OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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SIGNOS Y OBRAS |
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GOMEZ CARRILLO1
Un entero capítulo del periodismo hispanoamericano, el del apogeo del cronista, principia y termina con Enrique Gómez Carrillo. Capítulo concluido con la guerra, que desalojó de la primera plana de los diarios los tópicos de miscelánea, a favor de los tópicos de historia. Con su fin vino un período de decadencia, no precisamente de la crónica, sino del cronista. La crónica ha pasado a manos más graves, o más finas: Araquistain o Gómez de la Serna. El cronista tiene ahora un lugar subsidiario. La opinión pública, "emperatriz nómade" como la llama Lucien Romier, condecoró a Gómez Carrillo con el título de "príncipe de los cronistas". Coronación honoraria, parisiense, democrática, efímera, con algo de la de reina de carnaval. Gómez Carrillo ejerció su principado con la alegría bohemia de una griseta. Tenía para todo, la maleabilidad y el mimetismo del criollo, su pasta blanca del mundano innato. Pertenecía literariamente a una época en que el alma de la América española se prendó de un París finisecular y en que la prosa y la poesía hispano-americanas se afrancesaron algo versallescamente. Rubén Darío, hijo del trópico como Gómez Carrillo, aunque como gran poeta más americano, menos deraciné,2 condensa, reúne y preside este fenómeno a través del cual nuestra América no asimiló tanto a la Sorbona como al boulevard. Boulevard arriba, boulevard abajo, caminaba todavía Fray Candil, cuando, en 1919, me instalé yo por primera vez en la terraza de un Café de París a pocos paso del Café Napolitano, donde Gómez Carrillo completaba una peña instable y compósita. Pero ya ni el boulevard ni Fray Candil interesaban como antes. Por el boulevard habían pasado la guerra, el armisticio, la victoria. Y a la América española le había nacido un alma nueva. A las generaciones post-bélicas, Europa le sirve para descubrir y entender a América. Tramonta, cada día más, esa literatura de "emigrados" que, en la crónica, representa Gómez Carrillo. El cosmopolitismo —que puede parecer a algunos un rasgo común de una y otra época literaria— nos conduce al autoctonismo. Además el cosmopolitismo de ahora es distinto del de ayer también cosa de boulevard, emoción de París. Gómez Carrillo visitó Jerusalén y el Japón, sin abandonar sentimental ni literariamente su café parisiense. Con él viajaban siempre sus recuerdos literarios, sus clichés sentimentales. No nos dio nunca por esto una visión directa y profunda de las ciudades, de los pueblos. Amó y sintió a los paisajes según su literatura. No descubrió jamás un tópico origen, un sentimiento inédito. Por esto, ignoró siempre a América. Su nomadismo intelectual prefería el último exotismo de moda en un París más Henri Bataille que Paul Bourget. Jerusalén la Tierra Santa, El Japón Heroico y Galante, Flores de Penitencia son otras tantas estaciones de itinerario sentimental de un burgués parisiense de su tiempo. Tiempo de voluptuoso y crepuscular esnobismo que se enamoraba versátil lo mismo de Mata Hari que de San Francisco. Anatole France, Gabriel D'Annunzio, diversos pero no contrarios, resumen su espíritu: culto galante de la "mujer fatal" sobre todas las mujeres, epicureísmo, humanismo y donjuanismo burgueses; helenismo de biblioteca y misticismo de menopausia; libídine fatigada y lujo industrial y rastacuero; La Falena y El Martirio de San Sebastián. Una decadencia no es siquiera la exasperada y frenética de La noche de Charlotemburgo. Porque no es todavía la noche sino el crepúsculo. Gómez Carrillo, partía de un cabaret a la Tebaida. De su viaje libresco —literatura— no imaginación, regresaba con sus artificiales "flores de penitencia". Sabía que un público de gustos inestables se serviría sus morosos y ficticios éxtasis cristianos con la misma gana que su última crónica sobre un escándalo del demimonde.3 Cortesano de los gustos de su clientela, Gómez Carrillo, esquivó lo difícil, se movió siempre sobre la superficie de las cosas que era casi siempre lisa y brillante como un azulejo. La forma en Gómez Carrillo no era estructura ni volumen; no era sino superficie, y a lo sumo esmalte. El rasgo de la "crónica" de su tiempo era la facilidad. Rasgo característico. Nuestro tiempo ama y busca lo difícil; no lo raro. La literatura difícil, como lo observa Thibaudet, conquista por primera vez la popularidad, el mercado. El "cronista" típico carece de opiniones. Reemplaza el pensamiento con impresiones que casi siempre coinciden con las del público. Gómez Carrillo era sobre todo un impresionista. Esto era lo que en él había de característicamente tropical y criollo. Impresionismo, he allí el rasgo más peculiar de la América española o mestiza. Impresionismo: color, esmalte, superficie.
NOTAS:
1 Publicado en Variedades: Lima, 3 de Diciembre de l927. 2 Desarraigado. 3 Mundo de la llamada "alta sociedad".
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