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Escrito: Enero de 1873.
Primera edición: En el libro: Karl Marx, as Kapital. Kritik der politischen Oekonomie. Erster Band. Zweite verbesserte,
Auflage, Hamburg, 1872..
Digitalización y Edición Electrónica: Ediciones Bandera Roja.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Para comenzar tengo que señalar a los lectores de la primera edición los cambios efectuados en la segunda. Salta a la vista la estructura más clara del libro. Las notas suplementarias vienen marcadas en todas partes como notas a la segunda edición. En cuanto al propio texto, lo esencial se reduce a lo siguiente.
En el capítulo I, sección 1, la deducción del valor a partir del análisis de las ecuaciones, en las que se expresa todo valor de cambio, se ha realizado con un mayor rigor científico. Del mismo modo, la relación entre la sustancia del valor y la determinación de la magnitud de éste mediante el tiempo de trabajo socialmente necesario, a la que sólo se ha hecho alusión en la primera edición, se expone explícitamente en la segunda. El capítulo I, sección 3 (La forma del valor) ha sido revisado completamente, puesto que, en la primera edición, el problema se expuso dos veces. De paso diré que esta doble exposición se debe a mi amigo el Doctor L. Kugelmann, de Hannover. Yo lo visité en la primavera de 1867, cuando las primeras pruebas llegaron de Hamburgo, y me convenció que para la mayoría de los lectores era necesaria una explanación suplementaria, más didáctica de la forma del valor. La última parte del primer capítulo (El fetichismo de la mercancía) ha sido modificado en gran medida. La parte 1 del capítulo III (Medida de valores) fue revisada minuciosamente, ya que, en la
primera edición, la sección había sido tratada con cierta ligereza, al hacerse referencia a la explicación dada ya en el libro Contribución a la crítica de la Economía política, Berlín, 1859. El capítulo VII, en particular la sección 2, fue rehecho considerablemente.
Sería inútil señalar todos los cambios parciales del texto que, en muchos casos, son nada más que de estilo. Están dispersos en todo el libro. Sin embargo, al revisar la traducción francesa, que va a salir en París, he visto que algunas partes del original alemán necesitan una revisión a fondo, mientras que otras requieren una redacción de estilo o la supresión de fallas ocasionales. Pero me faltó tiempo para eso, ya que sólo en otoño de 1871, estando ocupado en otros trabajos inaplazables, me informaron que el libro se había agotado y que se comenzaría a imprimir la segunda edición ya en enero de 1872.
La acogida que ha obtenido rápidamente El Capital entre los vastos medios de la clase obrera alemana es la mejor recompensa de mi trabajo. El señor Mayer, fabricante de Viena, que en los problemas de Economía representa el punto de vista burgués, señala con razón en un folleto[1] aparecido durante la guerra franco-prusiana[2] que la gran capacidad de pensamiento teórico, considerada como patrimonio hereditario de los alemanes, ha desaparecido enteramente en las llamadas clases cultas de Alemania, para reaparecer, en cambio, entre la clase obrera[3].
Hasta ahora, en Alemania, la Economía política ha sido una ciencia extranjera. Gustavo von Gülich, en su Geschichtliche Darstellung des Handels, de Gewerbe etc. («Exposición histórica del comercio, de los oficios...»), sobre todo en los dos primeros tomos de dicha obra, salidos en 1830, pone en claro ya en gran parte las condiciones históricas que impedían en nuestro país el progreso del modo de producción capitalista y, por tanto, la formación de la sociedad burguesa moderna. Por tanto, no había base vital para la Economía política. Esta última se importaba de Inglaterra y Francia como artículo hecho; los profesores alemanes de Economía política eran unos escolares. La expresión teórica de la realidad ajena se convirtió en sus manos en una colección de dogmas interpretados en el espíritu del mundo pequeñoburgués que les rodeaba, es decir, de manera tergiversada. Incapaces de ahogar el sentimiento de su impotencia científica y la desagradable conciencia de tener que desempeñar el papel de maestros en una esfera que les era realmente ajena, procuraron encubrirse con la aparente riqueza de erudición histórica y literaria o añadiendo materiales completamente extraños del dominio de las llamadas ciencias camerales, de esa mescolanza de distintos datos, cuyo purgatorio debía resistir todo candidato a burócrata alemán lleno de esperanzas.
A partir de 1848, la producción capitalista se ha desarrollado rápidamente en Alemania, y en el presente está experimentando ya el pleno florecimiento especulativo. Pero, en cuanto a nuestros economistas profesionales, la suerte les sigue siendo desfavorable. Mientras tenían la posibilidad de ocuparse imparcialmente de la Economía política, en la realidad alemana no había relaciones económicas modernas. Y cuando éstas aparecieron, existían ya unas circunstancias que no admitían la posibilidad de estudio imparcial de dichas relaciones dentro del cuadro de los horizontes burgueses. Por cuanto la Economía política es burguesa, es decir, por cuanto no ve en el régimen capitalista una fase históricamente transitoria del desarrollo, sino, al contrario, la forma absoluta y final de la producción social, puede seguir siendo científica sólo mientras la lucha de clases se halle en estado latente o se manifieste en fenómenos aislados o esporádicos.
Veamos el caso de Inglaterra. Su Economía política clásica pertenece al período de lucha de clases no desarrollada. Ricardo, su último gran representante, en fin de cuentas, toma conscientemente como punto de partida de su investigación el antagonismo de los intereses de clase, del salario y la ganancia, de la ganancia y la renta del suelo, considerando ingenuamente este antagonismo como una ley natural de la vida social. A la par con ello, la ciencia económica burguesa alcanzó su último límite, infranqueable ya para ella. Ya en vida de Ricardo, y en oposición a él, apareció la crítica de la Economía política burguesa, personificada por Sismondi[*].
El período siguiente, el de 1820 a 1830, se distingue en Inglaterra por una gran actividad científica en la esfera de la Economía política. Es una época de divulgación y propagación de la teoría de Ricardo y, a la vez, de su lucha contra la vieja escuela. Tienen lugar brillantes torneos. Lo hecho en esa época por los economistas se conoce poco en el continente europeo, ya que la polémica se dispersa en su mayor parte en artículos de revista, folletos y otros impresos ocasionales. La situación contemporánea explica el carácter libre de dicha polémica, aunque la teoría de Ricardo se empleaba ya a la sazón, como excepción, como arma para atacar a la economía burguesa. Por una parte, la propia gran industria apenas salía de la infancia, como lo muestra ya el que sólo con la crisis de 1825 comience el ciclo periódico de su vida moderna. Por otra parte, la lucha de clases entre el capital y el trabajo fue relegada a segundo plano: en la palestra política
[*] V. mi trabajo Contribución a la crítica de la Economía política. Berlín, 1859, pág. 39.
la ofuscaba la discordia entre los señores feudales y los gobiernos unidos en torno a la Santa Alianza[4], de un lado, y las masas populares dirigidas por la burguesía, de otro lado; en la palestra económica, la ofuscaban las disensiones entre el capital industrial y la propiedad aristocrática sobre la tierra, que en Francia se ocultaban tras el antagonismo entre la propiedad parcelaria y la gran propiedad de la tierra, y en Inglaterra, a partir de las leyes cerealistas[5], se manifestaban abiertamente. Las publicaciones sobre Economía política en Inglaterra de dicha época recuerdan el período de embate en Economía política en Francia después de la muerte del Doctor Quesnay, pero sólo como el veranillo de San Miguel recuerda la primavera. En 1830 sobreviene la crisis que lo decide todo de golpe.
En Francia y en Inglaterra, la burguesía conquista el poder político. Desde este momento, la lucha de clases, práctica y teórica, va adquiriendo formas cada vez más acusadas y amenazadoras. Al propio tiempo suena la hora final de la Economía política burguesa. A partir de ese período ya no se trata de si es justo o no uno u otro teorema, sino de si es útil o perjudicial para el capital, de si es cómodo o incómodo, de si coincide o no con los razonamientos de la policía. La investigación desinteresada cede lugar al pugilato pagado, las investigaciones científicas imparciales son sustituidas por las de mala fe y la apologética servil. Por cierto, los insignificantes tratados, con los que la Liga contra las leyes cerealistas, bajo los auspicios de los fabricantes Cobden y Bright, importuna el público, ofrecen aún cierto interés, si no científico, al menos histórico, merced a sus ataques contra la aristocracia propietaria de tierras. Ahora bien, la legislación librecambista[6] de Sir Robert Peel arranca a la Economía política vulgar este último aguijón.
La revolución continental de 1848 tuvo también repercusión en Inglaterra. Los hombres que tenían todavía la pretensión de científicos y que aspiraban a ser algo más que simples sofistas y sicofantes de las clases dominantes procuraban conciliar la Economía política del capital con las demandas del proletariado, de las que ya no podía más hacer caso omiso. De ahí el somero sincretismo representado mejor que nadie por John Stuart Mill. Es la declaración de la bancarrota de la Economía política burguesa, como lo ha mostrado, magistralmente N. Chernyshevski, gran sabio y crítico ruso, en su Ensayo de Economía política según Mill.
Así, en Alemania, el modo capitalista de producción maduró sólo después de manifestarse su carácter antagónico en Inglaterra y en Francia en las violentas batallas de la lucha histórica, con la particularidad de que el proletariado alemán ya poseía una conciencia teórica de clase mucho más clara que la burguesía
alemana. Por tanto, en cuanto surgieron aquí las condiciones en que la Economía política burguesa, como ciencia, parecía posible, era en realidad ya imposible.
En tales circunstancias, sus portavoces se dividieron en dos campos. Unos, prudentes, ambiciosos y prácticos, se agruparon en torno de la bandera de Bastiat, el representante más banal y, por ende, más logrado de la apologética de la Economía vulgar. Otros, enteramente penetrados de la dignidad profesoral de su ciencia, siguieron a John Stuart Mill en su tentativa de conciliar lo inconciliable. Los alemanes, en el período de la decadencia de la Economía política burguesa, al igual que en el período clásico de la misma, no pasaron de simples escolares, adoradores e imitadores, de miserables tenderos al servicio de las grandes firmas extranjeras.
Por consiguiente, el desarrollo histórico peculiar de la sociedad alemana descarta todo progreso original de la Economía política burguesa, pero no la posibilidad de criticarla. Por cuanto tal crítica en general representa a una clase, sólo puede representar a la clase que tiene como misión histórica el destruir el modo de producción capitalista y abolir definitivamente las clases, es decir, sólo puede representar al proletariado.
Los portavoces sabios e ignorantes de la burguesía alemana intentaron inicialmente recurrir a la conspiración del silencio contra El Capital, como lo habían conseguido en lo tocante a mis trabajos más tempranos. Pero, en cuanto esta táctica dejó de responder a las condiciones de la época, publicaron, so pretexto de criticar mi libro, instrucciones para «calmar la conciencia burguesa». Pero tropezaron, en la prensa obrera —véanse, por ejemplo, los artículos de Joseph Dietzgen en Volksstaat[7]— con adversarios más fuertes que ellos, que hasta hoy no han recibido respuesta.[*]
[*] Los charlatanes desvariados de la Economía política vulgar alemana arremeten contra el estilo y el modo de exposición de El Capital. Nadie puede juzgar más severamente que yo mismo las deficiencias literarias de mi trabajo. Sin embargo, para información y satisfacción de estos señores y su público citaré aquí dos críticas: una inglesa, y otra, rusa. La Saturday Review[8], indiscutiblemente hostil a mis puntos de vista, dice en su nota acerca de la primera edición alemana que el modo de exposición «les da a las cuestiones económicas más áridas un encanto (charm) peculiar». La Gaceta de San Petersbargo (St.-Peterburgskie Védomosti)[9] del 8 (20) de abril de 1872 observa, entre otras cosas: «La exposición de su trabajo (excepto algunas particularidades muy especiales) se distingue por la claridad y la facilidad de comprensión y, a despecho de la dificultad científica de la materia, por su extraordinaria vivacidad. En este sentido, el autor... está lejos de parecerse a la mayoría de los sabios alemanes, que... escriben sus obras en un lenguaje tan oscuro y seco que a los simples mortales se les rompe la cabeza». A los lectores de la actual literatura profesoral del liberalismo nacional alemán no se les rompe la cabeza, sino muy otra cosa.
Una excelente traducción rusa de El Capital apareció en la primavera de 1872, en Petersburgo. La edición de 3.000 ejemplares está ya casi agotada. Ya en 1871, el señor N. I. Sieber, profesor de Economía política de la Universidad de Kíev, en su trabajo Teoria chennosmi i kapimaka D. Rikardo («La teoría del valor y del capital de D. Ricardo»), mostró que mi teoría del valor, del dinero y del capital era, en sus rasgos fundamentales, un continuo y necesario desarrollo de la doctrina de Smith-Ricardo. Al conocer este valioso libro, al lector de la Europa Occidental le sorprende la aplicación consecuente del adoptado punto de vista puramente teórico.
El método empleado en El Capital ha sido poco comprendido, como ya lo demuestran las nociones contradictorias que acerca de él se han formado.
Así, la Revue Positiviste[10] de París me echa en cara, por una parte, que trato la Economía de un modo metafísico y, por otra —¡adivinen ustedes qué!, que me limito a un simple análisis crítico de los datos, en lugar de prescribir recetas (¿comtistas?) para los figones del futuro. Respecto a la acusación de metafísico, he aquí lo que escribe el profesor Sieber:
«En lo tocante a la teoría propiamente dicha, el método de Marx es el método deductivo de toda la escuela inglesa, cuyos inconvenientes y cuyas ventajas son comunes a todos los mejores teóricos de la Economía».[11]
El señor M. Block —Les Théoriciens du Socialisme en Allemagne. Extrait du «Journal des Economistes», juillet et août 1872[*]— encuentra que mi método es analítico y dice, entre otras cosas
«Par cet ouvrage M. Marx sel classe parmi les esprits analytiques les plus éminents.[**]
Los críticos alemanes claman naturalmente contra la sofística hegeliana. Véstnik Evropy[12] de San Petersburgo, en un artículo dedicado exclusivamente al método de El Capital (número de mayo de 1872, págs. 427-436), encuentra que mi método de investigación es rigurosamente realista, pero lamenta que el método de exposición sea del tipo dialéctico alemán. El autor[***] dice:
«Al primer golpe de vista, juzgando por la forma externa de la exposición, Marx es un filósofo idealista a ultranza. Y esto, en el sentido «alemán», es decir, en el sentido malo de la palabra. De hecho es infinitamente más realista que todos los que le han antecedido en el campo de la crítica económica... No hay ni asomo de razón para calificarle de idealista».
[*] Los teóricos del socialismo en
Alemania. Artículo publicado en los números de julio y agosto de 1872 del Journal
des Economistes. (N. de la Edit.)
[**] «Con esta obra, el señor Marx se sitúa
entre los espíritus analíticos más eminentes». (N. de la Edit.)
[***] I. Kaufman. (N. de la Edit.)
No puedo contestar mejor al escritor, que citando extractos de su propia crítica que, ciertamente, pueden interesar a algunos de mis lectores para los cuales el original ruso no es accesible.
Después de una cita de mi prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía política, Berlín, 1859, págs. IV-VII[*], en el que expongo el fundamento materialista de mi método, el escritor continúa así:
«Para Marx sólo hay una cosa importante: descubrir la ley que rige los fenómenos de cuya investigación se ocupa. Y no le interesa sólo la ley que los rige cuando tienen una forma determinada y una determinada relación, tal como se les puede observar en un período dado. Le interesa, además, la ley de su mudanza, de su desarrollo, es decir, de su paso de una forma a otra, de un orden de relaciones a otro. En cuanto ha descubierto esta ley, investiga detalladamente los efectos por los cuales se manifiesta en la vida social... En consonancia con eso, Marx se ocupa solamente de una cosa: de demostrar, mediante una investigación científica precisa, la necesidad de determinados órdenes de relaciones sociales, y de comprobar, con toda la exactitud posible, los hechos que le sirven de punto de partida y de punto de apoyo. Y le basta plenamente, si, al demostrar la necesidad del orden actual, demuestra también la necesidad de otro orden que inevitablemente habrá de nacer del primero, sin importar para ello el que los hombres crean o no crean, tengan o no tengan conciencia de ello. Marx considera el movimiento social como un proceso histórico-natural sujeto a leyes que no sólo no dependen de la voluntad, de la conciencia ni de los propósitos de los hombres, sino que, por el contrario, son las que determinan esta voluntad, esta conciencia y estos propósitos... Si el elemento consciente desempeña un papel tan subordinado en la historia de la cultura, ni que decir tiene que la crítica de esta misma cultura menos que nada puede tener por base ninguna forma de la conciencia como tampoco ningún resultado de la conciencia. En otras palabras: el punto de partida de ella no puede, en modo alguno ser la idea, sino solamente el fenómeno exterior. La crítica debe consistir en comparar, confrontar, cotejar un hecho, no con una idea, sino con otro hecho. Para ella importa sólo que los dos hechos estén investigados con la mayor exactitud posible y que, el uno con respecto al otro, representen realmente diferentes fases de desarrollo, siendo, además, importante que el orden y la sucesión de las diversas fases de desarrollo así como sus conexiones sean estudiados con no menos rigor... Algún lector tal vez pueda decirnos... que las leyes generales que rigen la vida económica son las mismas, tanto si se aplican al presente como al pasado. Marx niega precisamente esa idea. Para él no existen tales leyes generales... Por el contrario, cada gran período histórico tiene, según él, sus leyes propias... Pero en cuanto la vida ha superado cierto período de desarrollo, ha salido de una fase y ha entrado en otra, empieza a regirse ya por otras leyes. En una palabra, la vida económica presenta en este caso un cuadro análogo al que observamos en otras categorías de fenómenos biológicos... Los viejos economistas no comprendían la naturaleza de las leyes económicas, al considerarlas de la misma naturaleza que las leyes de la Física y de la Química... Un análisis más profundo de los fenómenos demuestra que los organismos sociales se diferencian unos de otros tan profundamente como los organismos animales y vegetales... La diferente estructura de estos organismos, la diversidad de sus órganos, las distintas condiciones en que éstos tienen que funcionar, etc., hacen que un
[*] Véase la presente edición, t. 1, págs. 517-519. (N. de la Edit.)
mismo fenómeno pueda regirse por leyes completamente distintas en las diferentes fases de su desarrollo... Marx se niega a reconocer, por ejemplo, que la ley de la población sea siempre y en todas partes, para todas las épocas y para todos los lugares la misma; y afirma, por el contrario, que cada fase de desarrollo tiene su propia ley de la población... Los distintos grados de productividad implican consecuencias distintas, y también, por tanto, serán distintas las leyes que las rijan. Al plantearse, pues, la tarea de analizar y explicar la organización económica capitalista, Marx no hace sino formular de un modo rigurosamente científico el objetivo que debe perseguir toda investigación exacta de la vida económica... El valor científico de semejante investigación consiste en aclarar las leyes especiales que rigen el surgimiento, la existencia, el desarrollo y la muerte de un organismo social dado y su sustitución por otro organismo más elevado. Y éste es el valor que efectivamente tiene la obra de Marx».
Al definir el señor autor tan justamente lo que él llama mi verdadero método, y al juzgar tan favorablemente la aplicación que yo hago de él ¿qué hace sino definir el método dialéctico?
Ciertamente, el procedimiento de exposición debe diferenciarse, por la forma, del de investigación. La investigación debe captar con todo detalle el material, analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir la ligazón interna de éstas. Sólo una vez cumplida esta tarea, se puede exponer adecuadamente el movimiento real. Si se acierta a reflejar con ello idealmente la vida del material investigado, puede parecer que lo que se expone es una construcción apriorística.
Mi método dialéctico no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo[*] de lo real, y lo real su simple apariencia. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre.
Yo he criticado el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana hace cerca de 30 años, cuando todavía estaba de moda. En la época en que yo estaba escribiendo el primer tomo de El Capital, los epígonos[13] molestos, pretenciosos y mediocres, que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, se recreaban en hablar de Hegel, como el bravo Moisés Mendelssohn, en tiempo de Lessing, hablaba de Spinoza tratándolo de «perro muerto». Por eso me he declarado yo abiertamente discípulo de aquel gran pensador e incluso, en algunos pasajes del capítulo sobre la teoría del valor, he llegado a coquetear con su modo particular de expresión. La mistificación sufrida por la dialéctica en las manos de Hegel, no quita nada al hecho de que él haya sido el primero en exponer, en toda su amplitud y con toda conciencia, las formas generales de su movi-
[*] Creador. (N. de la Edit.)
miento. En Hegel la dialéctica anda cabeza abajo. Es preciso ponerla sobre sus pies para descubrir el grano racional encubierto bajo la corteza mística.
En su forma mistificada, la dialéctica se puso de moda en Alemania porque parecía glorificar lo existente. Su aspecto racional es un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la concepción positiva de lo existente incluye la concepción de su negación, de su aniquilamiento necesario; porque, concibiendo cada forma llegada a ser en el fluir del movimiento, enfoca también su aspecto transitorio; no se deja imponer por nada; es esencialmente crítica y revolucionaria.
El movimiento lleno de contradicciones de la sociedad capitalista se deja sentir para el burgués práctico del modo más impresionante en las vicisitudes de los ciclos periódicos que atraviesa la moderna industria, vicisitudes cuyo punto culminante es la crisis general. Ya se acerca de nuevo, aunque todavía se encuentre sólo en las etapas preliminares, y por la universalidad de su campo de acción y la intensidad de sus efectos, va a hacer entrar la dialéctica hasta en la cabeza de los medrados del nuevo Sacro Imperio pruso-alemán.
Londres, 21 de enero de 1873
Carlos Marx
Publicado por vez primera en el libro: K. Marx. Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie. Erster Band. Zweite verbesserte Auflage. Hamburg, 1872. |
Se publica de acuerdo con el texto de la 4a edición alemana de 1890. Traducido del alemán. |
[1]
S. Mayer. Die Sociale Frage in Wien. Studie eines «Arbeitgebers» («La cuestión social en Viena. Estudio de un «empresario»), Wien, 1871.- 93[2] La guerra franco-prusiana de 1870-1871 terminó con la derrota de Francia.- 93
[3] En la cuarta edición alemana del primer tomo de El Capital (1890), los primeros cuatro párrafos de estas palabras finales fueron omitidos. En el presente tomo, al igual que en la segunda edición, se publica el texto completo.- 93
[4] La Santa Alianza fue un pacto reaccionario concertado en 1815 por los monarcas de Rusia, Austria y Prusia para aplastar el movimiento revolucionario en los diversos países y salvaguardar las monarquías feudales.- 95
[5] Las llamadas leyes cerealistas, adoptadas con vistas a restringir o prohibir la importación de cereales del extranjero, fueron promulgadas en Inglaterra en beneficio de los grandes terratenientes (landlords). En 1838, los fabricantes Cobden y Bright, de Manchester, fundaron la Liga contra las leyes cerealistas. Al reivindicar la completa libertad de comercio, la Liga exigía la derogación de estas leyes, a fin de reducir los salarios de los obreros y debilitar las posiciones económicas y políticas de la aristocracia terrateniente. Como resultado de la lucha, en 1846 fue adoptado el bill de derogación de las leyes cerealistas, lo cual significó la victoria de la burguesía industrial sobre la aristocracia terrateniente.- 95
[6] Librecambistas, partidarios de la libertad de comercio, del librecambio, y de la no ingerencia del Estado en la vida económica del país. Al frente del movimiento de los librecambistas se hallaban Cobden y Bright, que organizaron en 1838 la Liga contra las leyes cerealistas, cuya abolición significó una victoria de la burguesía industrial.- 95
[7] Der Volksstaat («El Estado del pueblo»), órgano central del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (los eisenachianos), se publicó en Leipzig del 2 de octubre de 1869 al 29 de setiembre de 1876. La dirección general corría a cargo de G. Liebknecht, y el director de la editorial era A. Bebel. Marx y Engels colaboraban en el periódico, prestándole constante ayuda en la redacción del mismo. Hasta 1869, el periódico salía bajo el título Demokratisches Wochenblatt.
Trátase del artículo de J. Dietzgen Carlos Marx. «El Capital. Crítica de la Economía política», Hamburgo, 1867, publicado en Demokratisches Wochenblatt, núms. 31, 34, 35 y 36 del año 1868.- 96
[8] The Saturday Review of Politics, Literature, Science and Art («Revista de sábado sobre problemas de política, literatura, ciencia y arte»), hebdomadario conservador inglés que salía en Londres en los años de 1855 a 1938.- 96
[9] St.-Peterburgskie Védomosti («Gaceta de San Petersburgo»), diario ruso, órgano oficial del Gobierno, que se publicó bajo ese título desde 1728 hasta 1914; en los años de 1914 a 1917 salía bajo el título de Petrogradskie Védomosti («Gaceta de Petrogrado»).- 96
[10] Trátase de La Philosophie positive. Revue («Filosofía positiva. Revista») que se publicaba en París en los años de 1867 a 1883. En su tercer número, correspondiente a noviembre-diciembre de 1868 se insertó una breve reseña acerca del primer tomo de El Capital escrita por E. B. De-Roberty, adepto de la filosofía positiva de A. Comte.- 97
[11] N. Sieber. La teoría del valor y del capital de D. Ricardo con motivo de los suplementos y explicaciones suplementarios, Kíev, 1871, pág. 170.- 97
[12] Véstnik Evropy («Mensajero de Europa»), revista histórico-política y literaria mensual de orientación liberal burguesa que salía en Petersburgo de 1866 a 1918.- 97
[13] Alusión a los filósofos burgueses alemanes Büchner, Lange, Dühring, Fechner, etc.- 99