Después de que nosotros militarmente habíamos estado a la ofensiva, estoy convencido de que a la muerte de la mayoría de mis compañeros y a la desaparición de otros tantos, pasamos a la etapa de la defensiva. Y yo, aprovechando que en ese momento no tenía ningún señalamiento en ninguna acción violenta, me propuse, en contra de mi voluntad, hacer un pequeño paréntesis y analizar los acontecimientos para ver si había algún viraje o reposicionamiento, y yo ya nada más veía en las noticias derrota tras derrota. Me refugié en mi hogar con mi esposa y mis hijos a esperar tiempos mejores. Pero nunca llegaron. Sólo quedó una estela de dolor y sufrimiento por tantos muertos y desaparecidos.
Se habían ensañado con nosotros.
A partir de que me acogí a la legalidad pagué el precio de correr ese riesgo y quedé a merced de los cuerpos represivos policíacos. A partir de ese momento sufrí detención tras detención. Ellos tenían como objetivo hacerme el mayor daño posible. Siempre, en cada unas de las detenciones, se tomaron la molestia de hacerla días antes de cada navidad y de año nuevo. Esto fue durante muchos años y no podía pasar ninguna navidad y ningún año nuevo con mi esposa y mis hijos. Las pasaba detenido y ya que pasaban estas fechas me soltaban.
Pero no caí en la provocación y esto me permitió conservar la vida.
En una de esas cotidianas detenciones, al llegar yo a mi trabajo estaban unos tipos sentados a la entrada en un sillón, uno muy alto y corpulento y otro chaparro. Luego luego los vi de reojo y tuve el mal presentimiento de que eran policías. Se pararon y me tomaron uno de cada brazo, preguntándome:
—¿Jesús Hernández?
—No, Jesús Morales— les aclaré, al tiempo que les pregunté—: ¿Quiénes son ustedes?
—No te resistas y acompáñanos— me respondieron, apretándome más fuerte.
Me sacaron del trabajo, me subieron a un auto, me vendaron y me tiraron al piso poniéndome los pies encima. El auto recorrió calles sin ruta aparente, dando vueltas y vueltas como para desorientarme y no me diera cuenta de mi paradero final, aunque posteriormente supe que estuve detenido en la prisión militar de Francisco Zarco y Mariano Barcenas, y que los policías que me habían detenido eran de inteligencia militar.
Llegamos a un lugar donde escuché que se abría un portón subiendo una pequeña rampita. Me metieron en una mazmorra, me amarraron las manos por atrás, luego los pies, me apretaron muy fuerte la venda de los ojos, lo que me provocaría que se me inflamara demasiado la cara y de la nariz me empezara a supurar pus. Me bajaron por unos pequeños escalones en donde estaba el cuartito donde me encerraron, tenían el radio encendido y estaban tocando una canción que nunca había escuchado, se me hizo muy bonita y pasaron por mi mente todos mis compañeros muertos.
Era una canción ranchera:
Estos eran dos amigos que venían de mapimí, que por no venirse de okis robaron guanasebí, válgame el santo niñito ya agarraron a Jesús…
Y comenzaron las golpizas. Fui desnudado totalmente, amarrado con sogas de pies a cabeza a un camastro de fierro al grado de quedar totalmente inmovilizado, me mojaron y me amarraron dos cables de electricidad a los dedos pulgares de pies y manos y me conectaron directamente a la corriente, conjugada con la asfixia de bolsas de plástico en la cabeza y agua. Yo estaba más preocupado por el sufrimiento de mi esposa: ahora que estaba haciendo vida legal de pronto volví a desaparecer. Seguro que por su mente pasaba mi futura muerte, lo que me agobiaba más que las golpizas.
Escuchaba como que estábamos en el sótano de un templo, porque oía como que celebraban misa, rezos, cánticos religiosos, y yo me preguntaba: “¿Cómo es posible que si yo escucho la misa, el sacerdote y los que están en ella no escuchen mis gritos por las torturas? Y me preguntaban tantas cosas y yo lo único que les contestaba era que yo acababa de salir de la prisión, que yo no tenía cuentas pendientes, pero ellos estaban muy enojados y me decían:
—Te atreviste a enfrentarnos y sabes que te tenemos que matar, porque si tu nos tuvieras a nosotros detenidos no nos la perdonarías.
Yo sabía el riesgo que corría al haber dejado la clandestinidad y pasar a la vida legal y decidí correrlo. De todas maneras las fuerzas revolucionarias estaban siendo diezmadas rápidamente.
Al salir ese día de esta primera sesión de tortura, les pregunté:
— ¿Me permiten ir al baño?
Pues tenía ganas de orinar y me contestaron:
— ¿Quieres ir al baño? ¡Pues meate, cabrón!
Me llevaron a mi celda.
Horas más tarde insistí, recibiendo la misma respuesta, y terminé por orinarme en los pantalones. Más tarde regresaron por mí para continuar con la tortura. Al terminar con ella les vuelvo a insistir:
—Permítanme ir al baño, quiero cagar, ya me anda.
A lo que me respondieron:
—¡Pues cágate, cabrón!
Así que me cagué.
Y yo me pregunto: ¿Quién puede resistir no hacer del baño durante ocho días? Me bañaron con mangueras por lo feo que apestaba.
Al día siguiente la Unión del Pueblo puso unas bombas. Inmediatamente fueron y me sacaron de la crujía dándome una tortura de los mil demonios, argumentando que las habían puesto por mí como respuesta a mi detención, aunque en la prensa de mediodía me señalaban como el autor de los atentados: “Por fin fue detenido el autor de los bombazos, Jesús Morales El Momia”, así lo publicó El Sol de Guadalajara.
Pararon un muchacho a un lado mío, no se quien sería porque nunca jamás me quitaron la venda, pero ahí lo fusilaron. Cayó a mis pies y yo apretaba el estomago pensando que seguía yo. Me tuvieron una semana así, después me sacaron, subiéndome a un vehículo y me fueron a tirar a un llano bardeado con losetas por el rumbo de la FEG, y yo pensé que ahí me iban a acribillar para que pareciera como si hubiera sido un ajuste de cuentas al interior de la organización, tal como la policía lo había hecho con otros compañeros. Seguramente al día siguiente saldría una nota periodística:”Misteriosamente asesinado, ajuste de cuentas entre guerrilleros, etc.”. Yo estaba esperando que me dispararan cuando estaba tirado y amarrado en el suelo, para que me encontraran ahí acribillado ¿Quién iba a investigar la muerte de un ex guerrillero?. Escuche que el carro arrancó, me pude desamarrar de mi ataduras, me quité la venda de los ojos y la soga de los pies y me brinqué la barda, y si, efectivamente se habían ido. En ese momento pasó un taxi, y me dijo el chofer:
—Yo vi cuando te tiraron, súbete, te llevo a tu casa.
Y me llevó a mi casa como a las tres de la mañana y me recibió mi esposa y la tercera de mis hijas que era la más pequeñita, Patricia, la que abrió sus ojitos y me dijo: “¡Papi, que bueno que llegaste!”. Mi esposa y yo nos abrazamos y lloramos. Me bañé y tiré la ropa que estaba muy hedionda, me recosté un rato y tempranito me levanté y me presenté a mi trabajo preocupado por la posibilidad de ser despedido y perder lo que tanto esfuerzo me había costado conseguir. Pero el gerente al ver el estado en que llegué me dijo que me fuera a recuperar a la casa, que por el trabajo no me preocupara, y que ya que me recuperara me incorporara a mis labores. Para este señor, Oscar Ramírez, mi afecto y mi reconocimiento por ser todo comprensión y por tener mucha sensibilidad. Seguro que fue el resultado de esas pequeñas charlas que teníamos, donde yo le comentaba las razones por las que yo me había incorporado a la lucha armada. Me comprendió, me tomo afecto y me apoyó en lo de mi trabajo.
Estuve toda una semana postrado en cama con suero, ya que la semana de torturas y sin alimento me dejó desecho y muy debilitado. No podía probar alimento, mi cuerpo no lo aceptaba.
Después de esta detención se sumaron muchas más, sin saber ahora ni siquiera cuántas fueron. Cualquier acción que sucediera, ya fuera el ajusticiamiento de un policía, un secuestro, una bomba etc… siempre el autor era Jesús Morales El Momia. Buscaron y buscaron cualquier pretexto para asesinarme y siempre tuve mucho cuidado de no darles esa oportunidad. No andaba de noche, no andaba armado, y se quedaron con las ganas.
Me tenían tanto coraje que me detenían por cualquier motivo sin ningún justificante. Un día por la mañana, cuando iba con mi esposa y tres de mis cuatro hijos, uno, René, de cinco años; Patricia de once años y Yudmila de catorce, ya que mi hijo el mayor, Carlos Ernesto, ese día no nos acompañó. Íbamos en mi vehículo bajando por la calle Esteban Alatorre, vi por el retrovisor que una camioneta nos seguía, viré a la izquierda bruscamente y bajé por Javier Mina y la camioneta que nos seguía se siguió derecho, y no le comenté nada a mi esposa para no mortificarla deseando que sólo hubiera sido mi imaginación. Pero al llegar a la calle treinta y dos por Javier Mina se me cerró la camioneta que cuadras atrás había logrado perdérmele de vista, más otra que se le sumó y se bajaron de esos vehículos varias personas vestidas de civil con sus rifles en la mano, nos bajaron, nos esposaron y nos vendaron los ojos a todos. ¿Representaban tanto peligro mi esposa y mis hijos para que los esposaran y los vendaran? Nos llevaron a la prisión militar donde anteriormente había estado detenido y ahora regresaba con toda mi familia a esta misma prisión. Por la tarde soltaron a mi esposa y a mis hijos, los que fueron abandonados en un lugar desconocido, sin saber qué dirección tomar para irse a su casa y lo peor aún, sin su marido, y mis hijos le preguntaban a su mamá:
—Mami, ¿y mi papá?
¿Mi esposa qué podía contestarles? Les decía:
—No se preocupen, hijos, al rato llega a la casa.
Como pudieron llegaron a la casa y nuevamente la incertidumbre se apoderó de mi familia, de si iba a aparecer con vida o no. ¡Cómo me lamentaba de haber optado por el camino de la legalidad!.
Me dejaron esposado, amarrado y desnudo. Algunos llegaban y me decían: “¡Yo no me voy a quedar con las ganas de ponerte unos chingadazos!”. Y me golpeaban, me apagaban cigarrillos en los brazos y en el estomago. Y a los dos días me llevaron a la Quinceava Zona Militar y me dejaron libre. ¿y nos piden que olvidemos, que perdonemos?. Esta fue una más de las tantas detenciones que sufrí sin motivo alguno.
Era forzado de tal manera a que regresara a la clandestinidad que durante diez años después de que dejé de participar en la lucha armada, cada navidad y los años nuevos era detenido para que no estuviera con la familia. ¿Porqué precisamente tenía que ser en cada navidad o en cada año nuevo?. Pues es precisamente por el deseo que tienes de estar con tus seres queridos, era la forma más segura de herir tus sentimientos. Pero no era por esta presión por la que no participaba, sino porque después de la amnistía por la que salieron todos los presos políticos, yo platiqué con la mayoría de ellos y ya todos planteaban como estrategia de lucha la vía democrática, integrándose la mayoría a otros planos de participación. Son muchas las historias que se entrelazan para dar orden y sentido a un suceso histórico que ha afectado a tantas personas, aunque también haya resultado ajeno a decenas, centenas o quizás miles de jóvenes, ya que para éstos era un mundo tan ajeno y distante el que para nosotros debía ser destruido en su estructura política, económica y social, no simbólicamente sino materialmente. Con la vuelta a la legalidad, entonces ya no había razón para que yo me fuera a la clandestinidad. Las condiciones y el momento yo los ponía, no cuando me obligaran, como nos obligaron la primera vez.
En otras condiciones no necesitaron presionarme más estos abusivos y arbitrarios represores que no están dispuestos a que nadie les dispute un milésima de justicia. Si en aquel tiempo el gobierno hubiera tenido una propuesta de justicia social para el pueblo, habríamos dejado de ser una alternativa. Ya llegará el día en que despierte el pueblo y reclame lo que es suyo y que liberemos la tierra, el agua, el hombre y se abran las grandes alamedas por donde circule el hombre libre.
También hay que tener presente que en la década de los setenta marcó en gran medida un divorcio entre la izquierda tradicional o institucional, la izquierda orgánica o comprometida es decir, la que estaba de alguna manera incrustada en el mismo aparato político, y la que era una nueva vertiente prosocialista encabezada particularmente por miles de jóvenes, que decidieron hacer las cosas obligados por las circunstancias de una manera más radical, lo cual implicó la fractura con un Estado que en varios momentos de la historia había demostrado su negativa a integrarlos en los causes políticos que las nuevas generaciones reclamaban.
El movimiento político revolucionario se oponía ahora al Estado despótico y su red corporativista. El episodio clave en que se condensaron estos cambios fue el movimiento popular estudiantil en 1968, aunque este movimiento se desborda a los barrios marginados y a los trabajadores fabriles, dándose esta metamorfosis al movimiento armado.
El feroz aplastamiento de la guerrilla por parte del Estado Mexicano habla de una eficacia y un temple férreo mediante el cual las instituciones públicas, militares y policíacas dejaron claro que aún por la ruta armada sería poco probable que en México se dieran cambios sustanciales más allá de los que el propio Estado permitiera conforme a sus propias necesidades. Cientos de muertos y desaparecidos por parte de la guerrilla, cientos de victimas que aún esperan el regreso de sus familiares o que simplemente esperan justicia a secas, son un ejemplo de cómo aún hoy día las estructuras de un sistema político como el Mexicano, en el plano de la implantación selectiva de justicia, se mantienen sólidas.
El hecho de haber lanzado los tanques y los soldados a la calle y apuntar con las armas al corazón del pueblo, nos dieron el derecho natural a la resistencia, aunque esas balas segaron la columna de la pureza.
No hay que lamentarnos pensando que pudo haber sido de otro modo. Los compañeros estuvieron más alto que nunca cuando dijeron ¡adelante!. En la lucha cayeron como vivieron. Cuando una ráfaga segó su vida lo hicieron de pie y con la frente en alto. Hay compañeros que siempre ocupan el presente como los nuestros. No recordemos sólo el sentido heroico de los hechos, ellos amaron la vida y la vida los amó a ellos. Esto no es nuestro pasado, es nuestra realidad, estos compañeros encarnan la resistencia de los sin tierra, de los indígenas, de todos los explotados. Al encontrarse con su lucha surgió una extraordinaria alegría de vivir.
Recordemos cómo calificaba El Che al hombre en la escala de valores y decía que el escalón más alto al que se podía ascender era el de revolucionario.
Jamás los medios de comunicación hicieron alguna valoración sociológica, histórica o filosófica, simplemente eran noticias de nota roja, nunca de lucha político-militar.
La guerra se detuvo, pero en el despertar de esta nueva fase de la historia quedan íntegros los rasgos de aquellas historias que el olvido no ha podido disolver. La guerra fue real, fueron reales las balas, los ataques, las torturas, las pérdidas materiales y humanas, tanto para empresarios como para trabajadores, las desapariciones, el encono, las personas propias y enemigas.
Ahora sólo será necesario como resultado del rescate de esta historia hacer una recapitulación de las historias individuales, corregir camino y reestructurar con la voluntad de las partes involucradas.
¿Quiénes éramos estas personas más allá de los reportes policíacos? ¿Qué vimos en este nuestro entorno social para involucrarnos en una lucha que a algunos los llevó a la muerte o nos puso al borde de ella a nosotros mismos, a nuestras familias y a nuestros contrincantes? ¿Cómo vieron nuestros padres, nuestras esposas, nuestros hijos, la travesía de sus familiares? Esta lucha nos proporcionó la alegría de no tener nada y tenerlo todo, como los recodos calurosos de los amigos y sobre todo compañeros y hermanos.
Uno de los objetivos primordiales en el desarrollo de estos acontecimientos es recuperar el carácter humano de aquellos miembros que participamos y que nos vimos envueltos en este entrampe histórico que en buena medida aún permanece anudado ante los ojos de los demás, hacer una auto reflexión, la recuperación y el aquilatamiento de las experiencias vividas, tenemos que desenterrarlo y hacerlo sujeto de análisis. El esfuerzo por sacar a la superficie todas estas historias es el de impedir que los aires del olvido pulvericen hechos históricos pagados con un alto grado de sufrimiento. La memoria no descansa, exige justicia, no venganza, ya que ésta pertenece a una etapa primitiva de la historia. Tenemos que emerger y dar un paseo por los planos que aún no han sido vistos ni comprendidos del todo, para que no se vuelva a repetir esta aberración gubernamental.
Cuando se cancelan todas las opciones para quienes tienen un proyecto de transformación social y de justicia, para los grupos desamparados del país como el que nosotros tuvimos, entonces el futuro es violento.
Nadie se propone ser violento. Uno vive tiempos violentos y se hace responsable de eso, y decidimos responder a la violencia reaccionaria con la violencia revolucionaria. Pero no fuimos nosotros los que impusimos la violencia en este país.
Haciendo un análisis retrospectivo del recuento de la historia ¿Cuál fue el resultado del sacrificio de vidas de toda una generación que fuimos cruelmente perseguidos, torturados, mutilados, asesinados y desaparecidos por aspirar a esos sueños bolivarianos? Esos aciagos años que nos dejaron improntas indelebles y que marcó nuestras vidas nos hace recapacitar de que no podemos ni debemos olvidar ni caer en la desesperación, tenemos que seguir bregando por rescatar de las garras del Estado-Gobierno a nuestros desaparecidos, acortar la brecha de las desigualdades, proteger a nuestros ancianos y niños que duermen en las calles, abrir las aulas para que nuestros jóvenes no sean carne inerme, la protección de nuestras raíces étnicas, terminar con la explotación leonina de nuestros trabajadores. Todas estas formas de agresión es un genocidio atrincherado en su forma globalizadora de gobernar en donde justifican la marginación en la división de clases, considerándose ellos clase superior y el derecho de eliminar hasta físicamente a los marginados (pienso que por su mente pasa la aplicación de la eugenesia).
El Estado sigue teniendo hasta ahora el dominio político e ideológico sobre la sociedad marginada que no a podido participar de los beneficios económicos, esta es la democracia, que con su patología social darwinista, le da derecho al ciudadano para que los ilegitimicen con su voto cada seis años después del cual lo vuelve a ser súbdito, todas las ciencias avanzan, sólo la ciencia social no.
Los partidos políticos están viviendo el proceso de descomposición, la democratización no la pueden dar los partidos políticos sin la sociedad civil, el poder político esta oligarquizado. Se han atribuido una soberanía que no les corresponden, pues sólo responden a cotos de poder personal y de fracciones.
El principio de democracia debe ser económica, no sólo de igualdad política y construir un sistema social con rostro humano con justicia distributiva, tenemos el problema de los híbridos de doble moral que hablan a nombre de la izquierda y cobran con la derecha, son sólo prestidigitadores veroborreicos, que cometen sus protervias sin escrúpulo alguno.
Los que tienen el poder piensan que lo que sirve a sus intereses es justo y lo que les perjudica es injusto (ese es su concepto de justicia), ¿Cual es su característica? A) La dureza de su corazón; B) la avaricia; y C) la ambición. Que el derecho no sea un instrumento de dominación.
No debemos creer en sus planes demagógicos de desarrollo, tenemos el compromiso histórico y social de descubrir lo oculto. Sus interpretaciones de desarrollo son empíricamente invalidadas, teóricamente inadecuadas, políticamente ineficaces y deforman la realidad. Para poder avanzar hay que despertar a la sociedad civil, hay que hacer uso público de la razón, recuperar la fuerza de la razón crítica. La participación debe sustituir al silencio y que esta participación tome el lugar de la imposición de la voluntad privada del gobernante.
Nunca la derrama económica vendrá del gran rico a los marginados, todo se logra con la lucha, históricamente esta demostrado. Se preocupan más de ocultar la miseria, que de hacer que no haya.
Cuánta razón tenía el indio Seattle en su pensamiento plasmado en el documento denominado “Después de todo quizás seamos hermanos”, cuando tan acertadamente decía en el año de1855: “Estos buitres devorarán la tierra, la cultura, y la dignidad”. Pero para evitar el vaticinio del indio Seattle y reducir la brecha de las desigualdades sociales, debemos rescatar de las garras de ese capitalismo salvaje todos los derechos consagrados incluso en nuestra propia constitución. El pueblo sigue rumiando sus amarguras, padeciendo sus miserias y devorando sus humillaciones inacabables.
El mal es gravísimo y el remedio es arriesgado ¿Es imprudencia levantar la voz y advertir el peligro? Ésta podrá ser la prudencia de los débiles, mi corazón la desconoce.
El pensamiento libre cuesta muy caro y en algunas personas, como mis hermanos y compañeros no tuvo precio, porque su precio fue la vida misma.
Se habla de apertura política, este logro nos lo acreditan con el aporte de nuestro sacrificio, el Estado-Gobierno no te regala nada, lo tienes que tomar, no hay que ir por soluciones o liberaciones a medias, por reformismos paliativos del mero paternalismo, porque la miseria es la más sangrienta de las formas de esclavitud. No se pretende hacer ninguna reforma superficial, sino el cambio de estructuras esclavizadoras e inhumanas donde quiera que se encuentren.