OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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EL GABINETE BRIAND*
El proceso de la última crisis ministeriai francesa descubre la gravedad y la hondura del mal que sufre el régimen parlamentario en una de las grandes democracias europeas. La mayoría no puede gobernar. Por lo menos, no puede gobernar conforme a su propio programa. Y esto le acontece no sólo por ser una mayoría insuficientemente numerosa sino, sobre todo, por ser una mayoría muy poco compacta y muy poco homogénea. Y si ésta es la situación de la mayoría, no es el caso, por supuesto, de hacerse ilusiones respecto a la situación de la minoría. El bloque de izquierdas se revela impotente para actuar su política. Pero, después de todo, y a pesar de su crisis, sigue constituyendo la mayoría. El bloque adversario no puede esperar el poder sino de una nueva elección a la cual no iría con más chance que a la elección de mayo del año pasado. Tampoco es el caso de pensar en la formación de una nueva mayoría constituida por el centro y los sectores más moderados de la derecha y la izquierda. Creer en la posibilidad de encontrar así un equilibrio estable equivale a suponer que las dos concentraciones electorales que, con distinto y opuesto programa, se disputaron el poder en mayo son un producto del azar. Los radicales socialistas se unieron en mayo a los socialistas porque no podía ser otra su posición. Para reconquistar su papel en el parlamento y en el poder, necesitaban imperiosamente presentarse a las masas electoras en oposición y contraste con la política del bloque nacional. Un gobierno que prescinda de los socialistas, como fuerza parlamentaria, representaría la liquidación definitiva del bloque de izquierdas. Y las consecuencias de esta liquidación serían funestas para los radicales. El grupo radical-socialista cesaría de ser instantáneamente la base del gobierno. El poder volvería a las derechas, aunque esta situación estuviese más o menos disimulada por la fórmula de un gobierno de concentración nacional, organizado con la participación de los amigos de Painlevé y Herriot. La crisis del bloque de izquierdas empezó casi al día siguiente de la victoria de mayo. Herriot hizo todo lo posible por gobernar de acuerdo con los socialistas. Su política fue acusada de una excesiva sumisión al partido socialista y, en particular, a su astuto secretario León Blum. El partido socialista se manifestó, sin embargo, en su congreso de Grenoble, más o menos descontento de la política de Herriot en el poder. El gobierno de Painlevé acentuó la disensión. El grupo parlamentario socialista se vio obligado a negar sus votos en el parlamento a algunos actos del gabinete. Con Briand en la presidencia del consejo esta crisis tiene que entrar en una fase aguda. El partido socialista francés no conserva muchos escrúpulos clasistas. Pero, al menos en sus masas, subsiste todavía la tendencia a tratar y mirar a Briand como un renegado. Briand en la presidencia del consejo indica además un desplazamiento del eje del poder. Por muy grande que sea su destreza parlamentaria, Briand no conseguirá que su política resulte aceptable para el socialismo. El actual gabinete tiene así toda la traza de una solución provisoria. El pacto de Locarno ha ayudado a Briand a subir a la presidencia del consejo. Pero, firmado el pacto, el gobierno francés se encontrará de nuevo frente a su tremendo problema financiero. Y es justamente este problema el que domina la situación política de Francia. Es este problema el que determina la posición de cada partido. Si los radicales-socialistas abandonan su programa, perderán irremediablemente a la mayor parte de su electorado pequeño burgués. Las derechas y el centro pretenden que el peso de las deudas de Francia no caiga sobre las clases ricas. Las clases pobres exigen a sus partidos, por su parte, una defensa eficaz y enérgica. El socialismo propugna la fórmula del impuesto al capital. Los radicales-socialistas se han visto obligados a admitirla y sancionarla también en su último congreso. Más no va a ser ciertamente un ministerio con Briand en la presidencia y Doucheur en la cartera de finazas el que la aplique. A los socialistas les habría gustado un ministerio presidido por Herriot. El líder radical socialista goza de la confianza de los parlamentarios de la S.F.I.O. Pero, precisamente, por culpa de los socialistas no ha vuelto Herriot al poder. Herriot no se contentaba con el apoyo parlamentario de los socialistas. Quería su cooperación dentro del ministerio. Y, a pesar de la prisa de algunos parlamentarios socialistas como Vincent Auriol o Paul Boncour por ocupar un sillón ministerial, el partido socialista no ha con- siderado aún posible su participación directa en el gobierno. Están todavía muy próximos los votos de castidad del último congreso de la S.F.l.O. Hace sólo cuatro meses León Blum se ratificó en ese congreso en su posición categóricamente adversa a una colaboración de tal género. La tracción colaboracionista se presentó en el congreso engrosada por el voluminoso Renaudel y sus secuaces. Pero, diplomática y sagazmente, Blum salió una vez más victorioso. Supo aplacar, al mismo tiempo, a la derecha y a la izquierda de su partido. A la derecha con la promesa de que, absteniéndose de una participación prematura, el socialismo acaparará finalmente todo el poder. A la izquierda, con la garantía de que el socialismo no comprometerá su tradición ni su programa en una cooperación demasiado ostensible con plutócratas como Loucheur y políticos como Briand. La crisis, pues, subsiste. No es una crisis de gobierno. Es una crisis de régimen. No cabe la esperanza de una solución electoral. Las crisis de régimen no se resuelven jamás electoralmente. Las elecciones no darían ni a las derechas ni a las izquierdas una mayoría todopoderosa. Una mayoría, cualquiera que sea, no puede ser, de otro lado, ganada por un partido sino por una coalición. El partido socialista, completamente incorporado en la democracia, volvería en las elecciones a constituir el núcleo de una coalición de izquierdas. Y esta coalición dispondría siempre de fuerzas suficientes, si no para asumir el gobierno, al menos para impedir que gobierne, verdadera y plenamente, una coalición adversaria. En suma, los términos del problema se invertirían acaso. Pero el problema en sí mismo no se modificaría absolutamente.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 5 de Diciembre de 1925.
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