LUIS NIETO
(1910) |
Poeta y crítico cuzqueño. |
Obra: Los Poemas perversos
(La Paz, 1932) ; Puños en alto (Iquique, 1938) ; Mariátegui (Cuzco,
1942; La Paz,. 1948; Cuzco, 1952) ; Charango (Cuzco, 1942; Lima, 1945) ;
La canción herida (Mendoza, 1944) ; Itinerario de la canción (Cuzco,
1946) ; Velero del corazón (Lima, 1948) ; Nueva canción aimara (Lima,
1949) ; Poesía cuzqueño (1956) ; Imagen del recuerdo (Cuzco, 1957) ;
Poetas y escritores peruanos (Cuzco, 1957) ; Romancero del pueblo en
armas (Cuzco, 1957) y Semblanzas de frente y de perfil (Cuzco, 1957).
MARIATEGUI, POEMA |
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Sombra y Silencio |
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Y PARECE que fue ayer, ayer no más, |
cuando de tanto gritar por las hondonadas, |
de tanto arañar las raíces de la sangre, |
de tanto mirar los ojos sin sosiego |
y de repente locos, de tanto morder |
el polvo triste hecho piedra entre las bocas, |
el viento charlador se quedó mudo de improviso. |
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Se quedó sin voz y sin ecos. Sin siquiera |
aquella dulce brisa de canciones |
que tanto le gustaba retozar en su corazón. |
¡Cuánta desventura entonces! Cuánto morir |
a pausas, gota a gota, irremediablemente, |
sin nadie quien nos brinde la amistad |
de una aunque sea vagabunda palabra bondadosa. |
¡Y qué ganas de ser ya nada, pero nada! |
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Con qué estruendo; recuerdo, |
resonó en nuestros pechos |
el pavoroso aldabonazo de la tragedia, |
poblándolos súbitamente de pesadumbres |
y congojas. |
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En ese instante, el desamparo |
trepó hasta la cumbre más alta de la pena |
y allí, sin poder gritar ni arrodillarse, |
sin recoger |
la brizna de ternura de las manos mendigas, |
sin acertar siquiera a pronunciar de cualquier modo |
la vengadora palabra de pólvora y castigo; |
sin poder increpar al infortunio, |
ya sin aliento y cielo, |
verdaderamente en desamparo, |
caído con caída de Cristo menesteroso, |
hecho pedazos insufribles, desheredado y loco |
estalló en lágrimas sin nombre, |
en lágrimas de corazón con su martirio, |
y gimió largo —como cuando se muere sin
motivo— |
en un oscuro río de sollozos y estertores. |
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Campanario de la Congoja
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QUE HACER, estonces, |
en ese trance pavoroso y duro, |
en ese minuto de sombras desatadas, |
sin furia sin coraje, sin valor para nada, |
sin nunca más un latido |
para llamarle desde el refugio del dolor, |
sin fuerzas ya para siquiera hacerle señas |
desde un rincón pequeñito de nuestra agonía. |
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Y fue ayer, ayer no más, |
cuando una furibunda espada de luto y amargura |
mordió su corazón -que nada en paloma y en rocío. |
Quisiera decir que desde entonces, |
la patria que nutrió de tierra el árbol de sus años, |
es una tumbó de miedo y de silencio. |
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Quisiera decir que para siempre |
están los pobres sin amigo, |
sin hermano el obrero y su prole |
sin risa el niño, |
sin bastón el anciano, |
sin historia la madre acongojada, |
sin sombra venerable el indio triste, |
sin palabras de luz el hombre ciego. |
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Quisiera recordar el espanto |
que su muerte trajo a nuestra choza horrenda. |
El espanto y la pena. |
Y esa herencia de caídas tenaces una tras otras, |
de suplicios inmensos como las punas de la
pobreza.. |
Y ese golpe ciego, contumaz en la desgracia, |
vestido de adioses torrenciales, |
llovido con la
ceniza de las muertas despedidas. |
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Así un día y otro. La nación como un sollozo. |
La soledad como una tumba |
de extraviados huesos peregrinos. |
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Así el sinsabor cotidiano, |
la lenta muchedumbre de los recuerdos enjuiciados, |
y la queja amarga, funeral súbitamente, |
arrastrando sus heridas por el suelo; |
y el reproche lastimoso que corría a gritos |
por las paredes del corazón, |
que se quedaba mirando desde el barro de los ojos |
y desde allí lloraba por los caminos. |
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Cuánta palabra sin su pañuelo de alba. |
Cuánta bandera perpleja y sin su luz despierta. |
Cuánta tiniebla en el patio de los lamentos, |
evocando su paso, la conciencia de su mandato |
recto y valedero. |
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Y qué hostiles las letras húmedas de la ternura |
que ahora amenazaban desde el nocturno territorio |
de los días aciagos sin fortuna. |
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Sollozos de la Sangre
|
NO
MURIO porque sí.
Así,
porque sí solamente, no muere nadie.
Tú
y yo y todos lo sabemos. ¡Lo sabemos! |
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Y
cómo nos duele su herida en el costado.
Cómo
sangra nuestra miseria tiritando,
Cómo
corre desgarrada
el
ala de la nostalgia enloquecida. |
|
¡Y
qué peso este peso de su muerte!
¡Qué
pronto para dejarnos sin destino!
¡Qué
anciana esta piedra de su voz,
esta
piedra herida, machacada de sangre!
Qué
antes de tiempo el cielo se quedó sin miradas. |
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Qué
temprana la muerte de los pájaros.
Qué
sin aliento el gesto, el hacha de los ángeles,
la
energía, lo que se quiso decir y no se dijo
porque
llegó el invierno del corazón y sus silicios,
porque
hasta el ademán quedó suspenso |
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y
no se pudo porque era tarde,
porque
todo fue como el harapo
que
tiembla en las esquinas del espanto,
como
el sollozo sin nadie que lo ampare,
como
el llanto sin ruido,
como
el vuelo de las águilas en la noche. |
|
Cómo
nos duele ahora esa agonía,
cómo
nos va llorando esa corona de gritos
que
nos cuelga del pecho como un castigo. |
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¡Y cómo tiembla la espina en busca de la sangre! |
Desesperanza y Angustia
|
OBRERO
camarada: tú lo sabes mejor que yo,
porque
murió en tu ser,
en
lo más hondo de ti mismo,
de
bruces en tu dolor. |
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¡Acribillado sobre tu pecho lo sentiste morir! |
|
Todos
los días al despertarte para la angustia,
al
apagar tus albas desveladas,
al
contener tus ansias iracundas
que
crecieron constantes hora tras hora,
golpeando
las puertas fatigadas de tus ojos
lo
sentías llegar y tenderse, largo a largo,
sobre
tus andrajos y los años. |
|
Desde
entonces,
desde
el luto ilimitado de tu vida,
te
miras desconsolado
y
recorres los negros muros de tu silencio,
sin
saber qué decirte,
sin
siquiera hacer callar tu corazón.
Murió
al pie de tu esperanza,
precisamente
al pie de tu miseria humilde,
aferrándose
como nunca,
como
jamás nadie lo había hecho,
a
las espantosas raíces de tu desventura. |
|
Murió
para que tú comprendas
cómo
se vive de una vez y para siempre.
Ardió
su leño fraternal, clamó su lágrima,
exactamente
como para enseñarte
el
símbolo que increpa y que levanta,
esa
escritura que despierta a los pobres
y
les enseña el evangelio que enfurece los puños. |
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|
EL LUTO DE LA
LAGRIMA
|
L0 MATARON! Sí. |
Hay que decirlo de una vez: ¡lo mataron! |
Quedó en inicial el ímpetu de carga de su marcha |
y ya sin ecos el ardiente sonido de sus
pasos, |
precisamente cuando su vuelo libertador |
cubría de universo nuestras vidas,
cuando ya empezábamos a caminar
despiertos.
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|
Nos dejó para siempre. ¡Para siempre
solos! |
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El, que tenía tanta vida,
tanta ternura para vivir con la
desgracia,
tanta fuerza natural para cargar con
su martirio,
tanto empeñoso afán para hundirse en la batalla
con su
canción enarbolada de destinos,
con su gesto fraterno que congrega a
los tristes,
con su enseñanza altiva que redime a los pobres,
con su fe
derramada para todos,
con su conciencia buena para todos.
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|
Cayó en plena lucha, cuando todavía
nuestros ojos mutilados no aprendían aún
a vivir como se debe del calor de su
nombre.
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|
Soledad y Desamparo |
|
Y AHORA, nada, pero nada!
Tan solo el rumor de su caída
anciana,
el eco de su voz derribada como los árboles.
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Ya no hay palabras, ya no hay
gargantas,
ya no hay puños que griten para
hacerle que vuelva.
¡Ya no hay nada, pero nada!
|
|
Su cadáver nos duele en la tumba del
pecho,
en el madero de la canción crucificada.
Y no sabemos desde cuándo es antiguo
este dolor
que habla y que reclama.
No sabemos desde cuándo nos duele la
sangre
con su peso, con su latido pavoroso y frío.
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|
¡Ya nos está doliendo desde siempre!
Qué será de su viaje de entonces,
de su huella en la sombra,
de su mirada caminando en
la tierra sin reposo,
de su estandarte en agonía, roto en el suelo.
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Qué falta que nos hace su
porte,
su charla en enseñanza,
sus cabellos en revuelta,
sus ojos anunciadores y
andariegos,
y esa frente de trinchera
que llegaba a la vida,
y ese corazón de barricada en plena víspera
y ese
calor de albergue platicado
para los que nada tienen
porque no tienen nada.
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|
Y que urgente, qué como
nunca urgente,
se nos hace aquel fusil
centinela
que el calor de su mano lo
dejara maduro de disparos
y que ahora lo quisiéramos
para que presida la
insurrección de los cabildos
y para que marche con la población
amotinada
de nuestros gritos en desvelo.
|
Lamento y Desventura
CAYO SU LUZ y desde
entonces muerte. |
Cayó su sombra y desde
entonces luto. |
Cayó una lágrima de su
ojo en tiniebla
y llanto desde entonces en
las madres en ruinas
y en los hombres mordidos
de desdicha y reveses
y en la presencia
consternada de nuestro sueños truncos.
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|
Cuando la patria anonadada
sintió que el viento
enfurecido de la tragedia
galopaba sobre sus rosas mañaneras;
cuando la clase obrera, ya
sin asombro
por las repentinas visitas
del dolor,
advirtió que increíblemente
funerales
iban a ser sus mañanas
sin brújula;
cuando las humildosas
mujeres de nuestro anhelo,
con un corazón penoso
todo relámpagos,
vieron que cien cuchillos
ardiendo les buscaban
el nacimiento tan querido de la lágrima;
entonces, camaradas
fraternales, un inmenso alarido
fue martillando
todos los límites del
continente encadenado,
hasta que un río caudaloso de lamentos
y palabras extraviadas
iba multiplicando la
desventura en todas partes.
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|
Así fue el día aquel de
la hecatombe.
Así fue aquel minuto
delirante
cuando todo pareció morir
de un solo tajo,
cuando toda la inexplorada
geografía de nuestro cariño
fue arrasada y despertó sin sembríos para
el mañana.
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|
Qué luto desde entonces.
Qué morir poco a poco
evocando su ausencia.
Cuánto camino a ciegas desde entonces.
Cuánta caída
torpe para levantarse apenas
y volver a caer sobre la piedra ciega,
sobre la dura piedra de la
sangre y el grito.
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|
Clamar para el Retorno |
|
NO DEBIERA decir estas
palabras. Verdad.
No las debiera dejar
temblando
en el aire prisionero
como una siembra de llagas
palpitantes.
No debiera despertar con mis reclamos
la averiada guitarra de
las congojas nacionales
para así evitar que el llanto desbocado
despliegue sus banderas de niebla taciturna.
|
|
Pero no es posible
evitarlo. Lo sé muy bien.
Ya es Imposible contenerlo todo,
ahora que la brasa de su
mandato derribado
parpadea en el tiempo que bebemos con los ojos
y el
corazón;
ahora que la tonada de su
voz
va invadiendo los extremos
de la tristeza
y vamos viendo confundidos
y absortos
cómo llora de pronto
nuestra pobreza atribulada,
cómo es difícil comenzar de nuevo,
cómo se queda en cruz
nuestra esperanza,
agobiada en el acto
por un trance
repentinamente centenario.
|
|
De ahí que no es posible
callar ahora
ni decretar el desbande de
nuestros odios
ni ordenar el armisticio de nuestro llanto
porque es
inexplicable vivir sin su experiencia,
porque es difícil permanecer
sin descifrar la recóndita
filiación de su sendero.
Porque los, alfareros de la alegría
no sabrían qué hacerse
sin sus ejemplos;
porque los artesanos de la dicha en la tierra
decretarían
la huelga general de sus afanes.
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|
La Lámpara Encendida |
|
POR ESO yo digo ahora y
les pregunto a todos:
al viento errante y
guerrillero
que desata su tempestad de
pututos marciales
en las cumbres de América;
a los cóndores andinos
que desencadenan huracanes
de estrellas y de pájaros;
al labriego serrano que
planta en el surco
fecundo de la patria, su
corazón polvoroso
todo remiendos;
y a mi cielo peruano que
baja en el ojo de las águilas
y a las brisas que extienden sus polleras
de arco iris
y a la flor de oro que
tiembla en las agujas de los pajonales
y al niño vagabundo que ya mira
sufriendo,
a todo el mundo, a todos,
yo les pregunto ahora:
¿Quién ha dicho que ha
muerto?
¿Quién es el ciego que
no ve esa luz
que crece y que derrama
calor perfectamente?
|
|
¿Quién se atreve a negar
su presencia en el trigo,
en la boca metálica de la hoz campesina,
en la frente mordida del
martillo,
en el diente del clavo que
nos mira?
|
|
¿Quién no escucha el eco
sonoro de su paso,
su trajín cotidiano, su perenne desvelo,
esa presencia
antigua en las asambleas
nocturnas de la sangre? |
|
Decidme de una vez:
¿quién puede afirmar que
no está a nuestro lado,
más vivo, más presente,
más universal que nunca?
|
|
¿Quién no lo ve venir
con sus designios,
quién no lo advierte
defendiéndonos con el
latido de su agonía mundial,
con sus decretos imperiosos,
cavándonos el pecho y el
pozo de la sangre,
golpeando nuestra carne con su martirio santo?
|
|
La madre muerta a pedazos,
el niño triste y sin
palomas,
el minero en la mina como
un peñasco aciago,
el obrero que sufre y que
combate desesperado,
el que muere con hambre de
vivir sin sosiego,
el que lo vio partir
envuelto en nuestro cariño
como en un incendio,
el indio mudo que le dijo
adiós
desde las punas olvidadas
de su miseria sin tregua,
todos, todos los pobres
irremediables,
lo sentimos levantarse a
la orilla de nuestro infortunio
y crecer de improviso
como la mirada que ronda y
que vigila,
como el alba que dispara
su brigada de estrellas,
como la canción
precursora
que nace en el corazón de
las campanas.
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|
Presencia Viva |
|
ESTA SIEMPRE, desde
siempre,
batiendo su corazón
ahogado en el polvo
como los tambores que
llaman al combate,
presidiendo la marcha de
nuestros sueños
por la tierra,
dirigiendo el nacimiento
de ese aullido de banderas
que es la desesperación de los esbirros.
|
|
Ayer era él con su voz
combatiente y de pelea,
con su porte matinal de miliciano inédito,
con su
puño de mando desatando relámpagos,
agitando en el cielo de América
sus proclamas eternas.
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|
Ayer no más cuando hasta
el sol
encendía su castillo de luces
para verlo por sus cuatro
costados.
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|
Y hoy, hoy, labriegos
vespertinos,
su presencia multiplicada
está en todas las
avanzadas estratégicas de la esperanza,
derrotando a la pena y sus
andrajos,
batiendo a la miseria y sus lamentos.
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|
Está, nosotros lo
sabemos,
lo sabe el manantial de
los pueblos que braman.
Está en el fogón todo
averiado del pobre-pobre
que apenas dispone para cubrirse
del trapo
charlatán, de sus desgracias;
está en la tos agujereada
de los chiquillos
y en el amor sin lumbre del caminante
y en la cena
frugal del campesino
llovido de soledad por sus dos cruces.
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|
Está en el dolor que ya
no habla
y en el corazón sin
tejado de cantos
de los muchachos que
aprendieron su nombre.
|
|
Sube hasta el puño
blindado de los obreros.
Mira desde el violento
latigazo de las warakas indias,
desde más allá de la tumba de las
tonadas muertas,
desde la movilización general de las espigas.
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|
Es una nueva palabra
en el trueno de las
protestas
que conocen las refriegas
callejeras.
Es el clarín que revienta
en las dianas fabriles,
la lección dicha una vez y que repiten
las peñolerías, los
campanarios centinelas,
las galgas que ruedan al
fondo de los ayllus en vela.
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|
Multiplicados Ecos |
|
YO LO HE ENCONTRADO recién
despierto
junto a la carabina de los
viejos "montoneros
o bajo el poncho sumiso de
los feudatarios
alimentando el fuego de
sus volcanes analfabetos.
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|
Lo he visto descender como
una lámpara
al fondo execrable de las
minas,
y mirar como una espada
desde la frente sangrienta
de los rencores indomables.
|
|
Y sé también que se hace
presencia repentina
en la guitarra emigrante de los desterrados,
en el
clavel agónico que ya no alumbra
de los camaradas hundidos en las
mazmorras,
y en la charla varonil de los martillos
y en el alegre parloteo de
las hoces
y en el antiguo yaraví de
las prisiones.
|
|
Lo he visto sin tregua
en las asambleas eléctricas
de los sindicatos
y en el pan presentido de
los humildes
y en la mesa sin pan y sin preguntas
de los esclavos.
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|
Ahí está de golpe en las
ascuas sobrevivientes
de loa estandartes
heroicos
y en el mapa de sangre
de los aplastados, bajo
las botas policiales.
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|
Está en la estrella
militante que arenga
desde la mirada de los gorriones proletarios
y en la
pisada firme
de los que ganaron la
calle y sus peleas.
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|
Vibra y ordena en el
aletazo de los himnos obreros,
en el canto que salta del pecho de las
multitudes
al mundo,
como los pájaros del nido
tibio a los aleros;
y en la bendición de las ancianas
y en el final de los que
yacen moribundos
abrazados al infierno de
las últimas barricadas.
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|
Y dice la ternura, que está
en el beso sin testigos
que almacena el recuerdo de las novias marchitas
y
en la herida sin remedio
que luce la frente de los
combatientes encarcelados
y en el alarido que
despliega sus mil lenguas de acero
cuando saluda a las divisiones
blindadas de la miseria
que avanzan entre doble fila de bayonetas
carniceras.
|
|
Yo lo he visto en todas
partes como a nadie:
en la madrugada que brota
del corazón de los arados,
en la piedra que habita las soledades de América,
en el desierto que amaba su vuelo de río pensativo,
en la arenga popular
del trigo y su esperanza.
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|
El, sólo él, puede bajar
hasta los sótanos lacrimosos
donde gobierna el dolor
con su cortejo de
preguntas sin respuestas;
allá, en el subsuelo de la sangre,
donde va madurando la pólvora
terrible
de los reclamos humanos no escuchados.
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|
Mandato y Símbolo |
|
A HORA, compatriotas,
pobladores continentales,
hombres de América,
hermanos míos:
levantemos su nombre
con nuestras pobres vidas
sin sosiego,
coloquémoslo al borde de
los sueños terrenales,
cerca de la lágrima, por encima del grito,
exactamente donde comienza el día,
para que alumbre como el
sol que lo queremos,
para que sea la primera palabra buena
que duerma y que sonría
en el convulsionado corazón
de los hambrientos.
|
|
Luego, camaradas
universales,
marchemos junto a él,
poderosos y altivos,
deshojemos nuestro cariño
en el claro sendero que
trazó su mirada
y que conduce a la fogata
que se levanta en el corazón
volcánico de los obreros.
|
|
Y escuchemos su voz. Esa
voz donde transitan
todas las pesadumbres del hombre,
donde se timbran los
metales
de la nueva mañana que
aman nuestros pueblos.
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|
Marchemos junto a él,
que él ya nos llama desde
la otra orilla
agitando su bandera quemada en los combates.
Hagámonos un
dulce abrigo con su mirada.
Levantemos coraje con su presencia.
Enarbolemos su palabra de
siglos
que viaja en el ala de los
cóndores
hacia el territorio
acribillado donde hay pobres
que aman, que sueñan, que pelean.
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JOSE CARLOS, Maestro y símbolo,
escritor y guerrero,
capitán de nuestras
esperanzas,
ciudadano del mundo:
el eco de tu voz ya está
poblando todos los caminos
y América se despierta con tu nombre en la
garganta
y un fusil en cada mano!
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(Cuzco, Perú, 1940)
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