OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
|
FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
|
|
EL IMPERIALISMO Y MARRUECOS*
El Rif libra en estos días una batalla decisiva. España y Francia, rivales durante mucho tiempo en Marruecos, combinan presentemente sus fuerzas para sofocar la revolución de la independencia rifeña. La civilización Occidental se siente amenazada por Abd-el-Krim. Es por lo menos, lo que afirma en sus nerviosos artículos uno de los más conspicuos abogados y conductores de la reacción en Europa, Mr. Raimond Poincaré. Y en este lenguaje coinciden casi los hombres de la reacción y los hombres de la democracia. Painlevé, honesto demócrata, piensa que Francia tiene la misión histórica de civilizar Marruecos. Las democracias occidentales, desde este punto de vista, no han representado un progreso respecto de los antiguos imperios. Europa, después de su revolución burguesa, se ha sentido más o menos liberal en su propia casa. Pero no se ha sentido absolutamente liberal en casa ajena. Los derechos del hombre y del ciudadano, los "inmortales principios" de la revolución y de la democracia, no le han parecido buenos y válidos sino dentro del mundo Occidental. Durante el último siglo, que fue precisamente el del desarrollo de la democracia y de sus órganos característicos —sufragio universal y régimen parlamentario— Europa se repartió el dominio de Asia y de Africa con la misma falta de escrúpulos con que realizaba sus conquistas la Roma de los Césares. En otras épocas, el imperialismo cumplía sus anexiones y sus invasiones en el nombre del Emperador o de la Iglesia; en nuestra época democrática y capitalista, las cumple en el nombre de la Civilización. El lema ha cambiado. Pero el hecho sustancial sigue siendo el mismo. La táctica de la conquista también se ha modificado en muchos casos. Inglaterra, por ejemplo, ha usado una praxis flexible. Puesto que a la civilización capitalista no le importa que los indígenas de sus colonias muden de creencias religiosas, deja que los pueblos conquistados conserven su religión y sus ritos. Tolera igualmente que, en lo que no se opone a los derechos del Imperio, guarden sus instituciones y sus gustos políticos. Los ingleses no necesitan en este tiempo como los españoles en el de la conquista de América obligar a los indígenas de sus colonias adoptar sus ideas y su confesión religiosa. El dominio del espíritu los tiene, más o menos, sin cuidado. Lo que les interesa es el dominio de la materia. Esta ha sido también la política colonial de Francia. Francia ha desembarcado sus soldados en Africa y en Asia para que sus banqueros y sus comerciantes ensancharan el radio de sus negocios. El aspecto bélico de la empresa era muy secundario. Lyautey, verbigracia, ha sido encomiado en Francia no como un gran guerrero, sino más bien como un buen administrador. La función de Lyautey en Marruecos consistía, mucho más que en aumentar la gloria militar y política de Francia, en asegurarles un sólido mercado a su finanza y a su comercio. Por consiguiente, solía usar con los marroquíes el lenguaje de un general de la Tercera República. Rodeaba al Sultán y a su corte, sabiéndolos perfectamente domesticados, de toda clase de honores inocuos y de cortesías diplomáticas. La apertura de un camino era un objetivo más importante para su administración que el trucidamiento de un rebelde. España había intentado ensayar análogo sistema. Pero en sus colonizadores persistía el instinto de la inquisición. Los soldados y los funcionarios españoles representaban en Marruecos un capitalismo. Pero preferían comportarse como si representasen exclusivamente a los Reyes de España. Por esto, España no pudo instalarse tranquilamente en Marruecos a la manera de Francia. Abd-el-Krim, en un reciente reportaje de un periodista italiano, cuenta cómo los rifeños fueron empujados, poco a poco, a la insurrección, por la propia política española. Su padre, Caid de Tafersit —recuerda Abd-el-Krim— comprendió desde que Francia tomó posesión de Marruecos, que el Rif no podía dejar de entrar en la órbita de la civilización europea. "Los cambios comerciales —agrega el jefe rifeño— fueron intensificados, las manifestaciones de simpatía no escasearon, y todo hizo suponer la pacífica venida de los españoles en tierra hospitalaria. Pero los herederos de los "conquistadores" proclamaron de improviso aquel programa de "desmusulmanización" que fue el capítulo principal del programa de Isabel la Católica". Esta política engendró la rebelión. El hijo de un Cid pacífico se convirtió en el general y el caudillo de una gran epopeya guerrera. Las consecuencias políticas de la guerra reforzaron, sin duda, el movimiento nacionalista del Rif. Provocaron ese extenso fenómeno de resurrección de los pueblos orientales que actualmente socava las raíces de la potencia occidental. El Rif no se sintió más solo en la lucha por su independencia. La revolución rifeña cesó de ser un hecho aislado para convertirse en un episodio y en un sector de la revolución mundial. Y Francia, que hasta entonces había considerado a Abd-el-Krim únicamente como un enemigo de España, empezó a mirarlo como un adversario del Occidente capitalista. Esta es la génesis del acuerdo franco-español. Francia y España se entienden, después de haberse querellado largamente en Marruecos, por-que reconocen en Abd-el-Krim un peligro común. Francia, bajo el gobierno del bloque nacional, dirigía su política hacia la posesión del Rif. Pensaba que España, decepcionada por sus malandanzas militares en Marruecos, se resignaría fácilmente a cederle la empresa de someter a Abd-el-Krim. El gobierno del cartel de izquierdas rectificó en parte esta política, pero no pudo ni quiso renunciar a sus consecuencias. Francia, bajo el gobierno de Herriot, se aprestó a la campaña contra Abd-el-Krim. Y ahora Francia y España, si no se ponen de acuerdo definitivamente respecto a la última meta de su imperialismo en Marruecos, reconocen por lo menos la necesidad de moverse combinada y mancomunadamente contra los rifeños. El Rif ha sido, en este caso, el que ha atacado. Pero Abd-el-Krim, como él muy bien lo explica, se ha encontrado en la necesidad de tomar la ofensiva. Derrotado Primo de Rivera, el adversario militar de la independencia del Rif era Lyautey. Abd-el-Krim lo sabía perfectamente. No le quedaba por consiguiente más remedio que lanzar contra Lyautey sus legiones antes de que los preparativos franceses estuviesen más avanzados. Los documentos publicados últimamente en París revelan que, desde el año pasado, Lyautey organizaba la campaña contra el Rif. Francia y España pretenden imponer al Rif una paz imperialista. Abd-el-Krim y sus legiones se sienten fuertes para combatir hasta el fin. Y, sobre todo, como más arriba observo, no se sienten solos. En la propia Francia una parte de la opinión sostiene el derecho del Rif a decidir de sus destinos. Painlevé y Briand han tenido que declarar en la cámara francesa que Francia no tiene intenciones de conquista. La nueva generación hispano-americana saluda en la empresa de Abd-el-Krim la repetición de la empresa de San Martín y de Bolívar. Y se da cuenta de que en Marruecos está en juego algo más que la simple independencia rifeña. Abdel-Krim representa, en esa contienda, la causa humana.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 1º de Agosto de 1925.
|
|