OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

EL PACTO KELLOGG Y LA CUESTION RUSO-CHINA

 

Pactada por China y Rusia la suspensión de las hostilidades en la Manchuria, y en rápida marcha las negociaciones del acuerdo destinado a resolver el conflicto provocado por las medi­das violentas de Chang, el gobierno norteameri­cano ha sentido la necesidad de recordar a la U.R.S.S. las obligaciones del Pacto Kellogg. No se explicaría esta tardía apelación al Pacto Kellogg en un país que se distingue por su sentido prác­tico y su técnica veloz, si no se tuvieran en cuen­ta, con los intereses particulares del capitalismo norteamericano en la eliminación de los rusos de la Manchuria, los objetivos últimos del pacto que Bernard Shaw llamó, sin escandalizar a na­die, un "monumento de estupidez".

Por mucho que se contente con las explica­ciones fragmentarias y tendenciosas de las agen­cias cablegráficas, el lector menos avisado com­prende que si la China, disciplinada bajo un ré­gimen militar, estuviese en grado de vencer a Rusia, los Estados Unidos encontrarían abun­dantes razones no sólo para exonerar transito­riamente a la China de todas sus obligaciones de Estado signatario del Pacto Kellogg sino para abastecerla de dinero y material en su empresa bélica. Y de que únicamente porque acontece lo contrario, el gobierno norteamericano blande extemporáneamente el inútil protocolo con un ges­to en el que se adivina el mal humor por las negociaciones que evitan la guerra en el Oriente. El verdadero objeto histórico del Pacto Ke­llogg queda así esclarecido.

Las potencias occidentales no pueden mirar sino con disgusto el curso de las negociaciones ruso-chinas y la suscripción del convenio que restablece el statu quo en la Manchuria. Con este arreglo, la posición internacional de Rusia se refuerza, sus relaciones con Asia se normalizan y las posibilidades de consolidación de su eco­nomía sobre cimientos socialistas se acrecientan. Se habría querido ver a la U.R.S.S. en guerra con un Estado asiático para tener pretexto de acusarla de imperialismo agresivo y para culti­var la esperanza de enemistarla con el Oriente.

Tampoco se disimula la molestia y la preocu­pación que causa un arreglo directo con la admi­nistración de Mukden. Para los soviets, el go­bierno de Mukden no es mejor ni más legítimo que el de Nanking. Pero es el que resolvió y apli­có las medidas cuya reconsideración le importa y el que efectivamente ejerce el poder en la Manchuria. Los nacionalistas de Nanking, a pe­sar de su abdicación completa ante los elemen­tos más reaccionarios de Pekín y Mukden, no han logrado unificar la China. La Manchuria tiene hoy, como en los tiempos de Chang So Lin, una administración autónoma con sede en Mukden. Por consiguiente era con Mukden y no con Nan­king que había que entenderse.

Y lo importante para la paz del mundo, en estos momentos, no es una innecesaria y ten­denciosa experimentación de la fuerza y obligatoriedad del pacto Kellogg sino la suscrición del protocolo que resuelve el conflicto y que liquida definitivamente en el Extremo Oriente un estado de guerra.