Redactado: Por Enrique Rivera en 1953 usando como seudónimo
"Juan Ramón Peñaloza".
Publicado por vez primera: En Buenos Aires, por Editorial Indoamérica, 1953.
Fuente
de la versión digital: Pablo Rivera, hijo del autor.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marxists.org, agosto de
2018; edición revisada y corregida por Pablo Rivera.
También disponible en formato: PDF - trotsky-ante-la-revolucion-nacional-latinoamericana.pdf.
PROLOGOpor Pablo RiveraEl libro que tiene ante sí el lector, fue escrito y editado por primera vez en 1953[*], a trece años de la muerte del gran revolucionario ruso, León Trotsky, cobardemente asesinado en su casa de Coyoacán por un sicario de la GPU bajo las órdenes de Stalin. ¿Qué importancia tienen hoy, tanto este libro como el pensamiento del gran revolucionario ruso a 77 años de su muerte? La actualidad de las ideas no depende solamente de la época en que fueron escritas sino más bien y sobre todo de su relación objetiva con la realidad actual. Newton por ejemplo, murió en 1727, pero no podríamos decir que sus tratados de física no son de interés ni de aplicación actuales. Mucho más cerca de nosotros en el tiempo, están León Trotsky, Lenin, y la revolución rusa. Pero la actualidad de este libro Trotsky ante la revolución nacional latinoamericana reside en el trágico hecho de que la cuestión nacional latinoamericana queda aún sin resolver. La mayoría de los países latinoamericanos son semicolonias gobernadas por sirvientes de las oligarquías y del imperialismo y los pueblos latinoamericanos y los demás pueblos de los países periféricos no sólo sufren de opresión económica sino también de opresión nacional. ¿Por qué es esto así? En la época de la decadencia imperialista las burguesías nacionales (llamamos burguesía nacional a la burguesía industrial con intereses nacionales a diferencia de las burguesías compradore que tienen intereses complementarios con las metrópolis imperialistas) de los países oprimidos llegan demasiado tarde al escenario de la historia, su hora ya pasó, y aunque en muchos casos comienzan las revoluciones nacionales, son demasiado débiles para llevarlas a término, las acompañan por un tiempo nada más. Corresponde entonces al proletariado acaudillar a los frentes nacionales porque la lucha por la liberación nacional forma parte de la lucha por el socialismo. Es así, en síntesis, la teoría de la revolución permanente de León Trotsky que hoy conserva completa vigencia. El marxismo dista de ser un dogma y las consignas de Lenin y de Trotsky nacían de un riguroso análisis dialectico de la realidad. Es así que la táctica de Lenin en 1905 difiere de la de 1917, año en que Rusia estaba ensangrentada por la guerra inter-imperialista. El lector encontrará en el libro no solamente una biografía de Trotsky sino también un excelente relato de grandes acontecimientos históricos, una muy clara exposición de las ideas marxistas de Lenin y Trotsky entorno a la cuestión nacional acompañada por numerosos y valiosos ejemplos de la época en que sus líneas fueron escritas. ____________________________ [*] Es necesario decirle al lector que en 1953 gobernaba la Argentina el gobierno antiimperialista de Perón y que hacía apenas un año había tenido lugar en Bolivia la revolución antiimperialista que llevó al MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) al poder. — Ed.
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Nota sobre el autor:Enrique Rivera (Buenos Aires 20 de mayo de 1922 - Montreal 16 de octubre de 1995) contribuyó de manera relevante a forjar las bases teóricas y políticas de la Izquierda Nacional argentina. Fue autor de innumerables artículos periodísticos y, entre otros libros, de José Hernández y la Guerra del Paraguay, Peronismo y Frondizismo, y de León Trotsky ante la Revolución Nacional Latinoamericana. Discípulo y camarada de Aurelio Narvaja y de todo un núcleo de militantes obreros e intelectuales, formó parte del equipo político que editaba Frente Obrero en los calientes días de 1945 y 46, junto a Aurelio Narvaja, Carlos Etkin, Alfredo Terzaga, Carlos Díaz, Ernesto Ceballos y Hugo Silvester, entre otros, publicación desde la cual se apoyaban desde una plataforma independiente y revolucionaria, las grandes realizaciones del peronismo en el poder.
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ADVERTENCIAa la edición de 1953El libro que tiene ante sí el lector, además de ser la primer biografía completa de León Trotsky que aparece en castellano, constituye una exposición y un análisis profundo de su actividad teórica y política en sus aspectos que, si menos divulgados, no son menos primordiales. La figura de Trotsky ha sido persistentemente restringida al marco de la Revolución rusa; mencionar su nombre equivale a designar al compañero de Lenin en la gigantesca lucha que abatió definitivamente el secular Imperio de los Zares, al historiador y teórico brillante de esa revolución. Pero es menester no olvidar; al contrario, es preciso recalcar, que León Trotsky es el sostenedor de la teoría de la “revolución permanente", contrapuesta al “socialismo en un solo país", de Stalin. Por esta teoría, se concibe a la Revolución rusa sólo como una etapa o como un aspecto de un único proceso revolucionario que comprende tanto a los países capitalistas avanzados como a aquéllos de desarrollo histórico rezagado (colonias y semicolonias). El sentido total de la lucha de Trotsky no se reduce, pues, a los aspectos parciales y específicos de la Revolución rusa; limitarla a estos últimos, transportándolos y aplicándolos como un esquema mecánico o como una receta infalible al resto de los países, ha sido la tarea a menudo interesada de enemigos y epígonos de toda laya, que consciente o inconscientemente tratan de oscurecer la concatenación de los fenómenos políticos del mundo moderno que siempre primó en Trotsky. ¿Quién conoce, por ejemplo, la actuación del organizador del Ejército Rojo en el proceso de la revolución latinoamericana? Prácticamente, nadie. Ni siquiera aquéllos que se proclaman sus discípulos, pues de conocerla no podrían llevar su desenfado al extremo de invocar su nombre no ya para tergiversar sus ideas sino para contradecir abiertamente sus posiciones políticas. La actividad política de Trotsky en Méjico, reflejada en numerosos artículos y libros, lejos de representar un suceso aislado de su existencia, es la culminación de toda una vida de lucha esforzada por desentrañar el sentido profundo del proceso revolucionario de los pueblos coloniales y semicoloniales. Todo esto resalta claramente en el notable estudio biográfico de Juan Ramón Peñaloza (Enrique Rivera) que, estamos seguros, será motivo de sorpresas y polémicas fecundas.
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León Trotsky nació el 26 de octubre de 1879, en una aldea del sur de Ucrania. Eran sus padres agricultores judíos, que habían conquistado un relativo bienestar a fuerza de duro trabajo y sacrificio: hasta 1881, el campesino judío hallábase equiparado al mujik, no sólo en derechos, sino también en pobreza.
Escaso influjo tuvo en la conciencia de Trotsky, durante toda su vida, su filiación judía, y las razones de ello debemos buscarlas, además de en su origen campesino, en el ambiente familiar. Los padres sólo hablaban el ruso ucraniano, al punto que en la escuela israelita donde el pequeño hizo sus primeras letras, no le fue posible trabar amistad con sus condiscípulos por no comprender el idisch; en lo tocante a religión, eran al principio de costumbres tibias “para guardar las apariencias", pero con el correr del tiempo abandonaron completamente las prácticas rituales. El ascenso del capitalismo en Ucrania, especialmente en la esfera de las relaciones agrarias, no sólo llevaba a la ruina a las viejas familias señoriales; disipaba también la cerrazón secular del ghetto. Cuando en 1888, fue Trotsky a vivir a Odesa, para cursar estudios secundarios, se alojó en casa de un pariente judío, Moisés Spenzer, mas éste era un intelectual de ideas liberales, teñidas de humanismo con cierto matiz tolstoiano, y se encontraba mentalmente alejado del judaísmo tradicional. En el Instituto donde Trotsky ingresó como estudiante, reinaba además una gran variedad de nacionalidades entre los alumnos, que excluía de suyo las pretensiones exclusivas que quisiera arrogarse cualquiera de ellas ante los ojos de aquel muchacho inteligente y, con mayor razón, el mesianismo, el mito de la “raza elegida" con que los israelitas separaban sus destinos del resto de la población. Años más tarde, León Trotsky habría de condenar como “una utopía reaccionaria el proyecto llamado de autonomía nacional-cultural con que se buscaba unir a los judíos en la extensión de toda Rusia alrededor de escuelas y otras instituciones", divorciándolos del movimiento revolucionario democrático del pueblo ruso, único que podía liberarlos, como en efecto lo hizo.
También encontramos en estos primeros años de la vida del futuro revolucionario, la base que, esclarecida y desarrollada luego la teoría marxista, le dotara de esa profunda y casi instintiva comprensión de aquellos dos problemas que constituyen el meollo de las revoluciones en los países históricamente retrasados: el agrario y el nacional. En la aldea paterna, ambos estaban inseparablemente fundidos; allí fue Trotsky sufriente testigo de la despiadada explotación del mujik ukraniano por los terratenientes gran-rusos, polacos, judíos y alemanes. En Odessa, pertenecían a estas mismas nacionalidades los comerciantes e industriales y a su alrededor agrupábanse los funcionarios, profesionales, periodistas, empleados y en parte también obreros, en su mayoría gran-rusos, confiriendo asi a la ciudad una clara fisonomía de centro de rusificación y colonización, hostil al pueblo y al idioma ukranianos; en la ciudad tuvo Trotsky que desembarazar su léxico de muchas palabras ukranianas: la sujeción nacional del país por el Estado gran-ruso determinaba que el ascenso a la cultura sólo pudiera hacerse en la lengua de los opresores, el ruso. Y en el Instituto hirieron hondamente la sensibilidad del joven estudiante las manifestaciones de chauvinismo gran-ruso de los profesores hacia los alumnos pertenecientes a nacionalidades oprimidas del Imperio y él las apunta como una de las causas principales de su descontento con el régimen existente.
En 1896 debió trasladarse Trotsky a la ciudad de Nikolaief, para concluir sus estudios. Allí, por mediación de otros jóvenes estudiantes, fue atraído violentamente por el gran imán de la época: las ideas socialistas, primeramente en la forma que éstas revestían en la mente de los viejos “populistas". La característica principal del socialismo populista consistía en su negación del carácter democrático-burgués de la Revolución rusa, o sea, de que su fuerza motriz fuese el ascenso del capitalismo. Exaltaban en primer término las diferencias de Rusia con los países de Occidente, en especial las formas colectivas de la comuna campesina y el “artel" y creían que, basándose en ellas, era posible para Rusia pasar directamente al socialismo, ahorrándose el purgatorio capitalista. No tardó Trotsky en comprender el utopismo de las ideas populistas, inclinándose cada vez más hacia el marxismo. En efecto, el desarrollo objetivo e inexorable del capitalismo en Rusia liquidaba aquellos restos de un remoto pasado en que se sustentaban las ilusiones populistas. Lejos de aferrarse a la comuna y al atraso, los campesinos aspiraban a expropiar a los grandes terratenientes feudales y convertirse en productores libres para el mercado capitalista; desde la reforma agraria de 1861, dividiéronse cada vez más en burguesía y proletariado rurales en lugar de mantener su unidad bajo la opresión feudal. La industrialización de las ciudades contribuía a acelerar este proceso: mujiks y artesanos rurales iban a ellas y se transformaban en obreros de la moderna producción capitalista.
En unión con otros estudiantes y obreros, Trotsky fundó en 1897 la “Liga obrera del Sur de Rusia", que realizó la propaganda de ideas socialistas entre los obreros de las fábricas de Nikolaief y otras ciudades, mediante folletos y volantes. Detenido con sus compañeros en 1898 por la policía zarista, debió pasar veinte meses en la prisión, antes de ser enviado a Siberia. Los aprovechó para asimilar concienzudamente la teoría marxista, que desde entonces se convirtió en la base de su concepción del mundo y de su acción política. En esta tarea lo ayudaron particularmente las obras del viejo marxista italiano Antonio Labriola.
En 1900 se casó en la cárcel con una joven militante de la “Liga obrera", Alejandra Sokolovskaya —que había sido condenada como el a cuatro años de deportación—, a fin de poder partir juntos a Siberia. En su destierro de Usti-Kut, una aldea, al borde del rio Lena, la joven pareja tuvo dos hijas, Zenaida, y Nina.
Las discusiones políticas eran muy vivas entre los numerosos deportados y Trotsky hubo de contender, no sólo con los viejos populistas, que constituían “la aristocracia del destierro" sino también con los intelectuales marxistas que comenzaban a plegarse al revisionismo de Bernstein. Estos, que veían en el ascenso del capitalismo grandes perspectivas de ventajas positivas, así como un porvenir político importante, habían utilizado el marxismo para combatir al populismo (que juzgaba el capitalismo como un fenómeno reaccionario), pero al volverse a su vez la teoría de Marx, en manos del joven proletariado ruso, contra el último, la consideraron como un obstáculo y se apresuraron a adoptar las ideas de Bernstein, quien predicaba la adaptación del proletariado al Estado burgués, la renuncia a la lucha de clases y la limitación del movimiento socialdemócrata a la caza de las reformas. Las raíces económico-sociales del revisionismo se encontraban en las superganancias que el imperialismo extraía de la explotación de las colonias y semicolonias; tomando algunas migajas de su festín colonial, las repartía entre la burocracia obrera y socialista de Occidente, engendrando así la ilusión del progreso indefinido y del socialismo “sin lucha de clases". No, verdaderamente, no había otro remedio, pensaba Trotsky, que compartir el refrán del viejo Labriola: “Las ideas no se caen del cielo". Nada tenía de extraño que la gran mayoría de los socialistas de la Europa occidental, encantados ante aquel rio ininterrumpido de prosperidad que afluia de las colonias, proclamaran con Bernstein: “el movimiento lo es todo, el objetivo final (esto es, el socialismo-J.R.P.) nada". A la vez, manifestaban un olímpico desprecio por el “derecho de autodeterminación nacional" que los revolucionarios rusos se obstinaban en mantener en su programa, no fuera que se lo tomaran en serio las naciones oprimidas por su propio imperialismo. Y así, en lugar de ayudarlas material y moralmente a liberarse de este último, optaron por transformarse en imperialistas ellos mismos. A tal extremo llegó esta deformación unilateral del marxismo, que incluso aquella gran figura revolucionaria que fue Rosa Luxemburgo, opinaba que la lucha nacional era utópica e innecesaria en la época de la revolución socialista. Los revolucionarios rusos sostenían en cambio, con Lenin a la cabeza, que sin una serie de revoluciones nacionales en el Oriente asiático no podía pensarse en el triunfo socialista en Europa.
Fue precisamente en la polémica contra los representantes rusos de esa corriente social-imperialista, que Trotsky se transformó, como tantos de su generación, en revolucionario proletario. Se había iniciado ya el nuevo siglo y el “volante de la historia rusa comenzaba a girar cada vez más rápido". Juntamente con el proletariado, crecía el movimiento socialdemócrata; era imperioso unir en un solo partido los grupos dispersos localmente. En el verano de 1902, Trotsky recibió el libro de Lenin ¿Qué hacer?, que estaba consagrado enteramente a los medios de resolver ese problema. El campo de trabajo se ampliaba. Había que huir de Siberia. Pesaba en el ánimo de Trotsky el problema de su mujer y sus hijas. “La vida en Siberia era dura —relata en Mi Vida—. Mi fuga habría de hacérsele doblemente difícil a Alejandra Lvovna. Ella fue quien decidió que tenía que ser. Los deberes revolucionarios pesaban más en su espíritu que toda otra consideración, principalmente si ésta era de orden personal".
Habiendo logrado escapar de su destierro, Trotsky se dirigió a la ciudad de Samara, donde se incorporó a la organización socialdemócrata local de la Iskra (La Chispa), que tomaba su nombre del periódico que los directores del grupo (Lenin, Plejanov, Martov, etc.) editaban en Londres. El designio de los “iskrovitas", como se les llamaba, era constituir un partido revolucionario centralizado en todo el pais y luchaban por conquistar los grupos socialdemócratas de cada localidad para esa idea, procurando crear las condiciones que permitieran celebrar un congreso en que se constituyera definitivamente el Partido. El principal obstáculo con que chocaban los iskrovitas estaba representado por la tendencia denominada “economismo", que apoyándose en la fragmentación por localidades del movimiento socialdemócrata y en el provincialismo que engendraba, prescindían de la lucha política contra el zarismo y el feudalismo por objetivos de la revolución democrática, y pretendían limitar aquél a las reivindicaciones puramente económicas del proletariado. La burguesía liberal no dejaba de aplaudir la tendencia economista. La lucha política para nosotros, decían los liberales; la lucha económica para los obreros. En la organización iskrovita de Samara, Trotsky se consagró a luchar contra el “economismo" y su desconocimiento de la necesidad de que el partido socialdemócrata tratase de encabezar el movimiento revolucionario democrático del pueblo ruso contra el absolutismo. A instancias de Lenin, que mantenía asidua correspondencia con el grupo de Samara, Trotsky emprendió la ruta de la emigración y en el otoño de 1902 llegó a Londres. Sus grandes dotes intelectuales, su capacidad como escritor y orador, su devoción por la causa que sostenia la Iskra, le conquistaron bien pronto un lugar destacado entre los revolucionarios rusos exilados, determinando que se lo eligiese, a propuesta de Lenin, para formar parte del comité de redacción del periódico la Iskra. En una de sus giras de conferencias realizadas por encargo de este, conoció en Paris a la que sería compañera de su existencia, Natalia J. Sedova.
Ya en el seno del Comité redactor de la Iskra perfilábanse las dos tendencias en que se dividiría el movimiento socialdemócrata ruso. En julio de 1903 se reunió por fin el 2º Congreso del Partido; en el cual Trotsky participó como delegado de la “Liga Siberiana". Este Congreso presenció la escisión del partido socialdemócrata, en el momento mismo en que iba a constituirse definitivamente, en las dos tendencias, bolchevismo y menchevismo, que superando, la razón accidental de estas denominaciones (bolchevismo: mayoría; menchevismo: minoría), pasarían a la historia como representativas de dos estrategias opuestas del movimiento obrero en el proceso revolucionario de los pueblos históricamente retrasados en la época del imperialismo. Aunque el motivo inmediato de la escisión fue la cuestión organizativa, sus causas eran, pues, mucho más profundas y habrían de salir a plena luz en 1905, año de la primera revolución rusa.
Dos concepciones primordiales se formularon entonces y ambas partían de la indiscutible premisa del carácter democrático-burgués de la revolución. Pero los Mencheviques inferían de ella que sólo la burguesía liberal podía dirigir políticamente la revolución y que la clase obrera debía, en consecuencia, limitarse a apoyarla independientemente, tratando de organizarse como partido de oposición al modo de la socialdemocracia de los países adelantados de la Europa occidental, en espera de que el ulterior desarrollo del capitalismo creara las condiciones para la revolución socialista. El partido obrero, decían los mencheviques, no debe participar en el gobierno provisional revolucionario que se forme como resultado de la insurrección victoriosa contra el zarismo (gobierno que tendría ante si la misión de asegurar la realización de los grandes objetivos de la revolución democrática), porque de hacerlo, además de consagrar el orden de cosas burgués, asumiría la responsabilidad por las vacilaciones, incongruencias y traiciones de los partidos burgueses; debía concretarse únicamente a hacer presión desde abajo. Los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, propugnaban en cambio por una activa intervención del partido socialdemócrata en el proceso de la revolución democrática (es decir, no subordinada a apoyar la iniciativa y movimientos políticos de la burguesía liberal; tendiendo, al contrario, a dirigir la lucha democrática) y la ocupación de todas las posiciones posibles en el gobierno provisional, para combatir implacablemente desde ellas los intentos contrarrevolucionarios, sostener los intereses independientes del proletariado y procurar que la revolución democrática alcanzara la mayor amplitud. Lenin condenaba la negativa menchevique a encarar la participación del partido socialdemócrata en el gobierno provisional revolucionario como una posición anarquista: “Oscilan —escribía— entre el anarquismo, que condena desde el punto de vista de los principios, por considerarla una traición al proletariado, toda participación en el gobierno provisional revolucionario, y el marxismo, que exige dicha participación a condición de que la socialdemocracia ejerza una influencia directiva en la insurrección". Los anarquistas (sector bakuninista del populismo), desconocían en efecto el carácter democrático-burgués de la Revolución rusa y predicaban en consecuencia la inmediata realización de la revolución socialista. Al rechazar la participación obrera en el gobierno provisional eran lógicos con su punto de vista; pero no así los Mencheviques, que consideraban la revolución como democrática. Por eso dice Lenin que oscilaban entre el anarquismo y el marxismo. Precisando aún más este concepto, añadía: “Adueñarse del Poder presupone, evidentemente, la participación; no sólo de la socialdemocracia y no sólo del proletariado. Esto se debe a que no es sólo el proletariado el que está interesado en la revolución democrática y el que participa activamente en la misma. Esto se debe a que la insurrección es popular, a que participan en ella asimismo “grupos no proletarios", es decir, también la burguesía".
Los mencheviques objetaban que la participación en el gobierno provisional “presuponía la unidad de voluntad y la unidad de voluntad entre el proletariado y la pequeña-burguesía es imposible". Contestaba Lenin: “Esta objeción es inconsistente, porque se halla fundada en la interpretación abstracta, “metafísica" de la noción “unidad de voluntad". Hay unidad de voluntad en un sentido y no unidad en el otro. La falta de unidad en las cuestiones del socialismo y de la lucha por el mismo no excluye la unidad de voluntad en las cuestiones del democratismo y en la lucha por la República. Olvidar esto significa olvidar la diferencia lógica e histórica entre la revolución democrática y la revolución socialista".
Los mencheviques acusaban al bolchevismo de ser “millerandista"[1], por apoyar la participación en el gobierno provisional. Lenin expresaba que no era posible confundir la participación de Millerand en el gobierno burgués imperialista con la participación del proletariado en el gobierno pequeño-burgués revolucionario; con su posición aparentemente “clasista" y pura, lo que los mencheviques hacían era, a su juicio, “velar en la conciencia de los obreros la idea de la revolución popular con la idea de la lucha de clases". Y frente a las afirmaciones mencheviques de que el partido obrero se corrompería y degeneraría con la participación en el gobierno provisional, Lenin sostenía que sólo la intervención activa del partido socialdemócrata a la cabeza de las masas obreras, campesinas y populares en general, en la lucha por el programa democrático, podía evitar ese peligro, porque sólo ella constituiría una firme garantía de que la revolución democrática no sería escamoteada, terminando en un compromiso entre la burguesía liberal y el feudalismo y de que, al contrario, se ahondaría tanto como las condiciones sociales lo permitieran. Ante la derrota de la revolución, declaraba, ninguna fórmula impedirá la dispersión y el fracaso del partido socialdemócrata, tal como en los hechos finalmente ocurrió. El 3er Congreso del Partido celebrado en mayo de 1905, condenó las posiciones mencheviques respecto del gobierno provisional como una desviación de los principios de la socialdemocracia revolucionaria.
De ambas concepciones estratégicas derivaban distintos principios organizativos. Si la función del partido socialdemócrata, tal como querían los mencheviques, se reducía a constituir una oposición de los partidos burgueses caudillos de la revolución, lo que correspondía era crear una amplia y democrática organización al estilo de los partidos hermanos de la 2a Internacional en el Occidente europeo. Si, como sostenían los bolcheviques, el partido socialdemócrata debía participar activamente en el proceso revolucionario, arrojándose al torrente de la lucha a fin de disputar a los partidos burgueses la dirección de las masas no proletarias, era necesario un partido férreamente centralizado, cuya fuerza derivara de la ligazón con la masa a la que interpretaba en sus aspiraciones últimas y no de las ficciones estatutarias y pseudo-democráticas, imitación servil de las constituciones políticas de las naciones burguesas que imperaba en los partidos de la Segunda Internacional y que no significaban otra cosa que el reflejo de su sometimiento intimo a la burguesía.
Casi todos los teóricos, bien y mal intencionados, pretenden identificar la táctica de Lenin en 1905 con la que empleó en 1917, pasando por alto las famosas “Tesis de Abril" con las que el genial revolucionario dio un viraje decisivo en la estrategia del partido proletario, no porque hubiese estado equivocado entonces, sino porque las condiciones habian cambiado, debido al estallido de la guerra imperialista y a la participación de Rusia en la misma. En sus Lecciones de Octubre, expresa Trotsky que “el derrotero de la Revolución rusa de 1917 (es decir, de febrero a octubre de 1917) no derivaba sólo de las relaciones de clase, sino también de las condiciones temporales creadas por la guerra". La burguesía rusa, incapaz de canalizar en un sentido democrático las energías del pueblo empobrecido y diezmado por la guerra, veía su única salvación en un acuerdo con el imperialismo occidental, que le imponía continuar la guerra y salvar, si no a la monarquía, por lo menos a los restos del feudalismo. Los sufrimientos del pueblo ruso habían llegado al paroxismo y no podía aceptar esta solución; si los bolcheviques no tomaban el poder, la monarquía hubiera hecho presa del inmenso Imperio de los zares, desintegrándolo tal como ocurrió con el imperio otomano. Pero estas condiciones no existían en 1905 y entonces Lenin formuló una estrategia y una táctica inconmoviblemente correctas, en cuanto fueron los fundamentos de granito de su predominio sobre las tendencias de la socialdemocracia rusa y le permitieron, en última instancia, pronunciar la palabra decisiva en 1917. Para mostrar cuán radicalmente distintas eran las condiciones en 1905 y 1917, basta recordar que los mencheviques, adversarios en la primera revolución de la participación en el gobierno provisional revolucionario, habrían de integrar en la segunda sucesivas coaliciones gubernamentales con los partidos burgueses, en tanto que Lenin basó su política en 1917 en el rechazo sistemático de esas coaliciones. Aquellos que pretenden adaptar la táctica leninista de 1917 a países en donde el proletariado y el pueblo en general están recién balbuceando las primeras letras del alfabeto de la lucha democrática, identificando estas condiciones con las de una Rusia destrozada por la guerra y a esas masas con los desesperados millones de campesinos y obreros rusos con uniformes de soldados que en 1917 abandonaban hambrientos y enfermos los frentes de batalla, son tontos o granujas, o ambas cosas a la vez.
Un ejemplo cercano de aplicación de la estrategia leninista de 1905 nos lo ofrece la revolución actualmente en curso en Bolivia. Como resultado de la denodada y cruenta insurrección obrera y popular de abril de 1952, se ha constituido en este país un gobierno revolucionario democrático que ha nacionalizado las minas de estaño, propiedad del imperialismo, e iniciado la revolución agraria, mediante la expropiación de los terratenientes y la entrega de la tierra en propiedad a los indios. La Central Obrera Boliviana (C.O.B.) participa en ese gobierno con dos ministros obreros. Con esta participación, la C.O.B. muestra a las grandes masas del país que la clase obrera está presente en la tarea de concretar los grandes objetivos de la revolución democrática antiimperialista que figuran en la orden del día del gobierno boliviano; que a través de sus ministros, vigila atentamente, desde el centro mismo del poder, la política y acción del partido pequeño-burgués, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (M.N.R.), a fin de combatir eficazmente a las fuerzas reaccionarias que dentro de éste e infiltradas así en el gobierno, procuran limitar la revolución y restarle alcance democrático; y que, en último término, mediante los recursos que la posesión de palancas gubernartivas proporciona, asegura y consolida posiciones a la única clase consecuentemente revolucionaria, el proletariado. Contra esta participación alzábase el Partido Obrero Revolucionario (P.O.R.), que a semejanza de los Mencheviques rusos, afirmó que “los ministros obreros en el gabinete burgués sólo sirven para confundir al proletariado" y exigía su salida del mismo. Proclama, además, que el proletariado minero debe tomar inmediatamente el poder para comenzar la revolución socialista.
Examinemos concretamente la cuestión, a la luz de la estrategia leninista. En un país como Bolivia, victima hasta hace poco de la expoliación imperialista y de una despiadada opresión feudal, ambas combinadas y reforzándose mutuamente para mantenerlo en un espantoso atraso, la sola instauración de un “orden burgués" que sustituyera a ese “orden" imperialista feudal constituiría de suyo un gigantesco progreso histórico. En Bolivia no hay casi industria, no existe una burguesía; el indio, que constituye la abrumadora mayoría de la población, está sujeto a una opresión de tipo feudal, ara la tierra con arado de madera y pervive incluso en comunidades semejantes a las de la época incaica. Este país está aún mucho más atrasado que la Rusia de 1905, en la cual había grandes fábricas, una burguesía claramente diferenciada del pueblo; y el capitalismo había penetrado en la economía agrícola, combinándose con los restos del feudalismo. Y si Lenin consideraba “absurdas las ideas semianarquistas sobre la realización inmediata del programa máximo, sobre la conquista del Poder para llevar a cabo la revolución socialista", tales son sus palabras, para la Rusia de 1905, ¿Qué podríamos decir entonces del P.O,R.? ¿Es que la tarea de los obreros bolivianos consiste en hacer una revolución socialista contra... la pequeña burguesía boliviana? La posición del P.O.R. es evidentemente una reedición empeorada de la del anarquismo ruso, que al menos tenía una burguesía monárquica delante.
Los “poristas" reclamaban la “puesta en vereda" (salida) de los ministros obreros del gobierno pequeño-burgués revolucionario. Hemos visto ya que Lenin, al contrario, exigía esa participación. Y esta posición del P.O.R. ni siquiera es una aplicación de la táctica leninista de 1917; en efecto, durante las jornadas de julio, en que las masas se movilizaron contra la coalición gubernamental de los mencheviques con los partidos burgueses, Lenin lanzó la consigna: “¡Abajo los ministros capitalistas!", pero en modo alguno se le ocurrió que debía ponerse en vereda a los ministros obreros, como hace el P.O.R.
Otro aspecto ofrece la cuestión. ¿No es posible, acaso, que los ministros obreros en el gobierno pequeño-burgués se corrompan y realicen una política de engaño con respecto al proletariado? En efecto, nadie puede desconocer esta posibilidad. Lenin consideraba que esta cuestión se resolvía simplemente con el “severo control" de los mismos por parte de los obreros, que pueden, en el momento preciso, exigir su retiro del gobierno o desautorizarlos públicamente como tránsfugas de su clase.
El P.O.R, pretende justificar su posición aludiendo a la teoría de la revolución permanente, de Trotsky, ya delineada antes de los acontecimientos de 1905. Ya veremos, en el lugar oportuno, que nada tiene que ver esta teoría con la estrategia menchevique condenada por Lenin. Baste por ahora decir que Trotsky fue presidente del Soviet de Petrogrado en 1905 y que “la dirección general de la política del Soviet —según nos dice— se desenvolvía por lo general sobre pautas bolcheviques". Trotsky sostenía, entonces y sostuvo después la consigna de la República democrática, al igual que los últimos y de ningún modo la toma del Poder para realizar la revolución socialista. La clase obrera boliviana, aunque desprovista por obra de los grandes factores reaccionarios que han pesado sobre el proletariado mundial en las últimas décadas, de un partido propio, ha sabido sin embargo, encontrar y aplicar, con admirable instinto de clase, la estrategia inconmovible que Lenin fijara en 1905, segura de que, para decirlo con palabras de este último, “no aplaza así la revolución socialista, sino que da el primer paso hacia la misma por el único procedimiento posible, por la única senda certera, a saber, la revolución democrática".
En el 2º Congreso, Trotsky no se unió a Lenin en el problema organizativo y permaneció en este aspecto junto a los mencheviques. Pero como no compartía su posición de abandonar a la burguesía liberal la dirección de la revolución so capa de que ésta era burguesa, su contacto con los mencheviques tuvo corta duración y todo el año de 1904 lo pasó combatiendo esa política; en el terreno organizativo, propiciaba la conciliación entre bolcheviques y mencheviques, creyendo que la revolución próxima allanaría todas las diferencias. Posteriormente, el mismo sometería a una crítica rigurosa su posición conciliadora, expresando: “La política de conciliación descansaba en la esperanza de que el curso mismo de los acontecimientos impondría la táctica necesaria. Pero aquel optimismo fatalista significaba en la práctica, no sólo repudiar la lucha fraccional, sino la idea misma de un partido, porque si “el curso de los acontecimientos" es capaz de dictar directamente a las masas la política justa, ¿para qué sirve ninguna unificación especial de la vanguardia proletaria, la elaboración de un programa, la elección de jefes, el ejercitarse en un espíritu de disciplina?" “Una sencilla conciliación de bandos —agrega— sólo es posible a base de una especie de línea “intermedia". Pero, ¿dónde está la garantía de que esa línea diagonal trazada artificialmente coincida con las necesidades del desarrollo objetivo? La tarea de los políticos científicos consiste en deducir un programa y una táctica del análisis de la lucha de clases, no del paralelogramo siempre cambiante de fuerzas tan secundarias y transitorias como son las fracciones políticas".
El 22 de enero de 1905, los obreros rusos que encabezados por el cura Gapón se habían congregado frente al Palacio de Invierno para peticionar al Zar mejoras en sus condiciones de vida, fueron masacrados por la guardia imperial. Aquella trágica jornada, que pasó a la historia con el nombre de “domingo sangriento’, señaló el comienzo de la primera Revolución rusa.
Trotsky, que se hallaba en Ginebra, se trasladó con su mujer ilegalmente a Petrogrado, donde tomó parte destacada en las primeras etapas de la Revolución. Obligado a refugiarse en Finlandia, durante uno de los altibajos de la lucha, se dedicó a esclarecer y exponer sus ideas sobre “las fuerzas interiores que latían en la sociedad rusa y las perspectivas de la revolución". Fue entonces cuando formuló su célebre “teoría de la revolución permanente", que con posterioridad habría de ser el blanco de los ataques “teóricos" de los epígonos stalinistas al iniciarse la reacción contra el impulso revolucionario de octubre de 1917. “Ante Rusia —escribió entonces— se abre la perspectiva de una revolución democrático-burguesa. Esta revolución tendrá por base el problema agrario. ¿Quién conquistará el Poder? La clase, el partido que sepa acaudillar a las masas campesinas contra el zarismo y los terratenientes. Ahora bien; esto no puede hacerlo el liberalismo, ni pueden hacerlo los demócratas intelectuales: su misión histórica está ya cumplida. Hoy, la escena revolucionaria pertenece al proletariado. La socialdemocracia es la única que, representada por sus obreros, puede ponerse al frente de los campesinos. Esta circunstancia brinda a la socialdemocracia rusa la posibilidad de anticiparse en la conquista del Poder a los partidos socialistas de los Estados occidentales. Su misión inmediata directa será consumar y llevar a término la revolución democrática. Pero, una vez en el Poder, el partido del proletariado no se podrá contentar con el programa de la democracia. Veráse forzado, quiera o no, a abrazar el camino del socialismo. ¿Hasta dónde? Esto dependerá del modo como se dispongan las fuerzas dentro del país y de la situación internacional. La más elemental estrategia exige, pues, que el partido socialdemócrata libre una guerra sin cuartel contra el liberalismo hasta adueñarse de la dirección del movimiento campesino, a la par que se propone como objetivo, ya en el momento de la revolución burguesa, la conquista del Poder Público". La diferencia entre esta teoría y las posiciones mencheviques salta a la vista. Confrontémosla ahora con la estrategia de Lenin.
Lenin y Trotsky descartaban en absoluto la posibilidad de que la burguesía liberal se encargara de dirigir la revolución democrática contra el zarismo; estimaban que los liberales rusos buscaban aprovechar el movimiento revolucionario popular para conseguir concesiones del zarismo (un parlamento, monarquía constitucional) y, apenas logradas, volverse en unión con él contra las masas. A la burguesía rusa no le convenía un desarrollo amplio, profundo, insurreccional de la revolución, pues éste debilitaba sus posiciones frente al proletariado urbano y las ventajas que extraía de la combinación de los métodos de explotación capitalistas con los métodos de la explotación feudal en el terreno agrario. Los campesinos rusos y la pequeña-burguesía de las ciudades, nucleada en el Partido Socialista Revolucionario, bregaban en cambio por la república y el régimen democrático consecuente. A la alianza del proletariado con estos elementos la denominaba Lenin “dictadura democrática del proletariado y los campesinos"; estas dos clases realizarían conjuntamente la revolución democrática y sus partidos constituirían el gobierno provisional revolucionario. En opinión de Lenin no cabía llevar a cabo medidas de tipo socialista en el marco objetivo de la Revolución rusa, sino ampliar y profundizar ésta, con vistas a desbrozar lo más posible el camino para la futura lucha socialista del proletariado, limpiándolo de los escombros feudales y de todo otro obstáculo reaccionario. Trotsky avanzaba un paso más allá. El estimaba que “el proletariado, por el solo hecho de ponerse frente a la revolución, conquistaría el derecho a empuñar la dirección del gobierno provisional revolucionario", esto es, que en la composición del mismo habría una mayoría socialista, con lo cual quedaba abierto el camino a la introducción de medidas socialistas y la revolución adquiría “un carácter permanente", ligándose con el movimiento socialista de los países adelantados en un mismo plano histórico. “Este tema —escribe Trotsky— dio lugar a que se manifestasen grandes divergencias de opinión entre los dirigentes del partido; en el modo de apreciarlo, nos separábamos también Krassin[2] y yo. Esto me movió a escribir una serie de tesis en que demostraba que el triunfo completo de la revolución sobre el zarismo tenía por necesidad que significar el advenimiento al Poder del proletariado, apoyado por las masas campesinas, o, cuando menos, la transición a ello. Krassin vacilaba ante una fórmula tan taxativa. Aceptaba, sin embargo, la consigna del Gobierno provisional revolucionario y no tenía tampoco inconveniente en admitir el programa trazado por mí para él, pero negábase a prejuzgar en lo referente a la mayoría socialista en el seno de ese Gobierno. Hube de adaptar mis tesis a este modo de ver y así impresas en San Petersburgo, Krassin tomó a su cargo el sostenerlas en el congreso conjunto del partido que había de celebrarse en el mes de mayo. Krassin intervino activamente en el debate que se abrió sobre el problema del Gobierno provisional y presentó mis tesis como otras tantas enmiendas a la proposición formulada por Lenin. “En cuanto a la proposición de Lenin —dijo Krasssin— entiendo que peca de un defecto y es que no subraya debidamente la cuestión del Gobierno provisional ni pone de manifiesto con la claridad suficiente la relación que media entre el Gobierno provisional y la sublevación. En realidad, es el pueblo en armas el que levanta el Gobierno provisional como órgano suyo... Entiendo, además, que la proposición mencionada se equívoca al decir que el Gobierno provisional revolucionario no debe implantarse hasta después que triunfe el levantamiento armado y sea derrotado el zarismo. No; ha de instaurarse precisamente en el curso de la sublevación e intervenir activamente en ella, cooperando al triunfo por medio de su auxilio organizador. Y opino que es candoroso pensar que el partido socialdemócrata puede abstenerse de entrar en el Gobierno provisional revolucionario hasta el momento en que hayamos aniquilado definitivamente la autocracia; si dejamos que otro saque las castañas del fuego, ¿cómo vamos a exigirle que reparta luego con nosotros? “Son, casi a la letra — comenta Trotsky— los pensamientos formulados en mis tesis. Lenin, que al exponer la cuestión, se había limitado casi exclusivamente a su aspecto teórico, acogió con la mayor simpatía las observaciones de Krassin. La proposición hubo de ser modificada a tono con las enmiendas de Krassin. ¡No estará de más advertir que esta proposición acerca del Gobierno provisional, votada en el tercer congreso del partido, ha sido invocada cientos de veces, en las polémicas de estos últimos años como argumento contra el “trotskysmo". Los “profesores rojos" del bando de Stalin no tenían ni la más remota idea de que me oponían como modelo de ortodoxia leninista las tesis que yo mismo había escrito".
En 1905, la cuestión del gobierno provisional estaba en el centro de los problemas tácticos de la socialdemocracia. Apreciamos ahora que Trotsky encaraba, al igual que Lenin, la participación del partido socialdemócrata en ese gobierno; más, proponía entrar en él aún antes de que se hubiese aniquilado definitivamente a la autocracia. Su diferencia con Lenin radicaba en su opinión de que habría una “mayoría socialista" en ese gobierno, con las consecuencias que de que tal hecho derivarían (adopción de medidas socialistas). Vemos, asimismo, que la teoría de la revolución permanente es completamente ajena a las posiciones sustentadas por el P.O.R. boliviano, que antes comentamos. Mientras Trotsky estimaba que el proletariado ruso sería llevado al Poder por la potente oleada de la revolución democrática, sus epígonos “poristas", en un país mucho más atrasado que la Rusia de 1905, desconocen el carácter democrático de su revolución al sostener que “las masas explotadas se mueven objetivamente por un programa socialista" y afirman, sobre esa base, que el proletariado boliviano, quemando etapas (!), debe realizar la revolución socialista. Esta posición es idéntica a la de los anarquistas rusos, pero nada tiene que ver con Trotsky ni con sus ideas. Y mientras él sostiene y acentúa la necesidad de la participación socialdemócrata en el gobierno revolucionarlo, ellos rechazaron esa participación y exigieron la “puesta en vereda" de los ministros obreros.
En octubre, el proletariado ruso se lanzó a una huelga general como jamás se había presenciado otra hasta entonces en el mundo, tanto por su magnitud como por su carácter francamente político. Trotsky abandonó su refugio de Finlandia y se dirigió a Petrogrado. Sobre la oleada de esa huelga, surgieron los Soviets (consejos de obreros), que alzando su voz por encima de los liberales, plantearon directamente las reivindicaciones de la clase obrera al zarismo. La burguesía sintióse entonces defraudada y asustada, pues en vez de acatar respetuosamente la dirección de los partidos burgueses, las grandes masas populares se dirigían a los Soviets obreros, considerándolos como su representación natural y confiando a ellos la hegemonía del movimiento revolucionario. ¡Cuán lejos se estaba de la doctrina economista, que dejaba la lucha política para los liberales solamente! ¡Cuán lejos del menchevismo, que insinuaba melifluamente al gigante proletario que no se moviera, para no estorbar las negociaciones constitucionales de la burguesía con el absolutismo! A su vez, los campesinos levantábanse en toda la extensión del país, al grito de ¡tierra!, y expropiaban e incendiaban residencias señoriales. El zar hubo de hincar las rodillas y conceder el 30 de octubre, por un Manifiesto dirigido a la nación, libertades democráticas bajo un régimen constitucional. Trotsky, que había sido elegido presidente del Soviet de Pretrogrado, rasgó ante el pueblo reunido en torno a la tribuna del mismo, la hoja que contenía el manifiesto del zar, denunciándolo como una falsa promesa, que no se cumpliría en cuanto el pueblo bajase un poco la guardia. Es necesario, afirmó, continuar el movimiento y ampliarlo, hasta derribar la autocracia, constituir un gobierno provisional y proclamar la República democrática. Pero las masas de 1905 creían aún en las buenas intenciones de los poderosos; el ejército, integrado en su mayor parte por campesinos, se mantuvo indeciso; la burguesía liberal se divorció bruscamente de la causa popular y se pasó con armas y bagajes al campo de los opresores tradicionales. Todo esto permitió al zar reagrupar sus fuerzas y derrotar la revolución. En diciembre, tropas zaristas cercaron el edificio en que sesionaba el Soviet de Petrogrado y arrestaron a los diputados obreros. En octubre de 1906, éstos fueron objeto de un resonante proceso público, cuya nota culminante la constituyó el discurso de Trotsky, quien denunció la política criminal del zarismo hacia el pueblo.
Como la mayor parte de los procesados, Trotsky fue condenado a la pérdida de los derechos civiles y a la deportación perpetua; la situación, aún no totalmente calma, impedía al zarismo aplicar la pena capital. En la ruta a su lugar de destierro, ubicado más allá del círculo polar, Trotsky logró fugar casi milagrosamente, dirigiéndose luego con su mujer y su hijo León, nacido mientras su padre estaba en prisión, a Finlandia, en donde hallábase refugiado Lenin. Con su ayuda, pudo llegar a Londres, ciudad en que se celebró el 5º Congreso del partido socialdemócrata ruso. En este Congreso, cupo a Trotsky una destacada actuación; él fue el autor del discurso programático, que había de ser impreso muchas veces como modelo de la posición bolchevique ante los problemas de la revolución rusa. Allí tuvo ocasión de reanudar su contacto con la gran revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo. A esta mujer, que Trotsky califica como de “heroico espíritu y admirable inteligencia", pertenece, dicho sea de paso, el análisis genial del imperialismo que, bajo el título La acumulación del capital apareció en 1913. En esta obra, además de completar El Capital, de Marx, ilustra el proceso de penetración del capital financiero en los países históricamente retrasados y el papel del militarismo y la guerra en las metrópolis imperialistas, como medio de paliar la crisis definitiva del sistema mediante el hambre y la destrucción sistemática de la humanidad.
Luego del Congreso, Trotsky se radicó en Viena, ciudad donde en 1908 veria la luz su hijo menor, Sergio. Eligió esta ciudad como lugar de residencia, en vez de Ginebra o Paris, como hacian la mayor parte de los exilados revolucionarios, en razón de su gran interés por la vida politica de la socialdemocracia alemana, la que no podía seguir directamente en Berlín por “razones de policía".
Ya desde 1905, le preocupaba intensamente el espíritu conservador que había advertido en la socialdemocracia de Occidente, el que “aumentaba en proporción a las masas afiliadas..." Antes de radicarse en Viena, publicó un libro sobre el tema, en que manifestaba el temor de que el partido socialista alemán, llegado el momento critico, se convirtiese en una firma columna del orden burgués. Su contacto con los líderes más prominentes de la socialdemocracia austriaca y alemana, durante esta segunda emigración, le confirmaron plenamente en esta opinión. Y no fue ciertamente por azar que sus choques con ellos se produjesen en el terreno de la cuestión nacional.
“Mis relaciones con los jefes del partido –escribe en su autobiografia – se agriaron más cuando, en el año 1909, me manifesté públicamente contra el chauvinismo imperante en la socialdemocracia austro-alemana. En mis conversaciones con los socialistas de los Balcanes, principalmente con los serbios... estaba oyendo constantemente quejas de que los periódicos burgueses de Serbia citaban y divulgaban con malísima intención los ataques chauvinistas de la Arbeiter Zeitung (órgano de los socialistas austriacos) contra los serbios, como prueba de que la solidaridad internacional de los obreros era una leyenda mentirosa. Envié a la Neue Zeit (revista teórica del socialismo alemán, dirigida por Karl Kautsky) un articulo muy suave y cauteloso contra aquellos excesos del periódico socialdemócrata austriaco. Kaustky, después de muchas vacilaciones, se decidió a publicarlo. Al día siguiente, entre los jefes del partido, había una gran indignación contra mí. “¡Cómo se atreve!" Uno de ellos, Otto Bauer, le increpó públicamente por su artículo, expresándole que para “Austria-Hungría la política exterior no existía". Inimitable fórmula, que llevaba al corazón del problema. Escribe Trotsky: “el período final de la prosperidad capitalista anterior a la guerra (1909 – 1913) afirmó el nexo especialmente robusto que atraía a la capa superior del proletariado hacia el imperialismo. De los beneficios suplementarios que la burguesía arrancaba de las colonias y de los países atrasados, algunos gruesos bocados caían en el regazo de la aristocracia obrera y también en el de la burocracia obrera. Su chauvinismo venia así dictado por su directo interés egoísta en la política del capitalismo. Era natural pues que los líderes de esta aristocracia obrera desconociesen “la política exterior" de sus gobiernos imperialistas, esto es, la expoliación nacional de las colonias y semicolonias. No, ésta no existía para ellos.
En el congreso de la socialdemocracia alemana celebrado en Jena, en 1911, Trotsky debía tomar la palabra para “hablar acerca de las tropelías del régimen zarista en Finlandia". Llegó la noticia, en esos instantes, de que Stolypin, el primer ministro zarista, verdugo de los obreros rusos, había sido víctima de un atentado terrorista. El patriarca de la socialdemocracia germana, Bebel, pidió entonces a Trotsky que desistiera de intervenir en los debates, para no llamar la atención de la policía alemana. De este modo, el zar encontró un aliado inesperado en el socialismo alemán. Las palabras de Bebel implicaban, además, una velada amenaza. No se había disipado aún el recuerdo del socialista británico Quelch, que habiendo osado calificar a una conferencia diplomática, en el curso de un Congreso socialdemócrata realizado en 1902, de “reunión de bandidos", fue expulsado del país por la policía teutona, sin que la socialdemocracia dijese “esta boca es mía".
Los sindicatos checos (Checoslovaquia era entonces una de las nacionalidades oprimidas dentro del imperio austro-húngaro) se habían rebelado contra la dirección socialdemócrata austrogermana, aludiendo precisamente al chauvinismo disfrazado de esta. Aun cuando los líderes de los sindicatos checos (Nemec, Sukup, Smeral) incurrían a su vez en una “desviación nacionalista", Trotsky asumió su defensa. “Los austro-marxistas —escribe— salieron al encuentro de los disidentes con una argumentación en que se manejaba muy hábilmente la tesis internacionalista. Yo, naturalmente, no podía estar, ni mucho menos, al lado de gente como Nemec, Sukup y Smeral, de una cerrazón nacionalista tan mezquina, a pesar de que el último hacia esfuerzos indecibles por convencerme de la razón que les asistía. Pero, por otra parte, conocía demasiado bien la vida intima del movimiento socialista austriaco para echar toda la culpa, ni aún siquiera su parte principal, sobre los hombros de los checos. Había indicios más que suficientes para creer que el partido checoslovaco, en lo que tocaba a la masa, era más radical que el germano-austriaco, y que los patrioteros del corte de Nemec no hacían más que explotar hábilmente este legitimo estado de descontento de las masas obreras de su pais con la tendencia oportunista de los dirigentes de Viena".
Austria-Hungria, al igual que Rusia, habíanse estructurado, no como Estados nacionales, sino como Estados de nacionalidades: Ello se debió a su desarrollo histórico rezagado y a las exigencias de la lucha defensiva contra las invasiones asiáticas que forzaron la centralización política y militar antes de que se hiciera presente en la escena el capitalismo, el cual en todas partes se caracteriza por tender ineludiblemente a la constitución de Estados nacionales, pues estos proporcionan “el terreno más cómodo, más ventajoso y normal para las relaciones capitalistas". Y de este modo, mientras la revolución democrático-burguesa en la Europa occidental había engendrado en el pasado poderosas tendencias centrípetas, obligando a superar el particularismo feudal, como en Francia, o la fragmentación nacional como en Alemania e Italia, al reiniciarse en el siglo XX en el Oriente europeo, conducía a la desmembración de aquellos Estados que fueran justificadamente calificados como “cárceles de naciones" y a su reemplazo por nuevos y numerosos Estados nacionales. La socialdemocracia austriaca se resistía tenazmente, por su oportunismo hacia la monarquia y hacia el imperialismo en que ésta se enraizaba, a aceptar la desmembración. Y hacia frente a los movimientos nacionales de los pueblos oprimidos dentro de las fronteras del Imperio, a los que no podia menos de apoyar la clase obrera, esgrimiendo indebidamente la tesis de Marx de que “los proletarios no tienen patria". Por supuesto, se guardaban celosamente de recordar que Marx, en su tiempo, habia bregado por la independencia de Irlanda. Con este “hábil manejo de la tesis internacionalista" defendían la posición privilegiada y dominante de la nacionalidad austriaca. Trotsky comenta asi esta argumentación: “El esfuerzo de la Nación dominante por mantener el statu quo está frecuentemente coloreado de un supra-nacionalismo, del mismo modo que el esfuerzo de un país vencedor por conservar lo que ha pillado toma la forma del pacifismo. Es asi que MacDonald[3] se siente internacionalista delante de Gandhi".
Yendo de Viena a Copenhague, para asistir al congreso socialdemócrata que debia celebrarse en esta última ciudad, Trotsky se encontró casualmente con Lenin en una estación ferroviaria y conversaron sobre el conflicto entre los sindicatos checos y la socialdemocracia vienesa. Para Trotsky “la culpa principal de la escisión de los sindicatos checos la tenian los dirigentes vieneses, que concitaban públicamente a los obreros de todos los paises, entre ellos los de Bohemia, a la lucha, y acababan siempre pactando entre bastidores con la monarquía". Lenin coincidió plenamente con estas apreciaciones.
Para Lenin, “el centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tenia que estar necesariamente en la propaganda y en la defensa de la libertad de separación a favor de los países oprimidos. Sin esto, no había internacionalismo". “Tenemos el derecho y el deber —añadía— de despreciar y calificar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no despliegue una propaganda de este tipo. Es ésta una exigencia incondicional..." Y refiriéndose al argumento internacionalista de que era preciso educar a los obreros en la “indiferencia" hacia las diferencias nacionales, expresaba: “Esto es indiscutible. Pero tal indiferencia no ha de ser la de los anexionistas. Para ser un socialdemócrata internacionalista, es necesario pensar no solo en la propia nación, sino poner por encima de ella los intereses de todas las naciones, la libertad y la igualdad de derechos de todas. Teóricamente, todos están de acuerdo con estos principios, recalcaba Lenin, pero en la práctica revelan, precisamente, una indiferencia anexionista. Ahí está la raíz del mal". La socialdemocracia austríaca, sin embargo, no podía dejar de ocuparse de la cuestión nacional, que era la esencia del Imperio Austro-húngaro. Y así creó una teoría de “autonomía nacional-cultural" que venía a reducir el derecho de las nacionalidades oprimidas a separarse de aquél y constituir su propio Estado, al de tener su teatro, su escuela y su iglesia dentro del Imperio. Para ello, hicieron de la “nacionalidad" algo independiente del territorio, de la economía y de la clase, una especie de fantasma flotante que denominaban “carácter nacional". Pero de este modo renegaban simplemente de los principios materialistas del marxismo. Más seria parecía, por este motivo, la objeción que hacia Rosa Luxemburgo a los bolcheviques, quienes, al contrario de la socialdemocracia austriaca, se obstinaban en mantener en su programa el famoso párrafo 9º por el cual sostenían el derecho de las naciones oprimidas dentro del Imperio zarista a desglosarse del mismo y constituir su Estado propio. Rosa Luxemburgo afirmaba que en la época del imperialismo y de la revolución socialista, la cuestión nacional —típica de la era de la revolución democrático burguesa— carecía de contenido. Dice Trotsky, comentando la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo al respecto: “El problema nacional era particularmente agudo en Polonia y estaba agravado por el destino histórico de ese pais. El llamado P.S.P. (Partido Socialista Polaco), encabezado por José Pilsudsky, propugnaba con ardor la independencia de Polonia; el “socialismo" del P.S.P. no era más que un vago apéndice de su nacionalismo militante.
“En cambio, la socialdemocracia polaca, que acaudillaba Rosa Luxemburgo, contraponía a la consigna de la independencia polaca, la petición de autonomía para la región polaca como parte integrante de la Rusia democrática. Luxemburgo partía de la consideración de que en la época del imperialismo era imposible separar económicamente Polonia de Rusia... e innecesario en la época del socialismo. El “derecho de autodeterminación" era para ella una hueca abstracción. La polémica sobre el particular se prolongó durante años. “Lenin insistía en que el imperialismo no reinaba de modo análogo o uniforme en todos los países, regiones o esferas de la vida; en que la herencia del pasado representaba una acumulación y una compenetración de varias épocas históricas; en que si bien el capitalismo de los monopolios se destaca sobre todas las cosas, no substituye a todo; en que, a pesar del dominio del imperialismo, los numerosos problemas nacionales, conservaban todo su vigor, y en que, contando con las coyunturas interna y mundial, Polonia podía hacerse independiente aún en la época del imperialismo. “Era criterio de Lenin que el derecho de autodeterminación representaba simplemente una aplicación de los principios de la democracia burguesa en la esfera de las relaciones nacionales. Una democracia real, integra y plena, era irrealizable bajo el capitalismo; en tal sentido, la independencia nacional de pueblos pequeños y débiles también resultaba “irrealizable". Sin embargo; aún bajo el imperialismo, la clase trabajadora no renunciaba a luchar por derechos democráticos, incluyendo entre ellos el derecho de toda nación a su existencia independiente. Además, en ciertas porciones de nuestro planeta era el propio imperialismo quien enarbolaba la consigna de autodeterminación nacional con extraordinario énfasis[4].
“Aunque la Europa del Oeste y del Centro se han arreglado de un modo u otro para resolver sus problemas nacionales en el curso del siglo XIX, en el Este de Europa, en Asia, África y Sudamérica, no había comenzado a desarrollarse la época de los movimientos nacionales hasta el siglo XX. Denegar el derecho de las naciones a la autodeterminación equivale, en efecto, a ofrecer ayuda y alivio a los imperialistas contra sus colonias y, en general, contra todas las nacionalidades oprimidas".
Durante los años 1912 y 1913 Trotsky colaboró en el periódico liberal Kievskaia Mysl (El Pensamiento de Kief), especialmente sobre los problemas balcánicos. En sus artículos, se enfrentó con la política del paneslavismo, que proyectaba los intereses imperialistas del zarismo bajo la ficción de la unidad de la “raza eslava". Mediante esta ficción, la autocracia zarista procuraba derivar, en su propio beneficio, las complejas luchas nacionales de los pueblos balcánicos, del mismo modo que, en un tiempo, el “imperialismo" yanqui se cobijó bajo la bandera del panamericanismo para defender ante las potencias europeas su “derecho" a explotar la América Latina balcanizada. Pero la participación en la vida política europea, con ser tan intensa e importante, no apartó a Trotsky de su tarea principal durante los diez años que duró su segunda emigración: estudiar la revolución de 1905 y allanar teóricamente el camino para la próxima. Así, en octubre de 1908, inició en Viena la publicación del periódico Pravda, que se introducía clandestinamente en Rusia, y mantuvo, contacto con varias organizaciones, entre ellas la de los marinos del Mar Negro. Esta labor tropezaba con grandes dificultades. Los años que sucedieron en Rusia a la primera revolución fueron años de reacción triunfante, caracterizados por el raleamiento y la desmoralización crecientes de las fuerzas revolucionarias. Los escritores rusos se entregaron al misticismo; la embriaguez, el juego y el desenfreno erótico hicieron presa entre la juventud; los atentados terroristas cundían por doquier. Pero sin duda el signo básico de este retroceso se apreciaba en el movimiento obrero; la estadística de huelgas, que en 1905 consignaba un total de 2.700.000 obreros fue bajando bruscamente, para llegar en 1910, año que marcó el apogeo del proceso reaccionario, a solo 50.000. En las filas socialdemócratas, apareció la corriente de los “liquidadores", los cuales se reclutaron principalmente entre los mencheviques. Estos propugnaban la disolución del partido revolucionario ilegal y su conversión a toda costa en una organización legal. Mas, para esto último era preciso, en las condiciones del régimen de Stolypin, traicionar la causa obrera; hasta al partido de la burguesía liberal se le había negado la inscripción. En el campo filosófico, surgió la tendencia de Bogdanov-Lunatcharsky, que propagaba la sustitución del materialismo histórico por un equívoco idealismo y por una especie de “ateísmo religioso". Lenin, que en 1905 había escrito su libro Dos tácticas en la revolución democrática, consagrado de lleno a los problemas de la lucha de masas, se vió obligado a contender con esa tendencia en todo un volumen filosófico: Materialismo y empiriocriticismo (1909). La crisis industrial de 1907-1910 acentuó aún más el descenso. “Bajo los golpes de los cierres patronales, del paro y la miseria, las fatigadas masas se desanimaron definitivamente. Tal fue la base material de las “proezas" de la reacción stolypiana", escribe Trotsky refiriéndose a este periodo, en que los revolucionarios debieron consagrarse sobre todo a defender las conquistas teóricas alcanzadas en la etapa precedente.
El auge industrial de fines de 1910 determinó la reanimación del movimiento obrero y ésta trajo consigo la del movimiento estudiantil. Se produjeron manifestaciones callejeras. La estadística de huelgas refleja una nueva etapa de ascenso revolucionario. En 1912, el número de huelguistas asciende a 750.000. Los obreros ya no peticionan al zar, como en 1905; proclaman, desde el primer momento, la consigna de la República democrática. El bolchevismo, que parecía “definitivamente acabado" durante los años de reacción, empieza a levantar cabeza y desplaza a los mencheviques y “liquidadores" de la dirección en las organizaciones obreras. Pero en agosto de 1914, estalla la guerra imperialista, que trunca bruscamente el proceso. El zarismo la aprovechó para eliminar las escasas formas democráticas que existían y detener a los militantes obreros. Entre los mencheviques y los liquidadores comenzó a elevarse el coro de los que predicaban “la defensa de la patria".
La primera guerra imperialista mundial presenció la traición y bancarrota de los partidos de la II Internacional. Aquel poderoso movimiento socialista de los países avanzados, que por su número y extensión de su influencia, parecía invencible, se desmoronó desde los primeros instantes. La abrumadora mayoría de los líderes de la socialdemocracia occidental proclamaron la “defensa de la patria imperialista" y la “unión sagrada" con su burguesía. Todos ellos cifraron su mayor orgullo en conducir a los obreros al matadero, arrojando por la borda sus declaraciones anti-bélicas de la víspera y aquel internacionalismo de que tanto alardeaban frente a los pueblos oprimidos, cuyo pellejo era precisamente el motivo de la disputa entre las grandes potencias beligerantes.
Aun cuando los acontecimientos confirmaban trágicamente sus aprensiones Trotsky no dejó de sentirse sacudido por la vileza que revelaba ahora a plena luz la socialdemocracia imperialista. Recordaba aquellas palabras del líder socialista austríaco Víctor Adler: “Séase lo que se quiera, a mí, personalmente, los pronósticos políticos basados en el apocalipsis me son más simpáticos que las profecías derivadas del materialismo histórico". Este amargo escepticismo, aparentemente personal, reflejaba en el fondo la tarea para la cual se habían preparado los líderes de la II Internacional durante los años de la prosperidad pre-bélica: guiar los pueblos al apocalipsis imperialista.
Trotsky debió abandonar Austria, y se dirigió a Zurich, donde se hallaban Lenin y la mayoria de los revolucionarios rusos emigrados. Todos estaban profundamente conmovidos por la traición de la socialdemocracia franco-germana. Se destacaba la actitud de Carlos Liebknecht, único socialista alemán que había osado, entre los ciento diez diputados que integraban el Reichstag, pronunciarse contra la guerra imperialista. Jaurès había sido asesinado en Francia. Los únicos internacionalistas que quedaban en el mundo podían contarse ahora con los dedos de la mano y su núcleo lo constituían los revolucionarios rusos. “La primera cuestión planteada por la catástrofe europea —escribe Trotsky— era la de si los socialistas podían hacerse cargo de la “defensa de la patria". No se trataba de si el socialista individual había de cumplir sus deberes de soldado. No podía hacer otra cosa. La deserción nunca fue una política revolucionaria. Lo que se trataba es de decidir si un partido socialista podía apoyar políticamente la guerra, esto es, votar los presupuestos militares, suspender su lucha contra el Gobierno, hacer agitación en pro de la defensa de la patria". Lenin contestaba: No, no debe hacerlo, no tiene derecho a hacerlo; no porque hubiese guerra, sino porque era una guerra reaccionaria, un degolladero sangriento provocado por los propietarios de esclavos para dividir el mundo.
“El imperialismo cubre sus propósitos de saqueo (incautación de colonias, mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia) bajo las ideas de “proteger la paz contra los agresores", “defender la patria", “defender la democracia" y otras parecidas. Estas ideas son falsas hasta la médula. “La cuestión de si fue uno u otro grupo quien golpeó o declaró la guerra el primero", escribía Lenin en marzo de 1915, “no tiene significación alguna cuando se trata de determinar la táctica de los socialistas". Las frases que giran en torno a “la defensa de la patria", “resistir a la invasión enemiga", “guerra de defensa" y otras parecidas, son una completa engañifa para los pueblos de ambos bandos.. ," En cuanto afecta al proletariado, la importancia histórica objetiva de la guerra es lo único que tiene sentido: ¿qué clase la está librando y con qué fines?, y no las argucias de la diplomacia, que sabe cómo pintar al enemigo en su papel de agresor.
“Igualmente espurias son las referencias de los imperialistas —continúa expresando Trotsky— a los intereses de la democracia y la cultura. Puesto que la guerra se sostiene por ambas partes, no para defender la patria, la democracia y la cultura, sino por el ansia de repartirse el mundo y sostener la esclavitud colonial, ningún socialista tiene derecho a preferir un campo imperialista a otro. De nada serviría conjeturar, “desde el punto de vista del proletariado, si la derrota de esta u otra nación sería un mal menor para el socialismo". Sacrificar en nombre de ese supuesto “mal menor" la independencia política del proletariado es traicionar el futuro de la humanidad".
Hemos visto que, para Trotsky y Lenin, el capitalismo monopolista, si bien se destaca sobre todas las cosas, no sustituye a todo; y así también, al lado de las guerras imperialistas, están las guerras nacionales o de liberación nacional. Dice Trotsky al respecto, exponiendo su posición y la de Lenin:
“La formación de Estados nacionales en el continente europeo abarcaba una época que comenzó aproximadamente con la gran Revolución Francesa y terminó con la paz de Versalles de 1871. Durante aquel período, las guerras para establecer o defender Estados Nacionales como condición previa para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura tuvieron un carácter histórico progresivo. Los revolucionarios no sólo podían, sino que estaban obligados por el deber de sostener políticamente dichas guerras.
“De 1871 a 1914, el capitalismo europeo, lograda su madurez sobre la base de Estados nacionales, se sobrevivió, transformándose en capitalismo monopolista o imperialista. “El imperialismo es el estado del capitalismo que, después de colmar sus posibilidades, tiende a declinar". La causa de esta declinación está en el hecho de que las fuerzas productivas se ven igualmente reprimidas por la armazón de la propiedad privada y por las fronteras del Estado nacional. Buscando una salida, el imperialismo se afana en dividir y subdividir el mundo. A las guerras nacionales suceden las guerras imperialistas. Y estas últimas son de índole reaccionaria, compendio del histórico callejón sin salida, del estancamiento, de la corrupción del capitalismo monopolizador.
“El imperialismo sólo puede existir porque hay naciones atrasadas en nuestro planeta, paises coloniales y semicoloniales. La lucha de estos pueblos oprimidos por la unidad y la independencia nacional tiene un doble carácter progresivo, pues, por un lado, prepara condiciones favorables de desarrollo para su propio uso, y por otro, asesta rudos golpes al imperialismo. De donde se deduce, en parte, que en una guerra entre una república democrática imperialista civilizada y la monarquía bárbara y atrasada de un país colonial, los socialistas deben estar enteramente del lado del país oprimido, a pesar de ser monárquico, y en contra del país opresor, por muy “democrático" que sea."
“Para Lenin —agrega—, una guerra de emancipación, opuesta a una guerra de opresión imperialista, era solamente otra forma de revolución nacional, que a su turno se insertaba como un anillo indispensable en la lucha emancipadora de la clase obrera del mundo entero".
Las líneas transcriptas, de suyo lo suficientemente explicitas, no requieren comentario de nuestra parte. Pero estimamos imprescindible aclarar ciertos aspectos de la táctica que ineludiblemente deriva de la estrategia de Lenin y de Trotsky. Para ello, nos referiremos, como en páginas anteriores, al ejemplo de la actual revolución boliviana. El gobierno boliviano, que ha nacionalizado las minas de estaño del imperialismo e iniciado la revolución agraria, se ve enfrentado con la tremenda presión imperialista, combinada con la reacción interna. Por su composición de clase, dicho gobierno expresa la unidad del proletariado y de la pequeña-burguesía anti-imperialista, mancomunados en la lucha democrática y nacional contra la oligarquía y el imperialismo. Esta lucha es “doblemente progresiva: por un lado, asesta golpes al imperialismo, por el otro, prepara condiciones favorables de desarrollo para el país". La unidad gubernamental no es, naturalmente, idílica. La pequeña-burguesía no es una clase homogénea ni consecuentemente revolucionaria. El ministro obrero Lechin ha denunciado públicamente hace algún tiempo la actuación del sector derechista del partido pequeño-burgués, el M.N.R., que busca restar alcance a la revolución no deteniéndose para lograrlo en capitular frente al imperialismo; esta denuncia alude implícitamente también a las vacilaciones del sector centrista del M.N.R. ante su ala derecha. Pero estas divergencias, de vital importancia para el futuro desenvolvimiento de la revolución boliviana, no alteran el carácter básico del gobierno del pais: éste sigue siendo el gobierno de una semicolonia que está empeñado en una revolución nacional contra el imperialismo y la oligarquía terrateniente.
El Partido Obrero Revolucionario (P.O.R.), que se dice “trotskysta", centra el fuego de su artilleria contra el gobierno boliviano en su conjunto; recabó que los ministros obreros saliesen de él, a fin de desacreditarlo por completo ante los ojos del proletariado y quitarle su apoyo. Para ello, lo enfrenta con un programa seductor para los obreros: el programa socialista, pero este es inconcebible en un país donde no existen, como hemos visto anteriormente, las premisas materiales para el mismo[5]. En la lucha entre el pais semicolonial oprimido contra el pais imperialista opresor, el P.O.R. se consagra, pues, principalmente no a apoyar al primero “a pesar", de su gobierno pequeño-burgués (hay que apoyarlo “aunque gobierne en él una monarquía bárbara y atrasada", decía Trotsky), sino a luchar principalmente contra ese gobierno. “La lucha se plantea una vez más, dicen, entre el P. O. R. y el gobierna boliviano". El imperialismo, naturalmente, contempla complacido este planteo de la lucha. Y las palabras “otra vez más" le traen el recuerdo del año 1946, en que el P.O.R. paralizó en las minas a los obreros que querian acudir en defensa del gobierno antiimperialista de Villarroel contra el golpe imperialista-feudal que implantó la dictadura de Hertzog-Urriolagoitia.
La lucha contra la guerra imperialista. Conferencia de Zimmerwald. Trotsky es expulsado de Francia. Su paso por España. Sus juicios sobre el "socialismo" yanqui
Desde Zurich, Trotsky se trasladó a Paris, en calidad de corresponsal de guerra del Kievskaia Mysl. En esta ciudad se ligó con el grupo obrero editor de la Vie Ouvrière (Monatte, Rosmer), que en medio de la deserción y el desaliento generales, sostenia las tradiciones socialistas revolucionarias. Los lideres oficiales de la socialdemocracia francesa, con quienes alguna vez tropezaba Trotsky en su camino, competían con sus colegas alemanes en la tarea de santificar la guerra imperialista ante los ojos del proletariado adormecido. Tan patente y patético era el contraste entre sus palabras y actitudes de ayer, con su lenguaje y posiciones de hoy, que pareció a Trotsky hallarse, son sus palabras, ante “un carnaval fúnebre, ante una luctuosa mascarada".
Los emigrados rusos de Paris —entonces la emigración era revolucionaria— sostenían a duras penas una hoja periodística, Nache Slovo (Nuestra palabra). En ella colaboró Trotsky diariamente. Desde sus páginas predijo que Francia, luego de esa guerra, quedaria reducida a desempeñar en la palestra europea un papel similar al de Bélgica; y que el resultado del conflicto sería “la dictadura mundial del imperialismo norteamericano". Es forzoso reconocer que Trotsky apreciaba bien las tendencias del mundo contemporáneo. Ello se debia a la Justeza de su posición revolucionaria.
En septiembre de 1915, viajó Trotsky a Suiza. En un pueblito cercano a Berna, se celebraría la Conferencia de socialistas internacionalistas que, con su nombre, se hará famosa en el mundo: Zimmerwald. El trayecto de Berna a Zimmerwald lo hicieron los internacionalistas ocupando sólo cuatro coches. Esto es lo que había quedado de aquella II Internacional aparentemente todopoderosa. Pero el número no debe engañarnos. La Conferencia de Zimmerwald tuvo manifiestas repercusiones revolucionarias. En torno de ella, formáronse núcleos internacionalistas en todos los países beligerantes. Trotsky fue quien redactó el manifiesto que la Conferencia dirigió a la clase obrera y a los pueblos del mundo condenando la guerra imperialista. De regreso a Paris, Trotsky bregó por el programa de la izquierda zimmerwaldiana en el Nache Slovo. Pero a fines de 1916, el ministro francés del interior, Malvy, dictó una orden de expulsión contra él debido a la presión de la embajada zarista. La policía francesa lo dejó en la frontera española, al par que lo denunciaba a las autoridades de la península como un “anarquista peligroso". Trotsky nos ha dejado en su libro “Mis peripecias en España" un cáustico relato de su breve paso por la península ibérica. De España hubo de partir a Nueva York, “la capital fabulosamente prosaica del automatismo capitalista, en cuyas calles reina la teoría estética del cubismo y en cuyos corazones se entroniza la filosofía moral del dólar". Allí colaboró junto con Nicolás Bujarin (el autor de “El materialismo histórico") en la redacción del periódico socialista ruso Novy Mir (Nuevo Mundo). Son sumamente interesantes los juicios que Trotsky nos ha dejado en su obra Mi Vida sobre el socialismo norteamericano de entonces, pues no han perdido actualidad, debido al enriquecimiento imperialista de los Estados Unidos. “El partido socialista norteamericano se había quedado —nos dice— retrasadísimo ideológicamente, hasta el punto de estar aún por debajo del social-chauvinismo europeo. La soberbia con que la prensa americana, todavía neutral a la sazón, hablaba de la “locura" de Europa, trascendía también a los juicios de los socialistas de aquel país. Gentes como Hillquit propendían a adoptar la postura del buen tío socialista norteamericano, que llegado el momento oportuno, vendría a Europa a reconciliar paternalmente la familia desavenida de la Segunda Internacional". Trotsky apunta aquí certeramente en lo esencial de la cuestión: el paternalismo de los socialistas de las grandes potencias hacia los movimientos socialdemócratas de los países oprimidos no refleja sino el “paternalismo" imperialista. Trotsky lo había observado ya en los partidos de Europa, que consideraban a los revolucionarios rusos desde la altura. En Norteamérica las cosas estaban aún peor. Aquí, la socialdemocracia europea misma era considerada desde la altura por los dirigentes del socialismo norteamericano. No hacían más que “marxistizar" la misión para la que se preparaba Wilson: así como éste iba a arreglar a Europa, ellos iban a arreglar a la Segunda Internacional. Eran la versión socialista del Tío Sam.
En marzo de 1917, los socialistas rusos se enteraron por los diarios de la noticia tanto tiempo esperada y sin embargo sorprendente de la caída de Nicolás II, del comienzo de la Revolución rusa. Inmediatamente, se dispusieron a partir. Bujarin se dirigió a Rusia por San Francisco, Tokio y Siberia. Trotsky, con su esposa e hijos, tomó la ruta del Atlántico. El barco que lo conducía fue detenido por las autoridades británicas y Trotsky y sus camaradas fueron obligados a desembarcar en Halifax (Canadá), donde se los internó en un campo de concentración, lleno de prisioneros alemanes. Trotsky no tardó en conquistarlos para las ideas socialistas revolucionarias, ante el disgusto visible de un coronel inglés, Morris, que se distinguía por su maltrato a los prisioneros. Este coronel había hecho su carrera en las colonias inglesas y allí había adquirido sin duda nociones precisas acerca de la naturaleza de la misión “civilizadora" británica en esas tierras de negros ... Como Trotsky se dirigiese a él un día sin las fórmulas de respeto a que estaba acostumbrado, “mugió: ¡Ah, si le pillase a éste allá en las costas del Sur de África...! Era su frase favorita". Finalmente, cediendo a la presión de los Soviets, el ministro de Relaciones Exteriores del nuevo gobierno ruso, Miliukov, intercedió ante las autoridades británicas y Trotsky pudo así regresar a Rusia, luego de una década de forzado exilio.
Apenas llegado a Petrogrado, Trotsky es absorbido por el creciente torbellino de la Revolución; seguir sus personales vicisitudes equivale a hacer la historia de ésta.
Desde un principio, manifestó Trotsky su completa solidaridad con las posiciones expuestas por Lenin en sus famosas Tesis de Abril; más aún, la confrontación de sus artículos aparecidos en el Novy Mir, de Nueva York, antes de su partida para Rusia, con los escritos del jefe bolchevique en ese tiempo, permite apreciar la coincidencia de sus respectivos puntos de vista.
Las Tesis de Abril, que Lenin publicó al día siguiente de su llegada a Rusia, tenían por finalidad enderezar la equivocada política que su partido, bajo la dirección de Stalin y Kamenev, había desarrollado durante el mes de marzo, mientras aquél se hallaba en Suiza. En el periódico Pravda, Stalin y Kamenev declaraban, a mediados de ese mes, que el partido daría su apoyo decidido al Gobierno provisional “en cuanto luchase contra la reacción y la contrarrevolución" y que “mientras el ejército alemán obedeciera al káiser, el soldado ruso debía permanecer firme en su puesto, contestando a las balas con las balas y a los obuses con los obuses". Esto significaba, simplemente, renegar del programa bolchevique en cuanto al Gobierno provisional y en cuanto a la guerra; el gobierno de Febrero, integrado por burgueses, terratenientes liberales y monárquicos apenas disfrazados, se había formado, en efecto, no como órgano de la insurrección victoriosa —perspectiva de Lenin y Trotsky en 1905—, sino como fruto de la cesión enteramente gratuita del Poder a los partidos de las clases dominantes por los mencheviques y social-revolucionarios, y entendía que su principal cometido consistía en liquidar la revolución y continuar la guerra imperialista al servicio de Inglaterra y Francia.
Trotsky sintetiza del siguiente modo las Tesis de Abril, ese documento decisivo de la Revolución Rusa: “La república., fruto de la insurrección de Febrero, no es nuestra república, ni la guerra que mantiene es nuestra guerra. La misión de los bolcheviques consiste en derribar al gobierno imperialista. Este se sostiene gracias al apoyo de los social-revolucionarios y mencheviques, que a su vez, se apoyan en la confianza que en ellos tienen depositadas las masas populares. Nosotros representamos una minoría. En estas condiciones, no se puede hablar siquiera: del empleo de la violencia por nuestra parte. Hay que enseñar a la masa a desconfiar de los conciliadores y defensistas. “Hay que aclarar la situación pacientemente". El éxito de esta política, impuesta por la situación, es seguro y nos conducirá a la dictadura del proletariado y con ella a la superación del régimen burgués. Romperemos completamente con el capital, publicaremos sus tratados secretos y llamaremos a los obreros de todo el mundo a romper con la burguesía y a poner fin a la guerra. Iniciaremos la revolución internacional. Sólo el triunfo de ésta consolidará el nuestro y asegurará el tránsito al régimen socialista".
Los opositores de Lenin en su propio partido, así como los mencheviques, dijeron que Lenin “se había hecho trotskysta". En efecto, salta a la vista la coincidencia entre estas posiciones de Lenin en 1917 y las conclusiones de la teoría de la revolución permanente formulada por Trotsky en 1905. En realidad, mientras este último partía, para fundamentar sus deducciones, exclusivamente del análisis de la peculiar estructura de clases con que la Rusia retrasada ingresaba al camino de la revolución democrático-burguesa, Lenin juzgaba que entre las condiciones que llevaron a Rusia, en 1917, a la dictadura del proletariado y la consiguiente adopción de medidas socialistas, la situación creada al país por su participación en la guerra imperialista jugó un papel primordial.
Como esta divergencia sólo se refería a las causas, pero no a los efectos, la solidaridad política de ambos jefes de la Revolución Rusa en 1917 fue completa en todas las etapas culminantes de la misma. Ello condujo a Trotsky a sacar las necesarias consecuencias organizativas e ingresar al partido bolchevique, condenando definitivamente las tendencias
conciliadoras con el menchevismo. Pudo así decir Lenin que “desde entonces, no ha habido mejor bolchevique que Trotsky". La derrota de la contrarrevolución feudal-imperialista de Kornilov, en septiembre, condujo al desprestigio total al gobierno de Kerensky, que lo había amparado, y con él, a la política de sus sostenedores mencheviques y social-revolucionarios en los Soviets. El ascenso revolucionario de las masas determinó una mayoría bolchevique en éstos y Trotsky fue elegido presidente del Soviet de Petrogrado el 24 de septiembre, en sustitución del menchevique Tcheidsé. A partir de este momento, el partido bolchevique concentra todas sus fuerzas en preparar la insurrección armada, que no significa en realidad ya otra cosa que sancionar la voluntad de las masas, decididas a enviar a los limbos de la Historia al gobierno bonapartista de Kerensky que, sin base alguna, sólo tenía una existencia espectral. Como Presidente del Soviet y del Comité Militar Revolucionario del mismo, tomó Trotsky todas las medidas conducentes al triunfo del levantamiento armado. No cabe nada mejor que reproducir, como juicio sobre su actuación en este momento decisivo de la Revolución rusa, estas palabras de un artículo de Stalin publicado en el número de Pravda dedicado a conmemorar, en 1918, aquella histórica jornada: “Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se desarrolló bajo la dirección de Trotsky, presidente del Soviet de Petrogrado. Puede decirse con certeza que el partido debe ante todo y sobre todo a Trotsky la adhesión rápida de la guarnición al Soviet y la hábil organización del trabajo del Comité Militar Revolucionario". Estas simples palabras desmoronan todo el gigantesco edificio de falsedades y calumnias con que la reacción burocrática posterior, encabezada por el mismo Stalin, intentó borrar ante las nuevas generaciones la prominente actuación de Trotsky en los sucesos de Octubre y constituye, además, uno de los escasos homenajes a la verdad que Stalin tributó en el curso de su vida.
Sobrevinieron luego los años terribles de la contrarrevolución interna y de la guerra civil (1918-1921). Los mencheviques y socialrevolucionarios, esto es, los partidos de la democracia pequeño-burguesa, se plegaron a los ejércitos blancos de oficiales zaristas que, abundantemente pertrechados de armas y dinero por el imperialismo, procuraron aplastar el Poder Soviético, cuya existencia, en varias ocasiones, pendió de un hilo. Su salvación se debió a la política bolchevique en la cuestión agraria y en la cuestión nacional, que proporcionó al Gobierno obrero el apoyo de los campesinos y de las nacionalidades oprimidas por el Imperio zarista (expropiación de los terratenientes feudales, derecho de las nacionalidades a disponer de sí mismas); a la oleada revolucionaria de 1918 en Alemania y Austria Hungría, que impidió al imperialismo intervenir directamente; y a la abnegación sin límites de las masas revolucionarias, que resistieron las incontables privaciones a que las sometió la ruina económica del país y, sacando fuerzas de flaqueza, constituyeron el Ejército Rojo.
Tuvo León Trotsky una intervención de primer plano en estos años decisivos. Como presidente de la delegación rusa que negoció la paz en Brest-Litovsk, supo utilizar la tribuna diplomática para hacer penetrar las consignas antibélicas y revolucionarias en el proletariado de la Europa imperialista, vilmente traicionado por la socialdemocracia de la II Internacional; como comisario de Guerra y Marina y presidente del Consejo Revolucionario de Guerra creó y llevó al triunfo al Ejército Rojo en la prolongada guerra civil. Para apreciar en su debida magnitud la actuación de Trotsky es necesario destacar que, durante los años 1918-1921 toda la vida de Rusia, en el aspecto económico, como en el político, se concentró en las cuestiones de la guerra.
A Trotsky pertenecen también los Manifiestos a la clase obrera internacional del Primero y Segundo Congresos de la Internacional Comunista, el último de los cuales tenía el carácter de un programa. En el Tercer Congreso, se adoptaron las tesis sobre programa y táctica del movimiento obrero mundial por él escritas. El informe principal del Cuarto Congreso fue elaborado conjuntamente por Trotsky y Lenin. Hoy, los manifiestos, tesis y resoluciones de estos cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, constituyen la fuente más segura a que pueden acudir quienes deseen conocer el pensamiento auténtico de los constructores del Estado Soviético y de la III Internacional antes de que éstos sucumbiesen a la degeneración burocrática stalinista.
Hemos visto que, para Lenin y Trotsky, sólo el triunfo de la revolución internacional consolidaría el Estado soviético y aseguraría el tránsito al régimen socialista en Rusia. Pero la oleada revolucionaria que siguió a la guerra en Europa, si bien bastó para conjurar el peligro de una invasión militar imperialista al territorio de los Soviets, no logró en cambio llevar al poder a la clase obrera de ninguna de las grandes potencias occidentales. Fue la ayuda que le prestó la socialdemocracia y la inexperiencia de los partidos comunistas recién formados lo que permitió al imperialismo sobrevivir y estabilizar la situación. La historia demostraba así que, sin una serie de revoluciones nacionales en el mundo colonial, en cuya expoliación descansaban los fundamentos de las tendencias reformistas y oportunistas en el movimiento obrero de los grandes países imperialistas, era imposible que se formaran en ellos fuerzas revolucionarias capaces de conquistar la victoria. El Estado soviético quedó reducido a sus propias fuerzas, en medio de una economía devastada por la guerra imperialista y la guerra civil subsiguiente. La socialización de los medios de producción llevada a cabo por los bolcheviques ante el éxodo y sabotaje de la burguesía, resultó a la postre, en tales condiciones, sólo la socialización de la miseria. Y si bien gracias a aquélla el Estado soviético podia propulsar el desarrollo de la economía a un ritmo desconocido en Occidente bajo el capitalismo, ello resultó insuficiente para contrarrestar las tendencias individuales a la acumulación que, en el terreno de la lucha por la subsistencia, se hicieron predominantes en el pais, donde el proletariado representaba, además, sólo una minoría, desgastada por las exigencias de los tiempos de guerra. El reflujo de las masas revolucionarias, la destrucción parcial de la vanguardia bolchevique en los combates de la guerra civil, la incorporación al partido y al Estado de miles y miles de hombres que, si bien ausentes en las jornadas de Octubre, supieron plegarse a la Revolución cuando su triunfo no ofreció dudas, determinaron que muchos de los que ocupaban puestos de mando y dirección en la economía, en los organismos estatales, en los sindicatos, en el partido, se valieran de esa posición para asegurarse ciertos privilegios en relación con el infraconsumo corriente. Asi comenzó a formarse una capa de burócratas divorciada de las masas populares, que consideraba como su principal misión lograr ante todo su comodidad individual. La Nueva Politica Económica, establecida por Lenin y Trotsky en 1921, que suprimió el régimen llamado del “comunismo de guerra" (reparto del consumo de una fortaleza sitiada, lo denominaba Trotsky) y reintrodujo la libertad de comercio y de la pequeña empresa privada, si bien consiguió la finalidad de reanimar la arruinada economía, al introducir el indispensable incentivo del interés individual en un país donde predominaba abrumadoramente la pequeña burguesía, permitió el surgimiento del campesino rico en el campo y de intermediarios y especuladores en las ciudades. Estas clases y tendencias burguesas encontraron en los burócratas de nuevo cuño su aliado natural y, juntos, empezaron a gravitar decisivamente en el Estado soviético y en el partido bolchevique. Ya en 1921, Lenin se oponía a la tentativa de integrar los sindicatos en el organismo del Estado, expresando que su independencia respecto de éste era necesaria al proletariado, como “escuela del comunismo" y “órganos de defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores": “Nosotros, decía, no tenemos un Estado obrero, sino un Estado obrero y campesino, gravado con deformaciones burocráticas...". Desde entonces, no deja de alertar contra este peligro y en 1922 llega a decir: “Si nos fijamos en Moscú —4.700 comunistas responsables— y observamos esta gran máquina burocrática, este montón, ¿quién conduce a quién? Pongo muy en duda de que se pueda decir que los comunistas conducen a este montón. Para decir la verdad, no son ellos los que conducen, sino los conducidos". Este problema del sabotaje y de la degeneración burocrática es clásico en las revoluciones triunfantes. Los jefes revolucionarios quedan separados de la masa por todo un “aislador" burocrático y en lugar de conducir, se encuentran muchas veces con que los conducen. En Rusia, donde merced a la situación revolucionaria sin precedentes creada por la guerra imperialista, se dio un salto gigantesco hacia adelante, la reacción burocrática asumió ineludiblemente caracteres proporcionales a su magnitud. La burocracia no debía sólo estabilizar, frenar la revolución, sino substituir a la burguesía inexistente. Encontró su fautor en un miembro del aparato del partido bolchevique, Stalin, que si nunca tuvo una intervención destacada en la preparación y triunfo de la Revolución, se demostró en cambio con la habilidad suficiente para estar al lado de ella en espera del momento propicio para sabotearla y hundirla. Desde la secretaría general del partido, para la cual fue nombrado en 1922, este revolucionario sin principios fue ubicando en todas las posiciones de comando en el partido, en el gobierno, en los órganos subordinados del Poder, a sus partidarios personales. Entendía con ello servir a sus ambiciones propias, pero en realidad sólo era el instrumento dilecto de la nueva casta burocrática en plena formación.
Suele perderse de vista, o no se recalca suficientemente, que el conflicto entre Trotsky y Stalin no es sino la continuación de la lucha que emprendiera Lenin contra el último y que fuera interrumpida por su muerte prematura. Trotsky recogió la bandera del líder caído y a su alrededor se agrupó todo lo que quedaba de sano y de revolucionario en el partido bolchevique. El llamado “trotskysmo" no es sino la generalización y aplicación de las ideas de Lenin, primero al análisis de la degeneración del Estado soviético y a la lucha contra la burocracia; segundo, a las condiciones del mundo contemporáneo. Bajo la divisa del “anti-trotskysmo", Stalin combatió en realidad el programa de Lenin; la aniquilación de la Oposición de izquierda, encabezada por Trotsky, no representó nada más pero nada menos que la desaparición histórica del partido bolchevique por obra de la casta burocrática que se adueñó del Estado y de la internacional Comunista.
En mayo de 1922, sufrió Lenin el primer ataque de la enfermedad que debía causarle la muerte. Cuando en octubre de ese mismo año, ya repuesto, retornó a sus labores, quedó sorprendido al observar el incremento tomado por la burocracia y su acentuado predominio en las instituciones gubernamentales y partidarias. Comprobó que el centro aglutinante de la casta en formación se hallaba en la secretaria general del partido desempeñada por Stalin. Confirmábanse así sus aprensiones acerca del papel de este último, formuladas cuando en el XI Congreso se lo eligió para ese puesto. “Este cocinero —habia dicho Lenin entonces— no preparará sino platos muy cargados de pimienta". La ruptura política de Lenin con Stalin, que no tardó en sobrevenir, se produjo en el terreno del problema nacional, que estaba estrechamente ligado con el problema de la degeneración burocrática del Estado soviético.
La política nacional del bolchevismo (reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas) aseguró la victoria de Octubre sobre la burguesía y sus seguidores mencheviques y social-revolucionarios. “Los obreros, los campesinos y los soldados ukranianos, ruso-blancos o tártaros, hostiles a Kerensky, a la guerra y a la rusificación —escribe Trotsky en su Historia de le Revolución Rusa— se convertían, por eso mismo, a pesar de estar dirigidos por los conciliadores[6], en aliados de la insurrección proletaria. Luego de haber apoyado objetivamente a los bolcheviques, se vieron obligados, en la etapa siguiente, a ingresar subjetivamente en la ruta del bolchevismo. En Finlandia, en Letonia, en Estonia, más débilmente en Ukrania, la disolución del movimiento nacional tomó ya en octubre tal agudeza que sólo la intervención de tropas extranjeras podía impedir allí el triunfo de la insurrección proletaria. Si se considera en su conjunto el proceso complejo y contradictorio, la deducción es evidente: el torrente nacional, lo mismo que el torrente agrario, se derramaba en el lecho de la Revolución de Octubre. El pasaje ineluctable e irresistible de las masas, yendo de los problemas más elementales de la emancipación política, agraria, nacional, hacia la dominación del proletariado, procedía no de una agitación “demagógica, no de esquemas preconcebidos, no de la teoría de la revolución permanente, como lo creían los liberales y conciliadores, sino de la estructura social de Rusia y de las circunstancias de la situación mundial. La teoría de la revolución permanente formulaba sólo el proceso combinado del desarrollo".
“No se trata aquí sólo de Rusia —añadía significativamente—. La subordinación de las revoluciones nacionales atrasadas a la revolución del proletariado tiene su determinismo en el plano mundial. Mientras que en el siglo XIX la tarea esencial de las guerras y de las revoluciones consistía en asegurar a las fuerzas productivas un mercado nacional, la tarea de nuestro siglo consiste en franquear a las fuerzas productivas las fronteras nacionales que se han convertido en trabas para ellas. En un amplio sentido histórico, las revoluciones nacionales del Oriente no son sino etapas de la revolución mundial del proletariado, lo mismo que los movimientos nacionales de Rusia se convirtieron en etapas hacia la dictadura soviética".
Esta concepción de Trotsky, profunda y justa, sobre la interdependencia entre los movimientos nacionales de nuestro tiempo y la lucha socialista del proletariado, nos permitirá comprender a fondo las razones de la ruptura de Lenin con Stalin y apreciar su real trascendencia, no limitada al marco de la U.R.S.S.
Si el apoyo de las nacionalidades oprimidas permitió la victoria del proletariado ruso en Octubre, ésta garantizó a su vez la autodeterminación de aquéllas. Pero la cuestión no se detuvo aquí. En los pueblos del ex Imperio zarista, en que el capitalismo estaba insuficientemente desarrollado y, en consecuencia, el proletariado apenas existía, o era escaso y estaba disperso entre abrumadoras masas de campesinos, la reacción burguesa y feudal interna lograba oponerse con éxito al bolchevismo esgrimiendo, los sentimientos nacionales combinados con los prejuicios reaccionarios del campesinado no evolucionado. “Te quieren quitar tu tierra", susurraban a los oídos del pequeño propietario de una parcela los agentes políticos de los grandes terratenientes y burgueses. “Compran a bajo precio tu trigo y te venden —cuando los hay— productos industriales a precios tan elevados que prácticamente son expropiatorios. Es mejor que seamos independientes por completo y nos entendamos directamente con el mercado mundial, que nos puede dar por el trigo lo que vale y proveernos de productos manufacturados baratos". La independencia hostil de esos países socavaba de este modo los cimientos económicos del gobierno obrero. Por ejemplo, en Ukrania se producía el trigo para alimentar las ciudades y obtener, mediante su exportación, los equipos industriales del extranjero; en el Cáucaso, hallábanse los yacimientos petrolíferos sin los cuales era imposible la industrialización y el progreso agrícola. ¿Era posible esperar, en estas condiciones, a que en el seno de estas naciones retrasadas germinase un día lo suficientemente el proletariado para imponer la alianza con el Gobierno soviético? Además, a las puertas de esos países llamaba un enemigo mucho más poderoso, el imperialismo mundial, que aliándose a la reacción feudal burguesa interna y constituyendo en suma su verdadera base de sustento, procuraba arrancar del territorio del ex-Imperio ruso todos los pedazos posibles, para postrar económicamente al Estado proletario y convertir en lo posible a esas naciones en sus colonias. De este modo, la autonomía nacional, en lugar de ser la cobertura de un movimiento revolucionario democrático y progresivo, venía a encerrar tras suyo un contenido profundamente reaccionario. Si por un lado, el torrente nacional se encauzaba en el lecho de la Revolución de Octubre, por el otro, amenazaba plegarse al campo imperialista internacional: la lucha, siguiendo la ley de nuestro tiempo, se planteaba en el plano mundial: “las revoluciones nacionales... son etapas de la revolución mundial del proletariado". La intervención del imperialismo hacia que un proceso que podía y debía desarrollarse, dentro de ciertos límites, en forma más o menos natural, asumiese los caracteres de una provocación violenta contra el Estado obrero. La falta de madurez de esas naciones estorbaba la solución política; era necesario recurrir al Ejército rojo y a la sovietización forzada, so pena de que el imperialismo bloquease y hundiese la revolución.
Pero incluso esto último no arreglaba las cosas, si no se sabía encontrar el camino más duradero de la cooperación de las masas pobres y explotadas del pueblo retrasado. Era menester combinar, pues, la intervención directa, impuesta por las circunstancias, con la lucha económica y política esclarecedora. La política nacional debía, así, caracterizarse por su concreción y flexibilidad.
La transformación burocrática del Estado soviético, que hemos diseñado, venia en este punto a complicar la situación. La burocracia gran-rusa —primera etapa de la restauración burguesa—, a la que podríamos llamar sub-burguesía, revivificaba las tradiciones de opresión nacional del zarismo y de la burguesía gran-rusa desaparecidos. En lugar de combinar la intervención con la política revolucionaria, Stalin, el fautor de la burocracia, adoptaba rígidamente el camino de la represión administrativa y policiaca. Ya en 1921, su adlátere Orjonikidzé, secundado por el chequista Beria, había invadido la Georgia natal, gobernada por Mencheviques, contraviniendo órdenes expresas del Buró político encabezado por Lenin. No hubo más remedio que aceptar el hecho consumado, teniendo en cuenta que, además, las masas georgianas, en las zonas más desarrolladas, se plegaron a los Soviets.
Pero la violenta insurrección georgiana de 1924, que hubo de ser sangrientamente reprimida, tuvo sus raíces, señala Trotsky, en esta intromisión impolítica de Stalin y sus agentes.
Llama la atención, justificadamente, que fuesen tres georgianos (Stalin, Orjonokidzé y Beria) los que se distinguieran por propulsar la violenta intervención en Georgia.[7] Pero es preciso tener en cuenta la naturaleza específica de la socialdemocracia georgiana e incluso del liberalismo georgiano. “La socialdemocracia georgiana —nos dice Trotsky— no sólo dirigía al campesinado pobre de la pequeña Georgia, sino que pretendía también, no sin cierto éxito, dirigir el movimiento de la “democracia revolucionaria" de toda Rusia. En los primeros meses de la revolución, las cumbres de la intelligentsia georgiana consideraban a Georgia, no como una patria nacional, sino como una Gironda, una provincia escogida del Sur llamada a suministrar jefes para todo el país. En la Conferencia de Estado de Moscú, uno de los mencheviques georgianos más notorios, Tchkhenkeli, se jactó de que los georgianos, incluso bajo el régimen zarista, en la prosperidad como en el infortunio, habían proclamado: “La única patria es Rusia". “¿Qué decir de la nación georgiana? —preguntaba el mismo Tchkhenkeli, un mes después, en la Conferencia democrática—. Ella está enteramente al servicio de la gran Revolución rusa". “Y efectivamente, expresaba Trotsky: los conciliadores georgianos asi como los judíos estaban siempre al servicio de la burocracia gran-rusa cuando habia que moderar o frenar las reivindicaciones nacionales de las diferentes regiones. A este género de socialdemócratas, adictos a los grandes-rusos, los llamaba Lenin extranjeros rusificadores, y lo decia tanto por Stalin como por Dzerzhinsky (polaco). Esta burocracia de las minorias nacionales llegó a ser más tarde un baluarte no despreciable del poder de Stalin".
Aprovechando la enfermedad de Lenin, “Stalin traicionó de nuevo su confianza —escribe Trotsky—. Para consolidar su influencia política en Georgia instigó alli, a espaldas de Lenin y de todo el Comité Central, con ayuda de Orjonikidzé y no sin el concurso de Dzerzhinsky, una verdadera “revolución" contra los mejores miembros del partido, cubriéndose a la vez pérfidamente con la autoridad del Comité Central. Aprovechándose de la circunstancia de que Lenin no podia reunirse con los camaradas de Georgia, Stalin intentó envolverle en una información falsa. Lenin sospechó la jugada y encargó a su secretaria particular que coleccionara datos relativos a la cuestión georgiana; después de estudiarla, decidió poner las cartas boca arriba. Es difícil decir lo que más extrañaba a Lenin: si la deslealtad personal de Stalin o su incapacidad crónica de captar lo esencial de la política bolchevique en cuanto al problema de las nacionalidades, o bien una mezcla de ambas cosas. Buscando la verdad a tientas, el postrado Lenin resolvió dictar una carta programática que bosquejara su posición fundamental respecto a la cuestión nacional, para que no hubiese equívocos entre sus camaradas sobre los puntos de más corriente debate. El 30 de diciembre dictó la siguiente nota: “Creo que en este asunto, la precipitación y la impulsividad administrativa de Stalin han sido fatales, como también su encono contra el “nacionalismo social" notorio. En términos generales, el encono en política es lo más pernicioso". Y el 31 dictó, para la carta programática misma: “Naturalmente, hay que hacer responsables a Stalin y a Dzerzhinsky de esta extremada campaña nacionalista gran-rusa". El 25 de diciembre, ya había comenzado Lenin a redactar su famoso Testamento político, previendo el segundo ataque de su enfermedad, que ya se anunciaba por síntomas premonitorios. En él expresaba que “el camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha concentrado en sus manos un poder inmenso y yo no estoy convencido de que use siempre de él con la suficiente prudencia". El 4 de enero de 1923 agregó la siguiente postdata: “Stalin es demasiado brutal y este defecto, plenamente soportable en las relaciones entre comunistas, se vuelve intolerable en la función de secretario general. Yo invito a los camaradas a reflexionar en el medio de relevar a Stalin de este puesto y de reemplazarlo por un hombre que, bajo todos los aspectos, se distinga de Stalin por la superioridad, es decir, que sea más paciente, más leal, más cortés, más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc...."
El problema de Georgia y la cuestión nacional debían discutirse en el XII Congreso del partido. Lenin percibió que Stalin estaba designando para el mismo a delegados que le eran incondicionalmente fieles. Fue entonces cuando propuso a Trotsky constituir un bloque para la lucha contra la burocracia y Stalin. Dos semanas antes de su recaída, le envió los documentos y la carta programática sobre la cuestión nacional pidiéndole que se encargara de su defensa en el Comité Central. Pero los plazos se aceleraban. El 6 de marzo de 1923 dirigió a Stalin una carta rompiendo con él todas sus relaciones políticas y de camarada. A la propuesta de Trotsky de entregar la carta programática a Kamenev, que debía partir para Georgia, contestó por intermedio de su secretaria: “De ningún modo. Kamenev enseñaría la carta a Stalin y este transigiría en apariencia para vendernos luego".
“En otras palabras —preguntó Trotsky—, la cosa ha ido ya tan lejos que Lenin no cree posible llegar a un acuerdo con Stalin en términos justos?" “Sí, confirmó la secretaria. Lenin no se fía de Stalin. Se propone manifestarse abiertamente contra él ante todo el Partido. Está preparando una bomba". “Ahora, comenta Trotsky, se veía claramente la intención de Lenin. Sirviéndose como ejemplo de la política de Stalin, se disponía a plantear delante del Partido, sin contemplación de ninguna especie, el peligro de la transformación burocrática de la dictadura". Pero, dos días después, Lenin sufrió su segundo ataque, que lo postró definitivamente, impidiéndole enfrentarse con la burocracia. No escatima la historia, por cierto, los ribetes sombríos, pero pocas veces ha de haber ofrecido espectáculo tan trágico, en el aspecto individual, como éste de Lenin, clavado en su lecho de enfermo, privado del habla y semiparalítico, sintiéndose impotente para librar la lucha contra la degeneración burocrática que aniquilaba la revolución que él había dirigido al triunfo y que sólo él, quizás, estaba en condiciones de desbaratar con éxito.
En el intervalo entre la recaída de Lenin y su muerte, acaecida en enero de 1924, el triunvirato Stalin-Zinoviev-Kamenev, sintiéndose a cubierto, llevó a cabo, con los
procedimientos típicos de la burocracia —la mentira descarada, la calumnia, la amenaza y las persecuciones apenas disfrazadas— la ofensiva contra Trotsky, explotando a tal fin sus viejas divergencias con Lenin a propósito del problema organizativo y de la teoría de la revolución permanente, superadas en 1917, como hemos visto. Trataba, de esa manera, de separar la lucha de Trotsky contra la burocracia, de la de Lenin en los últimos meses de su vida. Hemos juzgado necesario detenernos particularmente en esta etapa decisiva, a fin de restablecer, por sobre la falsificación burocrática, la continuidad histórica de la lucha revolucionaria. Mientras los epígonos embalsamaban el cadáver de Lenin y lo encerraban en un mausoleo, las ideas y el programa del jefe bolchevique traicionado, estaban vivos allí afuera, bajo las banderas de la Oposición de Izquierda.
La lucha entre la burocracia encabezada por Stalin y la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky se desarrolla a lo largo de un período de más o menos cuatro años, cuyo comienzo y fin están significativamente jalonados por dos grandes derrotas del proletariado mundial: el fracaso de la revolución en Alemania (1923) a causa de la capitulación del partido comunista alemán, ordenada por el triunvirato Zinoviev-Kamenev-Stalin; y el aplastamiento de los obreros y campesinos chinos por Chíang Kai Shek en 1927, quien contó para ello con el auxilio decisivo que representó la política, más que errada, criminal, que Stalin impuso al partido comunista chino. Otras derrotas menores se intercalan entre las fechas mencionadas, configurando, en conjunto, un cuadro de evidente descenso revolucionario y de avance de la reacción internacional. Esta situación acentúa la postración del proletariado soviético y consolida a la burocracia como casta gobernante, que en su ofensiva contra la Oposición se apoya en la renaciente burguesía del campo (el campesino rico o kulak) y de la ciudad (el especulador o intermediario: nepista o sovbur —“burgués soviético"—, así llamado por los obreros).
Hasta 1925, Stalin cuenta, para su lucha contra la Oposición, con Zinoviev y Kamenev, que le aseguran la mayoría en el Buró político y en el Comité Central del partido, pero a la vez va minando subterráneamente las posiciones de estos últimos en Leningrado y Moscú. Se ahoga toda democracia interna en el partido, radiando o expulsando a los militantes oposicionistas de base, o induciéndolos a capitular e integrarse al aparato burocrático mediante medidas represivas. En la Internacional Comunista se lleva a cabo un proceso similar, seleccionando los cuadros directivos y medios exclusivamente con el rasero de su posición contra Trotsky y el trotskysmo; combínanse, para lograr la sumisión, la represión directa (separación del cargo, expulsión) y la corrupción. Por sobre los Comités centrales de los diversos partidos comienza a perfilarse, cada vez más netamente, el agente de la G.P.U., que asegura en última instancia la intangibilidad de la “línea" y la infalibilidad del jefe todopoderoso. El imperialismo mundial y sus agentes socialdemócratas siguen atentamente el proceso de aniquilación política y personal de los militantes de la Oposición y se pronuncian invariablemente contra esta última. Austin Chamberlain, uno de los prohombres del imperialismo, declara a la prensa mundial que la conciliación con la URSS exige el fusilamiento de Trotsky y de los principales dirigentes de la Oposición.
Debemos detenernos en dos aspectos de la lucha que presentan gran interés para nosotros: la teoría del “socialismo en un solo país", la derrota de la revolución china de 1926-1927.
El hundimiento de la revolución alemana en octubre de 1923, que desalentó profundamente a los obreros soviéticos y acentuó su reflujo político, abonó el terreno para la germinación de una teoría que afirmaba la posibilidad de construir la sociedad socialista dentro de los límites de Rusia e independientemente del resto del mundo. Trotsky señaló que esta teoría —formulada por Stalin y Bujarin en 1924—, no sólo contradecía cuanto había sostenido Lenin, sino que significaba también el franco abandono de la doctrina marxista. Pues ésta —expresaba— ha afirmado siempre que la sociedad socialista sólo puede cimentarse sobre el nivel económico más alto logrado bajo el capitalismo; como este está dado actualmente por el desarrollo mundial de la economía y la división internacional del trabajo en que este desarrollo se basa, la pretensión de realizar el socialismo sólo con los “recursos nacionales" equivale a perseguir una utopía reaccionaria. La realización socialista sólo puede concebirse en escala mundial.
Hoy, no es necesario discutir la teoría del socialismo en un solo país. “Las continuas privaciones de las masas en la Unión Soviética, la omnipotencia de la casta privilegiada que se ha levantado sobre la nación y su miseria y, finalmente, la desenfrenada ley de la cachiporra de los burócratas" constituyen, como dice Trotsky, su incontrastable y patética refutación.
Ni la socialización de los medios de producción, ni el monopolio del comercio exterior, bastaron para evitar que el Estado soviético aislado y retrasado sucumbiese a la degeneración burocrática. Era menester el triunfo proletario en algunas de las naciones avanzadas, con cuya ayuda técnica y económica hubiera podido evitarse en la U.R.S.S. la formación, sobre el terreno de la “miseria socializada", de la casta burocrática que representa, dice Trotsky, “la primera etapa hacia la restauración burguesa". “Por esta razón, agrega, lo importante no es obtener un triunfo aislado, desde el punto de vista económico, contra la burguesía del “interior". «La revolución socialista que avanza en el mundo entero no consistirá solamente en que el proletariado de cada país triunfe contra su burguesía" (Lenin). Se trata de una lucha a muerte entre dos sistemas sociales, uno de los cuales ha comenzado a organizarse apoyándose en fuerzas productivas atrasadas, en tanto que el otro reposa hoy en fuerzas de producción de un poderío infinitamente más grande".
En abril de 1925, Stalin se juzgó ya lo suficientemente fuerte como para prescindir de Zinoviev y Kamenev quienes, por su lado, habían empezado a darse cuenta de que habían ido demasiado lejos en su lucha contra Trotsky y la Oposición de Izquierda, convirtiéndose en instrumentos de una fuerza social reaccionaria. La XIV Conferencia del Partido presenció la disolución del “Triunvirato" y la alianza de Stalin con la llamada “ala derecha" (Bujarin, Tomski, Rykov), que predicaba el evangelio de construir el socialismo dentro del país aunque fuese “a paso de tortuga" y se dirigía al kulak con la sugestiva incitación de “¡Enriqueceos!"
Cuando en 1924, Trotsky publicó sus Lecciones de Octubre, en que se refería a la posición de Zinoviev y Kamenev contra la insurrección en octubre de 1917, éstos habían reaccionado acentuando la violencia verbal y administrativa ejercida contra la Oposición. Ahora, no sólo reconocieron su error de 1917; expresaron, asimismo, que se habían equivocado en 1923 al sumarse a Stalin en su lucha contra la democracia en el partido y contra Trotsky y consideraban este error como más grave que el cometido en 1917, que había sido reparado por Lenin. En diciembre de 1925, se unieron a la Oposición de Izquierda. La contestación del nuevo centro dirigente no se hizo esperar; en febrero de 1926, Zinoviev fue relevado de la dirección del soviet de Leningrado y en julio se lo expulsó del Buró político y se lo destituyó de la dirección, de la Internacional Comunista, siendo reemplazado en este último cargo por Bujarin. El 23 de octubre fueron también expulsados del Buró político, Trotsky y Kamenev. Para comprender debidamente este rumbo de los acontecimientos, es necesario subrayar que, fuera de los cuadros del partido, la Oposición se encontraba aislada; los obreros soviéticos, evidentemente, la miraban con simpatía, pero ésta era pasiva, puesto que no creían poder modificar las cosas por medio de la lucha. La omnipotencia de la burocracia y de Stalin derivaba de este estado de desaliento y se alimentaba con el activo apoyo de las corrientes proburguesas que, en 1928, amenazarían liquidar el mismo Poder soviético, ante el pánico de la burocracia stalinista.
Pero en la primavera de 1926, la esperanza alzó su vuelo en el seno de la Oposición. Había estallado en Asia la revolución china. Los obreros, al salir de la fábrica, discutían con pasión los sucesos de esta revolución y se produjo una efervescencia política que favoreció a la Oposición de Izquierda, la cual en el verano se encontró en condiciones de emprender una campaña de reuniones privadas entre los miembros del partido, que alcanzó gran extensión y resonancia en los principales centros de la U.R.S.S. En estas conversaciones, se discutía junto con la política de Stalin-Bujarin en China, la cuestión de la degeneración burocrática de la dictadura del proletariado en Rusia, en que esa política se enraizaba.
El antiquísimo Imperio chino, que reposaba sobre la opresión feudal de inmensas masas agrarias, había caído en 1912 por obra de la revolución democrática encabezada por Sun Yat Sen. Esta revolución, como todas las coloniales de nuestro tiempo, tenía ante sí la realización de dos tareas centrales: la revolución agraria y la independencia y unidad nacionales. Pero la República china no logró concretarse ni organizarse, debido a la intervención de las potencias imperialistas, que ocupaban importantes posiciones en el territorio y la economía chinas (sistema de las concesiones extraterritoriales, etc.). Estas apoyaban a los señores feudales y a los “compradores" (burguesía comercial intermediaria entre el capital extranjero y el mercado interno chino). Se abrió así un período de guerra civil. El partido burgués nacionalista chino, el Kuomintang, se hallaba confinado en la región de Cantón, donde había constituido, con el apoyo de los comunistas chinos y de Rusia, un pequeño ejército moderno. Allí surgió un joven jefe nacionalista que se hizo conocer por sus cualidades de organizador: Chiang Kai-Shek. Después de haber intentado un golpe contra los comunistas, concluyó con ellos un compromiso en mayo de 1926. En este momento, el Buró político del partido comunista ruso, que respondía a Stalin, y la internacional, presidida por Bujarin, ordenaron a los comunistas chinos que contuvieran el movimiento de los campesinos contra los terratenientes feudales y las huelgas obreras, y les ordenaron su afiliación al Kuomintang; convertido oficialmente en un partido simpatizante de la Internacional Comunista. Trotsky y la Oposición se opusieron abiertamente a esta política, que subordinaba el movimiento popular revolucionario a la dirección política de la burguesía china y advirtieron que ésta no tardaria en volverse contra las masas desprevenidas. La politica de Stalin-Bujarin, afirmaba Trotsky, es peor aun que la del menchevismo ruso, pues éste, al menos, no se afilió nunca al partido de la burguesia liberal ni acató la dirección de su jefe Miliukov. Stalin se justificaba diciendo que la burguesia china no podia ser comparada con la rusa, pues China era un pais semi-colonial, oprimido por el imperialismo, y en consecuencia aquélla estaba obligada a llevar una lucha revolucionaria. “Presentar las cosas como si del yugo colonial se desprendiese absolutamente el carácter revolucionario de la burguesía nacional, contestaba Trotsky, es reproducir el error fundamental del menchevismo, que estimaba que la naturaleza revolucionaria de la burguesía rusa debia deducirse absolutamente de la opresión absolutista y feudal. La cuestión de la naturaleza y de la política de la burguesía — agregaba— está resuelta por la estructura interna de clase de la nación que sostiene la lucha revolucionaria, por la época en que esta lucha se desarrolla, por el grado de dependencia económica, política y militar que une a la burguesía indígena al imperialismo mundial en su conjunto o a una parte de él; en fin, y esto es lo esencial, por el grado de actividad del proletariado indígena como clase y por sus relaciones con el movimiento revolucionario internacional".
En julio de 1926, se realizó la llamada campaña del Norte, en la que Chiang Kai-Shek, con el apoyo entusiasta de las clases trabajadoras, llevó victoriosamente la ofensiva contra los generales feudales sostenidos por el imperialismo. En marzo de 1927 estalló, en alianza con esta campaña, la insurrección obrera de Shangai, dirigida por los sindicatos y sus consejeros rusos. En este momento, el ejército del Kuomintang, que iba ocupando las grandes ciudades del Yang-Tsé-Kiang en su trayecto, lleva a cabo, bajo las órdenes de Chiang, una matanza general de los campesinos pobres que se habian levantado contra los terratenientes feudales. Ante este giro “inesperado" de la situación, los comunistas de Shangai dirigieron llamado tras llamado a Moscú reclamando un cambio de táctica, que se les permitiera defenderse de Chiang Kai-Shek, el que amenazaba exterminarlos como a los campesinos. Trotsky los apoya enérgicamente y la polémica entre la Oposición y el stalinismo alcanza extrema violencia. Pero Stalin da órdenes a los comunistas de Shangai de entregar sus armas a Chiang; les explica que está seguro de éste. Los coolies, los obreros y los artesanos de Shangai obedecen, Stalin pronuncia un discurso ante los militantes de Moscú contra la Oposición: “Tenemos a Chiang Kai-Shek —expresa— en nuestras manos; lo utilizaremos y luego lo arrojaremos como se arroja un limón exprimido.. ." Una copia de este discurso es enviada a la Pravda para su publicación, pero en la noche llega la terrible noticia de que Chiang ha masacrado a los comunistas y obreros de Shangai. A toda prisa, manda Stalin retirar su discurso de la imprenta y rehúsa darlo a conocer a los miembros de la Oposición en el Comité Central. El clima político alcanza la suprema tensión ante el fracaso estrepitoso y trágico de la política stalinista. Los militantes de la Oposición creen que habrá de provocar la caída de la camarilla dirigente, por la indignación de los obreros. Pero Trotsky no piensa así: las derrotas de la revolución internacional, habia observado repetidas veces, fortalecen a la burocracia. “La oposición no puede incorporarse sobre la derrota de la revolución china; la confirmación de sus pronósticos le valdrian acaso mil, cinco mil, diez mil afiliados nuevos, pero para millones de personas lo importante y lo decisivo no eran los pronósticos, sino el hecho de que el proletariado chino hubiese salido derrotado". En efecto, esa derrota descorazonó definitivamente a los obreros rusos; sobre su desengaño, la burocracia Staliniana se irguió, más fuerte que nunca y la Oposición quedó aislada, a su merced.
Ante el cabal contraste sufrido por su política, Stalin declaró que “la burguesía china se había pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución" y sobre esta tesis preparó la toma del poder por el proletariado chino. De la noche a la mañana, estalló en Cantón una insurrección dictada y realizada por vía burocrática. El XV Congreso del partido comunista ruso, para el que se había preparado esta caricatura de insurrección, no había terminado de proclamar “la inmortal Comuna de Cantón" cuando, ésta perecía, ahogada en sangre por Chiang Kai-Shek.
Trotsky consideró siempre de importancia esencial para la clase obrera de los paises coloniales y semicoloniales la experiencia de la Revolución China de 1926-1927 y dedicó a su estudio gran parte de sus escritos. Debemos, pues, detenernos aqui. La política de Stalin en China, según acabamos de ver, recorrió dos etapas. En la primera, Stalin atribuyó inalterables condiciones revolucionarias a la burguesía china y le enfeudó el partido comunista, paralizando a la vez, para no molestarla, el movimiento revolucionario de las masas. Esto llevó a la revolución a la catástrofe. En la segunda etapa, Stalin consideró definitivamente antirrevolucionaria a la burguesía china y lanzó al partido comunista directamente contra ésta, prescindiendo de la lucha democrática y nacional. Los obreros chinos quedaron aislados del resto de las masas de la nación y la Comuna ele Cantón resultó un miserable aborto. Decía Trotsky sobre esta segunda fase de la política stalinista: “Si ayer se incluia a la burguesía china en el frente revolucionario único, hoy, por el contrario, se proclama que “ha pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución". Pero no es dificil descubrir que estas clasificaciones y estos traslados de campo, efectuados de una manera puramente administrativa, sin el menor análisis marxista serio, carecen de fundamento, Es evidente que la burguesia no viene al campo de los revolucionarios al azar ni a la ligera, sino porque sufre la presión de sus intereses de clase. Después, por temor a las masas, abandona la revolución o le manifiesta abiertamente el odio que habia disimulado. Pero no puede pasar definitivamente al campo de la contrarrevolución, es decir, liberarse de la necesidad de “sostener" de nuevo a la revolución o, al menos, de coquetear con ella, más que cuando con métodos revolucionarios o de otra especie (bismarckianos, por ejemplo), logra satisfacer sus aspiraciones fundamentales de clase. Recordemos la historia de los años 1848-1871. Recordemos que la burguesía rusa sólo pudo volver tan resueltamente la espalda a la revolución de 1905 porque, gracias a ella, recibió la Duma de Estado[8], abriéndose una ruta por la cual podía obrar directamente sobre la burocracia y negociar con ella. Sin embargo, cuando la guerra de 1914-1917 demostró que el régimen “renovado" era incapaz de dar satisfacción a sus intereses principales, la burguesía se puso de nuevo del lado de la revolución y su cambio fue más brutal que en 1905.
“¿Se puede decir que la revolución de 1925-1927 en China ha dado al menos satisfacción parcial a los intereses fundamentales del capitalismo chino? No. China está actualmente tan lejos de una verdadera unidad nacional y de la independencia aduanera como antes de 1925. Sin embargo, para la burguesía china, la creación de un mercado interior único y su protección contra las mercancías extranjeras de precio inferior constituye casi una cuestión de vida o muerte, la segunda en orden de importancia después del mantenimiento de su dominación sobre el proletariado y los campesinos pobres. Pero, para las burguesías inglesa y francesa, el mantenimiento de China en estado de colonia es una cuestión no menos importante que la autonomía económica para la burguesía china. Por eso, habrá aún numerosos zig-zags hacia la izquierda en la política de la burguesía china. No faltarán en el porvenir tentaciones para los aficionados al frente único nacional. Decir hoy a los comunistas chinos: “vuestra coalición con la burguesía fue justa", de 1924 hasta fines de 1927, pero ahora ya no serviría de nada, porque la burguesía se ha pasado definitivamente al campo de la contrarrevolución, es desarmarlos de nuevo ante los cambios objetivos de situación que se producirán en el futuro y ante los zigzags hacia la izquierda que la burguesía china describirá inevitablemente. Ya la guerra que Chiang Kai-Shek sostiene actualmente en el Norte desbarata completamente este esquema mecánico.
La guerra del imperialismo japonés contra China, iniciada en 1933 (año de la victoria de Hitler en Alemania), reactualizó estas cuestiones de estrategia revolucionaria del proletariado de los países coloniales y semicoloniales frente a la burguesía nacional que acabamos de exponer. En 1935, cundió en el movimiento trotskysta norteamericano una tendencia “ultraizquierdista" contra la posición asumida por Trotsky de que “el deber de todas las organizaciones obreras en China era participar activamente y en primera línea en la guerra contra el Japón, sin abandonar naturalmente su programa y su actividad independiente". Esa tendencia afirmaba que, al aceptar de este modo la dirección militar de Chiang Kai-Shek, Trotsky y el trotskymo “servían a este en los hechos y al proletariado en palabras". Referíanse, en particular, a la critica que la Oposición hizo de la primera etapa de la política stalinista en 1926-1927 en China y decían que Trotsky había cambiado de posición.
Trotsky respondió a esta tendencia expresando categóricamente: “Nosotros no hemos puesto nunca, ni pondremos jamás, en un mismo plano a todas las guerras. Marx y Engels apoyaban la guerra revolucionaria de los irlandeses contra Gran Bretaña, de los polacos contra el Zar, aunque en estas dos guerras los jefes eran en su mayoría burgueses. Cuando Abd el-Krim se levantó contra Francia en Marruecos, los demócratas y los socialdemócratas hablaron con desprecio de la lucha de un tirano salvaje contra la democracia. Pero nosotros, marxistas y bolcheviques, considerábamos la guerra de los rifeños contra la dominación francesa como una guerra progresista. Lenin ha escrito centenares de páginas para demostrar la necesidad capital de distinguir las naciones imperialistas de las colonias y semicolonias, que constituyen la mayor parte de la humanidad. Hablar de derrotismo revolucionario en general, sin distinguir entre países opresores y oprimidos, es hacer del bolchevismo una caricatura grotesca y miserable y poner esta caricatura al servicio del imperialismo. En el extremo Oriente tenemos un ejemplo clásico. China es un país semicolonial que el Japón ante nuestros ojos trans- forma en colonial. La lucha, de parte del Japón es imperialista y reaccionaria, la lucha de parte de China es libertadora y progresista. Pero: ¿y Chiag Kai-Shek? Nosotros no tenemos ninguna necesidad de hacernos la menor ilusión sobre él, sobre su partido y sobre toda la clase dirigente china, lo mismo que Marx y Engels no se hacían ninguna ilusión sobre las clases dirigentes de Irlanda y Polonia. Chiang Kai-Shek es un opresor de los obreros y campesinos chinos y no tenemos necesidad de que se nos lo recuerde. Pero hoy día está empujado, a pesar de su mala voluntad, a hacer la guerra al imperialismo japonés por los restos de la independencia china. Mañana puede traicionar nuevamente. Es posible. Más aún, es inevitable. Pero hoy hace la guerra; la no participación en esta guerra es cosa que solo pueden hacerla los cómodos, los canallas y los imbéciles completos. El patriotismo japonés es la máscara del bandidaje mundial. El patriotismo chino es legítimo y progresivo. Poner a los dos en el mismo plano y hablar de social-patriotismo sólo puede hacerlo quien no ha leído nada de Lenin, quien no ha comprendido la actitud de los bolcheviques durante la guerra imperialista y quien no puede más que comprometer y prostituir las enseñanzas del marxismo.
“Afirman que nosotros hemos cambiado nuestra actitud en la cuestión china sobre la guerra chino-japonesa. Es que estos pobres de espíritu no han comprendido nuestra actitud en 1925-1927. Nosotros no negamos jamás el deber para el partido comunista de participar en la guerra de los burgueses y pequeño-burgueses del sud contra los generales del norte, agentes del imperialismo extranjero. Nosotros no negamos jamás la necesidad de un bloque militar entre el partido comunista y Chiang Kai-Shek. Al contrario, nosotros fuimos los primeros en propiciarlo. Pero propusimos que el partido comunista guardara toda su independencia orgánica y política, es decir, que durante la guerra civil contra los agentes internos del imperialismo, como durante la guerra exterior contra el invasor extranjero, la vanguardia obrera, permaneciendo en la primera línea del combate militar, preparara políticamente el derrocamiento de la burguesía. Nosotros defendemos la misma política durante la guerra actual. No cambiamos nuestra actitud en nada. Participar activa y conscientemente en la guerra no significa servir a Chiang Kai-Shek, sino servir la independencia de un país semicolonial a pesar de Chiang Kai-Shek. Las palabras dirigidas contra el Kuomintang son el instrumento de educación para las masas y servirán para derrocar a Chiang Kai-Shek. Participar en la lucha militar bajo las órdenes de Chiang Kai-Shek, puesto que es él quien desgraciadamente tiene el poder en esta guerra por la independencia, pero preparar políticamente el derrocamiento es la única política revolucionaria. Estos señores oponen a esta política “nacional y social-patriótica" la política de la “lucha de clases". Durante toda su vida Lenin combatió esta política abstracta y estéril. El interés del proletariado mundial le dicta el deber de ayudar a los pueblos oprimidos contra sus opresores, en su lucha nacional y patriótica contra el imperialismo. Aquel que no ha comprendido esto hasta hoy, casi un cuarto de siglo desde la guerra mundial y veinte años después de la revolución de Octubre, debe ser implacablemente apartado de la vanguardia revolucionaria como el peor enemigo interior".
Los conceptos de Trotsky que acabamos de transcribir nos son especialmente útiles para aclarar ciertos aspectos de actualidad de la estrategia proletaria en la revolución de América Latina. Como la de China, ésta tiene por objetivo supremo la unidad nacional, o sea, la constitución del Estado latinoamericano, y como en aquélla, esto sólo puede alcanzarse a través de la lucha más decidida contra el imperialismo y sus agentes interiores, las oligarquías agrarias feudales. Ejemplificaremos, también en este caso, con la política del P.O.R. en Bolivia.
Aun cuando el gobierno de Paz Estensoro —según veremos con detalle más adelante— se orienta a desglosar a Bolivia del proceso revolucionario latinoamericano, procurando sólo adaptar su régimen económico y social para poder negociar en mejores condiciones con el imperialismo yanqui (antes no se negociaba, éste se imponia simplemente), no puede desconocerse en modo alguno el carácter profundamente revolucionario y progresivo de las medidas por él tomadas de nacionalizar las minas de estaño y expropiar a los terratenientes feudales. En la ejecución de estas medidas cuenta con el apoyo incondicional de la clase obrera boliviana, que propugna además por darles el carácter más amplio y consecuente. Sólo un ciego podría dejar de ver, por consiguiente, que la pequeña burguesía boliviana, representada políticamente por el M.N.R., ha abrazado, a pesar de todas sus vacilaciones e incongruencias, la causa de la revolución en Bolivia. No está descartado, por supuesto, de ninguna manera, que mañana le vuelva la espalda, como ha comenzado a hacerlo en el terreno latinoamericano. Pero los dirigentes del P.O.R., para justificar su posición de luchar ante todo y sobre todo contra el gobierno de la pequeño burguesía, olvidando que el principal enemigo de un país semicolonial es el imperialismo, niegan sistemáticamente al gobierno de Paz Estensoro todo carácter revolucionario. Como para ello se enfrentan con la realidad, recurren al subterfugio siguiente: si aquél ha nacionalizado las minas, no es porque lo haya deseado; todo lo contrario, ha procedido así porque lo obligó la irresistible presión popular. Si ha iniciado la reforma agraria, no es porque haya pensado que era necesario liquidar la oligarquia: semi- feudal, rémora del pais, sino porque ya no podía protegerla más frente a los campesinos que amenazaban desbocarse. De este modo, un partido que sufrió las persecuciones sanguinarias de la Rosca y de los terratenientes, y que fue llevado al poder por el pueblo boliviano, luego de una cruenta insurrección contra éstos, resulta su defensor. En cambio, destaca el P.O.R. en primer plano todas aquellas medidas que, hallándose muy por debajo de las grandes tareas revolucionarias realizadas por el gobierno de Paz Estensoro, traslucen los aspectos reaccionarios que tiene toda politica pequeño-burguesa. Asi, quien recorra la prensa “porista", recogerá la impresión de que el principal enemigo de la revolución boliviana es el propio M.N.R. y el gobierno de Paz Estensoro.
Los “poristas" pierden, asi, una excelente oportunidad de explicar por qué los gobiernos de Hertzog y Urriolagoitia, surgidos también, según ellos lo dicen, de una revolución “popular" (la del 21 de julio de 1946), lejos de poder ser obligados por la presión irresistible de las masas mineras y agrarias a expropiar a la Rosca y a los señores feudales, los apuntalaban, ahogando en sangre toda tentativa popular en esta dirección. ¿Por qué unos “ceden" a la presión y otros no? Es tan grande la necesidad subjetiva que tiene el P.O.R. (y esta necesidad proviene de su posición equivoca) de privar a la burguesía o a la pequeña-burguesía semicoloniales de toda capacidad revolucionaria, que cuando un movimiento nacional dirigido por éstas es derrotado en cualquier parte del mundo, los “poristas" ponen todo el vigor de su acento inflamado en acusar y golpear, como a perro muerto, al líder antiimperialista caído, en lugar de indignarse ante todo, como la clase obrera y los pueblos oprimidos, por la victoria conseguida por el imperialismo. Véase por ejemplo, el siguiente comentario sobre la caida de Mossadegh en Persia, publicado en el periódico “Emancipación", que dirige el “porista" Edwin A. Moller:
“El bonapartismo no tiene otra salida. Las vacilaciones de la pequeña burguesía finalizan siempre con un saldo trágico para la revolución. Sólo el proletariado es capaz de superar ampliamente todo estancamiento revolucionario. Mossadegh no supo aprovechar la coyuntura política, liquidando la monarquía y apoyándose en las aspiraciones populares para establecer la república democrática. De nada vale “llorar como mujer lo que no se supo defender como hombre". Ni el método del ayuno de Gandhi ni el llanto de Mossadegh son sistemas eficaces de lucha proletaria".
Este comentario constituye, es difícil calificarlo de otro modo, un modelo acabado de infamia social-imperialista. En su texto, no se encuentra para nada la palabra imperialismo, aunque todo el mundo sabe que éste es el gestor directo del derrocamiento del líder iranio. El énfasis del título, concentrado exclusivamente en el hecho de la caída de Mossadegh, parece anunciar algo esperado. A Mossadegh, jefe de un país pobre y oprimido, que se atrevió a nacionalizar los pozos petrolíferos de la Anglo-Iranian, trust mundial cuyo presupuesto excede al del Estado boliviano íntegro, que defendió esa nacionalización contra todo el imperialismo internacional coaligado durante más de dos años y que se encuentra ahora en la cárcel por ese motivo, se le censuran ante todo sus “vacilaciones". Negar, contra toda evidencia, la posibilidad para la pequeña burguesía o la burguesía de un país oprimido por el imperialismo de moverse durante un tiempo en el campo de la revolución contradice directamente la concepción de Trotsky expuesta precedentemente sobre la naturaleza contradictoria de la política de la burguesía colonial o semicolonial, borra enteramente la distinción leninista entre la burguesía del país que oprime y la burguesía del país que es oprimido, pone en el mismo plano a la metrópoli imperialista y a su semicolonia. Para decirlo con palabras de Trotsky, es la política de la lucha de clases concebida en oposición a la política nacional y patriótica contra el imperialismo. Quien tal política sostiene “debe ser implacablemente apartado de la vanguardia revolucionaria como el peor enemigo interior".
“La espada de Chiang Kai-Shek cortó el cordón umbilical que todavía nos mantenía unidos al poder. A su aliado ruso Stalin, que ya no tenía nada que perder, no le quedaba más remedio que completar la represión del movimiento obrero de Shangai ahogando en las organizaciones nuestro movimiento de oposición". El 23 de octubre de 1927, se expulsó a Trotsky y a Zinoviev del Comité Central y el 12 de noviembre del partido. Kamenev, Rakovsky, Smilga y Edokimov, fueron separados del Comité Central; a otros destacados oposicionistas, como Muralov, Bakaiev, etc., se los separó de la Comisión Central de Control. La manifestación organizada por la Oposición en conmemoración del décimo aniversario de la Revolución fue violentamente reprimida. El 16 de noviembre se suicidó A. Joffe, destacado diplomático de los Soviets y gran amigo de Trotsky desde los tiempos de Viena; enfermo, sufría doblemente la persecución burocrática. El XV Congreso del Partido, en diciembre de 1927, expulsó a la Oposición en su conjunto y los expulsados fueron puestos a disposición de la G.P.U. Los militantes de filas de la Oposición eran encarcelados y deportados a lejanas e inhóspitas regiones de Siberia. Nunca más se liberarían, pues al término de su condena, se les agregaba otra nueva. Aquellos que, a fin de recobrar su libertad, capitularon, caerían posteriormente en las sangrientas purgas con que Stalin, a lo largo de los años, eliminó a varios millones de ciudadanos soviéticos, o pasarían a integrar los destacamentos de esclavos de la G.P.U.
En 1928, la dictadura personal de Stalin no estaba aún afianzada. Dependía todavía de su alianza con Bujarin, Tomski y Rykov, viejos bolcheviques que, apegados a las tradiciones revolucionarias a pesar de su “derechismo", no hubieran tolerado medidas de extrema violencia contra los principales dirigentes de la Oposición, cuya actuación revolucionaria y camaradería con Lenin estaban muy frescas todavía en la memoria del pueblo. Y Stalin era apenas conocido, salvo dentro de las camarillas burocráticas y oficinas en que, taimadamente, había ido labrando su poder.
En enero de 1928, Trotsky, con su mujer y su hijo mayor, fueron deportados a Alma- Ata, una mísera aldea turquestana, en donde imperaban la miseria y las enfermedades típicas del Asia Central. Se creía poder lograr, con este medio, doblegar su firme voluntad y si no, quedaba la esperanza de que sucumbiese a alguna de esas plagas. Pero todos estos cálculos se estrellaron —contra el férreo carácter del compañero de Lenin, que sabía sobreponerse a la adversidad. Prosiguió su actividad política por medio de la correspondencia privada. Numerosos manuscritos provenientes de Alma-Ata comenzaron a circular entre los desterrados y los militantes de la Oposición aún no detenidos en la U.R.S.S. En Alma-Ata escribió Trotsky su famosa carta al VI Congreso de la Internacional Comunista y su crítica al proyecto de programa aprobado en el mismo, que se limitaba a consagrar todas las traiciones y desviaciones políticas del stalinismo, especialmente en China. Estos escritos jamás serían impresos en idioma ruso y su primera edición conjunta se hizo en nuestra lengua, bajo el significativo título de “El gran organizador de derrotas", referente a Stalin. Alarmada ante el sesgo que tomaba la actividad del deportado, la G.P.U., cumpliendo órdenes del Buró político, empezó a interceptar y retener la correspondencia. Trotsky recibió una carta de su hija Nina, que había fallecido víctima de las persecuciones, setenta y cinco días después de su deceso. ¡Terrible golpe! En el otoño, un agente de la G.P.U. le entregó un ultimátum del Buró político, por el que se le exigía el abandono total de su acción política, advirtiéndole que, en caso de negativa, el gobierno tomaría las medidas conducentes a impedírsela. Trotsky contestó el 16 de diciembre, en una carta dirigida al Comité Central del partido y a la presidencia de la Internacional Comunista, diciendo: “Esta exigencia que se me hace de que renuncie a toda actuación política equivale a decirme que renuncie a luchar por los intereses del proletariado internacional, a cuya defensa he venido consagrando sin interrupción treinta y dos años, que tanto vale decir mi vida entera desde que tuve uso de razón. Sólo una burocracia corrompida hasta el tuétano podría exigir de un revolucionario semejante renuncia y sólo unos renegados despreciables podrían aceptarla". La G.P.U. comunicó entonces a Trotsky que se había decidido expulsarlo de la Unión Soviética. El 12 de febrero de 1929 se lo desembarcó con su mujer y su hijo mayor, León Sedov, en Estambul. Quedaba en Rusia su hijo menor Sergio, ajeno a la política. Trotsky entregó al funcionario turco que lo recibió una carta dirigida al presidente Kemal Ataturk en que significaba que había arribado a la frontera turca contra su voluntad y que sólo la había franqueado por la violencia. Esta carta no obtuvo respuesta; todo había sido combinado de antemano entre el Kremlin y el gobierno de Ankara.
Luego de una corta estadía en el Consulado soviético, Trotsky se alojó en una pequeña casa de la isla de Prinkipo. Comenzaba asi su tercera y última emigración. Varios años debia vivir allí, en un profundo aislamiento. “En vano solicitamos asilo en Alemania e Inglaterra — nos dice su viuda, Natalia Sedova—: ni el partido Laborista ni la social-democracia alemana quisieron acordarnos los beneficios de la democracia". Por su parte, el gobierno francés se limitó a decirle que continuaba vigente la orden de expulsión decretada en 1916. Los gobiernos pasan, la policía queda, comentó Trotsky. De hecho, “el planeta sin visado".
Stalin, no pudiendo encarcelar a Trotsky, pues la situación no le permitía esa medida, habia optado por expulsarlo del territorio soviético, confiando en que, sin recursos y desacreditado por toda la propaganda de los diarios de la Internacional Comunista, el jefe revolucionario no podría proseguir su actividad política. No cabe duda de que éste fue el gran error de Stalin; subestimó tanto las posibilidades de lucha que se abrían ante Trotsky en la arena internacional como la fuerza de aquel carácter inquebrantable.
Desde Prinkipo, Trotsky reanudó su contacto con los amigos de su anterior emigración europea y conoció a otros que desalentados por la corrupción de la Internacional Comunista buscaban a tientas el verdadero camino revolucionario. Su palabra era esperada con urgencia. En una serie de artículos para la prensa americana, expuso los motivos politicos de su expulsión de Rusia y aclaró teórica y políticamente el proceso habido en la U.R.S.S. desde la muerte de Lenin. Afectó íntegramente el importe de sus derechos de autor a la publicación del Boletín de la Oposición, escrito en ruso y que apareció ininterrumpidamente desde 1929 hasta su muerte en 1940. En sus páginas, densas y vibrantes, ha quedado condensada la vida politica de la U.R.S.S. durante esos años y de ellas emerge, entre el registro de sus innumerables victimas, la figura de Caín Djugashvilli (Stalin), como la más siniestra de la historia humana. En Prinkipo escribió también su autobiografia Mi Vida y su obra maestra, Historia de la Revolución Rusa; alli dió comienzo a su biografía científica de Lenin, de la que, debido a las dificultades de su vida de emigrado y a las necesidades cada vez más imperiosas de su labor política, sólo pudo concluir el primer tomo, que con el subtitulo Juventud vio la luz por primera vez en Francia y que la Editorial INDOAMERICA ha publicado recientemente en nuestro idioma. Junto a estos trabajos, de suyo absorbentes, se encuentran sus numerosos artículos en la prensa mundial y su correspondencia política, cuya publicación conjunta demandaría muchos volúmenes. Es a través de estos escritos que la nueva generación revolucionaria toma conocimiento de las ideas de Lenin, generalizadas y brillantemente expuestas por León Trotsky en su aplicación a los problemas políticos contemporáneos. Sólo una pequeña minoría, tales son las terribles condiciones de la reacción mundial, las sostiene en los diversos países. Pero alguna fuerza han de tener esas ideas, cuando Stalin moviliza todo el aparato del Estado ruso y la G.P.U. para aplastar a quienes las defienden y propagan, y cuando el imperialismo mundial mantiene bloqueado a León Trotsky en Prinkipo.
El escaso contacto que subsistía con Rusia se fue reduciendo poco a poco. En 1928, la burocracia, que no había cesado de alentar al kulak a enriquecerse y habia llegado incluso a propugnar, por boca de Stalin, la desnacionalización de la tierra, se vió enfrentada con la llamada “huelga del trigo": el campesino rico había conseguido arrastrar al campesino medio y se negaron a vender el trigo a las ciudades, las que se encontraron enfrentadas con el hambre. Espantada, la burocracia debió abandonar bruscamente toda su anterior política de apoyo a la naciente burguesía rural, que le había permitido estrangular a la Oposición de Izquierda, y emprender a todo vapor la “liquidación de los kulaks como clase" y la colectivización forzada de los campos. Tardiamente, se daba asi la razón a la crítica de la Oposición, que había señalado insistentemente la necesidad de impedir la acumulación capitalista en el terreno agrario mediante una política impositiva sobre el kulak y el apoyo al movimiento cooperativo de los productores del campo, aplicando paulatinamente medidas colectivistas sobre la base de la industrialización, pues la colectivización sólo podia tener éxito si las ciudades proveían la maquinaria agrícola moderna. Por sostener esta política, la burocracia había acusado a la Oposición de “enemiga del campesino". Ahora, tuvo que emprender expediciones militares a los campos para obtener el trigo sin el cual la población urbana perecería de hambre; el campesino rico y medio se resistieron tenazmente a entregarlo, levantándose en toda la extensión del territorio. Se abrió asi un periodo de guerra civil entre la ciudad y la campaña, que llevó a las fuerzas productivas a una caida casi vertical y destruyó buena parte del capital básico del pais en el terreno agrario. La liquidación de los kulaks como clase se concretó, en estas condiciones, en la deportación de cuatro a cinco millones de campesinos a las regiones desérticas de Siberia, además de los muertos por el hambre y el terror de la G.P.U. Si en aquel momento, el imperialismo hubiese podido intervenir militarmente, el Estado obrero hubiera dejado de existir. Solo poco a poco pudo reponerse la U.R.S.S. de las consecuencias de esta catástrofe, a la que la arrastró la anterior politica ciega y oportunista de la burocracia.
La era de la “colectivización forzada" y de la Industrialización a todo trapo, determinó la ruptura de Stalin con el ala derecha: Bujarin, Rykov y Tomski. Estos comenzaron a seguir el mismo destino que otrora la Oposición de Izquierda: encarcelamientos, deportaciones, capitulaciones, suicidios. La burocracia se consolidó definitivamente como casta gobernante y el Estado soviético asumió un carácter totalitario. El atraso del pais y el cerco imperialista habian completado su obra.
El pánico viraje hacia la izquierda dado por la burocracia stalinista, asustada por las consecuencias de su anterior apoyo de derecha al kulak, se proyectó en el exterior, en las condiciones creadas por la crisis de 1929, en la llamada política del “tercer período". Stalin y Molotov decretaron que la situación en todo el mundo se había vuelto revolucionaria y proclamaron como tarea inmediata de los partidos comunistas la preparación de la toma del Poder. Esta táctica debía aplicarse uniformemente en todos los países, con absoluta prescindencia de su naturaleza y de las condiciones objetivas en ellos existentes. En las colonias y semicolonias, se borró toda diferencia entre los movimientos nacionales de la pequeña-burguesía y de la burguesía indigenas y el imperialismo opresor. Así, por ejemplo, recordemos que en la Argentina, Codovilla y Ghioldi caracterizaron al gobierno de Irigoyen como “fascista" y movilizaron al partido comunista contra él, al mismo tiempo que se producía el golpe septembrino. En los países imperialistas, particularmente en Alemania, donde estaba en ascenso el nazismo, la socialdemocracia, que detentaba la mayoría de la clase obrera, fue identificada con éste bajo la denominación de “social-fascismo". “El fascismo y la socialdemocracia, decia Stalin en el pleno de la Internacional Comunista, no son enemigos, sino gemelos. La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo". Esta política debía conducir y condujo al poder a Hitler.
Con los fondos que les proporcionaba el gran capital financiero alemán y con la complicidad del imperialismo anglo-francés, los nazis arremetían contra la vacilante República de Weimar. La gran burguesía alemana, enfrentada con la crisis, ya no podía tolerar la existencia del movimiento obrero aún en su forma reformista e inofensiva. La Alemania desprovista de colonias no podia darse el lujo de mantener la democracia burguesa, como Inglaterra y Francia. El gran capital se encaminaba así a le destrucción total del movimiento obrero (de sus partidos, sindicatos y cooperativas), implantando su propia dictadura terrorista, para lanzarse en seguida a preparar la guerra contra los imperialismos rivales en procura de esclavos coloniales.
Los socialdemócratas hacían aquí el mismo papel que en todas partes; mientras su ala izquierda protestaba, el ala derecha y el centro cedían posiciones a la reacción. Pero ahora el nazismo amenazaba ya a la misma socialdemocracia: en 1930, los nazis habían obtenido 6 millones de votos y aumentaban sus agresiones a las organizaciones obreras y los asesinatos de militantes obreros. Ante esta situación el único remedio consistía en la unión de todos los partidos y sindicatos obreros contra el nazismo. Desde Prinkipo, Trotsky recomendaba insistentemente en sus artículos la aplicación de esta táctica, denominada de “frente único proletario", para detener y derrotar a Hitler: ante la amenaza común, el partido comunista, la socialdemocracia, los sindicatos reformistas y los sindicatos rojos, debían oponer una resistencia común.
El “frente único proletario" se diferencia del “frente único antiimperialista", que Lenin y Trotsky preconizaron para las colonias y semicolonias, en que, en éstas, el principal enemigo lo constituye, no la burguesía nacional, sino el imperialismo extranjero, mientras que en los países imperialistas el principal enemigo de la clase obrera es la propia burguesía. De este modo, si en los países retrasados se constituye el frente con los partidos burgueses y pequeñoburgueses nacionalistas sobre la base de un programa antiimperialista, dado que esos partidos se oponen en cierta medida, al imperialismo, en ‘los países avanzados, donde toda la burguesía está en el campo de la reacción, sólo puede llevarse a cabo el frente de las organizaciones y partidos proletarios. La táctica del frente único proletario, a la vez, podía proporcionar al Partido Comunista, con su acertado empleo, la base para la conquista futura del poder, pues a través de la actuación de todos los partidos obreros en el frente contra el enemigo común, el proletariado podía comprobar en la práctica las vacilaciones y traiciones de la socialdemocracia y prestar cada vez más su apoyo al combatiente más decidido y consecuente del Frente único, el partido comunista. Pero bajo la dirección de Stalin y Thaelmann, éste concentró toda su propaganda contra la socialdemocracia, tildada de social-fascista: en el verano de 1930, los nazis intentaron derribar al gobierno socialdemócrata de Prusia por un referendum; Stalin ordenó a Thaelmann y éste al partido comunista alemán votar... por los nazis.
En 1931 escribía Trotsky: “La clave de la situación internacional está en Alemania. El desenlace se aproxima: una situación prerrevolucionaria va a convertirse en revolucionaria o contrarrevolucionaria. El destino de Europa y del mundo entero dependerá de ello por largos años. La dirección del partido comunista alemán conduce al proletariado a una inmensa catástrofe. Hay que decidirse ya a oponer a Hitler una resistencia armada sin gracia. La fuerza del nazismo está en la división de la clase obrera. Hay que unir la clase obrera". Pero Stalin prosiguió con su criminal política. Ordenó al partido comunista alemán apoyar la huelga de los transportes en Berlín, decretada por los nazis en noviembre de 1932. A comienzos de 1933, gracias a esta política suicida, Hitler tomó el poder, encarceló a Thaelmann e inició la persecución más terrible y despiadada del movimiento obrero que recuerda la historia. Stalin sostenía aún: “La dictadura fascista destruye las ilusiones democráticas y libera a las masas de la influencia socialdemócrata, acelerando asi la marcha de Alemania hacia la revolución proletaria... Sólo los ignorantes y los idiotas pueden decir que los comunistas alemanes han sido vencidos". Pero la voz pontifical del sepulturero de la revolución cayó en el silencio más absoluto. Años más tarde, éste estrecharia la mano al verdugo del proletariado alemán.
En octubre de 1932, se abrió momentáneamente el cerco que mantenía a Trotsky en Prinkipo. Una institución socialdemócrata danesa le invitó a pronunciar una conferencia sobre la Revolución Rusa en Copenhague. Expirado el plazo de ocho dias que se le acordó para su estadía en Dinamarca, debió abandonar el país, sin que se accediera a su prolongación. El gobierno socialista sueco, a quien Trotsky había solicitado un visado, le contestó que no tenía inconveniente en recibirlo, pero que la embajadora de la U.R.S.S., Alejandra Kollontai, presentaba insuperables objeciones. Trotsky debió retornar a Prinkipo, pasando por Francia e Italia. Allí le alcanzó, el 5 de enero de 1933, la noticia de que su hija mayor Zenaida, de treinta años, se había suicidado en Berlín. Su marido había sido preso por Stalin desde hacía años sin que ella tuviese jamás la menor noticia de él. Recientemente, Stalin la había privado de la nacionalidad soviética, así como a Trotsky, su mujer y su hijo León.
En 1933, el gobierno Daladier, desafiando las protestas de la prensa fascista y de los stalinianos, concertadas al unísono, acordó a Trotsky el asilo en Francia. En este país debía permanecer, bajo incógnito forzado, hasta mediados de 1935. En mayo de este año, se enteró por los diarios del arresto de su hijo Sergio, en Moscú. “Su único crimen —escribe Natalia Sedova—, consistía en ser nuestro hijo, en conocer la probidad de su padre, en no consentir en renegar y sin duda en acusar falsamente a su padre, como se le debía exigir. Sergio no se interesaba activamente en la vida política. Su espíritu se inclinaba hacia la ciencia y las matemáticas. Mi protesta pública no tuvo ningún efecto. Algunas semanas pasaron y una carta que había enviado a la mujer de Sergio, nos fue devuelta con la siniestra leyenda: “Partida sin dejar dirección"...
Acosado por los reaccionarios y los stalinistas, el ministro del Interior Sarraut se negó a prolongar el permiso de estadía de Trotsky y exigió que saliese de Francia. Pero como no tenía adonde ir, “el planeta seguía sin visado para nosotros", comenta Natalia Sedova, la medida de expulsión no podía concretarse y permaneció en el pais sometido a una especie de arresto domiciliario. En junio de 1935, el nuevo gobierno socialdemócrata en Noruega visó sus pasaportes, gracias a la intervención de algunos amigos de Trotsky en dicho país, y
éste pudo embarcarse en Amberes para Oslo. “El gobierno belga (Vandervelde) nos rehusó la autorización de pasar un día en Amberes para visitar los museos".
Llegados a Noruega, Trotsky y su mujer se alojaron en la casa del diputado socialista Konrad Knudsen, en la aldea de Weksal, a sesenta kilómetros de Oslo. Un período de relativa tranquilidad parecía abrirse en su vida. Reanudó la redacción del boletín de la Oposición, su correspondencia, recibió varias visitas y empezó a trabajar en un libro al cual acordaba importancia capital: La Revolución Traicionada. No nos es posible, en el breve espacio de este estudio, dar una idea completa del contenido de esta obra, que constituye tan genial análisis científico, a la luz del materialismo histórico y de las ideas leninistas, de la sociedad surgida de la Revolución de Octubre, Pero hemos de consignar algunas de sus tesis esenciales. La burocracia soviética, que surgida del atraso histórico de Rusia y de la presión imperialista sobre la misma, se ha apoderado del Estado obrero para usufructuarlo en su propio beneficio, no ha podido aun alterar las bases socialistas creadas por la Revolución de Octubre: la industria nacionalizada, el monopolio del comercio exterior, la economía planificada, el colectivismo agrario. No es, pues, una nueva clase dominante, sino una casta, un tumor parasitario sobre el cuerpo del Estado Obrero. Este ya no es aquél que surgió inmediatamente después de la Revolución; la democracia soviética ha desaparecido: es un Estado obrero degenerado. Hay que defender a la U.R.S.S. de la invasión armada que el imperialismo llevará a cabo inevitablemente, porque es preciso defender las bases socialistas subsistentes, únicas en que se puede sustentar el progreso histórico. Esta defensa es inseparable de la lucha contra la burocracia, el enemigo interior, y el stalinismo internacional, definido como “sífilis del movimiento obrero", y coincide enteramente con la lucha por la revolución proletaria internacional, que abatirá el cerco imperialista que al rodear a la U.R.S.S., representa, en último análisis, la razón de ser de la casta burocrática. El proletariado mundial no necesita ni debe, por consiguiente, apartarse de su propia ruta revolucionaria para defender a la U.R.S.S., como propone la falacia stalinista, que nunca ha vacilado en sacrificar los intereses de la clase obrera internacional en beneficio del imperialismo con el cual pacta. El impulso para que los obreros soviéticos derriben a la burocracia vendrá muy probablemente de afuera: de los triunfos de la clase obrera en la arena mundial; estos debilitan la reacción burocrática, en tanto que las derrotas la galvanizan. La nueva revolución rusa será política, pues no precisará tocar las bases socialistas creadas en Octubre. En el terreno de la superestructura (familia, situación de la mujer, arte, cultura, etc.), la sociedad soviética contradice vivamente la de los primeros años de la Revolución: impera la mixtificación más monstruosa que, con el culto del jefe infalible, ahoga todas las manifestaciones de la vida soviética. “El arte soviético es un martirologio"; el artista, que siente sobre su nuca el caño del revólver de la G.P,U., está obligado a falsear conscientemente la realidad. “La época termidoriana entrará en la historia como la de los mediocres, de los laureados y de los pillos". De no sobrevenir triunfos de la revolución socialista internacional, el Estado obrero sucumbirá inevitablemente, ya por obra de la intervención armada de las grandes potencias imperialistas, ya por la contrarrevolución interna, que puede ser encabezada por la misma burocracia dominante.
Concluida La Revolución Traicionada, Trotsky y su mujer partieron con los Knudsen para unas cortas vacaciones en un lago cercano a Weksal. En la noche del 14 al 15 de agosto de 1936, se enteraron casualmente, escuchando la radio, de que a los cinco días se abriría el proceso de un “centro trotskysta-zinovievistas", acusado de actividades terroristas. Regresaron entonces de inmediato a Weksal, donde los esperaban los diarios. Ante un Tribunal cuyos procedimientos recordaban los de la Inquisición, comparecían viejos y probados dirigentes bolcheviques, compañeros de lucha de Lenin, héroes de la guerra civil, constructores del Estado soviético: Zinoviev, Kamenev, Smirnov y otros, acusados de fraguar complots terroristas contra Stalin y los demás miembros del Buró político, siguiendo presuntas ordenes de Trotsky, quien se encontraría al servicio de la Gestapo. No nos detendremos, pues nos demandaría más espacio del que podemos disponer aquí, en examinar de cerca éste y los siguientes procesos de Moscú, pues hace ya tiempo que la conciencia del mundo los ha condenado como la impostura y el crimen judiciales más grandes que la Historia ha presenciado. Sus falsedades groseras, la falta absoluta de pruebas materiales, las inconcebibles confesiones de los acusados, que terminaban exigiendo para sí mismos el más terrible castigo y loando a su verdugo, Stalin, todo ello ha sido plenamente demostrado y explicado en diversas obras a que puede recurrir el lector interesado: Los crímenes de Stalin, de León Trotsky, el Libro rojo sobre los procesos de Moscú, de León Sedov; El caso de León Trotsky, obra esta ultima en que se exponen las comprobaciones y resultado a que llegó una Comisión investigadora internacional presidida por el conocido filósofo liberal norteamericano John Dewey, fallecido hace poco.
Pero es indispensable decir algo sobre su finalidad política, que surgió a plena luz con posterioridad. Stalin se preparaba para su pacto con Hitler y necesitaba para ello eliminar previamente a toda la generación bolchevique de Octubre que aún sobrevivía. Uno de los rasgos más extraños de los procesos lo constituía el hecho de que, con visible intención, se destacara el origen semita de algunos de los acusados, citando además de sus seudónimos revolucionarios, por los cuales se los conocía en todo el mundo, sus nombres patronímicos, que si bien eran ignorados, hacían presente aquel origen. Conectar este elemento con la Gestapo parecía entonces absurdo, sólo el pacto Hitler-Stalin de 1939 permitiría apreciar la causa anteriormente oscura. Preparándose a celebrar su alianza con el verdugo de los judíos alemanes, a entregarle los judíos de Polonia y de Europa, Stalin buscaba ante todo “purgar" y paralizar con el terror a los considerables sectores judíos que integran las capas medias de la burocracia soviética, los que se hubieran resistido enérgicamente al pacto, conjuntamente con la opinión pública semita del mundo. Nada mejor que empezar por ligarlos a ellos mismos con Hitler. Era éste el procedimiento típico de Stalin, que había sido ya bien estudiado en su personalidad psicopática: siempre acusaba a aquellos a quienes deseaba eliminar, de concebir o ejecutar los mismos crímenes que el preparaba o realizaba. En la biografía de Stalin escrita por Trotsky encontrará el lector que desee profundizar en este tema numerosos elementos de juicio. Los recientes procesos antisemitas detrás de la cortina de hierro demuestran, por otra parte, la grande y persistente importancia de este factor en la Unión Soviética. La carrera ascensional de Beria comenzó con el pacto Hitler-Stalin y el proceso de los “médicos judíos" marcó su punto culminante, así como su vertical caída ha ido acompañada de la rehabilitación de aquéllos. En la política interna de la Unión Soviética tienen un considerable papel los conflictos entre los diversos grupos nacionales que integran la burocracia dominante.
Debemos también señalar la actitud de gran parte de la izquierda internacional por aquel entonces, que profundamente corrompida por el stalinismo y la prolongada era de reacción en que el primero alcanzó su apogeo, no supo sino prosternarse vilmente ante los procesos de Moscú. Reflejaba esa actitud, asimismo, la posición del imperialismo mundial, que preparándose para levantar el telón de la última gran carnicería, no podía ver sino con buenos ojos que se comprometiera a Trotsky y la vanguardia revolucionaria. Hoy no es posible dejar de comprobar cómo los últimos procesos detrás de la cortina de hierro, encuentran de inmediato unánime condenación: es que el imperialismo, que se dispone a la guerra contra la Unión Soviética, tiene ahora motivos más que suficientes para dirigir la opinión pública mundial en el sentido de desenmascarar esas farsas criminales. Se requieren verdaderamente un duro aprendizaje y toda una combinación de los sucesos históricos para que gran parte de la intelligentsia de izquierda sepa darse cuenta de cómo el imperialismo y las grandes fuerzas reaccionarias saben manejarla, encaminando su pensamiento “independiente" en la dirección deseada.
Trotsky sólo dispuso de unos pocos dias para poder entregar a la prensa mundial sus declaraciones. Cuando había reunido las pruebas de que más prontamente dispuso para demostrar la falsedad de los cargos que se hacían en el proceso de Moscú, éste ya estaba terminado, los acusados habian sido ejecutados por la G.P.U. y el mismo Trotsky y su hijo León Sedov condenados a muerte en contumacia. Tampoco, pudo darlas a publicidad, pues el gobierno socialdemócrata noruego, obedeciendo a la presión de Stalin sobre los armadores y vendedores de arenque del pequeño país, a quienes amenazó con hacerles perder su clientela rusa, le impidió toda comunicación con el mundo exterior, sometiéndolo a una especie de arresto durante cuatro meses. Así, no podía hacer su defensa ni la vindicación póstuma de los compañeros de Lenin. La trampa se iba cerrando. El 11 de noviembre, el ministro de justicia, Trygve Lie, que años después, transcurrida la segunda guerra imperialista, sería designado secretario de las Naciones Unidas, en pleno idilio stalinista-imperialista, le informó por una carta singularmente grosera que “le estaba prohibido intentar acciones de justicia o lo que fuera, que para defender sus derechos en otros países debería en primer lugar “abandonar Noruega". “Estas palabras, escribe Trotsky, implicaban una amenaza, apenas velada, de expulsión y de entrega a la G.P.U. No es otra la interpretación que di a aquel documento en una carta que dirigí a mi abogado en Francia. La censura noruega dejó pasar la carta, confirmando así su contenido". “Hemos cometido una tontería al concederle un visado", decía abiertamente a Trotsky el ministro de justicia. “Y esa estupidez ¿se preparan ustedes a repararla mediante un crimen?", respondió Trotsky. “Una franqueza por otra. Ustedes proceden, a mi respecto como Noske y Sheideman respecto a Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Si los obreros de Francia y España no salvan el mundo, usted y sus colegas pasarán a la categoria emigrados, como todos sus predecesores socialdemócratas". Esta profecía se cumplió cuando Hitler invadió Noruega. “Hoy —dice Trotsky en su obra Los Crímenes de Stalin—, cuando me vuelvo hacia aquel periodo de internación, estoy obligado a decirme que jamás, en ninguna parte, en el curso de toda mi vida —y yo he visto tanto— he sido perseguido con tanto miserable cinismo como por el gobierno “socialista" de Noruega. Durante cuatro meses, esos ministros, prodigando muecas de hipocresía democrática, me sujetaron el cuello, para impedirme protestar contra el más grande crimen que conoce la historia. No tenia ya esperanza de encontrar asilo en otro país".
Fue en estas circunstancias, que amenazaban concluir en tragedia, cuando llegó un telegrama del Nuevo Mundo anunciando que el lejano Méjico se declaraba dispuesto a ofrecerle hospitalidad. “Ibamos a romper el hielo, a salir de Noruega“. El 18 de diciembre, el gobierno noruego comunicó a Trotsky que se habían recibido los visas mejicanos, que éste ni siquiera había tenido tiempo de solicitar, y que serían embarcados al día siguiente en un buque mercante para Méjico. “No nos quedaban más que algunas horas, abstracción hecha de una noche descompuesta, para embalar nuestros haberes y papeles. Jamás ninguna de nuestras partidas había sido tan apresurada, jamás conocimos parecida soledad, experimentado semejante indignación, jamás estuvimos situados ante tal incógnita. A momentos, nos mirábamos llenos de inquietud, preguntándonos cuál era el motivo de todo aquello, qué significaba; en seguida nos precipitábamos, cada cual por su lado, con un paquete o un lío de papeles. “¿No será una trampa?", se preguntaba mi mujer. “No lo creo", respondía yo, sin estar demasiado convencido".
No era para menos, ciertamente. El stalinismo y el imperialismo mundial, las dos fuerzas que dominaban el mundo, habían revelado hallarse en completo acuerdo para hacerle imposible la vida en él: el planeta sin visado. Y he aquí que un pequeño y lejano país se había atrevido a romper el cerco de esa cacería trágica, cuando ya se iba cerrando sobre las víctimas; más aún, había asumido la iniciativa de ofrecerles el asilo providencial, negado por todas las “democracias" imperialistas. ¿Casualidad? Trotsky era demasiado marxista como para no tener presente que en ésta siempre hay un fondo de necesidad. “Las leyes racionales de la historia —había observado una vez— operan a través de una selección natural de casualidades". Y a bordo del petrolero que, por rutas desacostumbradas, lo conducía a Méjico, dedicóse a reflexionar sobre las causas que habían hecho posible aquel inesperado “tournant" de la corriente histórica. El presidente de Méjico, Lázaro Cárdenas, que acababa de concederle aquel providencial asilo en tierra indoamericana, era el único gobernante del mundo que se había pronunciado públicamente en favor de la República española, asediada por los ejércitos de Franco, Hitler y Mussolini con la complicidad pasiva de los gobiernos inglés y francés. Los obreros y campesinos pobres de España sostenían heroicamente una lucha desigual contra aquella conjuración de todas las fuerzas de la reacción mundial, torpedeados en la retaguardia por el stalinismo; esta lucha era el último destello de la antorcha revolucionaria que se encendiera en 1917. Y Cárdenas sería también el único que daría refugio a todos aquellos que lograron escapar de la matanza general con que el franquismo coronó su victoria.
¿Qué fuerza representaba Cárdenas para poder desafiar así al imperialismo y al stalinismo? Simplemente: la revolución latinoamericana, que en aquel momento tenía su viva vanguardia en tierras de Méjico. Un presidente de este país había dicho, años antes: “Méjico es el centinela avanzado de América Latina". Cárdenas, llevado al poder en diciembre de 1934 por el voto unánime de los campesinos indígenas y de los obreros de Méjico, era en aquel entonces su abanderado. Había reemprendido la lucha interrumpida del gran revolucionario agrario Emiliano Zapata —uno de cuyos amigos, Antonio Hidalgo había intercedido conjuntamente con el gran pintor Diego Rivera para que se le otorgara a Trotsky el asilo—, asesinado traidoramente por la oligarquía de los descendientes de los encomenderos españoles, en cuyos inmensos dominios gemían millones de peones y campesinos indígenas. Esta oligarquía no había encontrado nada mejor, para apuntalarse y subsistir en medio de todas las revoluciones que sacudían a Méjico desde 1910, que entregar al imperialismo angloyanqui la explotación de las riquezas naturales del pais. Y asi esta revolución, cuyo más potente aliento surgía del campo, encontraba su aliado natural en el escaso proletariado mejicano, concentrado en las concesiones petroleras, mineras y ferroviarias del imperialismo en condiciones que equivalían a un verdadero presidio: ni las leyes ni los ministros del gobierno mejicano podían entrar en esas concesiones, que tenían sus propias fuerzas armadas y que contaban además con la protección de la flota y los soldados de las respectivas potencias imperialistas. Con valentía y decisión, Cárdenas se enfrentó con la oligarquía, entregando la tierra a los campesinos; y con los patronos imperialistas, dictando leyes de protección para los obreros superexplotados y haciéndolas cumplir. Este era el gobernante y éste era el país que abrieron sus puertas a León Trotsky. El 9 de enero de 1937, el petrolero echó anclas en Tampico. Trotsky advirtió al policia fascista noruego que los custodiaba, que no desembarcaría a menos de ser recibido por amigos, “pues la G.P.U. tiene sus agentes en Méjico corno en todas partes". Pero sus temores se disiparon prontamente. Era una lancha del propio gobierno mejicano la que se acercaba al buque, trayendo a autoridades locales y centrales del mismo, a periodistas y amigos, entre ellos la artista Frida Kahlo, esposa de Diego Rivera, imposibilitado de acudir a recibirlos por encontrarse enfermo en una clínica. “El policía noruego nos restituyó nuestros pasaportes y nuestros revólveres, observando con visible molestia la cortesía que nos demostraba un jefe de la policía mejicana. En el hotel, nuestra ignorancia del español nos pesó en seguida. A las diez de la noche, abandonamos Tampico en dirección a la capital, en un tren especial ofrecido por el gobierno mejicano y acompañados por el general Mujica, representante del Ministro de Vías de Comunicación. ¡El contraste entre la Noruega septentrional y el Méjico tropical no se hacía sentir únicamente por el clima!" En una pequeña estación, los esperaban, entre otros, Fritz Bach, un viejo comunista de origen suizo, ahora catedrático en Méjico; Hidalgo, Diego Rivera. “Todas las precauciones de seguridad, nos dice Natalia Sedova, se desvanecieron cuando una multitud de amigos desconocidos nos rodearon de efusiones. Yo me esforzaba por no perder de vista la única cara conocida, la de Frida Kahlo". “Liberados de una atmósfera arbitraria, nauseabunda y de mortal incertidumbre, escribe Trotsky, estábamos rodeados de atención y hospitalidad". Desde alli, partieron en auto hasta Coyoacán, pueblo suburbano de Méjico, donde descendieron ante la casa de Diego Rivera, llena de colecciones de arte precolombino y de cuadros. “¡Estábamos en otro planeta!", exclama Natalia Sedova.
Al desembarcar en Tampico, Trotsky había enviado un telegrama al presidente Cárdenas agradeciéndole su actitud e informándole de su firme propósito de abstenerse de toda intervención en la política mejicana. “No dudaba —explica Trotsky— de que los pretendidos “amigos de la U.R.S.S." en Méjico serían pronto reforzados por los dirigentes de la G.P.U. en el sentido de oponerse por todos los medios a la prolongación de mi residencia en el país. Desde Europa recibíamos prevención tras prevención. ¿Podía ser de otra manera?
Stalin arriesgaba demasiado, si no lo arriesgaba todo. Su primer cálculo, basado en la sorpresa y la rapidez, no se había realizado sino a medias. Mi partida para México cambiaba bruscamente el equilibrio de fuerzas en desventaja para el Kremlin. Obtenía la posibilidad de dirigirme a la opinión pública". “¿Cómo iba a concluir esta historia?", debían preguntarse con inquietud quienes conocían bien la fragilidad de las supercherías judiciales. Uno de los síntomas de la inquietud de Moscú saltaba a los ojos: los stalinistas mexicanos consagraban números enteros de sus semanarios y publicaban aún números especiales, llenos de materiales, nuevos y viejos, provenientes de los albañales de la G.P.U. Mis amigos me decían: “No les preste atención; esa hoja merece el desprecio de que goza". No pensaba polemizar con los lacayos cuando pensaba enfrentar a los amos. El secretario de la Confederación Sindical, Lombardo Toledano, adoptaba una actitud completamente indigna. Abogado, diletante politico, extraño al proletariado y a la revolución, este señor estuvo en Moscú en 1935 y volvió convertido en “amigo de la U.R.S.S."; es un desinteresado, como puede colegirse. Desde mi llegada a Méjico este señor me calumniaba con una desenvoltura tanto mayor como que contaba con la impunidad, en razón de mi compromiso de no mezclarme en los asuntos del país. Los mencheviques rusos se portaron como verdaderos caballeros en comparación a estos infatuados arribistas. Entre los periodistas extranjeros, el corresponsal del The New York Times en Méjico, Mr. Kluckhon, se distinguía al momento. Bajo el pretexto de entrevistas, intentó varias veces someterme a verdaderos interrogatorios. Las fuentes de su diligente curiosidad no eran difíciles de adivinar". El 30 de enero de 1937 se abrió el segundo proceso de Moscú. Esta vez Stalin enviaba a los verdugos a Piatakov, vice-comisario del Pueblo en la industria Pesada; a Karl Radek, antiguo opositor que luego de capitular se habia convertido en intimo de Stalin y que, con el primero, habia declamado histéricamente en la prensa soviética contra los acusados del primer proceso; a Sokolnikov, economista, diplomático y financiero, a Serebriakov, ex secretario del Comité Central, a Muralov, héroe de la guerra civil y valiente opositor, etc. Este proceso ponía en primer plano, ya no el terrorismo, sino la connivencia con Alemania y Japón para desmembrar la U.R.S.S., el sabotaje de la industria, la exterminación de obreros. Trotsky era nuevamente el principal acusado, pero esta vez ya pudo asumir públicamente su defensa y la de los acusados, demostrando la falsedad completa del segundo proceso. “¡Qué felicidad gozar —dice en su discurso al mitin reunido en el Hippodrome, de New York, para escucharle[9]— de la generosa hospitalidad de Méjico, acordada bajo la iniciativa de su presidente, el general Cárdenas, quien nos ha permitido, a mi mujer y a mí, afrontar el segundo proceso en libertad!" En el mismo discurso, luego de refutar por completo los cargos que se hacían a los acusados, solicitó la formación de una Comisión Internacional para juzgarlo, a cuya disposición pondría íntegramente todas las pruebas con que contaba y sus archivos. En caso de que dicha Comisión lo encontrase culpable, declaró, se entregaría a la G.P.U.
Por esos días, un doble y terrible golpe hirió a Trotsky y a su mujer. Un comunicado de pocas líneas, procedente de Rusia, anunciaba la ejecución en Siberia de 83 trotskystas, entre ellos su hijo Sergio. Poco después, fallecía en una clínica de Paris su hijo sobreviviente, León Sedov, en circunstancias particularmente sospechosas. Se había internado para una simple operación de apendicitis y fue víctima de un equívoco tratamiento post-operatorio. Ciertas evidencias reunidas por la policía parisina indicaron la intervención de la G.P.U. a través del personal de la clínica. De este modo Stalin, luego de provocar la muerte de sus hijas Nina y Zenaida, había concluido por asesinar a sus dos hijos, Sergio y León.
El 10 de abril comenzó sus trabajos en Méjico la Comisión internacional que se había formado para investigar y pronunciarse imparcialmente sobre los procesos de Moscú. Esta Comisión se hallaba integrada por destacados liberales y militantes socialistas. Vicente Lombardo Toledano, a quien se le envió una invitación, para que participara en las sesiones, la declinó en términos ofensivos, al igual que el jefe del partido comunista mejicano, Laborde. La Comisión era presidida por el filósofo norteamericano John Dewey, quien inauguró las sesiones declarando: “Nosotros estimamos que un hombre no puede ser condenado sin tener la oportunidad de defenderse. Nuestra única tarea es establecer la verdad, tanto como sea humanamente posible. Si León Trotsky es culpable de los crímenes que se le acusan, ninguna condena sería demasiado severa..." Y, hablando en nombre propio, añadió: “He consagrado toda mi vida a la educación, la que concibo como una obra de esclarecimiento de los espíritus proseguida en interés de la sociedad. He asumido las responsabilidades de esta presidencia porque, declinándolas, hubiese faltado a la obra de toda mi vida".
La Comisión concluyó su tarea el 13 de diciembre de 1937, fecha en que dictó sentencia. Sus 247 considerandos fueron publicados, con la firma de todos sus miembros, en un volumen de 400 páginas titulado: ¡Inocente! “Hemos comprobado la impostura de los procesos de Moscú. Hemos comprobado la inocencia de Trotsky y de León Sedov", reza la sentencia.
Alfredo Sanjines G., ex-ministro plenipotenciario de Bolivia en Méjico, nos ha dejado en la segunda edición ampliada de su libro La reforma agraria en Bolivia, el relato de una entrevista que mantuviera con Trotsky el 24 de abril de 1937. Hallándose de paso por Coyoacán, nos refiere, se le ocurrió visitar al líder revolucionario ruso, quien contra lo esperado, lo recibió de inmediato. Tal deferencia, expresa Sanjines, no se debió a mi carácter de diplomático —Trotsky me aclaró sonriendo que no cultivaba esa clase de relaciones— sino al hecho de que “hacía pocos días había leído en El Nacional, de Méjico, un juicio sobre mi libro La Reforma Agraria en Bolivia y estaba sorprendido porque un sudamericano se ocupara de estos problemas, dadas las tradiciones conservadoras de nuestros pueblos. Al recibir mi tarjeta, tuvo el deseo de conocerme".
“...lo que me interesaba a mí extraordinariamente en aquella entrevista —continúa Sanjines—, era sondear en la mentalidad del caudillo rojo cuáles eran sus directivas sobre la educación de las masas campesinas... Y cómo habían logrado en el país de los soviets vencer la indolencia del mujik, habituado como el indio de nuestro altiplano, desde milenios atrás, a desarrollar sistemas rutinarios de vida agrícola, sin que se le despierte ninguna inquietud por mejorar individualmente su vida... Quería saber por ello los resortes espirituales que habían tocado los líderes de la revolución rusa y los medios materiales de que se habían valido para elevar a sus campesinos y convertirlos en grandes productores. El porqué del sorprendente paso que habían dado del tradicional sistema de propiedad del mir, es decir, del gran dominio formado por la acumulación de parcelas de cultivos conservando el concepto de la pequeña propiedad individual, como en el sistema de comunidad indígena en Bolivia, al del sistema del koljoz, también de gran dominio, pero ya del dominio del Estado que reglamenta y dirige técnicamente el trabajo, disponiendo de grandes recursos para desarrollar la agricultura por medio de la máquina. Deseaba saber su opinión sobre los métodos que a su juicio debían emplearse en Bolivia para llegar al mismo milagro que en Rusia. Así se lo expuse a León Trotsky.
“El líder rojo me escuchó con atención. Me pareció que en ese momento no había hecho una composición completa de nuestro problema agrario, pero me dijo, como exponiendo una idea general formada sobre este asunto que, no obstante que él no conocía las modalidades de nuestras masas indígenas y que no había seguido de cerca el proceso de la propiedad en el país de los Incas, consideraba por principio que debían respetarse básicamente los sistemas tradicionales sobre la propiedad y sobre la “actividad" indígena, pero dando a la organización del trabajo y a los cultivos un sentido nuevo. Poner la explotación agrícola y ganadera en amplia función —me dijo—, como se había hecho en todos los países de la Europa Central, para dar mejor calidad y volumen a la producción y, por tanto, a la alimentación de las masas campesinas, así como para que nuestro país tenga capacidad para exportar productos propios de nuestro clima, ya que la agricultura bien dirigida es la riqueza más estable, la que mantiene en alto el nivel de la moneda. Esa — continuó— sería la primera cosa que ustedes debieran hacer. Su gobierno debe imponer a los grandes terratenientes que transformen los cultivos, claro está, facilitándoles los elementos para llegar a la gran producción. Sólo así se les podría permitir que conserven una parte proporcional de sus tierras, cuando ellas sean de extensiones muy vastas y no las cultiven totalmente. Me dijo que se hallaba informado que en todos los países de América Latina era difícil destruir el latifundio, porque la escasa población no exigía soluciones de este orden, y por las ideas conservadoras que tienen sus dirigentes políticos sobre el derecho de propiedad. Pero los pueblos occidentales —agregó con aguda ironía y con ese brillo característico con el que alumbraba su sonrisa—, tienen también procedimientos más refinados, aunque más lentos que los nuestros para expropiar y confiscar, para poner la tierra en función social: los impuestos progresivos a las tierras ociosas, el aumento al gravamen a la renta personal que sube no por causa del trabajo, sino por la inmoderada extensión del latifundio.
“Me expresó que si nuestras masas campesinas eran “espiritualistas" (Sanjines habíase referido a este aspecto de la psicología indígena —J.R.P.), había que tocar necesariamente sus grandes resortes espirituales, sacudiéndolas en sus costumbres bruscamente, empleando con ellas una tiranía rígida, pero al mismo tiempo protectora y afectuosa para transformarlas (Trotsky había evolucionado en América...!). Sacar al indio de su cultura “estatista" –agregó—, a una acción ampliamente mecanizada, única manera de luchar contra su indolencia. Apartar a los millones de siervos indígenas de la parcela de la comunidad estática. —Ese es el ayllu, aymará, recuerdo que le dije, interrumpiéndole, y del cultivo rutinario de la hacienda de tipo hispano –continuó— que es casi el mismo sistema del antiguo mir, pero en servicio exclusivo del gran terrateniente —sistema que no existe en Bolivia le aclaré— donde el peón indígena tiene su prestación de servicios personales y de cultivos en favor del patrón, a la par que cultiva su propia sayaño.
“Es preciso —continuó Trotsky—, que pase el campesino indígena al sistema del “koljoz" ruso, organizado y dirigido científicamente, para sacarlo de la rutina y para que sea un miembro activo de la granja colectiva. Conservaría cada campesino en propiedad su pequeño lote, donde ha construido su casa y para el cultivo de hortalizas, cría de animales de corral, destinados a su consumo familiar. Me llamó la atención —dice Sanjines— esta aguda observación que me hizo en seguida: “La sencilla sordidez del campesino, se presenta antes que él nazca. Es la misma en todas partes del mundo, igual en el indígena de ustedes que en el mujik de Rusia. Hay que asociarlo por ello en las utilidades de una producción intensiva para que tenga interés y progrese. Con el dinero que gane, le nacerán las necesidades y pedirá luego las comodidades. Hay que hacer trabajar con los indios las tierras comunes del Estado".
En este punto Sanjines, que había concordado con todo lo expuesto por Trotsky, manifestó su discrepancia, fundándola en el apego del indio a la propiedad individual, que si compaginaba perfectamente con el cooperativismo y el colectivismo al lado de ella, por su tradición histórica arraigada, excluía en cambio que trabajase completamente desprovisto del sentimiento de propiedad.
“Por todo lo que usted refiere —me dijo Trotsky—, me parece que el sistema indígena boliviano de la propiedad rural es más bien el del artel, otra modalidad de la organización agraria colectivista de Rusia. El artel lo hemos modernizado nosotros adaptándolo a esta época y deberían ustedes hacer lo mismo. En el artel, el campesino ruso posee su pequeña parcela individual, en el hecho como propietario, para establecer su vivienda e instalaciones familiares y pequeños cultivos accesorios, crianza de aves y animales de corral, lo mismo que me refiere usted que tienen los indios bolivianos, lo que no excluye que sean socios de la granja colectiva donde trabajan, la que se podría establecer en Bolivia expropiando determinadas tierras sólo en los grandes latifundios, situando las granjas en distancias calculadas. En esta forma se aseguraría la economía individual del campesino, dándole su parcela propia; trabajaría al mismo tiempo en la granja colectiva, contribuyendo al bienestar social; no se destruirían las haciendas de extensiones limitadas; y se desarticularían poco a poco, mediante el establecimiento de las granjas colectivas, los grandes latifundios tan arraigados en las tradiciones de las repúblicas de la América española, si es que no fuese posible destruirlos totalmente de una vez.
“Me pareció en ese momento —declara Sanjines— tan clara y sencilla aquella solución como la que se nos ocurre dar a los niños para resolverles sus problemas. Habría acertado León Trotsky en nuestra cuestión agraria? ... Me parecía el huevo de Colón. Así en la forma indicada por él se quedaba bien con todo. El indio tenía su pequeña parcela, su tierra propia. Se conservaba la hacienda limitada y se desarticulaba primero y se destruía después el latifundio cuando ya la pequeña propiedad hubiera entrado en la producción. Comprobé luego, estudiando la organización agraria en Rusia, que lo que me dijo Trotsky en cuanto al artel era la verdad con algunas modificaciones en cuanto a la aportación de tierra y capital con que los campesinos ingresan a la Granja, aspectos que se podrán modificar de acuerdo a nuestras modalidades propias...).
“Es tan intensa hoy la inquietud revolucionaria en Bolivia (1945, —J.R.P.), que lo que nos ha sugerido Trotsky –considerado hasta hoy como el extremista más grande del mundo— resulta más aceptable comparándolo con algunas iniciativas que se nos ocurren. Y aunque parezca una paradoja —concluye Sanjines—, quizá muy próxima a la solución dada por el célebre refugiado internacional se halle la que nos conviene y tengamos que aceptar, algún día, la “solución Trotsky" como una transacción que propongan las derechas y los conservadores frente a las soluciones que se sugieran en nuestro país, sobre todo en cuanto a la propiedad y la agricultura altiplánica, que fue la que tratamos con el caudillo ruso, pues en otras regiones bolivianas los sistemas tendrían que ser completamente distintos, tan compleja y variada es la cuestión agraria".
La perspectiva encarada por Sanjines, de una transacción entre los intereses conservadores de Bolivia y las necesidades urgentes del país no se ha concretado. Los acontecimientos demostraron que para poder llevar a cabo la reforma agraria, no era posible “quedar bien con todos", sino que había que hacer una revolución. El actual gobierno boliviano, en su reciente decreto de reforma agraria, ha declarado extinguido el latifundio y que sólo reconoce la propiedad agraria privada en cuanto ésta cumple una función útil para la colectividad. Esto proporciona un punto de partida mucho más amplio para resolver el problema agrario de Bolivia, que es el de superar los métodos arcaicos de cultivo, elevar el indio al nivel de la vida civilizada y alfabetizarlo, etc, etc. De todos modos, es indudable que varios de los puntos de vista expresados en esta interesante entrevista por Trotsky mantienen su valor, muy especialmente aquéllos que se refieren a la necesidad de respetar los sistemas tradicionales de la propiedad y de la actividad del indio, tratando de orientarlo directamente, mediante una adecuada introducción del incentivo de la ganancia, a la explotación de la tierra en granjas colectivas con el apoyo técnico y dirección del Estado. Es decir, aplicar en lo posible los métodos socialistas a la tarea de superar la barbarie agraria y elevar la productividad.
En mayo de 1937, Stalin hizo ejecutar al mariscal Tujachevsky y siete jefes militares de los más destacados de tiempos de la Revolución, decapitando con ello el Ejército Rojo, constata Trotsky, que conoce el valor de esos hombres. Del 2 al 13 de marzo de 1938 se desarrolla el tercer proceso de Moscú. Entre los acusados figuran Nicolás Bujarin, el mejor teórico del comunismo; Alexis Rykov, sucesor de Lenin en la presidencia del Consejo de Comisarios del Pueblo; Christian Rakovsky y Nicolás Krestinsky, ex diplomáticos, de los cuales el primero había sido un gran amigo de Trotsky y destacado militante de la Oposición, que deshecho por la represión burocrática, había terminado por capitular ante Stalin. Corno a todos los demás, no lo salvó su capitulación. Comparecía también Yagoda, ex-jefe de la G.P.U., que en tal carácter había dirigido la instrucción secreta del primer proceso, acusado de haber mandado envenenar por sus médicos a Máximo Gorki, el gran escritor. Stalin necesitaba eliminar a este cómplice demasiado directo, poseedor de grandes secretos de su pasado y del primer proceso. Repitiéronse las mismas acusaciones que en el segundo y nuevamente el principal acusado era Trotsky, pero se inculpa a los viejos bolcheviques y revolucionarios haber traicionado al partido, en servicio del capitalismo, casi desde el comienzo de su carrera. Se pretende hasta probar que Bujarin intentó asesinar a Lenin en 1918, que el atentado de que éste fue víctima ese año fue preparado por él y Trotsky. Lo fantástico de las acusaciones, así como el comportamiento de los acusados, que desafían a momentos al Tribunal, negando categóricamente los cargos que se les hacen, el desprestigio mundial, pues ya nadie abrigaba dudas acerca del carácter real de los procesos de Moscú, determinaron que el tercero fuera el último antes de la guerra. Stalin había logrado ya, además, su propósito de aniquilar totalmente a la generación de la Revolución.
Anota Victor Serge, al comentar estos procesos, un hecho característico: en todos comparecieron hombres que ya habían roto con Trotsky hacía tiempo, que habían capitulado varias veces y estaban desgastados y quebrados por las sucesivas persecuciones burocráticas, pero nunca un verdadero trotskysta. Estos continuaban en las prisiones o en los campamentos de esclavos de la G.P.U. En el relato de su entrevista con Trotsky, que dejamos transcripto parcialmente más arriba, observa Sanjines, con cierta ligereza, que aquél habia evolucionado en América Latina. En realidad, lo que evolucionó fue la errónea noción que Sanjines tenía de Trotsky antes de la entrevista. Este no necesitaba cambiar en absoluto para comprender la naturaleza de la Lucha de los pueblos latinoamericanos e identificarse con ella: le bastaba con permanecer fiel a si mismo. De esa identificación, poseemos un precioso testimonio de Charles Cornell, que fue su secretario en Méjico: “Su conocimiento de Méjico y su simpatía por la lucha de los obreros y campesinos contra los imperialistas y hacendados, le permitían entablar una intima conversación con un obrero que pasaba por la casa o discutir la reforma agraria en los términos más simples con el campesino que encontraba en su paseo. “Creía que lo que caracteriza a un revolucionario es su actitud hacia los pueblos coloniales y sus luchas por la emancipación. “Cualquier expresión de chauvinismo, cualquier reflejo, por velado que fuese de la actitud burguesa hacia los pueblos coloniales, despertaba la ira de Leo Davidovitch, descargándola sobre la cabeza del que incurría en ella. Un notable ejemplo de esta sensibilidad tuve ocasión de comprobarlo personalmente. Se recibió un día una carta de un izquierdista pequeño-burgués, que era miembro por entonces del Socialist Workers Party (partido trotskysta norteamericano. —J.R.P.). Este camarada, dicho sea de paso, era considerado como una autoridad en cuestiones coloniales. En la carta explicaba la dificultad que había encontrado un camarada para visitar al Viejo, por una demora sufrida en la frontera, diciendo que “se debía a la típica estupidez mejicana". Trotsky leyó la carta, subrayó la frase con lápiz azul y puso grandes signos de admiración al margen. Me la entregó con la expresa condición de que debía refutar esta caracterización de los mejicanos diciendo que era monstruosamente falsa y originada en la arrogante actitud del imperialista yanqui!".
Dejemos de lado el amargo juicio que debió merecer a Trotsky un partido que, formalmente adscripto a sus ideas, consideraba como autoridad en cuestiones coloniales al mencionado “camarada". Ya tendremos ocasión de volver sobre el tema.
El 18 de marzo de 1938, el presidente Cárdenas declaró “la independencia económica de Méjico", nacionalizando diecisiete empresas petrolíferas de capital extranjero. Estas serian indemnizadas totalmente en el término de diez años, con un porcentaje de las ganancias que rindiese la explotación nacional de los establecimientos. El imperialismo inglés, principal poseedor de las acciones de las empresas nacionalizadas, inició de inmediato una violenta campaña contra el gobierno mejicano, financiando internamente una contrarrevolución dirigida por el general Cedillo (que fue aplastada, gracias al apoyo popular a Cárdenas) y boicoteando el petróleo mejicano (como lo ha venido haciendo actualmente con el Irán).
Nos dice Natalia Sedova que Trotsky “se enteró por los diarios de la nacionalización del petróleo mejicano y que esta inesperada decisión le asombró por su valentía y no dudó que correspondía a los verdaderos intereses del país... La prensa publicó que la misma había sido recomendada por Trotsky. Era preciso desmentirlo, pero ¿de qué servían los desmentidos en esa bruma de mala fe? Nosotros no habíamos visto nunca al presidente Cárdenas, por quien profesábamos gran estima y que nos había escrito para dirigirnos sus condolencias cuando la muerte de León Sedov".
Tomemos buena nota de esto: el del general Cárdenas no era, evidentemente, un gobierno del proletariado revolucionario, un gobierno comunista: su base inmediata de clase era la pequeña burguesía antimperialista y democrática; no atacaba al capitalismo nacional mejicano. Trotsky califica, no obstante, de asombrosamente valiente la decisión de este gobierno y no duda de que corresponde a los verdaderos intereses del país, aunque indemnice a las empresas imperialistas. ¡Cuán lejos está, pues, su pensamiento del de los epígonos que, en nombre del “trotskysmo", niegan hoy toda capacidad de lucha antimperialista y revolucionaria a gobiernos latinoamericanos surgidos de movimientos nacionales y democráticos! ¡Cuán lejos de aquéllos que, como dichos gobiernos indemnizan al imperialismo, en vez de destacar el alcance profundamente progresivo y revolucionario de la expropiación, se dedican principalmente a disminuirla y a atacar al gobierno, porque indemnizó! Ni por un momento se detiene Trotsky a considerar esta cuestión. Como veremos, dará su pleno apoyo al gobierno mejicano en su lucha contra el imperialismo inglés. Pero destaquemos aún su juicio sobre el presidente de Méjico, Lázaro Cárdenas, por quien profesa, como lo dice su viuda, Natalia Sedova, “profunda estima". En Trotsky, para quien lo personal estaba inseparablemente fundido con lo político, esa profunda estima hacia Cárdenas, era la expresión de su simpatía por el hombre que, valientemente, llevaba una lucha revolucionaria contra los terratenientes opresores del indio y contra el imperialismo opresor del país. “Nosotros, había escrito pocos días antes, en su libro Su moral y la nuestra, subordinamos nuestras preferencias individuales a las leyes de la historia".
Contestando precisamente a quienes mezclaban su nombre en la cuestión de la expropiación petrolífera, expresaba este juicio significativo sobre el presidente Cárdenas: “El hecho de mezclar mi nombre persigue dos objetivos: primeramente, los organizadores de la campaña desean dar a la expropiación un color bolchevista"; en segundo término, desean dar un golpe al amor propio nacional de Méjico. Los imperialistas tratan de presentar las cosas como si los hombres de estado de Méjico fueran incapaces de determinar por sí mismos su camino.
Miserable e innoble psicología de los herederos de esclavistas! Es precisamente porque Méjico pertenece todavía al número de los países atrasados que deben conquistar su independencia, que engendra entre sus hombres de Estado una osadía de pensamiento más grande que la de los epígonos conservadores de una grandeza pasada. Tal fenómeno se encuentra más de una vez en la historia!".
Agrega aún, luego de reiterar que era en los diarios donde se había enterado por primera vez del decreto de expropiación:
“Si yo he refutado ya una vez este absurdo, no es de ninguna manera porque tema la responsabilidad, como ha insinuado uno de los agentes charlatanes de la G.P.U.; al contrario, yo consideraría como un honor el tener aunque no fuera más que una parte de responsabilidad por la medida atrevida y progresiva del gobierno mejicano".
Valentía, osadía de pensamiento, tales son rasgos que, para Trotsky, caracterizan a Cárdenas como gobernante en su lucha contra el imperialismo. Pero tales rasgos no existen solo en función individual: tienen sus raíces, están engendrados por el hecho de que Méjico es un pais atrasado que debe luchar por su independencia. Veamos ahora cómo Trotsky aplica este mismo criterio al juzgar la labor de un gran artista mejicano, el pintor Diego Rivera. Lo hace en un notable artículo titulado “El Arte y la Revolución", escrito por los mismos dias y que apareció en la revista Partisan Review:
“En el campo de la pintura, la revolución de Octubre ha encontrado su más grande intérprete, no en la U.R.S.S., sino en el lejano Méjico... Educado en las culturas artísticas de todos los pueblos, de todas las épocas, Diego Rivera ha permanecido mejicano en las más profundas fibras de su genio. Pero lo que lo inspiró en sus magníficos frescos, lo que lo elevó por encima de la tradición artística, en cierto sentido, sobre el arte contemporáneo, sobre si mismo, es el poderoso soplo de la revolución proletaria. Sin Octubre, su poder de penetración creadora en la época del trabajo, opresión e insurrección, nunca habria alcanzado tal extensión y profundidad. ¿Deseáis contemplar con vuestros propios ojos los móviles ocultos de la revolución social? Ved los frescos de Rivera. Deseáis saber lo qué es el arte revolucionario’, Ved los frescos de Rivera.
“Acercaos un poco más y veréis con toda claridad manchas y raspaduras hechas por los vándalos: católicos y otros reaccionarios, incluyendo por supuesto, a los stalinistas. Estos raspones y manchas dan mayor vida todavia a los frescos. Tenéis ante vosotros, no simplemente una “pintura", un objeto de contemplación estética pasiva, sino una parte viviente de la lucha de clases. ¡Y al mismo tiempo, una obra maestra! “Sólo la juventud histórica de un país que no ha salido aún del estado de lucha por su independencia nacional, ha permitido al pincel revolucionario de Rivera emplearse en los muros de los edificios públicos de Méjico.
“En los Estados Unidos, fué más difícil. Así como los monjes en la Edad Media, por ignorancia, es cierto, borraron de los pergaminos las producciones literarias antiguas, para cubrirlos con sus galimatías escolásticos, lo mismo han hecho los lacayos de Rockefeller, pero esta vez maliciosamente, cubriendo los frescos del talentoso mejicano con sus banalidades decorativas. Este moderno palimpsesto mostrará decisivamente a las generaciones futuras el destino del arte, degradado en una sociedad burguesa podrida".
Trotsky estaba inhibido, a causa del compromiso asumido voluntariamente al asilarse en Méjico, para expresar su apoyo politico a la medida de expropiación decretada por Cárdenas, contra la reacción interna. Pero podia hacerlo en la palestra internacional y no vaciló un momento en tomar su pluma para apoyar al gobierno mejicano en su lucha contra el imperialismo. Pocos dias después de la expropiación, en abril de 1938, dirigió una carta al Daily Herald, diario del Partido Laborista inglés, que se había llamado a silencio sobre la campaña de su propio imperialismo contra el gobierno de Méjico. Esta carta tiene un preciso sentido: desenmascarar a los pretensos socialistas de una potencia imperialista que, en lugar de defender abiertamente el derecho de las colonias o semi colonias de ésta de independizarse, se suman a los imperialistas con su silencio u otros miserables expedientes.
“Sr. Director del Daily Herald, Londres. Estimado señor: En el vocabulario de todas las naciones civilizadas existe la palabra CINISMO. Como un ejemplo clásico del cinismo impúdico, la defensa por el gobierno británico de los intereses de la pandilla de explotadores capitalistas ha de ser introducida en todas las enciclopedias. Por esta razón, no me equivoco al decir que la opinión pública espera la voz del Partido Laborista inglés sobre el escandaloso papel de la diplomacia británica en la cuestión de la expropiación de la compañía de petróleo Eagle por el gobierno mejicano.
El aspecto jurídico del asunto es claro hasta para un niño. Con el fin de explotar la riqueza natural de Méjico, los capitalistas ingleses se pusieron bajo la protección y al mismo tiempo bajo el control de las leyes mejicanas y de las autoridades mejicanas. Nadie obligó a los señores capitalistas, ni por la fuerza militar ni con notas diplomáticas a hacerlo. Actuaron con entera libertad y conscientemente. Ahora, el Sr. Chamberlain y Lord Halifax quieren obligar a la humanidad a creer que los capitalistas británicos se han comprometido a reconocer las leyes mejicanas únicamente dentro de los límites que ellos creen necesarios. Además, ocurre por casualidad que la totalmente “imparcial" interpretación de las leyes mejicanas por Chamberlain-Halifax coincide exactamente con la interpretación de los intereses capitalistas.
Cinismo capitalista
El gobierno británico no puede negar sin embargo que el gobierno MEJICANO y la Suprema Corte del país son los únicos competentes para interpretar las leyes de Méjico. A Lord Halifax, que nutre una cálida simpatía hacia las leyes y Cortes de Hitler, las leyes y las Cortes de Méjico pueden parecerle injustas. Pero ¿quien da al gobierno inglés el derecho para controlar la política interna y el procedimiento legal de un estado independiente? Esta pregunta ya contiene una parte de la respuesta: el gobierno inglés, acostumbrado a mandar a cientos de millones de esclavos coloniales y semicoloniales, intenta aplicar aquellos mismos métodos también a Méjico. Habiendo encontrado una resistencia valiente, ordena apresuradamente a sus abogados para que inventen argumentos en los cuales la lógica jurídica es reemplazada por el cinismo imperialista.
El aspecto económico y social del problema es tan claro como su aspecto jurídico. El Comité Ejecutivo de vuestro partido, en mi opinión, obraría correctamente si creara una comisión especial para el estudio de lo que el capital inglés y extranjero en general, aportó a Méjico y lo que le extrajo. Una comisión de esta clase podría, en un plazo breve, presentar al público inglés el asombroso balance de la explotación imperialista.
Una banda de ladrones
Una pequeña banda de magnates extranjeros succiona, en todo el sentido de la palabra, la savia vital de Méjico así como de una serie de otros países atrasados o débiles. Los discursos solemnes sobre el capital que contribuye a la “civilización", sobre su ayuda al desarrollo de la economía nacional y por ahí adelante, son del fariseísmo más consumado. El asunto concierne, en la actualidad, al saqueo de la riqueza natural del país. La naturaleza ha necesitado muchos millones de años para depositar oro, plata y petróleo en el subsuelo de Méjico. Los imperialistas extranjeros desean saquear estas riquezas en el tiempo más corto posible, utilizando una mano de obra barata y la protección de su diplomacia y de su flota.
Los campos de petróleo
Visita a uno de los centros de la industria minera; cientos de millones de dólares, extraídos de la tierra por el capital extranjero, no han dado nada, por poco que fuera, a la cultura del país: ni ferrocarriles, ni edificios ni un buen desarrollo de las ciudades. Los locales de las mismas compañías se parecen con frecuencia a barracas. Para qué, en efecto, derrochar el petróleo mejicano, el oro mejicano, la plata mejicana, en las necesidades del lejano y ajeno Méjico cuando con las ganancias obtenidas es posible construir palacios, museos, teatros, en Londres o en Mónaco? Así son los civilizadores! Dejan pozos en el lugar de las históricas riquezas y enfermos entre los obreros mejicanos.
Las notas del gobierno inglés hacen referencia a la “ley internacional". La ironía misma, impotente, deja caer las manos a este argumento. ¿De qué ley internacional están hablando? Evidentemente de la ley que ha triunfado en Etiopía y a la cual el gobierno inglés se prepara ahora para dar su sanción. Evidentemente de la misma ley que los aeroplanos y tanques de Mussolini anuncian ya en España durante el segundo año con el invariable apoyo del gobierno británico. Este último mantiene interminables conversaciones sobre la evacuación de los voluntarios extranjeros de España
España y Méjico
La ingenua opinión pública durante largo tiempo creyó que esto significaba la detención de la intervención de los bandidos fascistas extranjeros. Actualmente, el gobierno británico ha pedido a Mussolini solamente una cosa: que retire sus ejércitos de España únicamente después que él haya garantizado la victoria de Franco. En este caso, como en todos los demás, el problema no consistía en defender la “ley internacional" o la “democracia" sino en salvaguardar los intereses de los capitalistas británicos en la industria minera española de los posibles ataques de parte de Italia.
En Méjico, el gobierno inglés conduce básicamente la misma política que en España — pasivamente en relación a España, activamente en Méjico—. Estamos presenciando ahora los primeros pasos de esta actividad. ¿Cuál ha de ser su desarrollo ulterior? Nadie puede aún predecirlo. Chamberlain mismo no lo sabe todavía. Una cosa podemos afirmar con seguridad: el desarrollo futuro de los ataques del imperialismo inglés contra la independencia de Méjico dependerá en alto grado de la conducta de la clase obrera inglesa. Aquí es imposible esquivar la decisión echando mano a fórmulas indefinidas. Una firme resolución es precisa para paralizar la mano criminal de la violencia imperialista. Termino por eso como he comenzado: la opinión pública espera la firme voz del Partido Laborista Ingles!
Coyoacán, D.F., abril de 1938.
L. Trotsky
En junio, volvió Trotsky sobre el tema en su artículo “Méjico y el imperialismo británico". En este artículo, se refería al carácter económico y político de la nacionalización del petróleo y hacía consideraciones sobre la naturaleza de la revolución mejicana: “Para desacreditar la expropiación ante los ojos de la opinión pública burguesa —decía Trotsky—, se la presenta como una medida “comunista". La ignorancia histórica se combina aquí con la mentira consciente. El Méjico semicolonial lucha por su independencia nacional, política y económica. Tal es, en el estado “actual" el contenido fundamental de la revolución mejicana. Los magnates del petróleo no son capitalistas de filas, simples burgueses. Poseen las más importantes riquezas naturales de un país extranjero, se apoyan sobre sus millares de millones y sobre el sostén militar y diplomático de sus metrópolis, y se esfuerzan por establecer en el país sojuzgado un régimen de feudalismo imperialista, procurando subordinarse la legislación, la justicia y la administración. En estas condiciones, la expropiación es el único medio serio de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia.
“Actualmente, la revolución mejicana cumple la misma obra que los Estados Unidos, por ejemplo, cumplieron durante tres cuartos de siglo, al comenzar por la guerra civil para la abolición de la esclavitud y la unificación nacional. El gobierno británico, no solamente hizo todo lo que le fue posible, a fines del siglo XVIII, por mantener a los Estados Unidos en una condición de colonia, sino que todavía más tarde, en los años de la guerra civil, sostuvo a los esclavistas del sur contra los demócratas del Norte, esforzándose en nombre de sus intereses imperialistas por volver a arrojar a la joven república en una situación de atraso económico y de división nacional. “A los Chamberlain de entonces, la expropiación de los esclavistas apareció también como una medida “bolchevista". En realidad, la tarea histórica de los nordistas fue la de despejar el terreno para un desarrollo democrático independiente de la sociedad burguesa. Precisamente esta tarea es la que resuelve, en la etapa actual, el gobierno de Méjico.
“El general Cárdenas se encuentra en la serie de hombres de Estado de su país que han cumplido y cumplen la obra de Washington, de Jefferson, de Abraham Lincoln y del general Grant y no es por azar, entiéndase bien, que el gobierno británico, también esta vez, se encuentra en el lado opuesto de la trinchera histórica.
“Marx no consideraba en modo alguno a Abraham Lincoln, como comunista. Esto no impidió a Marx manifestar su profunda simpatía por la lucha que Lincoln dirigía. La Primera Internacional envió al presidente de la guerra civil una nota de saludo y Lincoln, en su respuesta, aprecia calurosamente este sostén moral.
“El proletariado internacional no necesita identificar su programa con el del gobierno mejicano. Para nada sirve a los revolucionarios disfrazar, falsificar ni mentir, como lo hacen los cortesanos de la escuela de la G.P.U. que, en los momentos de peligro, venden y traicionan al más débil. Sin abandonar su propia fisonomía, toda organización obrera del mundo entero y ante todo de Gran Bretaña, tiene la obligación de atacar implacablemente a los bandidos imperialistas, su diplomacia, su prensa y sus lacayos. La causa de Méjico, como la causa de España, como la causa de China, es la causa de toda la clase obrera del mundo. La lucha alrededor del petróleo mejicano es una de las escaramuzas de vanguardia
de los combates futuros entre oprimidos y opresores".
Hemos transcripto extensamente la carta de Trotsky al Daily Herald y su artículo sobre “Méjico y el imperialismo británico", porque su lectura nos permite apreciar, no sólo como actuaba concretamente el gran revolucionario, sino también su concepción sobre la naturaleza de nuestra revolución latinoamericana, con la ventaja de hallarse proyectada sobre el ejemplo vivo de una parte de ésta, la revolución de Méjico. Este pals, como los restantes de América Latina, está históricamente retrasado y sujeto a la opresión imperialista.
¿Cuál es el contenido de esta revolución? Contesta Trotsky: “despejar el terreno para un desarrollo democrático independiente de la sociedad burguesa". ¿Cuál es el deber de los obreros avanzados? Prestar un firme sostén al pueblo mejicano (o latinoamericano) en su lucha contra los imperialistas que procuran detenerla. ¿Precisan para hacerlo identificar su programa con el del gobierno que lleva a cabo la lucha democrática y antimperialista? No, contesta Trotsky, sin abandonar su propia fisonomía las organizaciones obreras deben atacar implacablemente a los bandidos imperialistas y considerar la causa de Méjico (y de América Latina) frente a éstos, como su causa, como una escaramuza de vanguardia de los combates futuros entre opresores y oprimidos". Notemos la profunda unidad de sus conceptos, expresados en distintas épocas de su vida. Hemos visto anteriormente que Trotsky consideraba a las revoluciones nacionales de nuestro tiempo como etapas de la revolución socialista mundial; la revolución mejicana es una parte de la revolución nacional latinoamericana; es, pues, una etapa de la lucha revolucionaria socialista del proletariado mundial. Distinción leninista entre la burguesía del país opresor y la del país oprimido. ¿Es la burguesía inglesa igual a la burguesía nacional mejicana (o latinoamericana)? No, contesta Trotsky: “los magnates del petróleo (o de los ferrocarriles, o de las minas, o de las plantaciones, etc., podemos agregar) no son capitalistas de filas, no son simples burgueses, poseen las más importantes riquezas naturales de un pals extranjero, se esfuerzan por establecer en el país sojuzgado un régimen de feudalismo imperialista, procurando subordinarse la legislación, la justicia y la administración". ¿Cuál debe ser la posición del proletariado?
Es lo mismo Cárdenas que Halifax? No, el primero se encuentra en la serie de hombres de Estado de su pals que han cumplido y cumplen una obra como la de Washington, Lincoln, etc. He aqul una apreciación bien concreta de Trotsky sobre un gobernante latinoamericano que lleva a cabo una lucha democrática y de independencia nacional.
¿Qué es la expropiación de las empresas imperialistas en Méjico, en América Latina? ¿Una medida socialista, comunista? No, contesta Trotsky, es una medida profundamente progresiva de autodefensa nacional, el único medio serio de salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia. Que se indemnice a las empresas expropiadas no altera su carácter: no se trata aquí del programa socialista de expropiación en las grandes potencias que hace tiempo han superado la lucha por la independencia nacional y de la democracia, que se han convertido en imperialistas.
El general mejicano Cedillo, a poco de realizada la expropiación del petróleo por Cárdenas, se levantó contra éste. Trotsky señaló que este levantamiento había “surgido cronológica y lógicamente de la política de Mr. Chamberlain", y expresó:
“La doctrina de Monroe impide al Almirantazgo británico tomar medidas de bloqueo marítimo del litoral mejicano, Se hace necesario recurrir a los agentes interiores, quienes, ciertamente, no enarbolan abiertamente el pabellón británico, pero sirven los mismos intereses que Chamberlain, los intereses de una pandilla de petroleros. En el Libro Blanco, recientemente publicado por la diplomacia Británica, no se encuentra, claro está, rastro alguno de las conversaciones de sus agentes con el general Cedillo: la diplomacia imperialista cumple el principal de sus trabajos bajo el velo del secreto".
Frente a aquéllos que hacen de la clase dominante de un país colonial o semicolonial un bloque homogéneo, rehusando reconocer la diferencia que hay entre aquel sector que lucha contra el imperialismo y el que lo sirve, se encuentra Trotsky, que hace una clara, neta diferencia entre el general Cárdenas y el general Cedillo.
¿Por qué pudo ser derrotado Cedillo? Contesta Trotsky: “En los países de América Latina el mejor método, el más seguro de luchar contra el fascismo es la revolución agraria. Es solamente debido a que Méjico ha dado en este camino pasos importantes, que la revolución del general Cedillo quedó aislada".
La expropiación de los terratenientes mejicanos por Cárdenas se llevó a cabo con indemnizaciones. Ello no obsta para que Trotsky señale que se trata de “pasos importantes", refutando así de antemano a quienes, diciéndose trotskystas, se yerguen contra la reforma agraria porque se realiza con indemnizaciones.
Rogamos al lector excusarnos por nuestra insistencia en afirmar y precisar los conceptos de Trotsky; ella se origina en la necesidad de combatir la tergiversación que de los mismos se hace, dando así una impresión completamente falsa sobre las ideas y la política del gran revolucionario ruso. Querernos mostrar a Trotsky tal como él era. En agosto de 1938, el destacado militante obrero argentino Mateo Fossa, cuyo notable historial de lucha al servicio de su clase especialmente durante la “década infame" es obvio recordar, hallábase en México como delegado de los sindicatos de la Argentina al Congreso obrero latinoamericano que debía celebrarse en ese país. Los stalinistas, mediante sucias maniobras, consiguieren impedir que Fossa participara en el mismo. Este hecho llegó a conocimiento de Trotsky, quien lo invitó a conversar. Fossa llevó a conocimiento de los obreros argentinos el contenido de sus entrevistas con el líder revolucionario en su folleto Conversando con León Trotsky. Dice Fossa: “León Trotsky vivía en un pueblo vecino de la ciudad de Méjico, en Coyoacán, un hermoso lugar rodeado de montañas. El día que se me señaló para la entrevista, me trasladé allí acompañado de Van, secretario de Trotsky. Era a principios de septiembre de 1938. Tan pronto llegamos a la residencia del líder bolchevique, mientras esperaba bajo la galería a que me anunciase Van, Trotsky apareció en la puerta del escritorio y me hizo señas para que me aproximara. Yo me adelanté en seguida mientras lo observaba. Trotsky apareció con el aspecto que han popularizado las fotografías: delgado, firme, con un aire de energía y honradez que se trasuntaba a través de su mirada penetrante y fuerte. Vestía traje azul de algodón, parecido al de los mecánicos. Al estar junto a él, me tendió los brazos y nos estrechamos en un abrazo que duró varios segundos.
“De inmediato me invitó a entrar y a sentarme, mientras él, a su vez, lo hacía detrás de la mesa escritorio en que trabajaba. Comenzó diciéndome que conocía la campaña de
calumnias levantadas por el stalinismo en contra mía en Méjico y todas las maniobras que habían hecho para impedirme participar en el Congreso latinoamericano a que se me había delegado.
“No hay que desmayar —me dijo— frente a las calumnias y maniobras de los burócratas". “En seguida me preguntó qué organizaciones representaba. Yo le entregué las credenciales de las que me habían dado su mandato. Trotsky se puso los lentes y las leyó. Se informó de algunos pormenores de las maniobras que habían realizado los stalinistas y los burócratas de la Confederación de Trabajadores de México y de la Confederación General del Trabajo argentina en contra mía y me aconsejó que debía hacerlas conocer al proletariado mejicano, lo que pude hacer en un acto especial realizado al poco tiempo.
“Entonces, me preguntó qué me traía y yo le contesté que deseaba conocer su opinión sobre algunos problemas de la actualidad para transmitirlas a los trabajadores de la Argentina. Conversamos al respecto, planteándole yo mis preguntas. Más tarde Van me trajo, concretadas, las respuestas de Trotsky".
Reproducimos seguidamente algunas de las preguntas de Fossa y las respuestas de Trotsky:
“FOSSA: ¿Cuál es la perspectiva para la revolución mejicana? ¿Cómo ve usted la devaluación de la moneda en conexión con la expropiación de riquezas en tierras y petróleo?
“TROTSKY: No puedo explayarme en estas preguntas con suficientes detalles. La expropiación de la tierra y de la riqueza natural es para Méjico una medida indispensable de defensa nacional. Sin satisfacer las necesidades diarias del campesino, ninguno de los países latinoamericanos retendrá su independencia. El descenso del poder adquisitivo de la moneda es sólo uno de los resultados del bloqueo imperialista contra Méjico, que ha comenzado. La privación material es inevitable en la lucha. La salvación es imposible sin sacrificios. Capitular frente a los imperialistas significará entregar la riqueza natural del país al despojo y al pueblo a la declinación y extinción. Naturalmente, las organizaciones obreras deben cuidar que el ascenso del costo de la vida no sobrecaiga en los trabajadores.
“FOSSA: ¿Qué puede usted decir sobre la lucha de liberación de los pueblos de la América Latina y de los problemas del futuro? ¿Cuál es su opinión sobre el aprismo?
“TROTSKY: No estoy suficientemente al tanto de la vida individual de los países de la América Latina para permitirme dar una respuesta concreta sobre las cuestiones planteadas por usted. Es claro para mí, de cualquier manera, que las tareas internas de esos países no pueden ser resueltas sin una lucha revolucionaria simultánea contra el imperialismo. Los agentes de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Lewis, Jouhaux, Lombardo Toledano, los stalinistas, tratan de sustituir la lucha contra el imperialismo por la lucha contra el fascismo. Hemos observado sus esfuerzos criminales en el reciente Congreso contra la guerra y el fascismo. En los países de la América Latina los agentes de los imperialistas “democráticos" son especialmente peligrosos, desde que son más capaces de engañar a las masas que los agentes declarados de los bandidos fascistas. Tomaré el más simple y demostrativo ejemplo. En Brasil existe hoy un régimen semifascista que ningún revolucionario puede ver sino con odio. Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra entrara en un conflicto militar con el Brasil. Yo le pregunto, de qué lado del conflicto estará la clase obrera? Le contestaré por mi mismo personalmente: en este caso, yo estaré de parte del Brasil “fascista" contra la Inglaterra “democrática". ¿Por qué? Porque en el conflicto entre esos dos países no será una cuestión de democracia o fascismo. Si Inglaterra triunfara pondría otro dictador fascista en Rio de Janeiro y colocaría una doble cadena alrededor del Brasil. Si por el contrario, el Brasil fuera el que triunfara, ello daría un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática del país y llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. La derrota de Inglaterra, al mismo tiempo, daría un golpe al imperialismo británico e impulsaría el movimiento revolucionario del proletariado inglés. Verdaderamente, hay que tener la cabeza vacía para reducir los antagonismos mundiales y los conflictos militares a la lucha entre fascismo y democracia. Bajo cualquier máscara hay que aprender a distinguir a los explotadores, dueños de esclavos y ladrones.
En todos los paises latinoamericanos, los problemas de la revolución agraria están indisolublemente conectados con la lucha antimperialista. Los stalinistas están hoy traidoramente paralizando una y otra. Para el Kremlin, los países latinoamericanos son poca cosa en su trato con los imperialistas. Stalin dice a Washington, Londres y Paris: “reconocedme como un socio en igualdad de condiciones y os ayudaré a aplastar el movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias; para esto tengo a mi servicio centenares de agentes como Lombardo Toledano. El stalinismo ha llegado a ser la lepra del movimiento liberador mundial.
No conozco el aprismo lo suficiente para dar un juicio definitivo. En Perú, la actividad de este partido tiene un carácter ilegal y por consiguiente, difícil de observar. Los representantes del Aprismo en el Congreso de Septiembre contra la guerra y el fascismo reunido en Méjico, han tomado, tanto como yo puedo juzgar, una posición digna y correcta junto con los delegados de Puerto Rico. Queda la esperanza de que el APRA no caiga presa del stalinismo, porque esto paralizaría el movimiento liberador en el Perú. Creo que acuerdos con los apristas para tareas prácticas definidas son posibles y deseables bajo la condición de una completa independencia de organización.
“FOSSA: ¿Qué consecuencias tendrá la guerra para los países de América Latina?
“TROTSKY: Sin duda, ambos campos imperialistas trataran de arrastrar los países latinoamericanos en el remolino de la guerra para esclavizarlos completamente después. El vacío ruido “antifascista" sólo prepara el terreno para los agentes de uno de los campos imperialistas. Para recibir la guerra mundial preparados, los partidos revolucionarios de la América Latina deben desde ya tomar una actitud irreconciliable hacia todos los grupos imperialistas. Sobre la base de la lucha por su propia preservación, los pueblos de la América Latina deberían estrecharse mutuamente.
En el primer periodo de la guerra la posición de los países débiles puede llegar a ser muy dificil. Pero los campos imperialistas se irán debilitando más y más a cada mes que pase. Su lucha mortal permitirá a los países coloniales y semicoloniales levantar sus cabezas. Esto se refiere, naturalmente, también a los países latinoamericanos. Ellos serán capaces de alcanzar su completa liberación si a la cabeza de las masas se encuentran partidos y sindicatos verdaderamente revolucionarios, antimperialistas. De trágicas circunstancias históricas no puede salirse con estratagemas, frases huecas y pequeñas mentiras. Debernos decir a las masas la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
“FOSSA: ¿Cuál, en su opinión, son las tareas y los métodos que deben encarar los sindicatos?
“TROTSKY: Para que los sindicatos puedan ser capaces de reunir, educar, movilizar el proletariado para una lucha libertadora deben ser librados de los métodos totalitarios del stalinismo. Los sindicatos deben estar abiertos a los obreros de todas las tendencias bajo la condiciones de disciplina en la acción. Quien quiera que transforme los sindicatos en un arma para fines externos (especialmente en un arma de la burocracia stalinista y del imperialismo “democrático") inevitablemente divide a la clase obrera, la debilita y abre la puerta a la reacción. Una completa y honesta democracia dentro de los sindicatos es la condición más importante de democracia en el país. En conclusión, le pido transmitir mis saludos fraternales a los obreros de la Argentina. No dudo que ellos, ni por un momento, creen en las desagradables calumnias que los agentes stalinistas han extendido por todo el mundo sobre mí y mis amigos. La lucha que la Cuarta Internacional lleva contra la burocracia stalinista es una continuación de la gran lucha histórica de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores. La revolución internacional libertará a todos los oprimidos, incluyendo a los trabajadores de la U.R.S.S.".
El proletariado argentino, con admirable instinto de clase, siguió la ruta prevista por el gran revolucionario exilado en sus entrevistas con Fossa. No se dejó seducir por el vacío ruido “antifascista" con que los “socialistas" entregados al imperialismo y los stalinistas al servicio del Kremlin pretendían arrastrarnos a la masacre imperialista; constituyó la fuerza decisiva en la gran lucha contra el imperialismo yanqui y sus agentes en lo interno emboscados en la Unión Democrática. Y se encuentra a la vanguardia del estrechamiento mutuo de los países de América Latina para preservarse de la ruina y del sometimiento que el imperialismo les prepara.
La cuestión judía es uno de los tópicos más dramáticos de nuestro tiempo. Interesa, pues, en grado sumo, conocer las ideas de León Trotsky al respecto, pues él fue, con Lenin, líder de una Revolución que solucionó esa cuestión en el país donde se planteaba en términos más agudos y perentorios. La historia registrará siempre que, bajo el gobierno revolucionario de Lenin y Trotsky, varios millones de judíos se vieron libres totalmente, por primera vez en su larga historia, del espectro de la persecución antisemita. El jefe sionista Chaira Weizman declara en su autobiografía que “la revolución bolchevique eliminó virtualmente a la judería rusa como factor de nuestros planes de reconstrucción". Si la reacción burocrática posterior reavivó, en cierta medida, el antisemitismo en Rusia, ello fué de la mano con la destrucción del partido bolchevique y el aniquilamiento de la Oposición de Izquierda, encabezada por León Trotsky.
Durante su estadía en Méjico, Trotsky tuvo oportunidad de exponer sus opiniones sobre esta cuestión, respondiendo a varias consultas que se le formularon desde Nueva York, ciudad que, como se sabe, alberga en su seno a la minoría judía más considerable del mundo contemporáneo, la cual se hallaba hondamente preocupada por los avances del nazismo en Europa, la proximidad de la guerra y el general recrudecimiento del antisemitismo en el mundo.
“En mi juventud —expresa Trotsky en una de sus cartas sobre el problema judío— casi me incliné a pensar que los judíos de los diferentes países quedarían asimilados y que de esa manera, casi automáticamente, la “cuestión judía" acabaría por desaparecer. El desarrollohistórico de este último cuarto de siglo no ha confirmado esta perspectiva. Por todas partes, el capitalismo en descomposición ha engendrado un agudo nacionalismo, una de cuyas manifestaciones es el antisemitismo. Donde el problema judío se ha destacado con mayor vigor es en Alemania, el pais europeo de más alto nivel capitalista. Por otra parte, los judíos de los diferentes paises han creado su propia prensa y han des arrollado el idioma idish como instrumento adaptado a la cultura moderna. Hay que convenir, pues, que la nación judía se mantendrá durante toda la época próxima. Ahora bien, una nación no puede llevar existencia normal sin tener un territorio común. El sionismo se asienta sobre esta idea. Pero día a día, los hechos demuestran que el sionismo es incapaz de resolver la cuestión judía. El conflicto entre árabes y judíos adquiere un carácter cada vez más trágico y amenazante. En modo alguno creo que la cuestión judía pueda resolverse dentro de los marcos del capitalismo en putrefacción... Sin cesar se acrecienta el número de los países que expulsan a los judíos, al par que se intensifica la exacerbación de la lucha. No es difícil imaginarse lo que espera a los judíos cuando se desencadene le segunda guerra mundial. Pero aun sin guerra, el próximo desarrollo de la reacción mundial seguramente implicará el exterminio físico de los judíos. Palestina aparece como espejismo trágico; Biro-bidján como farsa burocrática. El Kremlin se niega a aceptar refugiados. Hoy más que nunca la suerte del pueblo judío —no sólo su suerte política sino también su suerte física— está indisolublemente ligada a la lucha emancipadora del proletariado mundial... La Cuarta Internacional fué la primera en proclamar el peligro del fascismo e indicar la senda de la salvación. La Cuarta Internacional llama a las masas populares judias a evitar el autoengaño, a mirar abiertamente a la realidad. Quien lucha por el socialismo internacional lucha también por la solución de la cuestión judía".
“¿Y de qué manera, me preguntaréis, puede el socialismo resolver el problema? Sobre este punto no puedo más que ofrecer hipótesis. Una vez que el socialismo domine el planeta, o al menos sus sectores más importantes, tendrá a su disposición recursos inimaginables. La historia humana ha presenciado, bajo el signo del barbarismo, una época de grandes migraciones. El socialismo abrirá la posibilidad de migraciones sobre bases técnicas y altamente desarrolladas. Ni qué decir tiene que lo que aqui mencionamos nada tiene que ver con los desplazamientos compulsivos, con la creación de nuevos ghettos para ciertas nacionalidades. Se trata de desplazamientos libremente consentidos e incluso solicitados por ciertas nacionalidades. Los desperdigados judíos que deseen reunirse en una misma comunidad, encontrarán territorio suficientemente rico y extenso bajo el sol. La misma posibilidad se abrirá para los árabes y para todas las naciones dispersas. La topografia nacional será una parte de la planificación económica. Los mismos métodos de resolver la cuestión judia, que bajo el capitalismo en descomposición tienen carácter utópico y reaccionario (sionismo) adquirirán bajo el régimen de la federación socialista un significado real y saludable. Tal es la vasta perspectiva histórica que vislumbro".
“Me pregunta usted si todavía existe en la U.R.S.S. el problema judío —sigue diciendo Trotsky—. Si, todavía existe, del mismo modo que el problema ukraniano, el georgiano, el ruso inclusive. La omnipotente burocracia, así como asfixia el desarrollo de toda cultura, asfixia también el de las culturas nacionales. Y lo peor es que el país de la gran revolución proletaria sobrelleva actualmente un periodo de profunda reacción. Si la ola revolucionaria vitalizó los mejores sentimientos de solidaridad humana, la reacción termidoriana ha estimulado todo cuanto de bajo, oscuro y atrasado puede albergarse en una población de 170 millones de habitantes. Para reforzar su dominio, la burocracia no vacila en recurrir, bajo formas apenas disimuladas, a todas las tendencias chauvinistas y, en especial, al antisemitismo. El último proceso de, Moscú, por ejemplo, fue montado con el mal disimulado propósito de presentar a los internacionalistas como judíos sin fe y sin ley, capaces de venderse a la Gestapo alemana. “A partir de 1925, y en particular desde 1926, la demagogia antisemita, bien disimulada de modo que no se la pueda atacar, se viene dando la mano con los juicios simbólicos contra progromistas confesos. Me pregunta usted si la pequeña burguesía judía de la U.R.S.S. se ha asimilado socialmente al nuevo ambiente soviético. Me resulta difícil suministrarle una clara respuesta. Las estadísticas sociales y nacionales de la U.R.S.S. son extremadamente tendenciosas. No sirven para establecer la verdad, sino para glorificar a los dirigentes, a los jefes, a los creadores de felicidad. Un sector importante de la pequeña burguesía judía ha sido, absorbido por el formidable aparato del Estado, por la industria, el comercio, las cooperativas, etc. Nos referimos especialmente a las capas medias y bajas de la burocracia. Ello engendra un sentimiento antisemita que los dirigentes manipulan con extremada pericia para desviar el descontento del régimen burocrático".
La segunda guerra mundial, que Trotsky sólo alcanzó a presenciar en sus comienzos, confirmó desgraciadamente sus aprensiones; gran parte de los judíos europeos, especialmente los de Polonia, fueron exterminados físicamente por el imperialismo germano, en complicidad con Stalin, en tanto que los gobiernos imperialistas “democráticos" bloqueaban el acceso a Palestina, que entonces reveló plenamente su rol de “espejismo trágico". Pero las guerras imperialistas sólo son una consecuencia necesaria del proceso de descomposición del capitalismo, al que imprimen un ritmo todavía más acelerado; el antisemitismo extremo no es un atributo nacional de los pueblos alemán o italiano ni producto de la psicología personal de un dictador, sino la expresión inexorable de un régimen que sólo puede prolongar su agonía echando cada vez más a la humanidad al pozo de una barbarie que parecía superada para siempre. La burocracia soviética ha demostrado, además en los recientes procesos antisemitas, que está dispuesta a seguir adoptando el expediente del antisemitismo en la medida en que acrece el descontento popular contra su régimen totalitario y despótico. El nuevo Estado israelí, lejos de solucionar la cuestión judía en el mundo, revela patéticamente su impotencia, al no poder acoger nuevos emigrados, pese a pomposas declaraciones y al encenderse cada vez más la hoguera del conflicto entre árabes y judíos a la que el imperialismo arrima sus tizones. En las grandes potencias imperialistas, especialmente en los Estados Unidos, se renueva incesantemente la corriente antisemita; hay todos los motivos, pues, para esperar que en un país donde toda cuestión racial tiene bases —el problema negro—, la burguesía imperialista, cuando se vea amenazada por la crisis económica y los grandes movimientos de masas, recurrirá al antisemitismo en una escala que hará aparecer de nuevo la “solución Hitler". Cuando los judíos perseguidos quieran emigrar, a Palestina o donde sea, se les cerrarán los puertos, como ya se hizo en Europa durante la pasada guerra. El imperialismo, en la etapa de su agonía, no puede prescindir de la cuestión judía. En estas condiciones, sólo la revolución socialista, al abatirlo, y reorganizar la economía mundial sobre bases racionales, puede solucionar la cuestión judía como toda otra cuestión en general.
En una de sus cartas sobre el tema, Trotsky se refirió especialmente a la actitud de la burguesía judía respecto de la causa socialista revolucionaria. He aquí sus palabras:
“El padre Coughlin, que según parece procura demostrar que la más absoluta moral idealista no impide a nadie ser un grandísimo bribón, ha declarado en la radio que antiguamente he recibido sumas enormes de la burguesía judía de los Estados Unidos para preparar la revolución. Ya he contestado por intermedio de la prensa que semejante afirmación es falsa. No he recibido ese dinero, no porque me hubiera negado a admitir apoyo financiero para la revolución sino porque la burguesía judía no ha ofrecido ese apoyo. La burguesía judía permanece fiel al siguiente principio: no dar nada, ni siquiera en la actualidad, cuando su propia cabeza está en cuestión. Sofocado por sus propias contradicciones, el capitalismo asesta golpes furiosos contra los judíos. Por lo demás, buena parte de esos golpes caen sobre las espaldas de la burguesía judía, sin que interesen los servicios que esa burguesía ha prestado en el pasado al régimen capitalista. Cada vez son más ineficaces las medidas filantrópicas en favor de los refugiados judíos, cuando se las compara con las gigantescas dimensiones de la hoguera infernal en que el pueblo judío se consume. Sólo en la lucha revolucionaria reside la salvación. Como los de la guerra, los “músculos" de la lucha revolucionaria son los recursos económicos. Los elementos progresistas y perspicaces del pueblo judío están obligados a acudir en ayuda de la vanguardia revolucionaria. El tiempo apremia. Un día de los de hoy equivale a un mes e incluso a un año. ¡Lo que hagas, hazlo rápido!
La descomposición del capitalismo mundial tiene hoy su manifestación grandiosa en la serie de revoluciones nacionales que están sacudiendo el mundo tradicionalmente oprimido de las colonias y semicolonias. En la medida en que aquellas logran dar pasos adelante, acrecientan las oportunidades para que las minorías judías existentes en esos países se vean libres de la amenaza antisemita, producto típico de la decadencia imperialista. Pero el imperialismo juega también aquí su papel, tratando de oponer las minorías nacionales o religiosas al movimiento de liberación. En el Medio Oriente, propició la creación del Estado israelí, para oponerlo a la revolución antiimperialista árabe, a la que a su vez procura desviar hacia la guerra contra el nuevo Estado judío. Recientemente, hubo de aclarar el general Naguib que la lucha se planteaba, no contra Palestina, sino contra el imperialismo. La necesidad misma de esta aclaración revela bien a las claras la intensidad con que el imperialismo procura imprimirle esa dirección a la lucha. El acrecentamiento de la tensión revolucionaria en el Oriente árabe hará inevitablemente que la acentúe. La alianza entre la revolución democrática y nacional árabe y los judíos de Palestina es la única salida para su salvación. Pero el Estado israelí, empujado por sus propias contradicciones internas y, sobre todo, bajo la influencia del imperialismo yanqui, transmitida a través de la burguesía judía de Nueva York, se adapta a la política de provocación imperialista y da tumbos de ciego.
Lo mismo ocurre, en menor escala, con el resto de los países coloniales y semicoloniales que luchan por su liberación nacional. Por las condiciones que presidieron su inmigración, la burguesía se ha encontrado en ellos ligada originalmente al sistema económico del dominio imperialista. Ello le ha impedido sumarse al movimiento nacional de esos países y su actitud ha determinado en gran parte la de la pequeña-burguesía judía. Nada tiene de extraño, pues, que los elementos reaccionarios aprovechen esa situación para tratar de dar al movimiento nacional un carácter antisemita; ello no puede servir sino al sector burgués no judío que orientándose a capitular frente al imperialismo, procurará encaminar aquel movimiento en esa dirección. Recordemos que el fascismo es, en los países coloniales y semicoloniales, la expresión de su dependencia servil al imperialismo que los oprime, como Trotsky lo reiteró muchas veces. El único medio eficaz de combatir al imperialismo en América Latina, es la lucha revolucionaria por la Federación de sus Estados. Las masas populares judías sólo lograrán salvarse si, liberándose del autoengaño, se pliegan decididamente a esa lucha.
En 1939, habiendo estallado la segunda guerra mundial, prodújose en el Socialist Workers Party, sección norteamericana de la IV Internacional, una lucha interna que, comenzando por una discusión sobre la teoría marxista, arribó pronto al terreno de la política concreta. Una mayoría, con firme base obrera, enfrentaba a una minoría de elementes pequeño-burgueses encabezada por Max Shachtman y James Burnham. Esta minoría se pronunció por la no defensa de la U.R.S.S. en caso de que el imperialismo le llevase la guerra y formuló, para justificar su posición, una teoría llamada del “tercer campo".
Desde un principio, Trotsky intervino decisivamente en esta polémica interna, orientando a la mayoría proletaria y sosteniéndola contra esos pequeño-burgueses que, señaló, reflejaban en sus posiciones la presión del imperialismo yanqui. Reiteró que la Unión Soviética, a pesar del control del Estado por una burocracia prepotente, mantenía aún las bases sociales creadas por la Revolución de 1917 (la industria socializada, la economía planificada, la colectivización agraria} y que el deber del proletariado consistía en defender esas bases contra el imperialismo en lo externo y contra la burocracia en el interior. Y agregó significativamente que la posesión del inmenso territorio europeo y asiático soviéticos por el imperialismo inyectaría sangre fresca en sus arterias esclerosadas, le daría un prolongado respiro histórico y le permitiría reforzar las cadenas que oprimen a los países coloniales y semicoloniales del mundo entero; los pueblos que habitan la Unión Soviética serían también reducidos al rol de esclavos coloniales. Así, aun desde el punto de vista de la lucha nacional contra el imperialismo, era preciso defender a la U.R.S.S.
La teoría del “tercer campo", formulada por Shachtman y Burnham, significaba en esencia lo siguiente: hay un campo, el imperialismo; otro campo: la Rusia burocrática. Y el tercero, lo constituían ellos, los partidarios de la revolución socialista. Trotsky inmediatamente observó y destacó que Shachtman y Burnham, en su brillantísima teoría, olvidaban un “pequeño" detalle: los países coloniales y semicoloniales, nada menos, declaró, que las dos terceras partes de la humanidad.
El “olvido" de Shachtman y Burnham correspondía enteramente a su condición de social-imperialistas. Así como la Segunda Internacional se olvidó de las colonias y semicolonias durante el período que precedió a la primera guerra mundial y con ello se transformó en servidora del imperialismo, Shachtman y Burnham, asumiendo igual carácter, repetían ese “olvido" en un plazo mucho más breve. Callaban así sobre el punto que virtualmente interesaba a su propio imperialismo: la opresión de América Latina, a la que intentaba arrastrar a la guerra para luego encadenarla doblemente. ¿O, a semejanza de aquella autoridad en cuestiones coloniales de que nos hablaba Cornell en el testimonio que hemos transcripto más atrás, juzgaban simplemente como “estúpidos" a los habitantes de los países oprimidos por el imperialismo mundial y que por eso no valía la pena referirse a ellos? Pero no es necesario que nos preocupemos por averiguarlo. Burnham, el compañero de Shachtman, desenmascarado en la polémica por Trotsky, no tardó en dar el salto hacia la burguesía y se convirtió en el más destacado y cínico teórico del imperialismo yanqui, según puede verse en sus libros que, generosamente editados, circulan por ahí. Y Shachtman dividió al Socialist Workers Party en medio de la guerra imperialista, se estableció en una agencia propia y desde ella comenzó a tronar contra éste, secundado por sus vacilaciones. Su conducta respecto de los movimientos nacionales y antiimperialistas que cundieron en América Latina desde fines de la guerra, especialmente en Bolivia y la Argentina, le ha valido el ilevantable repudio de los obreros.
Participando en esta polémica contra la minoría, Trotsky no dejaba de apreciar a fondo las debilidades de la mayoría encabezada por Cannon. También ésta rengueaba de la misma pierna que Schachtman y Cía.: su posición frente a América Latina, pero Trotsky juzgaba, con perspectiva histórica, que por encontrarse allí los elementos obreros, de allí tendría que salir en el futuro el verdadero partido revolucionario yanqui, que apoyase a los pueblos de América Latina en su lucha contra el imperialismo norteamericano. Esta perspectiva histórica aún no se ha concretado. Tal es la tremenda presión que el imperialismo yanqui, basado en la explotación de los pueblos latinoamericanos, ejerce sobre su propia clase obrera, colocándola políticamente no a la vanguardia, sino a la retaguardia del movimiento revolucionario internacional.
Al mismo tiempo que desenmascaraba políticamente a la minoría de Shachtman y Burnham, poniendo al desnudo su carácter socialimperialista, Trotsky concentrábase cada vez más en el análisis del problema colonial, como lo revelan claramente sus escritos de los años 1939 y 1940. La segunda guerra imperialista, de alcance y consecuencias mucho más vastos que la anterior, amenazaba retrogradar a la humanidad al nivel de épocas históricas hacia tiempo superadas. Y estalló sin que el proletariado fuese capaz de impedirlo. ¿Cuál era la causa? ¿Por qué el imperialismo había podido sortear y aplastar la oleada revolucionaria directamente surgida de la primera guerra mundial y desencadenar la segunda? Porque había podido conservar las colonias y las semicolonias y con su superexplotación mantener su régimen en las metrópolis. Así, sólo el quebrantamiento de la base económica del imperialismo por una serie de revoluciones nacionales en los países retrasados podía elevar al proletariado de las metrópolis a la altura de su misión histórica. Y Trotsky predijo, en su notable articulo consagrado a las razas de color, que constituyen la abrumadora mayoría de la humanidad sujeta a la opresión colonial, que a ellas “pertenece la palabra decisiva en el desarrollo del género humano".
En aquellos momentos, el imperialismo yanqui practicaba en América Latina, con toda intensidad, lo que se llamó el “terrorismo democrático". Todo gobierno latinoamericano que no se plegaba a sus designios bélicos, que no le entregaba las llaves de la economía nacional, que no se subordinaba políticamente a los dictados de Washington, era tildado sin más de “fascista" o “nazi". Compartían estos afanes de Washington, las oligarquías semifeudales de América Latina, que irguiéndose sobre la explotación servil del campesino indígena, eran en realidad las peores enemigas de la democracia en sus países. Con el apoyo del imperialismo, tenían el poder político en la mayoría de los estados latinoamericanos. En sus declaraciones al diario “Critica", de Buenos Aíres, en febrero de 1940, Trotsky se ocupó principalmente de aclarar esta cuestión: “La humanidad actual –declaró—, sin excepción alguna, desde los obreros británicos hasta los nómades etíopes, están viviendo bajo la opresión del imperialismo. Es imposible olvidar esto un solo instante. Pero ello no significa de ninguna manera que el imperialismo se manifieste en todos los países del mismo modo. No: ciertos paises son campeones del imperialismo y los otros son sus víctimas. Esta es la linea fundamental de demarcación entre las naciones y estados contemporáneos. Es desde este punto de vista y solamente desde él que se debe considerar en particular la cuestión tan actual del fascismo y de la democracia.
“La democracia para Méjico, por ejemplo, significa el esfuerzo de un país semicolonial por arrancarse de una dependencia servil, entregar la tierra a los campesinos, elevar a los indios a un nivel más alto de civilización, etc. En otras palabras, las tareas democráticas de Méjico tienen un carácter progresivo y revolucionario. Pero, ¿qué significa la democracia en Inglaterra? Mantener lo que existe, es decir, ante todo la dominación de la Metrópoli sobre las colonias. Lo mismo para Francia. La bandera de la democracia cubre en este caso la dominación de una minoría privilegiada sobre una mayoría oprimida. “Exactamente de la misma manera es imposible hablar de “fascismo" en general. En Alemania, Italia y Japón, el fascismo y el militarismo son el instrumento de un imperialismo ávido, hambriento y, por consiguiente, agresivo. En los paises latinoamericanos el fascismo es la expresión de la dependencia más servil hacia el imperialismo extranjero. Es necesario saber descubrir bajo la forma politica el contenido económico y social.
“La conclusión de todo esto es la siguiente: es imposible luchar contra el fascismo sin luchar contra el imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales tienen que luchar ante todo contra el imperialismo que los oprime directamente, independientemente de que lleve la máscara del fascismo o de la democracia.
“En los países de América Latina, el mejor método, el más seguro, de luchar contra el fascismo es la revolución agraria. Es solamente debido a que Méjico ha dado en este camino pasos importantes que la revolución del general Cedillo quedó aislada. Al contrario, las derrotas crueles de los republicanos en España se explican solamente por el hecho de que el gobierno de Azaña, en alianza con los stalinistas, aplastó la revolución agraria y el movimiento independiente de los obreros españoles. Una política social-conservadora y más aún si es reaccionaria significa, en el pleno sentido de la palabra, la traición a la independencia nacional". Trotsky reitera en estas declaraciones su concepción sobre el fascismo en los paises coloniales y semicoloniales ya expresada a Mateo Fossa en sus entrevistas: el fascismo es en ellos la expresión de la dependencia más servil hacia el imperialismo que los oprime directamente. De allí el rol particularmente infame de quienes tildan de nazis o fascistas a gobiernos de esos países que luchan contra el imperialismo o lo resisten.
Y no puede ser de otro modo. Los países coloniales y semicoloniales, que no han hecho su revolución democrático-burguesa, no pueden siquiera hacer una política burguesa en el pleno sentido de la palabra. En su gobierno democrático y revolucionario, el general Cárdenas, por ejemplo, hizo importantes concesiones al proletariado mejicano, no solo en el terreno económico y jurídico, sino también en el de la ideología política. Estas concesiones provocaron los vituperios de ciertos elementos de las clases dominantes mejicanas, que aun cuando hostiles al imperialismo yanqui, hubieran deseado una política nacional burguesa pura. Pero esto es simplemente utópico; sin la intervención y el apoyo activo del proletariado ningún gobierno antiimperialista puede mantenerse en pie en América Latina. El lenguaje y las manifestaciones equívocas de los líderes bonapartistas de la revolución democrática en los países retrasados, refleja simplemente un equívoco que existe en las cosas mismas. En el momento en que la crisis del capitalismo mundial obliga a las burguesías retrasadas de las colonias y semicolonias a tomar la bandera de la revolución democrática, éstas se encuentran, en la persona de sus mejores representantes, con que la clase que más enérgicamente apoya esa revolución y de cuyo sostén no pueden, prescindir es... el proletariado. Ya volveremos sobre esto con más amplitud. Pero desde ya podemos sentar que sólo imbéciles sin remedio o canallas pueden acusar de nazis a gobiernos que resisten al imperialismo, endilgando así a países que ni siquiera pueden desarrollar una política burguesa en el pleno sentido de la palabra, nada menos que la expresión política última de la decadencia imperialista.
El “antifascismo" tan pregonado por esos años no representó otra cosa que la cobertura ideológica para la entrega del proletariado y de los pueblos oprimidos de las colonias y semicolonias al llamado imperialismo “democrático" (inglés, francés y yanqui). Con su táctica del “Frente popular antifascista", los stalinistas desempeñaron el papel más prominente y vergonzoso en esta traición. Con el “vacío ruido" de la lucha contra el fascismo se aliaban a los sectores burgueses de las colonias y semicolonias ligados al imperialismo “democrático" opresor de las mismas y de este modo remachaban las cadenas que las mantenían aherrojadas, traicionando sus intereses históricos. Tal es así que sólo en China, donde la lucha contra el fascismo coincidía forzosamente con la lucha contra el imperialismo; el Frente popular antifascista tuvo éxito y logró conducir al pueblo por la senda de la victoria contra sus enemigos tradicionales, el capital extranjero y la burguesía “compradora". En efecto, como el imperialismo “fascista japonés había invadido el país desde 1933, Chiang Kai-Shek, jefe político de la burguesía china, vióse obligado a luchar contra éste para defender los restos de la independencia nacional china. Mao Tse-Tung y su partido realizaron aquí la misma política del Frente popular antifascista que todos los demás partidos stalinistas del mundo, siguiendo las órdenes impartidas por el Comintern en 1935. Pero en China, por la lógica misma de la situación, el Frente popular con la burguesía contra el fascismo, coincidía enteramente con la lucha contra el imperialismo japonés opresor; es decir, se convirtió realmente en la táctica del Frente Único Antiimperialista, preconizada por Lenin y Trotsky para los países coloniales y semicoloniales y sobre esta base, a diferencia de los demás partidos stalinistas del mundo, Mao Tse-Tung y su partido lograron liberar al pueblo chino de la opresión imperialista y del verdugo Chiang Kai-Shek.
Debemos destacar aún una notable aserción de Trotsky en estas declaraciones y es la de que “una política social conservadora y más aún si es reaccionaria significa, en el pleno sentido de la palabra, la traición a la independencia nacional". En efecto, el imperialismo sujeta a las semicolonias mediante las oligarquías locales, a las que refuerza con todo el peso de su poderío financiero; estas oligarquías sustentan su dominio en lo interno por la “barbarie agraria", vale decir, por la explotación y opresión feudales del campesino indigena. No puede concebirse entonces una politica nacional sino alterando este status clásico, este mecanismo de la opresión imperialista mediante la revolución agraria. Aquellos políticos que se llenan la boca hablando de democracia en general, pero que retroceden inmediatamente ante cualquier intento de plantearla concretamente en el terreno aludido, traicionan entonces los verdaderos intereses nacionales. No son políticos en una nación, sino políticos contra una nación. Una política nacional sólo puede realizarse y sustentarse en el plano revolucionario; la independencia nacional sólo puede lograrse y mantenerse desarrollando una politica revolucionaria. Detener la revolución significa traicionarla.
Toda revolución democrático-burguesa tiende a constituir un Estado nacional, o sea, a dar “cohesión estatal a territorio con población de un solo idioma"[10[. “El idioma —escribe Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, cap. “La cuestión nacional"— es el instrumento más importante de unión entre los hombres y, por consiguiente, de unión en la economia. Se convierte en idioma nacional con la victoria de la circulación mercantil, que une a una nación. Sobre esta base se establece el Estado nacional como el terreno más cómodo, más ventajoso y normal de las relaciones capitalistas".
“Sobre esta base" tenemos, sin embargo, en América Latina, no un Estado nacional sino veinte Estados distintos[11]. En el vasto territorio que se extiende desde el Rio Grande hasta el cabo de Hornos se habla una lengua —el castellano— plenamente desarrollada y consolidada en una literatura cuya importancia es obvio destacar; es decir, que posee todos los caracteres de un idioma nacional. Observemos, empero, que apenas hay “circulación mercantil" entre esos Estados... Tal hecho basta para denunciar claramente que estamos ante una nación fragmentada, inconstituída.
Mas no toda revolución democrático-burguesa ha necesitado constituir el Estado nacional; así, Cromwell no tuvo que hacer la unidad de Inglaterra, Gales y Escocia, pues ésta ya había sido alcanzada bajo los monarcas. Pero en Alemania y en Italia (siglo XIX), la revolución democrática se encontró ante un estado de división nacional, mantenido sobre todo por la opresión de potencias extranjeras (Francia, Austria, Inglaterra). Se desarrolló entonces como revolución nacional. Trotsky señalaba, al respecto, que en estos dos países “la lucha por la liberación nacional y la unificación era el meollo de la revolución burguesa".
En América Latina, la revolución democrática de los albores del siglo XIX no logró constituir un Estado nacional; lo impidieron el débil o nulo desarrollo del capitalismo nativo, el abrumador predominio de las estructuras feudales y precapitalistas, el alejamiento de los principales centros. Primaron las tendencias centrifugas, surgidas del atraso, y volvieron todo hacia atrás, más atrás inclusive que en la época del Imperio hispano-americano, en que existía la unidad política y administrativa. A esta causa de fragmentación nacional, que los esfuerzos de San Martin y Bolívar no consiguieron superar, sumóse pronto otra, el capitalismo extranjero, principalmente inglés, que intervino decisivamente para consolidar la división e incrementarla, favoreciendo la creación de nuevos Estados desgajados del tronco común por la diplomacia y la prepotencia imperialistas. En 1826, Bolívar urgía para que se concretara la unidad en el Congreso de Panamá, a fin de salvar la revolución; ya entonces, con una clara prenoción de su destino imperialista, los observadores yanquis sabotearon esa tentativa. Corriendo el tiempo, la misma provincia de Panamá donde se celebró el Congreso fue amputada por el imperialismo norteamericano del territorio de Colombia y así tuvimos hasta una “nacionalidad" panameña.
De este modo, el sentimiento de nacionalidad común entre los habitantes de América Latina, que latía hasta en una aldea como era el Jujuy de 1812, se fué perdiendo, al par que el localismo, con el aliento que le prestó el imperialismo, se elevó a la categoría de sentimiento “nacional". La leyenda histórica, fabricada luego por los plumíferos a su servicio, sancionaría este estado de fragmentación nacional, presentando a nuestros héroes como queriendo crear veinte Estados distintos en lugar de uno solo. La falacia, verdaderamente monstruosa, de esta “historia" oficial reside en que, mientras en todo el mundo la nación se ha constituido como resultado del triunfo de la revolución democrático-burguesa, en América Latina se consideran como naciones distintas a los veinte Estados surgidos de su fracaso. América Latina, atrasada y dividida, fue fácil presa del imperialismo; sus veinte países fueron convertidos en semicolonias y colonias, cuya vida económica reposó enteramente en la exportación de una o dos materias primas, o cereales[12], o frutos naturales a la metrópoli imperialista, de la cual se recibían en cambio los artículos manufacturados de la industria moderna. Lejos de combatir el atraso, el imperialismo reforzó a las oligarquías terratenientes que explotaban con métodos feudales o semifeudales al campesino indígena, dejando subsistente la barbarie agraria; en aquellas ramas de la producción donde invirtió directamente capitales (minas, plantaciones, transporte ferroviario, pozos petrolíferos, etc.) aprovechó el bajo nivel de vida del nativo y la ausencia de democracia para combinar el régimen del moderno salariado con la servidumbre en la institución del peonaje.
Escribe Trotsky caracterizando este proceso: “Mientras destruye la democracia en las viejas metrópolis del capital, el imperialismo impide al mismo tiempo la ascensión de la democracia en los países atrasados. El hecho de que en la nueva época ni una sola de las colonias o semicolonias haya realizado una revolución democrática —sobre todo en el campo de las relaciones agrarias— se debe por completo al imperialismo, que se ha convertido en el obstáculo principal para el progreso económico y político.
Expoliando la riqueza natural de los países atrasados y restringiendo deliberadamente su desarrollo industrial independiente, los magnates monopolistas y sus gobiernos conceden simultáneamente su apoyo financiero, político y militar a los grupos semifeudales más reaccionarios y parásitos de explotadores nativos. La barbarie agraria artificialmente conservada es hoy día la plaga más siniestra de la economía mundial contemporánea".
Hemos visto que Trotsky, coincidiendo enteramente con Lenin, juzgaba que los problemas nacionales, lejos de desaparecer en la época del imperialismo, “conservaban todo su vigor" y señalaba, a este propósito, que en “Sudamérica no había comenzado a desarrollarse la época del movimiento democrático-nacional hasta el siglo XX". En 1934, concretó del siguiente modo la meta histórica de la revolución en América Latina:
“Los países de América Latina no pueden librarse del atraso y del sometimiento si no es uniendo a todos sus Estados en una poderosa Federación. Esta grandiosa tarea histórica no puede acometerla la atrasada burguesía latinoamericana, representación completamente prostituida del imperialismo, sino el joven proletariado latinoamericano, señalado como fuerza dirigente de las masas oprimidas. Por eso, la consigna de lucha contra las violencias e intrigas del capital financiero internacional y contra la obra nefasta de las camarillas de agentes locales es: Los Estados Unidos Socialistas de América Latina".
Y en marzo de 1940, pocos meses antes de su muerte, volvió sobre esta consigna central en un manifiesto dirigido a la clase obrera, subrayando además, significativamente, que “el monstruoso crecimiento del armamentismo en los Estados Unidos es el antecedente lógico de la violenta solución de las complejas contradicciones existentes en el Hemisferio Occidental y no tardará en plantear categóricamente el problema del destino de los países latinoamericanos. El intervalo de la política de “buena vecindad" llega a su término. Roosevelt o el sucesor no tardarán en mostrar el puño de hierro cubierto ahora por el guante de terciopelo".
Como vemos, Trotsky tiene presente sobre todo la unidad del proceso revolucionario en América Latina; lejos de admitir como naciones a los veinte compartimientos estancos en que nos mantiene fragmentados el imperialismo, él establece que sólo podremos realizar la revolución democrática y nacional uniéndonos en una poderosa Federación, esto es, “dando cohesión estatal a territorio con población de un solo idioma", lo que significa constituir la nación latinoamericana. No existen, pues, dentro de su concepción, una revolución argentina, o boliviana, o brasileña, o chilena, o panameña, etc., independientes, sino una revolución latinoamericana.
“Los problemas centrales de los países coloniales y semicoloniales —expresa Trotsky en las tesis de la IV Internacional de 1936— son la revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la independencia nacional, es decir, el sacudimiento del yugo imperialista. Estas dos tareas están estrechamente ligadas la una a la otra... La consigna de la Asamblea Nacional (o Constituyente) conserva todo su valor en países como China o la India[13]. Es necesario ligar indisolublemente esta consigna a las tareas de la emancipación nacional de la reforma agraria". En América Latina, debemos agregar a estas tareas, la de incorporar al indio a la civilización latinoamericana con plenos derechos (entrevista Trotsky-Sanjines).
En la formulación que hemos dejado transcripta, establece Trotsky que la burguesía latinoamericana no puede llevar a cabo, esta revolución, sino el joven proletariado latinoamericano; esta aclaración está impuesta por el hecho de que se trata de una revolución democrática y nacional, la cual en el pasado (siglos XVIII y XIX) llevaba al poder a la burguesía. ¿Cuáles son las razones de la impotencia histórica de la burguesía latinoamericana?
Desde la primera guerra imperialista (1914-1918) la curva económica del capitalismo mundial, que registraba hasta entonces un ascenso continuo, posible, en los últimos tiempos, sobre todo gracias a la expansión imperialista, comenzó a descender absolutamente. El sistema entero entró en su crisis definitiva. ¿Cómo se manifestó esta en los países latinoamericanos, cuya economía reposaba por completo sobre la exportación de uno o dos productos a la metrópoli? En que los precios de estos productos en el mercado mundial descienden cada vez más por debajo de los costos de producción; para amenguar su propia crisis, la metrópoli se aprovecha de su directo dominio económico y político y de su privilegiada situación de único comprador, imponiendo precios ruinosos; en otras zonas del globo, donde no tiene que compartir sus ganancias con las oligarquías nativas (Asia, África) logra además obtenerlos más baratos. Así, nuestros países, con sus sistemas económicos y sociales plenamente adaptados al imperialismo, sintieron crujir las mismas bases de su existencia. Adscriptos hasta entonces al dogma librecambista del Estado pasivo, comenzaron a implantar controles y a tomar ciertas medidas restrictivas, especialmente desde la gran crisis de 1929-1930, para detener el drenaje de divisas. Pero todas estas reglamentaciones no bastaron para reducir el crecimiento del pasivo de la balanza de pagos; la baja continua de los precios, la falta misma de exportación, tornaban ilusorio todo programa de “economías"; era preciso ya reducir la tajada que el imperialismo obtenía mediante la explotación directa a través de sus inversiones en el país; era preciso expropiar a la oligarquía terrateniente, su fiel aliada, que perpetuaba un atraso que se había vuelto incompatible con la ruina económica acelerada. Toda la población, a excepción de las clases y capas privilegiadas, se puso en movimiento: pequeña-burguesía comercial, los obreros, los campesinos, levantados contra la dependencia imperialista y los terratenientes semifeudales. Por su meta económica y social, estos movimientos populares en que intervienen diversas clases, muestran que en América Latina resurge la revolución democrática y nacional incumplida en el siglo pasado, pero ahora como producto de la crisis de agonía del sistema capitalista mundial.
En algunos países de América Latina, donde las condiciones fueron más favorables, por diversas circunstancias que no analizaremos aquí, la falta de divisas originada en la crisis mundial favoreció la creación de una pequeña industria nativa, competidora de la extranjera, la cual, con diversos altibajos, se desarrolló sobre todo durante las tres gran-des crisis del sistema: la primera guerra imperialista (1914-1918), la crisis de 1929-1930, la segunda guerra imperialista (1939-1945). Así apareció en la Argentina, Brasil, Chile y Méjico una burguesía industrial, cuyos intereses, a diferencia de lo que sucedía con la vieja oligarquía terrateniente, son antagónicos con los del imperialismo. Aprovechando el movimiento popular contra él, logró la adopción de medidas proteccionistas por el Estado, que le aseguraron en lo posible el mercado interno de los respectivos países. De este modo, verificóse en ellos un relativo desarrollo capitalista, cuya prosecución exige disponer del mercado nacional o sea, América Latina. Pero éste se encuentra dividido por fronteras económicas y políticas que el imperialismo no puede tolerar que desaparezcan, pues en esa división, como hemos visto, se basa su hegemonía expoliadora. En 1866 (guerra con Austria) y 1870 (guerra con Francia), la burguesía alemana, a través de su representante bonapartista, Bismarck, enfrentándose también con una división nacional mantenida por los países mencionados, resolvió militarmente el problema de la unidad nacional. Pero las burguesías industriales latinoamericanas que acabamos de mencionar no pueden ni por asomo soñar con esa solución, tan tremenda es la desproporción de fuerzas en favor del imperialismo. Queda entonces la solución revolucionaria, a la francesa. Pero la Francia de 1789 no conocía el moderno proletariado: los artesanos y obreros de esa nación no habían aprendido todavía a diferenciar sus propios intereses de los de la burguesía explotadora. Como la pequeña-burguesía jacobina, creían aún en la virtud de esas palabras sonoras, libertad, igualdad, fraternidad, con las que en realidad se franqueó el paso a un nuevo régimen de opresión de clases. Pero en América Latina, en las minas, en los pozos petrolíferos, en las plantaciones y obrajes, en las fábricas, existe un proletariado concentrado y consciente de sus intereses. En estas condiciones, la burguesía presiente, con su infalible instinto de clase, que si apela a la movilización revolucionaria de las masas, ella misma se verá sobrepasada, máxime teniendo en cuenta que el potencial revolucionario latinoamericano no deriva del raquítico ascenso del capitalismo nativo en tres o cuatro países, sino de la crisis gigantesca de todo el sistema capitalista internacional, al que ella se siente ligada, del que se considera parte integrante en última instancia. No, la atrasada burguesía latinoamericana no arrimará la mecha a este polvorín, cuya explosión no puede controlar. Ha nacido demasiado tarde. Impotente ante su misión histórica, carece también del deseo de realizarla. Veamos, a este propósito, el ejemplo que nos proporciona la burguesía industrial argentina, indiscutiblemente la más desarrollada e independiente de América Latina.
Esa burguesía está compuesta en gran parte de extranjeros e hijos de extranjeros, imbuidos de cultura europea, es decir, imperialista, y que no han tenido tiempo de asimilarse ideológicamente al país en que viven, el cual, por otra parte, no estaba en condiciones, debido a su carácter semicolonial, de ofrecerles una cultura autóctona moderna. Dependiendo como depende del imperialismo para proveerse de materias primas, combustibles, equipos, maquinarias y procedimientos técnicos, nada teme más que privarse de esta fuente si da algunos pasos atrevidos; y el continuo contacto que por estos motivos mantiene con él, refuerza aquel extranjerismo ideológico; frente al criollo hijo de la tierra, considérase más bien como una parte de la burguesía europea o yanqui y comparte el odio colonizador, el menosprecio hacia el nativo y hacia las posibilidades del país que caracterizan al imperialismo, La inestabilidad del desarrollo industrial, forjado solo al calor de tres grandes crisis, los altibajos de la política en un país dependiente, no han hecho sino acrecentar su afán peculiar de enriquecerse cuanto antes a costa del país, de llenarse la boca a dos carrillos; este desmedido espíritu de lucro le hace rehuir la participación en empresas económicas, de larga perspectiva, como la industria pesada, que exigen la renuncia, a algunos superbeneficios iniciales. Agreguemos, además, que las más importantes fábricas son propiedad del imperialismo, que teniendo su centro en la metrópoli no tiene ningún interés en ir más allá. La burguesía industrial argentina, ligada afectiva e intelectualmente con las decrépitas burguesías de las grandes potencias, que, definitivamente caducas, ven en el proletariado a su sepulturero histórico, abriga hacia los obreros nativos, tradicionalmente superexplotados, los mismos temores seniles que aquellas y en sus más modestas reivindicaciones ve de inmediato flamear el estandarte rojo del comunismo. Este es el origen primario de su actitud derrotista frente a un gobierno como el de Perón, que procurando realizar los propios objetivos nacionales de la burguesía industrial, busca el apoyo obrero para resistir al imperialismo, y lo empuja así por las vías del bonapartismo. Nada singulariza mejor cuanto dejamos expuesto que el hecho de que el radicalismo, llamado por su origen a ser su partido, haya decaído y se haya convertido en un instrumento de la reacción imperialista y oligárquica a medida que la burguesía se consolidaba y hacía más fuerte.
Una política nacional y democrática exige ante todo enfrentar decididamente al imperialismo en América Latina, apelando al sostén revolucionario de las masas. La burguesía industrial argentina se siente absolutamente incompatible con esta política que, sin embargo, es la condición de su viabilidad como clase. Oscilando entre los dos polos de esta insoluble contradicción, traza la marca de su irremediable impotencia histórica.
En estas condiciones, sólo el proletariado, única clase consecuentemente revolucionaria, puede ofrecer a las masas campesinas y pequeño-burguesas de América Latina una bandera y una dirección capaces de llevar al triunfo a la revolución nacional retrasada. Esto es lo que se expresa con la inclusión del término “socialistas" en la consigna central de “los Estados Unidos Socialistas de América Latina". Pero su significación no se agota aquí, pues expresa la ligazón histórica de nuestra revolución nacional con la revolución socialista del proletariado de las metrópolis imperialistas; ambas revoluciones, en distinta escala, son una lucha contra el capitalismo mundial, y por ello encuéntranse íntimamente conectadas. Para decirlo con palabras de Trotsky, “las revoluciones nacionales de nuestro tiempo son etapas de la revolución socialista mundial". Así, nuestro aliado natural es el proletariado norteamericano, que a su vez sólo podrá librarse del yugo de los poderosos monopolios en la medida en que éstos dejen de disponer de los superbeneficios extraídos de la explotación colonialista de América Latina, con los que corrompe a los líderes políticos de su propia clase obrera y especialmente su aparato sindical.
Puede preguntarse: ¿la dirección proletaria de la revolución nacional latinoamericana, no la hace una revolución socialista? No, esta última sólo es concebible en aquellos países donde la gran industria constituye el modo predominante de producción y la agricultura está altamente mecanizada. Hasta ahora, sólo en las grandes potencias imperialistas se ha alcanzado este nivel. El proletariado latinoamericano en el poder tendrá como primera misión en el plano interno crear las bases materiales para el paso al socialismo mediante la industrialización; y este programa interno está indisolublemente ligado con la lucha socialista del proletariado de las grandes metrópolis sin cuyo triunfo los obreros, latinoamericanos no podrán mantenerse en el poder e incluso los mismos objetivos democráticos quedarán frustrados.
Hay quienes, del hecho de que el proletariado sea el líder histórico de la revolución democrática y nacional latinoamericana, infieren que lo fundamental es la oposición proletariado-burguesía, y encaran la toma del poder por el primero prescindiendo de las grandes masas campesinas y pequeño-burguesas que predominan en la América Latina retrasada. Puede leerse, por ejemplo, en el folleto de N. Andrés, titulado La política nacional del trotskismo en América Latina, lo siguiente: “...en América Latina no sólo el proletariado hará su revolución en oposición abierta a la burguesía nacional, sino que tampoco podrá tener el concurso activo del campesinado, como lo tuvo el proletariado ruso"; ...en América Latina, espacial y económicamente disperso, social e históricamente diversificado en grado sumo, el campesinado sólo puede seguir con un retraso en algunos casos considerable el movimiento revolucionario de las ciudades. Además, si en el mismo proletariado la formación de una conciencia nacional latinoamericana es un proceso que opera con lentitud, en el campesinado es posible que esa conciencia surja tan sólo después de una insurrección proletaria victoriosa. La fusión política del proletariado con las masas campesinas, dispersas y distantes, se ve asi dificultada; y el partido proletario, a pesar de que prestará siempre atención preferente a los problemas del campesinado, sobre todo a sus sectores más agobiados por la explotación del capital financiero y las trabas precapitalistas, debe estar sin embargo preparado a emprender la lucha sin poder contar con la perspectiva de un movimiento campesino de envergadura comparable al que sacudió a Rusia en la segunda década de este siglo y a China a partir de la tercera".
Con estas líneas, de precisión inobjetable, N. Andrés borra por completo el carácter democrático y nacional de nuestra revolución. Si el papel del campesinado latinoamericano se reduce a seguir con retraso el movimiento revolucionario de las ciudades, en lugar de constituir su activo apoyo, si la conciencia nacional del campesinado latinoamericano puede surgir tan sólo “después de una insurrección proletaria victoriosa", entonces ¿qué necesidad hay de un programa democrático? Basta con el programa socialista. Esto nada tiene que ver con Trotsky ni con la revolución permanente. Veamos: En sus Tesis fundamentales sobre la revolución permanente, dice Trotsky: “Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semi-coloniales, la teoria de la revolución permanente significa que la resolución integra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas. El problema agrario, y con él, el problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente". “...la revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos y encaminada en primer término a realizar objetivos de la revolución democrática".
Donde Trotsky dice alianza, N. Andrés propone “prestar preferente atención"; mientras el primero asigna a los campesinos un puesto excepcional en la revolución democrática, N. Andrés les asigna un papel político de segundo orden; mientras aquél concibe la dictadura del proletariado acaudillando ante todo a las masas campesinas, el último propone una insurrección proletaria victoriosa en las ciudades, a la cual se adherirá luego el campesinado.
Agrega Trotsky, en las “Tesis fundamentales" mencionadas, que la alianza del proletariado y del campesinado “no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional". El proletariado tiene su propio antagonismo de clase con la burguesía, pero el campesinado, pequeño-burgués, sólo puede librarse de la influencia burguesa en la medida en que la burguesía se opone a los objetivos democráticos. La política del proletariado debe, entonces, consistir esencialmente en liberar a los campesinos de la influencia burguesa, asumiendo la dirección de la lucha revolucionaria democrática y nacional, no lanzándose a una insurrección en la ciudad en espera de que en el campesinado surja “esa conciencia"; si hace esto último, tal como lo aconseja N. Andrés, la burguesía aplastará la insurrección proletaria con la ayuda del campesinado sometido a su influencia. Por eso dice Trotsky: “Es imposible rechazar pura y simplemente el programa democrático; es necesario que las masas por sí mismas sobrepasen este programa en la lucha. Es necesario ante todo armar a los obreros de este programa democrático. Sólo ellos pueden levantar y unir a los campesinos. Sobre la base del programa democrático revolucionario es necesario oponer los obreros a la burguesía “nacional". A una cierta etapa de la movilización de las masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, los soviets pueden y deben surgir.. ."
“Un país que no haya realizado o consumado su revolución democrática —dice Trotsky en La revolución permanente— presenta peculiaridades de la mayor importancia, que deben servir de base al programa de la vanguardia proletaria. Sólo basándose en un programa nacional semejante, puede el partido comunista desarrollar una lucha verdadera y eficaz contra la burguesía y sus agentes democráticos por la mayoría de la clase obrera y de las masas explotadas en general. La posibilidad de éxito en esta lucha se halla determinada, naturalmente, en un grado considerable por el papel del proletariado en la economía del país; por consiguiente, por el nivel de desarrollo capitalista de este último. Pero no es éste ni mucho menos el único criterio. Importancia no menor tiene la cuestión de saber si existe en el país un problema “popular" amplio y candente en cuya resolución esté interesada “la mayoría de la nación y que exija las medidas revolucionarias más audaces. Son problemas de este orden el agrario y el nacional en sus distintas combinaciones. Teniendo en cuenta el carácter agudo del problema agrario y lo insoportable del yugo nacional en los países coloniales, el proletariado joven y relativamente poco numeroso puede llegar al Poder, sobre la base de la Revolución nacional-democrática antes que el proletariado de un país avanzado sobre una base puramente socialista".
Como vemos, la política nacional del trotskysmo en América Latina nada tiene en común con la que propone N. Andrés; ésta última ofrece, en cambio, notable similitud con el aborto stalinista de Cantón, en la revolución china, cuando Stalin, desencantado de su aliado Chiang Kai-Shek, lanzó al proletariado chino a una “insurrección victoriosa en la ciudad" que Chiang ahogó en sangre, aprovechando la falta de “concurso activo" del campesinado.
Nada tiene de extraño, por consiguiente, que luego de borrar de un plumazo el carácter democrático y nacional de nuestra revolución, N. Andrés se dedique en el curso de todo su folleto a atacar las consignas nacionales, entre ellas la de Asamblea Constituyente, que, según Trotsky, “es necesario ligar indisolublemente con las tareas de la emancipación nacional y de la reforma agraria"; así como la caracterización de nuestra revolución como nacional, que, como puede apreciarse por las transcripciones efectuadas, Trotsky empleaba sin ningún empacho.
En la mayor parte de los países de América Latina, las condiciones no han favorecido la creación de una industria nativa, base material de las tendencias burguesas hacia la unidad nacional latinoamericana. En ellos la lucha se ha orientado casi exclusivamente, bajo la dirección de las clases medias, a liquidar el status semicolonial, esto es, a conquistar la soberanía económica y política con vistas a obtener una posición mucho más favorable en el intercambio con la metrópoli imperialista. Un Estado norteamericano dedicado a la producción de manzanas, por ejemplo, negocia libremente y en igualdad de condiciones con los restantes estados de la nación; vende sus manzanas al precio “justo" dictado por la concurrencia capitalista interna. ¿No es posible, entonces, desde que estamos integrados económicamente con la nación norteamericana, conseguir un nivel semejante al de un estado cualquiera de esa nación? Eliminemos los dos o tres monopolios imperialistas expoliadores de nuestras riquezas naturales y a sus agentes políticos internos; dueños de nosotros mismos, podremos tratar de igual a igual con la nación a la cual estamos indisolublemente ligados por nuestra estructura económica unilateral. Con los mayores ingresos así logrados y mediante medidas internas adecuadas (reforma agraria) nos colocaremos en un equilibrio estable y, ¿por qué no?, floreciente. Este es el fondo de la teoría del “Estado revolucionario" o “antiimperialista", desprovisto de sus aditamentos retóricos. ¿Y América Latina? Y bien, cada cual tiene sus problemas; no desconocemos además el común origen ni la hermandad del idioma, pero ¿no somos una nación? Como vemos, esta teoría consiste, en suma, en renunciar a la concepción de la revolución nacional latinoamericana y en considerar como nacionales las fronteras producto del atraso y del dominio imperialista. Nada cabe objetar, por supuesto, a un movimiento tendiente, en cada país latinoamericano, a nacionalizar la economía y conquistar la soberanía política frente al imperialismo; por esta parte, es progresivo y revolucionario. Pero se torna utópico y reaccionario en cuanto pretende cristalizar allí. Dice Trotsky en El pensamiento vivo de Marx, capítulo, sobre “Las metrópolis y las colonias":
“El país más desarrollado industrialmente —escribió Marx en el prefacio de la primera edición de su Capital— no hace más que mostrar en sí al de menor desarrollo la imagen de su propio futuro". “Este pensamiento no puede ser tomado literalmente en circunstancia alguna. El crecimiento de las fuerzas productivas y la profundización de las inconsistencias sociales son indudablemente el lote que corresponde a todos los países que han tomado el camino de la evolución burguesa. Sin embargo, la desproporción en los “tiempos" y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia, la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente. Solamente una minoría de países ha realizado completamente esa evolución sistemática y lógica desde la mano de obra, a través de la manufactura doméstica, hasta la fábrica, que Marx sometió a un análisis tan detallado. El capital comercial, industrial y financiero, invadió desde el exterior a los países atrasados, destruyendo en parte las formas primitivas de la economía nativa y en parte sujetándolas al sistema industrial y banquero del Oeste. Bajo el látigo del imperialismo, las colonias y semicolonias se vieron obligadas a prescindir de las etapas intermedias, apoyándose al mismo tiempo artificialmente en un nivel o en otro. El desarrollo de la India no duplicó el desarrollo de Inglaterra; no fue para ella más que un suplemento.
“La desproporción en el desarrollo trajo consigo beneficios tremendos para los países avanzados, los cuales, aunque en grados diversos, siguieron desarrollándose a expensas de los atrasados, explotándolos, convirtiéndolos en colonias o, por lo menos, haciéndoles imposible figurar entre la aristocracia capitalista. Las fortunas de España, Holanda, Inglaterra, Francia, fueron obtenidas, no solamente con el sobretrabajo de su proletariado, no solamente destrozando a su pequeña-burguesía, sino también con el pillaje sistemático de sus posesiones de ultramar. La explotación de clases fue complementada y su potencialidad aumentada con la explotación de las naciones". La teoría del “Estado revolucionario o antiimperialista" supone, pues, la pretensión utópica de que las metrópolis imperialistas dejen de serlo, lo cual equivale a querer de ellas que vuelvan al estado de siglos anteriores, desde que todo su desarrollo económico actual se ha logrado precisamente “a expensas de los países atrasados", se basa en la explotación y opresión coloniales de las tres cuartas partes de la humanidad. El imperialismo no puede permitir en ninguna forma que se altere el desnivel económico en que se cimenta; al contrario, a medida que se amplía y profundiza la crisis mundial, debe acentuarlo para sobrevivir. La lucha entre las metrópolis y las colonias es de vida o muerte. De este modo, un “Estado antiimperialista" solo puede existir como un producto momentáneo de la relación de fuerzas entre los dos grandes sectores combatientes. En cierto modo, el imperialismo puede fomentarlo como medio de dividir las fuerzas que se le oponen. A fin de ilustrar esto en forma concreta, recurramos una vez más al ejemplo de Bolivia. Para quien conozca algo la situación, es evidente que el triunfo logrado por el pueblo boliviano contra la “Rosca" del estaño, está condicionado por la situación política de América Latina en su conjunto, que ha impedido al imperialismo yanqui intervenir expeditivamente, como lo hacía en el pasado. Si la United Fruit Company ha debido retroceder, también, ante la actual revolución guatemalteca, es por ese mismo motivo. El imperialismo sabe perfectamente que de mandar barcos y tropas, como otrora, consolidaría la unión latinoamericana de lucha. Por eso, se ve obligado a hacer concesiones parciales, buscando “dividir el frente", sobre todo aislando a la Argentina, que en la actualidad constituye el baluarte central de la resistencia latinoamericana. Está dispuesto, inclusive, a admitir todo “antiimperialismo" en América Latina, a tolerar todo “nacionalismo", siempre que no sea el verdadero y real, esto es, el latinoamericano.
El gobierno de Paz Estensoro considera a la revolución boliviana como nacional, o sea, la desvincula de la revolución latinoamericana. Para él y sus partidarios, la revolución comienza y acaba en Bolivia; los llamados a los hermanos de América Latina se reducen, entonces, a invocar una solidaridad sentimental y no expresan en modo alguno una mutua interdependencia y un común objetivo. El papel de los restantes países de América Latina consistiría, en suma, en secundar a Paz Estensoro en la tarea de hacer su revolución boliviana.
Pero constreñido dentro de las fronteras del Estado boliviano, la revolución sólo puede concretarse en expropiar a las empresas imperialistas sustituyéndolas por una sola empresa del Estado y en ajustar la economía boliviana a este cambio (reforma agraria, etc.). El estaño se venderá a quien pague más (los yanquis) y con las divisas así obtenidas se comprará a quien venda más barato (los yanquis), pues la revolución es boliviana y nada más. ¿A qué se llega así? Simplemente, a readaptar la economía boliviana a las condiciones creadas por la crisis del imperialismo, es sabido, efectivamente, que ya no era posible para el país en su conjunto, seguir aguantando el sistema de la “Rosca"; tal es así que del seno del mismo gobierno militar contrarrevolucionario surgió la chispa que prendió la revolución.
Sobre la nueva base, se podrá crear una burocracia “nacionalista", integrada por buena parte de la pequeña burguesía boliviana, la que absorbiendo los mayores ingresos provenientes de la venta del estaño que antes quedaban en manos de la “Rosca" y los reducidos sectores oligárquicos, no tendrá lógicamente interés en ir más adelante. Respétase de esa forma el imperialismo donde éste basa esencialmente su hegemonía sobre los pueblos de América Latina: en su división. El imperialismo no tiene, por supuesto, ningún inconveniente en ello, hará incluso concesiones a cambio de ello, las cuales, por otra parte, han venido impuestas por la situación. Un Estado boliviano aislado, piensa además, tendrá fatalmente que pedir empréstitos; las acciones que perdemos las recuperaremos en títulos de la deuda externa de ese Estado. Hallándose aislado, presionaremos más fácilmente sobre él. Nadie tendrá interés en América Latina en sostenerlo o este interés se debilitará mucho, desde que el mismo gobierno boliviano se aísla. Mañana podrán darse mejores condiciones, cambiar la relación de fuerzas que tenemos en Latinoamérica, y si es necesario, hasta podremos echarlo abajo, Mientras tanto, dividimos el frente, paralizamos el movimiento de unidad latinoamericana.
La revolución “nacional" de Paz Entensoro y sus partidarios significa, en estas condiciones, simplemente negociar con el imperialismo, la vuelta de espaldas a la revolución latinoamericana. Ese preciso sentido tiene la conocida declaración de Siles Suazo de que un Estado boliviano fuerte implica una independencia mayor de Washington, Moscú y Buenos Aires. Los yanquis la han acogido con beneplácito. Moscú no constituye una amenaza ni mucho menos para su reinado en América Latina dividida, pero la Argentina es actualmente centro de un movimiento tendiente a constituir la unión aduanera con los estados limítrofes, la principal amenaza para el imperialismo. Así, el centro de gravedad de la declaración de Siles Suazo se desplaza sobre todo a Buenos Aires, esto es, a un gobierno que lucha contra el imperialismo que oprime a Bolivia, y cuya existencia es, en última instancia, la que sustenta la misma revolución boliviana. No hay dos caminos, sino uno sólo, con dos direcciones opuestas: una, conduce a la revolución nacional latinoamericana; la otra, a la capitulación y a la derrota frente al imperialismo.
Frente a este “nacionalismo" burgués, que antepone a todo ciertas reivindicaciones mezquinas y efímeras, se alza el nacionalismo proletario, que apunta certeramente a la constitución de la nación latinoamericana mediante la Federación de sus estados.
La política del P.O.R., a este respecto, representa simplemente la proyección al absurdo de la de Paz Estensoro. El P.O.R. quiere implantar, ya no el Estado antiimperialista, sino la dictadura del proletariado en Bolivia independientemente del desarrollo y maduración de la revolución en América Latina. Autodenominándose trotskysta, no sólo no pone en primer plano, sino que ni siquiera agita la consigna que según Trotsky, es la central de nuestra revolución, la de unir a todos los Estados latinoamericanos en una poderosa federación, único modo de librarse del atraso y del sometimiento.
Examinemos, desde este ángulo, la politica del P.O.R. Hemos, visto que, para Trotsky, la necesidad histórica de la dictadura del proletariado en América Latina deriva de la incapacidad de la burguesía latinoamericana para cumplir con la grandiosa tarea de constituir la Federación de sus Estados. Esta concepción hállase directamente contrapuesta al intento del P.O.R. de alcanzar la dictadura proletaria en Bolivia con absoluta prescindencia de la lucha latinoamericana por esa tarea. Pero como limitada a Bolivia, la revolución no da más que aquello a que tiende Paz Estensoro, la lucha dentro de Bolivia por la dictadura proletaria conduce a exacerbar artificialmente el antagonismo histórico entre el proletariado y las clases pequeñoburguesas, a querer suplir subjetivamente la insuficiencia de condiciones materiales, las cuales sólo se dan en el plano de América Latina, motivo por el cual Trotsky habla de proletariado latinoamericano y burguesía latinoamericana al dar la fórmula de nuestra revolución.
Cuando Cárdenas expropió las empresas petrolíferas en Méjico, el imperialismo contestó boicoteando el petróleo, lo cual condujo naturalmente a un descenso del poder adquisitivo del peso mejicano. Comentando este punto en su entrevista con Fossa, expresaba Trotsky que “las privaciones materiales eran inevitables en la lucha" y que “la salvación era imposible sin sacrificios".
El imperialismo, mediante sus agentes políticos y su prensa en el pais, procura, en tales condiciones, canalizar el descontento de las masas por la carestía de la vida ante todo hacia el gobierno que lo resiste, presentándolo como el principal culpable de la penosa situación. Explota para ello el bajo nivel político de las masas, en especial de la pequeña-burguesía. El gobierno antiimperialista queda asi divorciado del pueblo, enfrentado con él. En esta situación es posible hacer una crítica “objetiva", de “izquierda" de ese gobierno, echando todo el fardo sobre sus aspectos reaccionarios y denunciando sus vacilaciones frente al imperialismo (¡como si el bloqueo se debiese precisamente a sus vacilaciones!). Fórmase así un ambiente de “revolución popular"; en cierto momento estalla la insurrección, se derriba al gobierno y... vuelven, al Poder los viejos instrumentos políticos del imperialismo “democrático". Amengua el bloqueo, se abren perspectivas de un arreglo, hasta se concede un empréstito, para aliviar momentáneamente la situación; sobre esta base, la reacción interna reagrupa fuerzas y, en cierto momento, reprime sangrientamente las aspiraciones de las mismas masas que contribuyeron ciegamente a elevarlo, dirigiendo sus tiros en particular sobre el proletariado. ¿Estamos describiendo una situación hipotética? No, es lo que sucedió en Bolivia al caer Villarroel, al que los “poristas" consideraban como “nazi", en perfecta coincidencia con el Departamento de Estado. Pero la táctica imperialista de aprovechar las dificultades en que se encuentra todo movimiento revolucionario, no se limita a la pequeña-burguesía, sino que también se extiende al proletariado. Utilizando ciertos partidos obreros, incluso grupos minúsculos que de la noche a la mañana se encuentran transformados en partidos por inesperadas afluencias de simpatizantes y de los fondos que éstos traen, logran que la clase obrera presione al gobierno que lo resiste, presentando reivindicaciones que éste, con un presupuesto reducido, no puede satisfacer, o bien, por su carácter pequeño-burgués, pongámonos en el último caso, no quiere satisfacer. Se exacerba entonces el conflicto, la pequeña-burguesía hostigada por el costo de la vida se pliega al campo proletario o se mantiene en una neutralidad favorable. Se derriba el gobierno y se establece la dictadura proletaria. En este momento, el imperialismo ya tiene la mitad del juego ganada; acentúa el bloqueo contra el nuevo gobierno comunista, que se encuentra ahora en peores condiciones que el anterior, atiza el espectro rojo ante la pequeña burguesía que constituye la mayorla de la población, presentando todos los males como consecuencia de la dictadura obrera; los países circundantes, en donde domina la burguesía, se suman inmediatamente al imperialismo contra la revolución obrera. En estas condiciones, si el gobierno obrero aún se mantiene, será plenamente presentable y aceptable una invasión imperialista armada al país, so capa de combatir el comunismo. El gobierno obrero es reemplazado por la peor dictadura imperialista. Toda la lucha y sacrificios revolucionarios que hizo el país no han servido de nada.
¿Hemos descrito una perspectiva improbable? Ojalá, pero hacia ella tiende con toda sus fuerzas el P.O.R. boliviano, sometiéndose a la provocación imperialista. Lenin definla este género de política diciendo que consistía en “poner los intereses gremiales del proletariado por encima de sus intereses de clase". El proletariado boliviano sólo puede tomar el poder en conexión con el movimiento revolucionario de América Latina; si éste no se encuentra lo suficientemente desarrollado, no podrá proporcionarle apoyo y la catástrofe, tal cual la dejamos descripta, será inevitable. Pero el P.O.R., lejos de basar su polltica en el desarrollo de la lucha en América Latina, se limita sólo a Bolivia. Esta es una polltica suicida, pero no obrera ni revolucionaria. El P.O.R. debe detenerse a tiempo sobre esta pendiente, debe comprender que los intereses del proletariado boliviano están por encima de las abstracciones “socialistas" con que se intenta empujarlo a una revolución prematura. Ni Paz Estensoro es Kerensky, ni la revolución de abril de 1952 es la Revolución rusa de Febrero. Es preciso ver la realidad y no ceder a las caracterizaciones de quienes, desde lejos, nada pierden y que derivan toda su sabiduría “revolucionaria" no del proletariado, sino de un aparato donde pesan otras influencias. Es preciso volver a Trotsky. Es enteramente erróneo creer que su teoría de la revolución permanente justifica una polltica como la que el P.O.R. lleva en la actualidad. Dice Trotsky en su obra sobre la misma: ¿Significa (esta teoría) que todo pals, incluso un pals colonial atrasado, haya madurado, ya que no para el socialismo, para la dictadura del proletariado? NO. Entonces, ¿qué posición adoptar ante la revolución democrática en general y las colonias en particular? ¿Dónde está escrito, contesto yo, que todo pals colonial haya madurado para la resolución inmediata y completa de sus problemas nacionales y democráticos? Hay que plantear la cuestión de otro modo. En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y pollticas del pals de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al Poder como director de las masas populares. ¿Y si no es asl? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras". El gobierno obrero sólo es concebible en el plano de la lucha revolucionaria en toda América Latina, no en una de sus “provincias" aisladas. No entenderlo así, significa lisa y llanamente prescindir de la revolución nacional-democrática y de todo cuanto Trotsky ha enseñado y dicho al respecto.
En 1925, a poco de disolverse el “triunvirato", Kamenev le decía a Trotsky: “¿Te imaginas que Stalin se preocupa de buscar argumentos para contestar a los tuyos? Nada de eso. Está cavilando cómo liquidarte sin que le castiguen". Esta no era una vana conjetura, expresa Trotsky en su biografía de Stalin: “durante los meses de luna de miel del triunvirato, sus componentes hablaban entre sí con entera franqueza".
Hemos visto que en 1928 se lo confinó a Trotsky en el Asia Central y que luego se lo desterró a Turquía. ¿Por qué Stalin no tomó medidas más rigurosas? Simplemente, porque no se lo permitía la situación política. Después de vacilar un año, optó por exilarlo como mal menor y eso no sin cierta lucha en el seno del Buró político; imaginó que aislado y sin recursos, Trotsky no podría en el extranjero continuar su lucha contra la burocracia enseñoreada del partido bolchevique y de la Internacional. Pero este cálculo le falló; como siempre, Stalin se inclinó a menospreciar el valor de las ideas revolucionarias. Desde su incorporación a la socialdemocracia rusa había sido uno de los hombres del “aparato" del partido, un “práctico", como se les llamaba, y fue desde ese aparato, cuando lo corrompió la reacción burocrática, que labró su poder. El emigrado conquistó en seguida partidarios; desde 1933 consagró todos sus esfuerzos a construir una nueva Internacional, la Cuarta, que reemplazara a la Tercera, ya definitivamente degenerada y convertida en servil instrumento de la policía política secreta de Stalin. Tendemos comúnmente a creer que dirigen los partidos comunistas los hombres de su Comité central, que figuran en las páginas de sus diarios como lideres de los obreros. Es un error; detrás de ellos, a menudo sólo conocido por uno o dos de ellos, está el agente de la G.P.U. que domina, dictatorialmente el partido y dispone a voluntad de afiliados del mismo para las tareas “secretas", las cuales, a menudo, consisten en el asesinato de revolucionarios. Los actuales jefes stalinistas deben su puesto y sus ingresos exclusivamente a su fidelidad inquebrantable hacia la G.P.U. a través de los años y todas las traiciones más vergonzosas al proletariado. Esto explica su inamovilidad, así como la pasividad de otros, cuando se los expulsa en beneficio de la “línea general". Entre estos expulsados, la G.P.U. recluta sus instrumentos en el exterior; en otros casos, se los expulsa exclusivamente para este propósito.
El providencial asilo que el presidente de Méjico, Lázaro Cárdenas, concediera a Trotsky, accediendo al pedido de Diego Rivera y Antonio Hidalgo, lo salvó muy probablemente de que se lo entregara a la G.P.U. después del primer proceso de Moscú, en Noruega. Stalin había reconocido varias veces que el destierro de Trotsky fue un “enorme error". Ahora, no le quedaba sino repararlo con el asesinato. Los procesos de Moscú le demostraron que podía contar con la pasiva complicidad de aquella “izquierda" internacional que se había tragado todas las falsificaciones y crímenes “legales" con que Stalin liquidó a toda la vieja generación bolchevique. La derrota del bando republicano en España le permitió disponer de material humano más que suficiente para ejecutar el atentado, seleccionándolo entre aquellos que en la retaguardia se habían revelado como adictos incondicionales de los crímenes cometidos por la G.P.U. contra numerosos militantes anarquistas, poumistas y trotskystas o que habían participado en ellos, especialmente sobre los miembros de las “brigadas internacionales". Desde 1937 en adelante, numerosos agentes de la G.P.U. se introdujeron en Méjico, aprovechando el asilo que este país concedía a los refugiados de la guerra civil española. Viaja entre éstos Caridad Mercader, que estaba al servicio de la G.P.U. desde antiguo y que antes de la guerra civil se desempeñara como espia entre los anarquistas y autonomistas catalanes exilados en Bruselas. Retengamos este nombre.
El pacto de Stalin con Hitler, para el cual organizó los procesos de Moscú, cuyo carácter antisemita estaba destinado, según Trotsky, “a presentar a los internacionalistas como judíos sin fe y sin ley, capaces de venderse a la Gestapo antisemita", debilita en cierta medida sus posiciones políticas entre la izquierda internacional, a la que durante años había dirigido contra el nazismo y que estaba integrada en gran parte por judíos. En estas condiciones, los artículos de Trotsky en la prensa mundial, desenmascarando las traiciones del Kremlin a la revolución internacional, sus miserables connivencias con el imperialismo germano, significaban para Stalin un verdadero peligro. Decidió entonces que había llegado el momento de realizar el atentado, que desde 1936, se estaba organizando cuidadosamente.
A fines de abril y principios de mayo de 1940 toda la prensa mejicana se llena de rumores sobre un reagrupamiento de los agentes de la G.P.U. en Méjico. Mucho había de falso e inexacto en esas informaciones, pero la coincidencia general y algunos datos bien concretos señalaban que su fondo era verdadero. Además, como a una señal, la prensa stalinista dirigida por Vicente Lombardo Toledano intensifica al máximo su campaña de calumnias contra Trotsky, nunca interrumpida desde que éste arribara a Méjico y a la que hubo de poner coto en una oportunidad el propio presidente Cárdenas. En la noche del 24 de mayo de 1940, alrededor de veinticinco individuos disfrazados de policías lograron penetrar en la residencia de Coyoacán, secuestrando previamente al guardia personal de Trotsky, Robert Sheldon Harte, que estaba de centinela y maniatando a los policías encargados de custodiar la casa. Dirigiéndose al dormitorio en que descansaban Trotsky y su mujer, comenzaron a disparar con ametralladoras desde las ventanas y las dos puertas de la habitación sobre los lechos. Pero felizmente, no alcanzados por los primeros disparos, el líder revolucionario y su compañera consiguieron llegar, arrastrándose sobre el piso, hasta un rincón de la pieza. El fuego cruzado duró aún algunos minutos en la oscuridad y en cierto momento uno de los asaltantes penetró en la habitación y descargó su ametralladora sobre los lechos desde su interior. Se retiró luego, juzgando ya definitivamente consumado su propósito y arrojando una bomba incendiaria en la pieza contigua, donde se hallaba el nieto de Trotsky, un niño de pocos años que había logrado salvarse de la muerte en la misma forma que los abuelos. Los asaltantes se alejaron, cubriendo su retirada con el fuego de las ametralladoras, en dos autos que posteriormente aparecieron abandonados en las calles de Méjico. Uno de ellos pertenecía a Diego Rivera, cuyo chofer fue detenido, mientras aquél huía a Hollywood, de donde regresó al saber que no se le implicaba en el atentado. ¡Sospechosa conducta! Es necesario aclarar que Trotsky había roto toda clase de relaciones con Diego Rivera en 1938, cuando éste se plegó al partido mejicano reaccionario de Almazán. Posteriormente, se afiliaría al partido comunista, Anota Natalia Sedova de Trotsky: “De todos nuestros antiguos camaradas es el único que posteriormente se convirtió en forma ruidosa al stalinismo". Cuando se afilió al partido stalinista Rivera justificó su intervención ante Cárdenas para que se le concediera asilo a Trotsky diciendo que respondía al ánimo de traerlo para facilitar su eliminación. ¡Monstruoso autodenigramiento, que fuerza a conjeturar si la G.P.U. no lo tendrá en sus manos precisamente por su intervención en el atentado!
Las investigaciones policiales luego de errado comienzo, en el que debe verse la presión de la G.P.U. y de sus “amigos", se encaminaron certeramente. Es preciso dejar consignada la actitud de la prensa staliniana dirigida por Lombardo Toledano, a quien Trotsky acusó ante el Procurador General de la República de ser cómplice moral del atentado. La orquestación de esa prensa demostró, sin lugar a dudas, que Toledano conocía perfectamente la preparación y los detalles del atentado antes que la misma policía. En Junio, ésta logró aclarar plenamente toda la trama, probando la culpabilidad de varios miembros del stalinismo, cuyas confesiones proporcionaron la pista para llegar a los principales organizadores; eran éstos el conocido pintor stalinista David Alfaro Siqueiros y su secretario Antonio Pujol; participaron además David Serrano Andonaegui, miembro del comité central del partido comunista, Néstor Sánchez Hernández, quienes juntamente con Siqueiros habían actuado en las ̏brigadas internacionales̏ de España, y otros stalinianos. Pero no fue posible llegar a establecer la identidad de un ̏judío francés̏ que había estado presente durante la ejecución del atentado y que, con toda probabilidad era el agente de la G.P.U. Posteriormente, Julián Gorkin, dio a conocer diversas pruebas reunidas por él, demostrando que aquel judío francés es el doctor Gregori Rabinovitch, ex presidente de la Cruz Roja de Chicago, institución que en otro tiempo sirvió para ocultar las actividades de la G.P.U. Inmediatamente después del asalto del 24 de mayo retornó a los Estados Unidos, pero en la capital mejicana quedó su más próximo colaborador, Vittorio Vidali, antiguo agente de la G.P.U., conocido en la guerra civil española como el comandante Carlos Contreras. De larga actuación en Méjico y estrechamente vinculado a las actividades stalinistas de dicho país, Cuba y Norteamérica, es actualmente jefe del partido comunista de Trieste.
El 25 de junio, Néstor Sánchez Hernández condujo a la policía hasta una casita situada en Tlalminalco, desierto de los Leones, donde se encontró el cadáver de Robert Sheldon Harte, que había sido asesinado mientras dormía. La casa estaba alquilada por los hermanos Luis y Leopoldo Arenal, cuñados de Siqueiros. Este y Pujol, que se mantenían prófugos, fueron arrestados recién el 4 de octubre de 1940, ya muerto Trotsky. En junio, el primero había enviado una carta a los diarios expresando: “El partido comunista no ha buscado al cometer el atentado más que provocar la expulsión de Trotsky de Méjico; los enemigos del partido comunista pueden esperar ser tratados del mismo modo". Esta declaración, donde se mezclan el cinismo, la cobardía y la impudicia, tendía, reconociendo una culpabilidad ya innegable, a velar a la G.P.U., queriendo hacer pasar el atentado por un arrebato de ciega pasión política, para lo cual se anunciaba “ingenuamente" que se perpetrarían otros.
Trotsky se había salvado milagrosamente. Pero sabía que la tentativa de asesinato se repetiría ineludiblemente. Así lo declaró a la prensa. Mientras tanto se reforzó la guardia en Coyoacán y se fortificó la casa, que llegó a parecer una prisión. Pero fue, inútil: la próxima vez, la G.P.U. atacaría desde el interior.
Habiendo fracasado el primer atentado, la G.P.U. dio marcha a otro plan preparado con anterioridad para asesinar a Trotsky a mansalva. En su libro Esta es mi historia, el ex jefe stalinista Luis Budenz, convertido al catolicismo en 1946, relata que a fines de 1936, al conocerse la próxima partida de Trotsky para Méjico, desde Noruega, el líder del partido comunista yanqui, Earl Browder, discutió con uno de sus adláteres, Jack Stachel, su supresión. Budenz, que reconoce haber sido uno de los subagentes de los agentes de la G.P.U. que operaban en los Estados Unidos, declara que uno de ellos le pidió encontrar una persona simpatizante, que pudiera poner a un hombre de confianza en relación con los trotskystas yanquis. Budenz designó entonces a Ruby Weill, colaboradora de una publicación pro-stalinista, que mantenía relaciones de amistad con una joven militante del Socialist Workers Party, Silvia Ageloff, de origen ruso, cuya hermana Ruth había trabajado durante algún tiempo como secretaria de Trotsky en Coyoacán. Ambas hicieron juntas un viaje a Francia en 1938, donde la Weill puso a su amiga en relación con un joven belga, que se decía hijo de un diplomático, rico, gran viajero y que deseaba hacer carrera en el periodismo: Jacson Monnard. Este cortejó a Silvia y se convirtió en su amante. En enero, de 1940 ambos hicieron un viaje a Méjico, donde encontraron a los viejos amigos y huéspedes de Trotsky, Alfredo y Margarita Rosmer, a quienes condujo varias veces en su automóvil a Coyoacán. Como Trotsky observase que era descortés dejar al marido de Silvia en la puerta, se le invitó a entrar en el jardín. Tres días después del atentado del 24 de mayo, Monnard condujo a los Rosmer en su automóvil a Veracruz; antes de partir, compartió por primera vez el desayuno con los habitantes de la casa. Desde entonces, pudo entrar en ésta como una persona de confianza. Hacía breves visitas y Trotsky lo atendía por cortesía algunos minutos en el jardín, mientras daba de comer a unos conejos. En junio, Monnard fue a los Estados Unidos, de donde regresó en agosto, en estado de extrema nerviosidad y enfermo. Ya le habían dado la orden. Visto el fracaso de la tentativa de Siqueiros, de asesinar a Trotsky. Una semana antes del asesinato, Silvia y su esposo hicieron una visita a Coyoacán, oportunidad en que ésta discutió con Trotsky en favor de los puntos de vista de la minoría del Socialist Workers Party, encabezada por Shachtman, a la que nos hemos referido anteriormente. Monnard, que apenas participó en la discusión y no pareció mayormente interesado, escribió un corto artículo que el 20 de agosto de 1940 llevó a Trotsky pidiéndole su parecer. Una vez en el gabinete de trabajo de este último, Monnard llevó a cabo su atentado criminal mientras Trotsky se encontraba leyendo su escrito, hundiendo un zapapico en el cráneo del revolucionario. Cuando se aprestaba a repetir el golpe, Trotsky se lanzó sobre él, logrando impedirlo. Al grito de Trotsky, acudieron los guardias y su esposa. Trotsky, con la cara ensangrentada, sin lentes y las manos caídas, aparece en el vano de la puerta. Indicó con dificultad que no debía matarse a Jacson, sino lograr que hablara. El asesino, al ser golpeado por los guardias, gritó: “Ellos me han obligado a golpear... Ellos tienen a mi madre... Ellos han aprisionado a mi madre. Silvia Ageloff no tiene nada que ver con esto... No, no es la G.P.U. Yo no tengo nada que ver con la G.P.U."
Un médico declaró que la herida de Trotsky no era grave, pero éste se dirigió a su secretario Hansen en inglés diciéndole con un gesto de la mano hacia su corazón: “Yo siento aquí que es el fin... Esta vez ellos han tenido éxito". Luego de una intervención quirúrgica, Trotsky inclinó su cabeza el 21 de agosto, luego de librar su última lucha. En el bolsillo del asesino se encontró una carta en la que éste buscaba justificar su acto; tanto los conceptos como el estilo de la misma eran de la típica factura de la G.P.U. Ya se habían encontrado cartas semejantes al lado del cadáver de viejos revolucionarios asesinados por ésta. La de Monnard repetía los argumentos del fiscal Vishynsky en los procesos de Moscú.
El velatorio de Trotsky en la ciudad de Méjico duró cinco días y cien mil personas acudieron a dar la última despedida al gran revolucionario. El presidente Lázaro Cárdenas y su esposa visitaron a Natalia Sedova y expresaron su indignación por el crimen, asegurando que comprendían demasiado bien dónde cartas del género de la encontrada en el bolsillo del asesino habían sido fabricadas y que ella no debía inquietarse a este respecto.
La identidad de Jacson Monnard, que éste logró ocultar durante años, no obstante de que su origen belga y demás referencias se demostraron falsas, ha sido últimamente esclarecida por un investigador mejicano, que consultó fichas de la policía española, coincidentes con las del asesino en Méjico. Jacson Monnard se llama en realidad Ramón Mercader del Río y es hijo de la agente de la G.P.U. Caridad Mercader, que hemos mencionado más arriba. Condenado a veinte años de prisión —en Méjico no existe la pena capital— el asesino ha dispuesto de abundantes fondos de proveniencia desconocida, y se ha asegurado un trato de favor en la penitenciaría. Pero aguarda temblando el día de su libertad. Aunque ha desaparecido Stalin, y Beria ha sido arrojado a los sótanos de la G.P.U. que bajo su comando preparó el asesinato, sabe que apenas salga ésta se apresurará a eliminarlo.
Se ha demostrado, además, su conexión con Siqueiros. En cierta oportunidad en que Silvia Ageloff le preguntó por su dirección comercial, dio las señas de una oficina en el edificio Ermita, de la ciudad de Méjico, que luego se comprobó estaba alquilada por Siqueiros. Como no se le encontrara, en esa oportunidad, en dicha oficina, manifestó haberse equivocado y dió otro número. Siqueiros, detenido en octubre de 1940, logró su libertad bajo fianza y huyó inmediatamente de Méjico. En 1944 reapareció en este país y los periódicos exigieron su arresto. Pero sus poderosos amigos de la G.P.U. intervinieron; su expediente criminal desapareció. Sus cómplices también se salvaron de la condena. Un juez declaró más tarde que Siqueiros se beneficiaba con la prescripción.
Los secretarios de Trotsky que compartieron los últimos meses de la vida del revolucionario, y su propia esposa, Natalia Sedova, han declarado, en testimonios y artículos, que éste consideraba inevitable su asesinato, “Yo no veré la próxima revolución, es para vuestra generación", dijo en cierta oportunidad a su secretario Joe Hansen. Y agregó: “Esto no es como antes. Estamos viejos, no tenemos la energía de la nueva generación. Uno se siente fatigado... y viejo...."
No se ha efectuado aún un análisis de las condiciones políticas que hicieron posible la organización y ejecución del atentado de Mercader del Río, no obstante resaltar claramente. En todo caso, la combinación imperialismo-G.P.U. resulta palmaria.
Desde su destierro a Prinkipo el viejo revolucionario fué implacablemente perseguido. El asesinato de sus hijos y de sus amigos lo fueron aniquilando interiormente. No obstante, no desmayó. Aferrado a su mesa de trabajo —única actividad que le estaba permitida— dedicó todos los momentos de su existencia, que sabía contada, a la lucha por la clase obrera internacional y la humanidad. Al desencadenarse la última gran guerra imperialista, intuyó su muerte próxima. El era el último sobreviviente de la generación que realizó la primera revolución proletaria del mundo. Eran los momentos en que la reacción mundial alcanzaba su sima más profunda y negra. Se sabía completamente solo. Cuenta Natalia Sedova que a veces lo escuchaba monologando en su escritorio el nombre de sus viejos camaradas de Octubre desaparecidos.
Poco antes de su muerte, rememorando los últimos días de Lenin, había escrito: “Su nervio revolucionario fue sin duda el ultimo que se rindió a la ineluctable deidad". Podemos aplicar éstas sus mismas palabras al gran compañero de Lenin.
Poco después de la muerte de Trotsky se publicó su artículo inconcluso: Los sindicatos obreros en la época del imperialismo y en 1946, otro que había permanecido inédito, titulado La administración obrera en la industria nacionalizada, escrito probablemente en mayo o junio de 1938. En el primero, hace un profundo y notable análisis sobre la naturaleza de los gobiernos de los países coloniales y semicoloniales, que no sabríamos encarecer lo bastante, pues nunca anteriormente se había aclarado esta cuestión de tanta importancia. Dice Trotsky:
“Dado que el papel principal en los países atrasados no lo desempeña el capitalismo nacional sino el capitalismo extranjero, la burguesía del país, en lo que respecta a su situación social, ocupa una posición mucho menos importante que la correspondiente al desarrollo de la industria. Teniendo en cuenta que el capitalismo extranjero no imparta obreros, sino que proletariza a la población nativa, el proletariado del país comienza bien pronto a desempeñar el papel más importante en la vida de la nación.
“En estas condiciones, el gobierno nacional, en la medida en que procure resistir al capitalismo extranjero, está obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el proletariado. Por otra parte, los gobiernos de estos países atrasados que consideran inevitable o más ventajoso marchar hombro con hombro con el capitalismo extranjero destruyen las organizaciones obreras e implantan un régimen más o menos totalitario.
“Así, la debilidad de la burguesía nacional, la ausencia de una tradición de gobierno comunal propio, la presión del capitalismo extranjero y el crecimiento relativamente rápido del proletariado minan las bases de cualquier régimen democrático estable. “Los gobiernos de países atrasados, es decir, coloniales y semicoloniales, asumen en todas partes un carácter bonapartista o semibonapartista; difieren uno de otro en esto: que algunos tratan de orientarse en una dirección democrática, buscando apoyo en los trabajadores y campesinos, mientras que los otros instauran una forma de gobierno cercana a la dictadura policíaco-militar. Esto determina asimismo el destino de los sindicatos. Ellos están bajo el patronato especial del Estado o sometidos a cruel persecución. El tutelaje por parte del Estado está dictado por dos tareas que éste tiene que afrontar: 1) atraer a la clase obrera, ganando así un apoyo para su resistencia contra las pretensiones excesivas de parte del imperialismo; 2) al mismo tiempo, regimentar a los trabajadores, poniéndolos bajo el control de su burocracia".
En el artículo La administración obrera en la industria nacionalizada, Trotsky se refiere concretamente a cuál debe ser la actitud del proletariado en los casos en que el gobierno bonapartista o semibonapartista que procura resistir al imperialismo y busca para ello el apoyo de los obreros, invita a éstos a administrar ciertas ramas nacionalizadas de la industria expropiada al capital imperialista. Trotsky se pronuncia por la aceptación de esta propuesta y refuta las objeciones en contrario:
“Se puede naturalmente rehuir la cuestión —expresa— mencionando el hecho de que si el proletariado no toma el poder, su participación en la administración de las empresas del capitalismo estatal no puede dar resultados socialistas. Sin embargo, tal política negativa del ala revolucionaria no sería comprendida por las masas y fortalecería las posiciones del oportunismo. Para los marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones tales como se presentan dentro del capitalismo de Estado y hacer avanzar el movimiento obrero revolucionario.
“Sería tonto cerrar los ojos a los peligros que surgen de una situación en que los sindicatos desempeñan un rol dirigente en la industria nacionalizada. La base de este peligro reside en la conexión de los principales líderes sindicales con el aparato del capitalismo estatal, la transformación de los representantes del proletariado en huéspedes del gobierno burgués. Pero, a pesar de lo grande que pueda ser este peligro, constituye sólo una parte del peligro general, más exactamente, de una enfermedad general, es decir, la degeneración burguesa del aparato sindical en la época imperialista, no sólo en los viejos centros metropolitanos, sino también en los países coloniales. Los líderes sindicales son, en la abrumadora mayoría de los casos, agentes “políticos" de la burguesía y de su estado. En la industria nacionalizada ellos pueden convertirse y ya están convirtiéndose en agentes “administrativos" directos. Contra esto no hay otro remedio que la lucha por la independencia del movimiento obrero en general y en particular por la formación en el seno de los sindicatos de un firme núcleo revolucionario que sea capaz, mientras mantiene al mismo tiempo la unidad del movimiento sindical, de luchar por una política de clase y por una composición revolucionaria de los cuerpos directivos.
“Para sintetizar, puede decirse que este nuevo campo de trabajo incluye tanto las más grandes oportunidades como los más grandes peligros. Los peligros consisten en que por intermedio de los sindicatos controlados el capitalismo de Estado puede mantener a los obreros en jaque, explotarlos cruelmente y paralizar su resistencia. Las posibilidades revolucionarias consisten en que, basándose en sus posiciones en las ramas excepcionalmente importantes de la Industria, los obreros pueden llevar el ataque contra todas las fuerzas del capital y contra el estado burgués. ¿Cuál de estas posibilidades se impondrá? ¿Y por cuánto tiempo? Es naturalmente imposible predecirlo. Esto depende por entero de la lucha de las diferentes tendencias en el seno de la clase obrera, de la experiencia de los mismos obreros, de la situación mundial. En cualquier caso, para utilizar esta nueva forma de actividad en interés de la clase proletaria y no de la aristocracia y burocracia obreras, sólo se requiere una condición: que exista un partido marxista revolucionario que estudie cuidadosamente cada forma de actividad de la clase obrera, critique toda desviación, eduque y organice a los obreros, gane influencia en los sindicatos y asegure una representación obrera en la industria nacionalizada".
Es preciso detenerse en las ideas que Trotsky expone en estos artículos de síntesis notable y precisa, porque es en este terreno donde impera generalmente un confusionismo del cual el imperialismo y la burguesía sacan su tajada.
De acuerdo con su concepción, las condiciones del desarrollo de los países coloniales y semicoloniales y la presión imperialista, excluyen cualquier régimen democrático estable. Todos los gobiernos asumen, pues, un carácter bonapartista o semibonapartista, es decir, están lejos de ser simples administradores: o se apoyan en el proletariado para resistir las pretensiones excesivas del imperialismo, o se pliegan a este y entonces instauran una dictadura policíaco-militar y destruyen las organizaciones obreras. ¿Es igual la posición del proletariado frente a ambas clases de gobiernos bonapartistas? No, los obreros prestan su apoyo al que resiste al imperialismo e incluso aceptan la invitación que les hace, a cambio de ese apoyo, para administrar ciertas ramas nacionalizadas de la industria. De esta aceptación deriva naturalmente el peligro de corrupción de los administradores obreros que los sindicatos designen, pero la fuente principal de este peligro estriba en realidad en que los sindicatos mismos, en la época del imperialismo, sufren la degeneración burguesa, a menos que en su dirección actúe un núcleo revolucionario que asegure a la clase obrera la democracia en el sindicato, de modo que ésta pueda contrabalancear a los agentes que la burguesía o el imperialismo envían al mismo o tienen en el mismo. La misión de este núcleo revolucionario no consiste, para Trotsky, en quitar al gobierno bonapartista que resiste al imperialismo el apoyo de la clase obrera, sino en asegurar la independencia del proletariado en los momentos en que presta ese apoyo. Esta independencia garantiza, no sólo los fines socialistas del proletariado, sino también los fines de la revolución nacional, por dos razones fundamentales: que la burguesía nacional puede pasarse, por alguna concesión que se le haga, al campo del imperialismo; segundo, que los burócratas ya corrompidos por la burguesía pueden aceptar también la corrupción que les ofrece el imperialismo.
En este estudio biográfico, hemos consagrado preferente atención a las ideas y actuación política de Trotsky, que él consideró lo más importante de su existencia, dedicada enteramente a la lucha por los obreros y nacionalidades oprimidas del mundo. No hemos rehuido la polémica; ella está en la esencia misma de nuestra época y fué Trotsky quien escribió, en el prólogo a su obra autobiográfica Mi Vida, que era “imposible ser apolémicos sin hacerle traición". Todo gran hombre que ha abierto un ancho cauce en la historia ha tenido el privilegio de contar, no sólo con discípulos, sino también con epígonos; y éstos últimos, con más abundancia que aquéllos. Para la clase obrera de América Latina, a la que él dedicó lo mejor de su pensamiento en la última etapa de su vida, que transcurrió en tierra mejicana, importa ante todo conocer exactamente cuáles fueron sus ideas, a fin de no ser engañada por quienes utilizan el nombre prestigioso del gran revolucionario para desviarla del verdadero camino de su lucha.
Publicado en Buenos Aires en 1953, por Editorial Indoamérica.
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NOTAS
[1] De Millerand, socialista francés que ingresó al gobierno burgués reaccionario de Waldeck Rousseau, en Francia (1899)
[2] Krassin, destacado dirigente bolchevique con quien por entonces estaba Trotsky en estrecha relación.
[3]MacDonald, ministro laborista inglés.
[4] Así, el imperialismo yanqui, por boca de sus voceros ¨democráticos¨, muestra simpatías hacia los movimientos nacionales en las colonias y semicolonias del imperialismo inglés.
[5] En su libro la revolución Permanente Trotsky nos dice: ̏En algunas circunstancias, paises atrasados pueden llegar a la dictadura del proletariado antes que paises avanzados, pero llegarán al socialismo después̏. Entonces, pretender llegar al socialismo en un pais atrasado antes que en el pais avanzado, no tiene sentido. — Nota de Pablo Rivera
[6] Esto es, los mencheviques y social-revolucionarios.
[7] Georgía contaba apenas con un millón de habitantes.
[9] Duma, especie de Parlamento en Rusia.
[9] Este discurso debía ser transmitido telefónicamente desde Méjico, pero agentes de la G.P.U. cortaron los cables, impidiéndolo. En previsión del sabotaje, Trotsky había enviado previamente una copia del mismo a New York, la que fue leída en el mitín.
[10] Lenin : "Sobre la autodeterminación de las naciones".
[11] El portugués hablado en el Brasil sólo representa una simple barrera dialectal, el transplante a América Latina de la división nacional de España por obra del capitalismo inglés. En cuanto al francés, hablado en el pequeño Haití, no constituye un obstáculo digno de ser tomado en cuenta. Los idiomas indígenas se encuentran en franco tren de desaparición; el indio, en la medida en que asciende en la escala de la civilización, prefiere el castellano.
[12] Trigo y carne en la Argentina y Uruguay, café en el Brasil, cobre y salitre en Chile, café y bananas en Colombia y países centroamericanos, cacao en Ecuador, petróleo en Venezuela y Méjico, estaño en Bolivia, azúcar en Cuba, etc., etc.
[13]América Latina, que como China y la India, sufre de división nacional.