Ha muerto Mariátegui
cuando mas necesitaba de su acción cerebral el Pera. Cuando también
él necesitaba de su país, nuevos fecundo bajo el ala de sus
palabras y al grito de su gesto. Lo que mejor satisface al sembrador
es la tibieza del fruto en que devino la semilla. El
gozo de la siembra es volver, hecha carne a la mano que la aventó.
Creador y obra se ¿dejan, porque la biología así lo quiere; pero
se estremece radiante la obra, sustancia del individuo, energía
inmortal de la materia. En ese caso, el Perú de Mariátegui
permanece. Y permanece por encima de todas las funciones, por encima
de cualquiera farándula, Es curioso, del mismo modo que un espeso
nubarrón se baña la espalda con la luz solar, la más acendrada
mentira deja crecer a su vera una verdad sin mácula.
Mariátegui es una
verdad innegable y robusta de su país La verdad de mayor interés
del Perú.
América en masa lo
sabe. Desde tiempo, Y para siempre. La voz del escritor cristalizó
en seguida en todas las latitudes. Tomó de la piel de los Andes la
pureza y corrió, sin desnaturalizarse, por los llanos y sabanas del
Continente, sorteando volcanes y comieras. No era voz de fácil
nitidez, presta a la dorada mordaza de un amo, ni portadora de atavíos
bullangueros e histrionescos. Tenía el sobrio ritmo de lo vital, de
la sangre que no se apresure en las venas, pero que circula
indefectiblemente, saludablemente. Pasaba por el corazón —oxigenándolo
y oxigenándose— para darse luego al cerebro como una vulva. Voz
nutrida de pan humano; no podía ser sino para la Humanidad. Por eso
el socialismo captó al luchador desde sus comienzos, y tuvo en él
puntal seguro. la revista Amauta es el espejo interminable de la
ejecutoria socialista de Mariátegui. En sus páginas condensó su
doctrina, ajustada a las realidades de la vida peruana En ellas
vieron luz por vez primera los Siete Ensayos, coleccionados más
tarde en un volumen. Y algunos otros del libro que anunciaba:
"Defensa del marxismo". La insistente preocupación de los
problemas aborígenes de su pueblo era la más lúcida consecuencia
de sus convicciones. Et socialismo y la historia de su país confluían
en la civilización incásica, que en lo social tuvo estructura
perfectamente comunista No aparecía, pues —a su criterio—,
descabellada, ni mucho menos exótica, la conveniencia de aplicar
las teorías de Marx a la organización política de su tierra y el
resto de te América indohispánica. Propugnábala, por el
contrario, como un medio de salvación urgente. Con semejante
concreción revolucionaria el espíritu criollo crecería afirmando
su personalidad y con aptitudes suficientes para librar combate ante
las invasiones capitalistas del extranjero, que frustran y corroen
cualquier espontáneo desarrollo. En contra de lo que han propalado
algunos de sus detractores, se ratificaba cada día más en la
necesidad de accidentalizar la cultura de Hispanoamérica. ¿No era
él mismo un producto de Europa? Algunas bibliotecas de Roma, París
y Berlín saben de sus inquietudes. "La Escena Contemporánea"
es el libro de un europeo, de un ciudadano que vive en carne y hueso
los problemas de Europa.
Prisma de claras
virtudes, Mariátegui ofrecía en relieve su devoción por el compañerismo.
Todos se hundían en él para echar brotes cordiales, porque su mano
estaba abierta y diligente para todos. El dolor de su cuerpo lo hizo
fuente de ternura, en oposición a las mezquinas almas que quieren
vengarse del Destino sacudiendo sus acíbares sobre él prójimo.
Tenía fe en su pueblo y en la juventud que le rodeaba. Las
persecuciones y la pobreza madurábanle de optimismo. Solo con
optimismo podía vencer, ante sus propias pupilas, el espectáculo
angustioso de su trunca envoltura física.
Los muchachos del
Perú le seguían como a un Mesías. En más de una ocasión oí
llamarle Maestro. La pasión podía cegarles un poco, pero a su
ejemplo debían casi todos ellos el vaciado de su conducta
intelectual. Agitador de ambiente en ruina, sabio divulgador de las
ideas de nuestra hora, virtualizábalas asimilándolas al paisaje
escueto de que era espectadora su conciencia. Su maestría floreció
en la mejor de sus condiciones: la de incorporar en los artistas más
puros del país preocupaciones políticas y sociales. De esa unción
mágica y evangélica emergió el nuevo estado espiritual de la
juventud peruana. Eguren y Xavier Abril, Sabogal y Mercado, Oquendo
y otros representantes conspicuos de la más reciente sensibilidad
artística, fueron hasta él, y su publicación, animados de
desazones ciudadanas. Había conseguido romper sus enclaustraciones
abstencionistas, hechas para divagar en la más inútil y primorosa
de las técnicas. Les ofrecía, en cambio, el contenido humano y trágico
de la vida, a la que él prestaba el oído de todos sus poros en afán.
Batalló contra el apartamiento político de los intelectuales,
acribillándolos de responsabilidades, y veía en las multitudes el
contraste seguro que da calidad y permanencia a las especulaciones
del pensamiento múltiple.
Confortaba escuchar
en su oído apartamiento limeño, santificado por el palique de los
libros y las horas de lucha inacabables. Cuando hablaba de España,
lo hacía como nosotros, con la detonante sinceridad de ese
hambriento de porvenir que cada español joven lleva en el
subconsciente.
Jamás malempleó
nuestro idioma, que fue digno y bello en su alfar. Tal mérito,
entre tantos, nos obliga a admirarle sin reservas. Y a doblar las
rodillas del alma unos minutos.
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