Cuando en 1902 me puse en contacto por vez primera con el obrero alemán, éste me hizo el efecto de vivir soberbiamente. Los obreros que yo veía en las reuniones estaban excelentemente vestidos (en comparación, desde luego, con los obreros rusos), bebían gran cantidad de cerveza y comían muchos sandwichs. Los alojamientos de los militantes socialdemócratas que yo acababa de visitar eran bastante agradables. Si a esto se agrega las libertades de que gozaban, tenemos el “ideal” con que yo soñaba entonces para el proletariado ruso. Sin embargo, mi “ideal” no tardó en quedar desvanecido. Pude advertir, cuando comencé a frecuentar los barrios y los alojamientos obreros, que éstos en nada se parecían a los que había visto anteriormente; estos alojamientos se componían de una entrada que hacía las veces de cocina y de un cuartito donde vivía una familia de cuatro o cinco personas. El ajuar distaba mucho de ser confortable.
A pesar de la prosperidad industrial, una multitud de cesantes (obreros parados), naturales de Berlín o llegados de otros puntos, se prensaban materialmente en la Casa del Pueblo, donde radicaban todos los sindicatos de Berlín. Los “asilos de noche” estaban repletos de gente sin domicilio.
No estaban mucho mejor las libertades prusianas. En los mítines convocados por los socialdemócratas, el comisario de Policía, sentado entre los miembros de la Junta, disolvía frecuentemente la reunión por el más mínimo motivo, sobre todo cuando el presidente se negaba a hacer salir a las mujeres y a los jóvenes que, según la ley, no podían asistir a las reuniones públicas de carácter político. Los procedimientos seguidos y la rapidez con que obraba la Policía para hacer evacuar la sala eran, por otra parte, asombrosos.
Con todo, a pesar del derrumbamiento de mi ingenuo “ideal”, a medida que iba aprendiendo a conocer el movimiento obrero alemán, experimentaba una profunda impresión.
El partido socialdemócrata alemán era, antes de la guerra, el único partido político del proletariado alemán. Su organización se extendía no sólo a las ciudades de población obrera, sino también a los campos. En toda la región frontera ruso-prusiana que hube de frecuentar, región habitada por población rural, encontrábame por doquier con pequeñas organizaciones del partido, a las cuales me dirigía siempre para que me ayudasen en mi labor.
Ya en 1903, el partido socialdemócrata alemán contaba con algunos centenares de miles de asociados y algunos millones de suscriptores a su Prensa diaria. Cada ciudad de Alemania, por poco industrial que fuese, tenía su diario. El partido poseía grandes imprentas y casas editoriales que, a su vez, disponían de sucursales repartidas por toda Alemania. La socialdemocracia alemana tenía un ascendiente enorme sobre la clase obrera y sobre los elementos pobres de las ciudades; en 1903 logró obtener más de tres millones de sufragios en las elecciones para el Reichstag, a pesar de que las mujeres y los soldados fueron privados del derecho al voto y de que la ley Electoral se restringió muchísimo, sobre todo para los obreros. Todos los mítines que organizaban los socialdemócratas por las causas más diversas se veían concurridísimos, llegando a tener en Berlín, un centenar de mítines en el mismo día. La socialdemocracia tenía sus representantes en todas las instituciones electivas, comenzando por el mismo Parlamento del imperio (una cuarta parte de los diputados del Reichstag) y acabando por los Parlamentos de Estado y las municipalidades rurales y urbanas de toda Alemania.
La socialdemocracia estaba a la cabeza de un movimiento sindical de tres millones de trabajadores que dirigía de hecho, no solamente en los organismos centrales, sino en el país y en las fábricas. (Los sindicatos designaban sus delegados, a razón de uno por determinado número de sindicatos que trabajasen en la fábrica. Estos delegados se encargaban de recoger las cotizaciones. Eran escogidos, principalmente, entre los militantes socialdemócratas.) Los socialdemócratas tenían igualmente, entre sus manos, las cooperativas obreras de producción y de consumo con sucursales en todas las ciudades de Alemania, y competían victoriosamente con el comercio privado, dando productos de la mejor calidad. Por medio de los sindicatos, y sobre todo por sus delegados, los socialdemócratas alemanes se hallaban excelentemente unidos con los obreros de las fábricas. Por otro lado, la Prensa diaria del partido, las Casas del Pueblo, con sus cafés y sus restaurantes, y la innumerable cantidad de cervecerías-restaurantes a cargo de militantes del partido, rendían grandes servicios a la socialdemocracia y le aseguraban un constante contacto con las masas obreras. Se hace preciso decir que los alemanes, comprendidos los obreros, pasan casi todo su tiempo libre en los restaurantes, cervecerías y cafés. En estos lugares es donde se celebran las reuniones de los sindicatos, de las cooperativas, del partido, etc., y ahí mismo los obreros cambian conversaciones sobre sus ideas, discuten, leen los periódicos y pasan el rato.
En esta época, la burguesía luchaba contra los socialdemócratas, negándoles, entre otras cosas, locales que necesitaban para celebrar sus mítines o sus reuniones de partido, pues al aire libre estaba prohibido hacerlo. El partido socialdemócrata se vió así en la obligación de construir sus Casas del Pueblo, haciendo un llamamiento a los recursos de los obreros. Las cooperativas, los sindicatos, las organizaciones todas del partido dieron comienzo a la construcción de Casas del Pueblo. Al propio tiempo, el partido incitaba a sus afiliados a abrir cervecerías-restaurantes. Los propietarios eran preferentemente aquellos miembros del partido boicoteados por los fabricantes. Estos dueños de cervecerías socialdemócratas son hasta hoy un serio apoyo para la socialdemocracia, domesticada por la burguesía alemana.
Si se considera que en ningún otro país -excluyendo a Rusia- existía un movimiento obrero tan potente como en Alemania, se comprenderá el porqué yo me convertí en un ardiente defensor de la socialdemocracia alemana en el período de antes de la guerra. Confieso que más de una vez he soñado con ver en Rusia un movimiento obrero de tanta fuerza.
Se sobreentiende que yo también advertía los defectos del movimiento obrero alemán. Los sindicatos firmaban contratos a largo término con los patronos sobre la duración de la jornada de trabajo, los salarios y las condiciones de trabajo que ataban de pies y manos a los obreros. Además, en 1905, el Congreso nacional alemán de los sindicatos, compuesto en su mayor parte por delegados socialdemócratas, se pronunció en contra de la huelga general política como medio de lucha (las grandes huelgas rusas de 1905 plantearon esta cuestión en Alemania); bien es verdad que algún tiempo después de esto el Congreso de la socialdemocracia alemana se pronunció, por una enorme mayoría, partidario de la huelga general. Entre el grueso del partido y los socialdemócratas militantes en los sindicatos se formó una profunda fisura. Es preciso reconocer que los oportunistas alemanes que se encontraban a la cabeza de los sindicatos se habían aprovechado; pero yo estaba absolutamente convencido que, mientras el partido socialdemócrata fuese fuerte y tan grande su autoridad sobre la masa obrera, podría llevar a ésta al combate y vencer al oportunismo en toda la línea. Hubiera podido hacerlo, bien seguro, si hubiera querido; pero no quiso. El partido, absolutamente legal, se hallaba hasta tal punto adaptado a esta legalidad, que no organizaba manifestaciones que hubiesen sido prohibidas por la Policía, y se inclinaba muy cuerdamente ante sus arbitrariedades cuando en Prusia, por una futilidad cualquiera, se disolvían por la fuerza sus mítines.
Era doloroso ver a los socialdemócratas berlineses renunciar a manifestarse en el cementerio de Frederikshein, donde fueron inhumadas las víctimas de la revolución de 1848, en la celebración del aniversario de los funerales, simplemente porque la Policía no autorizaba la manifestación. En estas jornadas de aniversario, los visitantes más fervientes del cementerio eran los socialdemócratas rusos que en aquella época vivían en Berlín.
Por su ciego respeto a la ley, los socialdemócratas alemanes han educado a la clase obrera en un ambiente de legalidad excesiva. Raros eran los miembros del partido que recordaban la ley de excepción dirigida contra los socialistas ; en cuanto a estos que se recordaban y que la habían vivido, se consideraban casi como unos mártires, bajo pretexto de que el granero de la casa en que habitaban había sido registrado minuciosamente y de que la Policía prusiana los había expulsado la misma víspera de Navidad, haciéndoles trasladarse de Prusia a Saxe (estos dos hechos, que han quedado grabados en mi memoria, fueron entresacados de algunas conversaciones que sostuve con dos militantes de la organización berlinesa del partido socialdemócrata: el presidente del sindicato de la encuadernación, Silber, y el grabador Peterson).
El hecho de que los miembros del partido socialdemócrata alemán fueran educados en la legalidad, destaca a los miembros del partido comunista alemán procedentes de la socialdemocracia. Aun hoy se habitúan difícilmente a la existencia ilegal del partido. Muchos de ellos, por sus actos desprovistos de toda prudencia, perjudican al partido seriamente. Cuando son detenidos, tanto en el sumario como ante el Tribunal, es su deber de honrado ciudadano de la República alemana el decir todo lo que saben.
Yo me iba dando cuenta de muchos otros prejuicios de la táctica de la socialdemocracia alemana, Para no ir en contra de la ley, los socialistas no militaban, antes de la guerra (y con mayor razón durante la guerra), entre los soldados del imperio alemán, bajo pretexto de que la socialdemocracia podía hacer su propaganda entre los jóvenes antes y después de su servicio militar. Además, nosotros, rusos, estábamos indignados ante la actitud de los militantes del partido y de los obreros llamados a servir bajo las banderas del ejército imperial; consideraban los días pasados en el servicio militar como los más dichosos de su vida; hablaban de ello con orgullo, como si se tratase no del ejército imperial, sino de su ejército rojo -el ejército del proletariado alemán que hubiera conquistado el Poder.
A pesar de todas las faltas que yo encontraba en la dirección del movimiento obrero alemán, me hallaba convencido que la lucha de clases que iría desarrollándose incesantemente en Alemania rectificaría la táctica de los socialdemócratas, pues consideraba a los militantes y a los jefes de la socialdemocracia, detrás de los cuales marchaban las masas obreras, como adeptos sinceros del marxismo revolucionario y hombres abnegados del movimiento obrero.
Únicamente en Leipzig, de 1909 a 1912, pude aprender a conocer al detalle la organización local del partido y su acción militante. La asamblea general de la circunscripción elegía el Comité local. Este era el único permanente. El secretario estaba secundado por tesoreros, que eran los encargados de visitar las casas de los afiliados al partido y recoger sus cotizaciones. Las conferencias y folletos eran distribuidas a domicilio. Determinados miembros del partido tenían a su cargo el reparto o difusión de folletos en las calles. La campaña electoral de 1911 para las elecciones del Reichstag, fué organizada de una manera verdaderamente interesante. Cada grupo, llevando a la cabeza a un delegado del Comité del partido de Leipzig, recibió una lista indicando la profesión y la dirección de los electores residentes en las calles que el grupo debía visitar. De esta lista, el grupo seleccionaba los obreros, los artesanos y los modestos empleados, dirigiéndoles, bajo sobre, todo los folletos que hacían referencia a la campaña electoral. El sobre era enviado por correo o entregado a mano por los miembros del grupo. Días después, los miembros del grupo pasaban por el domicilio de los destinatarios y les explicaban los detalles y el sentido y orientación de los folletos que habían recibido...
Hablo de esta campaña electoral porque tuve ocasión de tomar parte en ella.
Muchos partidos comunistas de Occidente podrían hoy todavía, paralelamente con la existencia de las “células de fábrica”, aplicar este método de agitación en sus diferentes campañas,
La organización socialdemócrata de Leipzig llevó, desde esta época, la dirección única de todas las organizaciones del movimiento obrero de Leipzig y su circunscripción.
El Comité convocaba reuniones confidenciales de militantes. Estas reuniones se mantenían en secreto, no solamente para la Policía, sino también para las organizaciones del partido. Ante estas asambleas, los elementos directivos de los sindicatos, de las cooperativas, los delegados obreros en las cajas de seguros de enfermedades y los representantes del Comité del partido, presentaban sus informes. Se designaban candidatos en todas las organizaciones precitadas y se tomaban resoluciones sobre los asuntos presentados. Se decidía quién habría de tomar la palabra en las reuniones del partido, quién debería proponer la composición o, mejor dicho, los componentes de la oficina y los candidatos al Comité del partido; quién tendría que dar lectura a las resoluciones en las reuniones y en las conferencias oficiales, etc. En Leipzig, estas reuniones secretas las denominaban “Carbonería”.
Muchos camaradas rusos que pasaban a Leipzig criticaban a los socialdemócratas alemanes; pero me parecía que los criticaban porque no apreciaban exactamente su obra.
En el verano de 1912, cuando Lenin vino a Leipzig, en sus conversaciones conmigo me manifestó sus reproches sobre el partido socialdemócrata, al que acusaba de inercia, de no combatir más que con palabras a los oportunistas que se cruzaban en su camino, y de no hacerlo, en todo caso, más que la víspera de los Congresos. Le reprochaba igualmente el no llevar a la práctica las resoluciones votadas por estos últimos. Lenin estimaba desde esta época que la socialdemocracia estaba demasiado a fondo impregnada de oportunismo e integrada por la Alemania burguesa. En esto ya no estaba yo de acuerdo. Luego hubo de verse que el partido socialdemócrata alemán estaba hasta tal punto integrado por la Alemania burguesa imperialista, que se agarró a ella en el momento en que, en noviembre de 1918, el proletariado alemán, sublevado, le colocó a la cabeza de la revolución. Desde luego, si esto hubiera dependido de él, y no de la clase obrera alemana, Alemania estaría aún bajo el régimen monárquico.
Cuando, en agosto de 1 9 14, en la prisión de Samara, supe por un gendarme que Plejánov se inclinaba por la guerra y que la fracción socialdemócrata del Reichstag había toda ella votado los créditos de guerra, experimenté un verdadero sentimiento doloroso. Confieso que la actitud de Plejánov me sorprendió menos que la del partido socialdemócrata alemán. Este partido y sus Congresos, ¿no habían constantemente condenado a las fracciones socialdemócratas de los landtag del gran ducado de Badén y de la Hesse por su propensión a votar los presupuestos locales? Y he aquí que toda la fracción socialdemócrata del Reichstag votaba los créditos de guerra o, dicho de otra manera: votaba por la guerra, aun entonces que la “defensa” de la patria no dependía del voto de los socialdemócratas, ya que los partidos burgueses disponían de las tres cuartas partes de las plazas del Reichstag. Comprendí entonces que la socialdemocracia alemana no era de hecho ni internacionalista ni revolucionaria. Ahora creo que aun no habiéndose inclinado por la guerra, la socialdemocracia alemana hubiera terminado, como hoy, por colaborar con todos los partidos burgueses. Un partido tan considerable y tan fuerte como era la socialdemocracia alemana antes de la guerra, tenía dos caminos a seguir: luchar por la conquista del Poder en beneficio del proletariado, o pactar con la burguesía. La socialdemocracia renunció a seguir el primer camino, aun cuando en 1918 el Poder cayó en sus manos.