Escrito: Entre
septiembre y diciembre de 1892 en alemán y publicado como apéndice de
la edición inglesa de “Del socialismo utópico al socialismo
científico,” 1892.
Fuente: Panfleto de Labor News Co., Nueva York,
publicado en 1902, con un prefacio de Lucien Sanial.
Traducción: Por Enrique Pedroso, en base a la
transcripción, en inglés, por Mike Macnair del panfleto de Labor News Co.,
edicion de 1928,
publicada en marxists.org.
Este corto pero instructivo ensayo sobre la forma
primitiva de propiedad colectiva de la tierra en Alemania y el posterior
desarrollo de la propiedad privada, fue escrito por Engels ene 1892 como
apéndice a su conocidísimo trabajo titulado “Del Socialismo utópico
al socialismo científico.” Pero al referirse en él a un asunto
especial, existe cierta ventaja en publicarlo separadamente. Aquí puede
apreciarse que la institución llamada en Alemania la “Marca”
de ninguna manera estaba confinada a Alemania solamente.
Restos de ella se encuentran
aun en todos los países europeos, y hasta los orígenes de los
“commons” de los pueblos de Nueva Inglaterra se pueden seguir
hasta esas costumbres de la Edad Media, que siglos de apropiación de la
tierra bajo el Feudalismo no habian podido destruir completamente cuando
los Puritanos arribaron a las costas de América.
Lucien Sanial.
Nueva York, Enero de 1902.
En un país como Alemania, en el que la mitad de la población vive de la agricultura, es necesario que los obreros socialistas y, a través de ellos, los campesinos, aprendan cómo ha surgido el presente sistema de elogiada propiedad, tanto grande como pequeña. Es necesario contrastar la miseria de los trabajadores agrícolas de la actualidad y la servidumbre hipotecaria de los pequeños campesinos, con la antigua propiedad común de todos los hombres libres en lo que entonces era en verdad su "patria", la posesión común libre de todo por herencia.
Daré, por lo tanto, un breve bosquejo histórico de las condiciones agrarias primitivas de las tribus germánicas. Algunas huellas de estas han sobrevivido hasta nuestro tiempo, pero a lo largo de la Edad Media sirvieron como base y como el tipo de todas las instituciones públicas y permearon toda la vida pública, no solo en Alemania, sino también en el Norte de Francia, Inglaterra y Escandinavia. Y sin embargo han sido completamente olvidadas, recientemente G. L. Maurer ha tenido que volver a descubrir su significado real.
Dos hechos fundamentales, que surgieron espontáneamente, rigen la historia primitiva de todas, o de casi todas las naciones: la agrupación de las personas de acuerdo con su parentezco, y la propiedad común sobre el suelo. Y este fue el caso con los germanos. Como habían traído de Asia el método de agruparse por tribus y gens, ya que incluso en la época de los romanos organizaban su formación de batalla de modo que aquellos emparentados entre sí siempre estuvieran hombro con hombro, esta agrupación también gobernaba la división de su nuevo territorio al Este del Rin y al Norte del Danubio. Cada tribu se estableció sobre la nueva posesión, no según capricho o accidente, sino, como César declara expresamente, según la relación gentil entre los miembros de la tribu. Se asignó un área particular a cada uno de los grupos más grandes, así relacionados, y en esto nuevamente las gens individuales, cada una de las cuales incluía cierto número de familias, se establecieron en las aldeas. Varias aldeas aliadas formaban una centena —"distrito"— (antiguo alto alemán, huntari, antiguo nórdico, heradh). Un numero de centenas formaban un gau o condado. La suma total de los condados era el pueblo mismo.
La tierra que no fue tomada por la aldea permaneció a disposición de la centena. Lo que no fue asignado a esta última se mantuvo para el condado. Lo que quedara disponible después de esto —generalmente una gran extensión de tierra— era posesión inmediata de todo el pueblo. Por eso en Suecia encontramos todas estas diferentes etapas de tenencia común una al lado de la otra. Cada pueblo tenía su tierra comunal de la aldea (bys almänningar), y más allá de esto estaban las tierras comunes de la centena (härads), el común del condado (lands), y finalmente la tierra común del pueblo. Esta última, reclamada por el rey como representante de toda la nación, era conocida como Konungs almänningar. Pero todas estas, incluso las tierras reales, eran nombradas, sin distinción, almänningar, tierra común.
Esta antigua disposición sueca de la tierra común, en su minuciosa subdivisión, evidentemente pertenece a una etapa posterior de desarrollo. Si alguna vez existió en Alemania, pronto desapareció. El rápido aumento de la población llevó al establecimiento de una serie de aldeas hijas en la Marca, es decir, en la gran extensión de tierra atribuida a cada aldea madre individual. Estas aldeas hijas formaron una asociación de marca única con la aldea madre sobre la base de derechos iguales o restringidos. Por lo tanto, encontramos en todas partes en Alemania, hasta donde alcanza la investigación, un número mayor o menor de aldeas unidas en una marca. Pero estas asociaciones estaban, al menos, al principio todavía sujetas a las grandes federaciones de las marcas de las centenas, o del condado. Y, finalmente, el pueblo, como un todo, originalmente formó una sola gran asociación de marcas, no solo para la administración de la tierra que permaneció como posesión inmediata del pueblo, sino también como una corte suprema sobre las marcas locales subordinadas.
Hasta el momento en que el reino franco sometió la Alemania al Este del Rin, el centro de gravedad de la marca parece haber sido el gau o condado, el condado parece haber formado la marca unitaria. Porque, solo sobre esta suposición, es explicable que, en la división oficial del reino, tantas viejas marcas vuelvan a aparecer como condados. Poco después de esa época comenzó la decadencia de las viejas grandes marcas. Sin embargo, incluso en el código conocido como Kaiserrecht, la "Ley del Emperador" del siglo XIII o XIV, es una regla general que una marca incluya entre seis y doce aldeas.
En la época de César una gran parte, al menos de los germanos, a saber, los suevos, quienes aún no tenían asentamiento fijo, cultivaban sus campos en común. Por analogía con otros pueblos podemos suponer que esto se llevó a cabo de tal manera que las gens individuales, cada una de las cuales incluía varias familias cercanamente relacionadas, cultivaban en común la tierra que les era asignada, la cual se cambiaba cada año, y dividian los productos entre las familias. Pero después de que los suevos, alrededor del comienzo de nuestra era, se habían establecido en sus nuevos dominios, esto pronto cesó. En cualquier caso, Tácito (150 años después de César) solo menciona la labranza del suelo por familias individuales. Pero la tierra que se cultivaba solo pertenecía a estas durante un año. Cada año se dividía de nuevo y se redistribuía.
Cómo se hacía esto aún puede verse en el Mosela y en el Hochwald, en la llamada "Gehöferschaften". Allí toda la tierra cultivada, cultivable y prados, no anualmente es verdad, pero cada tres, seis, nueve o doce años, se juntan y se reparten en varias "Gewann", o áreas, según la situación y la calidad del suelo. Cada Gewann nuevamente se divide en tantas partes iguales, largas y estrechas, como hay demandantes en la asociación. Estos se reparten por sorteo entre los miembros, por lo que cada miembro recibe una porción igual en cada Gewann. En la actualidad, las porciones repartidas se han vuelto desiguales por divisiones entre herederos, ventas, etc. pero la vieja parte completa todavía proporciona la unidad que determina la mitad, o cuarto, u octavo de las porciones. La tierra no cultivada, el bosque y la tierra de pasto, todavía son una posesión común para uso común.
La misma disposición primitiva regía hasta el comienzo de este siglo en las llamadas asignaciones por sorteo (Loosgüter) del Palatinado de Rhein en Baviera, cuya tierra cultivable se ha convertido desde entonces en propiedad privada de los individuos. Los Gehöferschaften también encuentran cada vez más su interés en dejar obsoleta la redivisión periódica y convertir la propiedad cambiante en propiedad privada establecida. Por lo tanto, la mayoría de ellos, si no todos, han desaparecido en los últimos cuarenta años y han sido reemplados por aldeas de campesinos propietarios que utilizan los bosques y los terrenos de pasto en común.
El primer pedazo de terreno que pasó a la propiedad privada de los individuos fue aquel en el que se encontraba la casa. La inviolabilidad de la vivienda, esa base de toda libertad personal, se transfirió de la caravana del tren nómada a la cabaña de troncos del campesino estacionario, y gradualmente se transformó en un derecho completo de propiedad sobre la granja. Esto ya había ocurrido en el tiempo de Tácito. La granja germana libre debe, incluso en ese momento, haber sido excluida de la marca, y por lo tanto inaccesible para sus funcionarios, un lugar seguro de refugio para fugitivos, como lo encontramos descrito en las regulaciones de las marcas de tiempos posteriores, y hasta cierto punto, incluso en las "leges Barbarorum", las codificaciones de la ley consuetudinaria tribal germana, escritas desde el siglo V al VIII. Porque lo sagrado de la vivienda no era el efecto sino la causa de su transformación en propiedad privada.
Cuatrocientos o quinientos años después de Tácito, según los mismos libros de derecho, la tierra cultivada era también la propiedad hereditaria, aunque no absoluta, de los campesinos individuales, que tenían el derecho de disponer de ella mediante venta u otro medio de transferencia. Las causas de esta transformación, en la medida en que podemos rastrearlas, son dos.
Primero, desde el principio hubo en la propia Alemania, además de las aldeas cercanas ya descritas, con su total propiedad en común de la tierra, otras aldeas donde, además de las haciendas, los campos también fueron excluidos de la marca, la propiedad de la comunidad, y fueron divididos entre los campesinos individuales como su propiedad hereditaria. Pero este era solo el caso donde la naturaleza del lugar, por así decirlo, lo obligaba: en valles estrechos, y en crestas estrechas y planas entre marismas, como en Westfalia; más tarde, en el Odenwald, y en casi todos los valles alpinos. En estos lugares, la aldea consistía, como ocurre ahora, en viviendas individuales dispersas, cada una rodeada por los campos que le pertenecen. En estos casos, era casi imposible una nueva división periódica de la tierra cultivable, por eso lo que quedaba dentro de la marca era solo la tierra circundante sin cultivar. Cuando, más tarde, el derecho a disponer de la propiedad por transferencia a una tercera persona se convirtió en una importante consideración, los que eran propietarios libres de sus campos se encontraron en una posición ventajosa. El deseo de obtener estas ventajas puede haber llevado a muchas aldeas con propiedad común de la tierra a dejar que se extinguiera el método habitual de partición y la transformación de las acciones individuales de los miembros en propiedad hereditaria absoluta y transferible.
Pero, en segundo lugar, la conquista llevó a los germanos al territorio romano, donde, durante siglos, el suelo había sido propiedad privada (la propiedad ilimitada de la ley romana), y donde el pequeño número de conquistadores no podía eliminar por completo una forma de propiedad tan profundamente arraigado. La conexión de la propiedad privada hereditaria en los campos y prados con la ley romana, en cualquier caso en el territorio que había sido romano, se basa en el hecho de que los restos de propiedad común en tierras cultivables que han llegado hasta nuestros días se encuentran a la orilla izquierda del Rin —i. e., en territorio conquistado, pero completamente germanizado. Cuando los francos se establecieron aquí en el siglo V, la propiedad común en los campos todavía debe haber existido entre ellos, de lo contrario no deberíamos encontrar allí Gehöferschaften y Loosguter. Pero aquí también la propiedad privada pronto obtuvo el dominio, ya que esas formas de propiedad solo la encontramos mencionada, en lo que respecta a la tierra cultivable, en la ley Riparian del siglo VI. Y en el interior de Alemania, como ya he dicho, la tierra cultivada también se convirtió pronto en propiedad privada.
Pero si los conquistadores germanos adoptaron la propiedad privada en los campos y prados —i. e., se rindió en la primera división de la tierra, o poco después, en cualquier re-partición (ya que no era nada más que esto), introdujeron, por otra parte, en todas partes su sistema germano de marca, con la tenencia común de bosques y pastos, junto con el dominio excesivo de la marca con respecto a la tierra dividida. Esto sucedió no solo con los francos en el Norte de Francia y los anglosajones en Inglaterra, sino también con los borgoñones en el Este de Francia, los visigodos en el Sur de Francia y España, y los ostrogodos y los langobardos en Italia. En estos últimos países, sin embargo, hasta donde se sabe, las huellas del gobierno de la marca han perdurado hasta nuestros días casi exclusivamente en las regiones montañosas más altas.
La forma que el gobierno de la marca asumió después de la partición periódica de la tierra cultivada había caído en desuso, es la que ahora nos encontramos, no solo en las antiguas leyes populares de los siglos quinto, sexto, séptimo y octavo, sino también en el los libros de leyes ingleses y escandinavos de la Edad Media, en las numerosas reglamentaciones de la marca germana (el llamado Weisthümer) del siglo XV al XVII, y en las leyes consuetudinarias (coutûmes) del Norte de Francia.
Si bien la marca renunció al derecho de la división, de vez en cuando, de campos y prados entre sus miembros individuales, no cedió ni uno solo de sus otros derechos sobre estas tierras. Y estos derechos fueron muy importantes. La asociación solo había transferido sus campos a individuos con el objetivo de que se los utilizara como tierras cultivables y praderas, y solo con ese ebjetivo. Más allá de eso, el propietario individual no tenía ningún derecho. Los tesoros que se encuentran en la tierra, si están a mayor profundidad que la alcanzada por la reja del arado, no pertenecían originalmente a él, sino a la comunidad. Era lo mismo con la excavación de minerales, y cosas por el estilo. Todos estos derechos fueron, más tarde, robados por los príncipes y los propietarios para su propio uso.
Pero, además, el uso de las tierras cultivables y los pastizales estaba bajo la supervisión y dirección de la comunidad y de la siguiente forma: dondequiera que existia la agricultura de barbecho trienal —y eso era casi en todas partes— toda el área cultivable de la aldea se dividía en tres partes iguales, cada una de las cuales se sembraba alternativamente un año con semilla de invierno, la segunda con semilla de verano y la tercera permanecia en barbecho. Así, la aldea tenía cada año su campo de invierno, su campo de verano, y su campo en barbecho. En la partición de la tierra se tenía cuidado de que la parte de cada miembro estuviera compuesta por partes iguales de cada uno de los tres campos, para que todos pudieran, sin dificultad, ajustarse a las regulaciones de la comunidad, de acuerdo con lo cual tendría que sembrar semilla de otoño solo en su campo de invierno, y así sucesivamente.
El campo cuyo turno estaba en barbecho regresaba, por el momento, a la posesión común, y sirvia a la comunidad en general para el pasto. Y tan pronto como los otros dos campos eran cosechados, también se convertia en propiedad común nuevamente hasta el momento de la siembra, y se usaban como pasto común. Lo mismo ocurria con los prados en el período siguiente. Los propietarios tenian que quitar las vallas en todos los campos entregados a pastos. Este pasto obligatorio, por supuesto, hizo necesario que el tiempo de siembra y de cosecha no se dejara al individuo, sino que se determinara por toda la comunidad o por la costumbre.
El resto de la tierra, i. e., todo lo que no era casa y corral, o la parte de la marca que se había distribuido entre los individuos, permaneció, como en los primeros tiempos, propiedad común para uso común; bosques, tierras de pastoreo, brezales, páramos, ríos, estanques, lagos, carreteras y puentes, zonas de caza y pesca. Así como la parte de cada miembro en la mayor parte de la marca que se distribuyó era de igual tamaño, también lo fue su participación en el uso de la "marca común". La naturaleza de este uso se determinaba por los miembros de la comunidad como un todo. Así, también, era el modo de partición, si el suelo que se había cultivado ya no era suficiente, y una parte común de la marca se tomaba para el cultivo. El principal uso de la marca común fue para apacentar el ganado y la alimentación de cerdos con bellotas. Además de eso, el bosque producía madera y leña, paja para los animales, bayas y hongos, mientras que el páramo, donde existía, proporcianaba turba. Las regulaciones en cuanto al pasto, el uso de la madera, etc., constituyen la mayor parte de los muchos registros de marcas escritos en varias épocas entre los siglos XIII y XVIII, en el momento en que la vieja ley consuetudinaria no escrita comenzó a ser impugnada. Los bosques comunes que todavía se encuentran aquí y allá, son los restos de estas antiguas marcas no divididas. Otra reliquia, en todo caso en el Oeste y el Sur de Alemania, es la idea, profundamente arraigada en la conciencia popular, de que el bosque debería ser una propiedad común, donde cada uno puede recolectar flores, bayas, hongos, hayucos y similares, y generalmente mientras no perjudique, actuar y hacer lo que quiera. Pero esto también lo solucionó Bismarck, y con su famosa legislación sobre bayas, las provincias occidentales se reducen al nivel de la vieja escuadra prusiana.
Al igual que los miembros de la comunidad originalmente tenían partes iguales en el suelo e igualdad de derechos de uso, también tenían una participación igual en la legislación, administración y jurisdicción dentro de la marca. En periodos fijos y, si fuere necesario, con mayor frecuencia, se reunian al aire libre para discutir los asuntos de la marca y para juzgar las infracciones de las reglamentaciones y disputas relacionadas con la marca. Era, solo en miniatura, la asamblea primitiva del pueblo germanico, que originalmente no era más que una gran asamblea de la marca. Se hicieron leyes, pero solo en raros casos de necesidad. Se elegian funcionarios, se examinaba su conducta en el cargo, pero principalmente se ejercian las funciones judiciales. El presidente solo tenia que formular las preguntas. El juicio era emitido por el conjunto de los miembros presentes.
La ley no escrita de la marca era, en los tiempos primitivos, prácticamente la única ley pública de esas tribus germánicas, que no tenían reyes; la antigua nobleza tribal, que desapareció durante la conquista del imperio romano, o poco después, se ajustó fácilmente a esta constitución primitiva, tan fácilmente como todos los demás desarrollos espontáneos de la época, al igual que la nobleza celta, incluso tan tarde como el siglo XVII, encontró su lugar en la propiedad irlandesa del suelo en común. Y esta ley no escrita ha echado raíces tan profundas en toda la vida de los germanos, que encontramos rastros de ella en cada paso y cambio en el desarrollo histórico de nuestro pueblo. En tiempos primitivos, toda la autoridad pública en tiempos de paz era exclusivamente judicial y descansaba en la asamblea popular de las centenas, el condado o toda la tribu. Pero este tribunal popular no era más que el tribunal popular de la marca adaptado a casos que no se referían exclusivamente a la marca, sino que entraban dentro del alcance de la autoridad pública. Incluso cuando los reyes francos comenzaron a transformar los condados autónomos en provincias gobernadas por delegados reales, y así separó a los tribunales de la corona real de los tribunales de marca común, en ambos la función judicial permaneció conferida al pueblo. Sólo cuando la antigua libertad democrática quedó socavada durante mucho tiempo, cuando la asistencia a las asambleas y tribunales populares se convirtió en una pesada carga para los hombres libres empobrecidos, Carlomagno, en sus cortes de condado, pudo presentar el juicio de Schöffen, asesores legos designados por el juez del rey, en el lugar del juicio de toda la asamblea popular.[1] Pero esto no afectó seriamente los tribunales de la marca. Estos, por el contrario, siguieron siendo el modelo incluso para los tribunales feudales en la Edad Media. En estos, también, el señor feudal solo formulaba los problemas, mientras que los propios vasallos encontraban el veredicto. Las instituciones que gobiernan una aldea durante la Edad Media no son más que las de una marca de aldea independiente, y pasaron a las de una ciudad tan pronto como la aldea se transformó en una ciudad, i. e., estaba fortificada con murallas y trincheras. Todas las constituciones posteriores de las ciudades han surgido de estas normas originales de marcas urbanas. Y, finalmente, de la asamblea de la marca se copiaron las disposiciones de las innumerables asociaciones libres de los tiempos medievales que no se basaban en la tenencia común de la tierra, y especialmente las de los gremios libres. Los derechos conferidos al gremio para el desarrollo exclusivo de un oficio en particular se trataron como si fueran derechos en una marca común. Con el mismo celo, a menudo con exactamente los mismos medios en los gremios que en la marca, se tuvo cuidado de que la participación de cada miembro en los beneficios y ventajas comunes fuera igual, o lo más similar posible.
Todo esto muestra que la organización de la marca poseía una capacidad casi maravillosa de adaptación a los más diversos sectores de la vida pública y a los más diversos fines. Las mismas cualidades que manifestó durante el desarrollo progresivo de la agricultura y en la lucha de los campesinos con el avance de la gran propiedad territorial. Había surgido con el asentamiento de los germanos en Germania Magna, es decir, en un momento en que la cría de ganado era el principal medio de subsistencia, y cuando la agricultura rudimentaria y medio olvidada que habían traído consigo de Asia fue puesta en práctica nuevamente. Se mantuvo durante toda la Edad Media en conflictos feroces e incesantes con la nobleza terrateniente. Pero todavía era una necesidad que donde los nobles se hubieran apropiado de la tierra de los campesinos, las aldeas habitadas por estos campesinos, ahora convertidas en siervos, o en el mejor de los casos en coloni o inquilinos dependientes, todavía estuvieran organizadas en las líneas de la vieja marca, a pesar del abuso constantemente crecientes de los señores feudales. Más adelante daremos un ejemplo de esto. Se adaptó a las formas más variadas de tenencia de la tierra cultivada, siempre y cuando aún quedara un campo común sin cultivar, y de la misma manera a los más diferentes derechos de propiedad en la marca común, tan pronto como esto dejara de ser el libre propiedad de la comunidad. Se extinguió cuando casi la totalidad de las tierras de los campesinos, tanto privadas como comunes, fueron robadas por los nobles y el clero, con la ayuda voluntaria de los príncipes. Pero solamente se volvió económicamente obsoleta e incapaz de continuar como la organización social prevaleciente de la agricultura, cuando los grandes avances en la agricultura de los últimos cien años hicieron de la agricultura una ciencia y condujeron a sistemas completamente nuevos de llevarla a cabo.
El socavamiento de la organización de la marca comenzó poco después de la conquista del imperio romano. Como representantes de la nación, los reyes francos tomaron posesión de los inmensos territorios que pertenecían al pueblo en su conjunto, especialmente los bosques, para despilfarrarlos como regalos a sus cortesanos, a sus generales, a obispos y abades. Así sentaron las bases de las grandes fincas, que más tarde poseyeron, los nobles y la Iglesia. Mucho antes de la época de Carlomagno, la Iglesia poseía un tercio de toda la tierra en Francia, y es cierto que, durante la Edad Media, esta proporción se mantuvo en general para toda la Europa occidental católica.
Las guerras constantes, internas y externas, cuyas consecuencias regulares eran confiscaciones de tierras, arruinaron a un gran número de campesinos, de modo que incluso durante la dinastía merovingia, había muchos hombres libres que no poseían tierras. Las incesantes guerras de Carlomagno rompieron el pilar del campesinado libre. Originalmente cada propietario debía servicio, y no solo tenía que equiparse, sino también mantenerse bajo las armas durante seis meses. No es de extrañar que incluso en la época de Carlomagno apenas un hombre de cada cinco pudiera llegar a servir. Bajo el gobierno caótico de sus sucesores, la libertad de los campesinos desapareció aún más rápidamente. Por un lado, los estragos de las invasiones de los normandos, las guerras eternas entre reyes y las enemistades entre nobles, obligaron a los campesinos libres a buscar la protección de algún señor. Por otro lado, la codicia de estos mismos señores y de la Iglesia aceleró este proceso; por fraude, por promesas, amenazas, violencia, sometieron cada vez más tierras de campesinos y a los campesinos mismos bajo su yugo. En todos los casos, las tierras de los campesinos se añadieron a las propiedades del señor y, en el mejor de los casos, solo se devolvían para uso del campesino a cambio de tributo y servicio. Así, el campesino, de propietario libre de la tierra, se convirtió en un pagador de tributos y un prestatario de servicios, convirtiéndose en siervo. Este fue el caso en el reino franco occidental, especialmente al Oeste del Rin. Al Este del Rin, por otro lado, un gran número de campesinos libres aún mantenían sus propiedades, en su mayoría dispersos, ocasionalmente unidos en aldeas enteramente compuestas por hombres libres. Sin embargo, incluso aquí, en los siglos X, XI y XII, el poder abrumador de los nobles y la Iglesia forzaba constantemente a más y más campesinos a la servidumbre.
Cuando un gran terrateniente —clérigo o laico— se apoderaba de una propiedad campesina, adquiria con ella, al mismo tiempo, los derechos de la marca que correspondian a la propiedad. Los nuevos propietarios eran así miembros de la marca, y, dentro de la marca, originalmente, solo se los consideraba en igualdad con los otros miembros de la misma, ya fueran libres o siervos, incluso si estos eran sus propios siervos. Pero pronto, a pesar de la tenaz resistencia de los campesinos, los señores adquirieron en muchos lugares privilegios especiales en la marca, y con frecuencia fueron capaces de someter el conjunto a su propio dominio como señores del feudo. Sin embargo, la vieja organización de la marca continuó, aunque ahora estaba presidida e invadida por el señor feudal.
En esa época, la constitución de la marca era absolutamente necesaria para la agricultura, incluso en las grandes haciendas, ello se aprecia de la manera más llamativa en la colonización de Brandeburgo y Silesia, por colonos frisones y sajones, y por colonos de los Países Bajos y de la orilla franca del Rin. Desde el siglo XII, las personas se asentaron en aldeas en las tierras de los señores de acuerdo con la Ley germana, i. e., de acuerdo con la antigua ley de la marca, hasta donde regia en los feudos de los señores. Todos los hombres tenían casa y hogar; una participación en los campos de la aldea, determinada según el método anterior por sorteo, y del mismo tamaño para todos; y el derecho de usar los bosques y los pastos, generalmente en los bosques del señor feudal, con menos frecuencia en una marca especial. Estos derechos eran hereditarios. El pleno dominio de la tierra continuó perteneciendo al señor, a quien los colonos debían ciertos tributos y servicios hereditarios. Pero estos tributos eran tan moderados, que la condición de los campesinos era mejor aquí que en cualquier otro lugar en Alemania. Por lo tanto, se quedaron tranquilos cuando estalló la guerra de los campesinos. Por esta apostasía hacia su propia causa, fueron duramente castigados.
Hacia mediados del siglo XIII hubo en todas partes un cambio decisivo a favor de los campesinos. Las cruzadas habían preparado el terreno para ello. Muchos de los señores, cuando partieron hacia el Este, liberaron explícitamente a sus siervos campesinos. Otros fueron asesinados o nunca regresaron. Cientos de familias nobles desaparecieron, y sus siervos campesinos frecuentemente obtuvieron la libertad. Además, a medida que las necesidades de los terratenientes aumentaban, disponer de los pagos en especie y los servicios de los campesinos se volvió mucho más importante que disponer de sus personas. Gradualmente se desvaneció la servidumbre de la Alta Edad Media, que todavía tenía gran parte de la esclavitud antigua, y daba a los señores derechos que perdían cada vez más su valor; la posición de los siervos se redujo a la de simples arrendatarios hereditarios. Como el método de cultivar la tierra se mantuvo exactamente como en el pasado, un aumento en los ingresos del señor feudal solo se obtendría mediante la roturación de un terreno nuevo, el establecimiento de nuevas aldeas. Pero esto solo fue posible por un acuerdo amistoso con los colonos, ya sea que pertenecieran a la propiedad o que fueran forasteros. Por lo tanto, en los documentos de esta época, nos encontramos con una determinación clara y una escala moderada de las cuotas de los campesinos, y un buen trato a los campesinos, especialmente por los terratenientes espirituales. Y, finalmente, la posición favorable de los nuevos colonos reaccionó de nuevo sobre la condición de que sus vecinos, los esclavos, de modo que en todo el Norte de Alemania estos también, mientras continuaron sus servicios a los señores de feudales, recibieron su libertad personal. Solamente los campesinos eslavos y lituanos no fueron liberados. Pero esto no duró mucho.
En los siglos XIV y XV, las ciudades crecieron y se enriquecieron rápidamente. Su artesanía artística, su vida de lujo, prosperaron y florecieron, especialmente en el Sur de Alemania y en el Rin. La abundancia de los patricios de la ciudad despertó la envidia de los señores rurales, toscamente vestidos y toscamente amueblados. Pero, ¿de dónde obtener todas estas cosas finas? Esperar por los comerciantes ambulantes se volvió cada vez más imprudente y poco lucrativo. Pero para comprarlos, el dinero era obligatorio. Y este solo podían proporcionarlo los campesinos. Por lo tanto, se renovó la opresión de los campesinos, tributos superiores y más corvée [prestacion personal]; por lo tanto, el renovado y siempre creciente afán de forzar a los campesinos libres a convertirse en esclavos, los esclavos a convertirse en siervos, y convertir la tierra común de la marca en tierra perteneciente al señor. En esto los príncipes y los nobles fueron ayudados por los juristas romanos, quienes, con su aplicación de la jurisprudencia romana a las condiciones germanas, en su mayor parte no entendidas por ellos, sabían cómo producir confusión sin fin, pero ese tipo de confusión en la que el señor siempre ganaba y el campesino siempre perdia. Los señores espirituales se ayudaron a sí mismos de una manera más simple. Falsificaron documentos, por los cuales se redujeron los derechos de los campesinos y aumentaron sus deberes. Frente a estos robos cometidos por los terratenientes, los campesinos, desde fines del siglo XV, se alzaron frecuentemente en insurrecciones aisladas, hasta que, en 1525, la gran guerra campesina desbordó Suabia, Baviera, Franconia, y se extendió a Alsacia, el Palatinado, el Rheingau y Thuringen. Los campesinos sucumbieron después de una dura lucha. Desde ese momento data el renovado predominio de la servidumbre entre los campesinos alemanes en general. En aquellos lugares donde la lucha se había desatado, todos los derechos restantes de los campesinos ahora eran pisoteados descaradamente, su tierra común convertida en propiedad del señor, y ellos mismos en siervos. Los campesinos del Norte de Alemania, que se encontraban en condiciones más favorables, se habían mantenido tranquilos; su única recompensa fue que cayeron bajo el mismo sometimiento, solo que más lentamente. La servidumbre se introduce en el campesinado alemán desde mediados del siglo XVI en Prusia Oriental, Pomerania, Brandenburgo, Silesia, y desde finales de ese siglo en Schleswig-Holstein, y en adelante se vuelve cada vez más su condición general.
Este nuevo acto de violencia tuvo, sin embargo, una causa económica. De las guerras que siguieron a la Reforma Protestante, solo los príncipes alemanes habían adquirido un poder mayor. Ahora todo había concluido para la ocupación favorita de los nobles, el robo en la vía pública. Para que los nobles no fueran a la ruina, tenían que obtener mayores ingresos de sus tierras. Pero la única forma de lograr esto era trabajar al menos una parte de sus propiedades por cuenta propia, siguiendo el modelo de las grandes fincas de los príncipes, y especialmente de los monasterios. Lo que hasta ahora había sido la excepción ahora se convirtió en una necesidad. Pero este nuevo plan agrícola chocaba con el hecho de que casi en todas partes se había dado el terreno a los campesinos que pagaban tributo. Tan pronto como los campesinos tributarios, ya fueran hombres libres o colonos, se convirtieron en siervos, los señores nobles tenían las manos libres. Parte de los campesinos fueron, como se llama ahora en Irlanda, desahuciados, i. e., ya sea cazados o degradados al nivel de cottars, con simples cabañas y un poco de terreno para jardín, mientras que el terreno perteneciente a su granja se hizo parte y parcela de la propiedad del señor, y fue cultivado por los nuevos cottars y los campesinos que todavía quedaban, en trabajo corvée. No solo muchos campesinos fueron realmente expulsados, sino que el servicio corvée de los que quedaban se incrementó considerablemente, y a un ritmo cada vez mayor. El período capitalista se anunció en los distritos rurales como el período de la industria agrícola a gran escala, basado en el trabajo de los siervos.
Esta transformación al principio tuvo lugar con bastante lentitud. Pero luego vino la Guerra de los Treinta Años. Durante toda una generación, Alemania fue plagada en todas las direcciones por los soldados más licenciosos que se conocen en la historia. En todas partes quemaban, saqueaban, violaban y asesinaban. El campesino sufrió más donde, aparte de los grandes ejércitos, las bandas independientes más pequeñas, o más bien los filibusteros, operaron sin control, y por su propia cuenta. La devastación y la despoblación fueron más allá de todos los límites. Cuando llegó la paz, Alemania yacía en el suelo indefensa, pisoteada, cortada en pedazos, sangrando; pero, una vez más, el más lastimoso y miserable de todos fue el campesino.
El noble terrateniente era ahora el único señor en los distritos rurales. Los príncipes, que justo en ese momento estaban reduciendo a la nada los derechos políticos de los señores en las asambleas de los Estados, a modo de compensación lo dejaron libre sobre los campesinos. El último poder de resistencia por parte de los campesinos había sido roto por la guerra. Así, el noble pudo organizar todas las condiciones agrarias de la manera más propicia para la restauración de sus finanzas arruinadas. No solo unieron sin más preámbulo, las haciendas campesinas abandonadas, a la propiedad del señor; el desalojo de los campesinos se llevó a cabo al por mayor y sistemáticamente. Cuanto mayor es el señor de la propiedad del feudo, mayor es, por supuesto, el corvée requerido de los campesinos. El sistema de "corvée ilimitado" se introdujo de nuevo; el noble señor pudo ordenarle al campesino, a su familia, a su ganado, que trabajara para él, tan a menudo como todo el tiempo que quisiera. La servidumbre era ahora general; un campesino libre ahora era tan raro como un cuervo blanco. Y a fin de que el noble señor estuviera en condiciones de cortar de raíz la más mínima resistencia por parte de los campesinos, recibió de los príncipes de la tierra el derecho de jurisdicción patrimonial, i. e., fue nombrado juez único en todos los casos de infracción y disputa entre los campesinos, incluso si la disputa del campesino era con él, el mismísimo señor, ¡de modo que el señor era juez en su propio caso! A partir de ese momento, el palo y el látigo gobernaron los distritos agrícolas. El campesino alemán, como toda Alemania, había alcanzado su punto más bajo de degradación. El campesino, como toda Alemania, se había vuelto tan impotente que toda la autoayuda le falló, y la liberación solo podía venir del exterior.
Y vino. Con la Revolución Francesa llegó para Alemania también y para el campesino alemán el amanecer de un día mejor. Apenas los ejércitos de la Revolución conquistaron la ribera izquierda del Rin, todos los viejos desperdicios se desvanecieron, como al toque de una varita mágica —servicio corvée, todo tipo de rentas para el señor, junto con el noble señor mismo. El campesino de la ribera izquierda del Rin era ahora dueño de su propia posesión; además, en el Código Civil, redactado en el momento de la Revolución y solo desconcertado y estropeado por Napoleón, recibió un código de leyes adaptadas a sus nuevas condiciones, que no solo podía entender, sino también llevar cómodamente en el bolsillo.
Pero el campesino en la orilla derecha del Rin aún tenía que esperar mucho tiempo. Es cierto que en Prusia, después de la bien merecida derrota en Jena, se abolieron algunos de los privilegios más vergonzosos de los nobles, y para los campesinos se hizo legalmente posible la llamada redención de las cargas que aun quedaban. Pero en gran medida y durante mucho tiempo esto fue solo sobre el papel. En los otros Estados alemanes, se hizo aún menos. Se necesitó una segunda Revolución Francesa, la de 1830, para llevar a cabo la "redención" en Baden y en algunos otros pequeños Estados fronterizos con Francia. Y en el momento en que la tercera Revolución Francesa, en 1848, llevó finalmente a Alemania junto con ella, la redención estaba lejos de completarse en Prusia, y en Baviera ni siquiera había comenzado. Después de eso, fue más rápido y sin impedimentos; el trabajo corvée de los campesinos, que esta vez se habían vuelto rebeldes por su propia cuenta, había perdido todo valor.
¿Y en qué consistia esa redención? Consistía en que el señor noble, al recibir cierta suma de dinero o un pedazo de tierra del campesino, de ahora en adelante debia reconocer la tierra del campesino, tanto o tan poco como le quedó, como propiedad del campesino, libre de todas las cargas; aunque toda la tierra que en cualquier momento había pertenecido al señor noble no era más que tierra robada a los campesinos. Ni era esto todo. En estos arreglos, los funcionarios del Gobierno encargados de llevarlos a cabo, naturalmente, casi siempre se ponían del lado de los señores, con quienes convivían y se divertían, para que los campesinos, incluso contra la ley, fueran nuevamente defraudados a diestra y siniestra.
Y así, gracias a tres revoluciones francesas, y una alemana, que surgió de ellas, tenemos una vez más un campesinado libre. ¡Pero cuán inferior es la posición de nuestro campesino libre de hoy en comparación con el miembro libre de la marca del tiempo antiguo! Su hogar es generalmente mucho más pequeño, y la marca no dividida se reduce a unos pocos pedazos pequeños y pobres de bosque comunal. Pero, sin el uso de la marca, no puede haber ganado para el pequeño campesino; sin ganado, no hay abono; y sin abono no hay agricultura. El recaudador de impuestos y el oficial de la ley que amenaza a sus espaldas, a quien el campesino de hoy conoce tan bien, eran personas desconocidas para los viejos miembros de la marca. Y también lo fue el acreedor hipotecario, en cuyas garras hoy día caen las propiedades de un campesino tras otro. Y lo mejor de esto es que los modernos campesinos libres, cuya propiedad está tan restringida y cuyas alas están tan recortadas, fueron creados en Alemania, donde todo sucede demasiado tarde, en un momento en que la agricultura científica y la maquinaria agrícola recientemente inventada hacen del cultivo en pequeña escala un método de producción cada vez más anticuado, cada vez menos capaz de generar los medios de vida. Como la hilatura y el tejido por máquinas reemplazaron la rueca y el telar manual, estos nuevos métodos de producción agrícola deben reemplazar inevitablemente el cultivo de tierra en pequeñas parcelas por el cultivo de tierras en propiedad de gran escala, siempre que se disponga del tiempo necesario para esto.
Porque ya toda la agricultura europea, tal como se lleva a cabo en la actualidad, está amenazada por un rival abrumador, a saber, la producción de grano en una escala gigantesca en América. Contra aquel suelo, fértil, abonado por la naturaleza durante un largo período de años, y que se puede adquirir por una bagatela, ni nuestros pequeños campesinos, endeudados hasta los ojos, ni nuestros grandes terratenientes, igualmente endeudados, pueden luchar. Todo el sistema agrícola europeo está siendo superado por la competencia estadounidense. La agricultura, en lo que respecta a Europa, solo será posible si se lleva a cabo en líneas socializadas y para el beneficio de la sociedad en su conjunto.
Esta es la perspectiva de nuestros campesinos. Y la restauración de una clase campesina libre, hambrienta y atrofiada como está, tiene este valor: que ha puesto al campesino en una posición que, con la ayuda de su camarada natural, el obrero, puede ayudarse a sí mismo, tan pronto como entiende de una vez cómo.
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[1] No debe confundirse con las cortes Schöffen a la manera de Bismarck y Leonhardt, en las que los abogados y los asesores legos combinados encuentran el veredicto y enjuician. En los viejos tribunales judiciales no había abogados, el presidente no tenía voto, y los Schöffen o acesores legos dictaban el veredicto de forma independiente.