Escrito: En 1978.
Publicado pro vez primera: En Root and Branch, No. 6, 1978;
Traducción: Por Rubén Tala, para marxists.org,
abril de 2021.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marxists.org,
abril de 2021.
Están por cumplirse sesenta años desde que los mercenarios de la dirigencia socialdemócrata alemana asesinaron a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Aunque se les menciona al mismo tiempo, ya que ambos simbolizan el elemento radical dentro de la revolución política alemana de 1918, el nombre de Rosa Luxemburg tiene más peso porque su obra teórica fue de mayor poder seminal. De hecho, se puede decir que Luxemburg fue la personalidad destacada en el movimiento obrero internacional después de Marx y Engels; y que su obra no ha perdido su relevancia política a pesar de los cambios que han experimentado el sistema capitalista y el movimiento obrero desde su muerte.
De todos modos, como cualquier persona, Rosa Luxemburg fue hija de su tiempo y sólo se la puede entender en el contexto de la fase del movimiento socialdemócrata del que formó parte. Mientras que la crítica de Marx a la sociedad burguesa tuvo lugar en un período de rápido desarrollo capitalista, la actividad de Rosa Luxemburg fue en una época de creciente inestabilidad para el capitalismo, donde las contradicciones de la producción capitalista -formuladas de manera abstracta- aparecían en las formas concretas de la competencia imperialista y las luchas de clases intensificadas. Según Marx, al principio la crítica proletaria real de la economía política consistió en la lucha de los trabajadores por mejores condiciones de trabajo y niveles de vida más altos, lo que prepararía las luchas futuras por la abolición del capitalismo. Sin embargo, en opinión de Rosa Luxemburg, esta lucha "final" ya no podía ser relegada a un futuro lejano, sino que estaba presente en las luchas de clases en expansión. La lucha cotidiana por reformas sociales estaba inseparablemente relacionada con la necesidad histórica de la revolución proletaria.
Sin entrar en la biografía de Rosa Luxemburg[1], hay que decir que provenía de un entorno burgués y que ingresó al movimiento socialista a una edad temprana. Como otros, se vio obligada a irse de la Polonia rusa y se fue a estudiar a Suiza. Su principal interés, como correspondía a una socialista influenciada por el marxismo, era la economía política. Su trabajo inicial en este campo sólo tiene interés histórico. Su disertación inaugural, El desarrollo industrial de Polonia (1898), hizo para Polonia, aunque de una manera menos extensa, lo que El desarrollo del capitalismo en Rusia de Lenin hizo para la Rusia zarista un año después. Además, estaban sus conferencias populares en la Escuela del Partido Socialdemócrata, publicadas póstumamente por Paul Levi (1925) bajo el título Introducción a la Economía Nacional. En este último trabajo, cabe señalar, Rosa Luxemburg declaró que la validez de la economía política es específica del capitalismo y dejará de existir con la desaparición de este sistema. En su disertación, llegó a la conclusión de que el desarrollo de la economía polaca se llevaría a cabo junto con el de Rusia, terminaría en una integración completa y, con ello, acabaría con las aspiraciones nacionalistas de la burguesía polaca. Pero este desarrollo también unificaría al proletariado ruso con el polaco y conduciría a la eventual destrucción del capitalismo polaco-ruso. Para ella, la principal contradicción de la producción capitalista estaba entre la capacidad de producir y la capacidad limitada de consumir dentro de las relaciones capitalistas de producción. Esta contradicción lleva a crisis económicas recurrentes y a la miseria cada vez mayor de la clase obrera y por lo tanto, eventualmente, a la revolución social.
Fue a partir de su trabajo La acumulación del capital (1912) que las teorías económicas de Rosa Luxemburg se volvieron controvertidas. Aunque ella afirmó que este libro nació de las complicaciones que surgieron en el curso de sus conferencias populares sobre Economía Nacional, a saber, su incapacidad para relacionar el proceso total de reproducción capitalista con los límites objetivos postulados de la producción de capital, se desprende claramente del trabajo que también fue una reacción a la castración de la teoría marxista iniciada por el "revisionismo", que arrasó con el movimiento socialista en el cambio de siglo. El revisionismo operó en dos niveles: el nivel empírico primitivo personificado por Eduard Bernstein[2], que simplemente comparó el desarrollo capitalista actual con el deducible de la teoría marxista, y el giro teórico más sofisticado del marxismo académico, culminando en la interpretación de Marx por parte de Tugan-Baranowsky[3] y sus diversos discípulos.
El primer volumen de El capital fue el único publicado durante la vida de Marx. El segundo y el tercero fueron preparados por Friedrich Engels a partir de papeles no revisados que se dejaron a su cuidado, aunque habían sido escritos antes de la publicación del primer volumen. Mientras que el primer volumen trata del proceso de producción capitalista, el segundo se ocupa del proceso de circulación. El tercer volumen, finalmente, trata del sistema capitalista como un todo en su forma fenoménica, determinada por sus relaciones de valor subyacentes. Debido a que el proceso de reproducción necesariamente controla el proceso de producción, Marx consideró útil mostrar este hecho mediante algunos esquemas de reproducción abstracta en el segundo volumen de El Capital. Los esquemas dividen la producción social total en dos secciones: una que produce medios de producción y la otra, medios de consumo. Las transacciones entre estos dos departamentos se imaginan de manera tal que permiten que la reproducción del capital social total se lleve a cabo en la misma escala o en una escala ampliada. Pero lo que es un presupuesto para los esquemas de reproducción, a saber, una asignación del trabajo social igual a la requerida para el proceso de reproducción, en la realidad efectiva se lleva a cabo a ciegas, a través de las actividades descoordinadas de los muchos capitales individuales en su búsqueda competitiva del plusvalor.
Los esquemas de reproducción no distinguen entre valores y precios; es decir, tratan los valores como si fueran precios. Para el propósito que pretendían servir, es decir, llamar la atención sobre la necesidad de una cierta proporcionalidad entre las distintas esferas de producción, los esquemas cumplen su función pedagógica. No representan el mundo real, pero son fundamentales para ayudar a comprenderlo. En este sentido restringido, no importa si las interrelaciones de producción e intercambio se visten en términos de valor o de precio. Ya que la forma precio del valor, recogida en el tercer volumen de El Capital, se refiere al proceso real de producción e intercambio capitalista, las condiciones de equilibrio imaginario de los esquemas de reproducción de Marx no se refieren al mundo capitalista real. Aun así, Marx consideró que "es absolutamente necesario que consideremos el proceso de reproducción en su forma fundamental en la que desaparecen todas las intermediaciones que lo oscurecen , para desembarazarnos así de esos falsos subterfugios que proporcionan la apariencia de una explicación "científica" cuando se hace del proceso social de reproducción, en su enmarañada forma concreta y de inmediato, el objeto del análisis."[4].
En realidad, según Marx, el proceso de reproducción en condiciones capitalistas excluye cualquier tipo de equilibrio e implica, en cambio, "posibilidades de crisis, ya que el equilibrio mismo dada la configuración espontánea de esta producción es algo casual"[5]. Tugan-Baranowsky, sin embargo, leyó los esquemas de reproducción de manera diferente debido a su parecido superficial con la teoría burguesa del equilibrio, la principal herramienta de la teoría burguesa de los precios. Llegó a la conclusión de que mientras el sistema se desarrolle proporcionalmente con respecto a sus requisitos de reproducción, carece de límites objetivos. Las crisis son provocadas por desproporcionalidades que surgen entre las distintas esferas de producción, pero siempre pueden superarse mediante el restablecimiento de esa proporcionalidad que asegura la acumulación de capital. Esta era una idea inquietante, en lo que a Rosa Luxemburg concernía, y tanto más cuanto que no podía negar las implicaciones equilibradoras de los esquemas de reproducción de Marx. Si Tugan-Baranowsky los interpretó correctamente, entonces Marx estaba equivocado, porque esta interpretación negaba el final inevitable del capitalismo.
La discusión sobre los esquemas de reproducción abstracta de Marx fue particularmente vehemente en Rusia debido a las diferencias anteriores entre los marxistas y los populistas con respecto al futuro de Rusia dado su atraso y sus peculiares instituciones socioeconómicas. Mientras que los populistas afirmaron que para Rusia ya era demasiado tarde para entrar en competencia mundial con las potencias capitalistas establecidas y que, además, era muy posible construir una sociedad socialista sobre la base de la aún no disuelta colectividad productiva campesina, los marxistas sostenían que el desarrollo según el modelo occidental era ineludible y que este desarrollo en sí mismo produciría los mercados que necesitaba dentro de Rusia y en el mundo en general. Los marxistas enfatizaron que es la producción de capital, no la satisfacción del consumo, lo que determina la producción capitalista. Por tanto, no hay razón para suponer que una restricción del consumo retardaría la acumulación de capital; por el contrario, cuanto menos se consuma, más rápido crecerá el capital.
Esta "producción por la producción misma" no tenía sentido para Rosa Luxemburg, no porque ignorase el afán de lucro de la producción capitalista, que se esfuerza constantemente por reducir la participación de los trabajadores en la producción social, sino porque no podía ver cómo la plusvalía extraída podría realizarse en forma de dinero en un mercado compuesto únicamente por trabajo y capital, como se muestra en los esquemas de reproducción. La producción tiene que pasar por el proceso de circulación. Comienza con dinero, invertido en medios de producción y fuerza de trabajo, y termina con una mayor cantidad de dinero en manos de los capitalistas, para reinvertir en otro ciclo de producción. ¿De dónde vendría este dinero adicional? En opinión de Rosa Luxemburg, no era posible que provenga de los capitalistas; porque si así fuera estos no serían los receptores de la plusvalía, sino que pagarían con su propio dinero su equivalente en mercancía. Tampoco podría provenir de las compras de los trabajadores, que sólo reciben el valor de su fuerza de trabajo, dejando la plusvalía en su forma mercantil en manos de los capitalistas. Para que el sistema funcione, debe haber un "tercer mercado", aparte de las relaciones de intercambio entre trabajo y capital, en el cual la plusvalía producida pueda transformarse en dinero adicional.
Rosa Luxemburg encontró que este aspecto del asunto faltaba en Marx. Tenía la intención de cerrar la brecha y con ello fundamentar la convicción de Marx sobre el necesario colapso del capitalismo. Aunque La acumulación del capital aborda históricamente el problema de la realización -comenzando con la economía clásica y terminando con Tugan-Baranowsky y sus muchos imitadores- para mostrar que este problema siempre ha sido el talón de Aquiles de la economía política, su propia solución del problema comprende, en esencia, no más que un malentendido de la relación entre dinero y capital y una mala lectura del texto de Marx. Sin embargo, a medida que presenta las cosas, todo parece encajar en el lugar que le corresponde: la naturaleza dialéctica del proceso de expansión del capital, como resultado de la destrucción de las economías precapitalistas; la necesaria extensión de este proceso al mundo en general, como lo ilustra la creación del mercado mundial y el imperialismo desenfrenado en busca de mercados para la realización de la plusvalía; la transformación resultante de la economía mundial en un sistema que se asemeja al sistema cerrado de Marx de la reproducción; y con ello, finalmente, el inevitable colapso del capitalismo por falta de oportunidades para realizar su plusvalía.
Rosa Luxemburg se dejó llevar por la lógica de su propia construcción hasta el punto de revisar a Marx más a fondo de lo que habían hecho los revisionistas. En la concepción de los revisionistas, un desarrollo armonioso del capital era teóricamente posible, lo cual, para ellos, convirtió el socialismo en un problema puramente ético y de reformas sociales por medios políticos. Por otro lado, los esquemas de reproducción marxistas, si se leen como una versión de la ley de Say de la identidad de la oferta y la demanda, debían ser rechazados. Al igual que sus adversarios, Rosa Luxemburg no vio que estos esquemas no tienen ninguna conexión con la cuestión de la viabilidad del sistema capitalista, sino que son simplemente un paso intermedio, metodológicamente determinado, en el análisis de las leyes del movimiento del sistema capitalista como un todo, que deriva su dinámica de la producción de plusvalía. Si bien el capitalismo está de hecho afligido con dificultades en la esfera de la circulación y por lo tanto en la realización de la plusvalía, no fue aquí donde Marx buscó, o encontró, la clave para comprender la susceptibilidad del capitalismo a las crisis y a su inevitable final. Incluso si no hubiera ningún problema realizando la plusvalía, el capitalismo encuentra sus límites objetivos en la producción de plusvalía.
Según Marx, la contradicción básica del capitalismo, de la que surgen todas sus demás dificultades, se encuentra en las relaciones de valor y de plusvalía en la producción de capital. Es la producción de valor de cambio en su forma monetaria, derivada de la forma de valor de uso de la fuerza de trabajo, lo que produce, además de su propio valor de cambio equivalente, una plusvalía para los capitalistas. El impulso por el valor de cambio se convierte en acumulación de capital, que se manifiesta en un crecimiento relativamente más rápido del capital invertido en medios de producción respecto al capital invertido en fuerza de trabajo. Si bien este proceso expande el sistema capitalista, a través del aumento de la productividad del trabajo asociado con él, también tiende a reducir la tasa de ganancia del capital, ya que la parte del capital invertida en fuerza de trabajo -que es la única fuente de plusvalía- disminuye en relación con el capital social total. Este largo y complicado proceso no se puede abordar satisfactoriamente en este breve artículo, pero al menos hay que mencionarlo para diferenciar la teoría de la acumulación de Marx de la de Rosa Luxemburg. En el modelo abstracto de Marx del desarrollo del capital, las crisis capitalistas, así como el final inevitable del sistema, encuentran su origen en la ruptura temporal o, finalmente, total en el proceso de acumulación debido a la falta de plusvalía o ganancia.
Para Marx, entonces, los límites objetivos del capitalismo están dados por las relaciones sociales de producción como relaciones de valor, mientras que para Rosa Luxemburg el capitalismo necesita, para seguir existiendo, que su plusvalía sea absorbida por las economías precapitalistas. Esto implica el absurdo de que estas naciones atrasadas tengan un superávit en forma monetaria lo suficientemente grande como para acomodar la plusvalía de los países capitalistas avanzados. Pero, como ya se mencionó, esta idea errónea fue la consecuencia irreflexiva de la falsa noción de Rosa Luxemburg de que la totalidad de la plusvalía, destinada a la acumulación, debe producir un equivalente en forma de dinero, para ser realizada como capital. En realidad, por supuesto, el capital toma a veces la forma de dinero y en otras ocasiones la forma de mercancías de todo tipo -siendo todas expresadas en términos de dinero sin asumir simultáneamente la forma de dinero. Sólo una pequeña y decreciente parte de la riqueza capitalista tiene que estar en forma de dinero; la mayor parte, aunque expresada en términos de dinero, permanece en su forma de mercancía y como tal permite la realización de plusvalía como capital adicional.
La teoría de Rosa Luxemburg fue considerada en general como una aberración y una crítica injustificada de Marx. Sin embargo, sus críticos estaban tan alejados de la posición de Marx como la propia Rosa Luxemburg. La mayoría de los críticos se adhirieron a una teoría burda del subconsumo, una teoría de la desproporcionalidad, o una combinación de ellas. Lenin, por ejemplo -por no hablar de los revisionistas-, vio la causa de las crisis en las desproporcionalidades surgidas del carácter anárquico de la producción capitalista, y simplemente agregó a los argumentos de Tugan-Baranowsky el del subconsumo de los trabajadores. Pero, en cualquier caso, él no creía que el capitalismo estuviera destinado a colapsar debido a sus contradicciones inmanentes. Fue solo con la Primera Guerra Mundial y los levantamientos revolucionarios que le siguieron, que la teoría de Rosa Luxemburg encontró una respuesta más amplia en la sección radical del movimiento socialista. Sin embargo, no tanto por su particular análisis de la acumulación de capital como por su insistencia en los límites objetivos del capitalismo. La guerra imperialista le dio a su teoría cierta plausibilidad y el fin del capitalismo parecía realmente cercano. El colapso del capitalismo se convirtió en la ideología revolucionaria de la época y dio apoyo a los intentos fallidos de convertir las revueltas políticas en revoluciones sociales.
Por supuesto, la teoría de Rosa Luxemburg no era menos abstracta que la de Marx. La hipótesis de Marx de una tendencia a la baja de la tasa de ganancia no puede revelar en qué momento particular ya no sería posible compensar esta caída mediante una explotación más intensa del número relativamente decreciente de trabajadores, lo que aumentaría suficientemente la masa de la plusvalía para mantener una tasa de ganancia que asegure la expansión adicional del capital. Del mismo modo, Rosa Luxemburg no pudo decir en qué momento la consumación de la capitalización del mundo significaría la imposibilidad de la realización de su plusvalía. La extensión del capital hacia el exterior fue también sólo una tendencia, que implicaba una competencia imperialista progresivamente más devastadora por aquellos territorios -cada vez más escasos- en los que se podía realizar la plusvalía. El hecho del imperialismo mostró la precariedad del sistema, que podría conducir a situaciones revolucionarias mucho antes de que se alcanzaran sus límites objetivos. Entonces, para todos los propósitos prácticos, ambas teorías asumieron la posibilidad de acciones revolucionarias, no por el resultado lógico de sus modelos abstractos de desarrollo, sino porque estas teorías apuntaban inequívocamente a las crecientes dificultades del sistema capitalista, que podría en cualquier crisis severa transformar la lucha de clases en una lucha por la abolición del capitalismo.
Aunque indudablemente errónea, la teoría de Rosa Luxemburg conservó un carácter revolucionario porque, como la de Marx, condujo a la conclusión de la insostenibilidad histórica del capitalismo. Aunque con argumentos dudosos, no obstante, restauró -contra el revisionismo, el reformismo y el oportunismo- la proposición marxista de que el capitalismo está condenado a desaparecer debido a su propia contradicción infranqueable y que este fin, aunque objetivamente determinado, será logrado por las acciones revolucionarias de la clase obrera.
El derrocamiento del capitalismo haría redundantes todas las teorías de su desarrollo. Pero mientras el sistema persista, la autenticidad de una teoría puede juzgarse por su propia historia particular. Mientras que la teoría de Marx, a pesar de los intentos realizados en esta dirección, no puede integrarse en el cuerpo del pensamiento económico burgués, la teoría de Rosa Luxemburg ha encontrado cierto reconocimiento en la teoría burguesa, aunque de una forma muy distorsionada. Cuando la propia economía burguesa rechazó la concepción del mercado como mecanismo de equilibrio, la teoría de Rosa Luxemburg encontró una especie de aceptación como precursora de la economía keynesiana. Su trabajo ha sido interpretado, por Michael Kalecki[6] y Joan Robinson[7], por ejemplo, como una teoría de la "demanda efectiva", cuya falta presumiblemente explica las recurrentes dificultades capitalistas. Rosa Luxemburg imaginó que el imperialismo, el militarismo y la preparación para la guerra ayudaron a la realización de la plusvalía, a través de la transferencia del poder adquisitivo de la población en general a las manos del Estado; al igual que el keynesianismo moderno intentó alcanzar el pleno empleo mediante la financiación del déficit y las manipulaciones monetarias. Sin embargo, aunque sin duda es posible, durante un tiempo, lograr el pleno empleo de esta manera, no es posible mantener este estado de felicidad, ya que las leyes del movimiento de la producción de capital no exigen una distribución diferente de la plusvalía, sino su constante aumento. La falta de demanda efectiva es sólo otro término para la falta de acumulación, ya que la demanda requerida para las condiciones prósperas no es producto de otra cosa que la expansión del capital. En cualquier caso, la actual quiebra del keynesianismo hace innecesario eliminar esta teoría por medios teóricos. Basta decir que su absurdo se manifiesta en el continuo crecimiento actual tanto del desempleo como de la inflación.
Si bien a Rosa Luxemburg no le fue bien con su teoría de la acumulación, tuvo más éxito en su internacionalismo consistente que, por supuesto, estaba conectado con su concepto de la acumulación como la extensión global del modo de producción capitalista. En su opinión, la competencia imperialista estaba transformando rápidamente al mundo en un mundo capitalista y, por tanto, desarrollando la confrontación sin trabas entre el trabajo y el capital. Mientras que el ascenso de la burguesía coincidió con la formación del Estado-nación moderno, creando la ideología del nacionalismo, la madurez y el declive del capitalismo implicaron el "internacionalismo" imperialista de la burguesía y con ello también el internacionalismo de las clases trabajadoras, si es que iban a hacer efectivas sus luchas de clases. La integración reformista de las aspiraciones proletarias en el sistema capitalista llevó al social-imperialismo, la otra cara de la moneda nacionalista. Objetivamente, lo que estaba detrás del nacionalismo cada vez más frenético no era otra cosa que el imperativo imperialista. Oponerse al imperialismo exigía, por lo tanto, un rechazo total de todas las formas de nacionalismo, incluso el nacionalismo de las víctimas de agresión imperialista. El nacionalismo y el imperialismo eran inseparables y debían ser combatidos con igual fervor.
Debido al socialpatriotismo -al principio encubierto, pero pronto manifiesto- del movimiento obrero oficial, el internacionalismo de Rosa Luxemburg representó a la izquierda de este movimiento, pero no completamente. En cierto modo, fue una generalización de sus experiencias específicas en el movimiento socialista polaco, que se había dividido en la cuestión de la autodeterminación nacional. Como ya sabemos por su trabajo sobre el desarrollo industrial en Polonia, Rosa Luxemburg esperaba una plena integración del capitalismo ruso y polaco y la consecuente unificación de sus respectivas organizaciones socialistas, tanto por una cuestión práctica como por principios. Ella no podía concebir movimientos socialistas de orientación nacional y menos aún un socialismo restringido a nivel nacional. Lo que era cierto para Rusia y Polonia también lo era para el mundo en general; las fisiones nacionales tenían que terminar en la unidad del socialismo internacional.
La sección bolchevique del Partido Socialdemócrata Ruso no compartía el estricto internacionalismo de Rosa Luxemburg. Para Lenin, la subyugación de las nacionalidades por países capitalistas más fuertes trajo divisiones adicionales en las fricciones sociales básicas, que tal vez podrían volverse contra las potencias dominantes. No viene al caso considerar si la defensa de Lenin de la autodeterminación de las naciones reflejaba una convicción subjetiva, o una actitud democrática, con respecto a las necesidades nacionales especiales y las peculiaridades culturales, o era simplemente una repulsión contra todas las formas de opresión. Lenin fue, ante todo, un político práctico, aunque sólo pudo cumplir este papel a última hora. Como político práctico, se dio cuenta de que las diferentes nacionalidades dentro del imperio ruso representaban una amenaza constante para el régimen zarista.
Sin duda, Lenin también era un internacionalista y veía la revolución socialista en términos de la revolución mundial. Pero esta revolución tenía que comenzar en alguna parte y asumió que empezaría rompiendo el eslabón más débil de la cadena de potencias imperialistas competidoras. En el contexto ruso, el apoyo a la autodeterminación de las naciones, hasta el punto de la secesión, estaba pensado para ganar "aliados" en cualquier intento de derrocar al zarismo. Esta estrategia fue apoyada por la esperanza de que, una vez libres, las diferentes nacionalidades elegirían permanecer dentro de la nueva mancomunidad rusa, ya sea por interés propio o por los impulsos de sus propias organizaciones socialistas.
Sin embargo, hasta la Revolución Rusa, toda esta discusión sobre la cuestión nacional seguía siendo puramente académica. Incluso después de la revolución, la concesión de la autodeterminación a las diversas nacionalidades dentro de Rusia no fue muy significativa, ya que la mayoría de los territorios involucrados estaban ocupados por potencias extranjeras. Aún así, el régimen bolchevique continuó presionando por la autodeterminación para debilitar a otras naciones imperialistas, particularmente Inglaterra, en un intento de fomentar revoluciones coloniales contra el capitalismo occidental, que amenazaba con destruir el Estado bolchevique.
La Revolución Rusa encontró a Rosa Luxemburg dentro de una prisión alemana, donde permaneció hasta el derrocamiento de la monarquía alemana. Pero así y todo ella pudo seguir el progreso de la Revolución Rusa. Pese a estar maravillada por la toma del poder por los bolcheviques, no podía aceptar las políticas de Lenin hacia los campesinos y las minorías nacionales. En ambos casos se preocupó innecesariamente. Ella predijo que la concesión de la autodeterminación a las diversas nacionalidades dentro de Rusia simplemente rodearía al nuevo Estado con un cordón de países reaccionarios contrarrevolucionarios. Esta predicción resultó ser correcta, pero sólo fue así a corto plazo. Rosa Luxemburg no vio que la política bolchevique con respecto a las nacionalidades rusas no era dictada por el principio de autodeterminación, sino por la fuerza de las circunstancias sobre las cuales los bolcheviques no tenían control. A la primera oportunidad. empezaron a apartarse de la autodeterminación de las naciones para terminar incorporando a todas las nuevas naciones independientes en un imperio ruso restaurado y, además, forjándose esferas de interés en territorios extra-rusos.
Sobre la base de su propia teoría del nacionalismo y el imperialismo, Rosa Luxemburg debería haberse dado cuenta de que la teoría de Lenin no podría realizarse en un mundo de potencias imperialistas en competencia y, muy probablemente, no necesitaría ponerse en práctica si el capitalismo cayera por una revolución internacional. La desintegración del imperio ruso no se debió a -ni fue ayudada por- el principio de autodeterminación, sino que tuvo lugar por la derrota militar en la guerra; así como la victoria de otra guerra [la Segunda Guerra Mundial] fue lo que llevó a la recuperación de territorios previamente perdidos y a un resurgimiento del imperialismo ruso. El capitalismo es un sistema expansivo y, por tanto, necesariamente imperialista. El imperialismo es la forma capitalista de superar las limitaciones nacionales a la producción de capital y a su centralización -de ganar o asegurar posiciones privilegiadas o dominantes dentro de la economía mundial. Por lo tanto, es también una defensa contra esta tendencia general; pero en todos los casos, es el resultado ineludible de la acumulación de capital.
Como señaló Rosa Luxemburg, la contradictoria "integración" capitalista de la economía mundial no puede alterar el dominio de las naciones más débiles por las más fuertes (mediante el control del mercado mundial por parte de estas últimas). Esta situación hace ilusoria la verdadera independencia nacional. Lo que la independencia política puede lograr, en el mejor de los casos, no es más que la subyugación de los trabajadores bajo un control nacional en lugar del internacional. Por supuesto, el internacionalismo proletario no puede impedir, ni tiene motivos para impedir, los movimientos de autodeterminación nacional en el contexto colonial e imperialista. Estos movimientos son parte de la sociedad capitalista, como lo es el imperialismo. Pero "utilizar" estos movimientos para el socialismo sólo puede significar intentar privarlos de su carácter nacionalista a través de un internacionalismo consecuente por parte del movimiento socialista. Aunque las personas oprimidas tienen la simpatía de los socialistas, esa simpatía no se relaciona con su nacionalismo emergente sino con su situación particular como personas doblemente oprimidas, por sufrir una explotación tanto nativa como extranjera. La tarea socialista es el fin del capitalismo, lo cual incluye el apoyo a las fuerzas antiimperialistas; sin embargo, ese apoyo no es para crear nuevos Estados-nación capitalistas, sino para hacer su surgimiento más difícil, o imposible, a través de revoluciones proletarias en los países capitalistas avanzados.
El régimen bolchevique se autodeclaró socialista y de esa manera pretendía poner fin a toda discriminación de las minorías nacionales. En tales condiciones, la autodeterminación nacional era, a los ojos de Rosa Luxemburg, no sólo insensata sino una invitación a revivir, a través de la ideología del nacionalismo, las condiciones para una restauración capitalista. En su opinión, Lenin y Trotsky sacrificaron erróneamente el principio del internacionalismo por una ventaja táctica momentánea. Aunque ese sacrificio quizás fuera inevitable, no debía elevarse a una virtud socialista. Rosa Luxemburg tenía razón, por supuesto, al no cuestionar la sinceridad subjetiva de los bolcheviques en cuanto al establecimiento del socialismo en Rusia y el avance de la revolución mundial. Ella misma creía posible, mediante una extensión de la revolución hacia el oeste, desafiar la inmadurez objetiva de Rusia para una transformación socialista. Culpó a los socialistas de Europa Occidental, y en particular a los alemanes, por las dificultades que encontraron los bolcheviques. Dificultades que les obligaron a hacer concesiones, compromisos y acciones oportunistas. Y asumió que la internacionalización de la revolución acabaría con las demandas nacionalistas de Lenin y resucitaría el principio de internacionalismo en el movimiento revolucionario.
Como la revolución mundial no se materializó, el Estado-nación siguió siendo el campo de operación tanto para el desarrollo económico como para la lucha de clases. El "internacionalismo" de la Tercera Internacional, bajo el dominio ruso, sirvió estrictamente a los intereses estatales rusos, encubiertos por la idea de que la defensa del primer estado socialista era un requisito previo para el socialismo internacional. Igual que la autodeterminación nacional, este tipo de "internacionalismo" fue diseñado para debilitar a los adversarios del nuevo Estado ruso. Sin embargo, después de 1920, los bolcheviques ya no esperaban una reanudación del proceso revolucionario mundial y se dispusieron a consolidar su propio régimen. Su "internacionalismo" ahora expresaba su propio nacionalismo, así como el internacionalismo económico de la burguesía no tiene otro fin que el enriquecimiento de las entidades de capital organizadas nacionalmente.
El resultado de la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas pusieron fin al colonialismo de las potencias europeas y condujeron a la formación de numerosas naciones "independientes"; mientras que, al mismo tiempo, surgieron dos grandes bloques de poder dominados por las naciones victoriosas: Rusia y Estados Unidos. En ninguno de los dos bloques existía una verdadera independencia nacional, sino la subordinación de los países nominalmente autodeterminados a las exigencias imperialistas de las potencias dirigentes. Esta subordinación fue impuesta tanto por medios económicos como políticos y por la necesidad general de adaptar las economías y con ello la vida política de las naciones satélites a las realidades del mercado capitalista mundial.
Para las antiguas colonias esto implicó una nueva forma de sometimiento y dependencia, que encontró su expresión en el término neocolonialismo; para las renacientes naciones de capitalismo más avanzado, implicaba el control directo de su estructura política a través de los útiles métodos de la ocupación militar y los gobiernos títeres. Esta situación condujo, por supuesto, a nuevos "movimientos de liberación" no sólo en el campo capitalista sino también en el llamado campo socialista, dándonos la prueba de que la autodeterminación nacional no existe ni en las economías controladas por el mercado ni en las economías controladas por el Estado.
Que el nacionalismo es meramente un vehículo que sostiene a la clase dominante pronto se hizo evidente en todas las naciones liberadas, ya que proporcionó a los advenedizos políticos un instrumento para su establecimiento como nuevas clases dominantes, en colaboración con las clases dominantes de los países dominantes. Tanto si estas nuevas clases dominantes se adhieran al "mundo libre" o a la parte autoritaria del mundo, la forma nacional en la que basan su gobierno bloquea cualquier camino hacia una sociedad socialista. Siempre que sea posible, su nacionalismo implica un imperialismo ferviente, aunque sea en miniatura, que pone a las "naciones socialistas" contra otras naciones, incluidas otras "naciones socialistas". Así tenemos el lamentable espectáculo de la amenaza de una guerra entre los grandes "países socialistas" Rusia y China, y, en menor escala, la guerra abierta entre la Etiopía "marxista" y la Somalia "marxista" por el control de Ogaden.
Esta historia caracteriza el estado actual de la política mundial, en la cual las pequeñas naciones actúan como apoderados de las grandes potencias imperialistas, o bien luchan por sí mismas sólo para ser víctimas de uno u otro bloque de poder. Todo esto fundamenta el argumento de Rosa Luxemburg de que todas las formas de nacionalismo son perjudiciales para el socialismo y que solo un internacionalismo coherente puede ayudar a la emancipación de la clase obrera. Este internacionalismo inquebrantable es una de sus mayores contribuciones a la teoría y la práctica revolucionarias y la distingue tanto del social-imperialismo de la socialdemocracia como del concepto oportunista bolchevique de la revolución mundial, defendido por su gran "estadista" Lenin.
Al igual que Lenin, Rosa Luxemburg consideraba la Revolución de Octubre como una revolución proletaria que, sin embargo, dependía plenamente de los acontecimientos internacionales. En ese momento, todos los revolucionarios, marxistas o no, compartían esta opinión. Después de todo, como ella dijo, al tomar el poder los bolcheviques habían "proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política"[8]. Habían resuelto el "famoso problema de "ganar a la mayoría del pueblo" (...) El camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría"[9]. En su opinión, el partido de Lenin había captado los verdaderos intereses de las masas urbanas exigiendo todo el poder a los Soviets a fin de asegurar la revolución. Aún así, la cuestión agraria fue el eje de la revolución y aquí los bolcheviques se mostraron tan oportunistas en sus políticas como con respecto a las minorías nacionales.
En la Rusia prerrevolucionaria, los bolcheviques habían compartido con Rosa Luxemburg la posición marxista de que la tierra debía ser nacionalizada como requisito previo para la organización de la producción agrícola a gran escala, de acuerdo con la socialización de la industria. Para ganarse el apoyo de los campesinos, Lenin abandonó el programa agrícola marxista en favor del programa de los socialrevolucionarios, herederos del antiguo movimiento populista. Aunque Rosa Luxemburg reconoció este giro como una "excelente táctica", para ella no tenía nada que ver con la búsqueda del socialismo. Los derechos de propiedad deben ser entregados a la nación o al Estado, porque sólo entonces es posible organizar la producción agrícola sobre una base socialista. La consigna bolchevique de "toma y distribución inmediata de la tierra por parte de los campesinos" no era una medida socialista, sino que, al crear una nueva forma de propiedad privada, le corta el camino a tales medidas socialistas. "La reforma agraria leninista", escribió, "creó una nueva y poderosa capa de enemigos populares del socialismo en el campo, enemigos cuya resistencia será mucho más peligrosa y firme que la de los grandes terratenientes nobles."[10]
Esto resultó ser cierto, y obstaculizó tanto la restauración de la economía rusa como la socialización de la industria. Pero, como en el caso de la autodeterminación nacional, también aquí la situación no fue determinada por la política de los bolcheviques sino por circunstancias fuera de su control. Los bolcheviques eran prisioneros del movimiento campesino; no podían ocupar el poder si no era con su apoyo pasivo, y no podían avanzar hacia el socialismo a causa de los campesinos. Además, no fue su astuto oportunismo el que inició la toma de la tierra por parte de los campesinos, sino que simplemente ratificaron un hecho consumado, independiente de su voluntad. Mientras otros partidos dudaban en legalizar la expropiación de tierras, los bolcheviques la favorecían para ganar el apoyo de los campesinos y así consolidar el poder que habían conquistado mediante un golpe de Estado en los centros urbanos.
Para los campesinos, la revolución supuso la extensión de los derechos de propiedad y fue, en este sentido, una revolución burguesa. Solo podría conducir a una economía de mercado y una mayor capitalización de Rusia. Para los obreros industriales, como para Lenin y Luxemburg, fue una revolución proletaria incluso en esta etapa temprana del desarrollo capitalista. Pero como la clase obrera industrial formaba sólo una parte minúscula de la población, parecía claro que tarde o temprano el elemento burgués dentro de la revolución ganaría la partida. El poder estatal bolchevique sólo podría mantenerse arbitrando entre estos intereses contrarios, pero el éxito en este esfuerzo anularía tanto las aspiraciones socialistas como las burguesas dentro de la revolución.
Esta situación no fue prevista por el movimiento marxista y tampoco era predecible por la teoría marxista, que sostenía que la revolución proletaria presupone un alto desarrollo capitalista en el cual la clase obrera se encuentra en la mayoría y, por lo tanto, es capaz de determinar el curso de los acontecimientos. Si bien Lenin no estaba interesado en una revolución burguesa, excepto como un paso previo a una revolución socialista, él era un burgués en el sentido de que estaba convencido de que era posible cambiar la sociedad por medios puramente políticos, es decir, por la voluntad de un partido político. Esta inversión idealista del marxismo, con la conciencia determinando el desarrollo material en lugar de ser producida por él, no implicaba en la práctica más que una copia del propio régimen zarista, en el que la autocracia había gobernado a toda la sociedad. De hecho, Lenin insistió en que, si el Zar podía gobernar Rusia con la ayuda de una burocracia de unos pocos cientos de miles de hombres, los bolcheviques deberían poder hacer lo mismo y mejor con un Partido que supere este número. En cualquier caso, una vez en el poder, los bolcheviques no tuvieron más remedio que intentar mantenerlo para defender su mera existencia. Con el paso del tiempo surgió un aparato estatal que asumió el control autoritario no sólo de la población sino también del desarrollo económico, convirtiendo la propiedad privada en propiedad estatal sin cambiar las relaciones sociales de producción -es decir, manteniendo las relaciones capital/trabajo que permiten la explotación de la clase obrera. Este nuevo tipo de capitalismo, propiamente llamado capitalismo de Estado, persiste hasta el día de hoy con la vestimenta ideológica del "socialismo".
Rosa Luxemburg no podía imaginar este desarrollo en 1918, ya que estaba fuera de todos los supuestos marxistas. Para ella, los bolcheviques estaban cometiendo varios errores que podrían poner en peligro su objetivo socialista. Y si estos errores fueron inevitables en el contexto de la aislada Revolución Rusa, no debían generalizarse en una táctica revolucionaria para los tiempos venideros y para todas las naciones. Sin embargo, incapaz de hacer algo más, Luxemburg se opuso a la realidad rusa con principios marxistas, para al menos salvar la teoría marxista. Pero todo fue en vano, porque resultó que el capitalismo privado no es necesariamente seguido por un régimen socialista, sino que podría transformarse en un capitalismo controlado por el Estado, en el que la vieja burguesía fuera reemplazada por una nueva clase dominante cuyo poder se basa en su control colectivo del Estado y de los medios de producción. Luxemburg sabía tan poco como Lenin sobre cómo construir una sociedad socialista, pero mientras que Lenin procedía pragmáticamente a partir de las experiencias de control estatal en las naciones capitalistas en tiempos de guerra, y visualizaba el socialismo como el monopolio estatal de toda la actividad económica, Rosa Luxemburg persistió en proclamar que tal estado de cosas no podría emancipar a la clase obrera. Ella no podía imaginar que la sociedad bolchevique emergente representara una formación social históricamente nueva; no vio en ella más que una aplicación falsa de los principios socialistas. Temía una posible restauración del capitalismo a través de las reformas agrarias del bolchevismo.
Resultó que la cuestión agraria agitaba incesantemente al Estado bolchevique, lo que finalmente condujo a la colectivización forzosa del campesinado como una solución intermedia entre las relaciones de propiedad privada de la tierra y la nacionalización de la agricultura. Esto no era un repudio de la política campesina de Lenin, que se había basado en la necesidad, no en la convicción. Salvo en el papel, Lenin simplemente no se atrevió a nacionalizar la tierra, y Stalin no se atrevió a más que las colectivizaciones forzosas de los campesinos, para aumentar su producción y explotación, sin privarlos de toda iniciativa privada. Aun así, fue una empresa espantosa que casi destruyó al régimen bolchevique. Si Rosa Luxemburg estaba en lo cierto contra Lenin con respecto a la cuestión campesina, sus argumentos, sin embargo, no venían al caso, ya que era sólo cuestión de tiempo, y de la fuerza del aparato estatal, para que los campesinos perdieran su relativa independencia recién conquistada y cayeran una vez más bajo el control de un régimen autoritario.
Debería haber sido evidente por el concepto de partido de Lenin y su papel en el proceso revolucionario que, una vez en el poder, este partido sólo podría funcionar de manera dictatorial. Independientemente de las condiciones específicas de Rusia, la idea del partido como conciencia de la revolución socialista relegaba claramente todo el poder de decisión en manos del aparato estatal bolchevique. Esta suposición general encontró una acentuación aún más aguda en la Revolución Rusa, dividida, como estaba, en sus aspiraciones burguesas y proletarias. Si el proletariado no fuera capaz, según Lenin, de desarrollar más que una conciencia sindical (es decir, de luchar por sus intereses dentro del sistema capitalista) ciertamente sería aún más incapaz de realizar el socialismo, que presupone una ruptura ideológica con toda su experiencia previa. Haciéndose eco de Karl Kautsky, Lenin estaba convencido de que la conciencia socialista tenía que ser llevada al proletariado desde fuera, a través del conocimiento de la clase media educada. El partido era la organización de la intelectualidad socialista, que representaba la conciencia revolucionaria para el proletariado, aunque también podría incluir una pizca de trabajadores inteligentes en sus filas. Era necesario que estos especialistas en política revolucionaria se convirtieran en los amos del Estado socialista, aunque sólo fuera para evitar la derrota de la clase obrera por su propia ignorancia. Y así como el partido debía dirigir al proletariado, la dirección del partido debía dirigir a sus miembros mediante una centralización semi-militarista.
Fue esta actitud arrogante de Lenin, presionando a su partido, lo que hizo que Rosa Luxemburg desconfiara del posible resultado de la toma del poder por parte de los bolcheviques. Ya en 1904 había atacado el concepto de partido bolchevique por su separación artificial de una vanguardia revolucionaria de la masa de los trabajadores, y por su ultra-centralismo tanto en los asuntos generales como en los asuntos particulares del partido. "Nada contribuirá tanto al sometimiento de un joven movimiento obrero a una élite intelectual ávida de poder que este chaleco de fuerza burocrático, que inmovilizará al partido y lo convertirá en un autómata manipulado por un Comité Central"[11]. Al negar el carácter revolucionario del concepto de partido de Lenin, Rosa Luxemburg prefiguró el curso real del gobierno bolchevique hasta nuestros días. Su denuncia de las ideas organizativas de Lenin se basó en su confrontación con la estructura organizativa del Partido Socialdemócrata alemán que, aunque muy centralizado, aspiraba a una amplia base de masas para su trabajo evolutivo. Este partido no pensaba en la toma del poder, sino que estaba satisfecho con sus éxitos electorales y la difusión de la ideología socialista como base de su crecimiento. En cualquier caso, Rosa Luxemburg no creía que ningún tipo de partido pudiera provocar una revolución socialista. El partido sólo podía ser una ayuda a la revolución, que seguía siendo un privilegio de toda la clase obrera y requería de todos sus esfuerzos. No veía al partido socialista como un organizador independiente del proletariado, sino como parte de él, sin funciones ni intereses distintos a los de la clase obrera.
Con esta convicción, Rosa Luxemburg sólo fue fiel a sí misma y al marxismo cuando alzó la voz contra las políticas dictatoriales del partido bolchevique. Aunque este partido alcanzó su posición dominante a través de la demanda demagógica del dominio único de los Soviets, no tenía intención de delegar ningún poder en los Soviets, excepto, quizás, allí donde estaban compuestos por bolcheviques. Es cierto que los bolcheviques en Petrogrado y algunas otras ciudades tenían la mayoría de los Soviets, pero esta situación podría cambiar nuevamente y devolver al partido a la posición minoritaria que había ocupado durante los primeros meses después de la Revolución de Febrero. Los bolcheviques no veían a los Soviets como órganos de una sociedad socialista emergente. No veían en ellos más que un vehículo para la formación de un gobierno bolchevique. Ya en 1905, al presenciar el primer ascenso de los Soviets, Lenin reconoció su potencial revolucionario que, sin embargo, le dio sólo una razón más para fortalecer su propio partido y prepararlo para las riendas del gobierno. Para Lenin, el poder revolucionario latente de la forma de organización soviética no cambió su naturaleza espontánea, lo que implicaba el peligro de la disipación de este poder en actividades infructuosas. Según Lenin, aunque los movimientos espontáneos son parte de la realidad social, en el mejor de los casos podrían apoyar, pero nunca suplantar, a un partido guiado por un objetivo. En octubre de 1917, la cuestión para los bolcheviques no era elegir entre el gobierno soviético y el partido, sino entre este último y la Asamblea Constituyente. Como no existía la posibilidad de obtener la mayoría en la Asamblea y así obtener el gobierno, era necesario prescindir de ella para realizar la dictadura del partido en nombre del proletariado.
Si bien Rosa Luxemburg sostuvo que de una manera u otra toda la masa del pueblo debe participar en la construcción del socialismo, no reconoció a los Soviets como la forma organizativa que lo haría posible. En 1905 quedó tan impresionada por las grandes huelgas de masas que tenían lugar en Rusia, que prestó poca atención a su forma soviética de organización. A sus ojos, los Soviets eran meros comités de huelga en ausencia de otras organizaciones obreras más permanentes. Incluso después de la Revolución de 1917 sintió que "la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en las nieblas del futuro"[12]. Sólo se conocía la dirección general en la que avanzar, no los pasos concretos detallados que debían tomarse para consolidar y desarrollar la nueva sociedad. El socialismo no puede derivarse de planes prefabricados y realizarse por decreto gubernamental. Debe existir la más amplia participación de los trabajadores, es decir, una democracia real, y es precisamente esta democracia la única que puede calificarse de dictadura del proletariado. Para Rosa Luxemburg una dictadura de partido no era más que "una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del dominio de los jacobinos"[13].
Todo esto es indudablemente cierto, a nivel general, pero el carácter burgués del gobierno bolchevique reflejó -tanto ideológica como prácticamente- la naturaleza objetivamente no socialista de esta revolución particular, que simplemente no podía proceder de las condiciones cuasi feudales del zarismo a una sociedad socialista. Fue una especie de "revolución burguesa" sin burguesía, así como era una revolución proletaria sin un proletariado suficientemente grande: una revolución en la cual las funciones históricas de la burguesía fueron asumidas por un partido aparentemente antiburgués mediante su asunción del poder político. En estas condiciones, el contenido revolucionario del marxismo occidental no era aplicable, ni siquiera en forma modificada. Esto puede explicar la vacuidad de los argumentos de Rosa Luxemburg contra los bolcheviques, sus quejas por su falta de respeto a la Constituyente y sus actos terroristas contra toda oposición de derecha o de izquierda. Sus propias sugerencias sobre cómo avanzar en la construcción del socialismo, por correctas y loables que sean, no encajarían en una Asamblea Constituyente, que es en sí misma una institución burguesa. Su tolerancia hacia todos los puntos de vista y para sus deseos de expresarse a fin de influir en el curso de los acontecimientos son irrealizables en condiciones de guerra civil. La construcción del socialismo no puede dejarse a un método pausado de prueba y error mediante el cual el futuro puede discernirse en las "nieblas" del presente, sino que está dictado por las necesidades actuales que exigen acciones definidas.
La falta de realismo de Rosa Luxemburg con respecto al bolchevismo y la Revolución Rusa puede atribuirse a sus propias ambigüedades. Por un lado era socialdemócrata y por otro revolucionaria, en un momento en que ambas posiciones se habían separado. Miraba a Rusia con ojos socialdemócratas y a la socialdemocracia con ojos revolucionarios; anhelaba una socialdemocracia revolucionaria. Ya en su famoso debate con Eduard Bernstein[14] se negó a elegir entre reforma y revolución, sino que se esforzó por combinar ambas actividades de manera dialéctica en una misma política. En su opinión, era posible librar la lucha de clases tanto en el parlamento como en las calles, no solo a través del partido y los sindicatos, sino también con las masas no organizadas. El punto de apoyo legal ganado dentro de la democracia burguesa iba a ser asegurado por las acciones directas de las masas en sus luchas salariales cotidianas. Sin embargo, fueron las acciones de las masas las más importantes, ya que aumentaron la conciencia de las masas sobre su posición de clase y, por lo tanto, su conciencia revolucionaria. La lucha directa de los trabajadores contra los capitalistas fue la verdadera "escuela del socialismo". En la difusión de las huelgas de masas, en las cuales los trabajadores actuaron como clase, ella vio la condición previa necesaria para la revolución venidera, que derrocaría a la burguesía e instalaría gobiernos apoyados y controlados por el proletariado maduro y consciente de sí mismo.[15]
Hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburg no comprendió plenamente la verdadera naturaleza de la socialdemocracia. Había un ala derecha, un centro y un ala izquierda. Liebknecht y Luxemburg representaban a esta última. Hubo una lucha ideológica entre estas tendencias, tolerada por la burocracia del partido porque seguía siendo puramente ideológica. La práctica del partido era reformista y oportunista, ajena a la retórica de izquierda, incluso indirectamente ayudada por ella. Pero existía la ilusión de que el partido podía cambiar y recuperar el carácter revolucionario de sus orígenes. Las sugerencias de dividir el partido fueron rechazadas por Rosa Luxemburg, quien temía perder el contacto con el grueso de los trabajadores socialistas. Su confianza en estos trabajadores no se vio afectada por su falta de confianza en sus líderes. Por lo tanto, estaba más que sorprendida de que el socialchovinismo desplegado en 1914 uniera a los dirigentes y a los dirigidos contra la izquierda del partido. Aun así, no estaba preparada para dejar el partido hasta su escisión en 1917 por el tema de los objetivos bélicos, lo que llevó a la formación del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), en el cual la Liga Espartaco, compuesta por un círculo de personas alrededor Liebknecht, Luxemburg, Mehring y Jogiches, formaron una pequeña facción. Hasta entonces esta facción realizaba actividades independientes de propaganda contra la guerra y contra las políticas colaboracionistas de clases del viejo partido. Sólo a fines de 1918 Rosa Luxemburg reconoció la necesidad de un nuevo partido revolucionario y una nueva Internacional.
La Revolución Alemana de 1918 no fue producto de ninguna organización de izquierda, aunque miembros de todas las organizaciones desempeñaron varios papeles en ella. Fue un levantamiento estrictamente político para poner fin a la guerra y destituir a la monarquía responsable de ella. Ocurrió como consecuencia de la derrota militar alemana y la burguesía y los militares no se opusieron seriamente a ella, ya que les permitió depositar la responsabilidad de la derrota en el movimiento socialista. Esta revolución llevó a la socialdemocracia al gobierno, que luego procedió a aliarse con los militares para aplastar cualquier intento de convertir la revolución política en una revolución social. La mayoría de los consejos obreros y de soldados que surgieron espontáneamente, aún bajo la tradición y la vieja ideología reformista, apoyaron al gobierno socialdemócrata y se declararon dispuestos a abdicar en favor de una Asamblea Nacional en el marco de la democracia burguesa. Esta revolución, se ha dicho acertadamente, "fue una revolución socialdemócrata reprimida por los líderes socialdemócratas: un proceso difícilmente igualado en la historia del mundo"[16]. También hubo una minoría revolucionaria, sin duda, que abogaba y luchaba por la formación de un sistema social de consejos obreros como institución permanente; pero muy pronto esta minoría fue sistemáticamente dominada por las fuerzas militares que se desplegaron contra ella. Con el propósito de organizar a esta minoría revolucionaria para acciones sostenidas, la Liga Espartaco, en colaboración con otros grupos revolucionarios, se transformó en el Partido Comunista de Alemania (KPD). Su programa fue escrito por Rosa Luxemburg.
Ya en su mismo congreso de fundación, quedó claro que el nuevo partido estaba dividido internamente. Incluso en estos últimos momentos, Rosa Luxemburg no pudo romper totalmente con las tradiciones socialdemócratas. Si bien declaró que había pasado el tiempo de un programa mínimo y que era la hora del socialismo, siguió aferrada a la política de la doble perspectiva según la cual la incertidumbre de una revolución proletaria temprana exigía la consideración de políticas definidas dentro de las instituciones y organizaciones sociales establecidas. En la práctica esto significaba la participación en la Asamblea Nacional y en los sindicatos. Sin embargo, la mayoría del congreso votó a favor del antiparlamentarismo y de la lucha contra los sindicatos. Aunque a regañadientes, Rosa Luxemburg se inclinó ante esta decisión y escribió y actuó en su espíritu. Como fue asesinada solo dos semanas después, no es posible decir si se habría mantenido en esta posición o no. En cualquier caso, alentados por Lenin, a través de su emisario Radek, sus discípulos pronto dividieron el nuevo partido y fusionaron su sección parlamentaria con una parte de los Socialdemócratas Independientes para formar un "partido verdaderamente bolchevique". Esta vez, sin embargo, dicho partido sería una organización de masas en el sentido socialdemócrata, compitiendo con el viejo Partido Socialdemócrata por la lealtad de los trabajadores, con el fin de forjar un instrumento para la defensa de la Rusia bolchevique.
Pero todo esto es historia. Las revoluciones fallidas en Europa Central y el desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia superaron la crisis política del capitalismo que siguió a la Primera Guerra Mundial. Sus dificultades económicas no fueron superadas y condujeron a una crisis mundial y a la Segunda Guerra Mundial. Debido a que las clases dominantes -viejas y nuevas- recordaron las repercusiones revolucionarias surgidas de la Primera Guerra Mundial, derrotaron de antemano su posible recurrencia por los medios directos de la ocupación militar. La enorme destrucción del capital y su posterior centralización mediante la guerra, así como el aumento de la productividad del trabajo, permitieron un gran repunte de la producción de capital después de la Segunda Guerra. Esto implicó un eclipse casi total de las aspiraciones revolucionarias, salvo aquellas de carácter estrictamente nacionalista y capitalista de Estado.
Este efecto se vio reforzado por el desarrollo de la "economía mixta", tanto a nivel nacional como internacional, en la que los gobiernos influían en las actividades económicas. Como todas las cosas del pasado, el marxismo se convirtió en una disciplina académica, un indicio de su declive como teoría del cambio social. La socialdemocracia dejó de verse a sí misma como una organización de la clase obrera, sino más bien como un partido popular, dispuesto a cumplir funciones gubernamentales para la sociedad capitalista. Las organizaciones comunistas asumieron el papel clásico de la socialdemocracia, y también asumieron su disposición para formar o participar en gobiernos que defiendan el sistema capitalista. El movimiento obrero que había sido la preocupación de Rosa Luxemburg -dividido entre el bolchevismo y la socialdemocracia- dejó de existir.
Aún así, el capitalismo sigue siendo susceptible a las crisis y al colapso. En vista de los métodos actuales de destrucción, puede destruirse a sí mismo en otra conflagración. Pero también puede ser superado mediante luchas de clases que conduzcan a su transformación socialista. La alternativa enunciada por Rosa Luxemburg -socialismo o barbarie- conserva su vigencia. El estado actual del movimiento obrero, que carece de inclinaciones revolucionarias, deja en claro que un futuro socialista depende más de las acciones espontáneas de la clase obrera en su conjunto, que de las anticipaciones ideológicas de tal futuro expresadas por las organizaciones revolucionarias recién surgidas. En esta situación, no hay mucho que aprender de las experiencias anteriores, excepto la lección negativa de que ni la socialdemocracia ni el bolchevismo tienen influencia alguna en los problemas de la revolución proletaria. Al oponerse a ambos -aunque de manera inconsistente-, Rosa Luxemburg abrió otro camino hacia la revolución socialista. A pesar de algunas nociones falsas con respecto a la teoría y algunas ilusiones con respecto a la práctica socialista, su impulso revolucionario aportó los elementos esenciales necesarios para una revolución socialista: un internacionalismo inquebrantable y el principio de autodeterminación de la clase obrera dentro de sus organizaciones y dentro de la sociedad. Al tomar en serio la máxima de que la emancipación del proletariado sólo puede ser obra del mismo proletariado, Rosa Luxemburg tendió un puente entre el pasado revolucionario y el futuro revolucionario. Por lo tanto, sus ideas permanecen tan vivas como la idea de la revolución misma, mientras que todos sus adversarios en el antiguo movimiento obrero se han convertido en parte integrante de la decadente sociedad capitalista.
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NOTAS
[1] Para obtener información biográfica, consulte John P. Nettl, Rosa Luxemburg, 2 vols. (Londres: Oxford University Press, 1966).
[2] Eduard Bernstein, Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Sozialdemokratie, traducido como "Socialismo evolutivo" (1899; NY: Schocken, 1961)
[3] Mikhail I. Tugan-Baranowsky, Die Theoretischen Grundlagen des Marxismus [Los fundamentos teóricos del marxismo] (Leipzig: Duncker y Humblot, 1905).
[4] Karl Marx, Capital , vol. 2, "The Process of Circulation of Capital" (1885; Chicago: Charles Kerr, 1926), pág. 532.
[5] ibíd., Pág. 578.
[6] Michael Kalecki, The Problem of Effective Demand with Tugan-Baranowsky and Rosa Luxemburg.
[7] Joan Robinson, Introducción a Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital (1913; Londres: Routledge y Kegan Paul, 1951).
[8] Luxemburg, "The Russian Revolution" (1922), en The Russian Revolution and Leninism or Marxism? (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1961), pág. 39.
[10] Ibíd.
[11] Luxemburg, "Organizational Questions of Russian Social Democracy" (1904), Ibid. , pag. 102.
[12] Luxemburg, "The Russian Revolution", Ibíd. # P. 69.
[13] Ibíd., Pág. 72
[14] Luxemburg, Social Reform or Revolution (1899; NY: Pathfinder, 1973).
[15] Luxemburg, The Mass Strike, the Political Party, and the Trade Unions (1906; NY: Harper and Row, 1971).
[16] Sebastian Haffner, Failure of a Revolution (Nueva York: Library Press, 1972), p. 12.