OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

JOSE CARLOS MARIATEGUI

 

XI

UN HOMBRE CON UNA FILIACÍON Y UNA FE

EL 17 de Abril de 1930 apretadas masas de hombres, entonando la gallarda canción proleta­ria, hacen cortejo impresionante por las calles limeñas aún llenas de supervivencias coloniales. La bandera roja en el gris de la ciudad virreinal y el vehemente himno revolucionario, por el di­latado recorrido capitalino, fueron el vivo home­naje de los trabajadores al "hombre con una fi­liación y una fe".

Profundamente leal, el autor de los Siete En­sayos —respondiendo a un reportaje de Mundial, Mariátegui expresó que su sinceridad era la úni­ca cosa a la que no había renunciado nunca­ fue al socialismo, porque encontró en él la so lución y la respuesta al problema humano. ¡Cómo trabajó por crear la conciencia socialista en el Perú! Su verbo encendido y claro se escuchaba en los centros obreros y en las Universidades Po­pulares; en su casa, sin preocuparse de sus malas condiciones de salud, se daba a la labor de cohe­sión y organización de las entidades proletarias. Así, merced a su maravillosa voluntad de crea­ción, se consigue formar en el Perú la Confede­ración General de Trabajadores; su fe y su mis­ticismo logran, en pocos años, agrupar a los pro­letarios para un partido con conciencia de clase y orientación definida.

¡Con qué fervor, con qué nobleza exhorta al proletariado, en ocasión del Segundo Congreso Obrero! (1927). Qué espiritualidad anima el tono de su mensaje: «Antes de concluir estas líneas quiero deciros que es necesario dar al proletariado de vanguardia, al mismo tiempo que un sen­tido realista de la historia, una voluntad heroica de creación y de realización. No basta el deseo de mejoramiento ni el apetito de bienestar.

« ... Un proletariado sin más ideal que la re­ducción de las horas de trabajo y el aumento de los centavos de salario no será nunca capaz de una gran empresa histórica. Y así como hay que elevarse sobre un positivismo ventral y grosero, hay que elevarse también por encima de sentimientos e intereses negativos, destructores, nihilistas...»

El hombre que hablaba con esa altura y ese idealismo al proletariado, pudo haber disfrutado de las comodidades del escritor burgués, retribuido con largueza. El presidente Leguía —ya lo hemos apuntado— le ofreció la dirección de un diario. Pero él prefirió su pobreza, porque su fe lo urgía hacia la Revolución Social. Su fe fue la de los grandes místicos, de los grandes constructores que mueren por un ideal. De no haberse entregado a la acción del revolucionario social su salud no habría declinado en forma tan rápida. ¡Cuántas veces oí decir a su compañera: «Si José pudiera irse a la sierra...! El clima y el sol serranos lo sanarían... !»

Pero ¡cómo marcharse a la Sierra cuando sus tareas de trabajador intelectual lo reclamaban en la ciudad de clima debilitante y húmedas emanaciones! Había que permanecer en Lima y Lima, poco a poco, lo fue destruyendo.

Para Mariátegui la Revolución Social había de hacerse dando al proletariado conciencia de clase y sentido de organización. De allí su disensión con el Aprismo. Unido a Haya de la Torre por antigua amistad y vínculos de compañerismo, habiendo trabajado juntos en la obra de las U.P.G.P., al conocer el programa del Apra, quedaron rotos esos vínculos y una ancha barrera separa a Mariátegui de Haya de la Torre. No hablan el mismo lenguaje. Para Mariátegui el rol del proletariado, en el desenvolvimiento de la humanidad, se eleva por encima de intereses de política menuda y métodos criollos. El caudillismo no está de acuerdo con la naturaleza austera y sin ambición personal de Mariátegui. Y antes de formar un partido político el proletariado peruano debía alentar "sentido realista de la historia y una voluntad heroica de realización".

Exactamente dos años antes de su muerte —el 16 de Abril de 1928— Mariátegui escribía a la célula aprista de México una carta en la que ex­presaba su disconformidad con la transformación del Apra de alianza a partido. Citaré algunos pá­rrafos de esa carta, magnífico y valioso docu­mento, que revela la posición ideológica de Ma­riátegui y el rumbo basado —no hay que olvi­darlo— en la más pura doctrina socialista o mar­xista.

…«he leído un segundo manifiesto del Comité Central del Partido Nacionalista Peruano resi­dente en Abancay. Y su lectura me ha contristado profundamente: 19 porque como pieza política pertenece a la más detestable literatura eleccio­naria del viejo régimen; y 29 porque acusa la ten­dencia a cimentar un movimiento —cuya fuerza mayor era hasta ahora la verdad— en el bluff y en la mentira. Si ese papel fuese atribuido a un grupo irresponsable no me importaría su dema­gogia, porque sé que en toda campaña un poco o un mucho de demagogia son inevitables y aún necesarios. Pero al pie de ese documento está la firma de un comité central que no existe, paro que el pueblo, ingenuo creerá existente y verda­dero. ¿Y es en esos términos de grosera y ram­plona demagogia criolla, como debemos dirigir­nos al país? No hay ahí una sola vez la palabra socialismo. Todo es declamación estrepitosa y hueca de antiguo estilo...

…«Me opongo a todo equívoco. Me opongo a que un movimiento ideológico, que, por su jus­tificación histórica, por la inteligencia y abnega­ción de sus militantes, por la altura y nobleza de su doctrina ganará, si nosotros mismos no lo malogramos, la conciencia de la mejor parte del país, aborte miserablemente en una vulgarísima agitación electoral: En estos años de enfermedad, de sufrimiento, de lucha, he sacado fuerzas invariablemente de mi esperanza optimista en esa ju­ventud que repudiaba la vieja política, entre otras cosas porque repudiaba los "métodos criollos", la declamación caudillesca, la retórica hueca y fan­farrona. Defiendo todas mis razones vitales al defender mis razones intelectuales. No me aven­go a una decepción. Lo que he sufrido me está enfermando y angustiando terriblemente. No quiero ser patético, pero no puedo callarles que les escribo con fiebre, con ansiedad, con deses­peración»...

A esta carta estremecida de nobilísima pasión responde Haya de la Torre en términos despec­tivos y con pretensión a la ironía:

…«Ha recaído Ud. en el tropicalismo... La noté infectada de demagogia tropical, de absurdo sentimentalismo lamentable... Espero que se tranquilice... Es necesario para su salud. No se caiga en la izquierda o en el izquierdismo (zur­dismo le llamo yo) de los literatos de la revo­lución... Nos dice Ud. que escribió la carta afie­brado. No sabe cuánto lo siento, pero desde las primeras líneas lo supuse así... »

Y Haya acusa a Mariátegui de "europeísmo" —la vieja e infundada acusación—: «Ud. está lle­no de europeísmo... Póngase en la realidad y trate de disciplinarse no con Europa revoluciona­ria sino con América revolucionaria».

A estas palabras —tan injustas— del caudillo del Aprismo habría que responder con las mis­mas frases, con la misma declaración de Mariá­tegui: «No queremos ciertamente que el socialis­mo sea en América calco y copia. Debe ser crea­ción heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo americano. He ahí una misión dig­na de una generación nueva».

Dar vida al socialismo indo americano; he allí la obra del hombre que fue tachado de "europei­zante". Marxista, sí, porque su fe lo arrastró ha­cia las doctrinas socialistas, pero el socialismo no había de ser en América, "calco y copia". Y cuando Hugo Pesce y Julio Portocarrero van a Montevideo, al Congreso Constituyente de la C.S.L.A., como delegados del Partido Socialista Peruano —que acaba de fundarse—, llevarán una tesis de Mariátegui: "El problema de las razas en América Latina". Porque en el escritor nutrido de doctrinas marxistas el problema de Hispano América es preocupación intensa, ardorosa, sincerísima. Antes que a Europa mira y ama al Perú,