Escrito: 1966
Primera publicación: Spartacist (Inglés)
No. 7, de septiembre-octubre de 1966.
Traducido: En Spartacist No.
15, julio de 1984
Fuente: Reagrupamiento
Revolucionario.
Tratando de explicarse la victoria de Joaquín Balaguer en las elecciones presidenciales del 10 de junio en la República Dominicana, los apologistas de las direcciones de la izquierda dominicana han elaborado la excusa de unas elecciones falsificadas por los EE.UU. (ver por ejemplo el artículo de Juan Antonio Corretjer en Challenge/Desafío del 5 de julio de 1966). Pero la derrota de Juan Bosch en un país recientemente desgarrado por un alzamiento producido con la evidente intención de devolverlo al poder, no puede ser explicada con devaneos mitológicos. (Los mismos apologistas vieron erróneamente a la traición en Indonesia como una simple “maquinación de la CIA”.) No negamos el criminal papel desempeñado por la burguesía internacional, pero sí decimos que éste no puede ser usado para encubrir la podrida política de los revisionistas. Una contrarrevolución exitosa sigue usualmente a la conciliación de clases perpetrada por “izquierdistas” pequeñoburgueses a costa de las masas.
La insurrección fue inicialmente de naturaleza democrático-burguesa, proponiéndose restaurar la constitución de 1963. Cuando en abril de 1965 oficiales “progresistas” del ejército exigieron el retorno a la constitución, la clase obrera y los estudiantes (sobre todo en los barrios obreros de Santo Domingo) se unieron a la rebelión y apoyaron sus demandas. Pero las masas de Santo Domingo también crearon una situación potencialmente revolucionaria. Para el 28 de abril, Santo Domingo estaba en manos de las masas, organizadas en comités de barrio y organizaciones político-militares similares. Estas constituían formas potenciales de poder obrero.
Es entonces que invaden los marines y paracaidistas estadounidenses. Rápidamente reforzando la débil resistencia de la junta militar, cortaron Santo Domingo en dos, forzando a los rebeldes hacia el barrio obrero de Ciudad Nueva y permitiendo que las tropas del Gral. Elías Wessin y Wessin “limpiasen” el sector rebelde del norte, aislado de Ciudad Nueva por las tropas imperialistas.
Para todos los revolucionarios latinoamericanos, la lección de esta invasión es clara: el imperialismo nunca puede actuar de mediador. Sólo puede reaccionar brutalmente en un intento de aplastar revoluciones, incluso las que empiezan con fines democrático-burgueses. La única excusa que necesita el imperialismo es una llamada de cualquier apariencia de “gobierno legal” (creado por el mismo imperialismo) comprometido a la defensa de la propiedad privada.
Aunque esto queda claro para los que predican la “teoría” de la contrarrevolución por medio de maquinaciones imperialistas, estos parecen ignorar que una dirección corrupta también puede derrotar a una situación revolucionaria potencialmente viable. El mismo hecho de darle tanta importancia a la derrota electoral de Bosch prueba que no ven la necesidad de una dirección revolucionaria. La carrera política de Bosch es la de un reformista gubernamental: sus posiciones antes de 1961 simultáneamente anti-Trujillo y anticomunistas; su programa, cuando presidente, para establecer una burguesía nacional, reformando las relaciones feudales de tenencia de tierra y democratizando la sociedad dominicana; su postura durante el golpe de 1963, cuando dimitió a fin de mantener el orden; y su repudio a los grupos de izquierda durante la reciente campaña electoral.
Sin embargo, la lección más importante de la insurrección y su desarrollo es la de reconocer el papel traicionero de los dirigentes de izquierda, cuyas acciones revelaron su perspectiva pequeñoburguesa. Los líderes del Partido Socialista Popular (PSP, comunistas pro-Moscú), del Movimiento Popular Dominicano (MPD, comunistas pro Pekín) y los del Movimiento 14 de Junio (M1J4, nacionalistas) trataron de castrar la acción auténticamente revolucionaria de las masas en armas durante el alzamiento. Estas direcciones adoptaron una táctica de frente popular, sosteniendo al principio que la lucha era por la legalidad constitucional y, cuando entraron las tropas estadounidenses, por la liberación nacional. Es curioso que estos “izquierdistas” en un principio trataran de denominar esta táctica un frente unido, como si el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) no tuviera un largo historial político burgués tradicional de campañas anticomunistas. Contentos de poder trabajar bajo el PRD de Bosch, jamás se opusieron a su mandato. Cualquier perspectiva de lucha de clases restante se disolvió en la mesa de negociaciones entre Caamaño, el nuncio papal y la “Fuerza Pacificadora” de la OEA.
Fusionándose con los constitucionalistas, fueron incapaces de empujar el alzamiento hacia una revolución socialista. No conectaron a Santo Domingo con otras ciudades del país o con el campo; ni tampoco apelaron a los obreros latinoamericanos a apoyar su lucha.
Como frentepopulistas no distinguieron una clase de otra. Estos “izquierdistas”: ni siquiera se dieron cuenta de que la rebelión era parte de la lucha de clases internacional. El pueblo estaba armado y listo para luchar. El que su conciencia y sus consignas fueran nacionalistas y no proletarias no era importante para las direcciones pequeñoburguesas de la “izquierda”. Jamás intentaron lanzar un concepto radicalmente distinto, el de la lucha revolucionaria de clases, con el cual pudieran desarrollar la conciencia de clase del proletariado en preparación para una lucha prolongada contra la burguesía, tanto nacional como internacional.
Una vez colocados bajo la hegemonía del PRD burgués y de su política, el M1J4, PSP y MPD participaron en su autoliquidación como posibles partidos revolucionarios. (A fines de 1961 ya principios de 1962 el M1J4 era el tercer partido dominicano en tamaño, con amplio apoyo de masas. Hoy día ha vuelto a su anterior base estudiantil pequeñoburguesa.) Su completo servilismo ante la política democrático-burguesa y nacionalista de palabra del PRD fue el resultado lógico de sus respectivas carreras oportunistas. Se acomodaron anteriormente a Bosch y, en el caso del PSP, incluso a Trujillo; y el M1J4 se acomodó a la neotrujillista Unión Cívica Nacional que hizo campaña bajo la consigna, “Dios jamás se equivoca”.
Aunque esta dirección nunca rechazó la colaboración con el enemigo de clase, la burguesía y sus representantes políticos no perdieron ninguna oportunidad para atacarlos. Por ejemplo, Gastón Espinal, dirigente del PRD en Nueva York, dijo al comienzo de la insurrección de 1965: “Ellos [los izquierdistas] no tienen ninguna influencia y jamás la tendrán.” Pero obviamente consideró que el imperialismo norteamericano sí debía tener influencia, porque al ser preguntado acerca del desembarco de los marines respondió: “¿Cómo se puede objetar el salvar vidas?” No obstante, Manuel Tavares, uno de los dirigentes del M1J4, caracterizó al PRD como “el agente de una revolución nacional, democrática, antimperialista y antifeudal”. Esta caracterización fue hecha con tono aprobatorio, como si una revolución democrático-burguesa fuese la solución para todos los problemas de América Latina.
Con semejante historial de colaboración de clases, el resultado final de las elecciones (de 1966) es más comprensible. Cuando el último reducto rebelde fue “limpiado” después de la tregua de agosto, el liderato de la izquierda dominicana siguió luchando bajo las mismas consignas nacionalistas que ya habían probado ser inútiles en las luchas insurreccionales. Siguiendo esta línea, continuaron apoyando a Bosch en las elecciones en vez de contraponerles una alternativa de clase a ambos candidatos de la reacción burguesa, Prefirieron la posibilidad inmediata de una victoria (electoral) de Bosch a la lucha continua para elevar la conciencia de clase a su conclusión de revolución proletaria. Sin embargo, como en 1962, Bosch rehusó su apoyo. Proclamó oficialmente su oposición a una huelga general llamada por el MPD en noviembre de 1965, diciendo que el “deber” de los trabajadores era el de ignorar el llamado a la huelga y apoyar al régimen de García Godoy respaldado por la OEA. Aparentemente sorprendido por este paso, el MPD, sin nombrar a Bosch, lo acusó de “sabotaje” y de “seguirle el juego al Gobierno Provisional y al imperialismo yanqui.”
Pero si nos fijamos en la llamada a la huelga, nos damos cuenta de que es el mismo MPD el culpable del fracaso. Después de una larga serie de claudicaciones ante Bosch y sin preparación táctica realmente revolucionaria, llamaron en forma aventurera a una “huelga patriótica” contra el “imperialismo yanqui... que quiere transformar a este país en una colonia de los Estados Unidos igual a Puerto Rico.”
Naturalmente, apoyamos la autodeterminación nacional como aspecto de la revolución proletaria en el mundo “colonial”, pero el MPD no había construido una base proletaria para permitir semejante llamada. Su aventurerismo permitió que Bosch disipara la huelga, también en nombre del nacionalismo.
Esta bravata aventurerista, después de la prolongada, traidora y conveniente coalición, no podía sino obscurecer la base clasista de la lucha. Las masas llevaron la lucha hasta donde pudieron, sólo para verse traicionadas por la dirección de la izquierda que buscó la conducción de Bosch. El consiguiente sentimiento de haber sido vendidos debe haber contribuido a la victoria de Balaguer en los comicios.
Balaguer representaba el “orden” después de largos meses de vano derramamiento de sangre. Por supuesto las masas no confiaban ni respetaban a Balaguer, pero los que decían ser los dirigentes de las masas no habían despertado ninguna conciencia de clase; la situación revolucionaria había languidecido y muerto. En el campo, Balaguer desarrolló su campaña bajo los lemas de “orden” y “unidad”, la fachada electoral del capitalismo. No había nadie con la autoridad y la fuerza para desenmascararlo. Y la población rural, que en las elecciones de 1962 dió un apoyo abrumador a Bosch, esta vez dió la victoria a Balaguer.
Mientras el papel de la dirección de la izquierda fue, en última instancia, contrarrevolucionario dentro de la República Dominicana, así también el papel de la burocracia cubana fue de expresar un apoyo vacío. El liderato cubano, con su principal portavoz Fidel Castro, no prestó una ayuda eficaz al alzamiento dominicano. Lo que sí hicieron fue pronunciar sus acostumbradas protestas en nombre de la “soberanía popular” a través de canales respetables de protesta como las Naciones Unidas. Al mismo tiempo, Castro anunció que la insurrección no era comunista y que Cuba no tenía nada que hacer con ella. Aunque semejante declaración no sería una táctica diplomática incorrecta, la burocracia cubana no mentía, y estaba dispuesta a probárselo al mundo. Al mismo tiempo Castro tenía que dar una apariencia de combatividad, al menos en palabras. Así elogió al reaccionario presidente chileno Frei por “exigir que los Estados Unidos cesen su intervención armada en la República Dominicana.”
En un artículo aparecido en Monthly Review (abril de 1966), Adolfo Gilly sugiere un tipo de apoyo revolucionario que difiere sustancialmente del de la burocracia cubana: “El apoyo activo significa movilizar a las masas cubanas por todos los medios posibles con el propósito de demostrar su apoyo a los dominicanos, y no la mera emisión de declaraciones. Significa llamar a las masas latinoamericanas a movilizarse, significa asesorar la lucha por la defensa de la República Dominicana y proveer en Cuba un centro para todas las movilizaciones espontáneas que sacudían América Latina. El liderato cubano no hizo ni una sola de estas cosas.”
Pero la burocracia cubana no podía hacer ninguna de estas tareas, puesto que sigue la política de Moscú. Las debilidades económicas de Cuba la fuerzan a depender políticamente de la burocracia rusa y la política de Moscú es la coexistencia pacífica. Todo esto agrava la crisis de dirección en Cuba. Bajo semejantes condiciones, la reacción de la burocracia cubana frente a la insurrección dominicana es lógica, derivada de la composición social de tal burocracia. Esta casta burocrática-nacionalista, pequeñoburguesa y conservadora está formada principalmente por aquellos ex amigos de Batista, el PC cubano.
El ataque sin principios de Fidel Castro contra el Movimiento I3 de Noviembre en Guatemala, un grupo guerrillero que hasta ahora ha luchado por una revolución obrera y campesina, en vez de un “frente popular” con la burguesía, confirma la incapacidad de la burocracia cubana para dar dirección a cualquier sector de la lucha latinoamericana.
La dirección de la izquierda que tomó parte en la insurrección dominicana ya ha emitido sus apologías por sus acciones. Un portavoz del M1J4, el Dr. Emilio Cordero Michel, al igual que Castro, muestra su agradecimiento a los gobiernos de México y Chile por su “defensa resuelta del principio de la no intervención” (PL, diciembre de 1965). Cordero Michel oculta el verdadero propósito de estos gobiernos reaccionarios: declararse partidarios de esta u otra legalidad burguesa. Los gobiernos reaccionarios de México y Chile no hacen sino defender sus propios intereses burgueses nacionales contra una posible intervención de los EE.UU. Pero la burguesía imperialista es del mismo género que la colonial: fundamentalmente sus intereses son los mismos. El revolucionario doctor olvida mencionar que el “resuelto” gobierno mexicano tortura a los revolucionarios y ametralla a dirigentes campesinos sin ninguna apariencia de legalidad; y que el gobierno pro “no intervención” de Chile asesina a los mineros en rebelión contra las compañías mineras norteamericanas. Aunque México y Chile pueden permitirse demandas “resueltas” dirigidas al imperialismo, le permiten saquear a su proletariado y campesinado por medio de una explotación semicolonial.
Cordero Michel demuestra una gran desconfianza hacia la clase obrera al decir que tiene “una débil concepción de sus objetivos”. También la caracteriza de políticamente aturdida por la tiranía trujillista. Todas estas caracterizaciones fallan, basándose en un sofisma pequeñoburgués. Si las masas tenían “concepciones débiles”, fue porque el MlJ4 y los demás movimientos no elevaron el nivel de conciencia de las masas. Al contrario, su conciliación con la burguesía desarmó a la clase obrera y la “aturdió políticamente”. Los izquierdistas nunca construyeron un partido capaz de dirigir a las clases oprimidas dominicanas a la conquista del poder. Llegaron a las masas a través del PRD, nunca como la vanguardia de la clase. Más aun, compartieron el mismo miedo ante las masas propio de los políticos burgueses.
La insurrección dominicana muestra cuan urgente es la necesidad del partido proletario de vanguardia hoy día. Ningún acontecimiento de los últimos 40 años ha desmentido este histórico y primordial principio revolucionario. Todavía no ha desaparecido la necesidad de “una revolución que no se aviene a ninguna de las formas de predominio de clase, que no se detiene en la etapa democrática y pasa a las reivindicaciones de carácter socialista, abriendo la guerra franca contra la reacción, una revolución en la que cada etapa se basa en la anterior y que no puede terminar más que con la liquidación completa de la sociedad de clases” (de la introducción a La revolución permanente, León Trotsky). Este es el único camino al comunismo.
Es debido a que los mismos errores y traiciones criminales de más de 40 años de revisionismo siguen repitiéndose que podemos afirmar que no hay “nuevas realidades” en la lucha de clases. Es porque las mismas circunstancias (es decir, agudas confrontaciones de clases) siguen presentándose, que insistimos en seguir el curso trazado por el partido que tomó el poder en Rusia en octubre de 1917. Es porque el estalinismo y otras ideologías pequeñoburguesas no han aprendido esas lecciones que tales circunstancias siguen repitiéndose y la clase obrera sigue siendo traicionada por los revisionistas.
Las palabras de leguleyos políticos como Juan Antonio Corretjer y el Dr. Emilio Cordero Michel nos recuerdan disculpas similares balbucidas por algunos de los que traicionaron al proletariado español durante la Guerra Civil de los años 30. Aunque ese conflicto fue un evento más decisivo en el plano internacional de la lucha de clases, la comparación con la Comuna de Santo Domingo de 1965 no es totalmente inaplicable.
Reproducimos a continuación algunos párrafos tomados de “Clase, partido y dirección”, de Trotsky, que bien podrían referirse tanto al papel del liderato de la izquierda dominicana en la insurrección de Santo Domingo en 1965 como a la dirección del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) durante la Guerra Civil española:
“Ahora bien, este partido [el POUM] desempeñó, precisamente, un papel funesto en el desarrollo de la revolución española. No ha conseguido convertirse en un partido de masas, porque para conseguirlo hubiese tenido que destruir antes a los otros partidos, y esto sólo era posible mediante una lucha sin compromisos, una denuncia implacable de su carácter burgués. Ahora bien, el POUM, aunque criticaba a los antiguos partidos, se subordinaba a ellos en todas las cuestiones fundamentales. Participó en el bloque electoral ‘popular’; entró en el gobierno que acabó con los comités obreros: luchó por reconstruir esta coalición gubernamental...”
“... las masas catalanas eran mucho más revolucionarias que el POUM, que a su vez era mucho más revolucionario que su dirección. En estas condiciones hacer recaer el peso de la responsabilidad de la política errónea seguida sobre la ‘irresponsabilidad’ de las masas, es meterse en la más pura charlatanería – un camino al que frecuentemente recurren los fracasados de la política.”
“La falsificación histórica consiste en hacer recaer la responsabilidad de la derrota española sobre las masas obreras y no sobre los partidos que han paralizado, o pura y simplemente aplastado, el movimiento revolucionario de las masas. Los abogados del POUM responden sencillamente que los dirigentes siempre tienen alguna responsabilidad, con el fin de evitar así tener que asumir sus propias responsabilidades. Esta filosofía de la impotencia, que intenta que las derrotas sean aceptables como los necesarios eslabones de la cadena en los desarrollos cósmicos, es incapaz de plantearse, y se niega a plantearse, la cuestión del papel desempeñado por factores tan concretos como son los programas, los partidos, las personalidades que fueron los responsables de la derrota. Esta filosofía del fatalismo y de la postración es diametralmente opuesta al marxismo, teoría de la acción revolucionaria.”