OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

  

  

"LOS ARTAMONOV", NOVELA DE MAXIMO GORKI1

I

Esta tarde plúmbea, sorda, opaca, se parece extrañamente a la tarde en que descendí de un tren alemán, hace cinco años, en la estación de Saarow Ost, para visitar a Máximo Gorki. El paisaje de cartón de Saarow Ost era esa tarde igual a los paisajes que los niños iluminan con lápices de colores en sus cuadernos germanos. Paisajes que yo había gustado por primera vez en mi infancia con un alpestre y ladino sabor de leche Nestlé. Paisaje seguro, para niños convalecientes, donde uno no podría nunca extraviarse, porque sus caminos lo toman en seguida de la mano para guiarlo. Paisaje que le prescribe a uno dieta, apetito, sueño a las ocho, leche al pie de la vaca. No se concibe en este lugar menús indigestos, con langostas, caviar, gänseloebepastte.2 Berlín no dista sino cinco horas; pero para llegar aquí hay que pasar por un bosque de pinos y tomar en Furstenwalde un trencito vecinal que corre sólo dos veces al día. En los pinos del camino, el viajero deja sus ideas citadinas, sus hábitos urbanos. Todas las figuras se dejarían recortar con una tijera. Las rutas tienen postes con letreros y flechas que conducen al lago, al bosque, al sanatorio, a la estación. Es imposible perderse, aunque se quiera.

Máximo Gorki convalecía en Saarow Ost de las jornadas de la Revolución rusa. Yo me preguntaba, mientras caminaba de la estación al Neue Sanatorium,3 cómo podía trabajar en este pueblo de convalecencia, infantil, albo y lacteado, un rudo vagabundo de la estepa. Saarow Ost no es un pueblo sino un sanatorio. Un sanatorio encantado, con bosques, jardines, lagunas, chalets, tiendas, un café, gente sana y un ambiente sedante, esterilizado, higiénico. Las excitaciones están rigurosamente proscritas. El crepúsculo —espectáculo sentimental y voluptuoso— severamente prohibido. La población parece administrada por una nurse,4 la naturaleza tiene un delantal blanco y no ha proferido jamás una mala palabra. ¿Qué podía escribir Gorki en esta aldea industrial, bacteriológicamente pura, de cuento de Navidad? Fue la primera cosa que le pregunté, después de estrechar su mano huraña. Gorki había escrito en Saarow Ost el relato de su infancia. Estaba contando a los hombres su historia. Quería contar la de otros hombres. Todos sus recuerdos eran matinales. La serie de sus grandes novelas realistas estaba interrumpida. Saarow Ost: en cada convalecencia me visitan tus imágenes.

Ahora que acabo de leer Los Artamonov, siento que Gorki no podía volver a escribir así bajo los tilos y los pinos del Neue Sanatorium. Esta novela ha sido escrita probablemente en Italia, donde Gorki ha pasado los últimos años. Los italianos son, generalmente, malos novelistas; pero Italia es propicia para la novela. Los enfermos se curan; pero el clima, la naturaleza, nos rodean de las mismas garantías científicas e higiénicas de la convalecencia. Todas las excitaciones operan libremente. Y aunque la novela italiana es escasa, toda la evolución de la novela moderna cabe entre Manzoni y Pirandello: Muchas de las novelas de Gorki han sido escritas en Italia, en el clima especial, tónico, pagano, de Capri, Amalfi o Frascati. La fantasía de Gorki recupera, ratifica, disciplina, en contacto con la naturaleza excesiva, teatral, patética de Italia, sus dotes de sobriedad y concisión. Los Artamonov; en las 332 páginas de la traducción italiana (Milano, Fratelli Treves) caben holgadamente tres generaciones, 55 años, la historia de la Rusia campesina y provinciana, desde la abolición de la servidumbre hasta la Revolución Bolchevique. Zola no habría podido narrar todo esto sino en una serie como la de los Rougon Macquart,5 con muchos raptos románticos y mucho diletantismo sociológico entre etapa y etapa de su biografía. Gorki desmiente con esta novela que haya muerto el realismo. ¿No tendrá razón René Arcos cuando nos dice que el realismo está ahora naciendo? Ciertamente, la tiene. La literatura de la burguesía no podía ser realista, del mismo modo que no ha podido serlo la política, la filosofía. (La primera teoría y práctica de realpolitik6 es el marxismo). La burguesía no ha logrado nunca liberarse de resabios románticos ni de modelos clásicos. El superrealismo es una etapa de preparación para el realismo verdadero Llamémosle, más bien, adoptando el término de René Arcos, infrarrealismo. Había que soltar la fantasía, libertar la ficción de todas sus viejas amarras, para descubrir la realidad.

La burguesía larvada, frustrada, incompleta de Rusia nos enseña su alma y su carne en Los Artamonov. La última novela de Gorki es una biografía. Los Artamonov son una familia burguesa: espécimen de una burguesía retardada, provinciana, alcohólica, cuya existencia histórica empezó en 1861 con la abolición de la servidumbre y que no alcanzó jamás a imponer a Rusia su doctrina ni su régimen. Sus comerciantes, sus industriales, no supieron superponerse al zarismo ni a la monarquía.

Para que el zarismo concediera a Rusia una constitución y un parlamento fue menester que amenazara la revolución socialista, la marejada proletaria y campesina. La burguesía rusa se agitó siempre en la impotencia. Entró en su etapa de decadencia sin conocer una etapa de plenitud. Miliukoff, su leader específico, no tuvo propiamente su hora de poder, ni aun cuando se derrumbó el absolutismo. Cuando sonó esa hora, un pequeño burgués socialista, Kerenski, ocupó su puesto. Las obras de los grandes novelistas rusos, son la historia clínica de una neurosis: la neurosis de una burguesía, que no pudo construir un Estado democrático y capitalista. Esta burguesía produjo, desde su segunda generación, toda suerte de renegados, de nihilistas y de utopistas. No pudiendo realizarse en la sociedad capitalista, sus hijos soñaban vagamente con realizarse en la sociedad obrera. El fundador de la familia Artamonov es un siervo emancipado. Carece de esa cultura, de esa tradición que los burgueses occidentales adquirieron en un largo-proceso de ascensión. Es fuerte, brutal, instintivo. Funda una familia burguesa y una empresa capitalista que se disolverían antes de que muriese el último de sus hijos. Nikita Artamonov no con­sigue ser un monje; Pedro Artamonov no logra ser un industrial. En la primera generación, se agota un impulso histórico, apenas definido. Nikita se evade del monasterio. Pedro no sabe de qué evadirse: ¿de la fábrica, de la ciudad provinciana de Driomov. de su casa, de su mujer? ¿Cuál de estas cosas es su cárcel? No obtendrá una res­puesta ni cuando, viejo demente, lo sorprende imprevista, inconcebible, la Revolución. No entiende el mundo que lo rodea. Se embriaga sin convicción. Termina sin comprender nada.

El epilogo de este drama absurdo lo están vi­viendo todavía algunos dispersos sobrevivientes que acaso no encontraremos en la próxima novela de Gorki. Porque la próxima novela de Gorki será, probablemente, una novela de la Revolución.

II

El júbilo, la emoción, el clamor con que el pueblo ruso ha saludado el retorno de Gorki a su patria, refrendan plebiscitariamente el homenaje tributado por los Soviets al genial novelista en su sexagésimo cumpleaños. Este homenaje no fue un seco homenaje oficial o académico. Tuvo evidente calor popular. Pero la muchedumbre ha estado más visible y espectacularmente presente en la estruendosa bienvenida. El abrazo que ha esperado a Gorki en la estación de regreso ha sido el abrazo multitudinario de la Revolución.

Y Gorki ha vuelto a Rusia, solicitado por un irresistible y espontáneo impulso interior. Es, co­mo escribe Víctor Serge, el "testigo" de la Revolución, el testigo lúcido, alerta, ferviente. Serge define con certeras palabras este papel: «Gorki sabía, veía, juzgaba, comprendía todo. Veía lejos, veía justo, de una manera que le era propia ( y que además no era la nuestra). Otros, que hacían la revolución velan infinitamente mejor que él, que no aspiraba a este rol, lo que se debía hacer, los fines y los caminos. Estos no tenían la aptitud de ahondar en el contenido humano de sus propios actos, de comprender al enemigo de otro modo que como enemigo, de ver la Revolución diversamente que como una grande y ruda tarea por proseguir sin debilidad. Gorki era su igual y su hermano; pero un hermano diferente. La historia es hecha por las masas; pero las masas se encarnan en hombres en las horas críticas de la historia. En esta hora de la Revolución, había un hombre que era el cerebro de la República, otro que era su voluntad de vivir y su espada, un tercero inflexible y probo que era el Terror. Gorki era el "testigo". Me parece difícil precisar mejor la misión, el sino de Gorki frente a la Revolución rusa».

El testimonio del gran escritor no acepta tergiversaciones. Ningún testimonio ha sido, sin em­bargo, tan tenazmente invocado y mistificado por los enemigos de los Soviets. Cuando Gorki, urgido por su campaña a favor de las víctimas del hambre, más que por su estado de salud, salió de Rusia en 1921, la prensa burguesa propagó las más insidiosas conjeturas sobre las relaciones entre el novelista y los Soviets. En diciembre de 1922, visité a Gorki en Saarow Ost. Le escuché entonces un terminante desmentido de los juicios que se le atribuían. Gorki, de incógnito en Saarow Ost, se negaba a todo reportaje. Esto no obstaba para que las agencias telegráficas difun­diesen entrevistas a las que jamás se había, prestado. Su posición no había cambiado: su admiración a Lenin, de la cual dio fe en páginas archinotorias, se mantenía intacta. Volvería a Rusia apenas su salud lo consintiese y su trabajo lo reclamase. Así ha sucedido: convalecidas sus fuerzas en Saarow Ost y Capri, Gorki ha regresado a Rusia, nostalgioso de su gente, para escribir una novela de la vida obrera. Los Artamonov, su última obra, es una novela de la vida burguesa. La historia de los Artamonov concluye cuando la Revolución empieza. Para su nuevo trabajo, Gorki necesitaba documentarse en la misma Rusia.

No faltan hoy mismos periodistas bastante inescrupulosos para mentir en torno de esto. E1 señor Cristóbal de Castro, en un artículo de La Libertad de Madrid, desahoga una vez más su odio inepto y mezquino a la Revolución rusa, exhumando las más mendaces versiones acerca de la actitud de Gorki ante los Soviets. Al revés de Gorki novelista, el señor Cristóbal de Castro no ha menester de documentarse para tratar un tema. Tiene la osadía irresponsable del gacetillero para afirmar cualquier cosa, sin ningún temor de engañarse. Le bastan los recuerdos dispersos de sus lecturas apresuradas y vulgares para escribir la historia. Puede trazar la biografía de Gorki, sin haberse jamás acercado a su obra ni a su vida. El hombre y los ex-hombres se titula el lamentable artículo de este lamentable Cristóbal que no descubrirá ninguna América, porque su autor tiene la curiosa sospecha de que el de los ex-hombres es el asunto central de la obra de Gorki. Escribe que «al estallar la revolución bolchevique, Máximo Gorki culminaba su apostolado por los ex-hombres», confundiendo probablemente a los ex-hombres con el pueblo ruso. Esta afirmación nos persuade de que el señor de Castro no conoce la obra de Gorki sino de oídas, por lo que se conversa sobre ella en las cafés. De otra manera no se habría formado un juicio tan sumario y grosero.

Haré gracia al público de los demás truculentos lugares comunes de que el cronista de La Libertad se vale para explicar a su modo la posición de Gorki ante los Soviets. Me interesa denunciar su más flagrante y original mentira, que constituye precisamente el motivo central de su divagación. No obstante su costumbre de servir a la glotonería de su público cualquiera vulgaridad, el señor Cristóbal de Castro no habría escrito este artículo si no hubiese tenido algo que decir de la reciente novela de Gorki, aún no traducida al español, si no me equivoco. He aquí lo que dice: «En Capri, junto al mar azul, el apóstol de los ex-hombres fue metodizando sus cóleras por la reflexión y sus juicios por el documento hasta dar en su libro Los Artamonov, un robusto resumen del comunismo al través de tres generaciones: el mujik.7 de la época de los siervos; el industrial dilapidador de la época za­rista y el revolucionario bolchevique. Generación aldeana y crédula. Generación industrial y ambiciosa. Generación revolucionaria y tiránica. Las tres generaciones de Artamonov no sólo se dañaron a sí mismas, sino que quitaron la fe y la paz a los siervos, a los mujiks, a los obreros de toda Rusia». Guardo muy frescos y precisos mis recuerdos de este libro, sobre el cual he escrito.8 (Me diferencia del señor de Castro el hábito de no comentar o resumir sino libros que he leído). Y me siento en grado de suponer que el señor Cristóbal de Castro no conoce Los Artamonov sino a través de uno de esos retazos de crónica, recogidos sin ningún discernimiento crítico, de que se sirve generalmente para su trabajo periodístico. Porque en caso de haber leído Los Artamonov, su absurda interpretación lo dejaría en muy mala postura. Resul­taría que el escritor de La Libertad no sólo está mal informado por gacetilleros presurosos y con­fusos, sino que es incapaz de informarse mejor por su cuenta. Habría leído Los Artamonov, pero sin entender una palabra del asunto ni de los personajes. Remito a los lectores a mi ante­rior artículo. Les será fácil enterarse de que ni el asunto ni los personajes de Los Artamonov tienen algo que ver con el comunismo. Las tres generaciones de la familia Artamonov que nos presenta Gorki son tres generaciones burguesas. El fundador de esta precaria dinastía de burgue­ses de provincia, procede del servicio de un príncipe expropiado. Es un siervo emancipado, como los que se encuentran en los orígenes de la burguesía de otros países. Es un campesino, pero no es un mujik. Proviene quizá de una genera­ción aldeana y crédula, pero él mismo no lo es. En él se reconoce, más bien, el impulso creador que mueve el surgimiento de toda burguesía. Toda la obra de la familia Artamonov —una fábrica y su provecho—, es del viejo ex-doméstico. De sus hijos, uno lo sucede en el comando de la fábrica, el otro, un jorobado, se refugia en un monasterio. Su sobrino, hijo natural de un noble, se prolonga en un industrial de cierta facundia y presunción, contagiado de ideas reformadoras y progresistas, que miran al afianzamiento del poder de la burguesía contra el poder supérstite de la aristocracia. Uno de los Artamonov de la tercera generación repudia la fá­brica y la familia. Los repudia por adhesión intelectual al socialismo; pero escapa por este mis­mo acto al argumento de la novela. Es un personaje ausente, desertor. La ruina de los Artamonov tiene un testigo implacable, el viejo portero Tikhon. Cuando la revolución sobreviene, habla por sus labios. Pero tampoco Tikhon es comu­nista ni es obrero. No es sino un testigo rencoroso y desilusionado del drama al que le toca asistir.

Don Cristóbal de Castro concluye su artículo atribuyendo a Gorki una niña de pocos años. He visto en Crítica de Buenos Aires la fotografía en que aparece Gorki con esta niña y su madre. Y he reconocido en la última a la nuera de Gorki, la esposa de su hijo, precisamente la Intérprete de mi entrevista. Es una lástima que desde un rincón de Sudamérica se pueda sorprender en tan grosero error a un periodista de Madrid, trotamundos y experimentado.

 

 


NOTAS:

 

1 Bajo el epígrafe de La última novela de Máximo Gor­ki, la primera parte fue publicada en Mundial: Lima, 20 de julio de 1928. Y, con el titulo que aquí adopta­mos, en Repertorio Americano: Tomo XVII, Nº 9, p. 142; San José de Costa Rica, 10 de setiembre de 1928.

La segunda parte, titulada Máximo Gorki, Rusia y Cristóbal de Castro, fue publicada en Mundial: Lima, 3 de agosto de 1928.

2 Pasta alemana preparada con grasa de ganso; parecida al pathé.

3 Nuevo Sanatorio.

4 Niñera.

5 Nombre de una novela de Zola en 20 tomos.

6 Política realista.

7 Campesino pobre.

8 De acuerdo con una práctica del autor, suprimimos del texto una frase circunstancial y, por lo tanto, con destino precario: "justamente para los lectores de Mundial hace dos semanas".