Título original: "Lenin als Philosoph. Kritische Betrachtung der philosophischen Grundlagen des Leninismus"
Publicado: en Bibliothek der Rätekorrespondenz, Nº 1. Ausgabe der Gruppe Internationaler kommunisten en Amsterdam, 1938.
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
HTML: Jonas Holmgren
Que haya habido convergencia de las ideas filosóficas de base entre Plejanov y Lenin, y divergencia común en relación con el marxismo, he ahí lo que revela su origen tanto al uno como al otro: las condiciones sociales de Rusia. El nombre o la presentación exterior de una doctrina (o teoría) le viene de su filiación espiritual; nos remite al pensador a quien se cree deber más y del que se está convencido de ser discípulo. En cuanto al contenido real, es diferente. Este está ligado a los orígenes materiales de la doctrina (o teoría) en cuestión, está determinado por las condiciones sociales en el marco de las cuales se ha desarrollado y debe aplicarse. Según el marxismo, las ideas sociales y las grandes tendencias espirituales expresan las aspiraciones de las clases, es decir, las necesidades de la evolución, y se transforman bajo la influencia de las luchas de clases. Por tanto, permanecen incomprensibles en tanto se las separe de la sociedad y de las luchas de clases. Y esto vale para el marxismo mismo.
Marx y Engels participaron activamente en su juventud en las luchas contra el absolutismo por parte de las clases medias alemanas, cuyas diversas tendencias sociales estaban aún indiferenciadas. Su paso progresivo al materialismo histórico fue reflejo, en el plano de la teoría, de la evolución de la clase obrera, que se orientaba hacia la acción independiente contra la burguesía. El antagonismo entre las clases, en la práctica, se expresaba así en el ámbito de la teoría. La lucha de la burguesía contra el predominio de los feudales encontró expresión en una doctrina materialista, de la misma familia que la de Feuerbach, que se apoyaba en las ciencias de la naturaleza para combatir la religión en su calidad de consagración de los viejos poderes. La clase obrera, en su lucha, no puede hacer uso de estas ciencias, instrumentos de la clase enemiga; su arma teórica es la ciencia social, la ciencia de la evolución de la sociedad. Combatir la religión con ayuda de las ciencias de la naturaleza no tiene el menor sentido para ella; más aún, los obreros no ignoran que las raíces de la religión serán extirpadas por el desarrollo del sistema capitalista, y después por su propia lucha de clase. ¿Y qué utilidad tendría para ellos el hecho patente de que el pensamiento es un producto del cerebro? Su problema consiste en comprender cómo la sociedad segrega las ideas. Tal es la sustancia misma del marxismo, a medida que se afirma como una fuerza viva y motriz en el seno de la clase obrera, como la teoría que expresa su capacidad creciente de organización y de saber. Y cuando el capitalismo consiguió, en la segunda mitad del siglo XIX, un poder absoluto tanto en Europa occidental y central como en América, el materialismo burgués desapareció. En lo sucesivo, ya no subsistía más que una concepción de clase materialista: el marxismo.
Las cosas eran muy distintas en Rusia. La lucha contra el régimen zarista se asemejaba mucho a la lucha contra el absolutismo, tal como se había desarrollado en otros tiempos en Europa. También en Rusia la Iglesia y la religión eran los pilares más sólidos del régimen; mantenían las masas campesinas, todavía en el estadio de la producción agrícola primitiva, en el analfabetismo y la superstición más negra. Por esta razón, la lucha contra la religión era allí, socialmente hablando, de primera necesidad. Dado que en Rusia no había una burguesía suficientemente fuerte para lanzarse a la lucha en calidad de futura clase dominante, esta misión recayó en la intelectualidad; durante décadas, sus miembros se esforzaron con ardor y tenacidad en ilustrar a las masas y levantarlas, al actuar así, contra el régimen. Y en esta lucha no podían contar de ningún modo con la burguesía occidental, que se había hecho reaccionaria y anti-materialista. Por tanto, se vieron obligados a recurrir a los obreros socialistas, únicos en dar pruebas de simpatía hacia ellos, y, para esto, recoger su teoría proclamada: el marxismo. De este modo, intelectuales como Piotr Struve y Tugan-Baranovski, que se proclamaban portavoces de una burguesía aún embrionaria, gustaban llamarse marxistas. Estos personajes no tenían nada en común con el marxismo proletario de Occidente; todo lo que retenían de Marx era la teoría de la evolución, según la cual, la próxima etapa del desarrollo sería el capitalismo. En Rusia no surgió una verdadera fuerza revolucionaria más que a partir del momento en que los obreros entraron en liza, en primer lugar por medio de la huelga exclusivamente, y después uniendo a ésta reivindicaciones políticas. A partir de entonces los intelectuales se dieron cuenta de que había una clase revolucionaria y se unieron a ella, con vistas a convertirse en sus portavoces en el seno de un partido socialista.
Así pues, la lucha de clase proletaria en Rusia iba duplicada por una lucha contra el absolutismo zarista, llevada bajo la bandera del socialismo. Esa es la razón por la que el marxismo, convertido en la teoría de los que participaban en el conflicto social, tomó un carácter muy distinto que en Europa occidental. Ciertamente, la teoría de la clase obrera seguía estando allí; pero esta clase debía emprender primero y ante todo una lucha que, en Europa occidental, había sido función y obra de la burguesía aliada a los intelectuales. Para adaptar de esta suerte la teoría a esta misión, los intelectuales rusos debieron ponerse a buscar una forma de marxismo en que la crítica de la religión viniese a primer plano. La descubrieron en los textos que Marx había redactado en la época en que, en Alemania, burgueses y obreros no combatían aún separadamente el absolutismo.
Esta tendencia se manifiesta especialmente en Plejanov, el "padre del marxismo ruso". Mientras que los teóricos de Europa occidental se ocupaban de problemas políticos, él vino a interesarse por las primeras formas del materialismo. En su libro Contribución a la historia del materialismo, estudia a los materialistas franceses del siglo XVIII, Helvétius, Holbach y Lamettrie, y los compara a Marx con el fin de mostrar que en sus obras se encontraban ya numerosas ideas válidas e importantes. Así comprendemos mejor por qué en Las cuestiones fundamentales del marxismo subraya la concordancia entre Marx y Feuerbach y por qué da tanta importancia a las concepciones del materialismo burgués.
Sin embargo, Plejanov fue influenciado fuertemente por el movimiento obrero occidental y, sobre todo, por el movimiento obrero alemán. Se veía en él una especie de profeta de la lucha de clase obrera en Rusia, que él predecía en teoría gracias al marxismo, en una época en que apenas había rastro de ella en la práctica. [Se le consideraba como una de las raras personas que se interesaban por los problemas filosóficos;] jugó un papel internacional y tomó parte activa en las discusiones sobre el marxismo y el reformismo. Los socialistas occidentales estudiaron sus escritos sin percatarse en aquella época de las divergencias que se ocultaban en ellos. Plejanov ha sufrido menos que Lenin la influencia exclusiva de las condiciones rusas.
Lenin era el jefe del movimiento revolucionario ruso en el plano práctico. Por esto, las condiciones prácticas y los fines políticos de este movimiento aparecían más claramente en sus ideas teóricas. Las condiciones de la lucha contra el zarismo han determinado sus concepciones fundamentales, que expone en Materialismo y empiriocriticismo. En efecto, las concepciones teóricas y, sobre todo, filosóficas no son determinadas por estudios abstractos o lecturas ocasionales en la literatura filosófica sino por los grandes problemas vitales que, planteados por las necesidades de la actividad práctica, condicionan la voluntad y el pensamiento humano. Para Lenin y el partido bolchevique la tarea vital era el aplastamiento del zarismo y la desaparición del sistema social bárbaro y atrasado de Rusia. La Iglesia y la religión eran los fundamentos teóricos del sistema; la ideología y la glorificación del absolutismo eran la expresión y el símbolo de la esclavitud de las masas. Por tanto, había que combatirlas sin tregua: la lucha contra la religión estaba en el centro del pensamiento teórico de Lenin, toda concesión al "fideísmo", por mínima que fuese, era un ataque directo a la vida misma del movimiento. Combate contra el absolutismo, la gran propiedad de la tierra y el clero, esta lucha era semejante a la llevada en otros tiempos por la burguesía y los intelectuales de Europa occidental; y no es sorprendente que las concepciones fundamentales de Lenin sean análogas a las ideas propagadas por el materialismo burgués y que él haya tenido simpatías declaradas por sus portavoces. Pero en Rusia era la clase obrera la que debía llevar la lucha. Por consiguiente, el órgano de esta lucha tenía que ser un partido socialista que hiciese del marxismo su credo político y tomase de él lo que exigía la revolución rusa: la teoría de la evolución social, del paso del feudalismo al socialismo pasando por el capitalismo, y la de la guerra de las clases en calidad de fuerza motriz. He ahí por qué Lenin dio a su materialismo el nombre y la presentación exterior del marxismo y los identificó de buena fe.
Esta identificación estaba favorecida también por otro factor. En Rusia, el capitalismo no se había desarrollado de modo gradual a partir de pequeñas empresas en manos de las clases medias, como en Europa occidental. Allí, la gran industria había sido importada por cuenta del capital extranjero. Además de esta explotación directa, el capital financiero de los países de Occidente abrumaba, a través de sus préstamos al régimen zarista, al campesinado ruso, condenado a pagar gravosos impuestos para satisfacer sus intereses. El capitalismo intervenía en este caso bajo su forma de capital colonial, utilizando al Zar y sus altos funcionarios como sus agentes. En los países sometidos a una explotación de tipo colonial, todas las clases tienen un interés común en liberarse del yugo impuesto por el capital usurario extranjero para echar las bases de un libre desarrollo económico que generalmente desemboca en la formación de un capitalismo nacional. Esta lucha apunta al capital mundial; por tanto, con frecuencia es llevada en nombre del socialismo, y los obreros de los países occidentales, al tener el mismo enemigo, son sus aliados naturales. En China, por ejemplo, Sun Yat-sen era socialista; sin embargo, dado que la burguesía china, de la que se proclamaba portavoz, era una clase numerosa y potente, su socialismo era "nacional" y combatía los "errores" marxistas.
Por el contrario, Lenin debía apoyarse en la clase obrera, y como necesitaba proseguir un combate implacable y radical, adoptó la ideología más extremista, la del proletariado occidental que combatía al capitalismo mundial: el marxismo. No obstante, dado que la revolución rusa presentaba un carácter doble - revolución burguesa en cuanto a sus objetivos inmediatos, revolución proletaria en cuanto a las fuerzas activas - la teoría bolchevique debía ser adaptada a estos dos fines, beber, por consiguiente, sus principios filosóficos en el materialismo burgués, y su teoría de la lucha de clases en el evolucionismo proletario. Esta mezcolanza recibió el nombre de marxismo. Pero está claro que el marxismo de Lenin, determinado por la situación particular de Rusia frente al capitalismo, difería de manera fundamental del marxismo de Europa occidental, concepción planetaria propia de una clase obrera que se encuentra ante la tarea inmensa de convertir en sociedad comunista un capitalismo muy altamente desarrollado, el mundo mismo en que vive, donde actúa.
Los obreros y los intelectuales rusos no se podían fijar esa meta; primero tenían que abrir el camino al libre desarrollo de una sociedad industrial moderna[1]. Para los marxistas rusos, la esencia del marxismo no se encontraba en la tesis de Marx según la cual es la realidad social la que determina la conciencia, sino, por el contrario, en esta frase del joven Marx, grabada en grandes caracteres en la Casa del Pueblo de Moscú: la religión es el opio del pueblo.
A veces sucede que una obra teórica permite entrever, no el entorno inmediato y las aspiraciones del autor, sino influencias más amplias e indirectas, así como objetivos más generales. Sin embargo, en el libro de Lenin nada de esto se trasluce. Es neta y exclusivamente a imagen de la revolución rusa, a la cual tiende con todas sus fuerzas. Esta obra está conforme con el materialismo burgués hasta tal punto que si hubiese sido conocida e interpretada correctamente en aquella época en Europa occidental - pero aquí sólo llegaban vagos rumores sobre las disensiones internas del socialismo ruso - se habría estado en condiciones de prever que la revolución rusa debía desembocar, de una manera u otra, en un tipo de capitalismo basado en una lucha obrera.
Según una opinión muy extendida, el partido bolchevique era marxista, y es sólo por razones prácticas por lo que Lenin, ese gran sabio y líder marxista, dio a la revolución rusa una orientación que apenas correspondía a lo que los obreros de Occidente llamaban comunismo, probando de esta suerte su realismo, su lucidez de marxista. Frente a la política de Rusia y del Partido comunista, una corriente crítica se esfuerza mucho en oponer al despotismo propio del Estado ruso actual - llamado estalinismo - los "verdaderos" principios marxistas de Lenin y del viejo bolchevismo[1*]. Pero se equivoca. [No sólo porque Lenin fue el primero en aplicar esta política,] sino también porque su pretendido marxismo era simplemente una leyenda. En efecto, Lenin ha ignorado siempre lo que es el marxismo real. Nada más comprensible. Él no conocía del capitalismo más que su forma colonial: no concebía la revolución social más que como la liquidación de la gran propiedad de la tierra y del despotismo zarista. No se puede reprochar al bolchevismo ruso haber abandonado el marxismo, por la sencilla razón de que jamás ha sido marxista. Cada página de la obra filosófica de Lenin está ahí para probarlo. Y el marxismo mismo, cuando dice que las ideas teóricas están determinadas por las necesidades y las relaciones sociales, explica a la vez por qué no podía ser de otra manera. Pero también el marxismo pone en claro las razones por las que forzosamente debía aparecer esta leyenda: [una revolución burguesa exige el apoyo de la clase obrera y del campesinado;] por tanto, necesita crear ilusiones, presentarse como una revolución de tipo diferente, más amplia, más universal. En este caso, era la ilusión consistente en ver en la revolución rusa la primera etapa de la revolución mundial, llamada a liberar del capitalismo al proletariado en su conjunto; su expresión teórica fue la leyenda del marxismo.
Ciertamente, Lenin fue un discípulo de Marx, al que debía un principio esencial desde el punto de vista de la revolución rusa: la lucha de clase proletaria absolutamente intransigente. Precisamente por razones análogas, los socialdemócratas también eran discípulos de Marx. E incontestablemente, la lucha de los obreros rusos, por medio de acciones de masas y de soviets, ha constituido en la práctica el más importante ejemplo de guerra proletaria moderna. Sin embargo, el hecho de que Lenin no ha comprendido el marxismo bajo su aspecto de teoría de la revolución proletaria, que no ha comprendido el capitalismo, la burguesía y el proletariado llegados a su más alto grado de desarrollo contemporáneo, ese hecho apareció con toda la nitidez deseable desde el momento en que se decretó que la revolución mundial debía ser desencadenada desde Rusia, por medio de la III Internacional, sin tener en cuenta las advertencias y puestas en guardia de los marxistas occidentales. La serie ininterrumpida de errores graves, de fracasos y de derrotas, de los cuales es consecuencia la debilidad actual del movimiento obrero, ha hecho resaltar las inevitables carencias del liderazgo ruso.
Volviendo a la época en que Lenin escribió su libro, debemos preguntarnos ahora qué podía significar esta controversia en torno al "machismo". El movimiento revolucionario ruso englobaba capas de intelectuales mucho más importantes que el movimiento socialista occidental: algunos de ellos fueron influenciados por las corrientes de ideas burguesas y anti-materialistas. Era natural que Lenin combatiese violentamente tales tendencias dentro del movimiento revolucionario. Él no las consideraba como lo habría hecho un marxista, que habría visto en ellas un fenómeno social, las habría explicado por su origen social, haciéndolas así totalmente inofensivas: en ninguna parte de su libro se encuentra el menor intento de tal comprensión. Para Lenin, el materialismo era la verdad establecida por Feuerbach, Marx y Engels, y los materialistas burgueses. Posteriormente, la estupidez, el conservadurismo, los intereses financieros de la burguesía y el poder espiritual de la teología habían traído una fuerte reacción en Europa. Ahora bien, esta reacción amenazaba también al bolchevismo y había que oponerse a ella con el máximo rigor.
Cae de su peso que Lenin tenía perfectamente razón para reaccionar. A decir verdad, la cuestión no era saber si Marx o Mach detentaba la verdad, o si de las ideas de Mach se podía sacar algo que pudiese ser útil al marxismo; se trataba de saber si sería el materialismo burgués o el idealismo burgués, o una mezcla de ambos, el que suministraría la base teórica de la lucha contra el zarismo. Está claro que la ideología de una burguesía satisfecha de sí misma y ya en declive no puede en ningún caso estar de acuerdo con un movimiento en desarrollo, no puede satisfacer ni siquiera a una burguesía en ascenso. Tal ideología habría conducido a un debilitamiento, precisamente allí donde había que dar prueba de la mayor energía. Sólo la intransigencia del materialismo podía hacer al Partido fuerte y darle el vigor necesario para una revolución. La tendencia "machista", que se podría comparar con el revisionismo en Alemania, iba a romper el radicalismo de la lucha y la sólida unidad del partido, tanto en la teoría como en la práctica. Y es este peligro el que Lenin ha visto muy claramente. "Cuando lo leí (el libro de Bogdanov) monté en cólera y rabia", escribía a Gorki en febrero de 1908. Y efectivamente, este furor estalla a todo lo largo de su libro en la vehemencia de sus ataques contra sus adversarios: parece que Lenin lo ha escrito sin que le haya abandonado la cólera. No es una discusión fundamental destinada a esclarecer ciertas ideas, como por ejemplo, el libro de Engels contra Dühring; es el panfleto incendiario de un jefe de partido que debe preservar por todos los medios a su partido de los peligros que lo amenazan. Así no se podía esperar que intentase realmente comprender las doctrinas que ataca. Con sus propias concepciones no-marxistas, no podía dejar de interpretarlas de través y presentarlas de modo inexacto, incluso deformarlas completamente. Lo único que valía era reducirlas a la nada, destruir su prestigio científico, y presentar a los "machistas" rusos como loros ignorantes que repiten las palabras de cretinos reaccionarios.
Y lo consiguió. Sus ideas fundamentales eran las del partido bolchevique en su conjunto, determinadas por sus tareas históricas. Una vez más, Lenin había visto exactamente las necesidades prácticas del momento. El machismo fue condenado y barrido del partido. Y el partido unido pudo reemprender su marcha a la vanguardia de la clase obrera hacia la revolución.
Las palabras de Deborin citadas al comienzo de esta obra[2] sólo son exactas parcialmente. No se puede hablar de victoria del marxismo allí donde sólo se trata de una pretendida refutación del idealismo burgués por las ideas del materialismo burgués. Pero, sin ninguna duda, el libro de Lenin dejó una huella decisiva en la historia del Partido y determinó en gran medida el desarrollo ulterior de las ideas filosóficas en Rusia. Después de la revolución, en el nuevo sistema de capitalismo de Estado, el "Leninismo" (combinación de materialismo burgués y de doctrina marxista del desarrollo social, adornado todo con una terminología dialéctica) fue proclamado filosofía oficial del Estado. Esta doctrina convenía perfectamente a los intelectuales rusos, ahora que las ciencias de la naturaleza y la técnica formaban la base de un sistema de producción que se desarrollaba rápidamente bajo su dirección y que veían perfilarse un futuro en el que ellos serían la clase dirigente de un inmenso imperio en el que no encontrarían más oposición que la de los campesinos todavía engañados con supersticiones religiosas.
[1] Los historiadores bolcheviques, que no conocían el capitalismo más que bajo su forma de capitalismo colonial, fueron muy hábiles en descubrir el papel del capital colonial en el mundo, del cual hicieron excelentes estudios. Pero al mismo tiempo no vieron la diferencia entre esta forma de capital y el capitalismo nacional o el capitalismo de estado. Así Prokovski, en su "Historia de Rusia", presenta el año 1917 como el final de varios siglos de desarrollo capitalista en Rusia. (Nota de A. P.)
[2] Ver supra, p. 259.
[1*] Se refiere a lo que más tarde se denominó troskismo (nota del digitalizador a web)