OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE EDUCACION

 

   

LOS MAESTROS Y LAS NUEVAS CORRIENTES1

 

I

Ninguna categoría de trabajadores inte­lectuales aparece tan naturalmente destinada a dar su adhesión a las nuevas ideas co­mo la de los maestros de primera enseñan­za. En mis artículos precedentes, me he re­ferido, más de una vez, al espíritu de clase que distingue y separa la enseñanza prima­ria de la enseñanza secundaria y superior. La escuela, a causa de ese espíritu, no sólo diferencia a la clase burguesa de las clases pobres en la cultura y en la vida. Diferen­cia, igualmente, a los maestros de una clase de los maestros de la otra. El maestro pri­mario se siente próximo al pueblo. El maes­tro del Liceo o de la Universidad se siente dentro de la burguesía. Es, además, en la enseñanza primaria, donde se produce, ge­neralmente, el tipo puro, el tipo profesional de educador. El maestro primario es sólo maestro, es sólo enseñante, en tanto que el profesor del Liceo o de la Universidad es, al mismo tiempo, literato o político. La do­cencia secundaria y universitaria, tanto por su función como por su estructura, tiende a crear una burocracia conservadora

En los países hispano-americanos, espe­cialmente en los menos evolucionados, esta diferencia se acentúa y se ahonda. En la do­cencia secundaria y universitaria domina el diletantismo. El profesor universitario, sobre todo, es simultáneamente abogado, parlamentario, latifundista. La cátedra constituye una mera estación de su vida cotidiana. La enseñanza es un suplemento o un comple­mento intelectual de su actividad práctica, política, forense o mercantil. El maestro primario, en tanto, aunque no sea sino mo­desta e imperfectamente, tiene siempre una vida de profesional. Su formación y su am­biente lo desconectan, por otra parte, de los intereses egoístas de la clase conservadora.

El maestro primario hispano-america­no procede del pueblo, más específicamente, de la pequeña burguesía. La Escuela Nor­mal lo prepara y lo educa para una función abnegada, sin ambiciones de bienestar eco­nómico. Lo destina a dar a los niños pobres la instrucción elemental —gratuita y obli­gatoria— del Estado, el normalista sabe, por adelantado, que el Estado remunerará mal su fatiga. La enseñanza primaria —enseñan­za para el proletariado— proletariza a sus funcionarios. El Estado condena a sus maes­tros a una perenne estrechez pecuniaria. Les niega casi completamente todo media de elevación económica o cultural y les cierra toda perspectiva de acceso a una categoría superior. De un lado, carecen los maestros de posibilidades de bienestar económico; de otro lado, carecen de posibilidades de pro­greso científico. Sus estudios de la Escuela

Normal no les franquean las puertas de la Universidad. Su sino puede confinarlos en un pueblecito primitivo donde vegetarán oscuramente, a merced de un cacique o de un diputado, sin libros ni revistas, segregados del movimiento cultural, desprovistos de elementos de estudio.

En el espíritu de estos trabajadores in­telectuales, extraño a toda concupiscencia comercial, todo arribismo económico, pren­den fácilmente los ideales de los forjadores de un nuevo estado social. Nada lo mancomuna a los intereses del régimen capitalis­ta. Su vida, su pobreza, su trabajo, los confunde con la masa proletaria.

A estos trabajadores, sensibles a la emo­ción revolucionaria, permeables a las ideas renovadoras, deben dirigirse, por consiguien­te, los intelectuales y los estudiantes de van-guarda. En sus filas reclutará la vanguar­dia más y mejores elementos que entre los pedantescos profesores y los egotistas lite­ratos que detentan la representación oficial de la Inteligencia y de la Cultura.

II

De la sensibilidad de los educadores a los anhelos de renovación social tenemos muchas y muy fehacientes pruebas. Las escuelas normales han abastecido al socialis­mo de un conspicuo número de organizadores y conductores de ambos sexos. Ramsay Mac Donald, por ejemplo, ha sido un pre­ceptor. En Italia he encontrado en los primeros rangos del proletariado a innumera­bles maestros y maestras. En Francia he constatado el mismo fenómeno. Colaboran en Clarte varios educadores de filiación revolucionaria. La misma filiación tiene la revista L'Ecole Emancipée, órgano de la Federación de la Enseñanza, dirigida por un grupo de maestros jóvenes. Los estudiantes de la Escuela Normal Superior de París han sido, recientemente, los primeros en respon­der a los histéricos alardes fascistas de los estudiantes de la reaccionaria facultad de Derecho de la Sorbona, discípulos de los es­critores monarquistas de "L'Action Francaise".

El propio movimiento de los Compañe­ros de la Universidad Nueva acusa en el cuerpo de educadores franceses un estado de ánimo pleno de inquietud. Ese movimien­to ha sido indeciso en sus medios, difuso en proposiciones, pero categórico en su volun­tad de renovación. No ha sabido romper con la tradición y, en particular, con los intere­ses conservadores. No ha logrado liberarse de las supersticiones burguesas anidadas en la psicología y la mentalidad de sus animadores. Pero ha declarado claramente su adhe­sión a la idea de una democracia social, de una democracia verdadera, aunque no haya acertado a definir el modo de realizarla.

La doctrina y el método pedagógico de Pestalozzi y Froebel, —nutridos de los sentimientos e inspirados en las necesida­des de una civilización de productores— han tenido, como se remarca a la luz de la ex­periencia contemporánea, una profunda significación revolucionaria.

Y los reformadores de la educación en Alemania han salido también de las filas de los educadores.

III

La idea sostenida por los compagnons de l'Université Nouvelle de que una nueva organización de la enseñanza debe ser, téc­nicamente al menos, la obra de un sindicato, en el cual se agrupen todas las categorías de maestros, no es en sí una idea errónea. Lo es cuando supone que una revolución en la enseñanza puede operarse dentro del marco del viejo orden social. Lo es cuando coloca al sindicato de maestros, o la corporación de la enseñanza, en un plano superior y distin­to de los demás sindicatos de trabajadores. Para que los educadores puedan reorganizar la enseñanza sobre bases nuevas es necesa­rio que sepan antes ser un sindicato, mover-se como un sindicato, funcionar como un sin­dicato. Y es necesario que sepan entender la solidaridad histórica de su corporación con las otras corporaciones que trabajan por reorganizar, sobre bases nuevas también, todo el orden social.

Esta cuestión debe ser el tema del diá­logo de los intelectuales de vanguardia con los educadores de vanguardia. (En la corpo­ración de maestros la existencia de una vanguardia es evidente, es indudable). El programa de una reforma universitaria integral sería incompleto si no comprendiese las rei­vindicaciones de esta corporación. Hay que abrir los estudios universitarios a los diplo­mados de la Escuela Normal. Hay que aba­tir las vallas que incomunican al profesorado primario con la Universidad, bloqueán­dolo dentro de los rígidos confines de la pri­mera enseñanza. Que los normalistas entren a la Universidad. Pero no para aburguesarse en sus aulas sino para revolucionarlas. He ahí un hermoso programa para la juventud de Hispano-América, para la Unión Latino-Americana. Diferenciar el problema de la Universidad del problema de la escuela es caer en un viejo prejuicio de clase. No exis­te un problema de la universidad, indepen­diente de un problema de la escuela prima­ria y secundaria. Existe un problema de la educación pública que abarca todos sus com­partimentos y comprende todos sus grados.

IV

El modesto preceptor, el oscuro maes­tro del hijo del obrero y del campesino ne­cesita comprender y sentir su responsabili­dad en la creación de un orden nuevo. Su labor, según su rumbo, puede apresurarla y facilitarla o puede retardarla. Ese orden nue­vo ennoblecerá y dignificará al maestro de mañana. Tiene, por ende, derecho a la adhe­sión del maestro de hoy. De todas las victorihas humanas les toca a los maestros, en gran parte, el mérito. De todas las derrotas humanas les toca, en cambio, en gran parte, la responsabilidad. La servidumbre de, la escuela a un cacique de provincia no pesa únicamente sobre la dignidad de los que aprenden. Pesa, ante todo, sobre la dignidad de los que enseñan. Ningún maestro honrado, ningún maestro joven, que medite en esta verdad, puede ser indiferente a sus suges­tiones. No puede ser indiferente tampoco a la suerte de los ideales y de los hombres que quieran dar a la sociedad una forma más justa y a la civilización un sentido más hu­mano.

 


NOTA:

1 Publicado en Mundial, Lima, 22 de mayo de 1925