Título original: "Lenin als Philosoph. Kritische Betrachtung der philosophischen Grundlagen des Leninismus"
Publicado: en Bibliothek der Rätekorrespondenz, Nº 1. Ausgabe der Gruppe Internationaler kommunisten en Amsterdam, 1938.
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
HTML: Jonas Holmgren
Es imposible comprender bien la evolución de las ideas de Marx y de lo que hoy se ha convenido en llamar marxismo si se las considera independientemente de sus relaciones con las condiciones sociales y políticas de la época en que nacieron: la época en que arrancó el capitalismo en Alemania. Esta aparición debía hacer surgir una oposición cada vez mayor al sistema político y al absolutismo aristocrático. La burguesía ascendente necesitaba libertades comerciales e industriales, una legislación y un gobierno favorables a sus intereses, libertad de prensa y reunión, para hacer valer sus derechos. Se sentía en desventaja y oprimida por un régimen hostil, por la omnipotencia de la policía y por una censura que ahogaba toda crítica contra el gobierno reaccionario. La lucha, que desembocó en la Revolución de 1848, debió llevarse primero en el ámbito teórico, por el desarrollo de ideas nuevas y por una crítica de las concepciones dominantes. Esta crítica, que encontró sus portavoces más notables entre los jóvenes intelectuales burgueses, iba dirigida en primer lugar contra la religión y contra la filosofía hegeliana.
La filosofía hegeliana, según la cual la Idea Absoluta crea el mundo por su desarrollo propio, se aliena en él, y se ve, en el curso de este desarrollo, transformada de nuevo en conciencia propia del hombre, no era más que el disfraz filosófico del cristianismo bajo una forma adaptada lo mejor posible al régimen político posterior a 1815[1*], la Restauración. La religión tradicional ha servido siempre de justificación y de fundamento teórico a la perpetuación de las antiguas relaciones de clases. Mientras no fuese posible un combate político contra la oligarquía feudal de manera abierta, la lucha debía ser llevada a cabo bajo una forma encubierta, la de un ataque contra la religión. En 1840, eso fue obra de un grupo de jóvenes intelectuales, los Jóvenes Hegelianos, en cuyo seno Marx se formó y en donde pronto ocupó el primer lugar.
Mientras proseguía sus estudios, Marx fue seducido, sin duda a regañadientes, por la potencia del método hegeliano, la dialéctica, y lo hizo suyo. El que haya tomado como materia de tesis doctoral la comparación entre los dos grandes filósofos materialistas de la Grecia antigua, Demócrito y Epicuro, parece indicar, sin embargo, que no dejaba de inclinarse por el materialismo. Más tarde, la burguesía opositora de Renania recurrió a él para dirigir, en Colonia, un nuevo periódico. Tuvo que sumergirse en todas las tareas prácticas de la lucha política y social y la llevó con tanta energía que al cabo de un año el periódico fue prohibido. Fue también en esta época cuando Feuerbach dio el paso decisivo que lo llevó al materialismo. Descartando pura y simplemente el sistema fantástico de Hegel, Feuerbach volvió a la experiencia totalmente simple de la vida cotidiana y demostró que la religión era un producto creado por el hombre. Cuarenta años después, Engels hablaba todavía del sentimiento de liberación que causó la obra de Feuerbach y del entusiasmo que hizo brotar en Marx, a pesar de ciertas reservas. A los ojos de Marx, esta obra demostraba que en lugar de continuar echándole la culpa a las imágenes del cielo, había que atacar las realidades de la tierra. Por eso escribió en 1843 en la Crítica de la filosofía hegeliana del derecho:
"Para Alemania, la crítica de la religión ha terminado en lo esencial, y la crítica de la religión es la condición de toda crítica... La lucha contra la religión es así indirectamente la lucha contra el mundo, del que la religión es el aroma espiritual... La religión es el suspiro de la criatura abrumada, el corazón de un mundo sin corazón, de la misma manera que es el espíritu de los tiempos privados de espíritu. Es el opio del pueblo.
La supresión de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es una exigencia de su felicidad real. La exigencia a renunciar a una condición que necesita ilusiones. La crítica de la religión es así virtualmente la crítica del valle de lágrimas, del cual la religión es la aureola.
La crítica ha arrancado las flores imaginarias que adornan nuestras cadenas, no para que el hombre lleve la cadena prosaicamente, sin consuelo, sino para que rechace la cadena y coja la flor viva... La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho, la crítica de la teología en crítica de la política."[1]
Marx se proponía, pues, analizar la realidad social. En colaboración con Engels, durante su estancia en París y en Bruselas, emprendió el estudio de la Revolución francesa y del socialismo francés, así como el de la economía inglesa y el del movimiento obrero en Inglaterra. Los dos hombres echaron así las bases de la doctrina que hoy llamamos materialismo histórico, teoría del desarrollo social a través de la lucha de clases que Marx expuso más tarde, primero en francés en 1846 en su obra contra Proudhon, Miseria de la Filosofía, y después en colaboración con Engels en el Manifiesto Comunista (1847) y en un texto citado a menudo, el prefacio a la Crítica de la Economía Política (1859).
Marx y Engels mismos calificarán siempre su sistema de materialismo por oposición al "idealismo" de Hegel y de los Jóvenes Hegelianos. ¿Qué entendían por eso? Engels ha tratado más tarde problemas filosóficos fundamentales del materialismo histórico en el Anti-Dühring y en su folleto sobre Feuerbach. En este último escribe:
"La cuestión fundamental de toda filosofía y, especialmente, de toda filosofía moderna, es la de la relación entre el ser y el pensamiento... Los que afirmaban el carácter primordial del espíritu en relación con la naturaleza y admitían, por consiguiente, una creación cualquiera del mundo... constituían el campo del idealismo. Los que consideraban la naturaleza como el elemento primordial pertenecen a las diferentes escuelas materialistas."[2]
Marx y Engels tenían por una verdad que cae de su peso, no sólo que el espíritu humano está ligado al órgano material que es el cerebro, sino que el hombre todo, con su cerebro y su espíritu, está ligado al resto del reino animal y a toda la naturaleza inorgánica. Esta concepción es común a las "diferentes escuelas materialistas". El carácter particular del materialismo marxiano aparece en los diferentes folletos polémicos que tratan de las cuestiones prácticas en el dominio de la política y en el dominio social: para Marx, el materialismo, en tanto que corriente de pensamiento, es un método. [Debía servir para explicar todos los fenómenos apoyándose en el mundo material y las realidades existentes] En sus obras, Marx no trata de filosofía, no presenta el materialismo como un sistema filosófico: se sirve de él como de un método de investigación y demuestra así su validez. En el artículo citado más arriba, por ejemplo, pulveriza la filosofía del Derecho de Hegel no con disertaciones filosóficas, sino por una crítica fulminante de las condiciones políticas reales de Alemania.
El método materialista consiste en sustituir las argucias y las disputas relativas a nociones abstractas por el estudio del mundo real[3]. Mostremos por dónde va la cosa con algunos ejemplos. El teólogo asocia al refrán "el hombre propone y Dios dispone" una reflexión sobre la omnipotencia de Dios. El materialista intenta saber por qué los resultados son tan poco conformes con lo que se esperaba; encuentra la razón de ello en las consecuencias sociales del intercambio de mercancías y de la competencia. El hombre político discute las ventajas de la libertad y del socialismo; el materialista se pregunta cuáles son las personas, las clases, que formulan tales reivindicaciones, cuál es su contenido específico, a qué necesidad social corresponden. El filósofo, por medio de especulaciones abstractas sobre la naturaleza del tiempo, intenta determinar si existe o no un tiempo absoluto; el materialista compara relojes para ver si se puede establecer, por un método irrefutable, que dos acontecimientos se desarrollan simultánea o sucesivamente.
Feuerbach había utilizado antes que Marx este método materialista, mostrando que los conceptos y las ideas dimanan de las condiciones materiales: el hombre vivo es la fuente de todo pensamiento y concepto religioso. Su doctrina puede ser resumida de manera tosca en el juego de palabras popular: Der Mensch ist was er isst[4]. Pero para demostrar su validez, Feuerbach debía probar que su método permitía dar cuenta claramente del fenómeno religioso. En efecto, si no se consigue elucidar la naturaleza del vínculo causal, el materialismo se hace insostenible y se corre un gran riesgo de recaer en el idealismo. Marx resaltó que el principio del retorno al hombre vivo no podía explicarlo todo por sí solo. En 1845, en las Tesis sobre Feuerbach[5], precisaba en estos términos lo que distingue el método materialista de Feuerbach del suyo:
"Feuerbach disuelve el ser religioso en el ser humano (das menschliche Wesen). Pero el ser humano no es una abstracción inherente a cada uno de los individuos tomado aisladamente. En su realidad, el ser humano es el conjunto de las relaciones sociales." (Tesis 6.)
Su trabajo consiste en disolver el mundo religioso reduciéndolo a sus fundamentos temporales. Pero el hecho de que los fundamentos temporales se desprendan de sí mismos y se fijen en las nubes como un reino independiente, no puede explicarse más que por las discordancias y contradicciones internas (Selbstzerrissenheit und Sichselbstwidersprechen) de esta base temporal. Por tanto, hay que comprender a la vez ésta en sus contradicciones y revolucionarla prácticamente."(Tesis 4).
En una palabra, el hombre no puede ser comprendido más que como ser social. Hay que remontarse del individuo a la sociedad y es entonces cuando serán superadas las contradicciones de esta sociedad de la que proviene la religión. El mundo real, el mundo sensible y material, ése en el que hay que buscar el origen de toda ideología y de toda conciencia, es la sociedad humana en su desarrollo. Por supuesto, detrás de la sociedad está la naturaleza sobre la que reposa y de la cual no es más que una parte transformada por el hombre.
Estas tesis debían ser desarrolladas en La ideología alemana, escrita en los años 1845-1846 y que permanecieron en estado de manuscrito hasta que en 1925 Riazanov, todavía director del Instituto Marx-Engels de Moscú, publica su parte consagrada a Feuerbach (el conjunto de esta obra no fue publicado hasta 1932). Evidentemente, se trata de un texto escrito a vuelapluma pero que no por eso deja de hacer una exposición brillante de todas las ideas esenciales de Marx sobre la evolución de la sociedad. Estas ideas son recogidas en una forma más condensada, en términos prácticos, en un folleto de propaganda proletaria, el Manifiesto Comunista, y en términos teóricos en el prefacio de la Crítica de la Economía Política.
En La ideología alemana Marx combate en primer lugar la concepción dominante que pretende que la conciencia es el único principio creador, y la opinión según la cual las ideas, al engendrarse las unas a las otras, determinan la historia del mundo. Marx trata estas concepciones con desprecio como
"fantasmagorías en el cerebro del hombre (...) sublimaciones resultantes necesariamente del proceso de su vida material, que se puede constatar empíricamente y que reposa sobre bases materiales."[6]
Era importante poner el acento vigorosamente en el hecho de que el mundo real, el mundo material dado por la experiencia, era el origen de toda ideología. Pero había que criticar con igual vigor las teorías materialistas que encontraron su desarrollo en Feuerbach. Volver al hombre biológico y a sus necesidades esenciales abre ciertamente la posibilidad de cuestionar la ideología; sin embargo, el problema queda intacto mientras se persista en concebir al individuo como un ser abstracto, aislado. Sin duda, se puede establecer de esta manera el carácter fantasmagórico de las ideas religiosas, pero sin poder explicar por qué y cómo toman la forma de contenido del pensamiento. La única manera de dar cuenta de la vida espiritual de los hombres es partir de la sociedad y de su desarrollo histórico, esa realidad suprema a la que se encuentra sometida la existencia humana. Feuerbach, al querer elucidar la religión por medio del hombre "real", iba a buscar a éste en el individuo, en la generalidad humana del individuo. Ahora bien, esto no permite de ningún modo comprender el mundo de las ideas. He ahí la razón por la cual no podía sino recaer en la ideología del amor universal.
"En la medida en que es materialista, Feuerbach no hace intervenir jamás la historia, y en la medida en que hace entrar la historia en cuenta, no es materialista."[7]
Allí donde Feuerbach fracasó, el materialismo histórico ha triunfado. Éste proporciona una explicación de las ideas humanas por el mundo material real. En la frase siguiente se encuentra un resumen de esta brillante interpretación del desarrollo histórico de la sociedad:
"Los hombres, al desarrollar su producción material y sus relaciones materiales, transforman, con esta realidad que les es propia, su pensamiento y los productos de su pensamiento."[8]
Así pues, el materialismo, [en tanto que relación entre la realidad y el pensamiento] se demuestra fundado en la práctica. Es por la experiencia como conocemos la realidad. Ésta se nos revela como mundo exterior por medio de los sentidos. Esto proporciona a la filosofía, en tanto que teoría del conocimiento, un principio fundamental: el mundo material que se puede captar empíricamente es la realidad que determina el pensamiento.
El problema fundamental de toda teoría del conocimiento [o epistemología] ha sido siempre éste: ¿qué parte de verdad corresponde al pensamiento? El término "crítica del conocimiento" (Erkenntniskritik), tan corriente entre los filósofos profesionales para designar esta teoría, prueba ya su escepticismo a este respecto. Es a este problema al que se refieren las tesis dos y cinco sobre Feuerbach que una vez más insisten sobre el papel determinante jugado por la actividad práctica del hombre, hecho esencial de su vida:
"La cuestión de saber si el pensamiento humano puede acceder a una verdad objetiva no es una cuestión del dominio de la teoría: es una cuestión de la práctica. Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y la potencia, la terrenalidad de su pensamiento." (Tesis 2)
"Feuerbach, no satisfecho con el pensamiento abstracto, recurre a la intuición sensorial (Anschauung), pero no concibe la realidad sensorial (die Sinnlichkeit) como actividad práctica, como actividad de los sentidos humanos (praktische, menschlich-sinnliche Tätigkeit))." Tesis 5.)
Pero, ¿por qué práctica? Porque, ante todo, el hombre debe vivir. Su estructura anatómica, sus aptitudes, toda su actividad están adaptadas para este fin. Utilizando sus facultades, debe insertarse y mantenerse en el ambiente que lo rodea, es decir, ante todo en la naturaleza y, después, en calidad de individuo, en la sociedad. Forman parte asimismo de estas facultades la actividad del cerebro, el órgano del pensamiento, y la facultad misma de pensar. Pensar es una facultad del cuerpo. En cada instante de su vida el hombre se sirve del razonamiento y de su facultad de pensar para sacar conclusiones de sus experiencias, deducir de ellas previsiones, basar en ellas sus esperanzas y regular su conducta y su actividad. La justeza de sus conclusiones, y la rectitud de su pensamiento están demostradas por el hecho mismo de que el hombre existe, pues ellas son una condición sine qua non de su supervivencia. Pensar es adaptarse de manera eficaz a la vida, y es por ese camino por donde el pensamiento humano llega a ser verdad, no de una manera absoluta, sino en un sentido general. Partiendo de la experiencia, el hombre formula generalizaciones, reglas, leyes de la naturaleza en las que descansan sus previsiones ulteriores. En general, estas previsiones son justas, puesto que el hombre subsiste. Pero a veces pueden ser falsas y acarrear el fracaso, la ruina y la muerte. La vida es un proceso continuo de aprendizaje, de adaptación, de desarrollo. La práctica de la vida somete la justeza del razonamiento a una prueba tan permanente como implacable.
Examinemos en primer lugar el caso de las ciencias de la naturaleza. Es en la práctica de estas ciencias donde el razonamiento encuentra su forma más pura, más abstracta. Por esto los filósofos de la naturaleza toman este tipo de pensamiento como único objeto de su estudio, sin darse cuenta cuán parecido es al modo de pensar de cada hombre en su actividad cotidiana. El razonamiento utilizado en la investigación científica no es más que una rama especial muy elaborada del proceso general del trabajo social. Este proceso de trabajo exige un conocimiento exacto de los fenómenos de la naturaleza y su caracterización bajo forma de "leyes de la naturaleza", que pueden ser utilizadas en el dominio técnico con un éxito seguro. La elaboración de estas leyes, deducidas de experiencias concebidas especialmente a este efecto, ése es el papel de los especialistas científicos. En el estudio de la naturaleza todo el mundo está de acuerdo en que el criterio de la verdad es la práctica, la experiencia. Las regularidades que en ella se encuentran, expresadas bajo forma de "leyes de la naturaleza", pueden ser utilizadas generalmente con confianza como guía en las actividades prácticas del hombre, aun cuando frecuentemente no son totalmente correctas, frustran las esperanzas y deben ser mejoradas constantemente y ampliadas por efecto de los progresos de la ciencia. Si a veces nos hemos complacido en ver en el hombre al "legislador de la naturaleza", hay que añadir en seguida que con frecuencia la naturaleza se preocupa poco de estas leyes y le grita sin cesar: haz otras mejores.
Sin embargo, la práctica de la vida comporta mucho más que una simple exploración científica de la naturaleza. La relación del investigador científico con el mundo exterior sigue siendo siempre, a pesar de la experimentación, la de la observación sensorial: el mundo es para él una cosa exterior a observar. Pero en la realidad, el hombre afronta la naturaleza a través de su actividad práctica, actúa sobre ella y se la apropia. El hombre no se opone a la naturaleza como a un mundo exterior al que sería extraño. Con sus manos, por su trabajo, transforma el mundo en tal medida que apenas se reconoce la materia primitiva y, en este proceso, se transforma a sí mismo. Así crea ese mundo nuevo que es el suyo: la sociedad humana dentro de una naturaleza metamorfoseada en aparato técnico. El hombre es el creador de este mundo. A partir de ahí, para qué preguntarse si el pensamiento alcanza la verdad. El objeto de su pensamiento es lo que él mismo produce por medio de sus actividades corporales y cerebrales y que domina gracias a su cerebro.
No es, pues, una cuestión de verdades parciales. [Engels, en su folleto sobre Feuerbach[9], cita la síntesis de la alizarina (colorante natural de la granza) como criterio de la verdad del pensamiento humano. En efecto, esta síntesis no prueba más que la validez de las fórmulas químicas empleadas: no puede probar la validez del materialismo frente a la "cosa en sí" de Kant. Este concepto, como se puede ver en el prefacio de la Crítica de la razón pura, provenía directamente de la incapacidad de la filosofía burguesa para explicar el origen terrestre de la ley moral. No es la industria química la que ha refutado la "cosa en sí", sino el materialismo histórico al explicar la ley moral por la sociedad. Es el materialismo histórico el que ha puesto a Engels en condiciones de discernir los sofismas de la filosofía de Kant, de demostrar su falsedad, y no las razones que da él mismo en su folleto.][10] [Así, una vez más, no se trata de verdades parciales en un dominio específico del conocimiento, que los resultados prácticos confirman o invalidan.] Se trata de un problema filosófico: ¿puede el pensamiento humano alcanzar la verdad profunda del mundo? Se comprende fácilmente que el filósofo, confinado en el silencio de su habitación, asediado por concepciones filosóficas abstractas, derivadas a su vez de nociones científicas abstractas, que han sido formuladas por una ciencia que permanece fuera de la vida práctica, pueda ser asaltado por la duda dentro de semejante mundo de fantasmas. Pero para el hombre que sigue estando en la vida práctica, esta cuestión no puede tener ningún sentido. La verdad del pensamiento, dice Marx, no es otra cosa que el poder y el dominio sobre el mundo real.
Por supuesto, esta proposición implica su contraria: el pensamiento no puede llegar a la verdad si la mente humana no consigue dominar el mundo. Marx ha mostrado en El Capital que el hombre deja que su espíritu se abandone a la creencia mística en seres sobrenaturales y comienza a dudar de la posibilidad de alcanzar la verdad, desde el momento en que el producto de sus manos se convierte en una fuerza autónoma, separada de él, a la que ya no domina, sino que se opone a él bajo forma de mercancía y de capital, una especie de ser social independiente y hostil que lo domina y lo amenaza incluso con destruirlo. Es así como durante siglos ha pesado sobre la práctica materialista de la vida cotidiana el mito de una verdad celeste sobrenatural inaccesible al hombre. Cuando la sociedad haya alcanzado un desarrollo tal que el hombre sea capaz de comprender totalmente las fuerzas sociales y haya aprendido a dominarlas del todo, es decir, en la sociedad comunista, entonces el pensamiento humano estará conforme con el mundo real. Pero incluso antes de alcanzar ese nivel, todavía teórico, cuando el hombre perciba claramente la estructura de la sociedad y comprenda que la producción social es la base de toda vida y, por ahí mismo, del desarrollo futuro de la humanidad, cuando el cerebro llegue realmente, aunque sólo sea de modo teórico, a dominar el mundo, entonces el pensamiento llegará a ser completamente verdadero. Esto quiere decir que por la ciencia de la sociedad (que Marx ha formulado y cuyas tesis se han confirmado en la práctica) el materialismo adquiere una base y un poder permanente y se convierte en la única filosofía verdaderamente de acuerdo con el mundo real. Así la teoría marxista de la sociedad implica una transformación de la filosofía.
Sin embargo, para Marx no se trata de filosofía pura:
"Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; lo que importa es transformarlo."
Así se expresa en la última de las tesis sobre Feuerbach. La situación del mundo lo constriñó a la acción práctica. Marx y Engels, arrastrados primero por la oposición de la burguesía naciente al absolutismo alemán, y extrayendo después nuevas fuerzas de la lucha de los proletarios ingleses y franceses contra la burguesía, al estudiar la realidad social llegaron a la conclusión de que sólo la revolución proletaria que se perfilaba tras la revolución burguesa podría traer la emancipación completa de la humanidad. A partir de esta época, toda su actividad se consagró a esta revolución y, en el Manifiesto Comunista, despejaron las primeras vías que se abrían a la lucha de clase de los obreros.
Desde entonces el marxismo está indisolublemente ligado a la lucha de clases proletaria. Si nos preguntamos ahora qué hay que entender por "marxismo", es necesario darse cuenta primeramente de que este término no engloba todo lo que Marx ha escrito o pensado. Por ejemplo, sus concepciones de juventud, como las que hemos citado más arriba, no se ligan a él sino parcialmente: representan etapas del desarrollo que desemboca en el marxismo. [Éste no fue construido de una sola vez.] Aun cuando en el Manifiesto Comunista se exponen ya el papel de la lucha de clase proletaria y la meta comunista, la teoría del capital y de la plusvalía no fue elaborada sino mucho más tarde. Además, las concepciones sucesivas de Marx mismo evolucionaron con las condiciones sociales y políticas. En 1848, cuando el proletariado comenzaba justamente a constituirse, el carácter de la revolución y el papel del Estado se presentaban de una manera muy distinta que a final de siglo o que en nuestros días. No obstante, lo esencial es lo que el marxismo ha aportado a la ciencia. Es, ante todo, el materialismo histórico, la teoría según la cual las fuerzas productivas y las relaciones sociales determinan todos los fenómenos políticos e ideológicos y la vida espiritual en general, siendo el sistema de producción, basado él mismo en el estado de las fuerzas productivas, el que determina el desarrollo de la sociedad y, más especialmente, a través de la lucha de clases. Después, es la presentación del capitalismo en tanto que fenómeno histórico temporal, el análisis de su estructura por la teoría del valor y de la plusvalía y la explicación de la existencia, en su interior, de tendencias revolucionarias hacia una sociedad comunista resultante de una revolución proletaria. Estas teorías han enriquecido para siempre el dominio del saber humano. Constituyen el núcleo sólido del marxismo en tanto que sistema de pensamiento y de las que, en condiciones nuevas, se podrán extraer nuevas conclusiones.
Con esta base científica, el marxismo es más que una simple ciencia: es una nueva concepción del pasado y del futuro, del sentido de la vida, de la esencia del mundo y del pensamiento. Es una revolución espiritual, una nueva concepción del mundo, un nuevo sistema de vida. Pero en tanto que concepción del mundo, de Weltanschauung, no existe en realidad más que por la clase que lo profesa: los obreros que se penetran de él, toman conciencia de lo que son, es decir, la clase del futuro, que, al crecer en número, en fuerza y en conciencia, tomará en sus manos la producción y se convertirá, por la revolución, en dueño de su propio destino. Así, el marxismo, teoría de la revolución proletaria, no es en realidad y, al mismo tiempo, una fuerza viva más que en el espíritu y el corazón de los obreros revolucionarios.
Esto supone que el marxismo no puede ser una doctrina inmutable o un dogma estéril que impone sus verdades. La sociedad se desarrolla, el proletariado se desarrolla, la ciencia se desarrolla. Surgen nuevas formas, nuevos fenómenos en el capitalismo, en la política, en la ciencia, que Marx y Engels no pudieron prever ni presentir. [Las formas de pensamiento y de lucha que imponían las condiciones pasadas, deben ser sustituídas, pues, por formas nuevas válidas para las condiciones nuevas] Pero el método de investigación que forjaron continúa siendo un guía y una herramienta excelentes para explicar los nuevos fenómenos. El proletariado, que ha crecido enormemente con el capitalismo, sólo está en los primeros pasos de su revolución y, por consiguiente, de su desarrollo marxista; el marxismo sólo comienza a tomar su verdadero significado en tanto que fuerza viva del proletariado. Por tanto, el marxismo es una teoría viva cuyo desarrollo está ligado al del proletariado y a las tareas y a los fines de su lucha.
[1] K. Marx: Crítica de la filosofía hegeliana del Derecho (1843). Ver Karl Marx, "Textos 1842-1847", Spartacus nº 33, páginas 49 y 50.
[2] F. Engels: L. Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Londres, 1888, trad. fr. de Bracke, A. Costes Ed., Paris, 1952, pp. 22- 24.
[3] Aquí se encuentra, en el texto alemán, la misma frase que la que comienza el párrafo siguiente. Esta frase, así repetida dos veces, es suprimida en la versión inglesa. (n.d.t.f.)
[4] El hombre es lo que come. El juego de palabras consiste en que ist: es, e isst: come. (n.d.t.f.)
[5] K. Marx: Tesis sobre Feuerbach, en M. Rubel: Páginas escogidas para una ética socialista, M. Rivière, Ed. Paris 1948, pp.31-33.
[6] K. Marx: La ideología alemana, trad. fr. Éditions Sociales, Paris 1965, p. 26.
[7] K. Marx: Op. cit., p. 51.
[8] Id., p. 26.
[9] F. Engels: Op. cit., pp. 26-27.
[10] Este pasaje, incorporado al texto inglés, aparece en nota en la edición alemana.
[1*] En el original dice 1915, pero es a todas luces un error (nota del digitalizador a web)