En Berlín me enteré que la redacción de la Iskra me había designado, lo mismo que a Halperin, aquella ciudad como residencia. Se nos confió la misión de organizar la expedición de la literatura revolucionaria y el paso de los militantes a Rusia. Apenas había tenido tiempo de regresar cuando tuve que dirigirme a la frontera germano-rusa para restablecer nuestras antiguas reuniones y al mismo tiempo procurar el paso del camarada Dabouchkin a Rusia. Este viaje salió bien y regresé en seguida.
Berlín, esta ciudad gigante, con sus tranvías, sus ferrocarriles urbanos, sus almacenes monstruos, sus luces deslumbradoras -una ciudad como yo no había visto parecida-, me causó una impresión extraordinaria. La Casa del Pueblo de Berlín, llamada la “Casa de los Sindicatos”, imprenta, librería y redacción del Vorwaerts, y sobre todo los sobreros alemanes, no me impresionaron menos. Cuando en la primera asamblea a la que yo asistí vi gentes bien vestidas, verdaderos caballeros sentados en pequeñas mesas, saboreando su tercio de cerveza, creí estar en una reunión de burgueses, puesto que en Rusia nunca vi obreros de esta clase.
En un principio, Halperin y yo sufrimos bastante por falta de cuarto y de documentos de identidad. Nos habían alojado en una especie de sótano, donde Halperin, debido probablemente a su agotamiento físico y a sus peregrinaciones de Kiev a Berlín, cayó enfermo seriamente. Tuve que multiplicarme: cuidarlo y trabajar por los dos sin conocer el idioma (Halperin sabía el alemán). Más tarde, cuando me fuí aclimatando a Berlín, hice conocimiento con camaradas alemanes; de una vez me procuré habitaciones para veinte o treinta camaradas; cuando nosotros llegamos, el delegado de la Iskra, Miguel Vetcheslov, no consiguió encontrar para dos.
En aquella época, además de Vetcheslov, trabajaban activamente en Berlín el camarada P. Smidovitch, que lo pasaba bastante mal en un taller alemán para llegar a grabar sobre una placa de cinc pulida, con una tinta especial, una composición tipográfica. Creía poder obtener buenos resultados, que permitiesen imprimir la Iskra en Rusia simplemente por medio de placas, sin tener necesidad de composición tipográfica y de clisé estereotipado. Con frecuencia acompañé a Smidovitch al taller donde practicaba sus experiencias.
Los iskristas berlineses -miembros del grupo de apoyo de Berlín a la socialdemocracia rusa, que eran bastantes- se reunían frecuentemente en casa de las Vach (madre e hija). Yo iba también. Para no llamar la atención de la Policía, los concurrentes a casa de las Vach me habían bautizado con el nombre de Miguel Freitag, que Smidovitch tradujo al ruso, con lo que me convertí en Piatnitsa (seudónimo que usé constantemente).
A fines de febrero de 1903 llegaron a Berlín V. Noskov, cuyos seudónimos eran Boris Nicolaievitch y Glevouv. En el segundo Congreso del partido fué el único de los presentes elegido para el Comité central. Con él, provisto del pasaporte de Pedro Smidovitch (llamado “Motriona”), me dirigí a Londres, donde me encontré con los fundadores de la Iskra, convertida, desde este momento, en el centro de unión de los elementos revolucionarios dispersos de la clase obrera rusa. Allí encontré a Blumenfeld, que era el compositor tipógrafo de la Iskra. Conocí a Martov, a la Zassoulitch y a Deutch. Vivían todos juntos. Pronto conocí a Lenin y a Nadejda Konstantinovna Krupskaia, que vivían solos. Pasé todo el tiempo con Blumenfeld, Martov y Zassoulich, con los que intimé grandemente. Veía con menos frecuencia a Lenin y a Nadejda Konstantinovna. Varias veces comimos juntos Martov, Zassoulitch, Noscov, Lenin y Nadejda Konstantinovna.
Las conversaciones entre los redactores de la Iskra y Noscov versaban principalmente sobre el estado de la Liga del Norte (puede que me equivoque, pero el nombre de Liga del Norte, de donde creo que venía Noscov, se quedó grabado en mi memoria) y sobre la convocatoria del segundo Congreso del partido. Conmigo se trataba la cuestión de extender el enlace con la frontera y con Rusia, con el fin de poder pasar la Iskra y la revista Zaria (Amanecer), conseguir que llegasen a su destino y fuesen difundidas. Es más; era necesario organizar juntos el paso para los militantes.
Yo pasaba mucho tiempo en la imprenta en donde se imprimía la Iskra. Esta imprenta pertenecía al partido socialista inglés. Yo quedé asombrado de que ese partido poseyese una imprenta tan pobre, y que publicase un pequeño semanario, cuya tirada no sobrepasaba la de la Iskra. ¡A millares de kilómetros de su patria, en pleno país extranjero, los socialdemócratas rusos encontraban manera de publicar un diario que no estaba por debajo del que publicaba el partido legal inglés! Esto me parecía inconcebible, sobre todo después de haber visto las imprentas, las tiradas de los diarios, los edificios y las librerías de los socialdemócratas alemanes.
Unos días después de nuestra llegada hubo una asamblea de rusos; se dió lectura a un manuscrito de Deutch, en el cual describía sus evasiones. Allí conocí a varios camaradas que había visto en Kovno, en Vilna, en la prisión y, cuando salí, en Kiev. Yo los conocía de Rusia como bundistas y socialdemócratas, y algunos como adheridos a la organización de la Iskra. Habían venido a Londres, unos, para evitar ser detenidos; otros, después de haberse escapado. Me impresionó grandemente el oírles a casi todos decir que en Londres se habían convertido en anarquistas individualistas; la causa de este fenómeno, en la medida que yo pude observarlo, era que los refugiados políticos, cayendo en Londres, se encontraban, los primeros tiempos, en la misma situación que un pedazo de paja en medio de un mar agitado: sin amigos, sin socorro, sin dinero, sin conocer el idioma y sin trabajo. La organización política de la clase obrera era débil; los sindicatos, aunque aceptasen a todo el mundo, no concedían socorros hasta después de nueve o diez semanas de pertenecer al sindicato; en cuanto a los antiguos amigos, bastante hacían si conseguían vivir ellos; por tanto, no podían venir en ayuda de los otros. ¡Durante varias veladas discutí con ellos sobre la anarquía, la socialdemocracia y el parlamentarismo! Los socialdemócratas alemanes -precursores de Saicheidemann- se preparaban entonces para las elecciones al Reichstag, y, por la naturaleza de mi trabajo, yo estaba en contacto estrecho con ellos.
La ciudad de Londres me causaba una impresión penosa: las casas eran negras, mugrientas por el humo; hacía un tiempo de perros; durante toda mi estancia no cesó de caer una lluvia fina y la niebla no cesó de envolvernos. Es probable que yo no viera el verdadero Londres; pero lo que vi me desagradé extraordinariamente.
Diez días más tarde nos embarcamos para Berlín. De allí tuve que partir para la frontera, con objeto de extender nuestra red de enlaces, ya que habría una gran cantidad de literatura para expedir a Rusia, y militantes que venían a asistir al segundo Congreso del partido, para hacerlos pasar al extranjero. Salí para la frontera con Noscov y Povar (llamado también “Nuestro tío”: Fedor Chtchekoldin), que se dirigía a Rusia. Llegados a Sirvind o a Nestav, situados sobre la misma frontera de la Prusia Oriental, empecé por mandar a Povar. Desde el alojamiento en que nos hospedábamos se le veía avanzar y dirigirse hacia el cementerio que se encontraba ya en territorio ruso. Estábamos persuadidos de que pasaría sin obstáculo, puesto que los soldados que guardaban la frontera estaban asalariados. Cuán grande no sería nuestra sorpresa al oír un tiro en el momento en que Povar llegaba al cementerio.
Nos enteramos en seguida que Povar había sido detenido porque el oficial que mandaba la guardia frontera había tenido la ocurrencia de ir a pasear al cementerio. A la vista del oficial, el soldado no tuvo más remedio que dar la alarma. Dos días más tarde, Povar recibió todos los documentos concernientes a su detención. Pero en el momento de ponerse en camino para dirigirse a la cabeza del distrito donde debían encarcelarlo, subió a un coche y tomó el camino de Vilna, donde se había convenido que esperaría a Noscov. Se había conseguido libertarlo gracias a quince rublos.
Mientras esperábamos que Povar saliese de la pequeña ciudad de la frontera, llegó de Rusia, a mediados de marzo de 1903, un adepto de la Iskra, Kostia (Rosalía Halberstadt), miembro del Comité de organización para la convocatoria del partido (después de la escisión se volvió menchevique, y después de 1905 se reunió con los liquidadores). Después de haberse entrevistado con Noscov, marchó a la redacción de la Iskra. En cuanto a Noscov, pasó la frontera sin obstáculo y llegó a Vilna. De este modo el enlace que organicé en la frontera a fines de 1902, después de mi llegada a Berlín, fué aprovechado en los dos sentidos.
Faltaba establecer buenos puntos de paso para los envíos de literatura. Con este objeto me dirigí a Tilsit y alrededores; de allí regresé a Berlín.
El trabajo marchaba muy bien. Pero me sucedió un pequeño incidente. Antes de salir para Londres había alquilado una habitación y me había inscrito sirviéndome del pasaporte de un ciudadano americano. Pero después tuve que devolvérselo a su dueño, que salía para América.
Cuando regresé de mi visita de inspección a la frontera volví a mi habitación. Entonces la dueña de la casa me informó que la Policía había venido varias veces a averiguar por qué bajo un mismo nombre, correspondiente a la misma filiación, dos personas habían prestado declaración. La suerte que tuve fué el estar de viaje; si no, no hubiera dejado de saborear los encantos de Moabit . Resultó que el americano que me había prestado el pasaporte había regresado durante mi ausencia, y como si nada, se había inscrito con la misma pieza de identidad. Tuve que dejar el sitio y vivir de nuevo sin estar inscrito, hasta que un camarada de la infancia me trajo de América su pasaporte.
En esta época, en todas las ciudades de Rusia aumentaban las organizaciones socialdemócratas, en el seno de las cuales se entablaba una lucha ideológica entre los partidarios de la Iskra y de la Liga de los socialdemócratas rusos en el extranjero. En muchas ciudades importantes había dos Comités socialdemócratas que se disputaban con encarnizamiento la influencia sobre el proletariado. Lo esencial de la literatura revolucionaria de las dos corrientes mencionadas del Partido obrero socialdemócrata de Rusia, se publicaba en el extranjero (el grupo de la Iskra publicaba, además del periódico, la revista Zaria y folletos). La Liga de los socialdemócratas rusos en el extranjero publicaba la Rabotchéié Diélo (La Causa Obrera). El pedido de la literatura de la Iskra era tan grande en Rusia, que no se podía pensar en satisfacer al extranjero; esto obligaba al grupo de la Iskra a dirigir todas sus fuerzas para hacer entrar en Rusia por todos los medios posibles su literatura. Las organizaciones en Rusia de la Liga de los socialdemócratas rusos en el extranjero se veían obligadas, para sostener su influencia sobre los obreros, a procurarse literatura de la Iskra. Sus delegados venían a buscarla al extranjero.
La segunda o tercera vez que estuve en Tilsit encontré el rastro de una gran organización lituana que pasaba a Rusia libros religiosos escritos en lituano. Nos pusimos en relación con esta organización, y por su mediación empezamos a expedir al otro lado de la frontera decenas y centenares de povds de la Iskra, de la Zaria y folletos. Para recibir y difundir en Rusia esta literatura, Noscov había nombrado varios militantes: Povar (Thtchégoldin), Sanin (cuyo nombre no olvidé), Gousarov, médico militar (éste trabajaba en la organización de Vilna), etc. En Tilsit, por recomendación de Haase, el zapatero Martens, miembro del partido socialdemócrata alemán, nos ayudaba activamente. Estos envíos en gran cantidad tenían un lado bueno (se hacía pasar de una vez mucha literatura) y un aspecto malo (de Berlín a Riga, Vilna y San Petersburgo, cada envío necesitaba varios meses; para la literatura religiosa de los lituanos, el espacio de tiempo no era grande, pero para la Iskra era un retraso considerable). Se nos exigió que redujésemos el plazo que se necesitaba para el transporte de la literatura de Berlín a Rusia. Con este objeto, Halperin vino a instalarse en Tilsit; yo quedé en Berlín. Esto ocurría en el verano de 1903. En aquel tiempo la redacción de la Iskra estaba ya en Ginebra. De allí era de donde recibíamos la literatura, que era dirigida al Vorwaerts. Nuestro depósito de literatura se hallaba en los sótanos de este diario. Yo pasaba bastantes horas al día colocando la literatura recibida y empaquetándola para expedirla a la frontera. El embalaje no era fácil; todos los paquetes tenían que llevar la misma literatura. En el caso de que un paquete cayese en manos de la Policía, era necesario que se pudiese encontrar en los otros los mismos números del periódico o los mismos libros. Además, en los grandes paquetes era necesario poner cinco o seis paquetes pequeños con el mismo contenido de libros y de diarios, con el fin de que, una vez llegados a Rusia, pudiesen ser embalados y expedidos en todas las direcciones, sin necesidad de hacer una nueva separación y un nuevo embalaje. Además, era necesario que el volumen, el peso y embalaje de esos paquetes fuesen los mismos que los lituanos habían adoptado para su literatura religiosa, y que fuesen recubiertos de una tela impermeable para que no se mojasen con la lluvia.
Para activar los envíos de literatura en Rusia, aun en pequeñas cantidades, también se empleaban maletas de doble fondo. Antes que yo llegase a Berlín, una casa nos había fabricado una cantidad de maletas de esta clase. Pero en la frontera los aduaneros no tardaron en tener sospechas, y algunos camaradas fueron descubiertos de esta manera (es seguro que los aduaneros conocían las maletas, ya que todas eran del mismo modelo). En vista de ello, nosotros mismos nos pusimos a confeccionar un doble fondo de cartón duro que colocábamos en las maletas ordinarias después de haber metido de ciento a ciento cincuenta números recientes de la Iskra. Una vez pegado el papel interior, era imposible darse cuenta que la maleta encerraba literatura. Es más: su peso no había aumentado gran cosa. Hicimos soportar esta operación en todas las maletas de estudiantes y estudiantas que regresaban a Rusia y que simpatizaban con el grupo de la Iskra, lo mismo que a las maletas de los camaradas que se dirigían a Rusia por camino legal o ilegal; pero esto no era bastante.
Las necesidades de literatura reciente eran muy grandes. Fué entonces cuando inventamos una coraza: para los hombres se confeccionaba una especie de chaleco, en el que se metían doscientos o trescientos Iskra y pequeños folletos; a las mujeres se les hacían corsés especiales y se les transformaban las faldas.
Las mujeres podían llevar de trescientos a cuatrocientos ejemplares de la Iskra. Llamábamos a esto “en gran velocidad”. Colocábamos estas corazas a todos los que nos caían en la mano; desde militantes hasta los simples mortales. Me acuerdo todavía de algunos de estos camaradas, especialmente de Felipe (Gelochtchékin). ¡Lo que maldijo de mí por culpa de esta coraza! De León (Vladimirov), de Batourin y de otros. En efecto, aquello era una crueldad: estar en verano cinco días con esta coraza era espantoso; pero, en cambio, ¡qué alegría cuando la literatura llegaba a las organizaciones! Sin embargo, debo decir que no todos se incomodaban conmigo; había quien se separaba con pena de su trabajo; las mujeres se acostumbraban a ella; las corazas las hacían un hermoso busto, dándoles aire imponente y una gran estatura. Cuando conseguía expedir “en gran velocidad” toda la literatura recibida de la Iskra, era para mí una verdadera fiesta. Para no tener que volver sobre esto, añadiré que, no obstante todos nuestros esfuerzos y que casi toda la literatura que se recibía del extranjero llegaba a Rusia, no conseguíamos contentar a las organizaciones interiores. En Rusia, en Bakou, en Odessa y en Moscú, se habían organizado grandes imprentas ilegales que reimprimían la Iskra sirviéndose de matrices que les mandábamos del extranjero; de esta suerte se componía directamente en Rusia desde su recepción.
Mi trabajo en Berlín no consistía solamente en expedir la literatura a Rusia. Yo recibía a todos los camaradas que venían de Rusia al extranjero por cuestiones que interesaban a la Iskra, y todos los que del extranjero se dirigían a Rusia. Estas entradas y salidas me ocupaban tiempo y fuerzas, puesto que los camaradas llegaban con los vestidos destrozados, cansados y sin conocer el idioma.
La correspondencia con Rusia se hacía igualmente por Berlín. Yo debía centralizar las cartas, descifrarlas y hacerlas llegar a su destino.
Antes del segundo Congreso del partido estábamos en Berlín varios camaradas. Sólo yo me ocupaba de una manera especial y completamente de los trabajos que he mencionado. Después del segundo Congreso, asumí todas las funciones que eran necesario llenar en Berlín. Comparando la manera de cómo se trabajaba entonces con la manera cómo se trabaja hoy, saco en conclusión que para desempeñar las funciones que yo asumía en aquella época sería necesario ahora un jefe, un adjunto, una sección de cifras, empleados, secretarios, etc. En aquel momento a nadie se le ocurría llamar para este trabajo personal retribuido. Y, no obstante, el trabajo no se hacía peor que se hace hoy con todo el personal citado.
Tengo que añadir que en Berlín, lo mismo que en Francia y que en Suiza, existía un grupo de apoyo de la Iskra, del cual yo también formaba parte. En aquella época, antes de la escisión del partido, el grupo de Berlín lo integraban: P. Smidovitch, Vétcheslov, Nikitin (que luego fué, bajo Kerenski, gobernador de Moscú, y más tarde ministro de Comunicaciones), Sanin, Okoulova, Rubinstain, Chergov, Koniagin (Halperin), Liadov, N. Bache, Gitomilskí (un provocador), etc. El grupo de Berlín reunía fondos, organizaba espectáculos, conferencias, discusiones, etc.
Aunque muy ocupado por los asuntos rusos, entré poco a poco en el movimiento obrero berlinés. Me encontré, por cierto, con muchos militantes activos del partido, de los sindicatos y del movimiento cooperativo. Sin darme cuenta y sin ayuda de un profesor alemán, empecé a leer los diarios del partido y de los sindicatos.
La mitad del verano se pasó en este trabajo. En el transcurso de junio de 1906, los delegados para el segundo Congreso del partido empezaban a llegar a Berlín. Allí se detenían algunos días, y se iban más lejos. Entre ellos me recuerdo del camarada Kartachev, de la Liga del Norte (fallecido hace tiempo) y de Kostrova (Jordania) , convertido hoy en lacayo de los ministros burgueses y excitándolos contra la Unión Soviética proletaria; hasta aquella época yo no lo conocía.
No conservo en la memoria las medidas preliminares que se tomaron en Berlín para la convocatoria del Congreso. Tampoco me acuerdo si las reuniones tuvieron lugar en Berlín para discutir la orden del día. Estuvimos algún tiempo sin recibir informaciones sobre los trabajos del Congreso. Con ansiedad esperábamos noticias. Recogíamos con avidez todos los rumores que circulaban. Estábamos convencidos que la tendencia de la Iskra se impondría. Pero de la facilidad con que se haría la unión de los grupos y de las organizaciones dispersas en un partido único no teníamos la menor idea, aunque todos reconociésemos la urgente necesidad de esta unión. Por último, corrieron rumores anunciando divergencias entre los mismos iskristas, Estos rumores me parecieron increíbles. Habíamos supuesto que habría en el Congreso grandes divergencias con los obreristas y sus partidarios; pero que estas divergencias hubiesen estallado entre los adeptos de la Iskra, que yo estaba acostumbrado a considerar como un todo homogéneo, era para mí algo inesperado. Pasé días de ansiedad.
Por fin los delegados regresaron a Berlín. Los representantes de las dos secciones nos pusieron al corriente sobre el Congreso. Y la agitación empezó inmediatamente en favor de una u otra tendencia.
Yo estaba indeciso. De un lado sentía que hubiese causado disgusto a Zassoulitch, a Potressov, a los que conocía de Londres y a Axelrod el expulsarlos de la redacción de la Iskra. ¡Esta no estaba bien redactada! Yo ignoraba entonces quiénes eran los redactores que escribían y los que no escribían; qué divergencias dividían la redacción y qué artículos, que tenían carácter doctrinal, debían pasar por manos de todos los miembros de la redacción dispersos en los diferentes países antes de ser insertados en la Iskra. Es más: con los camaradas a quienes estaba muy próximo (como Blumenfeld y otros) se encontraban en el campo menchevique. De otra parte, yo aprobaba enteramente la estructura de la organización del partido que proponía Lenin. Mi lógica estaba con la mayoría; mis sentimientos (si así podemos decirlo) estaban con la minoría. La conducta de Postrov me había dejado estupefacto; había ido siempre con la mayoría (Lenin y Plejánov), pero cuando el Congreso decidió cerrar todos los periódicos locales hechos con medios de fortuna y sólo conservar la Iskra como órgano central del partido, se ofendió porque se suprimiese el periódico georgiano de que él era redactor, y pasó a la minoría del Congreso. Yo no podía comprender que un delegado pudiese cambiar de opinión por que una decisión del Congreso afectase al periódico de su organización. Además, Jordania, después de haber defendido a los bolcheviques en el segundo Congreso, se convirtió en feroz adversario de la mayoría.
Era necesario pasar los delegados del Congreso a Rusia. Con este objeto salí para la frontera con algunos de ellos. En compañía de la camarada Zemliatchka me dirigí a Prusia -a una aldea situada en la frontera rusa, en la región de Ortlsbourg (en las cercanías de Ostrolenko, que se encontraba entonces)-. Por primera vez veía a Zemliatchka. Tuvimos que esperar un día entero a que un suboficial de los guardias fronterizos rusos viniese a buscarla para llevarla al otro lado a través del bosque. El mismo día me enteré que había franqueado la frontera sin incidente y que se dirigía hacia la estación para tomar el tren. Después fuí a otros puntos de la frontera, donde otros camaradas me esperaban.
Cuando regresé a Berlín, la escisión estaba ya consumada entre los adeptos berlineses de la Iskra: Vétcheslov era menchevique, P. Smidovitch se columpiaba, Halperin era bolchevique. Los amigos y correligionarios de ayer dejaban de entenderse y se volvían enemigos. Con dificultad me orientaba. Es más: yo no llegaba a entender cómo pequeñas divergencias pudiesen impedir que trabajaran juntos, tanto más que después del Congreso un vasto campo de acción se abría ante nosotros.
En octubre de 1903, nosotros, los miembros de la Liga de los socialdemócratas en el extranjero fuimos convocados en Ginebra. Halperin, yo y me parece que Vétcheslov nos fuimos. En el extranjero existían grupos de apoyo de la Iskra (anteriormente se llamaban Comités de apoyo del Grupo de la emancipación del Trabajo), de donde formaban parte los emigrados -miembros del partido y la juventud universitaria- estudiantes y estudiantas. La Liga de los socialdemócratas en el extranjero estaba formada con antiguos miembros del partido (emigrados o de paso en el extranjero), miembros de los Comités de apoyo del Grupo de la emancipación del Trabajo. En cuanto los iskristas que habían tomado parte en la evasión de Kiev llegaron al extranjero, se convirtieron automáticamente en miembros de la Liga (cuando llegué a Berlín me enteré de que la Liga ya me había admitido). La Liga no se manifestó en manera alguna antes del segundo Congreso del partido, por más que toda la redacción de la Iskra se adhiriese. El Comité de redacción de la Iskra era el único que determinaba, lo mismo en Rusia que en el extranjero, la política y la línea de organización del partido. Si no me engaño, la Liga publicó algunos folletos. A esto se limitaba su actividad.
Cuando Martov, Zassolitch, Potressov y Axelrod quedaron en minoría en el segundo Congreso del partido, decididos a no resignarse, tuvieron la idea de no convocar un Congreso de la Liga, que querían, con toda evidencia, oponer al Congreso del partido. A este Congreso también fuimos convocados. He dicho ya que yo dudaba; colaboraba con la mayoría, pero no había roto mis relaciones personales con la minoría; en sus filas estaban varios camaradas presos al mismo tiempo que yo en Kiev, y con los cuales me había evadido.
En Ginebra me dirigí a casa del camarada Blumenfeld. Allí encontré a Martov, Dan y muchos camaradas a quienes ya conocía. Bulmenfeld en seguida quiso convertirme. En aquella época, Nicolás Bauman vivía en Ginebra. Antes de abrirse el Congreso de la liga yo iba con frecuencia a su casa (fué allí donde conocí al camarada Orlovski-Vorovski). Un día me enseñaron una protesta dirigida a la oficina de la Liga, firmada por Bauman, Halperin y otros, motivada por el hecho de que con intención los partidarios de la mayoría no habían sido convocados por la Liga, mientras que elementos conocidos como partidarios por la minoría habían sido llamados hasta de Inglaterra (este motivo que había dado lugar a la protesta se me quedó grabado en la memoria). Esta protesta exigía que todos los miembros de la Liga fuesen convocados. Yo también firmé. Después de todo, ¿por qué no la había de firmar? No era necesario ser bolchevique para poner su firma, puesto que las dos partes estaban interesadas en conocer la opinión de los miembros de la Liga sobre las resoluciones del Congreso del partido. Por otra parte, no había razón para constituirse por sí mismo en mayoría. Fué lo que yo pensé al firmar la protesta; pero Blumenfeld, Dan y Martov tenían otra opinión. Dan vino hacia mí y me preguntó en tono de reproche a qué era debido que yo me hubiese vuelto tan rápidamente en favor de la mayoría. Le respondí que los métodos de organización de la mayoría del Congreso eran más justos que los de la minoría, y que yo todavía no me había adherido a ninguna tendencia. A este propósito, le pregunté por qué me reprochaba una gran precipitación de decisión, por lo que respecta a mi adhesión a una de las dos partes antagónicas, cuando él, que había llegado de Rusia después del Congreso del partido, se había ya pronunciado. (Dan llegó a Berlín poco tiempo antes del Congreso de la Liga. Allí tuve largas conversaciones con él y fuí yo quien le dió las primeras informaciones sobre el Congreso y sobre las divergencias que se habían manifestado.) Su respuesta fué que habiendo aplicado un plan determinado de organización del partido en Rusia, le era suficiente saber quién, si Martov o Lenin, había defendido este plan en el segundo Congreso del partido. Siendo Martov quien lo había defendido, él se pasaba a la minoría. Blumenfeld llegó a asegurarme que yo no había entendido o comprendido lo que había firmado, que me habían engañado, y él exigía de mí -ni más ni menos- que retirase mi firma. Excuso decir que me negué.
Por más que muchos miembros de la Liga se dirigiesen a Ginebra, la fecha de apertura del Congreso era constantemente aplazada. Yo ignoraba la causa. He aquí cómo la supe: una tarde, Blumenfeld me invitó a dar un paseo. Esa tarde y ese paseo se me han quedado grabados en la memoria. Íbamos por la orilla del lago de Ginebra. El atardecer era magnífico, claro; pero alguna cosa me oprimía el corazón. Mi viejo camarada Blumenfeld, el que me había ayudado a ser marxista, quería aquella tarde romper todos nuestros lazos. Lo que pasaba era que en el Congreso de la Liga aparecieron tantos partidarios de la mayoría como de la minoría. Por lo tanto, yo podía inclinar la balanza en favor de unos o de otros (en el momento del Congreso llegó de Londres un menchevique, si no me engaño, con su mujer, ella también miembro de la Liga, y los mencheviques eran la mayoría). Blumenfeld exigía que en el caso en que yo no quisiese apoyarlos, que no asistiese al Congreso. Fundaba su exigencia pretendiendo que yo no comprendía lo que pasaba a mí alrededor; en opinión suya, la mayoría, por su táctica, llevaría al partido a la ruina; desde entonces era necesario permitir a la minoría tener su Prensa, que prevendría al partido de las peligrosas desviaciones de la mayoría. Si -añadía- en el Congreso de la Liga los bolcheviques tienen mayoría, los miembros de la redacción de la Iskra (Martov, Potressov, Zassoulitch y Axelrod) no podían publicar nada, y eso sería para ellos la muerte política (me acuerdo con gran precisión de las reflexiones de Blumenfeld). Viendo que sus argumentos no me convencían y que yo no me decidía a renunciar a mi participación en el Congreso de la Liga, me dijo que tal actitud por mi parte era un crimen, y me invitaba a ir algunos años a América, esperando que yo pudiese orientarme en los desacuerdos en cuestión. Rechacé su oferta, y aquí terminó nuestra conversación.
El Congreso se abrió. En un lado se sentaban los mencheviques; en el otro, los bolcheviques. Yo me preguntaba dónde debía sentarme. Era el único que todavía no se había afiliado de una manera neta a una de las dos fracciones. Por último, tomé asiento entre los bolcheviques y voté por ellos. Plejánov los dirigía. El mismo día, creo, los bolcheviques, con Plejánov, salieron del Congreso. En cuanto a mí, yo me quedé en el Congreso. Estaba claro que la salida de los bolcheviques -que eran la mayoría- de la Iskra y del Consejo del partido obligaría a la minoría a someterse a las resoluciones del segundo Congreso o a producir la escisión. ¿Qué iba a hacer yo? Tanto de un lado como de otra había leaders del partido, y ellos sabían lo que hacían.
Cuando los bolcheviques salieron del Congreso, decidí ponerme resueltamente a su lado, y a mi vez dejé la sala. Sabiendo que los bolcheviques debían reunirse, me dirigí inmediatamente al restaurante o al café Landot, En efecto, allí había una reunión de los que habían abandonado el Congreso. En el momento en que yo entré, Plejánov exponía el plan de guerra a muerte que era necesario emprender contra los mencheviques. Pero, algunos días después, me enteré que Plejánov se había pasado a los mencheviques, y poco tiempo después elegía a los antiguos redactores de la Iskra.
El 7 de noviembre de 1909, Plejánov publicó el número 52 de la Iskra conteniendo su artículo “Lo que no se debe hacer”, en el cual trataba a los bolcheviques de escisionistas, etc. Yo me preguntaba cómo el fundador de la socialdemocracia rusa había podido arrastrar a la mayoría del Congreso tras un plan determinado de organización de un partido, dirigir en el Congreso de la Liga la acción de los bolcheviques, presentar resoluciones, etc., contra los mencheviques, y en seguida hacer causa común con éstos.
Los actos de Plejánov, Kostrov, Blumenfeld y otros me eran inconcebibles. Reflexioné mucho sobre su actitud en la mala habitación que ocupaba en Ginebra, antes de regresar a Berlín, donde tuve que trabajar por dos: Halperin había salido para Rusia, designado por el Comité Central. Al mismo tiempo, yo debía trabajar enérgicamente en el grupo de apoyo berlinés, puesto que muchos de sus miembros se habían pasado a los mencheviques y formaban un grupo de apoyo de éstos.
La situación (por la proporción de las fuerzas) en los organismos centrales y locales del partido era, después del Congreso de la Liga (comienzo de 1914), la siguiente: el Comité Central en Rusia (Noscov, Kurtz (Lengnik) y Kler (Krjijanovski), elegidos por el segundo Congreso del partido al Comité Central, y los otros camaradas que éstos habían designado como miembros del Comité Central) debía aplicar la línea política del Congreso, que fué lo que se hizo al principio. La redacción del órgano central del partido -a causa del paso de Plejánov a los mencheviques, y después de la designación de los antiguos redactores de la Iskra, no elegidos por el Congreso, y la salida de Lenin de la redacción- cayó en manos de los mencheviques, En cuanto al Consejo del partido, que se componía de dos miembros del Comité Central, dos miembros de la redacción de la Iskra y un quinto, Plejánov, elegido por el Congreso, resultó igualmente menchevique.
Después del segundo Congreso, todos los Comités y grupos socialdemócratas se fusionaron en una sola organización en las ciudades de la Rusia Central. Todas las organizaciones adoptaron por unanimidad las resoluciones votadas por el Congreso. En Rusia Central casi todas las organizaciones pasaron a los bolcheviques; en el Sur y en el Cáucaso, las organizaciones aprobaron la posición de la minoría del Congreso.
El centro berlinés de expedición de literatura revolucionaria del partido quedó, después del Congreso, en lo que era antes, con la diferencia que ya no estaban subordinados a la redacción de la Iskra, sino al Comité Central de Rusia. A la cabeza del centro berlinés (se puede decir alemán), en la práctica, estaba yo solo. En resumen, el centro de expedición continuaba funcionando como en el pasado. Solamente la Iskra que yo debía mandar a Rusia no era por su contenido la de antes del Congreso, sino una Iskra de nueva clase. Ya no era la temible campana que tocando a rebato unía todos los elementos revolucionarios bajo la bandera del partido obrero socialdemócrata de Rusia, sino un periódico corriente que no se diferenciaba gran cosa por su contenido de los órganos ilegales que existían antes y durante la aparición de la Iskra en su primera fase.
Poco a poco, la posición del Comité Central ruso fué clara. Después de las detenciones ejecutadas entre los miembros del Comité Central y la designación por los que quedaban en libertad, de nuevos camaradas al Comité Central (los camaradas designados fueron: Krassin (Nikititch), Lioubimov (Marc), Zemliatchka, Rossemberg (Zvier), Koniagin (Halperin), Karpov, etcétera; este último adoptó una posición conciliadora respecto a los mencheviques y hostil a los bolcheviques (es decir, a las organizaciones que en Rusia y en el extranjero se pronunciaron en favor de las resoluciones del segundo Congreso). Tal es la suerte fatal de todos los conciliadores que quieren a la vez complacer a unos y a otros. El Comité Central en Rusia quería reconciliar los bolcheviques y los mencheviques, pero en la práctica tomó partido por éstos. Sin embargo, debo decir que ciertos miembros del Comité Central (Zemliatchka y todavía otro) presentaron su dimisión, no pudiendo aprobar la posición de éste. Para representarlo en el extranjero, el Comité Central designó a Noscov que, regresando a Rusia, dejó en su puesto a Surtuk (Kopp). Los dos quisieron hacerse los censores de los artículos y de los folletos de los partidarios de la mayoría. Noscov me impuso un adjunto para trabajar conmigo en el centro de expedición, con idea de que pudiese reemplazar al bolchevique “duro” , que era yo, pero no tuvo resultado: el “adjunto no tardó en convencerse de que no conseguiría poner mano sobre el aparato de enlace del centro de expedición alemán, y se fué.
El conciliacionismo del Comité Central, que no encontró simpatía en Rusia, obtuvo en el extranjero el completo apoyo de los grupos estudiantiles del partido. Antes que el Comité Central hubiese pasado prácticamente a la minoría, había en el extranjero, por así decirlo, en cada ciudad, comprendido Berlín, grupos de apoyo en la corriente mayoritaria y minoritaria. El grupo de apoyo berlinés de la mayoría del partido se entendía, en julio-agosto de 1904, con el grupo de mencheviques para unificar los dos grupos. Esto ocurría en el momento en que los estudiantes -miembros del grupo- se iban de vacaciones. En la asamblea que se decidió esta unificación, el camarada Gorin -enfermo- y yo (que estaba ese día muy ocupado) estábamos ausentes. Cuando conocimos la decisión de unificarse con los mencheviques, Gorin y yo exigimos que el grupo fuese convocado de nuevo para revisar esta decisión. En lugar de esto, fuimos invitados a asistir a una reunión común de los dos grupos. Habiendo asistido, exigimos que los mencheviques presentes se retirasen, cosa que se hizo. Pero fué inútil querer demostrar a la mayoría del grupo que los Comités del partido eran en su mayor parte opuestos a la redacción de la Iskra y al Comité Central conciliador; por tres votos contra dos fué adoptada la decisión de unirse con el grupo menchevique. Nosotros nos retiramos. Por el momento no conseguimos organizar un grupo de apoyo de la mayoría, porque prácticamente estaba yo solo (Gorin padecía una enfermedad nerviosa).
Para que pudiésemos conservar la sucesión del grupo de la mayoría, que se unió con los mencheviques, hubiera sido necesario que fuésemos tres lo menos, y no éramos más que dos. Por último, me enteré que dos camaradas mencheviques seguían sus estudios en Berlín: el búlgaro Abramov, que pertenecía a los “estrechos” , y el camarada Schaumian. Los busqué, y habiéndolos encontrado, conseguí con gran dificultad convencerlos de que se afiliasen al grupo. De esta manera, ya éramos cuatro, pero en el trabajo ellos no podían secundarnos. En otoño volvieron los estudiantes y estudiantas que antes de su marcha habían formado parte de nuestro grupo o que simpatizaban con él. El grupo fué fuerte y enérgico. Hizo mucho por los bolcheviques después del 9 de enero de 1905. El provocador Jitomilski también era miembro del grupo de apoyo berlinés de la mayoría del partido, antes de la unificación de los dos grupos. A su regreso a Berlín, después de las vacaciones, tardó bastante el decidirse por uno de los dos grupos. Aparentemente esperaba las instrucciones de la Okhrana.
Por último, se afilió a nuestro grupo. Desde aquella época la Okhrana comprendió que los bolcheviques eran y serían en el porvenir más peligrosos para el absolutismo que los mencheviques. De ahí que ella enviase estos soplones a los bolcheviques. Cuando nuestro grupo tuvo fuerza, nos enteramos que el grupo unificado hacía imprimir una proclama dirigida a los estudiantes y los centros políticos rusos de Berlín respecto al gran acontecimiento: la unificación de los dos grupos de Berlín. El mismo día imprimimos una respuesta en la cual desmentíamos esta unificación, al mismo tiempo que explicábamos a los estudiantes, en todo lo posible, lo que pasaba en el partido. Esta proclama fué redactada o quizá simplemente revisada por el camarada Goussiev, que en aquella época pasó algunos días en Berlín antes de regresar a Rusia. Distribuimos esta proclama el mismo día que el grupo unificado distribuía la suya, en la misma reunión de la colonia rusa. Causó furor y aumenté nuestro prestigio en los sin partido de la colonia rusa. En general, la lucha entre los grupos de apoyo berlinés de las dos fracciones del partido obrero socialdemócrata de Rusia fué muy violenta. Pero nuestro grupo, más organizado y más enérgico, salió vencedor en esta lucha.
Después del paso de una parte de sus miembros a los mencheviques, durante el período conciliador de 1904, el grupo de apoyo bolchevique comprendía a los camaradas Gorin, Schaumian, Adramov, Líadov, Liadova, Pozner, Anna, Niejentsova, Kviatkovski, Jitomilski, Tarassov, Lévinson, Galnna, Lernberzk y yo.
Además fué constituido, próximo al grupo, un subgrupo, compuesto sobre todo de estudiantes y estudiantas, en que formaban parte los camaradas S. Itin, Nikolski, Kataourov, Anna Milman, Lydi, Feidberg, Marchak, Britchkina, Nieousykhin y otros, que estaban en relación con los centros rusos de Berlín.
A mediados de verano de 1904 hubo una pequeña detención en la expedición de literatura revolucionaria. Desde Berlín enviábamos los paquetes de literatura en cajones dirigidos a Martens, zapatero de Tilsen, como artículos de zapatería. Un día la Policía prusiana abrió una de las cajas y en lugar de las mercancías mencionadas en las facturas encontró nuestra literatura. Se registró la casa de Martens, por lo que lo inculparon con algunos más. Los diarios burgueses empezaron a atacar a los rusos; el Vorwaerts y los socialdemócratas alemanes acusaban a éstos de sostener a los anarquistas rusos. Un buen día la administración de Vorwaerts me invitó a marcharme con mi depósito de literatura que, como ya he dicho, se encontraba en un sótano. Cuando pregunté: “¿Dónde meter esa literatura?”, se me respondió que eso era de mi incumbencia, pero que la administración no podía prestarme el más pequeño socorro por temor a un registro. Pedí ayuda al finado Singer; pero también él me respondió que en tanto no se supiese cómo procedería la justicia en este asunto, no se me podía ayudar. Viendo esto, me dirigí a Carlos Liebknecht, quien me dió una carta dirigida a un socialdemócrata, dueño de una casa. Allí alquilé un pequeño piso e instalé mi depósito.
Conseguí procurarme direcciones en donde yo pudiese recibir la literatura que se me enviaba de Ginebra. Después salía para Tilsit. Con el concurso de Martens, allí encontré rápidamente un jefe de servicio en una gran imprenta, a quien pudimos desde entonces expedir la literatura abiertamente. Tengo que decir que Martens fué perseguido y tuvo, comparado con la administración del Vorwaerts, una actitud digna de elogio. Y aun después que fué condenado de tres a seis meses de prisión, no dejó de colaborar con nosotros.
De este modo, la interrupción en la expedición de la literatura fué rápidamente liquidada, y por esta vez no volvió a depender nuestra organización de la buena disposición de los dirigentes del Vorwaerts.
En otoño fuí llamado a Ginebra por Nadetja Kroupskaia. Los centros que estaban dentro del terreno de las resoluciones de la mayoría del segundo Congreso preveían la necesidad de tener un órgano propio, ya que desde ese momento era evidente que el Comité Central no aplicaba las resoluciones del Congreso, que no se apoyaba en la mayoría del Comité del partido, y el periódico (la Iskra de nuevo cuño) se separaba de los bolcheviques no solamente en la cuestión de organización, sino en las cuestiones de táctica. Por todo eso, era claro que en estas condiciones no se podía dejar a la Iskra ejercer una influencia exclusiva sobre los Comités locales.
Algunos días después de mi llegada a Ginebra se convocó a una asamblea de bolcheviques. Lenin hizo una exposición de la situación en el partido y en el país, y dedujo la necesidad de hacer salir un diario bolchevique. El estado de espíritu de los presentes, aunque afectados por la perspectiva de una escisión, no era menos resuelto o decidido. Cada uno se daba cuenta que la publicación de un periódico de infracción podía arrastrar a la escisión de un partido, pero no había otra salida. No hubo grandes debates ni grandes objeciones. El camarada Rogan, llegado de Rusia, fué el único en proponerla. Así, la proposición de publicar un periódico fué adoptada, y poco después aparecía nuestro órgano bolchevique, Vpériod (¡Adelante!), que vió la luz el día anterior al tercer Congreso del partido.
Me dediqué enérgicamente a expedir el nuevo órgano a Rusia. Y como los camaradas que se ocupaban de este trabajo en Rusia eran partidarios de los bolcheviques, el periódico tuvo una difusión completa en todo el país. Ya antes de la aparición del órgano de la mayoría, Vpériod (el primer número apareció el 22 de diciembre (tipo antiguo) de 1904), los bolcheviques habían publicado varios periódicos sobre las divergencias con los mencheviques: Un paso hacia adelante, dos pasos hacia atrás, N. Lenin; La lucha por el Congreso, de Zhakhov (Malilin); El Consejo contra el Partido, de Orlovski (Vorovski); Abajo el Bonapartismo, de Galerka (Olminski), y otros. Expedí todas estas publicaciones a Rusia al mismo tiempo que la nueva Iskra, folletos tratando del programa, de la táctica del movimiento obrero internacional, las obras de Marx, de Engels, de Kausky, traducidas al ruso, y folletos sobre el movimiento obrero ruso.
Después de la aparición de nuestro órgano Vpériod y la oficina de los Comités mayoritarios para la convocatoria del tercer Congreso, cesé de expedir a Rusia la nueva Iskra. En aquel momento me habían llegado noticias del Comité Central de Rusia de que la mayor parte de los Comités del partido estaban contra el Comité Central, la Iskra y el Consejo del partido, y por la convocatoria del tercer Congreso. (Yo había recibido, para descifrarla, una carta, dirigida a B. Blebouv-Noskov, que contenía estas noticias. Envié el duplicado de la carta a Noscov y el original a Lenin. Esta carta fué insertada en la publicación Declaración y documentos sobre la ruptura de los organismos centrales con el partido, publicada por Lenin el 23 de diciembre de 1904.
Como la organización del transporte de la literatura estaba en Rusia en manos de los partidarios de la mayoría (en la región de Riga este trabajo estaba controlado por el camarada “Papacha”: Litvinov), mientras que el centro de expedición alemán no vivía en aquella época sino gracias a los subsidios que procuraba el grupo de apoyo berlinés, la suspensión de la expedición de la nueva Iskra estaba perfectamente legitimada desde el punto de vista de un partido; es más, el movimiento revolucionario no sufría perjuicio.
El trabajo se hacía con más energía y rapidez que anteriormente: en el presente expedíamos a Rusia nuestro órgano, que daba respuestas claras y netas a todas las cuestiones que surgían en la vida. Y la vida estaba en plena acción. Estábamos entonces en el período de huelgas que precedió al 9-22 de enero . Tan pronto recibíamos un nuevo número de Vpériod, lo expedíamos a todos los rincones de Rusia por correo, bajo sobre (cortábamos las márgenes del periódico para que pesase menos, se metía en la prensa para que fuese más duro y menos holgado, se imprimía en un papel muy fino), lo intercalábamos en los cuadros, en la encuadernación de los libros que revestíamos a los camaradas que se dirigían a Rusia y, en fin, lo hacíamos pasar a través de la frontera en grandes cantidades.
La literatura revolucionaria llegaba a los Comités del partido, y por ellos a los obreros de las fábricas. Así continuó el trabajo hasta el 9-22 de enero de 1905.
Temprano, en la mañana del 23 de enero (nuevo régimen), en el tranvía, leí en los periódicos alemanes la noticia anunciando el asesinato de los obreros de Petersburgo. Un gran sentimiento de odio y repugnancia contra el régimen zarista me sublevó el corazón. Casi todos los rusos que habitaban en Berlín fueron presa de una agitación y de una emoción indescriptible. Los estudiantes y estudiantas de las escuelas de Berlín organizaron inmediatamente un mitin. Se llevó a la picota a los verdugos zaristas, se acordó la resolución por la cual los oyentes se comprometían a dirigirse a Rusia para luchar contra el absolutismo.
El mismo día (10-23 enero) se reunió nuestro grupo bolchevique. Importaba saber cómo el grupo debía obrar en vista de los acontecimientos del 9 de enero. Se decidió publicar una proclama, dirigida a los rusos que habitaban en Berlín, para explicarles la significación de los fusilamientos de enero, y de reunir fondos para la revolución rusa, pasando por los cafés que frecuentaban los rusos y organizando mítines de pago.
Cosa asombrosa: al contrario de lo que sucediera al día siguiente del pogrom de Kichinev, ni un ruso estaba abatido moralmente. Por el contrario, la moral de los rusos, aun la de aquellos políticos indiferentes, era buena y elevada. Todo el mundo se dió cuenta de que el 9 de enero sería la señal de la lucha victoriosa. Nuestros mítines, a los cuales asistieron muchos alemanes, fueron muy animados.
En pocos días nuestro grupo recaudó importantes sumas. El dinero llegaba de todos lados, aun de los mismos centros alemanes. Los camaradas que andaban por los cafés me contaban que no solamente los rusos, sino los alemanes, los ingleses, los escandinavos, los americanos daban su óbolo de todo corazón. Los fondos recaudados llegaron al punto designado. De Ginebra y de otros sitios afluyeron rusos; los emigrados voluntariamente regresaban a Rusia. A cada uno el centro bolchevique asignaba su tarea. En el espacio de un mes, de sesenta a setenta camaradas pasaron por mis manos. Pué necesario darles a cada uno subsidios para el camino, vestirlos más o menos correctamente y ponerlos en contacto con las organizaciones rusas.
Excuso decir que cada camarada que salía para Rusia llevaba consigo en las “corazas”, hoy maletas de doble fondo, literatura revolucionaria.
Las organizaciones del partido se reanimaron. Reclamaron con más frecuencia, con mucha más insistencia, literatura. Aunque el trabajo aumentó considerablemente, todo iba sobre ruedas.
Durante estas semanas agitadas de enero, Carlos Kautsky convocó en su casa a los representantes de los grupos socialdemócratas de Berlín. Fueron convocados los bolcheviques, los mencheviques, el Bund, los socialdemócratas polacos y lituanos y los letones. Nuestro grupo me designó para representarlo; los mencheviques delegaron a Malvina, y me parece que a Surtouk (Kopp). No me acuerdo quiénes representaban los otros grupos.
Antes de empezar la reunión, Carlos Kautsky me llamó a su despacho y me dijo que el Comité Central del partido socialdemócrata alemán se había dirigido a los bolcheviques y mencheviques proponiéndoles confiar el arreglo de sus divergencias y de sus conflictos a una Comisión arbitral. Por los términos de esta proposición, el tercer árbitro debía ser designado por el Comité Central alemán (este último había designado a Augusto Bebel, entonces presidente del partido socialdemócrata alemán). Kautsky se quejaba de que Lenin hubiese rehusado el arbitraje, por más que las tentativas de rehacer una unión actualmente tan necesaria eran desmedidas y sin resultado. Kautsky echaba fuego contra Lenin a causa de su negativa a comparecer con los mencheviques ante una Comisión arbitral. Le dije a Kautsky que esta cuestión no era sólo de la competencia de Lenin, sino de todo el partido, y que si Lenin hubiese aceptado presentarse ante una Comisión de arbitraje, se hubiera quedado solo; la inmensa mayoría de las organizaciones locales del partido en Rusia estaban en contra de los mencheviques, contra la Iskra, contra el Consejo del partido y, por lo tanto, contra el Comité Central conciliador. Le indiqué que existía hacía tiempo un profundo desacuerdo, no solamente sobre las cuestiones de organización, sino también sobre las de táctica, y que la mayor parte de los Comités rusos eran partidarios de la convocatoria del tercer Congreso del partido, quien sólo podía resolver la cuestión de los dos acuerdos que dividían nuestro partido.
Kautsky terminó diciendo que al rehusar aceptar la mediación del Comité Central alemán, los bolcheviques habíamos perdido mucho, y todo por culpa de Lenin, ya que, si no fuese por su obstinación, el partido socialdemócrata ruso hubiera recuperado su unidad. A mediados de verano, cuando ya había tenido lugar el tercer Congreso de nuestro partido, me encontré en Koenigsberg, en casa de un militante del partido socialdemócrata alemán, el abogado Hase (que fué, después de la muerte de Bebel, uno de los dos presidentes del Comité Central de este partido). Me contó que el Comité Central, al proponer la mediación, había dado por directriz a Bebel la de sostener el punto de vista de los bolcheviques, basándose simplemente en el hecho de que los bolcheviques habían tenido la mayoría en el segundo Congreso del partido. Después de las confidencias de Hase fué cuando yo comprendí la última frase de Kautsky, a saber: que los bolcheviques habíamos perdido mucho rehusando el arbitraje.
Terminada nuestra entrevista, Kautsky abrió la sesión. Anunció que se habían hecho tentativas para restablecer la unidad de los socialdemócratas rusos, pero que desgraciadamente habían fracasado. Ante este resultado, proponía formar la unidad de todos los grupos socialdemócratas rusos de Berlín. Pero ni uno solo de los cinco grupos aceptó esta proposición. Por mi parte, declaré que nos negábamos a formar esta unidad en tanto que el organismo central competente del partido hubiera tomado una decisión respecto a este punto. En cuanto a aceptar una acción común permanente de todos los grupos de la colonia rusa, no podíamos, a causa de las profundas divergencias que teníamos con los mencheviques y los partidarios del Bund. Sin embargo, añadí, yo no puedo oponerme a que los grupos examinen conjuntamente la posibilidad de una acción común de todos los grupos socialdemócratas de Berlín antes de toda manifestación. Bien entendido, la reunión se terminó sin resultado. Antes de levantar la sesión, Kautsky nos informó que el Comité Central había resuelto repartir y remitirnos, como delegados de nuestras organizaciones centrales, las cantidades que la Prensa socialdemócrata había recaudado para la revolución rusa y los fondos que el partido socialdemócrata había decidido adjudicamos para este fin. No me acuerdo del alcance de la suma ni de la manera como fué repartida entre las cinco fracciones del movimiento socialdemócrata ruso (el Bund, los socialdemócratas polacos y lituanos, los letones, los mencheviques y los bolcheviques), pero sí me acuerdo muy bien que nosotros recibimos una parte de estos fondos.
En marzo o abril de 1905 llegaron a Berlín los camaradas Bourd (A. Essen) e Insarova: “Niyzh” (Proskvia Lalaiants), delegados del Comité de organización para la convocatoria del tercer Congreso del partido (este Comité se componía de delegados de la Oficina de los Comités mayoritarios y de delegados del Comité Central del partido). Tenían el encargo de preparar en el extranjero la organización del tercer Congreso del partido. Hacía tiempo que yo había tomado las disposiciones necesarias para asegurar el paso por la frontera de los delegados. El Comité de organización también tenía las direcciones para enviar las cartas y el dinero a Berlín. No quedaba más que encontrar un escondrijo para los delegados que iban a llegar y designar el país y la ciudad donde se celebraría el Congreso.
Cuando los delegados del tercer Congreso empezaron a llegar, se redobló la vigilancia que se ejercía en los alrededores de la casa en que yo vivía. Sólo había algunos camaradas que conociesen mi dirección. Lo que me obligaba a que cada mañana, antes de dirigirme al sitio secreto donde se debían presentar los delegados del Congreso, yo tuviese que hacer toda clase de escamoteas para desembarazarme de los espías. Lo conseguía fácilmente, ya que yo conocía bien Berlín. Por otra parte, eran verdaderos zopencos fáciles de reconocer por su manera de andar torpe y sus ojos inquietos. Algunos días después, ciertos individuos se presentaron en casa de la dueña del piso donde yo tenía mi habitación, y le pidieron informes sobre mí. La Policía prusiana también entró en la partida y fuí constantemente llamado a la comisaría. Se me preguntó cuáles eran mis ocupaciones y mis medios de vida. Para desembarazarme de la Policía tuve que hacer un certificado acreditativo de trabajar en casa de un dentista socialdemócrata, mediante pago.
Una mañana recibí de un miembro del Comité de organización “Papacha” (Litvinof), un neumático, en el cual me daba una cita para el mismo día, a las dos de la tarde, en un restaurante.
Con el fin de desembarazarme más rápida y seguramente de los detectives, fuí a recoger a un camarada y juntos nos dirigimos a la Galería Nacional de pintura. Cuando salimos me fijé en un individuo alto que se ocultaba detrás de un árbol y que nos espiaba atentamente. Mi camarada y yo tomamos la avenida de los Tilos; pero el tipo venía ya en nuestra persecución. En cuanto llegamos al Jardín subimos en el primer tranvía que llegó; pero el tipo subió en marcha sobre la plataforma delantera. Aproveche la ocasión en que pagaba su billete para saltar del tranvía a toda velocidad, y eché a correr todo lo que permitían mis piernas recorriendo las calles menos frecuentadas. Estaba convencido de haberme desembarazado de mi hombre, pero me engañaba; viéndome saltar del tranvía, me había seguido, y sus piernas habían resultado tan ágiles como las mías, y no tardó en alcanzarme o ir a mi lado. El agente era mucho más alto que yo e iba a mi lado como si fuese mi mejor amigo, y no cesaba de mirarme atentamente y de burlarse...; continué marchando aprisa, pero él no me dejaba ni un segundo. Al ver esto resolví entrar en el restaurante. Pero él me siguió. Por último, decidí, aunque estuviese muy lejos, ir a casa de mi dentista. Todo el largo del camino le tuve conmigo. Hube de explotar de rabia. Me acompañó hasta la misma casa del dentista; al llegar conté a éste la astucia del agente y le pedí que me ayudase a salir del apuro, puesto que ese día tenía muchas cosas que hacer. Del patio vecino una puerta de escape, por donde pude salir y dirigirme libremente adonde yo debía ir; pero llegué demasiado tarde a la cita que tenía con “Papacha”. Yo me había paseado con mi agente hasta las cinco de la tarde.
Avanzada la noche, conseguí dar con “Papacha”. Me enteró que a una de mis direcciones habían enviado de Petersburgo una gran cantidad de dinero para organizar el Congreso, y sin mí era imposible recogerla.
Como era del todo necesario preparar el regreso de los delegados a Rusia, y como en vista de la persecución de que yo era objeto era imposible proceder sin ser descubierto, se decidió que yo fuera a Ginebra, y que de allí regresara a Berlín o a otra ciudad alemana. Aun hoy estoy viendo aquel rostro amarillo mirarme y burlarse insolentemente...
Al tercer Congreso del partido, casi todas las organizaciones locales de Rusia enviaron sus delegados. Varios Comités del partido, principalmente los Comités de las ciudades del Sur y el grupo menchevique de Moscú, que existía paralelamente al grupo bolchevique, pasaron a la minoría del segundo Congreso. En el tercer Congreso se reunieron separadamente y legalizaron así la escisión del partido obrero socialdemócrata de Rusia.
Basta echar una ojeada sobre las resoluciones del tercer Congreso del partido y las resoluciones de las Conferencias mencheviques, que fueron tomadas al mismo tiempo sobre las mismas cuestiones, para ver que entre los bolcheviques, es decir, la aplastante mayoría del partido, y los mencheviques, que ya en aquella época eran una ínfima minoría, había grandes desacuerdos de principio sobre cuestiones como el papel del proletariado, de la burguesía liberal y de los campesinos en la revolución democrática, el Gobierno provisional revolucionario, la insurrección armada, etcétera. (Las resoluciones del tercer Congreso y de la Conferencia menchevique de 1905 son analizadas por Lenín en el folleto Dos tácticas socialdemócratas en la revolución democrática.
Antes de terminar el tercer Congreso me dirigí de Ginebra a Leipzig, desde donde pasé los delegados del Congreso a Rusia. Después regresé a Berlín.
Después del Congreso, los bolcheviques partidarios de la reconciliación del partido, afiliados a los grupos de apoyo mencheviques, se unieron con los bolcheviques. En general, nuestros grupos de apoyo bolchevique del partido que funcionaban en el extranjero, estaban en esta época en plena actividad. Muchos de sus adheridos se dirigieron a Rusia para actuar. Yo también me dispuse a hacer mis preparativos de regreso.
Durante mi estancia en Leipzig, Krassin (Nikitítch), que venía de Berlín, se detuvo. El Comité Central le habían confiado la dirección de los asuntos técnicos del partido en Rusia. Varios bolcheviques conciliadores, con Surtouk a la cabeza (Kopp), se presentaron a él y le propusieron, en calidad de grupo autónomo, encargarse de la expedición de nuestra literatura a Rusia mediante ciertas condiciones (antes del Congreso, Krassin formaba parte del Comité Central conciliador; por eso ignoraba completamente en qué estado se encontraba nuestra organización técnica en el extranjero), estipulando principalmente que nosotros debíamos entregar al Centro de expedición autónoma nuestra red de enlace. El acuerdo había sido firmado cuando yo regresé a Berlín. Yo estaba indignado. Krassin, no estando en el extranjero, dirigió una protesta al Comité Central, que anuló el acuerdo.
En previsión de mi próxima salida para Rusia, me dediqué a transmitir las instrucciones que yo seguía en Berlín a Jitomirski y al camarada Guetsouv (en esta época era estudiante: hoy es director de la cuenca minera de Moscú) y a enseñarles la manera de empaquetar la literatura y de confeccionar las “corazas”. Mientras, note que una activa vigilancia se ejercía sobre mí. Decidí no salir de casa antes de haber transmitido todo. Pasaron cinco días antes de que yo estuviese dispuesto para dejar Alemania.
Un día, al abrir la ventana del cuarto en que yo habitaba provisionalmente, vi con gran espanto mío al mismo agente que me había obligado antes del Congreso a dejar Berlín; me pregunté entonces cómo este policía habría podido encontrar mi dirección. Sólo la conocía Jitomirski. No obstante, los organismos del partido en el extranjero, lo mismo que yo, teníamos en él absoluta confianza. La víspera de mi salida para Rusia, Jitomirski llevó a mi casa al camarada M. Liadov, por más que yo estuviese vigilado y que Liadov no tuviese derecho a residir en Prusia, de donde había sido expulsado.
Liadov consiguió escapar sin incidentes después de haber pasado la noche en mi casa. También yo conseguí salir de mi habitación; después, de Berlín y de Alemania Pasé la frontera por Ostrolenko, por donde yo había hecho pasar muchos camaradas. A mediados de julio desembarqué en Odessa, de acuerdo con las instrucciones que me había dado el Comité Central, designado por el tercer Congreso del partido.