Volver al Archivo Marx/Engels
F. Engels
Discurso ante la tumba de Marx
(1883)
Escrito: Discurso pronunciado en inglés por F. Engels en el cementerio de Highgate en Londres,
el 17 de marzo de 1883.
Primera publicación: En alemán en el Sozialdemokrat del 22 de
marzo de 1883.
Digitalizació:n: Por José Ángel Sordo para el Marxists Internet Archive, 1999.
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el
más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y
cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para
siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de
Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto
pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura
gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica,
Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan
sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita,
en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder
hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción
de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la
correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la
base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas,
las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas
religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto,
explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el
actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él .
El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas,
mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los
economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en
las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la
suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz.
Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos
campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo-
incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del
hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza
revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo
descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica
tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que
experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía
inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el
desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los
descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de
Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro
modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones
políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado
moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su
propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de
su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su
elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos.
Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts*
de París, 1844; Gaceta Alemana de
Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a
1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el
trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por
último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de
Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar
orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los
gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los
burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a
lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si
fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la
necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por
millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por
toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo
atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo
enemigo personal.Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.
* En español: "Adelante". Estaba publicada en alemán.
Para volver al comienzo apriete
aquí.