OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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IDEOLOGÍA Y POLITICA |
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PREFACIO A
El rasgo más nuevo y significativo de la historiografía peruana contemporánea es, ciertamente, el interés por los acontecimientos, antes ignorados o desdeñados, de nuestra historia social. La historia del Perú republicano ha sido escrita ordinaria y casi invariablemente como historia política, en la acepción más restrictiva y criolla de estos términos. Su concepción y su factura sufren la limitación de un sentimiento de "Corte', de un espíritu burocrático y capitalino, que convierte la historia política del país en la crónica de sus cambios de gobierno, de su administración pública y de las crisis y sucesos que más directa y visiblemente determinan una y otros. Se comienza a escribir nuestra historia social al impulso de fuerzas ajenas y superiores -así ocurre siempre- a las del propio desarrollo de la historiografía como disciplina científica. Y no es extraño, por esto, que la tarea no esté reservada exclusivamente a los historiógrafos profesionales. Ernesto Reyna, autor de esta crónica de la sublevación indígena de 1885, no es un historiógrafo sino un narrador, un periodista. "El Amauta Atusparia" tiene de relato y de reportaje más que de ensayo historiográfico. Me consta que Reyna, trabajador alacre y hombre fervoroso, se ha documentado escrupulosamente. Los datos acopiados para este folleto constituyen un prolijo trabajo de información. Pero antes de revisar en la Biblioteca Nacional colecciones de periódicos, Reyna había interrogado a los sobrevivientes de la sublevación, a los supérstites del terror indígena y del terror reaccionario; había recorrido, buscando sus huellas borradas y oscuras, el camino de la insurrección, hasta amar su escenario y entender su difícil lenguaje; había sentido, en fin, con profunda simpatía, su tema. Lo dice en las breves líneas de epílogo de la narración, en las que, como otros nos exponen el método de su trabajo, Reyna nos ofrece su explicación vital. La solidaridad con los indios que en 1925 protestaban en Huaráz contra la conscripción vial, -esa "mita" republicana que echa sobre las espaldas de la población indígena, afligidas por una nueva explotación no menos odiosa que el "tributo personal", el peso de una política de vialidad, desprovista de perspicacia económica y técnica- consintió a Reyna situarse histórica y sentimentalmente. Como estos indios, se agitaban y quejaban en 1885 contra los "trabajos de la República" y el "tributo personal" los que la violencia de un prefecto iglesista provocó y empujó a la revuelta. Martín Miranda, flagelado en 1925 por incitar a la masa indígena a la protesta, acercó a Reyna al protagonista, azotado y befado, de la insurrección de 1885. "Los azotes dados al compañero Martín, los sentí en carne viva". ¡Qué brotada de lo más hondo y humano, me parece esta frase!. Debemos a la identificación sentimental de Reyna con su tema, -más quizás que a sus dotes de narrador descubiertos no al azar por este trabajo, más todavía que a su gusto de idealizar un poco románticamente el episodio y los personajes-, la vida y la emoción que circulan por el relato. En una época en que prospera, en la literatura europea, la biografía novelada, sin ninguna preocupación literaria ni historiográfica, Reyna no ha encontrado modo más certero de revivir la sublevación de Atusparia que la crónica novelada. Los centinelas celosos de los fueros de la erudición y el dato, regañarán por esta intervención de la fantasía en los dominios de la historia; pero la historia misma en este caso, se anotará una ganancia. Se lee, además, esta crónica como si se leyera una novela, antes que por su estilo, por la novedad del asunto y sus "dramatis personae" en nuestro esquema mental de la historia del Perú. ¿Atusparia? ¿Ushcu Pedro? ¡Qué insólitos y novelescos nos parecen, por la distancia, por la niebla que nos separaba de su escenario!. El coronel Callirgos, el abogado Mosquera, "El Sol de los Incas", nos son indispensables como mediadores, como puntos de referencia, para aseguramos de la historicidad del drama. Reyna ha hecho, repito, la crónica novelada de la insurrección de Atusparia. Tal vez, en la estación en que se encuentra nuestra historiografía social, no es posible reconstruir diversamente el acontecimiento. Vendrá después el estudio mítico-histórico que nos explicará la significación de esta revuelta en la lucha de la población indígena del. Perú contra sus opresores. El indio, tan fácilmente tachado de sumisión y cobardía, no ha cesado de rebelarse ante el régimen semi-feudal que lo oprime bajo la República como bajo la Colonia. La historia social del Perú registra muchos acontecimientos como el de 1885; la raza indígena ha tenido muchos Atusparia, muchos Ushcu Pedro. Oficial mente, no se recuerda sin a Tupac Amaru, a titulo de precursor de la revolución de la independencia, que fue la obra de otra clase y la victoria de otras reivindicaciones. Ya se escribirá la crónica de esta lucha de siglos. Se están descubriendo y ordenando sus materiales. La derrota de Atusparia y Ushcu Pedro es una de las muchas derrotas sufridas por la raza indígena. Los indios de Ancash se levantaron contra los blancos, protestando contra los "trabajos de la República", contra el tributo personal. La insurrección tuvo una clara motivación económico-social. Y no es el menor mérito de Reyna el haberla hecho resaltar, en primer término, al comienzo de su relato. Pero, cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina. La imaginación del periodista Montestruque, criollo romántico y mimetista, pretendió remediar esta carencia con la utopía de un retorno: la restauración del imperio de los incas. El oportunismo del abogado Mosquera, cacerista, alcohólico y jaranero, quería incorporar la sublevación de Huaráz en el proceso de la revuelta de Cáceres. La dirección del movimiento osciló ende la desatada fantasía tropical de Montestruque y el pragmatismo rabulesco y prefectural de Mosquera. Con un ideólogo como Montestruque y un tinterillo como Mosquera, la insurrección indígena de 1885 no podía tener mejor suerte. El retorno romántico al Imperio Incaico no era como plan más anacrónico que la honda y el rejón como armas para vencer a la República. El programa del movimiento era tan viejo e impotente como su parque bélico. La insurrección de Huaráz, sin el programa de "El Sol de los Incas", habría sido una de las muchas sublevaciones indígenas, determinadas por un rebasamiento del limite de resignación y paciencia de un grupo de parcialidades. La captura de Huaráz, su propagación en un vasto sector del territorio, no bastarían para diferenciarla de otros levantamientos instintivos y desesperados, Ushcu Pedro, terrible guerrillero, sería más que Atusparia, su personaje representativo. El caudillaje de Atusparia y la misión histórica que Montestruque le asignó, ubican el movimiento en la serie de tentativas de filiación aristocrática y racista, en que se destaca, próxima la Independencia, el movimiento de Tupac Amaru. Insurrecciones encabezadas por curacas, por descendientes de la antigua nobleza indígena, por caudillos incapaces de dar a un movimiento de masas otro programa que una extemporánea o imposible restauración. Supérstites de una clase disuelta y vencida, los herederos de la antigua aristocracia india, no podían acometer con éxito la empresa de una revolución. Las reivindicaciones campesinas no triunfaron contra la feudalidad en Europa, mientras no se expresaron sino en las "jacqueries". Triunfaron con la revolución liberal burguesa, que las transformó en un programa. En nuestra América española, semi-feudal aun, la burguesía no ha sabido ni querido cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad. Descendiente próxima de los colonizadores españoles, le ha sido imposible apropiarse de las reivindicaciones de las masas campesinas. Toca al socialismo esta empresa. La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena, que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado. NOTA: 1 Presentación de El Amauta Atusparia, por Ernesto Reyes. Ediciones “Amauta”, Lima. 1930.
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