OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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TEMAS DE NUESTRA AMERICA |
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"SEIS ENSAYOS EN BUSCA DE NUESTRA EXPRESIÓN", POR PEDRO HENRIQUEZ UREÑA*
Diversos signos anuncian la liquidación inminente de la demagogia superamericanista, de la declamación ultraísta, en que han coincidido en nuestra América el mesianismo de algunos reformadores políticos y sociales improvisados en las jornadas de la insurrección universitaria y el futurismo de otros tantos poetas, provincianamente persuadidos de la originalidad y criolledad de sus mediocrísimas rapsodias de los "ismos" europeos. Esta liquidación nos exonerará del tributo a uno que otro tácito "maestro de la juventud", de gestos y palabras estrictamente entonados a la más confusa exaltación post-bélica; pero nos conducirá, en cambio, a una estimación exacta, a una ponderación útil de los hombres que verdaderamente ejercen en Latino América una función crítica y docente. Pedro Henríquez Ureña, el autor de estos Seis ensayos en busca de nuestra expresión que quiero señalar hoy a la atención de mis lectores, es sin duda uno de los escritores que con más sentido de responsabilidad y mayores dotes de talento y cultura cumplen esa función. En Henríquez Ureña se combinan la disciplina y la mesura del crítico estudioso y erudito con la inquietud y la comprensión del animador que, exento de toda ambición directiva, alienta la esperanza y las tentativas de las generaciones jóvenes. Henríquez Ureña sabe todo lo que valen el aprendizaje escrupuloso, la investigación atenta, los instrumentos y métodos de trabajo de una cultura acendrada; pero aprecia, igualmente, el valor creativo y dinámico del impulso juvenil, de la protesta antiacadémica y de la afirmación beligerante. Su simpatía y su adhesión acompañan a las vanguardias en la voluntad de superación y en el esfuerzo constructivo. De ninguna crítica me parece tan necesitada la actividad literaria de estos países como de la que Pedro Henríquez Ureña representa con tanto estilo individual. En su nuevo libro, que agrega un título más a la selectísima biblioteca argentina dirigida por Samuel Glusberg, Henríquez Ureña reúne trabajos dispersos —artículos, conferencias, prólogos— que no obedecen en parte a la intención central de la obra. Los ensayos Hacia el nuevo teatro y Veinte años de la literatura en los Estados Unidos, excelentes como panorama de uno y otro tópico, podían formar, parte de otro libro. No diré que son ajenos al espíritu mismo de estas meditaciones "en busca de nuestra expresión", pero sí que pertenecen con más propiedad a otro grupo de ensayos del autor. Han sido incluidos en estos "seis ensayos" por la dificultad editorial acusadora de nuestra pobreza —de organizar en volúmenes autónomos la investigación de un ensayista como Henríquez Ureña. Los dos primeros ensayos: El descontento y la promesa: en busca de nuestra expresión y Caminos de nuestra historia literaria, contienen lo más esencial del libro. En esos dos nutridos y sólidos escritos, Henríquez Ureña logra un planteamiento de los problemas, de nuestra literatura y de su orientación, mucho más eficaz y hondo que el que embrollada o vagamente esbozan, sin tan precisos resultados, enteros volúmenes de historiografía y crítica literaria. Las conclusiones de Henríquez Ureña son, como todas, susceptibles en muchos puntos de desarrollo y rectificación; pero revelan algo que no es frecuente en nuestra crítica: un criterio superior y seguro. Henríquez Ureña tiene las cualidades del humanista moderno, del crítico auténtico. Sus juicios no son nunca los del impresionista ni los del escolástico. La consistencia de su criterio literario, no es asequible sino al estudioso que al don innato del buen gusto une ese rumbo seguro, esa noción integral que confieren una educación y un espíritu filosóficos. Henríquez Ureña confirma y suscribe el principio de que la crítica literaria no es una cuestión de técnica o gusto, y de que será siempre ejercida, subsidiaria y superficialmente, por quien carezca de una concepción filosófica e histórica. El hedonismo tanto como el eruditismo y el preceptivismo, están definidamente relegados a una condición inferior en la crítica. No es posible el crítico sin tecnicismo y sin sensibilidad específicamente literarios, pero se clasificará invariablemente en una categoría secundaria al crítico que con la ciencia y el gusto no posea un sentido de la historia y del universo, una weltanschauung.** Henríquez Ureña reacciona contra el superamericanismo de los que nos aconsejan cierta clausura o por lo menos, cierta resistencia, a lo europeo, con mística confianza en el juego exclusivo y excluyente de nuestras energías criollas y autóctonas. «Todo aislamiento es ilusorio —remarca el autor de 6 ensayos en busca de nuestra expresión—. La historia de la organización espiritual de nuestra América, después de la emancipación política, nos dirá que nuestros propios orientadores fueron, en momento oportuno, europeizantes: Andrés Bello, que desde Londres lanzó la declaración de nuestra independencia literaria, fue motejado de europeizante por los proscriptos argentinos veinte años después, cuando organizaba la cultura chilena; y los más violentos censores de Bello, de regreso en su patria, habían de emprender, a su turno, tareas de europeización, para que ahora se lo afeen los devotos del criollismo puro». Pero Henríquez Ureña reconoce, al mismo tiempo, la función de "la energía nativa". Más aún, la reivindica, como factor primario de toda creación americana. Formamos parte del mundo latino y, por ende, del occidental; pero los lazos que supone esta filiación «no son estorbos definitivos para ninguna originalidad, porque aquella comunidad tradicional afecta sólo alas formas de la cultura mientras que el carácter original de los pueblos viene de su fondo espiritual, de su energía nativa». Y esta energía quizá en ningún americano actúa tanto como en los que pugnan por europeizar u occidentalizar América. «No creo —declara Henríquez Uréña— en la realidad de la querella de Fierro contra Quiroga. Sarmiento, como civilizador, urgido de acción, atenaceado por la prisa, escogió para el futuro de su patria el atajo europeo o norteamericano en vez del sendero criollo, informe todavía, largo, lento, interminable tal vez o desembocando en callejón sin salida; pero nadie sintió mejor que él los soberbios ímpetus, la acre originalidad de la barbarie que aspiraba a destruir. En tales oposiciones y en tales decisiones está el Sarmiento aquilino: la mano inflexible escoge; el espíritu amplio se abre a todos los vientos. ¿Quién comprendió mejor que él a España, la España cuyas malas herencias quiso arrojar al fuego, la que visitó "con el santo propósito de levantarle el proceso verbal", pero que a ratos le hacía agitarse en ráfagas de simpatía?». ¿A qué atribuir la imperfección, la incipiencia, la pobreza de nuestra literatura? Henríquez Ureña no busca la explicación en la raza, ni en el clima, ni en los modelos, ni en el demonio del romanticismo o del europeísmo. El arte y la literatura no florecen en sociedades larvadas o inorgánicas, oprimidas por los más elementales y angustiosos problemas de crecimiento y estabilización. No son categorías cerradas, autónomas, independientes de la evolución social y política de un pueblo. Henríquez Ureña se coloca a este respecto en un terreno materialista e histórico. Distingue dos Américas, la buena y la mala. La primera es la que ha conseguido organizar aproximadamente su existencia, según las reglas de la civilidad occidental; la segunda es la que se debate aún en la contradicción, entre las formas y exigencias de esta cultura y los densos rezagos tribales o feudales de la América primitiva o colonial. Y la literatura no escapa a una u otra influencia. «Las naciones serias van dando forma y estabilidad a su cultura y en ellas las letras se vuelven actividad normal mientras tanto, en "las otras naciones", donde las instituciones de cultura, tanto elemental como superior, son víctimas de vaivenes políticos y del desorden económico, la literatura ha comenzado a flaquear. Ejemplos: Chile, en el siglo XIX, no fue uno de los países hacia donde se volvían con mayor placer los ojos de los amantes de las letras; hoy sí lo es. Venezuela tuvo durante cien años, arrancando nada menos que de Bello, literatura valiosa, especialmente en la forma: abundaba el tipo del poeta y del escritor dueño del idioma, dotado de facundia. La serie de tiranías ignorantes que vienen afligiendo a Venezuela desde fines del siglo XIX —al contrario de aquellos curiosos "despotismos ilustrados" de antes, cómo el de Guzmán Blanco— han deshecho la tradición intelectual: ningún escritor de Venezuela menor de cincuenta años disfruta de reputación en América». Henríquez Ureña discurre con admirable lucidez sobre la naturaleza de los problemas literarios y artísticos. «Nuestros enemigos —escribe— al buscar la expresión de nuestro mundo, son la falta de esfuerzo y la ausencia de disciplina, hijos de la pereza y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza, llena de preocupaciones ajenas a la pureza de la obra: nuestros poetas, nuestros escritores, fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra, y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos». Pero más certera y magistral es su diagnosis en estas palabras finales del libro: «En el pasado nuestros enemigos han sido la pereza y la ignorancia; en el futuro, sé que sólo el esfuerzo y la disciplina darán la obra de expresión pura. Los hombres del ayer, en parte los del presente, tenemos excusa: el medio no nos ofrecía sino cultura atrasada y en pedazos; el tiempo nos lo han robado empeños urgentes, unas veces altos, otras humildes. Y, sin embargo, hasta fines del siglo XIX nuestra mejor literatura es obra dé hombres ocupados en "otra cosa": libertadores, presidentes de república, educadores de pueblos, combatientes de toda especie. La calamidad han sido los ociosos: ésos poetas románticos, cuyo único oficio conocido era el de hacer versos, pero que eran incapaces deponer seriedad en la obra. Y lo que antes se veía en los románticos, ¿no se ve ahora en sus descendientes bajo designaciones distintas?». Es difícil comentar el libro de Henríquez Ureña sin ceder, a cada paso, a la tentación de citar textualmente sus palabras. He trascrito, hasta ahora, párrafos que dan una idea precisa del mérito y del contenido de su última obra. Si estas trascripciones contribuyen a despertar el interés del público sobre tan excelente libro, habré alcanzado lo que me propongo en este rápido comentario.
NOTAS: * Publicado en Mundial: Lima, 28 de Junio de 1929. ** Concepción del mundo.
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