Anton Pannekoek

Sociedad y Mente en la Filosofía Marxiana

1937


Este texto fue publicado por primera vez en inglés en el periódico académico americano Ciencia y Sociedad (nº 4, verano de 1937).

Traducido del inglés por Roi Ferrero para el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques. Formato HTML para el Marxists Internet Archive el Jonas Holmgren.


 

I

La teoría de Marx del desarrollo social es conocida como la "concepción materialista de historia" o "materialismo histórico". Antes de Marx, la palabra "materialismo" había sido utilizada durante mucho tiempo en oposición al idealismo, pues en tanto que los sistemas filosóficos idealistas asumían algún principio espiritual, alguna "Idea Absoluta", como la base primaria del mundo, las filosofías materialistas procedían partiendo del mundo material real. A mediados del siglo XIX, era corriente otro tipo de materialismo que consideraba la materia física como la base primaria de la que debe derivarse todo fenómeno espiritual y mental. La mayoría de las objeciones que han sido alzadas contra el marxismo son debidas al hecho de que no se ha distinguido suficientemente de este materialismo mecánico.

La filosofía se condensa en la bien conocida cita: "no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, al contrario, es su existencia social la que determina su conciencia". El marxismo no se ocupa de la antítesis materia-mente; trata del mundo real y las ideas derivadas a partir de él. Este mundo real comprende todo lo observable --es decir, todo lo que por la observación pueda declararse un hecho objetivo--. Las relaciones salariales entre obrero y patrón, la constitución de los Estados Unidos, la ciencia de la matemática, aunque no consistentes en materia física, son efectivamente tan reales y objetivas como la máquina de la fábrica, el Capitolio o el río Ohio. Incluso las ideas mismas, a su vez, actúan como hechos reales, observables. El materialismo mecánico asume que nuestros pensamientos están determinados por los movimientos de los átomos en las células de nuestros cerebros. El marxismo considera que nuestros pensamientos están determinados por nuestra experiencia social observada a través de los sentidos o sentida como necesidades corporales directas.

El mundo, para el hombre, es la sociedad. Por supuesto, el mundo más amplio es la naturaleza, y la sociedad es la naturaleza transformada por el hombre. Pero en el curso de la historia esta transformación fue tan completa que ahora la sociedad es la parte más importante de nuestro mundo. La sociedad no es simplemente un agregado de hombres; los hombres están conectados por relaciones determinadas, no escogidas por su voluntad, sino impuestas a ellos por el sistema económico bajo el que viven y en el que cada uno tiene su lugar.

Las relaciones que el sistema productivo establece entre los hombres tienen la misma rigurosidad que los hechos biológicos; pero esto no significa que los hombres piensen solamente en su comida. Significa que la manera en que el hombre se gana la vida --es decir, la organización económica de la producción-- sitúa a cada individuo en determinadas relaciones con sus compañeros, determinando así su pensamiento y su sensibilidad. Es cierto, claro, que incluso hasta el presente casi todos los pensamientos de los hombres se han orientado alrededor de conseguir comida, porque el sustento nunca ha estado asegurado para todos. El miedo a la necesidad y al hambre ha pesado como una pesadilla sobre las mentes de los hombres. Pero, en un sistema socialista, cuando este miedo se haya disipado, cuando la humanidad sea la dueña de los medios de subsistencia y el pensamiento sea libre y creativo, el sistema de producción continuará también determinando las ideas y las instituciones.

El modo de producción, que forma la mente del hombre, es, al mismo tiempo, un producto del hombre. Ha sido edificado por la humanidad durante el curso de siglos, participando todos en su desarrollo. En cualquier momento dado, su estructura está determinada por las condiciones dadas, las más importantes de las cuales son la técnica y el derecho. El capitalismo moderno no es simplemente producción mediante maquinaria de gran escala; es producción por tales máquinas bajo la dominación de la propiedad privada. El crecimiento del capitalismo no fue solamente un cambio de una economía que utilizaba pequeñas herramientas a la industria a gran escala, sino, al mismo tiempo, una transformación de los artesanos gremiales en trabajadores asalariados y hombres de negocios. Un sistema de producción es un sistema de técnica determinado, regulado para el beneficio de sus poseedores por un sistema de normas jurídicas.

La tesis, citada a menudo, del jurista alemán Stammler, de que el derecho determina el sistema económico ("das Recht bestimmt die Wirtschaft" ["el Derecho determina la Economía"]), está basada en esta circunstancia. Stammler pensaba que mediante esta sentencia había refutado el marxismo, que proclamaba la dominación de la economía sobre las ideas jurídicas. Proclamando que el elemento material, el aspecto técnico del proceso de trabajo, está gobernado y dominado por elementos ideológicos, por las normas jurídicas con las que los hombres regulan sus relaciones según su propia voluntad, Stammler se sintió convencido de que había establecido el predominio de la mente sobre la materia. Pero la antítesis entre la técnica y el derecho no coincide en absoluto con la antítesis materia-mente. El derecho no es sólo una norma espiritual, sino también un duro constreñimiento; no sólo un artículo en los libros estatutarios, sino también el garrote del policía y los muros de la cárcel. Y la técnica no son sólo las máquinas materiales, sino también la capacidad de construirlas, incluyendo la ciencia de la física.

Las dos condiciones, la técnica y el derecho, juegan diferentes papeles en la determinación del sistema de producción. La voluntad de aquéllos que controlan las técnicas no puede crear estas técnicas, pero puede --y lo hace-- elaborar las leyes. Estas son voluntarias, pero no caprichosas. No determinan las relaciones productivas, pero toman ventaja de estas relaciones para el beneficio de los propietarios y son alteradas para hacer frente a los adelantos en los modos de producción. La manufactura que usa la técnica de pequeñas herramientas conduce a un sistema de producción gremial, haciendo así necesaria la institución jurídica de la propiedad privada. El desarrollo de la gran industria hizo posible y necesario el crecimiento de la maquinaria a gran escala, e indujo a la gente a remover los obstáculos jurídicos a su desarrollo y a establecer la legislación de comercio del laissez-faire. La técnica determina, de este modo, el derecho; ella es la fuerza subyacente, mientras que la ley pertenece a la superestructura que descansa sobre ella. Así Stammler, siendo correcto en su tesis en un sentido restringido, está equivocado en el sentido general. Precisamente porque el derecho gobierna la economía, las personas buscan hacer que tales leyes sean tal y como se requiere por parte de un equipamiento productivo dado; de este modo, la técnica determina la ley. No hay ninguna dependencia rígida, mecánica, entre ambas. El derecho no se ajusta automáticamente a cada nuevo cambio de la técnica. La necesidad económica debe ser sentida y, entonces, el hombre tiene que cambiar y ajustar sus leyes de acuerdo con aquella. Lograr este ajuste es el difícil y doloroso propósito de las luchas sociales. Esta es la quintaesencia y el objetivo de toda disputa política y de todas las grandes revoluciones de la historia. La lucha por nuevos principios jurídicos es necesaria para formar un nuevo sistema de producción adaptado al enorme desarrollo moderno de la técnica.

La técnica, como fuerza productiva, es la base de sociedad. En la sociedad primitiva, las condiciones naturales juegan el papel principal en la determinación del sistema de producción. En el curso de la historia, los instrumentos técnicos son mejorados gradualmente mediante pasos casi imperceptibles. La ciencia natural, investigando las fuerzas de la naturaleza, se convierte en la fuerza productiva más importante. Todos los tecnicismos en el desarrollo y la aplicación de la ciencia, incluyendo la matemática más abstracta, que es según todas las apariencias un ejercicio de la pura razón, puede considerarse, por consiguiente, como perteneciente a la base técnica del sistema de producción, a lo que Marx llamó las "fuerzas productivas". De este modo, los elementos materiales (en un sentido físico) y mentales están combinados en lo que los marxistas llamamos la base material de la sociedad.

La concepción marxiana de la historia pone al hombre viviente en el centro de su esquema del desarrollo, con todas sus necesidades y todas sus capacidades, tanto físicas como mentales. Sus necesidades no son sólo las necesidades de su estómago (aunque éstas sean las más imperativas), sino también las necesidades de la cabeza y del corazón. En el trabajo humano, el lado material, físico, y el lado mental son inseparables; incluso el trabajo más primitivo del salvaje es trabajo cerebral tanto como trabajo muscular. Sólo porque bajo capitalismo la división del trabajo separó estas dos partes en funciones de clases diferentes, mutilando en consecuencia las capacidades de ambas, los intelectuales acaban pasando por alto su unidad orgánica y social. De este modo, podemos entender su visión erronea del marxismo como una teoría que trata exclusivamente del aspecto material de la vida.

 

II

El materialismo histórico de Marx es un método de interpretación de la historia. La historia consiste en los hechos, en las acciones de los hombres. ¿Qué induce estas acciones? ¿Qué determina la actividad del hombre?

El hombre, como un organismo con ciertas necesidades que deben satisfacerse como condición de su existencia, está dentro de una naturaleza circundante, que ofrece los medios para satisfacerlas. Sus necesidades y las impresiones del mundo circundante son los impulsos, los estímulos a los que sus acciones responden, justo como con todos los seres vivos. En el caso del hombre, la conciencia se interpone entre el estímulo y la acción. La necesidad, tal como se siente directamente, y el mundo circundante tal como es observado a través de los sentidos, trabajan en la mente, producen pensamientos, ideas y miras, estimulan la voluntad y ponen al cuerpo en acción.

Los pensamientos y objetivos de un hombre activo son considerados por él como la causa de sus acciones; no se pregunta de donde vienen estos pensamientos. Esto es especialmente cierto porque los pensamientos, ideas y objetivos, no son como una norma derivada de las impresiones por el razonamiento consciente, sino que son el producto de procesos espontáneos subconscientes en nuestras mentes. Para los miembros de una clase social, las experiencias diarias de la vida condicionan, y las necesidades de clase moldean, la mente según una determinada línea de sentimiento y de pensamiento, para producir determinadas ideas sobre lo que es útil y lo que es bueno o malo. Las condiciones de una clase son necesidades de vida para sus miembros, y ellos consideran lo que es bueno o malo para ellos como lo bueno o malo en general. Cuando las condiciones están maduras, los hombres entran en acción y dan forma a la sociedad de acuerdo con sus ideas. La burguesía francesa ascendente en el siglo XVIII, sintiendo la necesidad de las leyes del laissez-faire, de la libertad personal para los ciudadanos, proclamó la libertad como consigna, y en la Revolución francesa conquistó el poder y transformó la sociedad.

La concepción idealista de la historia explica los acontecimientos históricos como causados por las ideas de los hombres. Esto es equivocado, en tanto que confunde la fórmula abstracta con una acepción concreta especial, pasando por alto el hecho de que, por ejemplo, la burguesía francesa quería sólo aquella libertad que fuera buena para sí misma. Es más, omite el problema real, el origen de estas ideas. La concepción materialista de la historia explica estas ideas como causadas por las necesidades sociales que surgen de las condiciones del sistema de producción existente. De acuerdo con este punto de vista, los acontecimientos de la historia están determinados por fuerzas que provienen del sistema económico existente. La interpretación histórico-materialista de la Revolución francesa en términos de un capitalismo ascendente que requería un Estado moderno con legislación adaptada a sus necesidades, no contradice la concepción de que la Revolución fue provocada por el deseo del ciudadano de liberarse de las restricciones; simplemente, va más allá, a la raíz del problema. Pues el materialismo histórico sostiene que el capitalismo ascendente produjo en la burguesía la convicción de que la libertad económica y política era necesaria, y así despertó la pasión y el entusiasmo que permitieron a la burguesía conquistar el poder político y transformar el Estado.

De este modo, Marx estableció la causalidad en el desarrollo de sociedad humana. No es una causalidad externa al hombre, pues la historia es al mismo tiempo el producto de la acción humana. El hombre es un eslabón en la cadena de causa y efecto; la necesidad en el desarrollo social es una necesidad lograda por medio de la acción humana. El mundo material actúa sobre el hombre, determina su conciencia, sus ideas, su voluntad, sus acciones, y así él reacciona sobre el mundo y lo cambia. Para el modo de pensar de la clase media tradicional, esto es una contradicción --la fuente de interminables tergiversaciones del marxismo--: o las acciones del hombre determinan la historia, como ellos dicen, y no hay ninguna causalidad necesaria porque el hombre es libre; o si, como el marxismo sostiene, hay necesidad causal, ésta sólo puede funcionar como una fatalidad a la que el hombre tiene que someterse sin poder cambiarla. Para el modo de pensar materialista, al contrario, la mente humana está circunscrita por una estricta dependencia causal al conjunto del mundo circundante.

Los pensamientos, las teorías, las ideas, que los anteriores sistemas de sociedad han forjado así en la mente humana, han sido preservados para la posteridad, en primer lugar en la forma material de la actividad histórica subsiguiente. Pero también han sido preservados en una forma espiritual. Las ideas, sentimientos, pasiones e ideales que incitaron a las generaciones anteriores a la acción se asentaron en la literatura, en la ciencia, en el arte, en la religión y en la filosofía. Entramos en contacto directo con ellas en el estudio de las humanidades. Estas ciencias pertenecen a los campos de investigación más importantes para los estudiosos marxianos; las diferencias entre las filosofías, las literaturas, las religiones de pueblos diferentes en el curso de siglos sólo pueden entenderse en términos de moldeamiento de las mentes de los hombres por medio de sus sociedades, es decir, por medio de sus sistemas de producción.

Se ha dicho más arriba que los efectos de la sociedad sobre la mente humana han sido depositados bajo una forma material en los acontecimientos históricos subsiguientes. La cadena de causa y efecto de los acontecimientos pasados, que procede de las necesidades económicas a las nuevas ideas, de las nuevas ideas a la acción social, de la acción social a las nuevas instituciones y de las nuevas instituciones a nuevos sistemas económicos, se reproduce siempre de modo completo. Tanto la causa original como el efecto final son económicos y podemos reducir el proceso a una breve fórmula omitiendo los términos intermedios que involucra la actividad de la mente humana. Podemos ilustrar, entonces, la verdad de los principios marxianos mostrando cómo, en la historia actual, el efecto sigue a la causa. Analizando el presente, no obstante, vemos numerosas cadenas causales que están inacabadas. Cuando la sociedad actúa sobre las mentes de los hombres, produce a menudo ideas, ideales y teorías que no tienen éxito en despertar a los hombres a la acción social o por motivos de clase, o que fracasan en provocar los cambios políticos, jurídicos y económicos necesarios. Frecuentemente, también encontramos que las nuevas condiciones no se imprimen al momento en la mente. Detrás de las simplicidades aparentes se esconden complejidades tan inesperadas que sólo un instrumento especial de interpretación puede descubrirlas en ese momento. El análisis marxiano nos permite ver las cosas más nitidamente. Empezamos a ver que estamos dentro de un proceso cargado de influencias convergentes, en medio de la lenta maduración de nuevas ideas y tendencias que constituyen la preparación gradual de la revolución. Esta es la razón de que sea importante para la generación presente, que hoy tiene que planear la sociedad del mañana, saber como pueden ellos utilizar la teoría marxiana en la comprensión de los acontecimientos y en la determinación de su propia conducta. Por eso será necesaria aquí una consideración más completa de cómo la sociedad actúa sobre la mente.

 

III

La mente humana está enteramente determinada por el mundo real circundante. Ya hemos dicho que este mundo no se restringe solamente a la materia física, sino que comprende todo lo que es objetivamente observable. Los pensamientos e ideas de nuestros prójimos, que observamos por medio de su conversación o mediante nuestra lectura, están incluidos en este mundo real. Aunque los objetos imaginativos de estos pensamientos, como ángeles, espíritus o una Idea Absoluta, no pertenecen a él, la creencia en tales ideas es un fenómeno real y puede tener una influencia notable en los acontecimientos históricos.

Las impresiones del mundo penetran la mente humana como un arroyo continuo. Todas nuestras observaciones del mundo circundante, todas las experiencias de nuestras vidas, están enriqueciendo continuamente los contenidos de nuestros recuerdos y nuestras mentes subconscientes.

La recurrencia de una situación casi igual y de la misma experiencia conduce a determinados hábitos de actuación; éstos están acompañados por determinados hábitos de pensamiento. La repetición frecuente de la misma secuencia de fenómenos observada se retiene en la mente y produce una expectativa de secuencia. La pauta de que estos fenómenos siempre están relacionados, actúa entonces de este modo. Pero esta pauta --a veces, elevada a ley de la naturaleza-- es una abstracción mental de una multitud de fenómenos análogos, en los que las diferencias son desdeñadas y se enfatiza la concordancia. Los nombres por los que designamos determinadas partes similares del mundo fenoménico indican concepciones que están formadas igualmente tomando sus rasgos comunes, el carácter general de la totalidad de estos fenómenos, y abstrayéndolos de sus diferencias. La diversidad interminable, la pluralidad infinita de todos los rasgos insignificantes, accidentales, es omitida, y se conservan las características importantes, esenciales. Por su origen como hábitos de pensamiento, estos conceptos se vuelven fijos, cristalizados, invariables; cada avance en la claridad del pensamiento consiste en definir más exactamente los conceptos en lo que se refiere a sus propiedades, y en formular más exactamente las pautas. El mundo de la experiencia, sin embargo, está expandiéndose continuamente y cambiando; nuestros hábitos son perturbados y deben ser modificados, y nuevos conceptos sustituir a los viejos. Los significados, las definiciones, el alcance de los conceptos, todo se trastoca y varía.

Cuando el mundo no cambia mucho, cuando los mismos fenómenos y las mismas experiencias retornan siempre, los hábitos de actuar y pensar llegan a fijarse con gran rigidez; las nuevas impresiones de la mente se encajan en la imagen formada por la experiencia anterior y la intensifican. Estos hábitos y estos conceptos no son ninguna propiedad personal, sino propiedad colectiva; no se pierden con la muerte del individuo. Se intensifican por la interrelación mutua de los miembros de la comunidad, que viven todos en el mismo mundo; son transferidos a la generación siguiente como un sistema de ideas y creencias, una ideología --la reserva mental de la comunidad--. Donde durante muchos siglos el sistema de producción no cambia perceptiblemente, como por ejemplo en las viejas sociedades agrarias, las relaciones entre los hombres, sus hábitos de vida, su experiencia del mundo, permanecen prácticamente idénticas. En cada nueva generación que vive bajo tal sistema productivo estático, las ideas, conceptos y hábitos de pensamiento existentes se petrificarán cada vez más en una ideología dogmática e inexpugnable de verdades eternas.

Cuando, sin embargo, a consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, el mundo está cambiando, entran en la mente nuevas y diferentes impresiones que no encajan con la vieja imagen. Allí empieza, entonces, un proceso de reconstrucción, a partir de los fragmentos de las viejas ideas y de las nuevas experiencias. Los viejos conceptos son reemplazados por los nuevos, los papeles y juicios anteriores son trastocados y emergen nuevas ideas. Ahora todos los miembros de una clase o grupo son afectados de manera idéntica y simultánea. Surge la disputa ideológica en relación con las luchas de clases y es proseguida ansiosamente, porque todas las diferentes vidas individuales están enlazadas de diversas maneras con el problema de cómo modelar la sociedad y su sistema de producción. Bajo el capitalismo moderno, los cambios económicos y políticos tienen lugar tan rápidamente que la mente humana apenas puede seguirles el paso. En las feroces luchas internas, las ideas se revolucionan, algunas veces rápidamente, por acontecimientos espectaculares, otras veces lentamente, por la guerra continua contra el peso de la vieja ideología. En tal proceso de transformación incesante, la conciencia humana se adapta a la sociedad, al mundo real.

Por eso, la tesis de Marx de que el mundo real determina la conciencia no significa que las ideas contemporáneas estén solamente determinadas por la sociedad contemporánea. Nuestras ideas y conceptos son la cristalización, la esencia comprensiva de la totalidad de nuestra experiencia, presente y pasada. Lo que ya fue fijado en el pasado bajo formas mentales abstractas debe ser incluido con las adaptaciones del presente que sean necesarias. Las nuevas ideas parecen, así, surgir de dos fuentes: la realidad presente y el sistema de ideas transmitido desde el pasado. A partir de esta distinción surge una de las objeciones más comunes contra el marxismo. La objeción, a saber, es que no sólo el mundo material real, sino en no menor grado los elementos ideológicos --las ideas, creencias e ideales-- determinan la mente del hombre y así sus acciones, y por consiguiente el futuro del mundo. Ésta sería una crítica correcta si las ideas se originasen solas, sin causa, de la naturaleza innata del hombre o de alguna fuente espiritual sobrenatural. El marxismo, sin embargo, dice que estas ideas tienen que tener también su origen en el mundo real bajo condiciones sociales.

Como fuerzas en el desarrollo social moderno, estas ideas tradicionales estorban la propagación de las nuevas ideas que expresan las nuevas necesidades. Al tener en cuenta estas tradiciones no nos salimos del dominio del marxismo. Pues toda tradición es un pedazo de realidad, así como cada idea es ella misma una parte del mundo real, que vive en la mente de hombres; a menudo, es una realidad muy poderosa como determinante de las acciones de los hombres. Es una realidad de naturaleza ideológica, que ha perdido sus raíces materiales a causa de que las anteriores condiciones de vida que las produjeron han desaparecido ya. Que estas tradiciones pudieran persistir después de que sus raíces materiales hayan desaparecido no es simplemente una consecuencia de la naturaleza de la mente humana, que es capaz de conservar en la memoria o subconscientemente las impresiones del pasado. Mucho más importante es que la memoria social, la perpetuación de las ideas colectivas, puede ser conceptualizada y sistematizada en la forma de creencias e ideologías predominantes y transferida a las generaciones futuras en las comunicaciones orales, en los libros, en la literatura, en el arte y en la educación. El mundo circundante que determina la mente no consiste sólo en el mundo económico contemporáneo, sino también en todas las influencias ideológicas derivadas de la interrelación continua con nuestros prójimos. De aquí procede el poder de la tradición, que en una sociedad que se desarrolla rápidamente provoca que el desarrollo de las ideas vaya por detrás del desarrollo de la sociedad. Al final, la tradición tiene que rendirse a la fuerza del golpeo incesante de las nuevas realidades. Su efecto en el desarrollo social es que, en lugar de permitir un ajuste gradual y regular de las ideas y las instituciones, en correspondencia con las necesidades cambiantes, estas necesidades, cuando se ponen con demasiada fuerza en contradicción con las viejas instituciones, conducen a explosiones, a transformaciones revolucionarias, mediante las cuales las mentes retrasadas son arrastradas hacia delante y son ellas mismas revolucionadas.