Título Original: The Masses & The Vanguard"
Publicado: en Living Marxism vol. 4, nº 4, agosto de 1938. Se reimprimió en Red & Black Notes #6 y #7.
Traducción: Grupo de Comunistas de Conselhos da Galiza (Estado espanhol)
HTML: Jonas Holmgren
Los cambios económicos y políticos se siguieron con desconcertante rapidez desde el fin de la guerra mundial. Las viejas concepciones del movimiento obrero se han vuelto incorrectas e inadecuadas, y las organizaciones de la clase obrera presentan un escenario de indecisión y confusión.
En vista de la cambiante situación económica y política parece que la completa reevaluación de la tarea de la clase obrera se hace necesaria para encontrar las formas de lucha y de organización más necesarias y eficaces.
La relación del "partido", la "organización" o la "vanguardia" con las masas toca una gran parte de la discusión contemporanea de la clase obrera. Que la importancia e indispensabilidad de la vanguardia o del partido sea sobreenfatizada en los círculos de la clase obrera no es sorprendente, una vez que la historia y la tradición enteras del movimiento tienden en esa dirección.
El movimiento obrero hoy es el fruto de desarrollos económicos y políticos que encontraron su primera expresión en el movimiento cartista en Inglaterra (1838-1848), con el desarrollo subsecuente de sindicatos desde los años cincuenta en adelante, y en el movimiento lasalleano en Alemania en los años sesenta. Correspondiendo al grado de desarrollo capitalista, los sindicatos y los partidos políticos se desarrollaron en los otros países de Europa y América.
El derrocamiento del feudalismo y las necesidades de la industria capitalista necesitaban en sí mismas el ordenamiento del proletariado y la concesión de ciertos privilegios democráticos por los capitalistas. Estos últimos habían estado reorganizando la sociedad en la linea de sus necesidades. La estructura política del feudalismo fue reemplazada por el parlamentarismo capitalista. El estado capitalista, el instrumento para la administración de los asuntos colectivos de la clase capitalista, se estableció y ajustó a las necesidades de la nueva clase.
El molesto proletariado, cuya ayuda contra las fuerzas feudales había sido necesaria, ahora tenía que ser considerado. Una vez llamado a la acción, no podría ser completamente eliminado como factor político. Pero podría ser coordinado. Y esto se hizo -en parte conscientemente con la destreza, y en parte por la misma dinámica de la economía capitalista-, puesto que la clase obrera se ajustó y sometió al nuevo orden. Organizó uniones cuyos limitados objetivos (mejores salarios y condiciones) podrían realizarse en una economía capitalista en expansión. Jugó al juego de la política capitalista dentro del estado capitalista (las prácticas y formas de la cual estaban determinadas primordialmente por las necesidades capitalistas) y, dentro de estas limitaciones, logró éxitos aparentes.
Pero, por eso mismo, el proletariado adoptó formas capitalistas de organización e ideologías capitalistas. Los partidos obreros, como los de los capitalistas, se convirtieron en corporaciones limitadas, las necesidades elementales de la clase se subordinaron a conveniencia política. Los objetivos revolucionarios fueron desplazados por el chalaneo y las manipulaciones para obtener posiciones políticas. El partido se volvió de total importancia, sus objetivos inmediatos sustituyeron a los de la clase. Donde las situaciones revolucionarias ponían en movimiento a la clase, cuya tendencia es luchar por la realización del objetivo revolucionario, los partidos obreros "representaban" a la clase obrera y ellos mismos eran "representados" por parlamentarios cuya misma posición en el parlamento constituía la resignación a su status de negociadores dentro de un orden capitalista cuya supremacía ya no era desafiada.
La coordinación general de las organizaciones obreras con el capitalismo observó la adopción de la misma especialización en las actividades sindicales y partidarias que desafiaban la jerarquía de las industrias. Gerentes, superintendentes y capataces vieron sus contrapartidas en presidentes, organizadores y secretarios de las organizaciones obreras. Las juntas directivas, las comisiones ejecutivas, etc. La masa de los obreros organizados como masa de esclavos asalariados en la industria dejó el trabajo de dirección y control a sus superiores.
Esta castración de las iniciativas obreras procedió rápidamente, mientras el capitalismo extendia su influencia. Hasta que la guerra mundial puso fin a la ulterior expansión capitalista pacífica y "ordenada".
Los alzamientos en Rusia, Hungría y Alemania dieron lugar a un resurgimiento de la acción y la iniciativa de las masas. Las necesidades sociales compelieron a la acción de las masas. Pero las tradiciones del viejo movimiento obrero en Europa occidental y el atraso económico de Europa oriental frustraron el cumplimiento de la misión histórica obrera. Europa occidental vio las masas derrotadas y el alzamiento del fascismo con Mussolini y Hitler, mientras la atrasada economía de Rusia desarrollaba un "comunismo" en el cual la diferenciación entre clase y vanguardia, la especialización de funciones y la regimentación del trabajo alcanzó su cota más elevada.
El principio de dirección, la idea de la vanguardia que debe asumir la responsabilidad por la revolución proletaria, está basada en la concepción de preguerra del movimiento obrero, es erronea y sin vigor. Las tareas de la reorganización revolucionaria y comunista de la sociedad no pueden ser realizadas sin la más amplia y plena acción de las masas mismas. Suya es la tarea y su resolución.
El declive de la economía capitalista, la parálisis progresiva, la inestabilidad, el desempleo masivo, los recortes salariales y el empobrecimiento intensivo de los obreros -todo esto compele a la acción, a pesar del fascismo a la Hitler o del fascismo disfrazado de la F.A. of L. [American Federation of Labour][1*].
Las viejas organizaciones son destruidas o reducidas voluntariamente a la impotencia. La acción real sólo es posible ahora fuera de las viejas organizaciones. En Italia, Alemania y Rusia los fascismos blancos y rojos han destruido ya todas las viejas organizaciones y han situado a los obreros directamente ante el problema de encontrar nuevas formas de lucha. En Inglaterra, Francia y América las viejas organizaciones mantienen todavía un grado de ilusión entre los obreros, pero su sucesiva rendición a las fuerzas de la reacción está socavandolas rápidamente.
Los principios de la lucha independiente, la solidaridad y el comunismo les están siendo impuestos en la lucha de clases actual. Con esta poderosa tendencia hacia la consolidación de las masas y hacia la acción de masas, la teoría de reagrupar y realinear las organizaciones militantes parece estar anticuada. El verdadero regrupamiento es esencial, pero no puede ser una mera fusión de las organizaciones existentes. En las nuevas condiciones es necesaria una revisión de las formas de lucha. "Primero claridad - luego unidad". Incluso los grupos pequeños, reconociendo e insistiendo en los principios del movimiento independiente de masas, son mucho más significativos que los grandes grupos que desprecian el poder de las masas.
Hay grupos que perciben los defectos y debilidades de los partidos. A menudo proveen de sana crítica de la coalición del frente popular y de los sindicatos. Pero su crítica es limitada. Carecen de un entendimiento comprensivo de la nueva sociedad. Las tareas del proletariado no se completan con la apropiación de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada. Las cuestiones de la reorganización social deben plantearse y contestarse. ¿Deberá rechazarse el socialismo de Estado? ¿Cuál será la base de una sociedad sin esclavitud asalariada? ¿Qué determinará las relaciones económicas entre las fábricas? ¿Qué determinará las relaciones entre los productores y su producto total?
Estas preguntas y sus respuestas son esenciales para un entendimiento de las formas de lucha y de organización hoy. Aquí el conflicto entre el principio de dirección y el principio de la acción independiente de las masas se vuelve aparente. Pues, un entendimiento completo de estas cuestiones lleva a la conclusión de que la actividad más amplia, omnímoda, directa del proletariado como clase, es necesaria para realizar el comunismo.
La abolición del sistema salarial es de importancia primordial. La voluntad y los buenos deseos de los hombres no son lo bastante potentes para retener este sistema después de la revolución (como en Rusia) sin rendirse eventualmente a la dinámica engendrada por él. No es suficiente apropiarse de los medios de producción y abolir la propiedad privada. Es necesario abolir la condición básica de la explotación moderna, la esclavitud asalariada, y ese acto acarrea las medidas subsiguientes de reorganización que nunca serían invocadas sin el primer paso. Los grupos que no se plantean estas cuestiones, no importa cómo de justa sea su crítica por otra parte, carecen de los elementos más importantes en la formación de una política revolucionaria segura. La abolición del sistema de los salarios debe ser cuidadosamente investigada en su relación con la política y la economía. Nosotros tomaremos aquí algunas de las implicaciones políticas.
Primero está la cuestión de la toma del poder por los obreros. Debe ponerse el acento en el principio de la detentación del poder por las masas (no por el partido o la vanguardia). El comunismo no puede ser introducido ni realizado por un partido. Sólo el proletariado como un todo puede hacelo. El comunismo significa que los obreros han tomado su destino en sus propias manos; que han abolido los salarios; que han combinado, con la supresión del aparato burocrático, el poder legislativo y el ejecutivo. La unidad de los obreros no descansa en sacrosanta fusión de los partidos o los sindicatos, sino en la similitud de sus necesidades y en la expresión de las necesidades en la acción de masas. Todos los problemas de los obreros deben, por consiguiente, verse en relación a la autoactividad en desarrollo de las masas.
Decir que el espíritu no combativo de los partidos políticos es debido a la malicia o al reformismo de los dirigentes es equivocado. Los partidos políticos son impotentes. No harán nada, porque no pueden hacer nada. Debido a su debilidad económica, el capitalismo se ha organizado para la supresión y el terror, y en el presente es políticamente muy fuerte, pues está forzado a ejercer todos sus esfuerzos para mantenerse. La acumulación de capital, enorme a lo largo del mundo, ha mermado el rendimiento de los benefícios -un hecho que, en las políticas exteriores, se manifiesta a través de las contradicciones entre las naciones; y en las políticas interiores, a través de la "devaluación" y de la concurrente expropiación parcial de la clase media y el descenso del nivel de subsistencia de los obreros; y en general por la centralización del poder de las grandes unidades de capital en manos del Estado. Contra este poder centralizado los pequeños movimientos no pueden nada.
Únicamente las masas pueden combatirlo, pues sólo ellas pueden destruir el poder del Estado y llegar a ser una fuerza política. Por esa razón la lucha basada en las organizaciones de oficio se vuelve objetivamente obsoleta, y los enormes movimientos de masas, sin la restricción de las limitaciones de tales organizaciones, deben necesariamente reemplazarlas.
Así es la nueva situación a la que se enfrentan los obreros. Pero de ella sobresale una debilidad. Desde que el viejo método de lucha por medio de las elecciones y de la limitada actividad del sindicato se ha vuelto bastante fútil, se ha desarrollado instintivamente un nuevo método, es cierto, pero ese método no ha sido todavía aplicado conscientemente, y, por consiguiente, tampoco de modo eficaz. Donde sus partidos y sindicatos son impotentes, las masas empiezan ya a expresar su militancia a través de las huelgas salvajes. En América, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, España, Polonia, las huelgas salvajes se desarrollan, y a través de ellas las masas demuestran ampliamente que sus viejas organizaciones ya son adecuadas para la lucha. Las huelgas salvajes no son, sin embargo, desorganizadas, como el nombre implica. Son denunciadas como tales por los burócratas sindicales, porque son huelgas formadas fuera de las organizaciones oficiales. Los huelguistas mismos organizan la huelga, pues es una vieja verdad que como una masa organizada pueden los obreros luchar y triunfar. Forman lineas de piquete, preparadas para la repulsión de los rompehuelgas, organizan el fondo de ayuda para la huelga, crean relaciones con otras fábricas... En una palabra, ellos mismos asumen la dirección de su propia huelga, y lo organizan sobre una base de fábrica.
Es en estos mismos movimientos donde los huelguistas encuentran su unidad de lucha. Es entonces cuando toman su destino en sus propias manos y unen "el poder legislativo y el ejecutivo" eliminando sindicatos y partidos, como lo ilustran varias huelgas en Bélgica y Holanda.
Pero la acción independiente de la clase es todavía débil. Que los huelguistas, en lugar de continuar su acción independiente hacia la ampliación de su movimiento, llamen a los sindicatos a unirseles, es una indicación de que bajo las condiciones existentes su movimiento no puede hacerse mayor, y por esa razón no puede todavía convertirse en una fuerza política capaz de combatir al capital concentrado. Pero es un principio.
Ocasionalmente, no obstante, la lucha independiente da un gran salto adelante, como en las huelgas de los mineros asturianos en 1934, los mineros de Bélgica en 1935, las huelgas en Francia, Bélgica y América en 1936, y la revolución catalana en 1936. Estas explosiones son la evidencia de que una nueva fuerza social está surgiendo entre los obreros, está descubriendo la dirección de los obreros, está sujetando las instituciones sociales a las masas, y ya está en marcha.
Las huelgas ya no son meras interrupciones en la obtención de benefícios o simples perturbaciones económicas. La huelga independiente deriva su significación de la acción de los obreros como una clase organizada. Con un sistema de comités de fábrica y consejos obreros que se extiende sobre amplias areas, el proletariado crea los órganos que regulan la producción, la distribución, y todas las demás funciones de la vida social. En otras palabras, el aparato administrativo civil es privado de todo poder, y se establece la dictadura proletaria. Así, la organización de clase en la misma lucha por el poder es, al mismo tiempo, la organización, el control y la gestión de las fuerzas productivas de la sociedad entera. Es la base de la asociación de productores-consumidores libres e iguales. Éste, entonces, es el peligro que el movimiento independiente de clase presenta a la sociedad capitalista. Las huelgas salvajes, aunque aparentemente de poca importancia tanto a pequeña como a gran escala, son comunismo embrionario. Una pequeña huelga salvaje, dirigida como es por los obreros y según el interés de los obreros, ilustra a pequeña escala el carácter del futuro poder proletario.
Un reagrupamiento de militantes debe ponerse en acción por el conocimiento de que las condiciones de lucha lo hacen necesario para unir los "poderes legislativo y ejecutivo" en manos de los obreros de fábrica. Ellos no deben comprometerse en esta posición: todo el poder para los comités de acción y los consejos obreros. Éste es el frente de clase. Éste es el camino al comunismo. Hacer a los obreros conscientes de la unidad de las formas organizativas de la lucha, de la dictadura de la clase, y de la estructura económica del comunismo, con su abolición de los salarios; ésta es la tarea de los militantes.
Los militantes que se llaman a sí mismos "vanguardia" tienen hoy la misma debilidad que caracteriza a las masas en el presente. Creen todavía que los sindicatos o que este o aquel partido debe dirigir la lucha de la clase, aunque con métodos revolucionarios. Pero, si es cierto que las luchas decisivas están acercándose, no es suficiente manifestar que los jefes obreros son traidores. Es necesario, sobre todo en la actualidad, formular un plan para la formación del frente de clase y de las formas de sus organizaciones. Con este fin, el mando de los partidos y los sindicatos debe ser combatido incondicionalmente. Éste es el punto crucial en la lucha por el poder.
[1*] Por deducción del contexto y de la época en que escribe el autor, conocida su implicación en las luchas obreras estadouni-denses y sabido el carácter corporativista-reformista de la Federación Americana del Trabajo.