OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

  

  

UNA POLEMICA LITERARIA1

 

Dos abanderados de la nueva literatura italiana, Massimo Bontempelli y Curzio Malaparte han acabado por disputar acremente. Un reportaje de Comedia, de París, en que Malaparte declaró liquidado al d'annunzianismo, ha provocado este conflicto, que desde hace algún tiempo venía incubándose en la polémica entre Stracittá y Strapaese, términos que designan dos polos opuestos, dos tendencias contrarias de la literatura de la Italia contemporánea. Bontempelli ha arremetido destempladamente a Malaparte, negándole el derecho al mote de "novecentista" y mostrándose nauseado por el reportaje.

La disputa personal no tiene, naturalmente, sino un interés anecdótico. La polémica literaria, al calor dé la cual ha prendido, merece, en cambio, ser debidamente ilustrada y comentada. No se trata de una de las frecuentes controver­sias sobre técnica o escuela. El diálogo entre Strapaese y Stracittá refleja una de las contra­dicciones, una de las antinomias de la Italia fas­cista. Stracittá (extraciudad) es el lema del no­vecentismo bontempelliano, cuyo capitán entien­de al fascismo como un fenómeno profundamen­te italiano en su expresión y en su carácter, pero no extraño a las grandes corrientes euro­peas y modernas. Esta tendencia se alimenta de sentimientos cosmopolitas y urbanos, es impe­rialista más bien que nacionalista, y no compar­te esa aversión a la modernidad en la que tan frecuentemente se complace el espíritu fascista, afirmándose instintiva y violentamente como es­píritu reaccionario. Strapaese (extrapueblo) es el lema de un tradicionalismo que se supone apto para interpretar lo moderno a través de algo así como un retorno a lo antiguo. La tradición ita­liana es —para los literatos de esta tendencia— ­sustancialmente rural. Bontempelli, cuya revista 900 se subtitula intencionadamente Cuadernos de Italia y de Europa, es el caudillo natural de la primera corriente. Malaparte, en tanto, se ha enrolado en la segunda cuando la oposición en­tre ambas se había ya planteado, a consecuen­cia del programa de 900 que obtuvo al principio la adhesión del bizarro autor de Italia bárbara. El suscitador y animador reconocido de la ten­dencia strapaesana es Mino Maccari, director del Selvaggio,2 quien la explica de esta manera: «Strapaese no se agota absolutamente en una for­mulita literaria, sino quiere ser la expresión ideal y práctica de aquella Italia clásica, sobria, laboriosa, volitiva, prudente. Strapaese ha sido creado a propósito para distinguir todo lo que de esta Italia es franca emanación, de lo que no siéndolo, aunque con diversas mascaradas simu­le serlo, se resiente de influencias y contagios de origen extranjero y de doctrinas estéticas in­compatibles y en contraste con la naturaleza, con los caracteres y con las tradiciones peculia­res italianas; ha surgido para contribuir con vivacidad y con intransigencia a restituir su va­lor a algunas dotes que, precisamente a causa de las modas y de las andanzas de provenien­cia exótica, han ido perdiendo importancia en la consideración de la gente (en especial, por des­gracia, sí literaria) esto es: honestidad, sinceri­dad, fundamento moral y religioso, seriedad sus­tancial, sentido de armonía, capacidad de selec­cionar los valores de la vida y de hacer a cada uno la justicia que merece a cualquier costo. Cosas todas a tal punto elementales y claras como para parecer casi sueños y locuras».

Maccari define, en su esencia, la corriente stra­paesana como una corriente doméstica, conserva­dora, nacionalista, campesina. El humor de Stra­paese no aparece, por primera vez, en esta po­lémica, ni es de específica y original propiedad de Maccari y sus amigos. Sus primeras mani­festaciones no son por cierto de ahora. Fácil es identificarlas en la conversión de Papini a un catolicismo beligerante y panfletario y en la colaboración con Doménico Giuliotti, de la cual nació el Dizionario dell'uomo salvatico (¿acaso el Selvaggio no es una reiteración de este títu­lo?); en la intransigente y romántica antimoder­nidad del exfuturista Ardengo Sofficci, violento impugnador de todas las herencias y secuelas espirituales de la Reforma; en el neotomismo a lo Rocco de algunos teóricos del fascismo, terri­blemente nacionalista que, sin embargo, templa­ron ideológicamente su tradicionalismo en la lec­tura de ciertos notorios franceses; y, finalmente, en la complacencia con que Mussolini proclamó hace más de tres años el origen campesino, stra­paesano, del fascismo, saludando entusiasta, en un congreso fascista, a los delegados de la "rús­tica y cuadrada provincia". Aunque la corriente strapaesana encuentre adherentes en Milán, tie­ne ostensibles raíces toscanas y romañolas y, en general, se la siente muy propia de cierta Ita­lia provinciana y casera que gustó siempre de sentirse en su casa y, a su modo, un poco distante y diversa, si no extraña, de la Europa cosmopolita y modernista. Papini, tan conectado por sus estudios con el pensamiento internacional de su tiempo, conservó siempre un orgulloso sentimiento toscano que, a partir de su enfervorizamiento católico, profesó y confesó abiertamente. Recuerdo la ninguna simpatía con que hablaba de Milán, llamándola la ciudad de la gran industria literaria.

El novecentismo de Bontempelli se guarda de pronunciarse respecto a estos antecedentes de Srapaese. Pero bien se advierte que los dos fenómenos de los cuales procede y a los cuales se dirige —cosmopolitismo y urbanismo— son los más opuestos al nacionalismo ruralista y al provincianismo antañero. Bontempelli, repito, no es nacionalista sino imperialista (el imperialismo contemporáneo requiere elementos y capacidad cosmopolitas). Mientras Malaparte se proclama archiitaliano, Bontempelli se declara archirromano. Lo decía en la presentación de 900: «En el mismo momento en que nos esforzamos por ser europeos, nos sentimos perdidamente romanos».

Bontempelli es Secretario General del Sindicato Fascista de Escritores y Autores. No tiene un riguroso origen fascista; pero el fascismo le ha abierto un largo crédito de confianza. Corre, sin embargo, en la actual aventura el riesgo de la herejía, mucho más que Malaparte, fascista y escuadrista de la primera hora y quien hasta por su tesis Fascismo-Contrarreforma, (aunque entienda al fascismo como contrarreforma en un sentido civil y laico), suscribe la interpretación reaccionaria, antimoderna y nacionalista de la que, sin embargo, se llama a sí misma "revolución fascista".

Mussolini, que en uno de sus más sonados discursos últimos, reafirmó no sólo su agrarismo, sino también su honda antipatía por la urbe industrial, parece inclinarse por el momento, a Strapaese más que a Stracittá.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 14 de enero de 1928.

2 Selvático.