OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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TEMAS DE EDUCACION |
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CONCURSOS Y PREMIOS LITERARIOS1
El fallo del jurado del último concurso literario municipal propone la institución de premios anuales para las mejores obras que se publique en el año y recomienda, discretamente, la supresión de concursos del género del que le ha tocado la fatiga de presidir. Esta sugestión es tan oportuna y plausible que, en gracia a ella, se puede tal vez olvidar el limeñismo con que, en sus consideraciones precedentes, pretende el fallo que el fausto y la elegancia urbanas de Lima, en la época colonial, no fueron inferiores a los de las ciudades europeas de su categoría en la misma época. (Uno de los escritores que suscribe esta opinión, —mi buen amigo, acérrimo reaccionario, doctor Luis Varela y Orbegoso— ha visitado Italia, entre otros países de Europa. No ignora, por consiguiente, que por lo menos doscientos pueblos —no ciudades— de Italia, conservan, como recuerdo del Renacimiento o del Medievo, un conjunto de palacios, templos, monumentos, pinturas y estatuas, al lado del cual el modesto caserón de Torretagle y la igualmente modesta quinta de la Perricholi resultan, en verdad, insignificantes y ridículos). El sistema de los concursos literarios, con tema municipal, etc., es totalmente provinciano, además de ser absolutamente absurdo e inocuo como medio de estimular la producción literaria. Y los juegos florales, que el propio jurado desea poco frecuentes, constituyen una consagración carnavalesca y una costumbre cursi que no subsiste, legítimamente, sino ahí donde se identifica con la tradición. Las obras premiadas en un concurso académico, muy rara vez perduran en la historia literaria de un país. (No se exceptúan, por supuesto, de esta suerte los poemas de juegos florales y torneos de la misma especie). Esto bastaría para desacreditar y descalificar a los concursos oficiales, si no estuvieran ya suficientemente desacreditados y descalificados. Me parece fácil demostrar que los concursos con tema oficial, en vez deestimular la producción literaria, la humillan y la deprimen. El concurso no invita casi nunca a la creación original. Propone habitualmente temas académicos de apología. Fomenta la improvisación, tan copiosa y tan huera entre nosotros, de loas, ditirambos y panegíricos. De una literatura, en suma, cuya generación exuberante no significó nunca sino retoricismo y decadencia. (Es probable que el relieve con que sobresale en nuestra literatura la obra de González Prada se deba, en parte, por reacción contra el elogio gárrulo y bastardo, a su calidad de obra de panfletista, esto es de obra de negación y protesta). El reciente concurso literario propuso, a la inspiración de los literatos, temas que acusan en su elección un espíritu superado. Temas típicos de la época del colonialismo, de la cual quedan todavía, como es natural, algunos supérstites, pero de la cual se alejan, no por mero motivo estético, sino por acendrado impulso espiritual, las nuevas generaciones. Y este error de elección no proviene de una particular y específica deficiencia de criterio o de gusto de la Municipalidad de Lima, sino de una deficiencia universal y genérica de todos los municipios, o instituciones análogas, del mundo. Acaso ni aún un comité de críticos sagaces, dotados de la más fina sensibilidad, podría prefijar los temas de una jornada literaria de modo de obtener las mejores realizaciones posibles. El Estado y las Comunas han renunciado ya, en todos los países de los cuales tenemos algo o mucho que aprender, a estos gastados y ramplones recursos de fomento de las letras. Se premia, anualmente, las obras que el respectivo jurado estima las mejores del año. Cada premio tiene, en ciertos casos, su tradición y su espíritu. Pero ninguno aspira a encauzar en tal a cual sentido la creación artística. Sólo así los premios sirven, efectivamente, para alentar a los autores y a las editoriales. El fallo del jurado del reciente concurso ha hecho bien en decirlo, aunque hayan callado las muchas razones que condenan los concursos con tema oficial. Si su recomendación fuera escuchada, la experiencia de un concurso sería, por primera vez, verdaderamente provechosa. La institución de premios anuales, menos míseros que los del concurso último —los dineros de los municipios, como lo ha proclamado Roe, el alcalde del Callao al establecer en su comuna los ciclos de conciertos municipales, no deben servir únicamente para pavimentos y alcantarillas— beneficiarían de veras a la producción literaria y artística. No resolvería, claro está, todo el problema de su fomento. Soy un convencido asertor de la tesis de que el arte y la literatura no tienen una existencia independiente y autónoma. Los considero subordinados a un conjunto complejo de factores histórico-económicos, sociales, políticos, espirituales. Pero creo que, en todo caso, los acicates y recompensas oficiales deben tender a llenar su objeto. Los premios académicos u oficiales no tienen, generalmente, un valor absoluto de consagración. Mas a veces coinciden con el voto o la intuición de una época, facilitando la obra de un artista o un intelectual auténtico. Y esto es ya bastante. A los concursos, en cambio, la experiencia de todos los tiempos les niega la más mínima eficacia.
NOTA: 1 Publicado en Mundial, Lima, 11 de febrero de 1927. |
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