De las
Obras Escogidas de Mao Tse-tung
EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
PEKIN 1972
Primera edición 1968
(2a impresión 1972)
Tomo III, págs. 103-108.
Digitalizado y preparado para el internet: Por el Movimiento
Popular Perú de Alemania, 1993.
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2001.
EL PUNTO DE VIRAJE DE LA SEGUNDA
GUERRA MUNDIAL[*]
12 de octubre de 1942
La batalla de Stalingrado ha sido comparada por la prensa inglesa y norteamericana a la de Verdún, y el nombre de "Verdún rojo" resuena por el mundo entero. Esta comparación no es adecuada. La actual batalla de Stalingrado difiere, por su naturaleza, de la de Verdún en la Primera Guerra Mundial. Existe, sin embargo, algo en común entre ambas: hoy, como entonces, mucha gente se deja engañar por la ofensiva de Alemania y cree que ésta puede aún ganar la guerra. La Primera Guerra Mundial terminó en el invierno de 1918; en 1916, las fuerzas alemanas lanzaron varios ataques contra la plaza fuerte francesa de Verdún. El comandante en jefe de las tropas alemanas en esa campaña era el príncipe heredero de Alemania, y las fuerzas lanzadas al combate eran la flor y nata del ejército alemán. La batalla fue decisiva. Habiendo fracasado los furiosos ataques de las fuerzas alemanas, todo el campo germano-austro-turco-búlgaro se encontró en una situación sin salida; a partir de ese momento sus dificultades aumentaron día a día, desertaron sus partidarios, y, desintegrado, terminó por derrumbarse. Pero en aquel entonces, el campo anglonorteamericano-francés no supo comprender la situación y, creyendo que el ejército alemán era aún muy poderoso, no se dio cuenta de la inminencia de su propia victoria. En la historia de la humanidad, toda fuerza reaccionaria que está a punto de perecer se lanza invariablemente a una última y desesperada embestida contra las fuerzas revolucionarias, y sucede a menudo que algunos revolucionarios se dejan engañar durante cierto tiempo por este poderío aparente que encubre la debilidad interna, y no logran ver el hecho esencial de que el enemigo se aproxima a su fin, en tanto que ellos mismos se acercan a la
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victoria. El surgimiento de las fuerzas fascistas y las guerras de agresión que han venido sosteniendo desde hace algunos años, constituyen precisamente la expresión de esa última y desesperada embestida; y, en la guerra actual, el ataque contra Stalingrado es la manifestación de la última y desesperada embestida del propio fascismo. También en el presente punto de viraje de la historia, ocurre que muchas personas en el frente antifascista mundial, embaucadas por la apariencia feroz del fascismo, no logran calar su esencia. Desde el 23 de agosto, fecha en que las fuerzas alemanas acabaron de cruzar el recodo del Don e iniciaron el ataque general contra Stalingrado, hasta el 9 de octubre, día en que la Oficina Soviética de Información anunció que el Ejército Rojo había roto el cerco alemán del distrito industrial situado en el Noroeste de la ciudad, distrito en el cual había irrumpido el 15 de septiembre una parte de las fuerzas alemanas, se ha desarrollado, durante 48 días, la batalla más encarnizada de la historia de la humanidad. La batalla ha sido ganada finalmente por las fuerzas soviéticas. Durante esos 48 días, las noticias diarias de los reveses o triunfos de Stalingrado han hecho latir de ansiedad o júbilo el corazón de millones y millones de hombres. Esta batalla constituye no sólo el punto de viraje de la guerra soviético-alemana, e incluso de la presente guerra antifascista mundial, sino también el de la historia de toda la humanidad. Durante esos 48 días, los pueblos del mundo entero han mirado a Stalingrado con una preocupación aún mayor de la que habían sentido por Moscú en octubre del año pasado.
Antes de su victoria en el frente occidental, parecía que Hitler era prudente. Al desatar sus ataques contra Polonia, contra Noruega, contra Holanda, Bélgica y Francia, y contra los Balcanes, concentró en cada ocasión todas sus fuerzas sobre un solo objetivo, sin atreverse a dispersar su atención. Pero, después de su victoria en el frente occidental, embriagado por sus éxitos, intentó derrotar a la Unión Soviética en tres meses. Desde Murmansk, en el Norte, hasta Crimea, en el Sur, desencadenó una ofensiva general contra el inmenso y poderoso país socialista, y así dispersó sus fuerzas. El fracaso de su ofensiva contra Moscú en octubre del año pasado marcó el fin de la primera etapa de la guerra soviético-alemana; el primer plan estratégico de Hitler había sido frustrado. El Ejército Rojo detuvo la ofensiva alemana del año pasado y emprendió en el invierno una contraofensiva en todos los frentes, lo que constituyó la segunda etapa de la guerra. Hitler se batió en retirada y pasó a la defensiva. En ese período, después de destituir a Brauchitsch, su comandante en jefe en el frente,
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y asumir personalmente el mando, Hitler decidió abandonar su plan de una ofensiva general. Reuniendo todas las fuerzas disponibles en Europa, preparó una ofensiva final que, aunque limitada al frente meridional, podría, en su opinión, golpear los centros vitales de la Unión Soviética. En razón del carácter definitivo de esta ofensiva, de la que dependía la existencia misma del fascismo, Hitler concentró enormes fuerzas, llevando incluso parte de los aviones y tanques que operaban en áfrica del Norte. Con el ataque alemán contra Kerch y Sebastopol en mayo de este año, la guerra entró en su tercera etapa. Después de haber reunido un ejército de más de un millón y medio de hombres, apoyado por el grueso de sus fuerzas aéreas y blindadas, Hitler lanzó sobre Stalingrado y el Cáucaso una ofensiva de violencia sin precedentes. Su intención era apoderarse rápidamente de esos dos objetivos, con el doble propósito de cortar el Volga y tomar Bakú, para avanzar luego al Norte contra Moscú y abrirse paso en el Sur hacia el golfo Pérsico; al mismo tiempo, exigió a los fascistas japoneses que concentraran fuerzas en Manchuria para atacar Siberia después de que él hubiera tomado Stalingrado. Hitler abrigaba la vana esperanza de debilitar a la Unión Soviética hasta tal punto que podría retirar del campo de batalla soviético el grueso del ejército alemán, para afrontar una ofensiva anglo-norteamericana en el frente occidental, apoderarse de los recursos del Cercano Oriente y establecer conexión con las fuerzas japonesas, mientras que el Japón podría también retirar del Norte sus fuerzas principales para avanzar hacia el Oeste y el Sur contra China e Inglaterra y los EE.UU., sin tener que preocuparse por su retaguardia. Es así como Hitler calculaba obtener la victoria para el campo fascista. Pero ¿qué ha pasado en esta etapa? Hitler ha chocado con la táctica soviética, que le ha sido fatal. La Unión Soviética ha adoptado la táctica de atraer primero al enemigo para que penetre profundamente en su territorio, y oponerle luego una tenaz resistencia. En cinco meses de combate, el ejército alemán no ha logrado ni penetrar en los campos petrolíferos del Cáucaso ni apoderarse de Stalingrado, de suerte que Hitler, sin poder avanzar ni retroceder, se ha visto obligado a detener sus tropas al pie de elevadas montañas y ante una ciudad inexpugnable, sufriendo fuertes pérdidas; así ha quedado en un atolladero. Estamos ya en octubre y se aproxima el invierno. La tercera etapa de la guerra está a punto de terminar y va a empezar la cuarta. De todos los planes estratégicos de ataque de Hitler contra la Unión Soviética, no hay uno solo que no haya fracasado. En esta tercera etapa, teniendo en
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cuenta que fue derrotado el verano pasado por haber dividido sus fuerzas, Hitler concentró sus tropas en el frente meridional. Pero corno quería alcanzar de un solo golpe el doble objetivo de cortar el Volga en el Este y tomar el Cáucaso en el Sur, volvió a dividir sus fuerzas. Al hacer sus cálculos, no vio la distancia que media entre su fuerza real y sus ambiciones, y por eso se encuentra en el actual callejón sin salida, le ha ocurrido lo que al portador que "por no haber asegurado su carga, ve cómo ésta se desliza por los dos extremos de la pértiga". Por el contrario, la Unión Soviética, mientras más combate, más se fortalece. Stalin, con su sabia dirección estratégica, ha ganado totalmente la iniciativa, y por todas partes empuja a Hitler a la ruina. La cuarta etapa de la guerra, que ha de comenzar este invierno, llevará a Hitler a la extinción.
Si comparamos la situación de Hitler en la primera etapa de la guerra con su situación en la tercera, podemos ver que ya está en el umbral de la derrota definitiva. Actualmente, tanto en Stalingrado como en el Cáucaso, el Ejército Rojo ha detenido de hecho la ofensiva de las tropas alemanas; fracasados sus ataques contra Stalingrado y el Cáucaso, Hitler se encuentra ya al borde del agotamiento. Las escasas fuerzas que consiguió reunir durante el período invernal que va de diciembre último a mayo de este año, están completamente gastadas. Apenas dentro de un mes llegará el invierno al frente soviético-alemán, y Hitler tendrá que pasar sin demora a la defensiva. Toda la región situada al Oeste y al Sur del Don, será para él la más peligrosa, ya que allí el Ejército Rojo pasará a la contraofensiva. Este invierno, ante la amenaza de su ruina, Hitler tratará de reorganizar una vez más su ejército. Con el fin de enfrentar la situación crítica en los frentes oriental y occidental, tal vez consiga aún reunir algunos remanentes de sus fuerzas y equiparlos para formar algunas nuevas divisiones, y, además, pida ayuda a tres de sus socios fascistas: Italia, Rumania y Hungría, y les arranque cierta cantidad de carne de cañón. Sin embargo, tendrá que absorber enormes pérdidas en la campaña de invierno en el frente oriental y prepararse para encarar el segundo frente en el Oeste. Mientras tanto, Italia, Rumania y Hungría, consternadas ante la inevitabilidad de la derrota de Hitler, se alejarán cada vez más de él. En resumen, después del 9 de octubre, sólo un camino queda abierto a Hitler: el que conduce al exterminio.
Hay algo en común entre la defensa de Stalingrado por el Ejército Rojo durante estos 48 días y su defensa de Moscú en el año pasado: la defensa de Stalingrado ha hecho abortar el plan de Hitler para este
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año, del mismo modo que la defensa de Moscú hizo abortar su plan del año anterior. La diferencia estriba en que el Ejército Rojo, a pesar de la contraofensiva de invierno que emprendió inmediatamente después de su defensa de Moscú, tuvo aún que soportar la ofensiva alemana de este verano, porque, primero, a Alemania y sus socios europeos les quedaba todavía alguna fuerza disponible y, segundo, Inglaterra y los EE.UU. retardaban la apertura del segundo frente. En cambio, después de la batalla por la defensa de Stalingrado, la situación será totalmente distinta de la del año pasado. Por un lado, la Unión Soviética desencadenará una segunda contraofensiva de invierno de magnitud excepcional; Inglaterra y los EE.UU. no podrán seguir postergando la apertura del segundo frente (aunque no es posible predecir la fecha exacta), y los pueblos de Europa, a su vez, estarán listos para responder con la insurrección. Por otro lado, como Alemania y sus socios europeos ya no tienen fuerza para emprender una ofensiva en gran escala, a Hitler no le quedará otro remedio que pasar enteramente a la defensiva estratégica. Una vez que Hitler se vea forzado a hacerlo, el destino del fascismo estará prácticamente sellado. Esto se explica porque, desde su nacimiento, un Estado fascista como el de Hitler edifica su vida política y militar sobre la ofensiva, de modo que termina su vida en cuanto acaba su ofensiva. La batalla de Stalingrado pondrá fin a la ofensiva del fascismo, y es por ello una batalla decisiva. Ese carácter decisivo determinará la guerra mundial en su conjunto.
Hitler enfrenta tres enemigos poderosos: la Unión Soviética, Inglaterra y los EE.UU., y los pueblos de los territorios ocupados por Alemania. En el frente oriental está el Ejército Rojo, sólida fortaleza, cuyas contraofensivas continuarán durante todo el segundo invierno y después de él; ésta es la fuerza que decidirá el desenlace de toda la guerra y el destino de la humanidad. En el frente occidental, Inglaterra y los EE.UU., aun cuando persistan en su política de expectativa y dilación, abrirán de todos modos el segundo frente al ver llegar el momento de golpear al tigre muerto. Además, existe un frente interno contra Hitler, o sea, el gran levantamiento popular que se incuba en Alemania, Francia y otras partes de Europa; tan pronto como la Unión Soviética desencadene su contraofensiva general y truenen los cañones del segundo frente, los pueblos de esos países responderán con la apertura de un tercer frente. Así, el ataque convergente de esos tres frentes contra Hitler constituirá el gran proceso histórico que seguirá a la batalla de Stalingrado.
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La carrera política de Napoleón terminó en Waterloo, pero fue la derrota en Moscú la que decidió su suerte[1]. Hitler marcha hoy por el camino de Napoleón, y la batalla de Stalingrado ha determinado su ruina.
Esta situación repercutirá directamente en el Extremo Oriente. El año próximo tampoco traerá suerte al fascismo japonés. Este tendrá cada día más dolores de cabeza y finalmente entrará en su tumba.
Todos los que aprecian de manera pesimista la situación
mundial deberían modificar sus puntos de vista.
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[1]En junio de 1815, se produjo en Waterloo, Sur de Bélgica, una encarnizada batalla entre el ejército de Napoleón y las fuerzas aliadas anglo-prusianas. Napoleón fue derrotado y luego confinado en la isla de Santa Elena, donde murió en 1821. En su tiempo, Napoleón conquistó numerosos países europeos, pero, en 1812, durante su expedición contra Rusia, sufrió una rotunda derrota cerca de Moscú. La flor y nata de su ejército fue aniquilada casi completamente. De este descalabro Napoleón ya no pudo reponerse. Véase también "Sobre la guerra prolongada", nota 22, Obras Escogidas de Mao Tse-tung, t. II. [pág. 108]