OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III |
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PROLOGO
En estos artículos que abarcan los años de 1929 y 1930, una de las revelaciones más importantes para el estudio del pensamiento del Amauta es aquella que nos presenta su actitud frente al problema de la "oposición trotskista" No obstante la admiración que sentía por León Trotsky, José Carlos Mariátegui comprendió la situación que favoreció a Stalin: se identificó con el organizador de los planes quinquenales que transformaron a la Rusia de los mujiks en la segunda potencia mundial. El Amauta admitía la importancia que tuvo la opinión trotskista en la política soviética, pero reconoció la aptitud superior de José Stalin para realizar el programa marxista, que tenía detrás la mayo ría "junto con la responsabilidad de la administración... un sentido más real de las posibilidades". La construcción del socialismo no podía realizarse con los que no tenían fe en que tal empresa se pudiera llevar a cabo abrumados por la admiración de la superioridad tecnológica de Occidente. El trotskismo se opuso primero en la crítica y después en la organización de un movimiento que persistía en llevar a cabo la revolución mundial sin organizar una base industrial desde la cual la patria de socialismo pudiera defender con éxito sus logros, para después proyectarse en empresas de mayor envergadura, frente al enorme sistema capitalista mundial. Insistir en expandir la revolución, aún después de haber ocurrido los fracasos de Trotsky (como la derrota del ejército rojo frente a las fuerzas del general Weygand en Polonia); eso de pretender lo ecuménico sin haber siquiera arreglado lo local, coincidía con cierto tipo de agitación que lleva agua a molino del enemigo. Escribía Mariátegui: "La revolución rusa que, como toda gran revolución, avanza por una trocha difícil, que se va abriendo ella misma con su impulso, no conoce hasta ahora días fáciles ni ociosos... . No se trata por el momento, de establecer el socialismo en el mundo, sino de realizarlo en una nación que, aunque es una nación de ciento treinta millones de habitantes que se desbordan en dos continentes, no deja de constituir por eso, geográfica e históricamente, una unidad. Es lógico que en esta etapa, la revolución rusa esté representada por los hombres que más hondamente sienten su carácter y sus problemas nacionales. Stalin... es de estos hombres. Pertenece a una falanje de revolucionarios que se mantuvo siempre arraigado al suelo ruso". En el análisis de la "Cuestión romana", Mariátegui consideraba que el fascismo había sido lo suficientemente capaz, quizá porque tuvo como director a un socialista renegado como Mussolini, de llevar a cabo el programa del partido popular católico que fundara Don Sturzo. El fascismo transformó en inútil un populismo cristiano; mostró, en las circunstancias italianas de ese momento, la debilidad del estado liberal para frenar el desarrollo del movimiento comunista en las condiciones de la primera postguerra. Si la democracia cristiana ha mostrado cierto éxito después de la Segunda Guerra Mundial en países como Italia y Alemania, más que a la eficiencia confesional, se ha debido a que han sido territorios de ocupación del ejército aliado y a la colaboración económica que las potencias occidentales le han dispensado dentro del Plan Marshall y la Alianza Atlántica, sin desconocer la habilidad de los dirigentes católicos, el haber sabido, de parte de los gobernantes de los Estados Unidos, distribuir los ingresos derivados de la explotación neocolonialista entre el grupo de las diez naciones que integran el imperialismo colectivo en su nivel más alto. Distribución que si bien siempre favorece a los Estados Unidos dejando en ventaja a los inversionistas yanquis, sin embargo, permite a los capitalistas e industriales de esos países altamente desarrollados, como Alemania y, en menor grado, Italia, una participación sustancial en el alegre comercio no equivalente, que se desenvuelve en detrimento cada vez mayor para los países atrasados. En el artículo del 20 de setiembre de 1929, Mariátegui advierte la importancia que mostraba el régimen fascista en exhibir un fiero nacionalismo para maquillar la dependencia que el régimen de Mussolini soportaba con respecto a la banca norteamericana. Comentando los ataques de Francisco Saverio Nitti al gobierno de Roma, apreciaba la certeza del ex-presidente del Consejo en su balance de los fracasos del rimbombante régimen de las camisas negras. "Nitti —escribía Mariátegui— opone las altaneras promesas a los magros resultados. Mussolini ha conducido a Italia a diversas batallas que se han resuelto en clamorosos descalabros... Si las subsistencias escasean, si los salarios descienden, si la desocupación se propaga, como ocurre en Italia, es absurdo conminar a las parejas a crecer y multiplicarse. Los solteros resisten inclusive el impuesto al celibato. La inseguridad económica es más fuerte que cualquier orden general del comando fascista". Pero concluía que no se debería confiar en que ataques periodísticos, como los del autor de Europa sin Paz, serían capaces de socavar el régimen fascista. "La verdadera batalla contra el fascismo se libra, calladamente, en Italia, en las fábricas, en las ciudades, por los obreros. El fascismo podría considerar tranquilo el porvenir si tuviese que hacer frente sólo a adversarios como el combativo ex ministro y catedrático napolitano". En víspera de terminar el año veintinueve, Mariátegui explicaba cómo la burguesía financiero-industrial germana barrería con la socialdemocracia y su más eminente teórico, Rudolph Hilferding. Y el hombre encargado de llevar a cabo tal derrumbe en "régimen de estricta democracia y sufragio universal", era poco conocido. Entonces Schacht no había sido proclamado como el mago financiero de los nazis, no tenía la aureola que sus patrocinadores y admiradores le darían al encumbrarlo en la década siguiente. Mariátegui con su agudeza enseñaba a no confiar en los socialistas reformistas, aunque fueran teóricos eminentes y marxistas, al precisar que en Hilfeding su "personalidad y reformismo lo han congraciado suficientemente con la burguesía industrial o bancaria del Vokspartei. Herr Schacht es asaz poderoso para prevalecer sobre el Ministro de Finanzas del partido más fuerte del Reichstag. Los millones de votos del partido socialista no pesan bastante al lado de la autoridad de este fiduciario implacable de la burguesía". En otro comentario explicaba la circunstancial postura anti-imperialista de Chiang-Kai-Shek como máximo dirigente del partido del pueblo chino Kuo-Ming-Tang, y puntualizaba que no debería confundirse con voluntad revolucionaria el haber puesto en práctica una parte diminuta del programa nacionalista que Chiang había renegado desde su golpe contra los comunistas después de la toma de Shanghai. La lu cha contra el humillante derecho de extraterritorialidad que gozaban las potencias extranjeras en el territorio chino era el mínimum de dignidad que debía asumir para disimular la política de sumisión de China Nacionalista ante las grandes potencias. "Son, pues, razones de política interna, las que mueven a Chiang-Kai-Shek a batirse diplomáticamente por la extraterritorialidad. Su declaración ha sido posible porque una profunda exigencia de las masas la demanda desde hace mucho tiempo. Este hecho es garantía de que la China no retrocederá en la resolución adoptada. La extraterritorialidad está en crisis definitiva. Su anulación forma parte del proceso de la lucha antiimperialista en ese país". Con mucha atención, Mariátegui seguía los acontecimientos de España durante la crisis y caída del gabinete del dictador español Primo de Rivera. A diferencia de la retórica y ferocidad permanentes que esgrimía el gobierno de los camisas negras en Italia, la liquidación de la dictadura militar de Primo de Rivera se llevó a cabo en 1930. La monarquía española, después de seis años de vacaciones, se encontraba entregada a un fascismo retórico hueco. El rey Alfonso XIII restablecía la antigua legalidad democrática. Y entonces hasta "los más acatarrados liberales y conservadores se aprestan a reanudar el rutinario trabajo interrumpido en 1923". Es notable cómo Mariátegui analiza las diferencias entre el fascismo italiano y el fascismo de Primo de Rivera en España, en lo que respecta a las experiencias de esta fase, que sin duda sirvieron de lección, en las décadas siguientes, para que el fascismo hispano llegara a actuar no sólo con la ayuda extranjera sino con la organización partidaria nacional que requería una corriente reaccionaria de tal trascendencia. "Los que imaginaron que el régimen de Primo de Rivera tenía las mismas posibilidades de duración que el régimen de Mussolini sólo por reposar como éste en la fuerza, negligían o ignoraban uno de los aspectos fundamentales del fascismo: el romántico aislamiento de grandes contingentes de la juventud italiana bajo las banderas de Mussolini al canto de ¡Giovinezza, giovinezza! El fascismo antes de ser una dictadura había sido un movimiento, un partido, una milicia. Sus condottieri, sus agitadores habían usado expertamente, en la excitación de la juventud burguesa y pequeño burguesa, un lenguaje d'annunziano y futurista que imprimía al fascismo un tono estrictamente nacional y le otorgaba una tradición aunque no fuese política sino literaria o sentimental, al proceso histórico de Italia. Primo de Rivera y sus eventuales colaboradores, antes y después de su golde de estado, eran impotentes para un trabajo semejante". Es decir, carecieron de la organización partidaria capaz de dotar a la juventud española de una mística nacionalista y, al mismo tiempo, cavernaria. Esta misión le estaba reservada a la falanje española en los años siguientes. Más aún: Primo de Rivera no supo crear un influyente equipo intelectual. El estado de espíritu de una buena parte de los intelectuales le hubiese permitido "asegurarse cierto activo consenso de la literatura y la cátedra, con sólo esquivar conflictos demasiado estridentes con ciertos fueros de la inteligencia. Pero Primo de Rivera no ha tenido esta habilidad elemental. La insolvencia espiritual e ideológica de su régimen lo ha condenado a reitera, dos gestos de agravio y desacato contra toda institución liberal". Y con su gran capacidad para captar la importancia que debe tener la política sobre el conocimiento científico, José Carlos Mariátegui recuerda a la juventud de América que sobre el saber está la lección política. "La presencia de los más autorizados maestros en las filas de la oposición, ha ejercido igualmente un fuerte influjo antidictatorial. La juventud española ha seguido, sin duda, las lecciones políticas de Marañón, Jiménez de Asúa, Besteiro, etc., más atentamente que sus lecciones científicas. Hay épocas en que la preocupación política está por encima de todas las otras preocupaciones, por una exigencia que Marañón llamaría tal vez biológica... Debut precoz que no significará ciertamente la inauguración de una política ni de un régimen de la "nueva generación" como con facilidad latinoamericana se ambicionaría en algún claustro de nuestro Continente en parecidas circunstancias, sino el impulso desinteresado, instintivo, espontáneo, de los jóvenes en una vasta, larga y difícil batalla". Casi dos meses más tarde, el 26 de marzo, en el último párrafo de su "Croquis sobre la crisis Española", Mariátegui afirmaba que en España no existía un partido capaz de capitalizar la crisis y llevar al pueblo victoriosamente a la revolución: "El partido socialista es el único partido de masas; pero carece, en su burocracia, de espíritu y voluntad revolucionarios. La crisis del régimen confiere grandes posibilidades de acción a la concentración de los elementos republicanos. Pero lo característico de las situaciones revolucionarias es la celeridad con que crean las fuerzas y el programa de una revolución. La dinastía española tiene añeja experiencia de esta clase de vicisitudes. Y tan pronto está, probablemente, a festejar en la plaza su retorno al pacto con el pueblo, como a preparar en las capitanías generales un segundo golpe de estado, jugándose, si los riesgos de las elecciones y la constituyente le parecen excesivos, la carta desesperada del absolutismo". Los acontecimientos de los años posteriores dieron razón al Amauta: la subida del Frente Popular fue la coyuntura para que los monárquicos utilizaran a su fiel Franco, y éste organizara y dirigiera, amparado en la ayuda de Hitler y Mussolini y la mejor cooperación de Francia, Inglaterra y otros países democráticos, la cruzada contra el régimen republicano que había sido elegido por el pueblo español. En realidad, Franco es un dictado borbónico, y aunque no borbón por vínculo sanguíneo, sigue fiel a sus principios; por delegación es representado por un príncipe, en diversos actos oficiales, como paso previo a su futuro encumbramiento como monarca, anticipándose a su próxima desaparición como dictador. Esta "borboneada" de Franco no producirá los dividendos que esperan recibir las fuerzas internacionales que patrocinaron al fascismo español. Actualmente se arrugan en contracción tal que las aventuras proyectadas para ser desarrolladas en Europa, como la de incursionar en Checoeslovaquia con ayuda de su quintacolumna, se han debilitado por el poderío del campo socialista. Sólo les queda emprender invasiones en Asia, América y Africa, o en países pequeños como Cambodia, que sin embargo, son capaces de absorber la agresión y derrotar ejércitos modernizados con la más alta tecnología destructiva para envenenar a los pueblos y que poseen los más vastos recursos financieros. O como en el Cercano Oriente, donde se encomienda al sionismo tareas de agresión, pero que están realizando el milagro de unificar a los países árabes, que tienden a un nacionalismo que muestra claros síntomas de ascender a la articulación multiestatal dinamizada por la trascendencia de la heroica lucha del pueblo palestino, cuyas avanza-das alcanzan perfiles socialistas. El autor de La Escena Contemporánea, en esta última serie de artículos, nos permite revivir los años críticos en que no sólo se mantuvo sino que se hizo de acero la unidad del joven estado socialista soviético; apreciar la crisis del 29, dentro del período de relativa estabilización capitalista, y asistir al desarrollo del fascismo como fenómeno destinado a ser barrido por los pueblos del mundo. Cuadros de enseñanza permanente, sobre todo en estos momentos en que a la crisis cíclica se fusiona la crisis estructural del sistema capitalista, obligando al imperialismo a revivir el fascismo o a maquillar a sus fieles cipayos con los más variados rostros, orientados a debilitar la poderosa corriente del campo socialista y las que se forjen dentro de cada país del sistema capitalista. Maquillaje que, sin embargo, está obligado a erosionar, quiéranlo o no, en mayor o menos grado, el neocolonialismo. Al tratar de desviar la historia, abren, cada vez más, el cauce de los nuevos tiempos.
Lima. Diciembre de 1970
EMILIO CHOY
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