OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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GIOLITTI Y LA CRISIS DEL FASCISMO*
Desertada por los grupos de oposición constitucional y de oposición revolucionaria —demócratas sociales, demócratas liberales, populares, socialistas, maximalistas y comunistas— la cámara italiana sería monótonamente fascista y facciosa si Giovanni Giolitti y sus amigos se hubiesen retirado también al Aventino. Pero Giolitti ha preferido continuar ocupando su asiento de diputado y asumir en la cámara una actitud oposicionista. Ha vuelto así a una función activa de leader. Su presencia en una cámara abandonada por la oposición es, aparentemente, un acto de colaboración con el fascismo. El consenso de un parlamento exclusiva y unánimemente embarazaría mucho a Mussolini. A un gobierno la resistencia de una minoría parlamentaria le sirve, entre otras cosas, para sentirse y saberse en mayoría. Es cierto que el fascismo no gobierna constitucional sino dictatorialmente; pero es cierto, al mismo tiempo, que jamás se ha decidido a romper explícitamente con la constitución. Los diputados de la oposición se han retirado de la cámara, con motivo del asesinato de Matteotti y han declarado que no tornarán a sus puestos mientras el fascismo no disuelva su milicia armada y no renuncie a la violencia. Giolitti no podía solidarizarse con esta táctica. Has-ta los últimos acontecimientos, Giolitti había concedido al fascismo su confianza y su apoyo. No había querido confundirse con él; pero lo había sostenido. Aunque sus sentimientos respecto al fascismo hubiesen luego mudado, nada lo obligaba, por consiguiente, a seguir a la oposición. Y, en realidad dentro de la cámara, Giolitti constituye para Mussolini un peligro mayor que fuera de ella. Ausente del parlamento, sería Giolitti un supernumerario de la minoría antifascista. Presente en el Parlamento, es el eje de una secesión de la mayoría mussoliniana. Soleri, un lugarteniente de Giolitti, acaba de decir que la mayor parte de la nación italiana no está con el fascismo ni con la oposición. Esta frase equivale a una confesión de que Giolitti y sus amigos aspiran a conquistar esa vasta zona intermedia de la opinión italiana. La conducta de Giolitti es un síntoma más de la decadencia del fascismo. El viejo estadista piamontés es orgánicamente oportunista. Posee un fino olfato político. Presiente las fluctuaciones de la opinión. Cuando el fascismo contó con el favor de la burguesía y de la pequeña burguesía italianas, Giolitti se mostró filo-fascista. No se dejó absorber por los "camisas negras"; pero cuidó de vivir en buenas relaciones con ellos. Hoy le parece comprometadora su amistad. Su agudo instinto no lo engaña nunca. La figura de Giolitti llena enteramente un largo capítulo de la historia de la Terza Italia. Giolitti debutó en la izquierda. Combatió la política conservadora. La combatió, sobre todo, por realismo. Los ministerios de la derecha reprimían, con mano ruda, las inquietudes de las masas. Este método romántico era el que menos convenía a la burguesía italiana. Italia necesitaba tranquilidad interna para su desarrollo económico. Y no podía conseguir esa tranquilidad sino en virtud de una política sagaz que no impidiese, en el nombre de viejos principios, la expresión de las reivindicaciones proletarias. El mejor medio de evitar que se difundiese en el proletariado un humor virulentamente subversivo era el de consentir su organización y facilitar su inserción en la política de Italia. Giolitti llevó este programa al gobierno, en los varios períodos en que le tocó ejercerlo. Los criticos de la Terza Italia dicen que su labor en el poder no fue política sino administrativa. Adriano Tilgher escribe que "a través del transformismo de Depretis y de Giolitti la Monarquía logró ahogar la política en la administración, sofocar todo contraste político, toda lucha de partidos, toda batalla ideal e impedir el despertar de la idea liberal y revolucionaria". ¿Fue entonces el gobierno de Giolitti, en sus varios períodos, un gobierno mera y vulgarmente burocrático? Exponiendo y comentando las tesis de un libro reciente de Mario Missiroli —El golpe de estado— Tilgher dice: "La monarquía y Giolitti han sabido gobernar según los modos de la civilización occidental un pueblo que continuaba siendo comunal y medioeval en el ánima. Merced a una obra exclusivamente personal, lo han elevado por encima de su misma consciencia moral y de su atrasada costumbre estimulándolo a ascender hacia la consciencia del Estado moderno, hacia la libertad, contra sus naturales, instintivas tendencias, que lo llevan a negar el Resurgimiento, a volver al municipalismo y al clericalismo. Si el Estado moderno unitario y laico existe todavía en Italia, al menos formalmente, se debe exclusivamente su subsistencia a la monarquía y a sus ministros, cuya política transformista y reformista, lejos de aparecer a Missiroli como el obstáculo principal para la formación de la conciencia moderna de los italianos, se le presenta ahora como la única política que permita, sobre el vivo espíritu medioeval, la lenta formación de esa conciencia". Giolitti estaba en el poder cuando se produjo la guerra. Su mentalidad y su hábito lo movieron a considerarla con un criterio práctico y realista. Cauto, perspicaz, redomado, Giolitti no podía ver en la causa aliada la causa de la libertad; de la democracia y del derecho. No sentía, por ende, ninguna urgencia, ninguna necesidad de que Italia interviniera en la sangrienta y destructora contienda. Deseaba que Italia reivindicara sus provincias irredentas sin salir de la neutralidad. Pero los tiempos de la guerra no eran tiempos de ordinaria administración. Una minoría elocuente, volitiva, dinámica, insurgió contra el neutralismo giolittiano. Expertos agitadores empujaron a Italia al combate. Una parte del pueblo italiano se contagió del humor bélico de Europa. Esta ola guerrera derribó a Giolitti. Pasada la guerra, sus exiguos frutos y sus muchos dolores generaron en las masas italianas un sentimiento adverso a los políticos de la intervención. Las elecciones de 1919 fueron ganadas por dos partidos pacifistas: el socialista y el popular. Vino la gran ofensiva revolucionaria. Nitti usaba contra esta ofensiva una política de transacción y de compromiso. Las derechas lo acusaban de debilidad y de derrotismo. La izquierda socialista lo creía "el último ministro de la monarquía". Pugnaba, en consecuencia, por batirlo en una votación parlamentaria. Asaltado por una y otra corriente, Nitti perdió el poder. Volvió entonces a flote Giolitti. La burguesía italiana había menester de un político diestro en el arte de domar las agitaciones populares. Giolitti cedió, al principio, como Nitti, ante las reivindicaciones tumultuosas de las masas. Cuando los obreros metalúrgicos ocuparon las fábricas, Giolitti se negó a emplear contra ellos la fuerza. Flanqueó y quebrantó el movimiento proletario aceptando su reivindicación: el derecho al control de las fábricas. Pero, agotado en ese episodio, el impulso revolucionario del proletariado, escindido el partido socialista en dos corrientes, la burguesía pasó de la defensiva a la ofensiva. Giolitti y la burguesía armaron al fascismo. El fenómeno fascista —efecto y no causa del fracaso de la ofensiva revolucionaria— encontró una atmósfera favorable para su desarrollo. A Giolitti le pareció oportuno el instante para debilitar la fuerza parlamentaria de los socialistas y de los populares, tachados de antinacionales y derrotistas por el fascismo en su prensa y en sus comicios. Disolvió, por esto, la cámara. Mas su resolución fue demasiado apresurada. Los socialistas y los populares conservaban aún casi intactas sus posiciones en la masa electora. Los resultados del escrutinio fueron contrarios a Giolitti. El estadista piamontés había cometido un error de oportunidad que pagó, naturalmente, con la pérdida del poder. Lo sucedieron en el gobierno dos parlamentarios mediocres, amedrentados, pávidos: Bonomi y Facta. Y, finalmente, el fascismo movilizó sus brigadas sobre Roma. Mussolini inauguró su dictadura. La democracia y el liberalismo italianos abdicaron ante los "camisas negras". Dos años de experimento fascista, han desencantado a gran parte de la burguesía italiana respecto a las virtudes taumatúrgicas de Mussolini. Después de varios años de tumulto y de tensión, la mayoría de los italianos siente la nostalgia de la paz. La oposición al fascismo es numerosa. La engrosan más cada día nuevos reclutas. Contra Mussolini combaten "Il Corriere della Sera" de Milán, "La Stampa" de Turín, "Il Mondo" de Roma y otros grandes rotativos burgueses. En los rangos del fascismo y del filo-fascismo se propaga la tendencia a la defección. Innumerables grupos, ligas, asociaciones, trabajan "por la normalización". La "normalización" es un anhelo extensamente difundido en todos los sectores de la opinión italiana. Los comunistas predican la revolución; pero los comunistas están en minoría. La mayoría no es revolucionaria sino "normalizadora". La normalización quiere decir, como es lógico, la vuelta al régimen constitucional. El fascismo no puede, por consiguiente, aceptarla. Mussolini, sin embargo, es demasiado avisado para no darse cuenta de la urgencia de menager la opinión pública con algunas concesiones aparentes. Pero la opinión pública no se deja menager fácilmente. Giolitti lo comprende bien. Se apresura, en consecuencia, a diferenciarse categórica y claramente del fascismo y del filo-fascismo. Es probable que no le asuste ni le desagrade la posibilidad de asumir una vez más el gobierno. Italia está habituada a mirar en Giolitti una estadista con derecho vitalicio al gobierno. Se cuenta, a propósito de esto, una anécdota de la visita del Rey de España a Roma. Alfonso XIII pidió al Papa opinión sobre el porvenir del fascismo. El Papa le respondió que el fascismo duraría mucho tiempo en el poder. Tal vez diez años, acaso veinte años. ¿Y después? interrogó Alfonso XIII. ¿Después? —contestó el Papa—. Volverá, como es natural, Giolitti. Giolitti, octogenario, es aún, pues, un candidato a la presidencia del consejo de ministros de Italia. El fascismo se prometía aniquilar, inutilizar, sustituir a toda la vieja fauna política. Los resultados de su gesta no pueden ser más desfavorable a este propósito de su programa. El aguerrido ejército de los "camisas negras" encuentra, actualmente, en un hombre de ochenta años, a uno de sus más astutos y temibles adversarios.
NOTA: * Publicado en Variedades, Lima, 29 de Noviembre de 1924.
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