos entonces que eso es la revolución? ¿Las masas encontrarán las consignas que les son necesarias? ¿Y la tropa? Pues será de su actitud de lo que dependerá la salida de la batalla de las calles… ¿Haremos algo para acercarla a las masas revolucionarias? En verdad, es tiempo de prepararse para la revolución que vendrá “como un ladrón en la noche”. Según mi opinión, las cosas se presentan así: es necesario que nos preparemos como si la revolución fuera a comenzar al final del verano; es necesario que usemos todo “retraso” en beneficio de nuestro partido. ¡Ya es hora, está muy cerca la hora!
“Estoy de acuerdo con usted, estimado camarada, en que la revolución puede que esté mucho más cerca de nosotros de lo que parece, que nos es preciso desarrollar la agitación política más intensa y más extensa posible, que es necesario popularizar los eslóganes inmediatos del combate entre las más amplias masas, con las que aquel podrá llegar a las calles. Estoy de acuerdo con usted: ahora no es el momento de espulgar en detalle la cuestión organizativa… Pero no estoy de acuerdo con usted si adelanta esta idea como objeción contra el trabajo desarrollado por la “minoría”. No dice usted directamente eso, pero así puede entenderlo alguien. Para que la revolución, que de todas formas llegará “como un ladrón en la noche”, no nos encuentre con todas las luces apagadas, es indispensable vigilar políticamente. Desgraciadamente, nuestro partido, políticamente hablando, duerme. En su sueño tiene sueños organizativos fantásticos que se tornan por momentos en penosas pesadillas. Es indispensable despertar al partido, cueste lo que cueste. De otra forma, su sueño político podría muy bien transformarse en su muerte política.”
“Cuando usted dice: hay que prepararse para la revolución, todo el partido estará de acuerdo con usted, pero las tres cuartas partes entenderán que de lo que quiere hablar es de preparación técnica, organizativa. El comité de Riga dirá: “Es absolutamente necesario construir una organización de revolucionarios profesionales rigurosamente centralizada”. Y una decena de otros comités dirán más o menos la misma cosa. Para ellos, prepararse para la revolución significa, si no distribuir las contraseñas y consignas y fijar el día y la hora del pretendido “llamamiento” a la pretendida “insurrección”, al menos cumplir un trabajo de construcción organizativa interna (que, por otra parte, debería llamarse más exactamente un trabajo de “desorganización” ya que comienza por la destrucción de formas de organización ya existentes). Sin embargo la tarea que tenemos que cumplir en el momento presente decisivo, que no espera y no se repite, consiste en tomar todos los elementos organizativos ya existentes y unificarlos en un trabajo sistemático centralizado sin dispersión ni divergencia. El objetivo de este trabajo: mantener, por medio de métodos técnicos adecuados, a las masas en un estado de tensión política, que debe ir subiendo cada vez más, para, finalmente, descargarse ya sea en un período revolucionario, ya sea en un período de reacción provisional (que, por otra parte, es poco probable).
“En su totalidad toda nuestra tareas en la actual hora se corresponde al dominio político. Nosotros, la susodicha “minoría”, no construimos tareas organizativas independientes: pensamos que las más urgentes de ellas se imponen por evidencia, en el mismo proceso de la lucha política. En este sentido específico somos, efectivamente, “oportunistas en materia de organización.” Sólo es necesario tener en cuenta que el rigorismo en materia de organización opuesto a nuestro oportunismo no es otra cosa más que el reverso de la miopía política. “Mientras que el pensamiento de la mayoría de los camaradas (no hago más que repetir lo que ya he dicho en otro lugar) continúe agitándose como un ratón pillado en la ratonera sobre los pocos centímetros cuadrados que constituyen las naderías y bagatelas organizativas y estatutarias, será imposible ni plantear las verdaderas tareas políticas. El trabajo “polémico” de la “minoría” no tiene, fundamentalmente, nada en común con la elaboración “detallada” de la “cuestión organizativa”; se reduce a destruir el fetichismo de organización, a limpiar el terreno para que puedan ser planteadas cuestiones de táctica política: la suerte de la socialdemocracia rusa, como partido de la revolución y como partido del proletariado depende de la solución práctica que se le dé a estas cuestiones. Sapienti sat!
“El punto de partida de la campaña que debemos lanzar sin tardanza, apoyándonos sobre todas las fuerzas tanto individuales como organizadas de que disponemos, debe ser sobre la guerra. La consigna que de ésta resulta es evidente: Paz y Libertad. Esta consigna, que proponemos, debe ser no sólo la formulación de nuestra actitud de principios ante la guerra sino, también, la formulación del objetivo que queremos alcanzar sin tardanza. No nos pronunciamos simplemente a favor de la paz sino que esperamos obtener, efectivamente, el cese de la guerra junto con el “cese” de la autocracia. Debemos contar con ello y es necesario que esto se sienta en el contenido y tono de nuestra agitación.
“No hemos aprendido en absoluto a suministrar consignas de combate a las masas. Al formalismo de nuestro pensamiento político le corresponden no eslóganes eficaces sino una cierta cantidad de tópicos válidos siempre y en todo lugar porque, incluso ante nuestros propios ojos, sólo tienen un significado fraseológico.”
“La proclama del comité de Riga “Sobre la guerra” formula la consigna siguiente: “Que a todas las tentativas de la clique autocrática de despertar en nosotros a la bestia y ponernos contra nuestros hermanos japoneses, nuestra respuesta sea el grito: “¡Abajo la burguesía! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la paz y la unión fraternal entre los pueblos! ¡Viva el socialismo!” Es evidente que esta proclama no suministra ninguna consigna militante, ningún eslogan que impulse a la lucha. No se puede considerar como consigna la “exclamación”: “¡Abajo la burguesía!” en respuesta al aventurerismo de la ¡“clique autocrática”! La suerte de la actual guerra está relacionada en esta proclama con la de la burguesía. El comité de Iekaterinoslav dice: “Estamos contra la guerra porque la guerra está contra la clase obrera. ¡No podemos impedir actualmente la guerra pero protestamos vivamente contra esta guerra inútil, desbastadora, aventurerista!” (Resaltado en el texto).
“Este punto de vista puede debilitar considerablemente nuestra posición revolucionaria. Lo que está ligado actualmente a la guerra es la suerte del zarismo, y esto es lo que debemos entender; si es cierto que entramos en el período del definitivo hundimiento de la autocracia, entonces la conclusión que debemos extraer es que no sólo tenemos que protestar contra la guerra sino exigir su cese inmediato.” “¡La paz a cualquier precio!”
“Con este eslogan comienza y acaba cada proclama, cada discurso de agitación. Es indispensable evaluar todos los resultados de la guerra y hacerlos entrar en la conciencia de las masas. Proclamas simples, claras y, en la medida de lo posible, cortas, deben cubrir toda Rusia; todas ellas deben estar orientadas en el mismo sentido en el período actual. ¡La paz a cualquier precio! Es con este eslogan con el que hay que “llamar a todo el mundo”: que vuestro llamamiento llegue a cada taller, a cada ciudad, a cada choza. ¡Que los trabajadores de las ciudades transmitan a los del campo su comprensión y su formación superiores! Hablad, discutid en todas partes, cada día, sin cesar, incansablemente… Cuantos más millones de bocas repitan nuestra reivindicación, más fuerte sonará ésta en los oídos a que está dirigida” (Lassalle: Respuesta abierta al comité central).
“Es necesario suscitar la más intensa agitación entre los parados, apoyándose en el mismo eslogan: ¡Abajo la guerra que únicamente aporta al pueblo miseria, paro y muerte!” “En una determinada fase, es necesario que la agitación tome un carácter más complicado: el objetivo debe convertirse en que las instituciones sociales de las clases dirigentes revelen su actitud ante la guerra. Los obreros deben exigir que los zemstvos, las dumas, las universidades, las sociedades de estudios y la prensa eleven sus influyentes voces contra la guerra. El curso ulterior de la campaña estará determinado, en gran medida, por la manera en que estas instituciones reaccionen ante las exigencias del proletariado revolucionario.” “Cuanto más profundo y amplio sea el movimiento contra la guerra, más grande será la situación de compromiso de la autocracia colocada entre dos fuegos. La consigna: ¡Viva la Asamblea Constituyente!, debe resonar en toda Rusia, como solución decisiva para salir de las dificultades. La relación de esta consigna con las dos precedentes se comprende por sí misma: la Asamblea Constituyente debe liquidar la guerra igual que, en general, la dominación de los Romanov.”
“Un “Llamamiento” de los representantes de los zemstvos, de las dumas y de las universidades no nos debe coger de improviso. Semejante llamamiento parece susceptible de engendrar en el espíritu de muchos camaradas un sentimiento de miedo: “estamos retrasados”. (Retrasados, ¿por qué? ¿por qué no hemos llamado a la insurrección antes que los otros?) Ahora bien, tal o tal otra reforma “constitucional” otorgada desde arriba no excluye en absoluto el movimiento de las masas sino que, por el contrario, puede servir de prólogo a este movimiento. Las reformas de Turgot fueron llevadas a cabo en los umbrales de la Revolución Francesa.”
“Al llamamiento “desde arriba”, a las dumas y a los zemstvos, debemos responderles con el eslogan: ¡Sufragio universal, directo y secreto! Para que las masas apoyen este eslogan es indispensable (como ya he indicado en pocas palabras más arriba) que, en el proceso de su movilización alrededor de todas las otras consignas, las opongamos de una forma u otra a los zemstvos y a las dumas, instituciones sociales basadas en el censo (de fortunas y títulos).
“Está claro que sería de ineptos pretender fijar de antemano el orden en el que avanzaremos tal o cual eslogan o las formas de la movilización de las masas alrededor de estos eslóganes. Únicamente puedo dar un esquema, a título de ejemplo, del trabajo revolucionario que nos espera. Pera sean los que sean los cambio que sufran las formas de nuestra táctica, sean las que sean las combinaciones en que entren, el método mismo de nuestra táctica debe mantenerse sin cambios: oponer en la acción política al proletariado con la autocracia y a todas las instituciones sociales de las clases dominantes, sobre todo a aquellas que (como los zemstvos y las dumas) puede que sean “llamadas” dentro de poco a decidir la suerte de la libertad en Rusia.
“Prosiguiendo esta campaña prerrevolucionaria compleja, debemos acordarnos de la regla que Lassalle proponía en 1863 a los obreros alemanes: “Todo el secreto de los éxitos prácticos reside en el arte de concentrar siempre todas sus fuerzas sobre un solo punto, sobre el punto más importante, sin mirar a ningún lado. ¡No perdáis vuestra energía mirando a derecha o izquierda; sed sordos a todo aquello que no sea el sufragio universal y directo, a lo que esté ligado a él o no lleve a él!” (Respuesta abierta…)
“Sea cual sea la etapa de nuestra campaña en la que nos sorprenda la revolución, el proletariado, unido alrededor de consignas políticas precisas, dirá siempre su palabra. Y bajo semejantes condiciones, la misma revolución dará un colosal impulso a su unificación política ulterior. Por tanto, ¡movilización del proletariado alrededor de consignas fundamentales de la revolución! He aquí el contenido de nuestra preparación inmediata ante los acontecimientos decisivos que se preparan. Si, por voluntad de la historia, estos acontecimientos resultan aplazados durante un tiempo indeterminado, ninguna parcela de nuestros esfuerzos se habrá perdido. Todos ellos formarán parte integral de nuestra inmensa tarea histórica, que consiste en desarrollar la consciencia de clase del proletariado.
“En la hora actual, no sé de otra preparación que no sea esta. En revancha, esta preparación la concibo en toda su complejidad, en toda su dificultad, en toda su inmensidad. Más exactamente: cualquier otra preparación deberá sumarse a ella. Da stehe ich, anders kann ich nicht. Eso será lo que dirá, finalmente, todo partidario consciente de la “minoría”. Aunque se llegue a crucificarle por su “oportunismo” organizativo, no se dará por vencido. Incluso en la cruz debe estar dispuesto a gritar: “¡Ciegos! ¡Veis la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el vuestro!”
“El jacobino, indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario.” [34].
Esta fórmula debe sancionar todas las conquistas políticas y teóricas del ala leninista de nuestro partido. En esta fórmula, aparentemente insignificante, se ocultan todas las raíces teóricas de las divergencias con motivo del desgraciado párrafo 1º de los estatutos como, también, de todas las cuestiones de táctica. Es indispensable detenerse en ella. Cuando Lenin habla en su fórmula consciente y seriamente (y no por un efecto de estilo) de “organización del proletariado consciente de sus intereses de clase”, su declaración no contiene nada herético: se transforma en un simple pleonasmo. Cae por su peso que quien está ligado al proletariado consciente de sus intereses de clase es un socialdemócrata. Pero entonces en la definición de Lenin en lugar de la palabra jacobino se podría poner: liberal, populista, totlstoyano, menonita, etc., etc., en general, todo aquello que se quiera ya que, desde el mismo instante en que el jacobino, tolstoyano o menonita se ligan a la “organización del proletariado consciente de sus intereses de clase”, deja de ser jacobino, tolstoyano, menonita, para convertirse en socialdemócrata revolucionario.
Pero si Lenin ha querido decir, mediante su definición, algo más que este profundo pensamiento (un socialdemócrata es un socialdemócrata) entonces hay que entender su definición en el sentido siguiente: sin dejar de ser un jacobino por la metodología de su pensamiento político en general y por sus concepciones organizativas en particular, el jacobino deviene un socialdemócrata revolucionario desde el momento en que se “une” al proletariado revolucionario, o, puede que más exactamente, desde el momento en que la historia se lo regala al proletariado revolucionario. Es, pues, muy importante (no tanto para nuestro partido sino más para la ulterior evolución del mismo Lenin y de sus partidarios) que haya dado respuesta a esta cuestión desarrollando teóricamente su definición de socialdemocracia.
En la lucha que opone al ala revolucionaria y oportunista del socialismo internacional, a menudo se ha recurrido a la analogía de la lucha entre la Montaña y la Gironda. Pero, naturalmente, esta analogía no instituye de ninguna de las maneras una identidad entre jacobinismo y socialismo revolucionario; no instituye tampoco ninguna semejanza interna entre los dos. Quien piense utilizando conceptos vivos y no palabras y analogías exteriores, comprenderá, seguramente, que la socialdemocracia está tan alejada del jacobinismo como lo está del reformismo. Robespierre está, como mínimo, tan alejado de Bebel como lo está de Jaurès.
¿En qué sentido podemos ser jacobinos? ¿Por nuestras convicciones? ¿Por nuestra doctrina? ¿Por nuestro método de lucha política? ¿Por los métodos de nuestra política interna? ¿Por nuestra fraseología?
El jacobinismo no es una categoría “revolucionaria” supra-social, es un producto histórico. El jacobinismo es el apogeo en la tensión de la energía revolucionaria en la época de la auto-emancipación de la sociedad burguesa. Es el máximo de radicalismo que puede producir la sociedad burguesa, no por el desarrollo de sus contradicciones internas sino por su retroceso y sofocación; en teoría, el llamamiento al derecho del hombre abstracto y del ciudadano abstracto, en la práctica la guillotina. La historia tenía que pararse para que los jacobinos pudiesen mantener el poder, ya que todo movimiento adelante tenía que oponer, los unos a los otros, a elemento diversos que, activa o pasivamente, apoyaban a los jacobinos y, de este modo, debía (a causa de sus fricciones internas) debilitar la voluntad revolucionaria a la cabeza de la cual se hallaba la Montaña. Los jacobinos no creían, y no podían creer, que su verdad (“la Vérité”) se adueñase cada vez más de las alamas a medida que el tiempo avanzaba. Los hechos les demostraron lo contrario: por todas partes, por todas las fisuras de la sociedad, salían intrigantes, hipócritas, “aristócratas” y “moderados”. Aquellos que, todavía ayer, eran verdaderos patriotas, auténticos jacobinos, se mostraban ahora indecisos. Toda disminución de las distancias, no sólo principistas sino personales, entre jacobinos y el resto del mundo, significaba la liberación de fuerzas centrífugas por un trabajo de desorganización. Querer mantener el apogeo del impulso revolucionario instituyendo “el estado de sitio” y determinar las líneas de demarcación mediante el filo de las guillotinas, tal era la táctica que les dictaba a los jacobinos su instinto de conservación política.
Los jacobinos eran utopistas. Se fijaron como tarea “fundar una república sobre las bases de la razón y la igualdad”. Querían una república igualitaria sobre la base de la propiedad privada; querían una república de la razón y la virtud, en el marco de la explotación de una clase por otra. Los métodos de su lucha se deducían de su utopismo revolucionario. Estaban sobre el filo de una gigantesca contradicción y llamaban en su ayuda al filo de la guillotina. Los jacobinos eran puros idealistas. Como todos los idealistas, antes y después que ellos, fueron los “primeros” en reconocer los “principios de la moral universal”. Creían en la fuerza absoluta de la Idea, de la “Vérité”. Y consideraban que ninguna hecatombe humana sería suficiente para construir el pedestal de esta verdad. Todo aquello que se apartaba de los principios de la moral universal, proclamados por ellos, no eran más que la calaña del vicio y la hipocresía. “Sólo conozco dos partidos [decía Maximilien Robespierre en uno de sus grandes discursos, el célebre discurso del 8 de termidor] el de los buenos y el de los malos ciudadanos.” [35]
A una fe absoluta en la idea metafísica le correspondía una desconfianza absoluta hacia los hombres reales. La “sospecha” era el método inevitable para servir a la “Vérité” y el deber cívico supremo del “verdadero patriota”. Ninguna comprensión de la lucha de clases, de este mecanismo social que determina los límites de las “opiniones y de las ideas”, y, en consecuencia, ninguna perspectiva histórica, ninguna certeza sobre que determinadas contradicciones en el dominio de las “opiniones y de las ideas” se profundizarían inevitablemente mientras que otras se irían atenuando cada vez más, a medida que se desarrollase la lucha de las fuerzas liberadas por la revolución.
La historia debía pararse para que los jacobinos pudiesen mantener durante más tiempo su posición; pero no se paró. No quedaba más remedio que batirse implacablemente contra el movimiento natural hasta la total extenuación. Cualquier pausa, cualquier concesión, por mínima que fuese, significaba la muerte.
Esta tragedia histórica, este sentimiento de lo irreparable, animaban el discurso que pronunció Robespierre el 8 de Termidor en la Convención y que retomó la misma noche en el Club de los Jacobinos: “En la carrera en que estamos, pararse antes de plazo es perecer y, vergonzosamente, hemos retrocedido. Habéis ordenado el castigo de algunos villanos, autores de todos los males; estos villanos osan resistirse a la justicia nacional, y se les sacrifican los destinos de la patria y la humanidad: esperemos, pues, todas las calamidades que puedan comportar las facciones que se agitan impunemente […] Dejad sueltas un momento las riendas de la revolución y veréis el despotismo militar apoderarse y a los jefes de las facciones derrocar a la representación nacional civil; un siglo de guerras civiles y de calamidades desolará a nuestra patria, y pereceremos por no haber querido aprovechar un momento marcado en la historia de los hombres para fundar la libertad; ¡entregamos nuestra patria a un siglo de calamidades y las maldiciones del pueblo se ligarán a nuestra memoria que debía ser amada por el género humano![36]
Como de diferente a esta carrera histórica es la de la socialdemocracia, partido que tiene las más optimistas perspectivas: el futuro le garantiza el crecimiento de los partidarios de su “verdad” pues esta “verdad” no es una “revelación” revolucionaria inesperada sino, simplemente, la expresión teórica de la lucha de clases cada vez más amplia y profunda de la lucha del proletariado. La socialdemocracia revolucionaria está persuadida no sólo del crecimiento inevitable del partido político del proletariado sino, también, de la victoria inevitable de las ideas del socialismo revolucionario en el interior del partido. La primera certeza reposa sobre el hecho que el desarrollo de la sociedad burguesa lleva, espontáneamente, al proletariado a desmarcarse políticamente; la segunda en el hecho que las tendencias objetivas y las tareas tácticas de esta demarcación se revelan mejor, más plena y profundamente, en el socialismo revolucionario, es decir en el marxismo.
Podemos definir las fronteras formales del partido de forma más estrecha o amplia, más “blanda” o más “dura”, ello dependen de toda una serie de causas objetivas, de consideraciones de tacto y racionalidad política. Pero sean las que sean las dimensiones que le fijemos, está claro que nuestro partido representará siempre, yendo desde el centro a la periferia, toda una serie de círculos concéntricos que aumentan en número pero disminuyen en nivel de conciencia. Los elementos más conscientes y, por tanto, los más revolucionarios, siempre estarán “en minoría” en nuestro partido. Y si “admitimos” esta situación (y si nos acoplamos a ella) es por nuestra fe en el “destino” social-revolucionario de la clase obrera, dicho de otra forma: por nuestra fe en la “recepción” inevitable de las ideas revolucionarias, como las que más le “convienen” al movimiento histórico del proletariado. Creemos que la práctica de clase elevará (gracias a la luz del marxismo) el nivel de los elementos menos conscientes y atraerá a su órbita a los elementos que todavía ayer eran totalmente inconscientes. He ahí lo que nos diferencia radicalmente de los jacobinos. Nuestra actitud frente a fuerzas sociales elementales, y por ende del futuro, es la confianza revolucionaria. Para los jacobinos, estas fuerzas eran, a justo título, sospechosas ya que, llevándoles a diferenciarse y descomponerse, engendraban también las tendencias a la constitución del proletariado en clase y a su unificación política.
Dos mundos, dos doctrinas, dos tácticas, dos mentalidades, separadas por un abismo... ¿En qué sentido somos nosotros jacobinos?
Los jacobinos eran utopistas; nosotros queremos ser los representantes de tendencias objetivas. Eran idealistas de los pies a la cabeza; nosotros somos materialistas de la cabeza a los pies. Eran racionalistas; nosotros somos dialécticos. Los jacobinos creían en la fuerza salvadora de la Verdad, situada por encima de las clases y ante la cual todos debían inclinarse. Nosotros sólo creemos en la fuerza de clase del proletariado revolucionario. Su idealismo teórico, intrínsecamente contradictorio, les empujaba por el camino de la desconfianza política y de la despiadada sospecha. Nuestro materialismo teórico nos arma con una inquebrantable confianza en la “voluntad” histórica del proletariado. El método de los jacobinos era guillotinar la menor desviación, el nuestro es superar teórica y políticamente las divergencias. Ellos cortaban las cabezas, nosotros les infundimos la consciencia de clase.
¿En qué sentido, pues, somos nosotros jacobinos?
Es cierto que eran intransigentes y que nosotros también lo somos. Los jacobinos conocían una terrible acusación: el moderantismo. Nosotros conocemos la acusación de oportunismo. Pero nuestras “intransigencias” son cualitativamente diferentes.
La cuña que nosotros hundimos entre nosotros y el oportunismo es la armadura de la consciencia de clase del proletariado, y con cada golpe que damos en consonancia con los principios la lucha de clases la hunde cada vez más profundamente.
Es así como nos “purificamos” del oportunismo; y los oportunistas o bien nos abandonan para ir al campo político de la otra clase, o bien se someten a la lógica revolucionaria (y nada oportunista) del movimiento de clase del proletariado. Toda “depuración” de este tipo nos refuerza y aumenta a menudo inmediatamente nuestro número. Los jacobinos hundían entre ellos y el moderantismo la cuchilla de la guillotina. La lógica del movimiento de clase marchaba contra ellos y se esforzaban en decapitarla. Locura: esta hidra tenía cada vez más cabezas y las cabezas abnegadas a la virtud devenían cada vez más raras. Los jacobinos se “purificaban” debilitándose. La guillotina no era más el instrumento mecánico de su suicidio político, pero el mismo suicidio era la salida fatal a su situación histórica sin esperanza, situación en la que se encontraban los portavoces de la igualdad sobre la base de la propiedad privada, los profetas de la moral universal en el marco de la explotación de clase.
“Para purificar un cuerpo gangrenado son necesarias grandes crisis; es necesario cortar los miembros para salvar el cuerpo. Mientras tengamos malos jefes de filas estaremos perdidos; pero en cuanto sepamos quiénes son los verdaderos jacobinos, ellos serán nuestros guías, nos reuniremos tras Danton, Robespierre, y salvaremos al Estado.” [37] Un año y medio después, en el momento en que Danton y muchos más “auténticos jacobinos” habían sido guillotinados, como miembros afectados por la gangrena, en el mismo club, empleando casi las mismas palabras, otro jacobino hablaba y volvía a hablar siempre de “depuración”: “Si nos purgamos es para tener derecho a purgar a Francia. No dejaremos ningún cuerpo heterogéneo en la República: los enemigos de la libertad deben temblar pues la masa se ha levantado; será la Convención quien la lanzará. Nuestros enemigos no son tan numerosos como se nos quiere hacer creer; muy pronto serán puestos en evidencia y aparecerán en la escena de la guillotina. Se dice que queremos podar de este gran árbol las ramas muertas. Las grandes medidas que tomamos se parecen a golpes de viento que hacen caer los frutos podridos y dejan en el árbol los buenos frutos; después de esto podréis cosechar los que queden; estarán maduros y llenos de sabor; llenarán de vida la República. ¿Qué me importa que las ramas sean numerosas si están en mal estado? Más vale que sólo quede un pequeño número siempre que sean verdes y vigorosas.” [38]
Dos mundos, dos doctrinas, dos tácticas, dos mentalidades, separadas por un abismo.
Sin duda alguna, todo el movimiento internacional del proletariado en su conjunto sería acusado por el tribunal revolucionario de moderantismo y la leonina cabeza de Marx sería la primera en caer bajo la cuchilla de la guillotina. No hay ninguna duda tampoco que toda tentativa para introducir los métodos jacobinos en el movimiento de clase del proletariado es y será siempre la manifestación del más puro oportunismo, a saber: el sacrificio de los intereses históricos del proletariado a la ficción de un beneficio pasajero. Ello significaría simular con pequeños medios los grandiosos conflictos históricos. En relación con la lucha de clases, que sólo de su desarrollo extrae sus fuerzas, la guillotina aparece tan ridícula como la cooperativa de consumo, y el jacobinismo tan oportunista como el bersteinismo.
Ciertamente, si se intenta trasponer los métodos del pensamiento y la táctica jacobinos al dominio de la lucha de clases del proletariado, no se llega más que a una piadosa caricatura del jacobinismo, pero no a la socialdemocracia: la socialdemocracia no es el jacobinismo y aun menos una caricatura de él.
Hay que confiar que el “jacobino ligado al proletariado consciente de sus intereses de clase” acabará por separase de ella. Pero mientras mantenga un lazo formal con esta organización y, al mismo tiempo, conserve su mentalidad jacobina de desconfianza y sospecha hacia las fuerzas no organizadas y el futuro, revelará su incapacidad total para evaluar la evolución del partido. “Sólo conozco dos partidos, el de los buenos y el de los malos ciudadanos” Los buenos ciudadanos son ahora aquellos que se muestran favorables a mi “plan”, es indiferente que su conciencia política esté desarrollada o no. Lo que se trata de consolidar es esta coyuntura completamente particular y accidental. Los malos ciudadanos son aquellos cuya consciencia política no encaja hoy en día con tal o tal otro detalle de mi plan. ¿Hay que educarlos? ¡No! Es necesario oprimirlos, debilitarlos, pulverizarlos, eliminarlos. El partido es concebido no en su dinámica sino en su estática. El criterio de apreciación de los diversos elementos del partido no depende del papel que estos elementos ejercen en el movimiento político de la clase obrera sino de su actual actitud hacia tal o tal otro “plan”. Por ello que se llega al asombroso resultado que en el ala “atrasada” de nuestro partido figuran, según Lenin, el “Grupo de la Emancipación del Trabajo”, la redacción de Iskra, la Liga, en el extranjero, el Comité de Organización, y el ala “progresista” está constituida por una masa todavía indiferenciada de reclutas socialdemócratas que, confiemos, en un futuro producirán socialdemócratas tan buenos como sea posible pero de los cuales, ¡lástima!, la mayor parte se habrán perdido para nuestro partido durante su caminar largo y difícil.
“Sólo conozco dos partidos, el de los buenos y el de los malos ciudadanos”. Este aforismo político está gravado en el corazón de Maximilien Lenin y, de una forma grosera, resume la sabiduría política de la antigua Iskra.
La práctica de la sospecha y la desconfianza constituía, sin lugar a dudas, el rasgo fundamental de los colaboradores de Iskra: el medio en el que trabajaban era la intelligentsia que manifestaba a través de diversas “desviaciones” su naturaleza antiproletaria. Si el trabajo de la socialdemocracia consiste en dar forma a las “fuerzas elementales desorganizadas” impulsando al proletariado a la unión política, el trabajo de la antigua Iskra consistía en su lucha contra el movimiento espontáneo que impulsa a la intelligentsia a rechazar su disolución política en el proletariado. Su tarea no consistía sólo en esclarecer la consciencia política de la intelligentsia sino en aterrorizarla teóricamente. Para los socialdemócratas educados en esta escuela, la “ortodoxia” es una cosa muy próxima a esta “Vérité” absoluta que inspiraba a los jacobinos. La Verdad ortodoxa lo prevé todo, incluso las cuestiones de coaptación. Quien discute esto debe ser excluido; quien duda está cerca de ser excluido; quien cuestiona está preparado para la duda. El discurso de Lenin en el congreso de la Liga ofrece la expresión clásica de este género de puntos de vista “jacobinos” en lo que atañe a las vías de desarrollo del partido. Él, Lenin, sabe la “Vérité” organizativa absoluta, él posee el “plan” y se esfuerza en realizarlo. El partido llegará a un estado de florecimiento si él, Lenin, no está rodeado por todas partes por las maquinaciones, las intrigas y las trampas. Como si todo se hubiese puesto de acuerdo contra él y su “plan”. Están contra él no sólo sus viejos enemigos sino, también, “iskristas que luchan contra Iskra y que levantan diversos obstáculos para frenar su actividad”. Y ¡si al menos combatiesen abierta y directamente! “Pero no, actúan a escondidas, solapadamente, sin hacerse de notar, en secreto… La impresión general (que se deduce no sólo de todo el período de trabajo transcurrido del comité de organización sino, también, del mismo congreso) es la impresión que se ha desarrollado entre nosotros una lucha solapada y de intrigas.”
Y Lenin llega a la conclusión enérgica que, para hacer el trabajo más eficaz, es necesario alejar a los elementos perturbadores e impedirles perjudicar al partido. [39]
Con otras palabras, se ha demostrado como necesario instituir, por el bien del partido, el régimen del “estado de sitio”; hay que poner a la cabeza, según la terminología romana, a un dictator seditionis sedandae et rei gerundae causa [un dictador para reprimir la sedición y gestionar los asuntos]. Pero el régimen del “terror” ha demostrado desde los primeros días de su existencia su total impotencia. El dictator seditionis sedandae no supo ni someter a los “desorganizadores” a su autoridad, ni expulsarlos del partido, ni meterlos en el collar de hierro de la disciplina. No supo intimidar a los “elementos atrasados” que, con seguridad, seguirán apoderándose sin cesar de nuevas posiciones. Y a nuestro Robespierre descorazonado no le queda más remedio que repetir las palabras pesimistas que pronunció aquel a quien copiaba con tanta aplicación inconsciente: “¿Cómo vivir en este orden de cosas en el que triunfa la intriga eternamente sobre la verdad, en el que la justicia es mentira, en el que las más viles pasiones, las más ridículas aprehensiones, ocupan en los corazones el lugar de los intereses sagrados de la humanidad?...” [40]
Lenin y sus partidarios no comprenderán las causas de su fracaso mientras no entiendan que no se puede prescribir, ni a la sociedad en su conjunto ni al partido, sus vías de desarrollo. Sólo se pueden deducir de las condiciones históricas dadas y prepararlas por medio de un trabajo crítico incesante. Los racionalistas políticos (y los hay en mucha cantidad en nuestro partido, que no ha tenido tiempo, como hemos dicho más arriba, de acumular suficiente sabiduría táctica y de disciplinar el pensamiento de los líderes a través de toda una serie de decepciones), los racionalistas pues, y los metafísicos, creen que es suficiente con “pensar” substitutivamente el desarrollo del partido y armarse con el látigo del poder oficial para hacerle avanzar a partir del Centro. Y marchará. Pero, cuando todas las condiciones para el triunfo están reunidas, nuevos obstáculos y resistencias se levantarán inesperadamente. Comienza el período de las “intrigas” y de las “maquinaciones”. Hay gente que no comprende y se pregunta “¿por qué?”. Hay otros que se obstinan o indican una vía de desarrollo mejor según su opinión. También hay otros que tienen en cuenta la incomprensión de los primeros y la obstinación de los segundos para buscar los métodos tácticos que permitan al partido avanzar. Entre estas tres categorías el metafísico político es orgánicamente incapaz de establecer ninguna distinción. No analiza, no establece la diferencia de detalle, no explica, no se pregunta ¿por qué? Ni ¿con que objetivo?, sólo ve “una sola masa reaccionaria” frenando el avance de la dirección que cree tener del partido. A causa de la lógica racionalista de su pensamiento, nuestro “jacobino” se separa cada vez más de la lógica histórica del desarrollo del partido; el reflejo de este desarrollo en su consciencia es el amenazante crecimiento en el partido de adversarios malvados, desorganizadores, aventureros e intrigantes; finalmente, nuestro pobre “jefe” llega a la conclusión que es el partido entero el que “intriga” contra él. El conjunto de las individualidades, con sus diversos matices en su concepción del mundo, con sus temperamentos diferentes, breve: el cuerpo material del mismo partido se revela, al fin de cuentas, como un freno para su propio desarrollo, construido racionalmente, a priori. Es ahí donde reside el secreto de los fracasos de Lenin y la causa de su mezquina desconfianza.
Esta desconfianza de Lenin, malintencionada y moralmente penosa, esta clara caricatura que ofrece de la intolerancia trágica del jacobinismo, no es, hay que confesarlo, más que la herencia (y, al mismo tiempo, la expresión) de la táctica de la antigua Iskra. Pero estos métodos y estas prácticas, que tuvieron su justificación en determinada época histórica, deben ser ahora liquidadas cueste lo que cueste porque, si no, amenazan a nuestro partido con una completa descomposición: política, moral y teórica.
No es por casualidad, sino un hecho característico, que el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido, el camarada Lenin, se haya creído psicológicamente obligado, manteniendo los métodos tácticos de un jacobinismo caricaturesco, a hacer una definición de la socialdemocracia que no es más que un atentado teórico contra el carácter de clase de nuestro partido. Sí, un atentado teórico, no menos peligroso que las ideas “críticas” de cualquier Bernstein. En efecto, ¿qué tipo de operación teórica ha hecho Eduardo Bernstein a propósito del liberalismo y del socialismo? Se ha esforzado ante todo en borrar su carácter de clase claramente delimitado. Se ha esforzado, ante todo, en transformarlos en dos sistemas de pensamiento político, situados por encima de las clases y unidos uno al otro por una lógica interna. Es la misma operación que Jean Jaurès y su fiel amigo Alexandre Millerand están a punto de realizar con motivo de los principios de la democracia y del socialismo. Es inútil recordar que a esta “alta” especulación teórica le corresponden especulaciones muy prácticas que miran de reojo a los sillones ministeriales; o también, de una manera más amplia, que la deducción del socialismo como consecuencia lógica de los principios liberales y democráticos entraña la práctica de la transformación del proletariado en apéndice político de la democracia burguesa.
El mismo trabajo, únicamente teórico hasta aquí, es efectuado por las “críticas” idealistas ex marxistas. Envían al socialismo a la escuela del liberalismo pero con la diferencia que estos lo hacen pasar, antes, por el purgatorio de la filosofía idealista. “Los ideales […] del democratismo social o socialismo [dice Bulgakov] se deducen inevitablemente de los principios fundamentales del idealismo filosófico.” [41] Entre los principios idealistas absolutos (es decir: que no traducen una apreciación de clase) figuran el legado y las promesas políticas del liberalismo. Esto es lo que explica M. Berdiaev. “El liberalismo, en su significación ideal, tiene como objetivo desarrollar las personalidad, realizar los derechos naturales de libertad e igualdad; el socialismo, por el contrario, nos ofrece únicamente nuevos medios para actualizar de forma más consecuente estos principios eternos.” [42]. Finalmente, Osvobojdenie, en el que hay que buscar siempre la clave política de los jeroglíficos filosóficos de nuestra floreciente metafísica idealista, resume las conquistas teóricas del idealismo en esta enérgica tesis: “No se puede, de ninguna forma, separar uno del otro, el socialismo y el liberalismo, todavía menos oponerlos uno a otro; por su ideal fundamental, son idénticos e inseparables.” [43]
La tendencia política de la democracia burguesa (consistente en poner al proletariado bajo su tutela) exige que en la esfera ideológica tanto el socialismo como el liberalismo aparezcan no como los principios de dos mundos irreconciliables (el capitalismo y el colectivismo, la burguesía y el proletariado) sino como dos sistemas abstractos uno de los cuales (el liberalismo) cubre al otro (el socialismo) como el todo a la parte o, más exactamente, como la fórmula algebraica contiene su significación aritmética particular. A parte de tal posición, el rudo “juego” de la musculatura del cuerpo burgués desaparece totalmente, y los claros contornos de las realidades sociales se disuelven en el reino de los juegos de sombras ideológicas. No hay dudas que tanto Bernstein, Jaurès y Millerand, y mañana, en la Rusia libre, los señores Berdiaev, Bulgakov y puede ser incluso que Struve, acabarán estando de acuerdo en definirse por la siguiente fórmula: “El socialdemócrata es el liberal (o el demócrata) unido a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase.”
¿Qué dirá de esta fórmula el camarada Lenin? Dirá que es lógicamente absurda y que políticamente expresa la evidente tendencia de implantar en el proletariado una ideología, una táctica y, finalmente, una mentalidad política extraña y hostil a sus intereses de clase, ¿no? Pero, ¿qué hace el mismo camarada Lenin? Se esfuerza en efectuar una operación de hecho similar a la que realizan los Bernstein, Jaurès y nuestros “idealistas”: con la diferencia que, de acuerdo con su posición revolucionaria, él escoge en lugar del liberalismo su retoño revolucionario más extremo, carne de su carne y sangre de su sangre, el jacobinismo. El camarada Lenin declara, resaltándolo intrépidamente, que: “El jacobino, indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario.” Pero en este caso, el camarada Lenin debe adoptar también la otra fórmula, la de Osvobojdenie, reemplazando el liberalismo por su ala izquierda, el jacobinismo. Entonces tendremos: “En ningún caso se puede separar el jacobinismo y la socialdemocracia, menos aún oponer uno a otro; por su ideal fundamental son idénticos e inseparables”; y no sólo por su “ideal fundamental” sino también por sus métodos de táctica revolucionaria y por el contenido de su mentalidad política. Así, sólo queda hacer el balance: el jacobinismo es una variante particular del liberalismo; la socialdemocracia es una variante particular del jacobinismo.
Si el camarada Lenin no quiera dar “dos pasos atrás” en relación a la única “consigna” de principios (principios sin miedo, si no sin reproche) que ha dado, entonces se verá forzado a dar “un paso adelante” más allá de su definición, aceptando todas las conclusiones que de ella se deducen y enviar su nueva tarjeta de visita a los camaradas del partido.
Entweder – oder! [o bien esto…. o bien esto]
O bien acabáis construyendo vuestro “puente” teórico entre la democracia revolucionaria-burguesa (jacobina) y la democracia proletaria, como esos liberales que (habiendo huido del marxismo) construyen un “puente” entre el liberalismo burgués y el socialismo proletario; o bien, renunciáis a la práctica que os lleva a semejante atentado teórico.
¡O bien jacobinismo, o bien socialismo proletario!
O bien abandonáis la única posición de principios que habéis tomado realmente en vuestra lucha contra la “minoría”; o bien abandonáis el terreno del marxismo que habéis defendido aparentemente contra la “minoría”.
¡Entweder – oder, camarada Lenin!
“Puesto que el marxismo legal o semimarxismo [dice Axelrod] ha dado un jefe literario a nuestros liberales ¿por qué no ha de proporcionar la traviesa historia a la democracia burguesa revolucionaria un jefe procedente de la escuela del marxismo ortodoxo, revolucionario?”
¿Cómo pues?
Sólo un jacobino puede devenir el jefe de la democracia revolucionaria burguesa. Reunirá a sus ejército (no será grande ni terrible este ejército) alrededor de eslóganes rutilantes de “dictadura” rigurosa, de “disciplina” de hierro, de “llamamiento a la insurrección”. El marxismo puede aparecer como la envoltura ideológica que se da la intelligentsia revolucionaria reconciliada con su limitado papel, burgués-revolucionario (jacobino); está claro que no se trata de contenido de clase socialista sino solamente del marco formal, desecho hasta el punto que se pueda ligar este “marxismo ortodoxo” al jacobinismo para obtener una “socialdemocracia revolucionaria”.
Según la aserción de Lenin, el camarada Axelrod “… no ha sabido dar a conocer ni demostrar con nada, absolutamente con nada, ciertas tendencias [tendencias revolucionarias- burguesas, es decir jacobinas] en tales o cuales representantes de esa, por él odiada, ala ortodoxa del partido [sic]” [44]. Axelrod “no ha sabido demostrar”, ni a los “economistas”, a los que ha sido el primero en atacar, ni a nuestros jefes de comité jacobinos, cuando los ha caracterizado políticamente y, por ello, acorralado en su histórica resolución en el congreso de la Liga. Axelrod “no ha sabido demostrar”. Él no ha diseñado diagramas sabios, no ha realizado índices cojos, y, por ello, él “no ha sabido demostrar”. Él ha hecho otra cosa: ha formulado una tendencia que se ha dibujado en el partido. Para ejecutar el primer trabajo hay que ser un estadístico ágil y un abogado ligero. Para hacer el segundo, hay que ser un marxista y un político perspicaz. En cuanto a las pruebas “documentales”, otros se han encargado de reunirlas. De estas “pruebas” importantes para Lenin, hay demasiadas en la práctica de partido de nuestros jacobinos (“consejeros de estado” de toda clase) hay demasiadas en las resoluciones de nuestros comités, en el famoso “Manifiesto” urálico en particular. ¡Y todos estos atentados “artesanales” contra el marxismo adquieren un peso especial después que Lenin, “él mismo”, los ha “centralizado” en su folleto coronado con la “fórmula” inmortal del socialdemócrata-jacobino!
¡Oh potente lógica de la vida! “Que pone un grano de arena en el camino y el sabihondo cae de bruces”. Un hecho tan “mínimo” como el que en un determinado partido socialdemócrata el grupo que ha elaborado cierto plan organizativo haya sido puesto en situación incómoda, este “simple” hecho ha devenido la fuente de enormes luchas internas. Hubiera sido muy necesario decir: este plan de organización tiene, manifiestamente, un pequeño fallo, el pensamiento que ha alumbrado tal plan sufre aparentemente alguna enfermedad…
El autor del “plan”, que aplica en la política interna del partido métodos extraños al espíritu mismo de la socialdemocracia, se ve obligado, a causa de su misma posición, a “ampliar” el concepto de socialdemócrata y unirlo al de jacobino. La vida desarrolla la potente lógica y fuerza a los pequeños personajes inconsecuentes y eclécticos a llegar a la conclusión lógica de una forma u otra. Cuanto más rápido, mejor…
En el mismo momento en que Lenin creaba su “fórmula” del socialdemócrata-jacobino, sus amigos políticos de los Urales elaboraban una nueva “fórmula” de la dictadura del proletariado. Subjetivamente los jacobinos de los Urales, como Lenin, se mantienen en el marco marxista. Pero la vida política esconde una suficiente cantidad de golpes de los más diversos para obligarles a “ampliar” este marco, o a abandonarlo totalmente cuando se demuestre demasiado molesto. Y hay que esperar a que esto llegue tarde o temprano. “Si la Comuna de París en 1871 fracasó [dicen los marxistas urálicos] fue porque en ella estaban presentes diversas tendencias, porque habían en ella representantes de intereses diferentes, a menudo opuestos y contradictorios. Cada uno estiraba el cubre hacia su lado, y esto llevó al hecho que habían demasiadas disputas y poca acción […] Hay que decírselo, no solamente al de Rusia sino al proletariado mundial: debe estar preparado y prepararse para recibir [¡!!] una organización fuerte y potente […]La preparación del proletariado a la dictadura es una tarea organizativa [¡!] tan importante, que todo el resto debe estarle subordinado. Esta preparación consiste, entre otras, en crear un estado de ánimo [¡!] a favor de una organización proletaria fuerte y pujante, a explicar todo su significado. Se puede objetar que los dictadores [¡!!] han aparecido y aparecen ellos solos. Pero no siempre es así, y todo espontaneismo, todo oportunismo debe ser expulsado del partido proletario.”
“Es ahí donde deben unirse un grado superior de consciencia y una absoluta obediencia; una debe llamar a la otra (el conocimiento de la necesidad es la libertad de la voluntad)”. En Rusia, teniendo en cuenta la centralización autocrática, es particularmente importante responder “a la cuestión de la organización, (promover la idea) de un partido rigurosamente centralizado, conspirador, capaz de avanzar y de realizar su tarea propia que, por otra parte, coincide con la tarea final.”
He ahí, pues, la filosofía social-revolucionaria de tres comités: el de Ufa, el de los Urales centrales y el de Perm (cf. El suplemento al número 63 de Iskra, subrayados míos). Esta filosofía se puede resumir en tres tesis:
1.- La preparación del proletariado para la dictadura es un problema de organización: ello consiste en preparar al proletariado para recibir una organización potente, coronada por un dictador.
2.- En interés de la dictadura del proletariado, es indispensable preparar conscientemente la aparición de este dictador sobre el proletariado.
3.- Toda desviación de este programa es una manifestación de oportunismo. En cualquier caso, los autores de este documento tienen el coraje de afirmar bien alto que la dictadura del proletariado se les aparece bajo los rasgos de la dictadura sobre el proletariado: no es la clase obrera la que, mediante su acción autónoma, ha tomado en sus manos el destino de la sociedad sino una “organización fuerte y pujante” la que, reinando sobre el proletariado y a través de él sobre la sociedad, asegura el paso al socialismo.
Para preparar a la clase obrera para la dominación política, es indispensable desarrollar y cultivar su auto-actividad, el hábito de controlar activamente, permanentemente, a todo el personal ejecutivo de la revolución. He ahí la gran tarea política que se ha fijado la socialdemocracia internacional. Pero para los “jacobinos socialdemócratas”, para los intrépidos representantes del subtituismo político, la enorme tarea social y política, que es la preparación de una clase para el poder del estado, queda reemplazada por una tarea organizativa-táctica: la fabricación de una aparato de poder.
La primer problemática pone el acento en los métodos de educación y reeducación política de capas cada vez más amplias del proletariado, haciéndolas participar en el trabajo político activo. La segunda lo reduce todo a la selección de ejecutantes disciplinados en diversos escalones de la “organización fuerte y potente”, selección que, en interés de un aligeramiento del trabajo, no puede dejar de producirse mediante la eliminación mecánica de los inadaptados: mediante la “disolución” y la “privación de derechos”.
Repitámoslo: los camaradas de los Urales son completamente consecuentes con ellos mismo cuando reemplazan la dictadura del proletariado por la dictadura sobre el proletariado, la dominación política de la clase por la dominación organizativa sobre la clase. Pero no es una coherencia de marxistas sino de jacobinos, o de su “trasposición” en leguaje socialista: de blanquistas, con, seguro, el aroma original de la cultura úralica.
Así hemos acusado a nuestros camaradas urálicos de blanquismo. Esto nos recuerda que Bernstein acusa justamente de blanquismo a los socialdemócratas revolucionarios. He ahí una razón completamente suficiente para alinear a los urálicos entre los socialdemócratas revolucionarios, y para tratarnos a nosotros de bernstenianos. [45]
Por ello, consideramos muy útil citar la opinión de Engels sobre la idea que los blanquistas tenían sobre su propio papel en el momento de la revolución socialista. “Educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, sería capaz de sostenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y congregarlas en torno al puñado de caudillos. Esto llevaba consigo, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario.” [46]
Como es sabido, los blanquistas no actuaron de acuerdo con las exigencias lógicas de su doctrina sino en consonancia con los intereses revolucionarios del proletariado que había conquistado el poder. En lugar de invitar al proletariado a la sumisión “consciente” al dictador (esto por lo que debe expresarse, según nuestros dialécticos de los Urales, la “libre voluntad de la clase obrera), la Comuna comprendió ante todo que “para no perder [la clase obrera] de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tienen, […] que precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.” [47].
Sólo con estas dos citas ya es suficiente para que se vea claramente que se puede estar contra el jacobinismo sin ser bernsteiniano. Como también, añadámoslo aquí mismo, se puede ser anti-bernsteiniano de la cabeza a los pies situándose a mil millas del marxismo. Plejanov escribió una vez que nuestros “economistas” se parecían como dos gotas de agua a las caricaturas que Mijaiolovsky, Krivenko y consortes hacían de los marxistas. Nuestros “substituistas” centralizadores se parecen como dos gotas de agua a esas caricaturas de socialdemócratas revolucionarios que son los teóricos rusos del “economicismo” y los “bernsteinianos” europeos. Es completamente insuficiente poner los signos “+ y –” allí donde los oportunistas ponen “- y +” para señorearse de todos los secretos de la política revolucionaria socialista.
Ser adversario del oportunismo no significa todavía de ninguna manera ser socialdemócrata revolucionario.
Esto resalta mejor y más claramente con motivo, justamente, de la dictadura del proletariado, cuestión que divide a todo el mundo socialista europeo. En nuestro partido predomina la opinión que, sobre esta cuestión como sobre todas las otras cuestiones del socialismo, además de la posición marxista “ortodoxa” no existe más que la posición reformista, oportunista (incluyendo la bernsteniana). Es falso. Existe también una tercera posición: la del oportunismo blanquista. Nuestros “ortodoxos” no sospechan ni comprenden esta herejía. Pero, sin embargo, esta posición nos es mucho más próxima, desde muchos puntos de vista, que la bernsteiniana.
Las dos especies de oportunismo: el reformismo y el blanquismo, están determinadas por los elementos específicos que aporta con ella la intelligentsia democrática en el movimiento obrero. Esta última tiende a la toma conspirativa del poder en tanto que ella respira los vapores embriagadores de la revolución burguesa pero se inclina, cada vez más, hacia el reformismo antirrevolucionario a medida que las tradiciones burguesas-revolucionarias se alejan del pasado.
He ahí porqué el oportunismo jacobino en materia de teoría y de práctica socialistas se corresponde a la posición política y a la mentalidad política de la actual intelligentsia revolucionaria rusa, en la misma medida en que el oportunismo reformista se corresponde a las inclinaciones políticas del actual intelligentsia francesa.
Para el socialismo europeo, las tendencias jacobinas son ein überwundener Standpunkt [un punto de vista desfasado], un estadio agotado desde hace mucho tiempo. Allí, el jacobinismo y el blanquismo sólo figuran ya como espantajos en la boca de los revisionistas y bernsteinianos. Inversamente, entre nosotros, revisionismo y bernsteinismo están a punto de transformarse visiblemente en espantajos en la boca y la pluma de los “ortodoxos” que cada vez más tienden al jacobinismo y al blanquismo.
En consecuencia nosotros, revolucionarios rusos, no tenemos de qué estar orgullosos si, a causa de nuestro atraso político general, nos encontramos, en el actual período prerrevolucionario, más receptivos al jacobinismo que al reformismo. ¡Ambos son igualmente de extraños a la gran causa del proletariado!
Si imaginamos, aunque sólo sea un poco, las colosales tareas (no las tareas de organización, los problemas de conspiración, sino las tareas socioeconómicas y sociopolíticas) que plantea la dictadura del proletariado abriendo una nueva época histórica; si, en otras palabras, la dictadura del proletariado no es para nosotros una frase hecha que corona nuestra “ortodoxia” formal en las luchas internas del partido, sino una noción viviente que se deduce del análisis de la lucha social, cada vez más amplia y aguda, del proletariado contra la burguesía, entonces no sacaremos al igual que los urálicos la estúpida conclusión que la Comuna fracasó a causa de la falta de un dictador, entonces no acusaremos a la Comuna de haber supuesto “demasiadas disputas y demasiada poca acción”, y no le recomendaremos, a posteriori, eliminar a los “discutidores” (a los intrigantes, a los desorganizadores, a los adversarios malintencionados) mediante la “disolución” y la “privación de derechos”. Las tareas del nuevo régimen son tan complejas que sólo podrán ser resueltas gracias a la competencia entre diferentes métodos de construcción económica y política, gracias a largas “discusiones”, gracias a la lucha sistemática, lucha no solamente del mundo socialista con el capitalista sino, también, lucha de las diversas corrientes y tendencias en el interior del socialismo: corrientes que no dejarán de aparecer, inevitablemente, desde el mismo momento en que la dictadura del proletariado planteará, por decenas, por centenares, nuevos problemas insolubles de antemano. Y ninguna “organización fuerte y potente” podrá, para acelerar y simplificar el proceso, aplastar a estas tendencias y divergencias: está bien claro que ningún proletariado capaz de ejercer su dictadura sobre la sociedad soportará ninguna dictadura sobre él.
La clase obrera, habiéndose apoderado del timón del estado, contendrá en sus filas, sin dudas, demasiados inválidos políticos y arrastrará tras ella mucho lastre ideológico. Será necesario, de forma absoluta, en la época de la dictadura (como lo es ahora) limpiar su conciencia de falsas teorías, de modos de pensamiento burgués y expulsar de sus filas a los charlatanes políticos y a todos aquellos cuyas categorías de pensamiento están caducas. Pero no se puede operar una substitución de esta tarea compleja colocando por encima del proletariado a un grupo muy seleccionado de personas o, mejor, a una sola persona provista con el derecho a disolver y degradar.
Marx, en unas pocos líneas, señaló a los “enemigos internos” de la Comuna, la gente que frenó la obra del proletariado revolucionario. Pero Marx sabía que no puede uno desembarazarse de tales elementos mediante un decreto venido de arriba. “Son un mal inevitable, librarse de ellos [dice Marx] sólo es posible con el paso del tiempo, pero la Comuna no tuvo tiempo.” Sólo profundizando la consciencia de clase del proletariado, haciéndola, así, cada vez más independiente de tal o tal otro error, de los fallos de tal o tal otro “jefe” [48] se le puede librar de ellos.
Marx, que dos días después de la caída de la Comuna hacía una interpretación memorable de ella, no sospechaba que gente que se proclamaría discípula de él se pondría, treinta y tres años más tarde, a darle vueltas de nuevo a los prejuicios del jacobinismo doctrinario sobre la Comuna.
La Comuna mostró, justamente, cómo de estúpido e impotente se revela todo doctrinarismo de la conspiración frente a la lógica del movimiento de clase del proletariado; la Comuna demostró que la única base para una política socialista no aventurera sólo puede ser el proletariado autónomo y no una clase a la que se le insufla un “estado de ánimo” a favor de una organización fuerte y potente colocada por encima de ella.
Es necesario comprender, señores, que el desarrollo de toda una clase se cumple constante pero lentamente. Hay que comprender que no tenemos ni podemos adquirir otra base para nuestros éxitos políticos más que el nivel de consciencia del proletariado. Hay que renunciar, de una vez por todas, a los métodos de “aceleración” del subtituismo político. Quien no soporte esto, quien busque otras garantías, no en la base de clase sino en una cúpula organizativo-conspirativa, ese puede abandonarnos ahora pues, de todas formas, será apartado por el proletariado; y será apartado ¿hacia dónde?, ¿hacia los anarquistas o los reformistas?, ¿quién puede predecirlo?
No nos cabe ninguna duda: decimos que la reducción de la cuestión de la dictadura del proletariado a una cuestión de organización y la reducción de ésta a la preparación con tiempo de un dictador no es más que una estupidez local urálica.
Pero, ¿por qué esta estupidez es tan “natural”? ¿Cómo es posible que justifique tan bien las previsiones hechas en las publicaciones de la “minoría”? ¿No había escrito la delegación siberiana, mucho tiempo antes de la aparición del documento urálico, que por la misma lógica del “estado de sitio” la hegemonía de la socialdemocracia en la lucha liberadora significa la hegemonía de una persona sobre la misma socialdemocracia? Y también esto: ¿Lenin no sabe para quién está preparado el papel central por el sistema del bulangerismo? ¿Y protesta él contra esta caricatura de la socialdemocracia erigida en teoría? Se calla. Más bien mantiene ante estos problemas un silencio tan elocuente que parece deleitarse por adelantado y ponerse guapo interiormente.
No, el Manifiesto urálico no es una curiosidad sino el síntoma de un peligro mucho más grave que amenaza a nuestro partido; y les debemos un profundo reconocimiento político a nuestros camaradas urálicos por haber vencido la cobardía intelectual que distingue a la mayoría de sus amigos y haber extraído las conclusiones que producen escalofríos a aquellos que particularmente no son miedosos.
… Se irán; hablo de aquellos para los que estas concepciones bosquejadas ya se han convertido en una filosofía más o menos acabada, y no en una simple enfermedad de crecimiento político. Se irán, pues este revolucionarismo formal, este revolucionarismo que se base en la forma de la organización y no en el contenido político, lleva consigo la garantía de su inevitable y, lo que es más, rápida descomposición.
Incluso si nuestro partido (en las condiciones de la autocracia) edificase esta construcción organizativa ideal (lo que es poco verosímil); incluso si la mantiene intacta a través de todas las pruebas que nos prepara el período de liquidación de la autocracia, durante la luna de miel de la Rusia burguesa liberada, durante los años de desarrollo nacional, cuando el capitalismo ruso (embriagado por las nuevas fuentes de desarrollo que se abrirán ante él) puede que desvíe por un momento al proletariado de la dura lucha política y le lleve al camino de la menor resistencia, al camino de las organizaciones profesionales y económicas, no obstante ello, incluso entonces la “organización fuerte y potente” se mantendrá suspendida en el aire, sin vida, por encima de la lucha viviente de clases, como un velo al que no viene a agitar el viento… Y entonces todos aquellos para los que es “puro oportunismo” contar únicamente con el “crecimiento lento pero constante de la consciencia de clase”, todos aquellos para los que la lógica histórica del movimiento de clase del proletariado habla menos que la lógica burocrática de tal o tal otro “plan” de organización, todos ellos serán tomados de improviso, y la ola de desencantamiento político expulsará, inevitablemente, de nuestras filas a muchos de estos místicos de la forma de organización. Pues este desengaño afectará no sólo a la forma de organización, no sólo a la idea del centralismo en tanto que tal sino a la idea del centralismo en tanto que fundamento de la concepción revolucionaria del mundo. El fiasco del fetichismo organizativo significará, inevitablemente, para su consciencia política, la quiebra del marxismo, la quiebra de la “ortodoxia”; pues, para ellos, el conjunto del marxismo se reduce a algunas fórmulas organizativas primitivas. Más aún, esto será la quiebra de su fe en el proletariado en tanto que clase que no se ha dejado conducir a la dictadura, a pesar de que para ello se le han propuesto itinerarios tan seguros, tan directos…
Desencantados y decepcionados, nos abandonarán; unos hacia el reformismo, otros hacia el anarquismo y, si algún día los encontramos en el cruce de dos rutas políticas, les recordaremos esta predicción. ●
[1] Esto se refleja en el contenido y el tono de los diferentes capítulos. Durante este período, otros autores han expresado en Iskra, pero respecto de otras cuestiones, ciertas ideas de este folleto.
[2] Las citas y referencias a ¿Qué hacer? remiten a la paginación del II Tomo de las Obras Escogidas de Lenin en 12 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1975. (Nota del traductor)
[3] La situación intermedia de nuestros socialistas “subjetivistas” entre el partido socialista del proletariado y el partido liberal de la burguesía se refleja de forma extremadamente clara en el dominio filosófico. Si el “criterio subjetivo” que debe guiar nuestra acción debe, por su mismo origen, estar sometido a la verificación empírica, comporta, inevitablemente, un carácter histórico-social, es decir, un carácter de clase. Y nuestra tarea consiste, entonces, en trazar, partiendo de una evaluación (dada como un hecho), las líneas de fuerza hacia abajo, es decir, establecer la naturaleza de clase del criterio subjetivo determinado y colocarlo, así, bajo el control de un criterio objetivo: las leyes del desarrollo objetivo. Desde este punto de vista, el “subjetivismo”, que se mantiene encerrado en sí mismo, no es otra cosa más que el miedo al pensamiento “positivo” ante sus propias conclusiones. Pero si el “criterio subjetivo” es autónomo, en relación con la realidad empírica social, y cuestiona su pretensión a la hegemonía, entonces la fuente que nos suministra el criterio de la escala de los juicios morales (y de otros) debe estar por encima de ella. Nuestra tarea es, entonces, trazar, a partir de la evaluación dada como un hecho, líneas hacia arriba, hacia el imperio transcendente del deber y, por ello, colocar de nuevo el criterio subjetivo bajo el control de un “criterio objetivo”, la norma absoluta del Deber. Desde este punto de vista el “subjetivismo”, replegado en sí mismo, supone la renuncia timorata a todo presupuesto metafísico (o religioso) personal. (N.B. O bien el “materialismo económico”, o bien el idealismo filosófico. Este dilema, que se le plantea al “subjetivismo”, demuestra (a contrario) la relación que tan a menudo se ha negado entre el materialismo filosófico y la concepción materialista de la historia).
[4] No sabemos, si los amigos del camarada Lenin estarán de acuerdo con nuestra forma de juzgar el período “iskrista”. Pensamos que no; ello les llevará a toda una serie de conclusiones inaceptables para ellos. Pero la verdad nos obliga a resaltar que en el II Congreso, ni Lenin ni sus partidarios, no intentaron elevarse contra el juicio “estrecho” que realicé en mi discurso sobre el trabajo de Iskra. “Recordemos [decía yo] con que rapidez el marxismo se apoderó de los espíritus de la intelligentsia a principios de los años 90. Para la mayoría de esta intelligentsia, el marxismo era un instrumento para emancipar intelectualmente al movimiento democrático ruso de la ideología populista vetusta. El marxismo le suministró la justificación que le permitió entrar, con la conciencia tranquila, en la escuela del capitalismo. Pero el marxismo revela su verdadera naturaleza revolucionaria en el movimiento obrero. Cuanto más se desarrolla éste más necesita el movimiento democrática definir sus relaciones con él. Por otra parte, el movimiento democrático había tenido tiempo para ampliarse, reforzarse y tomarle gusto a la independencia política. Para él, la ideología del proletariado ya no estaba de moda. Fue entonces cuando comenzó una campaña crítica contra el marxismo. Su objetivo oficial era liberar al marxismo de su contenido dogmático y no crítico. Pero su tarea efectiva era liberar al movimiento democrático del yugo de la ideología marxista. La “crítica” minó todos los fundamentos del marxismo y no quedó ninguna huella de la seducción del marxismo. La influencia disolvente de esta “crítica” se abrió paso también en las filas de la socialdemocracia. Comenzó un período de dudas, de ansiedad e incoherencia. Abandonamos al movimiento democrático posición tras posición. Fue en este momento crítico cuando apareció el grupo de Iskra y Zaria; y tomó a su cargo el reagrupamiento del partido bajo el signo del socialismo revolucionario.” (II Congreso Extraordinario del POSDR, página 112). En todos los otros discursos, Iskra fue juzgada, conscientemente o no, desde el mismo punto de vista.
[5] Ahora, según una feliz expresión de Paulovich (es decir, de hecho del mismo Lenin), la influencia de un publicista se define, en el partido, por el peso del papel impreso.
[6] El camarada Lenin dirá a buen seguro que es una calumnia. En Un paso adelante, dos pasos atrás, nos remitió al número 43 de Iskra, donde vemos, parece ser, que desde 1903 “se hablaba de […] los apasionamientos de los políticos [como] evidente atavismo” (¿?).[Página 362, Tomo II de Obras Escogidas en XII tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1975, N.de T.], Si siguiendo la indicación del camarada Lenin, tomamos el número 43 de Iskra, podremos leer en él, en el artículo titulado “Sobre las tareas de agitación en nuestro partido” (Carta a la Redacción): “La agitación política ha tomado entre nosotros estos últimos tiempos un carácter demasiado abstracto: ha estado demasiado poco ligada a la vida concreta y a las necesidades cotidianas de las masas obreras […] Nuestra agitación política se transforma en una pura declamación política. Si no se integra a las más amplias masas, es imposible crear un movimiento político de masas. Sólo ampliando la base de nuestro movimiento político, despertando a las amplias masas populares a la vida política autónoma, sólo así podremos fortalecer de nuevo a nuestro partido. Para llevar a cabo este trabajo, no se deben ignorar los intereses profesionales de los obreros en la lucha sindical. Debemos despertar de nuevo un amplio movimiento sindical de masas […] Ahora bien, ni el Comité de Bakú, desde que éste existe, ni el de Tiflis [la carta fue enviada desde el Cáucaso] han publicado, incluso, un solo panfleto sindical.” Estas líneas, confiamos, convencerán definitivamente a todo el mundo de que, desde julio de 1903 “los apasionamientos de los políticos” son vistos [¿por quién?] como “evidente atavismo”. He aquí como de seriamente escribe la historia el camarada Lenin. En cualquier caso, nos da derecho a plantearle algunas preguntas. ¿Si “los apasionamientos de los políticos” son ya vistos en el número 43 de Iskra como “evidente atavismo”, ello quiere decir, sin embargo, que estos “apasionamientos” han existido? ¿En qué período? ¿Puede ser durante el período de Iskra? ¿Bajo qué formas se han manifestado? ¿Quién ha luchado contra ellos y cómo? ¿A menos que, a pesar de toda la experiencia pasada de nuestro partido, hayamos llegado a estos “apasionamientos de los políticos” sin ninguna lucha ideológica? Si el camarada Lenin reflexiona por un momento en estas preguntas interesantes (tras haber reconocido previamente que se ha apoyado erróneamente en el número 43 de Iskra), comprenderá que sólo la “minoría” ha abierto la lucha ideológica contras los “apasionamientos políticos”, como todos aquellos que amenazan cada vez más (cf. El “Manifiesto urálico” y el folleto Un paso adelante, dos pasos atrás) con declarar “evidente atavismo” a todas las conquistas teóricas y políticas de la socialdemocracia internacional. La carta en el número 43 de Iskra, a la que Lenin se refiere tan imprudentemente, se caracteriza precisamente en que se esfuerza, incluso antes del congreso y sin partir del punto de vista “iskrista”, en poner el dedo en la llaga de nuestra práctica de partido, que apareció durante la pretendida “liquidación del tercer período” y como su resultado.
[7] Obras Escogidas, en XII Tomos, Tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1975, página 356, NdT.
[8] cf. ¿Qué hacer?, página 150 y ss., Tomo II, Escogidas en XII tomos Editorial Progreso, Moscú, 1975.
[9] Se trata del III Congreso sobre la cuestión de la formación técnica y profesional.
[10] Nadiezhdin fue una brillante excepción. Desgraciadamente ha hecho todo lo posible por su parte para romper con el partido y privarse de toda posible influencia.
[11] Cf. Informe de la delegación siberiana, página 7, y las discusiones verbales del II Congreso. Discurso de Axelrod, página 360.
[12] “…hemos aplaudido el congreso ilegal de los zemstvos, alentado [sic!] a los miembros y defensores de estos últimos a abandonar las peticiones humillantes y pasar a la lucha […] hemos animado a los funcionarios de Estadística que protestan y condenado a los funcionarios esquiroles” (¿Qué hacer?, páginas 90-91 Tomo II, Escogidas en XII tomos, Progreso, Moscú, 1975). ¡He aquí lo que “nosotros” hemos hecho conjuntamente con el camarada Lenin! Un poco más y “nosotros” nos habríamos puesto a “alentar” a los eclipses de luna y de sol.
[13] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII tomos, Progreso, Moscú, 1975, página 328.
[14] Qué hacer?, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, página 166, Progreso, Moscú, 1975.
[15] El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 284.
[16] Ibídem, página 295.
[17] Ibídem, página 290.
[18] ¿ Qué hacer?, Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1975, páginas 125-126.
[19] El Capital, Tomo I, FCE, México, página 294.
[20] Extracto de una carta de Herzen a Bakunin.
[21] No es asombroso que el comité de Odesa (que se coloca sobre esta base principista) proponga como consigna en una de sus proclamas: “¡Viva la socialdemocracia liberadora del pueblo ruso!” El comité de Odesa ha rechazado (evidentemente como un vestigio del “seguidismo”) la simple idea que la liberación del pueblo ruso no puede ser más que la obra del mismo pueblo. ¡Viva el comité de Odesa “liberador” del pueblo, del comité que ya ha liberado a los trabajadores de Odesa de la tarea de liberarse a sí mismos! Solamente se pregunta uno en qué es mejor la consigna del comité de Odesa que las promesas de tal o cual “héroe popular” qué es lo que nos obligará a creer que la “organización de combate” logrará realmente la libertad para el pueblo.
[22] “… la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir [a Axelrod] alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en “ruedas y tornillos”…” (Un paso adelante, dos pasos atrás, Obras Escogidas, en XII Tomos, Progreso, Moscú, Tomo II, página 369).
[23] El autor fue delegado de la Unión Siberiana en el II Congreso del partido. La verdad nos obliga a decir que, desde que estas líneas fueron escritas, los Urales y Siberia han tenido tiempo para encontrarse bastante retrasados respecto a los comités de Odesa y Iekaterinoslav. Estos últimos han alcanzado en la lucha interna un grado de encarnizamiento tal que testimonia la agonía de su propia “corriente”. Los camaradas de Iekaterinoslav han pasado ahora el objeto de sus iras de la “minoría” a la corriente conciliadora de la “mayoría” misma. La última resolución del comité de Iekaterinoslav, que condena al comité central como demasiado conciliador, nos ha recordado de forma vívida un discurso desarrollado en el Club de los Jacobino: “Reprocho a los representantes del pueblo [decía en él un célebre jacobino] haber fraternizado con los rebeldes, en el momento en que la única manera de actuar ante ellos era el hacha y la pica.”
[24] El camarada Lenin repite en el folleto (Un paso…) muchas veces la idea que criticar las resoluciones principistas de los comités, es decir de las organizaciones del partido que dirigen todo el trabajo local, equivale a hacer de la “mendicidad” un punto de vista teórico; pero construir diagramas sobre la base de los votos de los representantes aislados de sus comités en el congreso para saber… en qué lugar del orden del día examinar la cuestión de la posición del Bund en el partido, que esto es aplicar métodos de análisis auténticamente científicos. Hemos intentado, largamente pero en vano, saber en qué la opinión de un comisionado es más importante que la de su comité. A propósito del método auténticamente científico: el “diagrama” de Lenin trabaja sobre 44 votos: 20 votos de la “minoría”, 24 de la “mayoría”. Entre estos últimos, 3 votos han pasado a la “minoría” y el cuarto a los anarquistas (no al estilo Axelrod sino al de Bakunin). Rogamos apremiantemente al camarada Lenin que introduzca estas correcciones indispensables la próxima vez que perfeccione su diagrama.
[25] Mejor no pues, está claro, no se encontrará nada parecido en los “artículos” de Axelrod.
[26] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Moscú, 1975, página 369
[27] Ibídem página 372.
[28] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Moscú, 1975, página 369
[29] Carlos Marx, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 350.
[30] 30 Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Moscú, 1975, página 369.
[31] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Moscú, 1975, página 360.
[32] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Moscú, 1975, página 385.
[33] 33 La carta está abreviada. Los pasajes subrayados lo han sido por mí.
[34] Un paso adelante, dos pasos atrás, en, Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Progreso, Moscú, 1975, página 360.
[35] La Sociéte des Jacobins, recopilación de documentos para la historia del club de los Jacobinos de París, por A. Aulard, París, 1897, T. VI, p. 254.
[36] Ibídem, T. VI. Página 278.
[37] Ibídem, T. IV, página 372.
[38] Ibídem, T. VI, página 47.
[39] Recordamos al lector que la fórmula “impedirles perjudicar” era muy empleada por los jacobinos contra los “enemigos interiores” de la República.
[40] Ibídem, página 271.
[41] Del marxismo al idealismo, página VI. (San Petersburgo, 1903)
[42] Los problemas del idealismo, página 118, resaltado por mí. Se trata de un ensayo de N. A. Berdiev aparecido en una colección de ensayos publicada en Moscú en 1902.
[43] Osvobojdenie, número 33, [1903]. Contribución a la cuestión agraria.
[44] Un paso adelante, dos pasos atrás, en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Progreso, Moscú, 1975, página 358.
[45] La mayor parte de este capítulo fue escrita antes de la publicación de Un paso adelante…etc., de Lenin. Resulta que no nos equivocábamos. A la acusación lanzada contra él de jacobinismo y blanquismo, el camarada Lenin responde, como habíamos supuesto: “…los girondinos de la socialdemocracia contemporánea recurren siempre y en todas partes a los términos de “jacobinismo”, “blanquismo”, etc., para calificar a sus adversarios.” (Un paso adelante, dos pasos atrás,en Obras Escogidas en XII Tomos, Tomo II, Progreso, Moscú, 1975, página 358) Axelrod no hace más que “•confirmar” la acusación de oportunismo lanzada contra él “…retomando la cantinela al estilo Bernstein sobre jacobinismo, el blanquismo, etc.!”
[46] F. Engels, Introducción a la edición aparte de la Guerra civil en Francia de Marx, publicada en Berlín en 1891, en Marx y Engels, Obras Escogidas en II Tomos, Tomo I, Ayuso, Madrid, 1975, página 470.
[47] Ibídem, página 470.
[48] Es esto precisamente lo que tenía en mente Iskra cuando escribía que “en Alemania también la cuestión de la batuta del jefe de orquestra pierde su significado a medida que crece la consciencia de clase del proletariado. La consciencia de sí del proletariado como clase hace su trabajo de forma inexorable aunque lenta”. A esto, los camaradas de los Urales respondieron: “Es una posición puramente oportunista [¡!!] que Iskra considera como un signo evidente de la madurez del partido en su organización.” Parece pues que ver en el crecimiento lento, pero inexorable, de la consciencia de clase el único “signo evidente” de éxito de su causa y de la madurez de su partido significa, ni más ni menos, caer en el “oportunismo puro”.