Indice del Archivo |
Escrito: A inicios de 1998.
Digitalización: Julio Fernández Baraibar.
Fuente: Izquierda Nacional, periódico digital del Partido de la Izquierda Nacional de la Argentina, marzo de 1998.
Menem y sus accólitos sacaron como conclusión que los comicios del 26 de octubre habían convalidado, por la casi unanimidad que se obtiene sumando los votos del PJ y la Alianza, los lineamientos y pilares del Plan Económico. De acuerdo a esto, el plan FMI-Menem-Cavallo-Fernández fue plebiscitado por los argentinos.
Dijo el jefe de gabinete, el eminente Jorge Rodríguez: "El electorado votó por candidatos que explícitamente apoyaban la apertura de la economía y los temas que el presidente Menem ha venido implementando desde que asumió el gobierno".
El ojo (un ojo de vidrio) está puesto en el 99, pues si Menem timoneó el Plan en plena tormenta, ¿qué razones extralegislativas hay para desplazar a su partido del gobierno de la nave, cuando no se disputan bancas para hablar sino el sillón para gobernar? !Piolas los chicos!
En realidad, una cosa son las sinceras palabras de la cúpula de la Alianza, y otra la gente del cuarto oscuro, la que mira la elección desde abajo. ¿Votaron ellos por el modelo o contra el modelo? En rigor, votaron contra los efectos del modelo, es decir, contra el desempleo, el hambre, la dictadura laboral, la desocupación, la opulencia de los ladrones de guante blanco, la corrupción, la inseguridad y precarización de la vida social.
Pero un creciente y significativo sector establece al mismo tiempo un vínculo entre los efectos del modelo y el modelo mismo, aunque esto no se eleve hasta los cerebros de Chacho, Graciela, Terragno, Storani o Machinea.
Interrogados (agosto del 97) sobre qué actitud debería adoptar la Alianza frente a la política gubernamental, un 57,9 por ciento optó por confrontar en materia de política económica, contra un 24,3 que dijo adherir y un 12,6 que se declaró neutral. Pero aún predominó el confrontar frente a las privatizaciones (48,7 %) contra el 26,8 % que adhería. La reducción del tamaño del Estado cosechó 42,4 de confrontación contra el 28,54 de adhesión.
Es cierto que los porcentajes confrontativos son aún mayores cuando se pregunta por los efectos del modelo. Así, 77,1 contra 10,7 en política educativa; 77,4 contra 11,2 en política de salud; 66,5 contra 17,7 en flexibilización laboral; 53,8 contra 10,7 en reforma previsional.
Como puede verse, aún la población de la Capital Federal, supuestamente propensa por su composición social de clase media, a privilegiar la lucha contra la corrupción y los aspectos institucionales, tiende a cuestionar el modelo y no solo sus efectos, lo que no es percibido por una cúpula aliancista, más propensa a mirar hacia arriba que hacia la Argentina de abajo. Creemos que un elevado porcentaje de los votos por la Alianza son votos críticos y circunstanciales, al tanto de lo que la Alianza es. Más aún, no pocos de los dirigentes de segunda línea hacen su composición de lugar. Por ejemplo, Essio Silveira, presidente de la Democracia Cristiana, tiro por elevación al afirmar: "No somos del palo de Clinton, sino del de San Martín y Bolívar." No está mal,
Pero el panorama no estaría completo si no aludiéramos a la otra oposición, la que, tajantemente, se pronunció por la abstención o el voto en blanco, hasta cubrir el 25 % del padrón, diez puntos más que en los comicios de 1983.
La evolución de votos en blanco y abstenciones experimenta un salto significativo entre los comicios del 89 y del 97. Las abstenciones promedian 2.986.000 casos en los cuatro comicios que corren entre 1983 y 1989. Para saltar a 4.570.000 en el tramo 91 - 97, un incremento del 57 %. Si comparamos los cómputos del 89 y del 97, el salto es del 76 %.
Más notable aún es el incremento de los votos en blanco, que promedian 293.000 en el tramo 83 - 89 y 784.000 entre el 91 y el 97, !un salto del 167 %! Con 840.000 sufragios, los votos en blanco son el tercer partido del país.
Si en 1995, con los mismos problemas que el modelo acarrea, no obstante Menem y afines pudieron acreditarse más del 50 % de los votos, ello se debió a que aún funcionaba el fantasma de la hiperinflación. Fueron votos del miedo que no promovieron (como en su momento señalamos) ningún entusiasmo, ninguna celebración. El argumento oficial (ahora repetido, pero sin eficacia) era doble: (1) Prometimos estabilidad y la logramos. Somos creíbles. Ahora prometemos desarrollo y bienestar y lo lograremos. (2) Si la oposición triunfa, volvemos al caos hiperinflacionario.
El argumento, ya desgastado, se estrelló en octubre contra la ascendente Alianza, lo que sin duda celebramos. Pero no es menos cierto que a esta altura, un vasto sector del pueblo argentino ha quedado sin representación política real, Todos los actores de la protesta social que viene conmoviendo al país están incluidos y abarcan a la clase trabajadora, los excluidos, la clase media pobre, las nuevas generaciones, y así sucesivamente.
Para estos sectores en crecimiento constante, es cada vez más claro que el famoso Plan Económico y su engañosa estabilidad no constituyen el prólogo de un futuro crecimiento y mejora de las condiciones de vida sino la muralla que cierra a cal y canto ese camino. Sin derribarla no hay futuro, no hay salida. Pero esto supone otro modelo, otro gobierno, la constitución de un nuevo bloque de poder que no sólo enfrente al menemismo sino a sus variantes prolijas (Duhalde, Alianza, etc.), todas las que aceptan las premisas del actual sistema promoviéndose como alternancia, no como alternativa.
Los resultados electorales actualizan, pues, un dilema que no admite escapatoria, y sobre el cual hemos venido insistiendo persistentemente. La ecuación central se sintetiza en dos términos: por un lado, el repudio creciente al menemismo; por el otro, el conflicto en desarrollo entre la cúpula de la Alianza ya el grueso de su base electoral. Cada vez más, la protesta social encarnada por las mayorías oprimidas se aleja de la oposición parlamentaria cómplice y necesita forjar su propia expresión política para no ser manipulada contra sus propios intereses.
El papel aglutinante de la clase trabajadora en la conformación de un vasto bloque de poder, está fuera de discusión, y desafía a todos los protagonistas, desde el sindicalismo combativo hasta los niveles de base, donde la resistencia ya alcanza grados de ebullición.
Si es cierto que el modelo no cambia mientras no cambie el poder, la lucha social debe elevarse al plano político, que es el que cuestiona el gobierno mismo del Estado.