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l triunfo de la revolución cubana fue una conquista colosal
del movimiento de masas que instauró el primer estado obrero en América
Latina, a muy pocos kilómetros del más poderoso imperialismo del
planeta. Pero, al mismo tiempo, provocó entre los luchadores antiimperialistas
de nuestro subcontinente una adhesión amplísima a la que, según
Castro y el Che Guevara, habría sido la estrategia victoriosa: el "foco"
guerrillero. Miles de jóvenes en casi todos nuestros países asumieron
como suya la concepción guerrillerista y tomaron las armas. Quince años
después, esa generación de revolucionarios había sido aniquilada.
Tal fue el resultado, sin ninguna excepción, de las experiencias de Yon
Sosa y Douglas Bravo, los Tupamaros, el ERP y los Montoneros rioplatenses, De
la Puente Uceda en el Perú, Marighela en Brasil y el propio Che en Bolivia.
En muchos países, el accionar guerrillero fue, también, un catalizador
fundamental de golpes de estado fascistoides, que causaron durísimas
derrotas al movimiento obrero y de masas; tal el caso, por ejemplo, de la Argentina
y el Uruguay.
Entre las corrientes que se reclaman socialistas cundió también
la borrachera guerrillerista, que abarcó desde organizaciones pequeñoburguesas
como el MIR chileno hasta toda un ala del trotskismo encabezada por Mandel.
En cambio, el guerrillerismo fue combatido, desde la derecha, por los partidos
comunistas y, desde la izquierda, por la tendencia trotskista encabezada por
el Socialist Workers Party de los Estados Unidos y el Partido Socialista
de los Trabajadores (hoy Movimiento al Socialismo ) de la Argentina.
Esta tendencia, que constituyó la Fracción Leninista Trotskista
, se dividiría años más tarde. El SWP norteamericano
giró 180 grados y hoy reniega de aquellas posiciones. Nuestra corriente,
la Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional (LIT-CI)
, las sigue defendiendo.
Los argumentos con que los stalinistas y los trotskistas de la FLT combatíamos
la concepción y estrategia guerrillera eran, por supuesto, opuestas por
el vértice. Los stalinistas preconizaban por aquel entonces la existencia
de una "etapa" burguesa y antifeudal de la revolución latinoamericana,
a la cual había que defender frente al "fascismo". Semejante
definición los conducía a frenar todo tipo de lucha, fuera guerrillera
o de masas, en todos lados: defendieron a Batista contra Castro y a Somoza contra
los sandinistas; paralizaron a los trabajadores chilenos bajo Allende para no
desestabilizar lo que denominaron "vía chilena" de la revolución,
es decir, la "vía pacífica al socialismo".
Nuestra corriente, al tiempo que combatía esta concepción etapista
y reformista de los stalinistas, sostenía que el triunfo de la revolución
sería fruto de la movilización de masas, y no de las acciones
de una élite de combatientes guerrilleros aislados. Las catástrofes
de Chile en un polo y las desventuras guerrilleras en el otro nos dieron la
razón.
Tras la derrota de estas guerrillas castro-guevaristas de la "primera época",
el guerrillerismo prácticamente había desaparecido de América
Latina. Los escasos sobrevivientes o bien quedaron moral y políticamente
deshechos, o bien terminaron de asesores de gobiernos burgueses con vestiduras
izquierdistas. Este último triste fin fue, por ejemplo, el de Béjar
ocupando altas funciones bajo el régimen militar de Velazco Alvarado,
y el de Régis Debray, asesor del gobierno imperialista de Mitterrand.
El propio líder montonero argentino Firmenich, desde la cárcel,
sólo levanta su voz para pedir un lugarcito en la estructura de un partido
burgués reaccionario como es el peronismo.
Se podría pensar que el guerrillerismo estaba definitivamente acabado
en Latinoamérica. Pero no fue así. El triunfo de la revolución
nicaragüense ha vuelto a impactar en el mismo sentido sobre sectores importantes
de la juventud antiimperialista. Han renacido las guerrillas, como lo demuestran
el FMLN en El Salvador, el M-19 y otros grupos en Colombia, Sendero Luminoso
en el Perú... Ante esta realidad, quienes combatimos el guerrillerismo
en el pasado, denunciándolo como un callejón sin salida para los
revolucionarios latinoamericanos, que sólo podía llevarlos a una
muerte heroica pero inútil y a provocar derrotas para el movimiento de
masas, debemos salir nuevamente al cruce de una política y estrategia
tan nefasta para los trabajadores latinoamericanos y los luchadores antiimperialistas.
Las Tesis que presentamos a continuación son sólo un primer paso
en el duro debate que se reinicia. Como no tienen un carácter concreto
sino de reafirmación general de los principios del socialismo obrero
revolucionario, queremos, en esta introducción, señalar algunos
aspectos particularmente importantes de la realidad de las revoluciones dirigidas
por organizaciones guerrilleras o que hicieron guerrillas.
esde Mao en adelante parece darse casi una ley: cuando triunfa una revolución cuya dirección fue guerrillera o hizo guerrillas, se produce y generaliza una concepción equivocada: quien triunfó fue la guerrilla, no el movimiento de masas. Sin embargo, la realidad indica lo contrario: jamás triunfó una organización guerrillera en base a su estrategia guerrillera (más bien siempre fueron derrotadas); siempre que hubo triunfos revolucionarios ellos fueron producto de grandes movilizaciones revolucionarias de masas. Algunas direcciones, como la castrista, ocultaron esa realidad; otras, como la sandinista, la reconocieron. Pero así fue.
En el caso chino, la “Gran Marcha” fue en realidad una gran huida. Desde el punto de vista militar, el P.C. estaba cada vez peor, casi derrotado, aunque mantenía una poderosa influencia como partido político. Lo que salvó a Mao fue, paradógicamente, la invasión japonesa. Toda China se levantó contra los japoneses. En toda ciudad, pueblo o aldea chinos surgieron organismos de resistencia al invasor, en los cuales participaban desde los trabajadores y campesinos hasta importantes sectores de la burguesía. Mao, inteligentemente, volcó su partido hacia esas organizaciones de masas de resistencia y ese fue el secreto de su victoria. Mao fue, sí, la dirección política de la revolución china. Pero no por haber hecho guerrillas —independientemente de que ello fuera necesario en su momento como táctica militar defensiva—, sino por el papel político que jugó como dirección del multitudinario levantamiento de las masas contra el imperialismo japonés.
La experiencia cubana tiene elementos comunes con la china. Las dos acciones guerrilleras que reivindica Fidel Castro, el asalto al Moncada y el desembarco del Gramma, terminaron en sendas catástrofes militares. Pero Castro era un gran dirigente político de masas, la máxima figura de izquierda de un partido burgués de masas opositor a Batista, el Partido Ortodoxo. Fue el levantamiento contra la dictadura batistiana de los semiproletarios agrícolas y los campesinos pobres primero y de la clase obrera y el pueblo urbano después, quienes dieron su fuerza al Ejército Rebelde, desmoralizaron a las tropas del régimen y, por medio de la huelga general, abrieron las puertas de las ciudades fundamentales de Cuba al triunfo total de la revolución.
Guevara, que se declaraba discípulo de Mao y de su estrategia de “Guerra Popular Prolongada”, de la periferia hacia el centro, del campo hacia la ciudad, extrajo de la experiencia cubana conclusiones opuestas a la realidad. Quizás por no ser él mismo un dirigente político de masas, teorizó esas falsas concepciones llevándolas al extremo. De allí surgió la teoría del “foco” guerrillero: la simple instalación de un reducido grupo de combatientes en alguna zona de difícil acceso para el ejército ya era el comienzo de la revolución; ese pequeño grupo iría ganando el apoyo de la población local y extendiendo su acción hasta convertirse en un ejército y pasar de la guerra de guerrillas a la guerra convencional contra el ejército enemigo. En el esquema del Che, las condiciones objetivas eran necesarias sólo en el sentido de que hubiera una gran miseria de las masas y un régimen odiado; lo demás venía solo, como producto de la voluntad y heroísmo combatiente de un puñado de luchadores. La disposición o no de las masas a entrar en lucha no era tomada en cuenta por la estrategia foquista como un factor objetivo. Por supuesto, el Che reconocía la necesidad de un apoyo de masas para que la guerrilla triunfara. Pero ese apoyo de masas se lograría a fuerza del voluntarismo de los combatientes, no como una disposición de las masas para salir a la lucha. Era, en ese sentido, claramente antileninista, ya que Lenin siempre ubicó a la movilización revolucionaria de las masas como un factor objetivo, independiente de la voluntad de los revolucionarios.
La influencia de esta teoría y estrategia castro-guevarista impregnó a todos los guerrilleros latinoamericanos. Es cierto que el auge de las luchas urbanas a fines de los ’60 y durante los ’70 (estallido estudiantil-popular en México en 1968, “Cordobazo” argentino de 1969, etc.), junto a varias derrotas de la guerrilla rural, hicieron surgir una variante guerrillera urbana. Pero ella se basaba en los mismos principios que el foquismo rural guevarista: la “propaganda armada”, es decir el terrorismo urbano “enseñaría” a los trabajadores y al pueblo de las ciudades la necesidad de la lucha armada y los llevaría a apoyar a la guerrilla.
En el caso nicaragüense, los sandinistas estaban divididos en diferentes alas, desde la “Proletaria” que preconizaba las acciones urbanas, hasta la denominada “Guerra Popular Prolongada”, más cercana a la ortodoxia maoísta. Pero todas ellas, tras largos años de combates contra Somoza, estaban diezmadas y reducidas a su mínima expresión. En las vísperas mismas de la revolución nicaragüense, entre todas, sumaría 50 o 100 militantes. Estando la guerrilla sandinista militarmente casi acabada, estalló la insurrección de las masas tras el asesinato de Chamorro. El sandinismo se lanzó a la ofensiva, pero si bien ella sirvió para distraer fuerzas gubernamentales hacia los frentes sur y del norte, no fue esa ofensiva militar la que dio el triunfo a la revolución. Somoza cayó por la acción insurreccional de las masas urbanas, a la cual frecuentemente los destacamentos armados del sandinismo llegaban tarde o directamente no llegaban. Pero el sandinismo, que tuvo el gran mérito político, no militar, de ser opositor intransigente y enemigo mortal de Somoza, fue visto por las masas como su dirección política. El pueblo insurrecto se llamaba a sí mismo “sandinista”, aunque no hubiera presente un solo militante ni combatiente sandinista. La dirección sandinista vio el proceso insurreccional y, abandonando toda teoría guerrillerista, se volcó hacia él, ganándose el papel de dirigente político de la revolución.
Tuvo, además, el gran mérito y honestidad de reconocer la realidad tal cual fue. El comandante sandinista Luis Carrión señaló: “ El elemento predominante de nuestra guerra ha sido la insurrección ”. El comandante Joaquín Cuadra relató: “ Estallaban miniinsurrecciones espontáneas que demostraban una gran combatividad y una extraordinaria firmeza por parte de las masas, mientras que las estructuras políticas y militares de vanguardia experimentaban un notorio retraso ”. El comandante Javier Carrión sintetizó: “ La guerra se ganó prácticamente por la participación del pueblo, sin eso, nosotros no hubiéramos hecho gran cosa ”. Y el propio comandante Ortega dijo: “ ... el peso fundamental de la lucha armada lo llevó nuestro pueblo... Podríamos decir que las masas estuvieron permanentemente insurrectas... La insurrección popular en Nicaragua... fue un fenómeno que parió todo el pueblo y fundamentalmente nuestros más humildes, más explotados y oprimidos trabajadores del campo y la ciudad... Fueron nuestras masas las que le dijeron a su vanguardia, el Frente Sandinista: ‘¡Esta es la forma de lucha!’. Nosotros, la vanguardia, no hicimos más que ponernos al frente de esa voluntad, de esa decisión, de esa actividad popular ” (Citado por Leonel Giraldo, Centroamérica entre dos fuegos , Norma, Bogotá, 1981, p.p.. 33-35).
Lo mismo que hemos dicho de China, Cuba y Nicaragua podríamos demostrarlo en cualquier otra revolución triunfante, con dirección política guerrillera o sin ella. No es una organización militar la que hace una revolución; las revoluciones las hacen las masas. No es una dirección militar la que dirige una revolución; las revoluciones las dirigen direcciones políticas, es decir, organizaciones o líderes con quienes las masas identifican políticamente sus intereses.
Por esa razón, mantenemos con más fuerza que nunca tras el triunfo de la revolución nicaragüense que es absolutamente necesario combatir políticamente la estrategia guerrillerista y a las organizaciones que la defienden y la llevan a la práctica. Si son la masas las que hacen las revoluciones, toda prédica, propagandística o práctica (a través de acciones) de que es una ínfima minoría de guerrilleros la encargada de hacer la revolución, es un factor de profunda desmovilización del movimiento de masas, va en contra de la revolución.
Es obligación de los marxistas decirle la verdad a las masas: ¡Son ustedes y sólo ustedes los que pueden solucionar sus problemas si se movilizan en forma multitudinaria y apelando a todos los métodos para luchar contra los explotadores, el imperialismo y el gobierno de turno! ¡No hay pequeño grupo ni minoría, por más heroica que sea, que los salve de la miseria y la represión! ¡Hagan ustedes la revolución, porque es necesaria, porque no hay otro camino y porque nadie la va a hacer por ustedes! ¡Las minorías fracasan! ¡Ustedes, la mayoría pueden y deben vencer!
odo lo anterior no niega una verdad de a puño: no hay revolución que destruya el aparato de estado existente, en particular a las fuerzas armadas, si no se desarrolla un aparato militar de la revolución. Este punto abre el segundo gran debate con los guerrilleristas.
El guerrillerismo tiene la concepción elitista acumulativa, gradualista de la cuestión del armamento. Elitista porque no ve el armamento como armamento de las masas, es decir como armamento de las organizaciones de masas, sino como armamento de “la vanguardia”, esto es de la propia organización guerrillera. Gradualista porque concibe el armamento como un proceso acumulativo, de menor a mayor, que comienza con el armamento del grupo que inicia la guerrilla y culmina en el armamento de un “ejército popular” capaz de enfrentar y derrotar al ejército burgués en una guerra convencional.
Nuestra concepción es opuesta y está sintetizada en el documento que estamos introduciendo, cuando decimos que, si el proletariado quiere armarse no hay nadie que se lo pueda impedir y, que si no quiere hacerlo, no hay nadie que lo logre. Esto es extensivo a cualquier otro sector del movimiento de masas, por ejemplo los campesinos.
Hace ya muchos años, en la polémica con los guerrilleristas de la “primera época”, pusimos como ejemplo el caso boliviano. El 21 de agosto de 1971, el general Banzer lanzaba su golpe de estado ultrarreaccionario contra el débil gobierno populista del general Torres. Sectores del movimiento de masas salieron a enfrentar el golpe en las calles, y a ellos se sumaron las organizaciones guerrilleristas bolivianas. Fueron derrotados, pero lo que aquí interesa es qué sucedió en esas pocas horas con el problema del armamento. Así relató lo ocurrido Hubo González Moscoso, un dirigente trotskista fanático de la guerrilla: “ La lucha fue feroz y heroica: más de 5,000 combatientes —pero el 90 por ciento de ellos sin armas... A último momento, el asalto a un depósito de armas nos proporcionó 1,300 rifles de la guerra del Chaco... ” (Our rol inrol in battling against the military coup”, Intercontinental Press , New York, 1-11-71, Número 38, vol. 9).
El balance está claro. Entre el Ejército de Liberación Nacional, el Partido Obrero Revolucionario (Combate) de González y el resto de grupos guerrilleristas, que se venían preparando desde hacía entre 5 y 10 años para la “lucha armada”, sólo habían logrado reunir 500 armas (el 10 por ciento de 5,000 combatientes). Pero cuando entró a tallar el movimiento de masas, logró, en cuestión de horas, 1,300 fusiles.
Este caso no es excepcional, sino la regla de todas las revoluciones. Los obreros revolucionarios rusos, en pocos meses, lograron enormemente más armas que todas las que acumularon durante décadas los terroristas rusos. La propia experiencia nicaragüense lo confirma: los insurrectos de las ciudades se armaban como podían pero en forma masiva, sin necesidad de esperar las armas de los sandinistas. Estos, por su parte, si tenían muchas armas no era como producto de una acumulación, sino de la ayuda de la socialdemocracia europea y algunos gobiernos burgueses latinoamericanos, que afluyó hacia ellos después de que comenzó la insurrección masiva en Nicaragua y no antes. Y si esos gobiernos, enemigos mortales de toda revolución, enviaron tal ayuda a los sandinistas, ello sucedió por la presión y simpatía de las masas mundiales a favor de una revolución contra el odiado Somoza. El propio armamento sandinista fue, pues, un producto indirecto de la movilización de masas.
Esto demuestra que el armamento es, ante todo, una tarea política que, como tal, depende estrechamente de la disposición a la lucha de movimiento de masas. Por eso mismo no se produce en forma gradual, sino a través de un salto espectacular, cuando son las propias masas las que se proponen armarse. Entonces, no hay quien pueda detenerlas, ya que son trabajadores quienes están en las fábricas de armas y son trabajadores uniformados quienes las manejas y las almacenan en los arsenales. Esto último podría discutirse en el caso de ejércitos superprofesionales de mercenarios, como dicen que era la Guardia Nacional somocista. No conocemos lo suficiente como para tomar posición en ese caso concreto, pero sí es público el testimonio del propio Castro de cómo, a medida que se desmoralizaba el ejército batistiano, comenzaban a pasarse sectores de la tropa hacia el Ejército Rebelde.
Allí radica otra diferencia central con el programa militar de los guerrilleros. Ellos prácticamente no tienen política hacia la base del ejército burgués: su línea maestra es ir a una guerra de ejército contra ejército. El leninismo, en cambio, plantea no una sino dos herramientas para el armamento de las masas: por un lado la creación de destacamentos de autodefensa y milicias de trabajadores; paralelamente, la actividad política sobre la base del ejército para ganarla para la revolución oponiéndola a la casta contrarrevolucionaria de los oficiales.
Esta actividad requiere de consignas propias, específicas, que defiendan los intereses, reivindicaciones y derechos sindicales y políticos de la tropa, frente al verticalismo militar, la prepotencia de los oficiales y el intento de utilizarla como carne de cañón contra el pueblo. En síntesis, un programa de transición para desarticular al ejército burgués ya que, como decía Trotsky, la insurrección no es una lucha contra el ejército sino por el ejército.
Tomada así, como tarea política que es, el leninismo se opone a la concepción guerrillerista de construcción de un aparato militar por fuera del movimiento y las organizaciones de masas. Sostiene como principio la construcción de un aparato militar, sí pero de las organizaciones de masas. Tal fue el caso del Comité Militar Revolucionario del Soviet de San Petersburgo, que fue quien realizó la insurrección de Octubre. Un ejemplo que se vio confirmado en infinidad de oportunidades, entre otras con la construcción de las milicias sindicales y campesinas que derrotaron al ejército burgués durante la revolución boliviana de 1952. Lo mismo podríamos decir de las organizaciones barriales de masas que hicieron la insurrección contra Somoza en Nicaragua.
ueda en pie una última cuestión en la que nos interesa detenernos, el carácter claramente urbano que va adquiriendo cada vez más la revolución en toda América Latina. Los guerrilleristas más ortodoxos se niegan directamente a reconocerlo, como ocurre con el ELN colombiano, que sigue adhiriendo a la concepción de la “guerra popular prolongada” al estilo maoísta. Sin embargo, esta tendencia es una realidad palpable, como ya dijimos desde fines de la década de los ’60.
La revolución bajo la forma predominante de una guerra campesina o rural dominó claramente en el norte de América Latina desde, como mínimo, la revolución mexicana de comienzos de siglo (que, según algunos autores, fue campesina en el norte, pero del proletariado rural no organizado como clase sino en los pueblos en la zona de Zapata). Así se dieron desde el movimiento de Sandino hasta la revolución cubana, pasando por la guerra civil en Colombia, conocida como “la violencia”. (En el Cono Sur latinoamericano, en cambio, los procesos revolucionarios y la lucha de clases en general, tuvieron desde fines del siglo pasado un carácter claramente urbano y proletario, debido al desarrollo industrial y al peso específico y tradiciones de la clase obrera. En algunos países del Cono Sur (Perú, Brasil, Bolivia) hubo o hay también un fuerte componente campesino o rural, pero no es lo dominante).
Sin embargo, hace ya dos décadas que en toda América Latina, incluyendo el norte, la revolución es predominantemente urbana, reflejando entre otras cosas, el fulminante proceso de concentración de la población en grandes ciudades como Sao Pablo, Río de Janeiro, Lima, Bogotá, México, etcétera.
En El Salvador, el gran auge revolucionario, infinitamente más poderoso que la actual guerrilla rural del FMLN, fue el proceso urbano y obrero que derrocó al general Romero pocos meses después de la caída de Somoza. Si ahora domina la escena la guerrilla rural, ello se debe a la traición del stalinismo, que compartió el gobierno con el coronel Majano y desmovilizó a las masas, permitiendo el rearme de la contrarrevolución y el genocidio de la vanguardia revolucionaria salvadoreña en las ciudades. Por esa razón, como medida defensiva ante una derrota causada por un crimen político, cobró auge la actual guerrilla. Pero todo indica que el proceso vuelve a desplazarse hacia las ciudades y hacia el movimiento obrero.
En Colombia, un país de gran tradición guerrillera rural de masas, el mayor suceso revolucionario de las últimas tres décadas fue el paro cívico nacional de 1977, una movilización con eje casi absoluto en las ciudades.
Si esto es así, si la revolución latinoamericana asume un carácter claramente urbano y en la mayoría de los países nítidamente obrero, la actualidad de la insurrección como vía para la revolución se hace evidente. Que ella se dará combinada con todo tipo de luchas y métodos, guerrilleros y no guerrilleros, en el campo, es una verdad absoluta. Pero que no habrá triunfo de la revolución sino a través de una insurrección victoriosa en las ciudades es una verdad tanto o más importante que la anterior. En consecuencia, las enseñanzas de los bolcheviques, de quienes los trotskistas ortodoxos nos consideramos herederos, acerca del carácter, el programa, la táctica y el programa militar de la revolución, se hacen más actuales que nunca. Para recuperar esas enseñanzas y hacerlas carne en la vanguardia de luchadores revolucionarios latinoamericanos y en el movimiento obrero y de masas, el debate contra la concepción y estrategia guerrilleristas es una necesidad impostergable.
n este debate ha entrado a terciar, al lado de los guerrilleros auténticos, un segundo contrincante: los partidos comunistas latinoamericanos. Ellos han pasado de enemigos acérrimos a admiradores entusiastas, propagandistas y, en algunos casos —P.C. salvadoreño, FPMR chileno— actores de la guerrilla. Este brusco giro a la izquierda, que abarca muchos otros aspectos de la política de los PCs latinoamericanos y del “tercer mundo”, fue dictado por poderosas razones. Las revoluciones cubana y nicaragüense se hicieron no sólo al margen sino en contra de los PCs. El ascenso revolucionario de las masas y el surgimiento de direcciones independientes de tipo pequeñoburgués revolucionario, como los sandinistas y en su momento Castro, hicieron sonar las sirenas de alarma en el Kremlin. La vieja política de la burocracia soviética y sus agencias en el extranjero de impedir la revolución defendiendo directamente a regímenes monstruosos como los de Batista y Somoza, ya no servía. La revolución cubana pudo ser la excepción que confirma la regla; pero una segunda revolución triunfante, la nicaragüense, ya era demasiado. Por eso abandonaron la vieja política y dieron el giro.
La esencia del giro a la izquierda del stalinismo podría resumirse de la siguiente forma: si ya no podemos impedir las revoluciones oponiéndonos frontalmente a ellas, destruyámoslas desde adentro. Para eso, en lugar de seguir acusando a las direcciones guerrilleristas y al resto de la izquierda de ultras y provocadores a sueldo del imperialismo, unámonos a ellos en un frente de izquierda; participemos de las luchas, incluso armadas, en vez de oponernos a toda lucha; por esa vía, con paciencia y aparato, terminaremos controlando nosotros.
Esta nueva táctica ya le ha dado al stalinismo un éxito importante en El Salvador. Los guerrilleros salvadoreños odiaban a los regímenes proimperialistas y querían destruirlos, igual que los sandinistas odiaban y querían destruir a Somoza. Pero desde que el P.C. salvadoreño se unió a ellos en la guerrilla y comenzó a controlarla, el programa del FMLN ha ido bajando de tono hasta llegar a su propuesta actual: ya no se habla de liquidar a Duarte sino de establecer un “diálogo nacional” para “reorganizar” al gobierno genocida. En el camino quedó el cadáver de uno que se oponía: Salvador Cayetano Carpio.
En otra oportunidad podremos detenernos en todos los aspectos políticos y programáticos del giro a la izquierda del stalinismo latinoamericano. Lo que aquí queremos enfatizar es que el nuevo auge del guerrillerismo que estamos viviendo puede tener efectos mucho más nefastos que la oleada anterior, precisamente porque ahora el stalinismo lo apoya e interviene en él.
La estrategia guerrillerista, criminalmente equivocada, expresa las limitaciones de clase de honestos luchadores, apasionados por hacer una revolución. Lo mismo podría decirse del entusiasmo por la guerrilla que se ha despertado en la base de los PCs, revolucionaria ferviente, aunque engañada por su dirección.
La dirección stalinista, en cambio, es fría y conscientemente contrarrevolucionaria. Propagandizar o hacer guerrilla es un buen negocio para ella precisamente porque es una estrategia que no conduce a la revolución sino a su derrota. La guerrilla impide o dificulta que los trabajadores se autoorganicen y movilicen democráticamente, ya que impone una organización militar. Eso es precisamente lo que los stalinistas necesitan para poder seguir siendo una burocracia. La guerrilla da una salida hacia afuera de la clase trabajadora a miles de luchadores impacientes por hacer una revolución. Eso le conviene a los burócratas para que no surja una dirección revolucionaria de la clase obrera y las masas.
Por el prestigio de la dirección sandinista y por el refuerzo que significa el cambio de posición del stalinismo, el combate político contra el guerrillerismo de quienes estamos por la revolución socialista y por la construcción de un partido obrero revolucionario que la conduzca, debe ser y será encarnizado. Derrotar la concepción y estrategia guerrillerista es imprescindible para evitar nuevos y sangrientos contrastes de los trabajadores y un nuevo exterminio de otra generación de luchadores honestos y valientes.
Redactado: En 1973.
Edición electrónica: Secretariado Centroamericano, Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo, Julio, 2001.
Fuente: Cuadernos Obreros, Tegucigalpa, 1993.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2001.