OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

LA MISION DE ISRAEL*

 

Como nota René Guillouin, en un reciente artículo de "La Nouvelle Revue Francaise", el problema de Occidente, aunque se han apagado mucho los ecos del libro de Henri de Massis, "no ha perdido nada de su interés esencial". El problema de Israel, en estos tiempos de organización y propaganda sionistas, constituye, sin duda, uno de sus aspectos más interesantes. Quizá el que mejor consiente esclarecerlo, respondiendo a la interrogación: ¿Oriente u Occidente? Después de haber dado su aporte ingente a la civilización occidental o europea ¿tienden los judíos a restituirse a Asia, a reintegrarse a Oriente, por la vía de un nacionalismo de orígenes y estímulos totalmente occidentales?

Si. alguna misión actual, moderna, tiene el pueblo judío es la de servir, a través de su actividad ecuménica, al advenimiento de una civilización universal. Si puede creer el pueblo judío en una predestinación, tiene que ser en la de actuar como levadura internacional de una sociedad nueva. He aquí como, a mi juicio, se plantea ante todo la cuestión. El pueblo judío que yo amo, no habla exclusivamente hebreo ni yiddish; es políglota, viajero, supranacional. A fuerza de identificarse con todas las razas, posee los sentimientos y las artes de todas ellas. Su destino se ha mezclado al de todos los pueblos que no lo han repudiado (y aún al de aquellos que lo han tratado como huésped odioso, cuyo nacionalismo debe en gran parte su carácter a esta clausura). El máximo valor mundial de Israel está en su variedad, en su pluralidad, en su diferenciación, dones por excelencia de un pueblo cosmopolita. Israel no es una raza, una nación, un Estado, un idioma, una cultura; es la superación de todas estas posas a la vez en algo tan moderno, tan desconocido, que no tiene nombre todavía. Dando una nueva acepción a este término, podemos decir que es un complejo. Un complejo supranacional, la trama elemental, primaria, suelta aún de un orden ecuménico.

Las burguesías nacionales, la británica en primer término,. querrían reducir a los judíos a una Nación, a un Estado. Esta actitud, no es quizá, subconscientemente, sino la última persecución de Israel. Persecución hipócrita, diplomática, parlamentaria, sagaz, que ofrece a los judíos un nuevo "ghetto". En la edad de la Sociedad de las Naciones y del imperialismo en gran estilo, este nuevo "ghetto" no podía ser menor que Palestina, ni podía faltarle el prestigio sentimental de la tierra de origen. El "ghetto" tradicional correspondía típicamente al medioevo: a la edad de las ciudades y de las comunas. Nacionalistas leales, de pueblos de agudo anti-semitismo, han confesado más o menos explícitamente su esperanza de que el nacionalismo de Israel libere a sus patrias del problema judío.

Israel ha dado ya todo su tributo a la civilización capitalista. La feudalidad negó a los judíos el acceso a la agricultura, a la nobleza, a la milicia. No sabía que, obligándolos a servicios de artesano, los empujaba a la Industria, y obligándolos a servicios de prestamista y de mercaderes, los preparaba para la Banca y el Comercio, o sea que les entregaba el secreto de los tres grandes factores del capitalismo, vale decir el orden que la había de destruir y suceder. El judío, con estas herramientas, se abrió a la vez que las puertas de la Política, del Estado, otras puertas que el Medioevo cristiano había mantenido oficialmente cerradas para él: las de la Ciencia y el Saber. La Ciencia y el Saber que, en este nuevo orden, tenían que formarse no en los castillos de la nobleza, ni en los claustros de los monjes, sino en los talleres de una economía urbana e industrial. El judío, banquero o industrial, podía dominar desde la ciudad demo-burguesa y liberal al campo aristocrático o frondeur.

Pero, desde Marx, el último de sus profetas, Israel ha superado espiritual, ideológicamente, al capitalismo. La sociedad capitalista, declina por su incapacidad para organizar internacionalmente la producción. La más irremediable de sus contradicciones es, tal vez la existente entre sus exacerbados antagónicos nacionalismos y su economía forzosamente internacional. Los judíos han contribuido, en la época revolucionaria y organizadora del nacionalismo, a la afirmación de varias nacionalidades. Han empleado en la obra de crear varios Estados la energía que se les propone emplear, —ahora que el mundo capitalista está definitivamente distribuido entre algunos Estados—, en establecerse, a su imagen y semejanza, como Estado judío.

Por la pendiente de esta tentación el pueblo judío está en peligro de caer en su más grave pecado de orgullo, de egoísmo, de vanidad. La construcción de un Estado judío, aunque no pesase sobre él el protectorado abierto u oculto de ningún Imperio, no puede constituir la ambición de Israel hoy que su realidad no es nacional sino supranacional. El tamaño y el objeto de esta ambición tienen que ser mucho más grandes. El judaísmo ha dado varios Disraeli a otros Estados en la época organizadora y afirmativa de su nacionalismo; no ha reservado ninguno para sí. Sería un signo de decadencia y de fatiga, que se esforzase en procurárselo en esta época del Super-estado.

Internacionalismo igual Supranacionalismo. El internacionalismo no es como se imaginan muchos obtusos de derecha y de izquierda la negación del nacionalismo, sino su superación. Es una negación dialécticamente, en el sentido de que contradice al nacionalismo; pero no en el sentido de que, como cualquier utopismo, lo condena y descalifique como necesidad histórica de una época. Raymond Lefevre estaba en lo cierto, cuando respondiendo a los contradictores que en el congreso socialista de Tours lo interrumpían para acusarlo de poca ortodoxia internacionalista, afirmó que el internacionalismo es superpatriotismo. El patriotismo judío no puede ya resolverse en nacionalismo. Y al decir no puede, no me refiero a un deber, sino a una imposibilidad.

Porque el peligro de la tentación sionista no existe sino para una parte de los judíos. La mayor parte de los judíos no es ya dueña de elegir su destino: unos están comprometidos a firme en la empresa del capitalismo; otros están empeñados a fondo en la empresa de la revolución. Sión, el pequeño Estado creado para restablecer a Israel en Asia, en Oriente, no debe ser sino un hogar cultural, una tierra de experimentación.

Palestina no representa sino el pasado de Israel. No representa siquiera su tradición, porque desde el principio de su ostracismo, esto es desde hace muchos siglos, la tradición de Israel, la cultura de Israel están hechas de muchas cosas más. Israel no puede renegar a la cristiandad ni renunciar a Occidente, para clausurarse hoscamente en su solar nativo y en su historia pre-cristiana.

El judaísmo debe a la cristiandad la universalización de sus valores. Su ostracismo ha si do el agente más activo de su expansión y de su grandeza. Es a partir del instante en que viven sin patria que los judíos juegan un gran rol en la civilización occidental. Con Cristo y Saulo, ascienden al plano más alto de la historia. Palestina los habría localizado en Asia, limitando mezquinamente sus posibilidades de crecimiento. Israel, sin la cristiandad: no sería hoy más que Persia o el Egipto. Sería mucho menos. Georges Sorel no se engaña, cuando recordando unas palabras de Renán en su Historia del Pueblo de Israel sobre el judaísmo después de la destrucción del reino de Judá, dice: "Es precisamente cuando no tuvieron más patria que los judíos llegaron a dar a su religión una existencia definitiva; durante el tiempo de la independencia nacional, habían estado muy propensos a un sincretismo odioso a los profetas; devinieron fanáticamente adoradores de Iahvé cuando fueron sometidos a los paganos. El desarrollo del código sacerdotal, los salmos cuya importancia teológica debía ser tan grande, el segundo Isaías, son de esta época". La cristiandad obligó, más tarde, a Israel a renovar su esfuerzo. Gracias a la cristiandad, sus antepasados lo son también de Occidente y la Biblia no es hoy el libro sagrado de un pequeño país asiático. El judaísmo ganó al perder su suelo, el derecho a hacer su patria de Europa y América. En Asia, después de los siglos de ostracismo creador, el judío es hoy más extranjero que en estos continentes, si en ellos se puede decir que lo sea. El puritano de los Estados Unidos, el marxista de Alemania y Rusia, el católico de España o Italia, le es más próximo histórica y espiritualmente que el árabe de Palestina.

Israel, en veinte siglos, ha ligado su destino al de Occidente. Y hoy que la burguesía occidental, como Roma en su declinio, renunciando a sus propios mitos busca su salud en éxtasis exóticos, Israel es más Occidente que Occidente mismo. Entre Israel y Occidente ha habido una interacción fecunda. Si Israel ha dado mucho a Occidente, también mucho ha adquirido y transformado. El judío permanece así fiel a su filosofía de la acción condensada en esta frase del rabino italiano: "l'uomo conosce Dio oprando". Y Occidente, en tránsito del capitalismo al socialismo, no es ya una forma antagónica ni enemiga de Oriente, sino la teoría de una civilización universal.

 

 


NOTAS:

* Publicado en Mundial, Lima. 3 de Mayo de 1929