Título original: "Marxistische Theorie und revolutionäre Taktik"
Publicado: en Die Neue Zeit, XXXI, Nº 1, 1912. Traducido al inglés por D. A.
Smart. Primera publicación en El marxismo de Pannekoek y Gorter, Pluto Press, 1978.
Traducido: del inglés por Roi Ferreiro para el CICA, última revisión julio del 2005.
Digitalización: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
HTML: Jonas Holmgren
Durante varios años atras, un profundo desacuerdo táctico ha estado desarrollandose en una serie de cuestiones entre aquéllos que habían compartido previamente un terreno común como marxistas, y habían luchado juntos contra el revisionismo en nombre de la táctica radical de la lucha de clases. Vio la luz por primera vez en 1910, en el debate entre Kautsky y Luxembourg sobre la huelga de masas; luego vino la disensión sobre el imperialismo y la cuestión del desarme; y finalmente, con el conflicto sobre el pacto electoral realizado por el ejecutivo del Partido y la actitud a ser adoptada hacia los liberales, los problemas más importantes de la política parlamentaria se convirtieron en el sujeto de la disputa.
Uno puede lamentar este hecho, pero ninguna lealtad de partido puede exorcizarlo; solamente podemos arrojar luz sobre él, y ésto es lo que demanda el interés del partido. Por un lado, deben identificarse las causas de la disensión, para mostrar que es natural y necesaria; y, por el otro, el contenido de las dos perspectivas, sus principios más básicos y sus implicaciones de mayor alcance, deben extraerse de las formulaciones de las dos partes, de modo que los camaradas del partido puedan orientarse y escoger entre ellas; ésto sólo es posible a través de la discusión teórica.
La fuente de los recientes desacuerdos tácticos se ve claramente: bajo la influencia de las formas modernas del capitalismo, se han desarrollado nuevas formas de acción en el movimiento obrero, o sea, la acción de masas. Cuando inicialmente hicieron su aparición, fueron bienvenidas por todos los marxistas y fueron aclamadas como un signo de desarrollo revolucionario, un producto de nuestra táctica revolucionaria. Pero, en la medida que el potencial práctico de la acción de masas se desarrollaba, empezó a plantear nuevos problemas; la cuestión de la revolución social, hasta ahora una meta última distante e inalcanzable, se convertía ahora en un problema vivo para el proletariado militante, y las tremendas dificultades implícitas se hicieron claras para todos, casi como una materia de experiencia personal. Esto dio lugar a dos tendencias de pensamiento: una asumía el problema de la revolución, y analizando la efectividad, importancia y potencial de las nuevas formas de acción, buscaba asir cómo el proletariado sería capaz de cumplir su misión; la otra, como encogiéndose ante la magnitud de esta perspectiva, andaba a tientas entre las viejas formas de acción parlamentarias, en busca de tendencias que harían posible posponer por ahora el emprender la tarea. Los nuevos métodos del movimiento obrero han dado lugar a una escisión ideológica entre aquéllos que previamente defendían las tácticas de partido marxistas radicales.
En estas circunstancias, es nuestro deber como marxistas clarificar las diferencias hasta donde sea posible por medio de la discusión teórica. Esto es por lo que, en nuestro artículo “Acción de masas y Revolución”, perfilamos el proceso de desarrollo revolucionario como una inversión de las relaciones de poder de clase para proporcionar una exposición básica de nuestra perspectiva, e intentamos clarificar las diferencias entre nuestras visiones y aquéllas de Kautsky en una crítica de dos artículos suyos. En su réplica, Kautsky desplazó el problema a un terreno diferente: en lugar de disputar la validez de las formulaciones teóricas, él nos acusó de querer imponer las nuevas tácticas al Partido. En el Leipziger Volkszeitung [El Periódico del Pueblo de Leipzig] del 9 septiembre, nosotros mostramos que esto volvía del revés todo el propósito de nuestra argumentación.
Nosotros habíamos intentado, en la medida en que era posible, clarificar las distinciones entre las tres tendencias, dos radicales y una revisionista, que ahora se confrontan entre sí en el Partido. El camarada Kautsky parece haber errado la clave de todo este análisis, una vez que comenta irritadamente: “Pannekoek ve mi pensamiento como puro revisionismo.”
Lo que nosotros estábamos argumentando era, por el contrario, que la posición de Kautsky no es revisionista. Por la misma razón de que muchos camaradas juzgaban mal a Kautsky porque estaban preocupados con la dicotomía radical-revisionista de debates anteriores, y se preguntaban si se estaba volviendo gradualmente revisionista --por esta misma razón era necesario hablar claro y considerar la práctica de Kautsky en términos de la naturaleza particular de su posición radical--. Mientras que el revisionismo busca limitar nuestra actividad a las campañas parlamentarias y sindicales, a la consecución de reformas y mejoras que evolucionarán de modo natural hacia el socialismo --una perspectiva que sirve de base para la táctica reformista dirigida solamente a beneficios a corto plazo--, el radicalismo enfatiza la inevitabilidad de la lucha revolucionaria por la conquista del poder que está ante nosotros y, por consiguiente, dirige su táctica hacia la elevación de la conciencia de clase y la incrementación del poder del proletariado. Es acerca de la naturaleza de esta revolución en lo que nuestras visiones divergen. Por lo que respecta a Kautsky, ésta es un acontecimiento del futuro, un apocalipsis político, y todo lo que tenemos que hacer entretanto es prepararnos para la confrontación final juntando nuestras fuerzas y agrupando e instruyendo a nuestras tropas. En nuestra visión, la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo como las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz de tomar el poder. Estas concepciones diferentes conducen a evaluaciones completamente diferentes de la práctica actual; y está claro que el rechazo de los revisionistas a cualquier acción revolucionaria y el aplazamiento de Kautsky de la misma a un futuro indedeterminado se enlazan para unirles en muchos de los problemas actuales sobre los cuales ambos se nos oponen.
Esto, por supuesto, no quiere decir que estas corrientes formen grupos distintos, conscientes, en el Partido: en cierta medida no son más que tendencias de pensamiento contrapuestas. Tampoco significa oscurecer la distinción entre el radicalismo kautskiano y el revisionismo, sino meramente un acercamiento que, no obstante, se volverá cada vez más pronunciado en tanto se afirme la lógica interna del desarrollo, pues el radicalismo que es real pero aún pasivo no puede más que perder su base de masas. Necesario como era guardar los métodos tradicionales de lucha en el periodo en que el movimiento estaba desarrollandose incipientemente, ha llegado el momento obligado en el que el proletariado aspirará a transformar su elevado conocimiento de su propio potencial en la conquista de nuevas posiciones de poder decisivas. Las acciones de masas en la lucha por el sufragio en Prusia testifican esta determinación. El revisionismo era él mismo una expresión de esta aspiración por lograr resultados positivos como fruto del creciente poder; y, a pesar de las desilusiones y fracasos que ha traído, debe su influencia principalmente a las nociones de que la táctica de partido radical significa simplemente la espera pasiva sin conseguir beneficios definidos y que el marxismo es una doctrina del fatalismo. El proletariado no puede descansar de la lucha por nuevos avances; aquéllos que no están preparados para dirigir esta lucha en un curso revolucionario serán, cualesquiera que sean sus intenciones, empujados más y más hacia el camino reformista de perseguir resultados positivos por medio de la táctica parlamentaria particular y de las negociaciones con otros partidos.
Nosotros argumentábamos que el camarada Kautsky se había dejado en casa sus herramientas analíticas marxistas en su análisis de la acción de las masas, y que la insuficiencia de su método se hacía presente desde el momento en que fallaba a llegar a una conclusión definida. Kautsky contesta: “En absoluto. Yo llegué a la conclusión muy definida de que las masas desorganizadas en cuestión eran altamente imprevisibles en carácter.” Y se refiere a las arenas movedizas del desierto como similarmente imprevisibles. Con todo el debido respeto a esta ilustración, nosotros debemos no obstante defender nuestro argumento. Si, en el análisis de un fenómeno, encuentras que asume varias formas y es completamente imprevisible, eso meramente demuestra que no has encontrado la base real que lo determina. Si, después de estudiar la posición de la luna, por ejemplo, alguien “llegó a la conclusión muy definida” de que a veces aparece en el noroeste, a veces en el sur y a veces en el oeste, de un modo completamente arbitrario e imprevisible, entonces todos diríamos correctamente que ese estudio fue infructuoso --aunque pueda ser, por supuesto, que la fuerza en funcionamiento no pueda ser identificada todavía--. El investigador habría merecido solamente la crítica si hubiese ignorado completamente el método de análisis que, como sabía perfectamente bien, era el único que podría producir resultados en ese campo.
Así es como Kautsky trata la acción de masas. Él observa que las masas han actuado de diferentes maneras históricamente, a veces en un sentido reaccionario, a veces en un sentido revolucionario, a veces permaneciendo pasivas, y llega a la conclusión de que uno no puede construir sobre este cimiento cambiante e imprevisible. ¿Pero qué nos dice la teoría marxista? Que, más allá de los límites de la variación individual --o sea, en lo que atañe a las masas--, las acciones de los hombres están determinadas por su situación material, sus intereses y las perspectivas que surgen de los últimos y que éstos, haciendo concesiones por el peso de la tradición, son diferentes para las diferentes clases. Si vamos a comprender el comportamiento de las masas, entonces debemos hacer distinciones claras entre las diversas clases: las acciones de una masa lumpenproletaria, una masa campesina y una masa proletaria moderna serán completamente diferentes. Por supuesto, Kautsky no podría llegar a ninguna conclusión disponiéndolas todas juntas indiscriminadamente; la causa de su fracaso para encontrar una base para la predicción, sin embargo, no descansa en el objeto de su análisis histórico, sino en la inadecuación de los métodos que ha usado.
Kautsky da otra razón por despreciar el carácter de clase de las masas actuales: como combinación de varias clases, no tienen ningún carácter de clase:
“En la pág. 45 de mi artículo, examiné qué elementos podrían estar potencialmente involucrados en la acción de este tipo en la Alemania actual. Mi hallazgo fue que, despreciando a los niños y a la población agrícola, uno tendría que contar con unos treinta millones de personas, de las cuales sólo en torno a un décimo serían obreros organizados. El resto estaría compuesto por obreros desorganizados, en su mayor parte infectados todavía por el pensamiento del campesinado, la pequeño-burguesía y el lumpenproletariado, junto con una buena porción de miembros de los dos últimos estratos mismos.
Aun tras los reproches de Pannekoek, yo todavía no veo cómo se puede atribuir un carácter de clase unificado a tales masas abigarradas. No es que yo ‘dejase mi marxismo en casa', yo nunca poseí tales 'herramientas analíticas'. El camarada Pannekoek piensa claramente que la esencia del marxismo consiste en ver una clase particular, a saber, al proletariado asalariado industrial, con conciencia de clase, dondequiera que las masas estén involucradas.”
Kautsky no se hace justicia aquí. Para legitimar un lapsus momentáneo, lo generaliza, y sin justificación. Afirma que nunca ha poseído las “herramientas analíticas” marxistas capaces de identificar el carácter de clase de estas “masas abigarradas” --el dice “unificadas”-- pero lo que está en cuestión es obviamente el carácter de clase predominante, el carácter de la clase que constituye la mayoría y cuyas perspectivas e intereses son decisivos, como es el caso hoy del proletariado industrial. Pero se está equivocando; pues esta misma masa, hecha aún más abigarrada por la adición de la población rural, surge en el contexto de la política parlamentaria. Y todos los escritores del Partido Social-Demócrata partían del principio de que la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado constituía el contenido básico de su política parlamentaria, que las perspectivas e intereses del trabajo asalariado gobiernan todas sus políticas y representan las perspectivas e intereses de la gente en su conjunto. ¿Hace eso que lo que sigue siendo bueno para las masas en el campo de la política parlamentaria de repente deje de aplicarse tan pronto éstas se vuelven hacia la acción de masas?
Al contrario, el carácter de clase proletario se expresa con la mayor claridad en la acción de masas. En lo que concierne a la política parlamentaria, el país entero está involucrado, incluso los pueblos y aldeas más aislados; no tiene relación con cómo de densamente se concentra la población. Pero son principalmente las masas apiñadas juntas en las grandes ciudades las que se comprometen en la acción de masas; y, de acuerdo con las estadísticas oficiales más recientes, la población de las 42 mayores ciudades de Alemania está compuesta de un 15.8 por ciento de empleados por cuenta propia, un 9.1 por ciento por empleados clericales y un 75.0 por ciento de obreros, sin tener en cuenta el 25 por ciento al que no puede atribuirse ninguna ocupación precisa. Si también tomamos nota de que en 1907 el 15 por ciento de la fuerza de trabajo alemana trabajaba en empresas pequeñas, el 29 por ciento en empresas de escala media y el 56 por ciento en las empresas de gran escala y gigantescas, vemos cómo de firmemente se estampa sobre las masas idóneas para participar en la acción de masas el carácter del trabajador asalariado empleado en la industria a gran escala. Si Kautsky sólo puede ver masas abigarradas, es en primer lugar porque cuenta a las esposas de los obreros organizados como pertenecientes a los veintisiete millones no organizados, y en segundo lugar porque niega el carácter de clase proletario de aquellos obreros que no están organizados o que todavía no han desechado las tradiciones burguesas. Nosotros, por consiguiente, volvemos a enfatizar que lo que cuenta en el desarrollo de estas acciones, en las que los intereses y pasiones más profundos de las masas salen a la superficie, no es el número de miembros de la organización ni la ideología tradicional, sino en una magnitud siempre creciente el carácter de clase real de las masas.
Ahora se vuelve clara qué relación guardan nuestros métodos entre sí. Kautsky denuncia mi método como “marxismo supersimplificado”; yo estoy afirmando, una vez más, que el suyo no es ni supersimplificado ni supersofisticado, sino no marxista en absoluto. Cualquier ciencia que busque investigar un área de la realidad debe empezar por la identificación de los factores principales y de las fuerzas subyacentes básicas en su forma más simple; esta primera imagen simple es entonces rellenada, mejorada y hecha más compleja en cuanto se proporcionan para corregirla los detalles adicionales, las causas secundarias y las influencias menos directas, de modo que se aproxime cada vez más estrechamente a la realidad. Permítasenos tomar como ilustración el análisis de Kautsky de la gran revolución francesa. Aquí encontramos como una primera aproximación la lucha de clases entre la burguesía y las clases feudales; un contorno de estos factores principales, cuya validez general no puede cuestionarse, podría describirse como “marxismo supersimplificado”. En su folleto de 1889, Kautsky analizaba las subdivisiones dentro de esas clases, y pudo así mejorar y ahondar significativamente este primer esbozo simple. El Kautsky de 1912, sin embargo, mantendría que no había ningún tipo de unidad a respecto del carácter de las masas abigarradas que componían el Tercer Estado contemporáneo; y que sería vano esperar de él acciones y resultados definidos. Así es cómo está el asunto en este caso --excepto que la situación es más complicada porque involucra el futuro, y las clases de hoy tienen que ensayar y localizar las fuerzas que lo determinan--. Como primera aproximación orientada a conseguir una perspectiva general inicial, debemos volver al rasgo básico del mundo capitalista, la lucha entre la burguesía y proletariado, las dos clases principales; intentamos perfilar el proceso de revolución como un desarrollo de las relaciones de poder entre ellas. Somos, por supuesto, perfectamente bien conscientes de que la realidad es mucho más compleja, y que quedan muchos problemas por ser resueltos antes de que la comprendamos: debemos en cierta medida esperar las lecciones de la práctica para hacerlo. La burguesía no es una clase más unificada que el proletariado; la tradición todavía influye en ambos; y entre la masa del pueblo están también los lumpenproletarios, los pequeños burgueses y los empleados clericales cuyas acciones están inevitablemente determinadas por sus situaciones de clase particulares. Pero una vez que sólo forman mezclas insuficientemente importantes para oscurecer el carácter básico proletario-asalariado de las masas, lo anterior es meramente un calificativo que no refuta el contorno inicial, sino que lo elabora.
La colaboración de las diversas tendencias en la forma de un debate es necesaria para dominar y clarificar estos problemas. ¿Necesitamos decir que contamos con el autor de los Conflictos de Clase de 1789 para indicar los problemas y dificultades por ser resueltos todavía en sus críticas de nuestro esbozo inicial? Pero el Kautsky de 1912 declara que excede su competencia ayudar en esto, la cuestión más importante que enfrenta el proletariado militante, la de la identificación de las fuerzas que darán forma a su lucha revolucionaria venidera, sobre el fundamento de que él no sabe cómo puede atribuirse un “carácter de clase unificado” a “tales masas abigarradas” como las masas proletarias actuales.
En nuestro artículo en el Leipziger Volkszeitung, mantuvimos que Kautsky había tomado sin justificación nuestro énfasis en la importancia esencial del espíritu de organización como si significase que consideramos la organización misma innecesaria. Lo que nosotros habíamos dicho era que, independientemente de todos los ataques a las formas externas de asociación, las masas en las que habita este espíritu se reagruparán siempre en nuevas organizaciones; y si, en contraste con la visión expresada en el Congreso del Partido de Dresde en 1903, Kautsky espera ahora que el Estado se abstenga de atacar a las organizaciones obreras, este optimismo sólo puede estar basado en el espíritu de organización que él tanto desdeña.
El espíritu de organización es, de hecho, el solo principio activo que dota de vida y energía al armazón de la organización. Pero este alma inmortal no puede flotar etéreamente en el reino celeste como la teología cristiana; recrea continuamente una forma organizativa para sí mismo, porque agrupa a los hombres en los que vive para el propósito de la acción colectiva, organizada. Este espíritu no es algo abstracto o imaginario, en contraste con la forma prevaleciente de asociación, la organización “concreta”, pero es justo tan concreto y real como la última. Entrelaza a las personas individuales que componen la organización más estrechamente juntas de lo que pueden cualesquiera normas o estatutos, de modo que ya no se esparzan como átomos dispares cuando la atadura externa de normas y estatutos se corte. Si las organizaciones son capaces de desarrollar y asumir la acción como cuerpos poderosos, estables, unidos; si ni batalla de adhesión ni disolución del compromiso, ni lucha ni derrota, pueden quebrar su solidaridad; si todos sus miembros ven como la cosa más natural del mundo poner el interés común antes que su propio interés individual, no lo hacen así debido a los derechos y obligaciones que los estatutos traen consigo, ni debido al poder mágico de los fondos de la organización o de su constitución democrática: la razón de todo esto descansa en el sentido de organización del proletariado, en la profunda transformación a la que ha sido sometido su carácter.
Lo que Kautsky tiene que decir sobre los poderes que la organización tiene a su disposición está todo muy bien: la calidad de los brazos que el proletariado forja para sí mismo le proporciona la confianza en sí mismo y un sentido de sus propias capacidades, y no hay ningún desacuerdo entre nosotros acerca de la necesidad de los obreros de equiparse tan bien como sea posible con poderosas asociaciones centralizadas que tengan fondos adecuados a su disposición. Pero la virtud de esta maquinaria es dependiente de la prontitud de los miembros a sacrificarse, de su disciplina dentro de la organización, de su solidaridad hacia sus camaradas, en resumen, del hecho de que se hayan convertido en personas completamente diferentes de los antiguos pequeñoburgueses y campesinos individualistas. Si Kautsky ve este nuevo carácter, este espíritu de organisation, como un producto de la organización, entonces, en primer lugar, no hay necesidad de ningún conflicto entre esta visión y la nuestra propia, y, en segundo lugar, esto es solamente correcto a medias; pues esta transformación de la naturaleza humana en el proletariado es primariamente el efecto de las condiciones bajo las que los obreros viven, adiestrados como están para actuar colectivamente mediante la experiencia compartida de la explotación en la misma fábrica, y secundariamente un producto de la lucha de clases, es decir, de la acción militante por parte de la organización; sería difícil de sostener que tales actividades como elegir comités y contar cuotas realicen mucha contribución a este respeto.
Se vuelve claro inmediatamente lo que constituye la esencia de la organización proletaria si consideramos exactamente lo que distingue un sindicato de un club de juego, una sociedad para la prevención de la crueldad a los animales o una asociación de empresarios. Kautsky evidentemente no lo hace así, y no ve ninguna diferencia de principios entre ellas; por eso sitúa a la par las “asociaciones amarillas”, a las que los empresarios compelen a unirse a sus obreros, con las organizaciones del proletariado militante. No reconoce la significación de la organización proletaria para la transformación del mundo. Se siente capaz de acusarnos de desdén por la organización: en realidad, la valora mucho menos que nosotros. Lo que distingue a las organizaciones obreras de todas las demás es el desarrollo de la solidaridad dentro de ellas como la base de su poder, la subordinación total del individuo a la comunidad, la esencia de una nueva humanidad aún en proceso de formación. La organización proletaria lleva la unidad a las masas, previamente fragmentadas e impotentes, moldeándolas en una entidad con un propósito consciente y con poder por derecho propio. Pone los fundamentos de una humanidad que se gobierna a sí misma, decide su propio destino, y como primer paso en esa dirección, expulsa la opresión ajena. En ella crece el único instrumento que puede abolir la hegemonía de clase de la explotación; el desarrollo de la organización proletaria significa en sí mismo la repudiación de todas las funciones de la dominación de clase; representa el orden autocreado del pueblo, y luchará de modo implacable para repeler y poner fin a la intervención brutal y a los esfuerzos despóticos de represión que emprende la minoría dominante. Es dentro de la organización proletaria donde crece la nueva humanidad, una humanidad que ahora se desarrolla por primera vez en la historia del mundo como una entidad coherente; la producción está desarrollandose como una economía mundial unificada y el sentido de pertenecencia recíproca está creciendo simultáneamente entre los hombres, las firmes solidaridad y fraternidad que los ligan juntos como un organismo gobernado por una sola voluntad.
Hasta donde concierne a Kautsky, la organización consiste solamente en la asociación o sociedad “real, concreta”, formada por los obreros para cierta meta práctica de sus propios intereses y mantenida unida sólo por las ataduras externas de normas y estatutos, justo como una asociación de empresarios o una sociedad de ayuda mutua de especieros. Si esta atadura externa se rompe, todo se fragmenta en otros tantos individuos aislados y la organización desaparece. Es entendible que una concepción de este tipo lleve a Kautsky a pintar los peligros externos que amenazan a la organización en tales colores sombrios, y a advertir tan enérgicamente contra “los ensayos de poder” imprudentes que traen sucesivamente la desmoralización, la deserción masiva y el derrumbe de la organización. A este nivel de generalización no puede haber ninguna objeción a sus advertencias: nadie quiere ensayos imprudentes de poder. Ni son las consecuencias infortunadas de una derrota una fantasía de su parte; corresponden a la experiencia de un movimiento obrero joven. Cuando los obreros descubren primero la organización, esperan grandes cosas de ella, y entran en batalla llenos de entusiasmo; pero si la contienda está perdida, a menudo le vuelven la espalda a la organización en desaliento y descorazonamiento, porque sólo la consideran desde la perspectiva directa, práctica, como una asociación que proporciona beneficios inmediatos, y el nuevo espíritu tiene todavía que echar raíces firmes en ellos. ¡Pero qué cuadro diferente nos da la bienvenida en el movimiento obrero maduro, que está poniendo su estampa siempre más inequívocamente en los países más avanzados! Una y otra vez vemos con qué tenacidad los obreros se adhieren a sus organizaciones, como ninguna derrota ni el terrorismo más vicioso de las clases altas puede inducirles a abandonar la organización. Ellos no ven en la organización meramente una sociedad formada para propósitos de conveniencia, sienten más bien que es su único poder, su único recurso, que sin la organización ellos son impotentes y están indefensos, y esta conciencia gobierna toda su acción tan despóticamente como un instinto de autoconservación.
Esto no es todavía cierto en todos los obreros, por supuesto, pero es la dirección en la que se están desarrollando; este nuevo carácter está volviendo cada vez más fuerte en el proletariado. Y los peligros pintaros tan oscuros por Kautsky están, por lo tanto, volviéndose de importancia cada vez menor. Ciertamente, la lucha tiene sus peligros, pero es no obstante el elemento de la organización, es el único ambiente en que puede crecer y desarrollar su fuerza interior. No conocemos ninguna estrategia que pueda traer sólo victorias y ninguna derrota; como quiera de cautos podamos ser; los retrocesos y derrotas sólo pueden evitarse completamente dejando el campo sin luchar, y ésto sería en la mayoría de los casos peor que una derrota. Debemos estar preparados para que nuestros avances sean detenidos con muchísima frecuencia por la derrota, sin manera alguna de evitar la batalla. Cuando dirigentes bienintencionados se expresan sobre las serias consecuencias de la derrota, los obreros pueden, por consiguiente, replicar:
“¿Piensas que nosotros, por quienes la organización se ha convertido en carne y sangre, que sabemos y sentimos que la organización es más para nosotros que nuestras mismas vidas --pues representa la vida y el futuro de nuestra clase--, que simplemente debido a una derrota perderemos inmediatamente la confianza en la organización y nos descaminaremos? Ciertamente, una sección entera de las masas que nos inundaron en el ataque y la victoria será arrastrada lejos de nuevo cuando suframos un revés; pero esto sólo significa que podemos contar con apoyo más amplio para nuestras acciones que la falange firmemente creciente de nuestros resueltos batallones de combate.”
Este contraste entre las visiones de Kautsky y las nuestras propias también deja claro cómo es que diferimos tan agudamente en nuestra evaluación de la organización, aunque compartamos la misma matriz teórica. Es simplemente que nuestras perspectivas corresponden a diferentes fases en el desarrollo de la organización, las de Kautsky a la organización en su primera floración, las nuestras a un nivel más maduro de desarrollo. Esto es por lo que él considera que la forma externa de la organización es lo que es esencial, y cree que toda la organización está perdida si esta forma sufre. Esto es por lo que toma la transformación del carácter proletario como la consecuencia de la organización, en lugar de como su esencia. Esto es por lo que ve el efecto caracteriológico principal de la organización sobre el obrero en la confianza y el autodominio traidos por los recursos materiales de la colectividad --en otras palabras, los fondos--. Esto es por lo que él advierte que los obreros volverán sus espaldas a la organización por desmoralización si sufre una derrota mayor. Todo esto corresponde a la concepción que uno derivará de observar la organización en sus fases iniciales de desarrollo. Los argumentos que él expone contra nosotros disponen, por consiguiente, de una base en la realidad; pero nosotros afirmamos una justificación mayor para nuestra perspectiva en que pertenece a la nueva realidad que se despliega irresistiblemente --¡y no dejemos que se nos olvide que Alemania solamente ha tenido poderosas organizaciones proletarias durante una década!--. Esto, por tanto, refleja los sentimientos de la joven generación de obreros que ha evolucionado durante los últimos diez años. Las viejas ideas todavía se aplican, por supuesto, pero en una medida decreciente; las concepciones de Kautsky expresan los momentos primitivos, inmaduros de la organización, una fuerza con la que contar todavía, pero inhibidora, retardante. Se revelará por la práctica qué relación mantienen estas diferentes fuerzas entre sí, en las decisiones y actos mediante los cuales las masas proletarias muestren de lo que se consideran capaces.
Para una refutación de las extraordinarias observaciones de Kautsky sobre el papel del Estado y la conquista del poder político y para la discusión de su tendencia a ver anarquistas por todas partes, debemos remitir al lector al Leipziger Volkszeitung del 10 septiembre. Aquí añadiremos solamente unos pocos comentarios para clarificar nuestras diferencias.
La cuestión acerca de cómo el proletariado gana los derechos democráticos fundamentales que, una vez su conciencia de clase socialista está suficientemente desarrollada, le dotan de la hegemonía política, es el problema básico que subyace a nuestra táctica. Nosotros asumimos la visión de que aquéllos sólo pueden ganarse a la clase dominante en el curso de enfrentamientos, en los que el poderío total de la última salta al campo contra el proletariado y en los que, consecuentemente, este poderío total es vencido. Otra concepción sería que la clase dominante cede estos derechos voluntariamente bajo la influencia de ideales democráticos o éticos universales, y sin el recurso a los medios de coerción a su disposición --esta sería la evolución pacífica hacia el estado del futuro contemplada por los revisionistas--. Kautsky rechaza ambas visiones: ¿qué posible alternativa hay?. De sus declaraciones nosotros inferimos que concebía la conquista del poder como la destrucción de la fuerza del enemigo de una vez por todas, un acto único cualitativamente diferente de toda la actividad previa del proletariado en la preparación de esta revolución. Dado que Kautsky rechaza esta lectura, y puesto que es deseable que sus concepciones básicas a respecto de la táctica sean entendidas claramente, procederemos a citar los pasajes más importantes. En octubre de 1910 escribía:
“En una situación como la que resultó en Alemania, sólo puedo concebir la huelga general política como un acontecimiento único en el que el proletariado entero, a lo largo de la nación, se comprometa con todo su poderío, como una lucha a vida o muerte, una en la que nuestro adversario es abatido o, en su lugar, todas nuestras organizaciones, todo nuestro poder es hecho pedazos o por lo menos paralizado durante los años venideros.”
Ha de suponerse que, por abatir a nuestro adversario, Kautsky quiere decir la conquista del poder político; por otra parte, el único acto tendría que repetirse una segunda o tercera vez. Por supuesto, la campaña podría también probarse insuficientemente poderosa, y en este caso habría fallado, habría resultado en una seria derrota, y tendría, por consiguiente, que ser comenzada de nuevo otra vez. Pero si tuviese éxito, la meta final se habría conseguido. Ahora, sin embargo, Kautsky está negando que alguna vez dijera que la huelga de masas pudiera ser un acontecimiento capaz de derrumbar el capitalismo de un golpe. Cómo, por tanto, tenemos que tomarnos la cita anterior, simplemente no lo entiendo.
En 1911, Kautsky escribía en su artículo “La acción de masas” acerca de las acciones espontáneas de multitudes desorganizadas:
“Si la acción de masas tiene éxito, sin embargo, si es tan dinámica y tan tremendamente extendida, las masas tan despiertas y determinadas, el ataque tan inesperado y la situación en que coge a nuestro adversario tan desfavorable para él, que su efecto es irresistible, entonces las masas podrán explotar su victoria de una manera bastante diferente de hasta ahora. [Sigue la referencia a las organizaciones obreras.] Donde estas organizaciones han tomado raices, ha pasado el tiempo en el que las victorias del proletariado en acciones de masas espontaneas tenían éxito solamente para sacar las castañas del fuego a alguna sección particular de sus oponentes que pasaban a estar en la oposición. De aquí en adelante, podrá disfrutarlos él mismo.”
No puedo ver ninguna otra interpretación posible de este pasaje que que, como resultado de un poderoso alzamiento espontáneo por parte de las masas desorganizadas, disparadas por algunos acontecimientos particularmente provocativos, el poder político caiga ahora en manos del proletariado mismo, en lugar de en manos de una camarilla burguesa como hasta ahora. Aquí también se contempla la posibilidad de ataques, inicialmente fallando y desmoronandose en la derrota, antes de que el ataque tenga éxito. Los protagonistas de una revolución política de este tipo y los métodos que estaban usando la situarían completamente fuera del marco del movimiento obrero actual; mientras el último estaba continuando su actividad rutinaria de educación y organización, la revolución estallaría por encima de él sin ninguna advertencia, “como viniendo de otro mundo”, bajo la influencia de acontecimientos momentáneos. De este modo, no podemos ver otra interpretación que esa propuesta en nuestro artículo. El enigma de ello no es que en esta visión la revolución sea un solo acto preciso; aun si la conquista del poder consistiese en varios actos tales (huelgas masivas y acciones “callejeras”), la cuestión principal es el severo contraste entre la actividad actual del proletariado y la futura conquista revolucionaria del poder, que pertenece a un orden completamente diferente de cosas. Kautsky confirma esto ahora explícitamente:
“Para evitar cualquier malentendido, me gustaría señalar que mi polémica con la camarada Luxemburg trataba sobre la huelga general política, y mi artículo sobre la 'Acción de masas' acerca de los disturbios callejeros. Dije de esos últimos que podrían, en ciertas circunstancias, llevar a levantamientos políticos, pero que eran impredecibles por naturaleza y no podrían ser instigados a voluntad. No estaba refiriéndome a las simples demostraciones callejeras...
Repetiré una vez más que mi teoría del ‘radicalismo pasivo', es decir, esperar la ocasión apropiada y el humor entre las masas, ninguno de los cuales puede predecirse por adelantado o acelerarse por decisión de la organización, se refiere solamente a los disturbios callejeros y a las huelgas de masas orientados a afianzar una decisión política particular --y no a las demostraciones callejeras, ni a las huelgas de protesta--. Las últimas pueden muy bien ser convocadas de vez en cuando por del partido o el sindicato, independiente del humor de las masas fuera de la organización, pero no necesariamente implican nuevas tácticas en tanto que siguen siendo meras demostraciones.”
No nos pararemos en el hecho de que una huelga de masas política, sólo permisible como un acontecimiento de una vez por todas durante 1910, y por consiguiente excluida de la campaña prusiana contemporánea por el sufragio, aparece ahora repentinamente entre las acciones del día a día que pueden ser iniciadas al dar la señal como una “huelga de protesta”. Señalaremos simplemente que Kautsky está aquí haciendo una distinción precisa entre acciones del día a día, que son sólo demostraciones y pueden convocarse a voluntad, y los acontecimientos revolucionarios imprevisibles del futuro. Pueden ganarse nuevos derechos de vez en cuando en la lucha diaria; éstos no son en ningún sentido pasos hacia la conquista del poder, de otro modo la clase dominante ofrecería una resistencia a ellos que sólo podría superarse mediante las huelgas políticas. Los gobiernos amistosos con los obreros pueden alternar con gobiernos hostiles a ellos, las demostraciones callejeras y huelgas de masas pueden jugar algún papel en el proceso; pero durante todo eso, nada esencial cambiará; nuestra lucha sigue siendo “una lucha política contra los gobiernos” que se restringe a la “oposición” y deja el poder del Estado y sus ministerios intacto. Hasta un día, cuando los acontecimientos externos disparen un alzamiento popular masivo con disturbios callejeros y huelgas políticas que pongan fin a todo este asunto.
Sólo es posible mantener tal perspectiva restringiendo la observación de uno a las formas políticas externas e ignorando la realidad política tras de ellas. El análisis de la correlación de poder entre las clases en conflicto, como una asciende y la otra declina, es la única clave para entender el desarrollo revolucionario. Esto transciende la distinción precisada entre la acción del día a día y la revolución. Las diversas formas de acción mencionadas por Kautsky no son polos opuestos, sino parte de una clase gradualmente diferenciada de formas de acción, débiles y poderosas, dentro de la misma categoría.
En primer lugar, por lo que se refiere a cómo se desarrollan: incluso las demostraciones francas no pueden ser convocadas a voluntad, sino que sólo son posibles cuando un sentimiento fuerte ha sido despertado por causas externas, como el coste creciente de la vida y el peligro de la guerra hoy, o las condiciones de sufragio en Prusia en 1910. Cuando más fuerte sea el sentimiento despertado, más vigorosamente pueden desarrollarse las protestas. Lo que Kautsky tiene que decir sobre la forma más poderosa de huelga de masas, a saber, que debemos “darle el apoyo más enérgico y usarla para fortalecer al proletariado”, no va lo bastante lejos para casos donde esta situación ya ha generado un movimiento de masas; cuando las condiciones lo permitan, el Partido, como el portador consciente de las más profundas sensibilidades de las masas explotadas, debe instigar tal acción como es necesario y asumir la dirección del movimiento --en otras palabras, jugar el mismo papel en los acontecimientos de importancia mayor que realiza hoy a escala más pequeña--. Los factores precipitantes no pueden preverse, pero somos nosotros quienes actuamos sobre ellos.
En segundo lugar, por lo que se refiere a aquellos que toman parte: nosotros no podemos restringir nuestras demostraciones presentes solamente a miembros del partido; aunque éstos formen al principio el núcleo, otros vendrán a nosotros en el curso de la lucha. En nuestro último artículo mostramos que el círculo de aquéllos involucrados crece en tanto la campaña se desarrolla, hasta que incluye a las amplias masas del pueblo; no hay nunca ninguna cuestión de disturbios callejeros ingobernables en el viejo sentido.
En tercer lugar, por lo que se refiere a los efectos que tiene tal acción: la conquista del poder por medio de las formas de acción más potentes básicamente equivale a la liquidación de los poderes de coerción disponibles para el enemigo y a la formación de nuestro propio poder; pero aún las protestas actuales, nuestras simples demostraciones callejeras, despliegan este efecto a una pequeña escala. Cuando la policía tenía que abandonar sus esfuerzos por impedir las demostraciones en la pura impotencia en 1910, ésa fue una primera señal de que empezaban a desmoronarse los poderes coercitivos del Estado; y el contenido de la revolución consiste en la destrucción total de estos poderes. En este sentido, ese ejemplo de la acción de masas puede verse como el principio de la revolución alemana.
El contraste entre nuestras respectivas visiones, tal como han sido expuestas aquí, puede parecer ser puramente teórico a primera vista; pero tiene, no obstante, gran importancia práctica con respecto a las tácticas que adoptamos. Tal como lo ve Kautsky, cada vez que la oportunidad de una acción vigorosa surja debemos detenernos y considerar si no podría llevar a un “ensayo de fuerza”, un esfuerzo por hacer la revolución, esto es, a la movilización de toda la fuerza de nuestro adversario contra nosotros. Y debido a que se acepta que somos demasiado débiles para emprender esto, será muy facil huir de cualquier acción --éste era el peso del debate en la huelga de masas en Die Neue Zeit en 1910--. Aquéllos que rechazan la dicotomía de Kautsky entre la acción diaria y la revolución, sin embargo, estiman cada acción como un problema inmediato, a ser evaluado según las condiciones predominantes y el humor de las masas, y al mismo tiempo, como parte de un gran propósito. En cada campaña uno presiona tanto hacia delante como parece posible en las condiciones dadas, sin permitirse ser debilitado por consideraciones teóricas engañosas proyectadas hacia el futuro; pues el problema no es nunca el de una revolución total, ni el de una victoria con importancia sólo para el presente, sino siempre el de un paso adelante a lo largo del camino de la revolución.
La acción de masas no es nada nuevo: es tan vieja como la actividad parlamentaria misma. Toda clase que ha hecho uso del parlamento también ha acudido en ocasiones a la acción de masas; pues constituye un complemento necesario o --mejor aún-- un correctivo a la acción parlamentaria. Dado que, en los sistemas parlamentarios desarrollados, el parlamento mismo promulga la legislación, incluyendo la legislación electoral, una clase o camarilla que ha ganado una vez la superioridad está en posición de afianzar su dominación para siempre, independientemente de todo el desarrollo social. Pero si su hegemonía se vuelve incompatible con una nueva fase de desarrollo, la acción de masas, a menudo en la forma de una revolución o de un levantamiento popular, interviene como una influencia correctiva, barre a la camarilla gobernante, impone una nueva ley electoral en el parlamento, y así reconcilia el parlamento y la sociedad una vez más. La acción de masas también puede ocurrir cuando las masas están en apuros particularmente horribles, para impeler al parlamento a aliviar su miseria. El miedo a las consecuencias de la indignación de las masas induce frecuentemente a la clase que sostiene el poder parlamentario a hacer concesiones que las masas no habrían obtenido de otro modo. Si las masas tienen o no portavoces en el parlamento en tales ocasiones está lejos de carecer de importancia, pero es no obstante de importancia secundaria; la fuerza determinante crucial descansa fuera.
Hemos entrado ahora, nuevamente, en un periodo en el que esta influencia correctiva en el funcionamiento del parlamento es más necesaria que nunca; la lucha por el sufragio democrático por un lado, y el coste creciente de la vida y el peligro de la guerra por el otro, están inflamando la acción de masas. A Kautsky le gusta señalar que no hay nada nuevo en estas formas de lucha; acentúa la similitud con las más tempranas. Nosotros, sin embargo, enfatizamos los nuevos elementos que las distinguen de todas las que se han producido antes. El hecho de que el proletariado socialista de Alemania haya empezado a usar estos métodos los dota de una importancia e implicaciones enteramente nuevas, y fue precisamente a su clarificación a lo que se dedicaba mi artículo. En primer lugar, porque el proletariado altamente organizado, consciente como clase, del que el proletariado alemán es el ejemplo más desarrollado, tiene un carácter de clase completamente diferente del de las masas populares hasta ahora, y sus acciones son, por consiguiente, cualitativamente diferentes. En segundo lugar, porque este proletariado está destinado a promulgar una revolución de largo alcance, y la acción que tome tendrá, por consiguiente, un efecto profundamente subversivo sobre el conjunto de la sociedad, sobre el poder del Estado y sobre las masas, aun cuando no sirva directamente a una campaña electoral.
Kautsky no está justificado, por lo tanto, a apelar a Inglaterra como un modelo “en el que podemos estudiar mejor la naturaleza de la acción de masas moderna”. Lo que a nosotros nos preocupa es la acción política de masas orientada a afianzar nuevos derechos y a dar así expresión parlamentaria al poder del proletariado: en Inglaterra se trataba de un caso de acción de masas por parte de los sindicatos, una huelga de masas en apoyo de las reivindicaciones sindicales que expresaba la debilidad de los viejos métodos sindicales conservadores de buscar auxilio del gobierno. Lo que a nosotros nos concierne es un proletariado tan políticamente maduro, tan profundamente instilado con el socialismo como lo está aquí, en Alemania; el conocimiento socialista y la claridad política necesarias para tales acciones estaba completamente ausente entre las masas en la huelga en Inglaterra. Por supuesto, los últimos acontecimientos también demuestran que el movimiento obrero no puede arreglarselas sin las acciones de masas; ellas son también una consecuencia del imperialismo. Pero, a pesar de las admirables solidaridad y determinación manifestadas en ellas, tenían más bien el carácter de arranques desesperados que el de acciones deliberadas conduciendo a la conquista del poder, que sólo un proletariado profundamente imbuido en el socialismo puede emprender.
Como señalamos en el Leipziger Volkszeitung, la actividad parlamentaria y la acción de las masas no son incompatibles entre sí; la acción de masas en la lucha por el sufragio dota a la actividad parlamentaria de una base nueva, más amplia. Y en nuestro primer artículo defendimos que el creciente coste de la vida y el peligro de guerra bajo el imperialismo, la forma moderna del capitalismo, están en la raíz de la acción de masas moderna.
El camarada Kautsky “falla a ver” cómo esto resulta en “la necesidad de nuevas tácticas” --la necesidad de la acción de masas, en otras palabras--; pues la acción de masas orientada a “alterar o exigir decisiones del parlamento” no puede suprimir en mayor medida los efectos básicos del capitalismo --las causas de la elevación del coste de la vida, por ejemplo, que descansa en las malas cosechas, la producción de oro y el sistema de cárteles-- contra los cuales son impotentes los parlamentos, que cualquier otra forma de acción política. Es una pena que los parisienses impulsados a la revuelta en 1848 por la crisis y el coste creciente de la vida no supiesen eso; no habrían hecho ciertamente la Revolución de Febrero.
Quizás el camarada Kautsky vería esto como otra demostración aun de la incomprensión de las masas, cuyo instinto es sordo a las alegaciones de la razón. Pero si, estimuladas por el hambre y la miseria, las masas se alzan juntas y demandan alivio a pesar de los argumentos del teórico de que ninguna forma de acción política puede lograr algo frente a los males fundamentales del capitalismo, entonces es que son los instintos de las masas los que están lo correcto y la ciencia del teórico la que está equivocada. Primero, porque la acción puede fijarse metas inmediatas que no son un sin sentido; cuando están sometidos a una presión poderosa, los gobiernos y aquéllos con autoridad pueden hacer un gran pacto para aliviar la miseria, incluso cuando esta tiene causas más profundas y no puede ser alterada meramente mediante la decisión parlamentaria --como pudieron los impuestos y aranceles en Alemania--. Segundo, porque el efecto duradero de la acción de masas a gran escala es un golpe que quiebra más o menos la hegemonía del capital, y por eso ataca la raíz del mal.
Kautsky procede constantemente a partir de la asunción de que, mientras tanto el capitalismo no haya sido transformado en socialismo, debe aceptarse como un hecho fijo, invariable, contra cuyos efectos es vano luchar. Durante el periodo en el que el proletariado es todavía débil, es cierto que una manifestación particular del capitalismo --como la guerra, el coste creciente de la vida, el desempleo-- no puede ser suprimida mientras el resto del sistema continue funcionando en todo su poderio. Pero esto no es cierto para el periodo del declive capitalista, en el que ahora el proletariado poderoso, él mismo una fuerza elemental del capitalismo, arroja su propia voluntad y poder a la balanza de las fuerzas elementales. Si esta visión de la transición del capitalismo al socialismo le parece “muy oscura y misteriosa” al camarada Kautsky --lo que sólo significa que es nueva para a él--, entonces es sólo porque él considera el capitalismo y el socialismo como entidades fijas, elaboradas de antemano, y falla a captar la transición del uno al otro como un proceso dialéctico. Cada asalto del proletariado a los efectos peculiares del capitalismo significa un debilitamiento del poder del capital, un fortalecimiento de nuestro propio poder y un paso adelante en el proceso de la revolución.
En conclusión, unas pocas palabras más sobre la teoría. Éstas son necesarias porque Kautsky indica, de vez en cuando, que nuestro trabajo se sale de la concepción materialista de la historia, la base del marxismo. En un lugar describe nuestra concepción de la naturaleza de la organización como espiritualismo malamente adecuado para un materialista. En otra ocasión, adopta nuestra visión de que el proletariado debe desarrollar su poder y su libertad “en constante ataque y avance”, en una lucha de clases escalando de un compromiso a otro, como si dijera que el ejecutivo del Partido tiene que “instigar” la revolución.
El marxismo explica todas las acciones históricas y políticas de los hombres en términos de sus relaciones materiales, y en particular sus relaciones económicas. Una recurrente concepción errónea y burguesa nos acusa de ignorar el papel de la mente humana en esto, y de hacer del hombre un instrumento muerto, un títere de las fuerzas económicas. Nosotros insistimos, a su vez, en que el marxismo no elimina la mente. Todo lo que motiva las acciones de los hombres lo hace a través de la mente. Sus acciones están determinadas por su voluntad, y por todos los ideales, principios y motivos que existen en la mente. Pero el marxismo mantiene que el contenido de la mente humana no es otra cosa, nada, sino un producto del mundo material en el que el hombre vive, y que las relaciones económicas, por consiguiente, sólo determinan sus acciones mediante sus efectos sobre su mente y la influencia sobre su voluntad. La revolución social solamente sigue al desarrollo del capitalismo porque la conmoción económica transforma primero la mente del proletariado, dotándola de un nuevo contenido y dirigiendo la voluntad en este sentido. Justo como la actividad socialdemócrata es la expresión de una nueva perspectiva y una nueva determinación instilandose en la mente del proletariado, así la organización es una expresión y consecuencia de una profunda transformación mental en el proletariado. Esta transformación mental es el término de mediación mediante el que el desarrollo económico conduce al acto de la revolución social. No puede haber ciertamente ningún desacuerdo entre Kautsky y nosotros en que éste es el papel que el marxismo atribuye a la mente.
Y todavía incluso en relación con esto nuestras visiones difieren; no en la esfera de lo abstracto, la formulación teórica, sino en nuestro énfasis práctico. Sólo cuando se toman juntas, las dos declaraciones “Las acciones de los hombres están enteramente determinadas por sus relaciones materiales” y “Los hombres deben hacer ellos mismos su historia a través de sus propias acciones” forman la visión marxista en su conjunto. La primera excluye la noción arbitraria de que una revolución puede hacerse a voluntad; la segunda elimina el fatalismo, que nos tendría simplemente a la espera hasta que la revolución acaeciera por su propia cuenta a través de alguna perfecta fruición del desarrollo. Mientras ambas máximas son correctas en términos teóricos, reciben necesariamente grados diferentes de énfasis en el curso del desarrollo histórico. Cuando el Partido está floreciendo inicialmente y debe, antes de cualquier otra cosa, organizar al proletariado, viendo su propio desarrollo como el objetivo primario de su actividad; la verdad encarnada en la primera máxima le proporciona la paciencia para el lento proceso de construcción, el sentido de que el tiempo de golpes políticos (putsches) prematuros está pasado y la certeza tranquila de la victoria final. En este período, el marxismo asume un carácter predominantemente histórico-económico; es la teoría de que toda la historia está económicamente determinada, y hace vibrar en nosotros la comprensión de que debemos esperar que las condiciones maduren. Pero, cuanto más se organiza el proletariado en un movimiento de masas capaz de una intervención fuerte en la vida social, más está obligado a desarrollar el sentido de la segunda máxima.
El conocimiento alcanza ahora que la cuestión no es simplemente interpretar el mundo, sino transformarlo. El marxismo se convierte ahora en la teoría de la acción proletaria. Las cuestiones de cómo precisamente el espíritu y la voluntad del proletariado se desarrollan bajo la influencia de las condiciones sociales y cómo las diversas influencias lo moldean, entra ahora en el primer plano; el interés por el lado filosófico del marxismo y por la naturaleza de la mente viene ahora a la vida. Dos marxistas influenciados por estas diferentes fases se expresarán, por consiguiente, ellos mismos de modo diferente, uno acentuando principalmente la naturaleza determinada de la mente, el otro su papel activo; ambos llevarán sus verdades respectivas a la batalla el uno contra el otro, aunque ambos rinden homenaje a la misma teoría marxiana.
Desde el punto de vista práctico, sin embargo, este desacuerdo adquiere otro cariz. Nosotros estamos enteramente de acuerdo con Kautsky en que un individuo o grupo no puede hacer la revolución. Igualmente, Kautsky estará de acuerdo con nosotros en que el proletariado debe hacer la revolución. Pero, ¿cómo están las cosas a respecto del Partido, que es un término medio, por un lado un amplio grupo que decide conscientemente que acción tomará, y por el otro el representante y dirigente del proletariado entero? ¿Cuál es la función del Partido?
Con respecto a la revolución, Kautsky lo sitúa como sigue en su exposición de su táctica:
“La utilización de la huelga general política, pero sólo en casos excepcionales, extremos, cuando las masas ya no pueden ser refrenadas.”
Así, el Partido tiene que detener a las masas mientras puedan ser retenidas; mientras sea posible de algún modo, debe considerar su función como matener a las masas plácidas, refrenarlas de tomar la acción; sólo cuando esto ya no es posible, cuando la indignación popular está amenazando con reventar todo constreñimiento, él abre las compuertas y si es posible se pone él mismo a la cabeza de las masas. Los papeles se distribuyen, de este modo, de tal manera que toda la energía, toda la iniciativa en la que la revolución tiene sus orígenes debe venir de las masas, mientras que la función del Partido es detener esta actividad, inhibirla, contenerla mientras sea posible. Pero la relación no puede ser concebida de este modo. Ciertamente, toda la energía proviene de las masas, cuyo potencial revolucionario se despierta por la opresión, la miseria y la anarquía, y quienes mediante su revuelta deben entonces abolir la hegemonía del capital. Pero el Partido les ha enseñado que los arranques desesperados por parte de individuos o grupos individuales son vanos, y que el éxito sólo puede lograrse a través de la acción colectiva, unitaria, organizada. Ha disciplinado a las masas y las ha refrenado de diseminar infructuosamente su actividad revolucionaria. Pero esto, por supuesto, es sólo un aspecto, el aspecto negativo de la función del Partido; debe mostrar simultáneamente en términos positivos cómo estas energías pueden ponerse a trabajar de una manera diferente, productiva, y enseñar el camino para hacerlo.
Las masas, por así decirlo, transfieren parte de su energía, su propósito revolucionario, a la colectividad organizada, no para que se disipe, sino para que el Partido pueda utilizarla como su voluntad colectiva. La iniciativa y potencial para la acción espontánea que las masas entregan no se pierde de hecho al hacer esto, sino que reaparece en otra parte y en otra forma como la iniciativa y potencial del Partido para la acción espontánea; tiene lugar una transformación de la energía respecto a como era. Incluso cuando la indignación más feroz alumbra entre las masas --sobre el creciente coste de la vida, por ejemplo-- ellas permanecen en calma, pues confian al Partido convocarlas para actuar de tal modo que su energía sea utilizada de la manera más apropiada y más exitosa posible.
La relación entre las masas y el Partido no puede, por lo tanto, ser como Kautsky la ha presentado. Si el Partido viese su función como refrenar a las masas de la acción mientras pudiese hacerlo, entonces la disciplina de partido significaría una pérdida para las masas de su iniciativa y potencial para la acción espontánea, una pérdida real, y no una transformación de la energía. La existencia del Partido reduciría entonces la capacidad revolucionaria del proletariado más que incrementarla. No puede simplemente sentarse y esperar hasta que las masas asciendan espontáneamente a pesar de haberle confiado parte de su autonomía; la disciplina y confianza en la dirección del Partido que mantiene a las masas calmadas lo coloca bajo una obligación de intervenir activamente y dar él mismo a las masas la llamada a la acción en el momento correcto. Así, como ya hemos argumentado, el Partido tiene efectivamente el deber de instigar la acción revolucionaria, porque él es el portador de una parte importante de la capacidad de acción de las masas; pero no puede hacerlo como y cuando le agrade, pues no ha asimilado la voluntad entera del proletariado entero, y no puede, por lo tanto, mandarle como a una tropa de soldados. Debe esperar el momento correcto: no hasta que las masas no esperen más y estén ascendiendo por su cuenta, sino hasta que las condiciones despierten tal sentimiento en las masas que la acción a gran escala tenga una oportunidad de éxito.
Éste es el modo en que, en la doctrina marxista, se comprende que, aunque los hombres estén determinados e impelidos por el desarrollo económico, hacen su propia historia. El potencial revolucionario de la indignación despertada en las masas por la naturaleza intolerable del capitalismo no debe quedar inexplotado y ser perdido por eso; ni debe dispersarse en arranques desorganizados, sino hecho apto para el uso organizado en la acción instigada por el Partido con el objetivo de debilitar la hegemonía de capital. Es en estas tácticas revolucionarias que la teoría marxista se convertirá en realidad.