Mülberger se queja, además, porque califico de jeremiada reaccionaria su «enfático» desahogo de que
«no hay escarnio más terrible para toda la cultura de nuestro famoso siglo que el hecho de que en las grandes ciudades el 90 por ciento de la poblacióu y aún más no disponen de un lugar que puedan llamar suyo».
No cabe la menor duda, si Mülberger se hubiese limitado, como pretende, a describir «la abominación de los tiempos presentes», seguramente yo no hubiese pronunciado ni una mala palabra contra «él y sus modestas palabras». Pero su manera de obrar es bien distinta. Describe esta «abominación» como un efecto de que los obreros «no tengan un lugar que puedan llamar suyo». Que se condene «la abominación de los tiempos presentes» por haber sido abolida la propiedad de los obreros sobre su casa, o bien, como hacen los junkers, por haber sido abolidos el feudalismo y las corporaciones, en los dos casos no puede resultar sino una jeremiada reaccionaria, un lamento ante la aparición de lo inevitable, ante la necesidad histórica. Lo reaccionario reside [388] precisamente en que Mülberger quiere restaurar para los obreros la propiedad individual sobre la vivienda, cosa que la historia suprimió hace ya mucho tiempo; en que no puede imaginar la liberación de los obreros sino volviendo a hacer de cada uno el propietario de su vivienda.
Y más adelante:
«Declaro categóricamente que la verdadera lucha se lleva contra el modo de producción capitalista, y es solamente de su transformación de lo que se puede esperar una mejora de las condiciones de vivienda. Engels no ve nada de esto... Yo presupongo la solución íntegra de la cuestión social para poder abordar la cuestión del rescate de las viviendas de alquiler».
Desgraciadamente, todavía hoy sigo sin ver nada de esto. ¿Cómo voy yo a adivinar lo que alguien, cuyo nombre desconocía, podía suponer en los arcanos de su cerebro? no tengo más remedio que atenerme a los artículos publicados por Mülberger. Y allí me encuentro todavía (págs. 15 y 16 del folleto) [37] con que para poder proceder a la abolición de la vivienda de alquiler, Mülberger no supone otra cosa que... la misma vivienda de alquiler. Tan sólo en la página 17 «agarra por los cuernos la productividad del capital». Más adelante volveremos a hablar de este asunto. E incluso en su contestación, vuelve a confirmarlo diciendo:
«Más bien, se trataba de demostrar cómo, partiendo de las condiciones presentes, se podría transformar completamente el problema de la vivienda».
Partir de las condiciones presentes o de la transformación (léase abolición) del modo de producción capitalista, me parece que son dos cosas diametralmente opuestas.
No tiene nada de sorprendente el que Mülberger se queje cuando veo en los esfuerzos filantrópicos que realizan los señores Dollfus y otros fabricantes para ayudar a los obreros a obtener casa propia la única realización práctica posible de sus proyectos proudhonianos. Si Mülberger comprendiese que el plan de salvamento de la sociedad de Proudhon es una fantasía que se mantiene enteramente en el terreno de la sociedad burguesa, desde luego que no creería en él. Jamás y en parte alguna he puesto en duda su buena voluntad. Pero ¿por qué dedica alabanzas al Dr. Reschauer, por haber propuesto al ayuntamiento de Viena que resucitase los proyectos de Dollfus?
Mülberger declara más adelante:
«En lo que concierte especialmente a la oposición entre la ciudad y el campo es una utopía quererla suprimir. Se trata de una oposición natural, más exactamente, de una oposición producida por la historia... El problema no consiste en abolir esta oposición, sino en hallar las formas políticas y sociales que la hagan inocua e incluso fructífera. De este modo podremos alcanzar un ajuste pacífico, un equilibrio gradual de intereses».
La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo es, pues, una utopía, porque esta oposición es natural, o más exactamente, producida por la historia. Apliquemos esta lógica a otras oposiciones de la sociedad moderna y veamos adonde nos conduce. Por ejemplo:
«En lo que concierne especialmente a la oposición entre» capitalistas y obreros asalariados, «es una utopía quererla suprimir. Se trata de una oposición natural, o más exactamente, producida por la historia. El problema no consiste en abolir esta oposición sino en hallar las formas políticas y sociales que la hagan inocua e incluso fructífera. De este modo podremos alcanzar un ajuste pacífico, un equilibrio gradual de intereses».
Y he aquí que volvemos a Schulze-Delitzsch.
La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo no es ni más ni menos utópica que la abolición de la oposición entre capitalistas y asalariados. Cada día se convierte más en una exigencia práctica de la producción industrial como de la producción agrícola. Nadie la ha exigido más enérgicamente que Liebig en sus obras sobre química agrícola, donde su primera reivindicación ha sido siempre que el hombre debe reintegrar a la tierra lo que de ella recibe, y donde demuestra que el único obstáculo es la existencia de las ciudades, sobre todo de las grandes urbes. Cuando vemos que aquí, en Londres solamente, se arroja cada día al mar, haciendo enormes dispendios, mayor cantidad de abonos naturales que los que produce el reino de Sajonia, y qué obras tan formidables se necesitan para impedir que estos abonos envenenen toda la ciudad, entonces la utopía de la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo adquiere una maravillosa base práctica. Incluso Berlín, que es relativamente pequeño, lleva ya por lo menos treinta años ahogándose en sus propias basuras. Por otra parte, sería completamente utópico querer, como quiere Proudhon, subvertir toda la sociedad burguesa actual conservando al campesino como tal. Sólo un reparto lo más uniforme posible de la población por todo el país; sólo una íntima relación entre la producción industrial y la agrícola, además de la extensión que para esto se requiere de los medios de comunicación —supuesta la abolición del modo de producción capitalista—, estarán en condiciones de sacar a la población rural del aislamiento y del embrutecimiento en que vegeta casi invariablemente desde hace milenios. La utopía no consiste en afirmar que la liberación de los hombres de las cadenas forjadas por su pasado histórico no será total sino cuando quede abolida la oposición entre la ciudad y el campo. La utopía no surge sino en el momento en que se pretende, «partiendo de las condiciones presentes», prescribir la forma en que esta oposición o cualquier otra de la sociedad actual han de ser superadas. Y esto es lo que hace Mülberger al adoptar la fórmula proudhoniana para la solución del problema de la vivienda.
Mülberger se lamenta, después de esto, de que lo haga hasta cierto punto responsable «de las concepciones monstruosas de Proudhon sobre el capital y el interés». Y escribe:
«Supongo como ya dado el cambio de las relaciones de producción, y la ley de transición que regula el tipo del interés no tiene por objeto las relaciones de producción, sino las transacciones sociales, las relaciones de circulación... El cambio de las relaciones de producción, o, como dice más exactamente la escuela alemana, la abolición del modo capitalista de producción no resulta, naturalmente, como me hace decir Engels, de una ley de transición que suprime el interés, sino de la apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo, de toda la industria por la población laboriosa. La cuestión de saber si la población laboriosa se inclinará» (!) «por el rescate o por la expropiación inmediata, ni Engels ni yo podemos decidirla».
Tengo que frotarme los ojos, asombrado, y releer, una vez más, del principio al fin, el escrito de Mülberger para encontrar el pasaje en que explica que su rescate de las viviendas presupone «apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo, de toda la industria por la población laboriosa». No doy con él. No existe. En parte alguna se trata de «apropiación efectiva», etc. Por el contrario, en la página 17 dice:
«Supongamos que la productividad del capital será agarrada de verdad por los cuernos —como ha de ocurrir tarde o temprano—, por ejemplo, mediante una ley de transición que fijará el tipo del interés de todos los capitales en un uno por ciento, con tendencia, nótese bien, a apróximarlo cada vez más a cero... Igual que todos los demás productos, las casas y las viviendas quedan comprendidas en el marco de esta ley... Vemos, pues, que también en este aspecto el rescate de las viviendas de alquiler resulta una consecuencia necesaria de la supresión de la productividad del capital en general».
Se dice, pues, aquí, sin ambages y en contradicción palpable con el viraje reciente de Mülberger, que la productividad del capital, frase confusa con la cual designa —según confesión propia— el modo de producción capitalista, sería realmente «agarrada por los cuernos» mediante la ley sobre abolición del interés, y que precisamente a consecuencia de esta ley, «el rescate de las viviendas de alquiler resulta una consecuencia necesaria de la supresión de la productividad del capital en general». Ahora, Mülberger dice que no hay nada de eso. Esta ley de transición «no tiene por objeto las relaciones de producción, sino las de circulación». No le queda ya, ante esta contradicción total —que, como diría Goethe, es «tan misteriosa para los sabios como para los tontos»— [*], sino admitir que tengo que habérmelas con dos Mülberger completamente distintos, uno de los cuales se lamenta, con justa razón, de que le «hago decir» lo que el otro ha hecho publicar.
Es ciertamente exacto que la población laboriosa no nos preguntará, ni a Mülberger ni a mí, «si se inclina por el rescate o por la expropiación inmediata», cuando llegue la apropiación efectiva. Preferirá, sin duda, no «inclinarse» en absoluto. Pero no se trataba en modo alguno de una apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por la población laboriosa, sino solamente de la afirmación de Mülberger (pág. 17), de que «todo el contenido de la solución del problema de la vivienda reside en la palabra rescate». Pero si él mismo considera ahora este rescate como algo extremadamente dudoso, ¿para qué fatigarnos en vano y cansar a los lectores?
Por lo demás, hay que hacer constar que la «apropiación efectiva» de todos los instrumentos de trabajo, de toda la industria, por la población laboriosa, es precisamente lo contrario del «rescate» proudhoniano. En la segunda solución es el obrero individual el que pasa a ser propietario de la vivienda, de la hacienda campesina, del instrumento de trabajo; en la primera, en cambio, es la «población laboriosa» la que pasa a ser propietaria colectiva de las casas, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute, al menos durante el período de transición, se conceda, sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades cooperativas. Exactamente lo mismo que la abolición de la propiedad territorial no implica la abolición de la renta del suelo, sino su transferencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones. La apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por la población laboriosa no excluye, por tanto, en modo alguno, el mantenimiento de la relación de alquiler.
No se trata, en general, de saber si el proletariado, cuando esté en el poder, entrará violentamente en posesión de los instrumentos de producción, de las primeras materias y de los medios de subsistencia, o bien si pagara indemnizaciones inmediatamente en cambio, o rescatará la propiedad mediante un lento reembolso a plazos. Querer responder por anticipado y para todos los casos a tal pregunta, sería fabricar utopías. Y yo dejo a otros esta tarea.
[*] Engels parafrasea aquí palabras de Mefistófeles en la tragedia de Goethe "Fausto", primera parte, escena sexta ("La cocina de la bruja"). (N. de la Edit.)
[37] 246. Los seis artículos de Mülberger bajo el título "Die Wohnungsfrage" («El problema de la vivienda») fueron publicados sin firma en el periódico "Volksstaat" el 3, 7, 10, 14 y 21 de febrero y el 6 de marzo de 1872; posteriormente, estos artículos fueron publicados en folleto aparte titulado "Die Wohnungsfrage. Eine sociale Skizze. Separat-Abdruck aus dem «Volksstaat»" («El problema de la vivienda. Ensayo social. Publicación del Volksstaat») Leipzig, 1872.- 315, 324, 378, 388.