Si hemos de creer a nuestro Dr. Sax, los señores capitalistas ya han hecho mucho para aliviar la penuria de la vivienda, y esto demuestra que la cuestión de la vivienda puede ser resuelta sobre la base del modo de producción capitalista.
El Sr. Sax nos cita en primer lugar... ¡a la Francia bonapartista! Luis Bonaparte, con ocasión de la Exposición Universal de París, nombró, como es sabido, una comisión que —así se decía— debía redactar un informe sobre la situación de las clases trabajadoras en Francia, pero que, de hecho, debía describirla como realmente paradisíaca para mayor gloria del Imperio. Y es en el informe de tal comisión, integrada por las criaturas más corrompidas del bonapartismo, en lo que el Sr. Sax se basa, ante todo, porque los resultados de sus trabajos, «según el propio juicio del comité competente, son bastante completos para Francia». ¿Qué resultados, pues, son éstos? Entre los 89 grandes industriales o sociedades por acciones que proporcionaron informes, hay 31 que no construyeron en absoluto viviendas obreras; las que fueron construidas dieron alojamiento, según la propia estimación del Sr. Sax, todo lo más, de 50.000 a 60.000 personas y se componen casi exclusivamente de un máximo de dos piezas por cada familia.
Es evidente que todo capitalista, que por las condiciones de su industria —fuerza hidráulica, emplazamiento de las minas de carbón, de hierro, etc.— está ligado a una determinada localidad rural, debe construir viviendas para sus obreros cuando éstas no existen. Pero para ver en esto una demostración de la existencia de la «asociación latente», una «prueba viva de cómo aumenta la comprensión del problema y de su alto alcance», «un comienzo lleno de promesas» (pág. 115), es preciso tener muy arraigada la costumbre de engañarse a sí mismo. Por lo demás, los industriales de los diferentes países se distinguen también en esto, según su carácter nacional respectivo. Así, por ejemplo, el Sr. Sax nos cuenta (pág. 117) que:
«En Inglaterra únicamente en estos últimos tiempos es cuando se ha producido una actividad crecida de los patronos en este sentido. Principalmente en los pueblecitos rurales más lejanos... el hecho de que los obreros tengan a menudo que recorrer una gran distancia desde la localidad más próxima hasta la fábrica y lleguen a su trabajo ya cansados, lo que se traduce en una producción insuficiente, incitó particularmente a los patronos a construir viviendas para sus obreros. Al mismo tiempo, el número de los que, teniendo un concepto más profundo de la situación, relacionan más o menos la reforma de la vivienda con todos los otros elementos de la asociación latente, es cada día mayor. A ellos se deben todas estas colonias florecientes que han nacido... Los nombres de Ashton en Hyde, Ashwort en Turton, Grant en Bury, Greg en Bollington, Marshall en Leeds, Strutt en Belper, Salt en Saltaire, Akroyd en Copley, etc. son muy conocidos por este motivo en el Reino Unido».
¡Santa ingenuidad y todavía más santa ignorancia! ¡Sólo en estos «últimos tiempos» es cuando los fabricantes rurales ingleses han construido viviendas obreras! Pero no es cierto, querido Sr. Sax; los capitalistas ingleses son unos verdaderos grandes industriales, y no sólo por sus bolsas, sino también por su cerebro. Mucho antes de que Alemania hubiese conocido una verdadera gran industria, se habían dado cuenta de que, en la producción fabril rural, el capital invertido en viviendas obreras constituye directa e indirectamente una parte muy rentable y necesaria del capital total invertido. Mucho antes de que la lucha entre Bismarck y los burgueses alemanes hubiese dado a los obreros alemanes la libertad de asociación, los fabricantes ingleses, los propietarios de minas y de fundiciones conocían ya por experiencia la presión que podían ejercer sobre los obreros en huelga, cuando eran a la vez propietarios arrendadores de estos obreros. Las «colonias florecientes» de un Greg, de un Ashton o de un Ashwort son tan de los «últimos tiempos» que hace ya 40 años fueron trompeteadas como modelo por la burguesía, y yo mismo las describí hace 28 años (v. "La situación de la clase obrera en Inglaterra", págs. 228 a 230, nota). Las colonias de Marshall y de Akroyd (así es como se escribe su nombre) son aproximadamente de esta época; la de Strutt es aún más vieja, pues sus comienzos datan del siglo pasado. Y como en Inglaterra se ha determinado que la duración media de una habitación obrera es de 40 años, el Sr. Sax puede él mismo, contando con los dedos, darse cuenta del estado de ruina en que se encuentran ahora estas «colonias florecientes». Además, la mayor parte de estas colonias ya no están situadas en el campo; la formidable extensión de la industria hizo que la mayoría de ellas hayan sido rodeadas de fábricas y de casas, de modo que hoy día estas colonias se encuentran en el centro de ciudades sucias y ahumadas de 20.000 a 30.000 habitantes y aún más, lo que no impide a la ciencia burguesa alemana, representada por el Sr. Sax, repetir fielmente los viejos cánticos laudatorios ingleses de 1840, que hoy no tienen ya ninguna aplicación.
¡Y ni más ni menos que el viejo Akroyd! Aquel buen hombre era, sin duda, un filántropo de pura cepa. Quería tanto a sus obreros, y sobre todo a sus obreras, que sus competidores de Yorkshire, menos amigos que él de la humanidad, tenían costumbre de decir a su respecto: ¡hace funcionar su fábrica únicamente con sus propios hijos! El Sr. Sax nos asegura que en estas colonias florecientes «los nacimientos ilegítimos son cada vez más raros» (pág. 118). Desde luego, nacimientos ilegítimos fuera del matrimonio: las chicas guapas, en los distritos industriales ingleses, se casan, efectivamente, muy jóvenes.
En Inglaterra, la construcción de viviendas obreras al lado de cada gran fábrica rural y simultáneamente con ella, ha sido regla general desde hace 60 años y aún más. Como ya hemos señalado, muchos de estos pueblos fabriles se han convertido en el centro alrededor del cual se ha desarrollado más tarde una verdadera ciudad industrial, con todos los males que ésta implica. Tales colonias, pues, no han resuelto el problema de la vivienda; en realidad, ellas lo han provocado por vez primera en sus respectivas localidades.
Por el contrario, en los países que se han ido arrastrando a la zaga de Inglaterra en el terreno de la gran industria, desconocida para ellos, en realidad, hasta 1848, en Francia y, principalmente, en Alemania, la cosa ha sido completamente distinta. Aquí, solamente los dueños de gigantescas fábricas metalúrgicas, después de muchas cavilaciones, se decidieron a construir algunas viviendas obreras; por ejemplo, las fábricas Schneider, en El Creusot, y los establecimientos Krupp, en Essen. La gran mayoría de los industriales rurales dejan que sus obreros hagan, mañana y tarde, kilómetros y más kilómetros bajo la lluvia, la nieve y el calor, para ir de su casa a la fábrica y viceversa. Este caso se presenta, sobre todo en las regiones montañosas: en los Vosgos franceses y alsacianos, en los valles del Wupper, del Sieg, del Agger, del Lene y otros ríos de Westfalia y de Renania. En los Montes Metálicos el caso no es distinto. Entre los alemanes, como entre los franceses, observaremos la misma mezquindad.
El Sr. Sax sabe perfectamente que los comienzos llenos de promesas, lo mismo que las colonias florecientes, no significan absolutamente nada. Busca ahora la manera de demostrar a los capitalistas qué maravillosas rentas pueden obtener con la construcción de viviendas obreras. En otros términos, busca la manera de indicarles un nuevo procedimiento para estafar a los obreros.
En primer lugar, les cita el ejemplo de una serie de sociedades de construcción de Londres, en parte filantrópicas, en parte especulativas, que obtuvieron un beneficio neto del cuatro al seis por ciento y a veces más. En realidad, el Sr. Sax no tiene necesidad de demostrarnos que el capital invertido en viviendas obreras resulta un buen negocio. La razón de que en ellas no se haya invertido más capital es que las habitaciones caras dan todavía mayor beneficio a sus propietarios. Las exhortaciones dirigidas por el Sr. Sax a los capitalistas se reducen una vez más a simples prédicas de moral.
En lo que se refiere a estas sociedades de construcción de Londres, de las que el Sr. Sax nos canta los brillantes resultados, según su propio cálculo —y ahí está contada cada empresa especulativa de la construcción— han construido en todo y por todo viviendas para 2.132 familias y 706 hombres solos, es decir, ¡para menos de 15.000! ¡Y son puerilidades de este tipo las que se atreven a presentar seriamente en Alemania como grandes resultados, cuando tan sólo en el East End de Londres un millón de obreros viven en las más espantosas condiciones de vivienda! Todos estos esfuerzos filantrópicos son, en realidad, tan lastimosamente nulos, que los informes parlamentarios ingleses dedicados a la situación de los obreros ni siquiera aluden a ellos.
No hablaremos del ridículo desconocimiento de Londres que resalta en todo este capítulo del Sr. Sax. Recordemos nada más una sola cosa. El Sr. Sax cree que el asilo nocturno para hombres solos de Soho ha desaparecido por la razón de que en este barrio «no se podía contar con una clientela numerosa». El Sr. Sax se representa, por lo visto, todo el West End de Londres como una ciudad de lujo; ignora que inmediatamente detrás de las calles más elegantes se encuentran los barrios obreros más sucios, entre ellos Soho, por ejemplo. El asilo modelo de Soho, del cual habla el Sr. Sax y que he conocido hace 23 años, al principio era siempre muy frecuentado, pero, a la larga, se cerró porque nadie podía quedarse en él. ¡Y todavía era una de las casas mejores!
Pero ¿no es un éxito la ciudad obrera de Mulhouse, en Alsacia?
La ciudad obrera de Mulhouse es el gran objeto de exhibición de los burgueses del continente, lo mismo que las colonias antes florecientes de Ashton, Ashwort, Greg y consortes lo eran para los burgueses ingleses. Desgraciadamente, no tenemos aquí el producto de una asociación «latente», sino de una asociación abierta entre el Segundo Imperio francés y los capitalistas alsacianos. Fue uno de los experimentos socialistas de Luis Bonaparte, para el cual el Estado anticipó una tercera parte del capital. En catorce años (hasta 1867) fueron construidas 800 casitas, según un sistema defectuoso, inconcebible en Inglaterra, donde estas cosas se entienden mejor. Después de 13 a 15 años de entregas mensuales de un alquiler elevado, la casa pasa a ser propiedad del obrero inquilino. Este método de adquisición de la propiedad ha sido introducido desde hace ya mucho tiempo en las cooperativas de construcción inglesas, como veremos más tarde. Por lo tanto, los bonapartistas alsacianos no tuvieron por qué inventarlo. Los suplementos al alquiler destinados a comprar la casa son bastante más elevados que en Inglaterra. Después de 15 años, durante los cuales el obrero francés pagó en total, digamos, 4.500 francos, entra en posesión de una casa que, 15 años antes, valía 3.300 francos. Si el obrero desea mudarse de casa o se retrasa un solo mes en sus entregas (y en este caso se le puede expulsar), se le carga en concepto de alquiler anual un 6 2/3 % del valor primitivo de la casa (por ejemplo, 17 francos cada mes por una casa de 3.000 francos), devolviéndosele la diferencia. Naturalmente, el obrero no recibe ni un céntimo de interés sobre el dinero que ha entregado. Se comprende que, en estas condiciones, la sociedad haga su agosto, sin necesidad del «apoyo del Estado». Se comprende también que las viviendas entregadas en estas condiciones, por hallarse próximas a la ciudad y ser medio rústicas, son mejores que las viejas casas-cuartel situadas dentro de la población.
No diremos nada de los pocos y míseros experimentos hechos en Alemania y cuya pobreza reconoce el propio Sr. Sax en la página 157.
En definitiva, ¿qué demuestran todos estos ejemplos? Sencillamente, que la construcción de viviendas obreras, incluso cuando no se pisotean todas las leyes de la higiene, es perfectamente rentable desde el punto de vista capitalista. Pero esto no fue nunca discutido, y lo sabíamos todos desde hace mucho tiempo. Todo capital invertido, con arreglo a una necesidad, es rentable cuando se explota racionalmente. La cuestión es precisamente saber por qué, a pesar de todo, subsiste la penuria de la vivienda, por qué, a pesar de todo, los capitalistas no se preocupan de proporcionar alojamientos suficientes y sanos a los obreros. Y, en este caso, el Sr. Sax se limita también a exhortar a los capitalistas, sin darnos ninguna contestación. Pero la verdadera contestación la hemos dado nosotros más arriba.
El capital (esto está definitivamente establecido) no quiere suprimir la penuria de la vivienda, incluso pudiendo hacerlo. Por lo tanto, no quedan más que dos salidas: la mutualidad obrera y la ayuda del Estado.
El Sr. Sax, partidario entusiasta de la mutualidad, es capaz de contarnos prodigios de ella en el terreno del problema de la vivienda. Desgraciadamente, ya desde el principio, tiene que reconocer que la mutualidad no puede dar resultado más que en los sitios donde existe el sistema del cottage o bien donde es realizable, o sea, otra vez, tan sólo en el campo. En las grandes ciudades, incluso en Inglaterra, esto es solamente posible dentro de unos límites muy estrechos. Y el Sr. Sax no tarda en suspirar:
«esta reforma» (mediante la mutualidad) «puede realizarse solamente dando un rodeo y, por lo tanto, siempre de un modo imperfecto. A decir verdad, únicamente en la medida en que el principio de la propiedad privada llega a ser una fuerza que influye sobre la calidad de la vivienda».
Pero, una vez más, subsiste la duda. Es cierto, desde luego, que «el principio de la propiedad privada» no ha aportado ninguna reforma a la «calidad» del estilo de nuestro autor. Sin embargo, la mutualidad hizo tales milagros en Inglaterra, «que todo lo que ha sido emprendido con vistas a resolver el problema de la vivienda en otras direcciones, ha sido sobrepasado en mucho». Se trata de las building societies[*] inglesas, a las que el Sr. Sax dedica tanta atención porque
«acerca de su carácter y de sus actividades en general circulan unas ideas falsas o muy insuficientes. Las building societies inglesas no son en modo alguno... sociedades ni cooperativas de construcción; son más bien... lo que podría llamarse en alemán Hauserwerbvereine[**]. Estas asociaciones se asignan como finalidad constituir un fondo con las cotizaciones periódicas de sus miembros, que permitirá, en la medida de su cuantía, conceder préstamos a sus miembros para la adquisición de una casa... Así pues, la building society representa, para una parte de sus adheridos, el papel de una caja de ahorro, y para otra parte el de una casa de préstamos. Las building societies, son, por consiguiente, instituciones de crédito hipotecario adaptadas a las necesidades del obrero, y que utilizan fundamentalmente... los ahorros de los obreros... para ayudar a sus compañeros depositantes en la adquisición o la construcción de una casa. Como se puede presumir, dichos préstamos son otorgados contra una hipoteca sobre el inmueble correspondiente, de tal forma que su pago se efectúa mediante entregas a plazos cortos, en las que se incluye a la vez la amortización y el interés... Los intereses no se entregan a los depositantes, sino que son colocados en su cuenta a interés compuesto... La recuperación de los depósitos, así como de los intereses acumulados... puede hacerse en cualquier momento mediante previo aviso de un mes» (págs. 170-172).,«Existen en Inglaterra más de 2.000 sociedades de éste tipo... el capital total acumulado por ellas se eleva aproximadamente a quince millones de libras esterlinas, y unas 100.000 familias obreras se han convertido, gracias a este sistema en propietarias de sus hogares: es una conquista social difícil de igualar» (pág. 174).
Desgraciadamente, aquí también hay un «pero» que viene renqueando inmediatamente después:
«Pero esto no nos ofrece todavía, de ningún modo, una plena solución al problema de la vivienda, aunque sólo sea porque la adquisición de una casa... no resulta posible más que para los obreros que tienen una mejor situación... Las consideraciones sanitarias, en particular, son muchas veces insuficientemente respetadas» (pág. 176).
En el continente «estas asociaciones... encuentran un terreno de expansión muy limitado». Presuponen el sistema del cottage que aquí existe solamente en el campo. Pero en el campo los obreros todavía no están maduros para la mutualidad. Por otra parte, en las ciudades donde hubieran podido ser constituidas verdaderas cooperativas de construcción, «muy considerables y serias dificultades de todo género» se oponen a ello (pág. 179). Tales asociaciones sólo podrían construir cottages, y esto es imposible en las grandes ciudades. En resumen, «esta forma de mutualidad cooperativa» no podría, «en las condiciones actuales —y apenas si lo podrá en un porvenir próximo— representar el papel principal en la solución de la cuestión que nos ocupa». Estas cooperativas de construcción se encuentran todavía «en su fase inicial de desarrollo». «Esto vale incluso para Inglaterra» (pág. 181).
Así pues, los capitalistas no quieren y los obreros no pueden. Podríamos acabar aquí este capítulo si no fuese absolutamente indispensable dar algunas aclaraciones sobre las building societies inglesas que los burgueses a lo Schulze-Delitzsch muestran constantemente como ejemplo a nuestros obreros.
Estas building societies ni son sociedades obreras ni su finalidad principal es procurar a los obreros casas que les pertenezcan en propiedad. Veremos, al contrario, que esto no ocurre más que en casos muy excepcionales. Las building societies tienen un caracter esencialmente especulativo; las pequeñas sociedades que iniciaron el negocio no lo tienen menos que sus grandes imitadores. En alguna taberna —y generalmente a instigación del dueño—, donde luego se celebrarán las reuniones semanales, los clientes habituales y sus amigos, tenderos, dependientes, viajantes de comercio, artesanos y otros pequeños burgueses —de vez en cuando un obrero constructor de máquinas u otro de los que forman parte de la aristocracia de su clase— se agrupan en una cooperativa para la construcción de casas. El pretexto inmediato suele ser el hecho de haber descubierto el dueño de la taberna un solar en venta por un precio relativamente bajo en la vecindad o en un sitio cualquiera. Los miembros, en su mayoría, no están ligados a un lugar fijo por sus ocupaciones; incluso numerosos tenderos y artesanos no tienen en la ciudad más que un local comercial y ninguna vivienda. En cuanto puede, cada uno de ellos prefiere vivir en las afueras más bien que en la ciudad ahumada. Se compra el solar y se construye en él el mayor número posible de cottages. El crédito de los más acomodados hace posible su compra, mientras que las cotizaciones semanales, además de algunos pequeños empréstitos cubren los gastos semanales de la construcción. Los miembros que proyectan la adquisición de la propiedad de una casa reciben por sorteo sus cottages a medida que se van terminando, y lo que pagan como suplemento del alquiler permite la amortización del precio de la compra. Los otros cottages se alquilan o se venden. En cuanto a la sociedad de construcción, cuando hace buenos negocios, constituye una fortuna más o menos importante que pertenece a sus miembros en tanto éstos siguen efectuando el pago de sus cotizaciones, y que se reparte entre ellos de vez en cuando o al disolverse la sociedad. De cada diez sociedades de construcción inglesas, nueve viven así. Las otras son más importantes y se crean a veces con pretextos políticos o filantrópicos. Pero su finalidad principal es siempre ofrecer a la pequeña burguesía una mejor inversión de sus ahorros en hipotecas con un buen interés, y con la perspectiva de dividendos gracias a la especulación en bienes raíces.
Un prospecto distribuido por una de las más importantes, si no la mayor, de estas sociedades, nos enseña con qué clientela especulan. La "Birkbeck Building Society"[***], 29 and 30, "Southampton Buildings, Chancery Lane", en Londres —cuyos ingresos desde su fundación se han elevado a más de 10.500.000 libras esterlinas (70.000.000 de táleros), cuya cuenta en el banco y cuyas inversiones en papeles del Estado pasan de 416.000 libras esterlinas y que cuenta actualmente con 21.441 miembros y depositantes— se anuncia al público de la manera siguiente:
«Muchos son los que conocen el llamado sistema de los tres años de los fabricantes de pianos, que permite a todo el que alquila un piano por tres años llegar a ser, después de ese tiempo, propietario del mismo. Antes de la introducción de este sistema, resultaba para las personas que tenían ingresos limitados casi tan difícil adquirir un buen piano como una casa. Cada año se pagaba el alquiler del piano y se gastaba en total dos o tres veces más de lo que valía. Lo que se puede hacer con un piano también es posible con una casa... Pero, como una casa cuesta más que un piano..., se necesita un plazo más largo para amortizar su precio por el alquiler. Por esta razón los directores se han puesto de acuerdo con dueños de casas en distintos barrios de Londres y de sus alrededores, en virtud de lo cual pueden ofrecer a los miembros de la "Birkbeck Building Society" y a todos los que lo desean una gran variedad de casas en diferentes lugares de la ciudad. El sistema establecido por los directores es el siguiente: las casas se alquilan por una duración de doce años y medio, al cabo de los cuales, si el alquiler ha sido pagado regularmente, la casa pasa a ser propiedad absoluta del inquilino sin otro pago de ninguna clase... El inquilino puede también obtener, previo acuerdo, un plazo más reducido con un alquiler más elevado, o un plazo más largo con un alquiler más bajo... Las personas que tienen un ingreso limitado, los dependientes de comercio, empleados de almacenes, etc., pueden independizarse inmediatamente de todo propietario de casas, adhiriéndose a la "Birkbeck Building Society"».
No se puede hablar más claro. A los obreros no se les menciona en ningún momento, solamente se trata de personas con ingresos limitados, como los dependientes de comercio, los empleados de almacenes, etc., e incluso se supone que, por lo general, los futuros miembros poseen ya un piano. En realidad, pues, no se trata de obreros, sino de pequeños burgueses o de los que quieren y pueden llegar a serlo; de gente cuyos ingresos, aunque dentro de ciertos límites, aumentan, en general, progresivamente como, por ejemplo, los del dependiente de comercio o de otras ramas semejantes. Por el contrario, los ingresos de los obreros, en el mejor de los casos, permanecen cuantitativamente iguales, aunque, de hecho, bajan en la medida en que aumentan sus familias y crecen sus necesidades. En realidad, son muy pocos los obreros que pueden, a título de excepción, participar en tales sociedades. Por una parte, sus ingresos son demasiado bajos, y, por otra, son de naturaleza demasiado incierta para poder asumir compromisos por una duración de doce años y medio. Las pocas excepciones en que esto no es válido, son los obreros mejor pagados o los capataces[****].
Se ve claramente, por lo demás, que los bonapartistas de la ciudad obrera de Mulhouse no son más que unos pobres imitadores de las sociedades de construcción de los pequeños burgueses ingleses. Con la sola diferencia de que, a pesar de la ayuda que les presta el Estado, estafan todavía más a sus clientes que las sociedades de construcción inglesas. Sus condiciones son, en suma, menos liberales que las que prevalecen por término medio en Inglaterra. Mientras que en Inglaterra se tiene en cuenta el interés simple y compuesto de los pagos efectuados y todo esto es reembolsado mediante previo aviso de un mes, los fabricantes de Mulhouse se embolsan los intereses simples y compuestos y no reembolsan más que las entregas efectuadas en monedas sonantes de cinco francos. Y nadie se extrañará más de esta diferencia que el propio Sr. Sax, quien menciona todo esto en su libro sin enterarse.
La mutualidad obrera, pues, tampoco sirve. Queda el apoyo del Estado. ¿Qué nos ofrece el Sr. Sax, en este terreno? Tres cosas:
«Primero: el Estado ha de prever en su legislación y en su administración que todo cuanto, de una manera o de otra, conduce a aumentar la penuria de la vivienda de las clases trabajadoras sea abolido o remediado en forma apropiada» (pág. 187)
O sea: revisión de la legislación que concierne a la construcción de viviendas y libertad para la industria de la construcción, a fin de que las obras resulten más baratas. Pero en Inglaterra esta legislación está reducida al mínimo y la industria de la construcción es libre cual pájaro en el aire, y esto no impide que exista penuria de la vivienda. Además, en Inglaterra se construye tan barato que las casas tiemblan cuando pasa una carreta, y no transcurre día sin que se hundan algunas. Todavía ayer, 25 de octubre de 1872, en Manchester, se hundieron de una vez seis casas y seis obreros resultaron gravemente heridos. Así pues, tampoco esto sirve.
«Segundo: el poder del Estado debe impedir que cualquiera, en su individualismo limitado, difunda o provoque este mal».
O sea: inspeccionar las viviendas obreras por las autoridades de sanidad y por los inspectores de la construcción; conferir a las autoridades facultad para cerrar las viviendas malsanas y en mal estado de construcción, como se ha practicado en Inglaterra desde 1857. Pero ¿cómo fue practicado esto en realidad? La primera ley de 1855 (Nuisances Removal Act [*****]) ha sido «letra muerta», como reconoce el propio Sr. Sax, lo mismo que la segunda ley de 1858 (Local Government Act [******]) (pág. 197). El Sr. Sax cree, en cambio, que la tercera ley (Artisans' Dwellings Act [******]), que rige únicamente para las ciudades de más de 10.000 habitantes, es «por cierto una prueba favorable de la profunda comprensión de las cuestiones sociales por el parlamento británico» (pág. 199). Pero en realidad, esta afirmación no constituye más que una «prueba favorable» del absoluto desconocimiento de las «cuestiones» inglesas por el Sr. Sax. Ni que decir tiene que Inglaterra es mucho más avanzada que el continente en cuanto a «cuestiones sociales». Inglaterra es la patria de la gran industria moderna; allí es donde el modo de producción capitalista se ha desarrollado más libre y ampliamente, y es allí también donde las consecuencias de este modo de producción se han manifestado más claramente y donde primero han provocado, por lo tanto, una reacción legislativa. La mejor prueba nos la ofrece la legislación fabril. Pero si el Sr. Sax piensa que basta con que un acta parlamentaria tenga fuerza de ley para encontrar inmediatamente su aplicación en la práctica, se equivoca de medio a medio. Y esto puede aplicarse al Local Government Act mejor que a ninguna otra acta parlamentaria (a excepción, en todo caso, del Workshops' Act [*******]). La aplicación de esta ley se encomendó a las autoridades municipales, las cuales constituyen en casi toda Inglaterra el centro reconocido de la corrupción en todas sus formas, del nepotismo y del jobbery [*********]. Los agentes de estas autoridades municipales, que debían su cargo a toda clase de consideracionos de familia, o bien eran incapaces o bien no tenían el propósito de aplicar tales leyes sociales, mientras que en Inglaterra, precisamente, los funcionarios del Estado encargados de la preparación y de la aplicación de las leyes sociales se distinguen generalmente por un cumplimiento estricto de su deber, a pesar de que esto sea hoy menos cierto que hace veinte o treinta años. En los ayuntamientos, los propietarios de casas insalubres o ruinosas están casi siempre poderosamente representados, directa o indirectamente. La elección de ayuntamientos por pequeñas circunscripciones hace que los elegidos dependan de los más menudos intereses e influencias locales. Ningún concejal que pretenda ser reelegido se atreverá a votar la aplicación de esta ley social en su circunscripción. Se comprende así la resisteneia con que tropezó esta ley en casi todas partes entre las autoridades locales. Hasta ahora, solamente en los casos más escandalosos —a menudo después de haberse declarado una epidemia, como el año pasado en Manchester y en Salford, donde cundió la viruela— ha sido aplicada la ley. Los recursos ante el ministro del Interior, hasta el presente, sólo han dado resultado en casos parecidos, pues el principio de todo Gobierno liberal en Inglaterra es no proponer leyes de reformas sociales más que obligado por la necesidad más apremiante, y hacer todo lo posible para no aplicar las ya existentes. La ley en cuestión, como otras muchas en Inglaterra, sólo tiene valor por cuanto en manos de un gobierno dominado o presionado por los obreros, y que realmente la aplique al fin, se convertirá en un arma poderosa capaz de abrir brecha en el orden social presente.
«En tercer lugar», el poder del Estado debe, según el Sr. Sax, «aplicar en la más vasta escala todas las medidas positivas de que dispone para remediar la actual penuria de la vivienda».
Dicho de otro modo, el Estado debe construir cuarteles, «verdaderos edificios modelos, para «sus funcionarios inferiores y servidores» (¡pero éstos no son obreros!) y «conceder créditos a los organismos municipales, a las sociedades y también a particulares, con el fin de mejorar las viviendas de las clases trabajadoras» (pág. 203), tal como se hace en Inglaterra según el Public Works Loan Act [*********] y como lo hizo Luis Bonaparte en París y en Mulhouse. Pero, el Public Works Loan Act tampoco existe más que sobre el papel. El Gobierno pone a disposición de los comisarios a lo sumo 50.000 libras esterlinas, o sea, lo necesario para construir 400 cottages como máximo; así, en cuarenta años tendremos 16.000 cottages o habitaciones para 80.000 personas todo lo más: ¡una gota de agua en el mar! Aún admitiendo que, al cabo de 20 años, los medios financieros de la comisión se hayan duplicado gracias a los reembolsos, y que se pueda así, en el transcurso de los 20 años siguientes, construir habitaciones para 40.000 personas más, esto seguirá siendo una gota en el mar. Y como los cottages no duran por término medio más allá de 40 años, después de ese plazo se necesitarán cada año cincuenta o cien mil libras esterlinas líquidas para reemplazar los cottages más viejos y ruinosos. Es esto lo que el Sr. Sax llama en la página 203 aplicar correctamente el principio en la práctica «y en proporciones ilimitadas». Después de confesar que el Estado, incluso en Inglaterra, no ha realizado prácticamente nada en «proporciones ilimitadas», el Sr. Sax termina su libro, aunque no sin haber lanzado antes otro sermón a todos los interesados [**********].
Es claro como la luz del día que el Estado actual no puede ni quiere remediar la plaga de la vivienda. El Estado no es otra cosa que el poder organizado conjunto de las clases poseedoras, de los terratenientes y de los capitalistas, dirigido contra las clases explotadas, los campesinos y los obreros. Lo que los capitalistas (y sólo de éstos se trata aquí, pues los terratenientes que también participan en este asunto aparecen ante todo como capitalistas) tomados individualmente no quieren, su Estado no lo quiere tampoco. Si, pues, los capitalistas aislados deploran la miseria de la vivienda, pero apenas hacen nada para paliar aunque sea superficialmente sus consecuencias más espantosas, el capitalista conjunto, el Estado, no hará mucho más. El Estado se preocupará todo lo más de conseguir que las medidas de uso corriente, con las que se obtiene un paliativo superficial, sean aplicadas en todas partes de manera uniforme y ya hemos visto que efectivamente es así.
Podría objetarse que en Alemania todavía no impera la burguesía, que el Estado es allí todavía un poder en cierta medida independiente y situado por encima de la sociedad, y que, por esta razón, representa los intereses conjuntos de la misma y no los de una sola clase. Tal Estado podría hacer lo que no puede un Estado burgués; y se tiene perfecto derecho a esperar de él cosas muy distintas también en el dominio social.
Este es el lenguaje de los reaccionarios. En realidad, el Estado, tal como existe en Alemania, es igualmente un producto necesario de la base social de la que se ha originado. En Prusia —y Prusia tiene hoy una significación decisiva— existe junto a una nobleza latifundista, todavía poderosa, una burguesía relativamente joven y notablemente cobarde que, hasta el presente, no se ha apropiado ni el poder político directo, como en Francia, ni el más o menos indirecto, como en Inglaterra. Pero junto a estas dos clases, hay un proletariado intelectualmente muy desarrollado, que crece rápidamente y se organiza cada día más. Encontramos aquí, pues, junto a la condición fundamental de la antigua monarquía absoluta: el equilibrio entre la nobleza terrateniente y la burguesía, la condición fundamental del bonapartismo moderno: el equilibrio entre la burguesía y el proletariado. Pero lo mismo en la antigua monarquía absoluta que en la monarquía bonapartista moderna, el verdadero poder gubernamental se encuentra en manos de una casta particular de oficiales y de funcionarios que en Prusia se recluta en parte entre sus propias filas, en parte entre la pequeña nobleza de mayorazgo, más raramente entre la gran nobleza, y en menor medida aún entre la burguesía. La autonomía de esta casta, que parece mantenerse fuera y, por decirlo así, por encima de la sociedad, confiere al Estado un viso de autonomía respecto de la sociedad.
La forma de Estado que se ha desarrollado con la necesaria consecuencia en Prusia (y, siguiendo su ejemplo, en la nueva constitución imperial de Alemania), es, en estas condiciones sociales sumamente contradictorias, un constitucionalismo aparente. Una forma que es tanto la forma actual de descomposición de la antigua monarquía absoluta como la forma de existencia de la monarquía bonapartista. El constitucionalismo aparente de Prusia fue, de 1848 a 1866, la forma que encubrió y facilitó la lenta descomposición de la monarquía absoluta. Pero, desde 1866, y sobre todo desde 1870, la subversión de las condiciones sociales, y por tanto la descomposición del antiguo Estado, se muestra a los ojos de todos y toma proporciones gigantescas. El rápido desarrollo de la industria y principalmente de los negocios bursátiles fraudulentos precipitó a todas las clases dominantes en el torbellino de la especulación. La corrupción en gran escala importada de Francia en 1870 se desarrolla con un ritmo inaudito. Strousberg y Pereire se tienden la mano. Ministros, generales, príncipes y condes compiten en las especulaciones bursátiles con los bolsistas judíos más tramposos, a los cuales reconoce el Estado la igualdad haciéndoles barones al por mayor. Los aristócratas rurales, dedicados desde hace mucho a la industria, como fabricantes de azúcar de remolacha o destiladores de aguardiente, han olvidado desde hace mucho los buenos tiempos de otra época y adornan hoy con sus nombres las listas de directores de toda clase de sociedades por acciones, sean o no respetables. La burocracia, que desdeña cada vez más los desfalcos como único medio de mejorar su sueldo, vuelve la espalda al Estado y se dedica a la caza de puestos más lucrativos en la administración de las empresas industriales; los burócratas que quedan en activo siguen el ejemplo de sus jefes: especulan con las acciones, o bien «participan» en los ferrocarriles, etc. Incluso tiene fundamento creer que los tenientes mismos meten sus finas manos en alguna especulación. En suma, la descomposición de todos los elementos del antiguo Estado, la transición de la monarquía absoluta a la monarquía bonapartista está en plena marcha, y en la próxima gran crisis industrial y comercial se hundirán, no solamente las estafas actuales, sino también el viejo Estado prusiano[***********].
¿Y es este Estado, cuyos elementos no burgueses se aburguesan cada día más, quien ha de resolver la «cuestión social», o siquiera la cuestión de la vivienda? Al contrario. En todas las cuestiones económicas el Estado prusiano cae cada vez más en manos de la burguesía; y si, como es el caso, la legislación posterior a 1866 en el orden económico no se ha adaptado aún más a los intereses de la burguesía, ¿de quién es la culpa? En gran parte corresponde a la burguesía misma, la cual, en primer lugar, es demasiado cobarde para defender enérgicamente sus reivindicaciones, y, en segundo término, se resiste a toda concesión que pueda dar al mismo tiempo nuevas armas al proletariado amenazador. Y si el poder del Estado, es decir, Bismarck, intenta organizar un proletariado a su servicio, para poner freno a la acción política de la burguesía, ¿qué es esto sino un procedimiento bonapartista, necesario y bien conocido, que no obliga a nada más, respecto de los obreros, que a unas cuantas frases complacientes y, todo lo más, a un apoyo mínimo del Estado a sociedades para la construcción de viviendas a lo Luis Bonaparte?
No se encuentra mejor demostración de lo que los obreros pueden esperar del Estado prusiano, que la utilización de los miles de millones de francos franceses [29], que han dado a la independencia de la máquina del Estado prusiano respecto de la sociedad una nueva y breve prórroga. ¿Ha habido un solo tálero de estos miles de millones que fuese empleado en construir un refugio para las familias obreras berlinesas lanzadas a la calle? Muy al contrario. Cuando llegó el otoño, el propio Estado hizo demoler las pocas miserables barracas que durante el verano les habían servido de vivienda ocasional. Los cinco mil millones han seguido el camino trillado, y se han ido rápidamente en fortificaciones, en cañones y en soldados; y a pesar de las botaratadas de Wagner [30], a pesar de las conferencias de Stieber con Austria [31], no se utilizará de estos miles de millones en favor de los obreros alemanes ni siquiera lo que Luis Bonaparte consagró a los obreros franceses de los millones que estafó a Francia.
[*] Sociedades constructoras de viviendas. (N. de la Edit.)
[**] Asociaciones para la adquisición de casas. (N. de la Edit.)
[***] Sociedad de Construcción Birkbeck. (N. de la Edit.)
[****] Añadiré aquí unos pocos datos relativos a la actividad de estas sociedades, principalmente de las londinenses. Como se sabe, casi todos los terrenos de la ciudad de Londres pertenecen aproximadamente a una docena de aristócratas, entre los cuales figuran como los más elevados, los duques de Westminster, de Bedford, de Portland, etc. Estos empezaron alquilando terrenos para la edificación por 99 años y, al vencimiento de este plazo, se han convertido en propietarios de los terrenos y de todo lo que había encima. Alquilaron después las casas por un plazo más corto, 39 años por ejemplo, y según un contrato de los llamados de arriendo con reparación (repairing lease), por virtud del cual el arrendatario de la casa debe ponerla y mantenerla en buen estado. A la firma del contrato, el propietario envía a su arquitecto y a un inspector (surveyor) de la policía de la construcción del distrito para inspeccionar la casa y fijar las reparaciones necesarias. Estas son a menudo de gran envergadura y exigen incluso el revoque de toda la fachada, la renovación del tejado, etc. El arrendatario deposita entonces el contrato de arrendamiento como garantía en una sociedad de construcción y recibe de ésta en préstamo el dinero necesario —hasta mil libras esterlinas y aún más por un alquiler anual de 130 a 150 libras— para efectuar a su costa las reparaciones estipuladas. Estas sociedades de construcción se han convertido así en un intermediario importante dentro de un sistema cuya finalidad es renovar y mantener en buen estado las casas de Londres, propiedad de los grandes aristócratas latifundistas, sin ningún esfuerzo por parte de éstos y exclusivamente a expensas del público.
¡Y esto es lo que se propone como solución del problema de la vivienda para los obreros! (Nota de Engels para la edición de 1887.)
Ley sobre la eliminación de los focos de infección. (N. de la Edit.)[******] Ley sobre la administración local. (N. de la Edit.)
[*******] Ley sobre las viviendas de los artesanos. (N. de la Edit.)
[********] Ley sobre los talleres. (N. de la Edit.)
[*********] Jobbery significa servirse de un cargo público en interés privado del funcionario o de su familia. Si, por ejemplo, el jefe de la administración de Telégrafos de un Estado se asocia secretamente con una fábrica de papel, le entrega madera de sus bosques y le hace pedidos de papel para las oficinas de Telégrafos, tenemos aqui un «job» (negocio) bastante pequeño, bien es cierto, pero suficiente para darnos una idea cabal de los principios del jobbery, idea que, por lo demás, sería natural en Bismarck y podría esperarse de él.
[**********] Ley sobre los créditos para obras públicas. (N. de la Edit.)
[***********] Ultimamente, en las actas del parlamento inglés —que han conferido a las autoridades londinenses encargadas de las cuestiones de la vivienda el derecho de expropiación con vistas al trazado de nuevas calles— se ha empezado a prestar cierta atención a los obreros que a consecuencia de esto se quedan sin vivienda. Se ha dispuesto que las nuevas viviendas que sean construidas habrán de ser apropiadas para albergar a las clases de la población que vivían en los inmuebles destruidos. Se están construyendo pues, en los terrenos de menos valor, grandes cuarteles-vivienda de cinco o seis pisos para los obreros, cumpliéndose así la letra de la ley. Queda por saber cuál será el resultado de esta iniciativa, a la que los obreros no están habituados y que es tan poco común en las antiguas condiciones de Londres. No obstante, en el mejor de los casos, los nuevos edificios apenas proporcionarán alojamiento para la cuarta parte de los obreros desalojados por el nuevo trazado de las calles. (Nota de Engels para la edición de 1887.)
[*************] Lo que hace que todavía hoy, en 1886, el Estado prusiano y su base la alianza de la gran propiedad territorial y el capital industrial, sellada con la protección aduanera, se mantengan juntos, es sólo el miedo al proletariado, que desde 1872 se ha desarrollado enormemente en número y en conciencia de clase. (Nota de Engels para la edición de 1887.)
[29] 128. Se alude al tratado preliminar de paz entre Francia y Alemania firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 por Thiers y J. Favre, de una parte, y Bismarck, de otra. Según las condiciones del tratado, Francia cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte oriental de Lorena y le pagaba una contribución de guerra de 5 mil millones de francos. El tratado definitivo de paz fue firmado en Francfort del Meno el 10 de mayo de 1871.- 193, 222, 314, 371
[30] 263. Engels se refiere a las afirmaciones de Wagner en varios libros e intervenciones de que la reanimación de la coyuntura en Alemania después de la guerra franco-prusiana y, sobre todo, merced a los 5 mil millones de francos de contribución de guerra mejoraría considerablemente la situación de los trabajadores.- 371.
[31] 264. Trátase de las negociaciones entre los emperadores alemán y austríaco y sus cancilleres en agosto de 1871, en Gastein, y en septiembre de 1871, en Salzburgo. Engels las califica de conferencias «a lo Stieber», que es como se llamaba el jefe de la policía política prusiana. Con eso, Engels subraya el carácter reaccionario policíaco de las mismas.- 371.