Tus
palabras, José Carlos,
de
dimensión oceánica
han
caído,
sobre
las cumbres,
enlutando
de rojo granada,
la
noche y el día
y
también la mirada.
que
hecha un ascua de fuego,
atraviesa
las entrañas
avisando
el Mundo entero,
en
el dintel de la muerte,
en
el umbral de la vida,
que
ha caído un camarada.
Sobre
la preñez de los soles,
y
las lunas agitadas.
Sobre
la sangre y el fuego,
y
los trigales dorados.
El
sudor que enfermo rueda
por
las mejillas.
Sobre
las palancas de las fábricas
y
tejidos amarillos.
Sobre
los días que crecen
entre
las conciencias maduras.
Sobre
las auroras que esponjadas,
esperan
el minutero.
Sobre
las mismas palabras candentes de fuego.
Sobre
todo lo partido y entero.
Sobre
las arterias de la calle,
donde
rodaran las conciencias
deudoras
de tu vida.
Sobre
el hambre y la miseria,
y
la moneda acumulada
con
la fuerza de los brazos proletarios.
Y
han caído sobre todo como
como
metales candentes,
sobre
los puños crispados
vengadores
de tu muerte.
Sobre
las ocho horas diarias
danzando
entre los ojos.
Sobre
el cielo abanderado
y
sus profundos agujeros rojos.
Sobre
los corazones crepitantes,
zurcidos
por los vientos.
Sobre
las bocas abiertas,
cárcel
de suspiros muertos.
Sobre
las botas, espadas y galones
miserables.
Sobre
la tierra húmeda,
de
lágrimas y sollozos,
y
el miedo de los tiranos
cobardes
y temblorosos.
Sobre
la cal de los huesos,
de
mártires y pobres.
Sobre
los despojos yertos
mirándonos
por sus agujeros
Sobre
el hálito de primaveras,
y
el odio de inviernos.
Sobre
todo lo tuyo y lo mío,
sobre
todo lo que es nuestro,
sobre
toda. la tierra entera.
Han
caído tus palabras,
multiplicándose
entre. nuestras
gargantas.
Han
calzado tus palabras
José
Carlos:
la
curvatura olímpica de Onix,
y
estás en el horario sideral
de
lodos los tiempos.
Camarada
enorme,
guía
de justicia.
Camarada
Universal.
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