OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
|
TEMAS DE EDUCACION |
|
|
EL PROBLEMA DE LA UNIVERSIDAD1
Se presiente la proximidad de una ofensiva contra el viejo régimen universitario. La clausura de la Universidad del Cuzco el año último, planteó con urgente apremio el problema de su reorganización. La comisión encargada de proponer el plan respectivo, lo hizo con diligente empeño y ambiciosa esperanza. Su proyecto parecía definitivamente encallado en los escollos burocráticos del Ministerio de Instrucción Pública, entre los cuales no consigue nunca moverse, —según los prácticos—, ninguna idea de gran calado. Pero, posteriormente, el Congreso ha facultado de modo expreso al Gobierno a reformar la enseñanza universitaria. Y desde entonces el problema de la universidad deja sentir demasiado su angustiosa presencia. Todos convienen, —menos el doctor Manzanilla que se clausura en un rígido e incómodo silencio—, en que se trata de un problema que no es posible eludir por más tiempo. Se le ha eludido ya más de lo razonable. Desde 1919 se suceden las tentativas y proyectos de reforma universitaria. La asamblea nacional que revisó la Constitución, sancionó los principios por los cuales se agitó más vehementemente la opinión estudiantil. Pero, abandonada siempre la actuación misma de la Reforma al consejo docente de la Universidad, sus principios estaban inevitablemente condenados a un sabotaje más o menos ostensible y sistemático. Esto último dependía de la temperatura moral y política del claustro y de la calle. El rectorado del doctor Villarán correspondió a una estación en la que se mantenía beligerante y fervoroso en el alumnado el sentimiento renovador. Los antecedentes de sus campañas sobre educación nacional obligaban, además, personalmente, al Rector, a esforzarse por alcanzar algunas metas asequibles a la modesta actitud de una docencia remolona. Mas, pronto la renuncia del doctor Villarán restauró del todo en el gobierno de la Universidad el viejo espíritu. La esperanza de que la Universidad se renovara por sí misma, aunque fuera lentamente, apareció definitivamente liquidada. Hasta los más optimistas y generosos en su crédito de confianza a la docencia, constataron la incurable impotencia de la Universidad para regenerarse sola. El doctor Manzanilla se siente todavía, según parece, en el mejor de los mundos posibles. Es un optimista —o un pesimista—absoluto, que, en estridente desacuerdo con su época, se resiste a creer que "la ley del cambio es la ley de Dios". No sabemos lo que opina —u opinará— oficialmente en su informe al gobierno. Pero a juzgar por el malhumor con que responde a las preguntas, siempre impertinentes para él, de los periodistas, es evidente que toda intención de reforma universitaria lo importuna. La Universidad de San Marcos está bien en 1928 como estuvo en 1890 o un siglo antes. ¿Para qué tocarla? Si el señor Manzanilla se decidiera a decir algo, es probable que dijera más o menos esto.2 Pero, a pesar del señor Manzanilla, la vejez y los achaques de la Universidad son demasiado visibles y notorios hasta para las personas más indulgentes. La necesidad de la Reforma no se disimula a nadie. Es una necesidad integral, a la cual no escapa ninguno de los aspectos materiales ni espirituales de la Universidad. En otros países, las universidades permanecen aferradas a sus tradiciones, enfeudadas a los intereses de clase; pero, por lo menos, técnicamente acusan un adelanto incesante. En el Perú, la enseñanza universitaria es una cosa totalmente envejecida y desvencijada. En un viejo local, un viejo espíritu, sedentario e impermeable, conserva sus viejos, viejísimos métodos. Todo es viejo en la Universidad. Se explica absolutamente el afán del doctor Molina en sacarla de sus claustros dogmáticos, a una casa bien aireada. El doctor Molina, al visitar las aulas de San Marcos, de regreso de un largo viaje por Europa, debe haber tenido la impresión de que la Universidad funciona en un sótano lleno de murciélagos y telas de araña. Hasta este momento no se conoce el alcance de la reforma que, según se anuncia, prepara el Ministro de Instrucción doctor Oliveira. Pero no es infundado desconfiar de que esta vez los propósitos de reforma vayan más allá de una experimentación o una tentativa tímidas. Los poderes reales de un ministro, frente a un problema de esta magnitud, son limitados. El señor Oliveira es, por otra parte, un antiguo catedrático que tenderá seguramente a tratar con excesivo miramiento a la vieja docencia. Ha tenido, hasta hoy, algunas declaraciones honradas y precisas sobre el problema de la instrucción pública en el Perú. Por ejemplo, cuando ha reconocido la imposibilidad de educar al indio por medio sólo de escuelas, dentro de un régimen de gamonalismo o feudalidad agraria. Mas la persona del Ministro es accidental. El Ministerio de Instrucción —el estado mayor de la enseñanza— no comparte por cierto los puntos de vista del Ministro. Es probable que ni siquiera se preocupe de ellos. Y esto es decisivo como obstáculo para cualquier propósito, aunque sea el más perseverante y valiente. Porque el problema de la Universidad no está fuera del problema general de la enseñanza. Y por los medios y espíritu con que aborda el problema de la escuela primaria, se puede apreciar la aptitud de una política educacional para resolver el de la instrucción superior. Sin embargo, mientras sea tiempo, esperemos.
NOTAS: 1 Publicado en Mundial, Lima, 2 de marzo de 1928. 2 La opinión de J.C.M. sobre la presencia del doctor José Matías Manzanilla en el rectorado de San Marcos está con tenida en la nota editorial de Amauta titulada "Voto en contra", compilada en Ideología y Política, págs. 233-234, Vol. 13 de esta serie popular (N. de los E.). |
|