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Escrito: Por Marx entre el 6 y el 9 de septiembre de 1870.
Primera publicación: Publicado en forma de octavilla en inglés el 11-13 de septiembre de 1870, y también en forma de octavilla en alemán y francés en septiembre-diciembre de 1870.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2001.
Fuente del texto digital: Izquierda Revolucionaria, Sevilla - España.
A los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Europa y los Estados Unidos,
En nuestro Primer Manifiesto del 23 de julio, decíamos: "En París ya han doblado las campanas por el Segundo Imperio. Acabará como empezó, con una parodia. Pero no olvidemos que fueron los gobiernos y las clases dominantes de Europa quienes permitieron a Luis Bonaparte representar durante dieciocho años la cruel farsa del Imperio Restaurado ".
Como se ve, ya antes de que comenzasen las hostilidades, nosotros dábamos por estallada la pompa de jabón bonapartista.
Y si nos equivocábamos en cuanto a la vitalidad del Segundo Imperio, tampoco nos faltaba razón al temer que la guerra alemana "perdiese su carácter estrictamente defensivo y degenerase en una guerra contra el pueblo francés". En realidad, la guerra defensiva terminó con la rendición de Luis Bonaparte, la capitulación de Sedán y la proclamación de la República en París. Pero mucho antes de estos acontecimientos, en el mismo momento cn que se puso de manifiesto la total podredumbre de las armas bonapartistas, la camarilla militar prusiana optó por la guerra de conquista. Cierto es que en su camino se alzaba un obstáculo desagradable: las propias declaraciones del rey Guillermo al comienzo de la guerra. En su discurso de la corona ante la Dieta de la Alemania del Norte, el rey había declarado solemnemente que la guerra iba contra el emperador de Francia y no contra el pueblo francés. Y el II de agosto dirigió a la nación francesa un manifiesto en el que figuraban estas palabras: "Debido a que el emperador Napoleón ha atacado por tierra y por mar a la nación alemana, que descaba y sigue deseando vivir en paz con el pueblo francés, yo he asumido el mando de los ejércitos alemanes para repeler su agresión y me he visto obligado, por los acontecimientos militares, a cruzar las fronteras de Francia ". No contento con afirmar el carácter defensivo de la guerra, declarando que solamente tomaba el mando de los ejércitos alemanes "para repeler la agresión ", añadía que sólo por los "acontecimientos militares" se había visto "obligado" a cruzar las fronteras de Francia. Y es indudable que una guerra defensiva no excluye la posibilidad de emprender operaciones ofensivas, cuando los "acontecimientos militares" lo imponen.
Como se ve, el pío monarca se había comprometido, ante Francia y ante el mundo, a mantener una guerra estrictamente defensiva. ¿Cómo eximirlo de este compromiso solemne? Los directores de escena tenían que presentarlo como acce diendo de mala gana a los mandatos irresistibles de la nación alemana. Inmediatamente, dieron la señal a la clase media liberal alemana, con sus profesores, sus capitalistas, y sus concejales y periodistas. Esta clase media que, en sus luchas por la libertad civil, desde 1846 hasta 1870, había dado al mundo un espectáculo nunca visto de indecisión, incapacidad y cobardia, se entusiasmó, naturalmente, ante la idea de pisar la escena de Europa como el león rugiente del patriotismo alemán. Reivindicó su independencia cívica, fingiendo obligar al Gobierno prusiano a aceptar los que eran, en realidad, designios secretos de este mismo gobierno. Y, clamando por la desmembración de la República Francesa, pidió perdón por su larga y casi religiosa fe en la infalibilidad de Luis Bonaparte. Oigamos por un momento los hermosos argumentos de estos patriotas inconmovibles.
No se atreven a afirmar que la población de Alsacia y de Lorena suspire por el abrazo alemán. Todo lo contrario. Para castigar su patriotismo francés, Estrasburgo, ciudad dominada por una ciudadela independiente, ha sido bombardeada de un modo bárbaro y sin necesidad, por espacio de seis días, con granadas explosivas "alemanas", que han incendiado la urbe y matado a un gran número de habitantes indefensos. Sí, el suelo de estas provincias perteneció en tiempos remotos al difunto Imperio germano. De aquí que, al parecer, este suelo y los seres humanos que han crecido en él deban ser confiscados, como propiedad imprescriptible de Alemania. Ahora bien, si se trata de rehacer el mapa de Europa con mentalidad de anticuario, no olvidemos en modo alguno que el Elector de Brandenburgo, era, en cuanto a sus dominios prusianos, vasallo de la República Polaca.[28]
Pero los patriotas más astutos reclaman Alsacia y la parte de Lorena que habla alemán, como una "garantía material" contra la agresión francesa. Como este vil pretexto ha hecho perder la cabeza a mucha gente de poco seso, nos creemos obligados a examinarlo un poco más a fondo.
No cabe duda que la configuración general de Alsacia en comparación con la orilla opuesta del Rin, y la existencia de una gran ciudad fortificada como Estrasburgo casi a mitad de camino entre Basilea y Germersheim, favorece mucho una invasión de la Alemania del Sur por los franceses, oponiendo en cambio especiales dificultades a la invasión de Francia desde el Sur de Alemania. Tampoco es dudoso que la anexión de Alsacia y de la Lorena de habla alemana daría a la Alemania del Sur una frontera mucho más fuerte, puesto que pondría en sus manos la cresta de las montañas de los Vosgos en toda su longitud y los fuertes que cubren sus pasos septentrionales. Y si Metz también fuese anexada, Francia quedaría privada indudablemente, por el momento, de sus dos principales bases de operaciones contra Alemania; pero esto no le impediría construir otra nueva en Nancy o en Verdún. Teniendo a Coblenza, Maguncia, Germersheim, Rastadt y Ulm, bases todas de operaciones contra Francia, de las que además ha hecho pleno uso en esta guerra, ¿con qué sombra de justicia puede Alemania envidiar a Francia Estrasburgo y Metz, las dos únicas fortalezas de cierta importancia que posee por este lado? Además, Estrasburgo sólo es un peligro para la Alemania del Sur mientras ésta sea un poder separado de la Alemania del Norte. De 1792 a 1795, el Sur de Alemania no se vio nunca invadido por este lado, porque Prusia participaba en la guerra contra la Revolución Francesa; pero tan pronto como, en 1795, Prusia firmó una paz separada,[29] dejando que el Sur se las arreglase como pudiera, comenza ron, prolongándose hasta 1809, las invasiones al Sur de Alemania, con Estrasburgo como base. Es indudable que una Alemania unificada podrá siempre neutralizar el peligro de Estrasburgo y de cualquier ejército francés en Alsacia concentrando todas sus tropas -- como se hizo en esta guerra -- entre Saarlouis y Landau, y avanzando o aceptando la batalla en la línea del camino que va de Maguncia a Metz. Con el núcleo principal de las tropas alemanas estacionado allí, cualquier ejército francés que avance de Estrasburgo hacia el Sur de Alemania se verá flanqueado y en peligro de encontrarse con las comunicaciones cortadas. Si la campaña actual ha demostrado algo, es precisamente la facilidad de invadir a Francia desde Alemania.
Pero, hablando honradamente, ¿no es un completo absurdo y un anacronismo tomar las razones militares como el principio que debe presidir el trazado de las fronteras entre las naciones? Si esta norma prevaleciese, Austria tendría aún derecho a pedir Venecia y la línea del Mincio, y Francia podría reclamar la línea del Rin para proteger a París, que indudablemente está más expuesto a ser atacado desde el Nordeste que Berlín desde el Sudoeste. Si las fronteras van a trazarse en consonancia con los intereses militares, las reclamaciones no acabarán nunca, pues toda línea militar es por fuerza defectuosa y susceptible de mejorarse con la anexión de nuevos territorios vecinos; además, estas líneas nunca puedcn trazar se de un modo definitivo y justo, pues son siempre una imposición del vencedor sobre el vencido, y por consiguiente llevan en su seno el germen de nuevas guerras.
Esa es la lección de toda la historia. Ocurre con las naciones lo mismo que con los individuos. Para privarlos del poder de atacar, hay que quitarles también los medios de defenderse. No basta agarrarlos por el cuello; hay que asesinar. Si alguna vez hubo un conquistador que tomase "garantías materiales" para quebrar las fuerzas de una nación, ése fue Napoleón I con el Tratado de Tilsit[30] y con su modo de aplicarlo contra Prusia y el resto de Alemania. Y sin embargo, pocos años después, su gigantesco poder se venía al suelo como una caña podrida ante el pueblo alemán. ¿Qué significan las "garantías materiales" que Prusia, en sus sueños más fantásticos, pueda o se atreva a imponer a Francia, comparadas con las que a aquélla le arrancó Napoleón I? El resultado no será menos desastroso. Y la historia no medirá su castigo por el número de millas cuadradas arrebatadas a Francia, sino por la magnitud del crimen que supone resucitar en la segunda mitad del siglo XIX la política de conquista.
Pero, no se debe confundir a los alemanes con los franceses, dicen los portavoces del patriotismo teutónico. Lo que nosotros queremos no es gloria, sino seguridad. Los alemanes son un pueblo esencialmente pacífico. Bajo su prudente tutela, hasta las mismas conquistas dejan de ser un factor de guerras futuras para convertirse en una prenda de perpetua paz. Indudablemente, no fueron los alemanes los que invadieron a Francia en 1792, con el sublime objetivo de acabar a bayonetazos con la Revolución del siglo XVIII. No fueron los alemanes los que mancharon sus manos con la esclavización de Italia, la opresión de Hungría y la desmembración de Polonia. Su actual sistema militar, que divide a toda la población masculina adulta en dos partes: un ejército permanente activo y otro ejército permanente en reserva, ambos sujetos por igual a obediencia pasiva a quienes son sus gobernantes por derecho divino; semejante sistema militar es evidentemente, una "garantía material" para la salvaguardia de la paz, y es, además, la meta suprema de la civilización. En Alemania, como en todas partes, los aduladores de los poderosos de turno envenenan a la opinión pública con el incienso de alabanzas jactanciosas y mendaces.
Estos patriotas alemanes, que fingen indignarse a la vista de las fortificaciones francesas en Metz y Estrasburgo, no ven ningún mal en la vasta red de fortificaciones moscovitas en Varsovia, Modlin e Ivángorod. Tiemblan ante los horrores de una invasión bonapartista, pero cierran los ojos ante la ignominia de una tutela de la autocracia zarista.
Y así como en 1865 hubo un cambio de promesas entre Luis Bonaparte y Bismarck, en 1870 hubo otro cambio de promesas entre Bismarck y Gorchakov.[31] Igual que Luis Bonaparte se ilusionaba pensando que la guerra de 1866, al producir el mutuo agotamiento de Austria y Prusia, le convertiría en el árbitro supremo de Alemania, Alejandro se ilusionaba también pensando que la guerra de 1870, al producir el agotamiento mutuo de Alemania y de Francia, lo erigiría en árbitro supremo del continente occidental. Y así como el Segundo Imperio consideraba que la Confederación de la Alemania del Norte era incompatible con su existencia, la Rusia autocrática tiene por fuerza que creerse amenazada por un imperio alemán bajo la hegemonía de Prusia. Tal es la ley del viejo sistema político. Dentro de este sistema, lo que pa ra un Estado es una ganancia representa para otro una pérdida. La preponderante influencia del zar en Europa tiene sus raíces en su tradicional ascendiente sobre Alemania. Y en un momento en que, dentro de la propia Rusia, fuerzas sociales volcánicas amenazan con sacudir los fundamentos mismos de la autocracia, ¿va el zar a permitir que se merme de ese modo su prestigio en el extranjero? Ya la prensa de Moscú se expresa en el mismo lenguaje que empleaban los periódicos bonapartistas después de la guerra de 1866. ¿Acaso los patriotas teutones creen realmente que el mejor modo de garantizar la libertad y la paz en Alemania es obligando a Francia a echarse en brazos de Rusia? Si la fortuna de las armas, la arrogancia procedente de los éxitos y las intrigas dinásticas llevan a Alemania a una anexión de territorio francés, ante ella sólo se abrirán dos caminos: o convertirse a toda costa en un instrumento manifiesto del engrandecimiento de Rusia, o bien, tras una breve tregua, prepararse para otra guerra "defensiva", y no una de esas guerras "localiza das" de nuevo estilo, sino una guerra de razas, una guerra contra las razas eslavas y latinas coligadas.
La clase obrera alemana ha apoyado enérgicamente la guerra que no estaba en su mano impedir, como una guerra por la independencia de Alemania y por librar a Francia y a Europa de la horrible pesadilla del Segundo Imperio. Fueron los obreros industriales alemanes los que, junto con los obreros agrícolas, dieron nervio y músculo a las heroicas huestes, dejando en la retaguardia a sus familias medio muertas de hambre. Diezmados por las batallas en el extranjero, volverán a verse diezmados por la miseria en sus hogares. Ellos a su vez reclaman ahora "garantías", garantías de que sus inmensos sacrificios no han sido hechos en vano, de que han conquistado la libertad, de que su victoria sobre los ejércitos imperiales no se convertirá, como en 1815, en la derrota del pueblo alemán;[32] y, como la primera de estas garantías, reclaman una paz honrosa para Francia y el reconocimiento de la República Francesa.
El Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania publicó el 5 de septiembre un manifiesto insistiendo enérgicamente sobre estas garantías. "Protestamos -- dicen -- contra la anexión de Alsacia y Lorena. Y somos conscientes de que hablamos en nombre de la clase obrera de Alemania. En interés común de Francia y Alemania, en interés de la paz y de la libertad, en interés de la civilización occidental frente a la barbarie oriental, los obreros alemanes no tolerarán pacientemente la anexión de Alsacia y Lorena. . . ¡Apoyaremos fielmente a nuestros camaradas obreros de todos los países en la causa común internacional del proletariado!"[33]
Desgraciadamente, no podemos confiar en que tengan un éxito inmediato. Si en tiempo de paz los obreros franceses no pudieron detener el brazo del agresor, ¿cómo van los obreros alemanes a detener el brazo del vencedor en medio del estrépito de las armas? El manifiesto de los obreros alemanes reclama la extradición de Luis Bonaparte a la República Francesa como un delincuente común. Pero sus gobernantes están ya haciendo cuanto pueden para volverlo a colocar en las Tullerías, como el hombre más indicado para hundir a Francia. Pase lo que pase, la historia nos enseñará que la clase obrera alemana no está hecha de la misma pasta maleable que la burguesía de este país. Los obreros alemanes cumplirán con su deber.
Como ellos, celebramos el advenimiento de la República en Francia, pero al mismo tiempo, nos atormentan dudas que esperamos sean infundadas. Esta República no ha derribado el trono, sino que ha venido simplemente a ocupar su vacante. Ha sido proclamada, no como una conquista social, sino como una medida de defensa nacional. Se halla en manos de un gobierno provisional compuesto en parte por notorios orleanistas y en parte por republicanos burgueses, en algunos de los cuales dejó su estigma indeleble la Insurrección de Junio de 1848[34]. El reparto de funciones entre los miembros de este gobierno no augura nada bueno. Los orleanistas se han adueñado de los baluartes del ejército y la policía, dejando a los que se proclaman republicanos los departamentos puramente retóricos. Algunos de sus primeros actos de gobierno demuestran claramente que no sólo han heredado del Imperio un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera. Y si hoy, en nombre de la República y con fraseología desenfrenada se prometen cosas imposibles, ¿no será acaso para preparar el clamor que exija un gobierno "posible"? ¿No estará la República destinada, en la mente de algunos de sus empresarios burgueses, a servir de trampolín y de puente para una restauración orleanista?
Como vemos, la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar el nuevo gobierno en el trance actual, cuando el enemigo está llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. Los obreros franceses deben cumplir con su deber de ciudadanos**; pero, al mismo tiempo, no deben dejarse llevar por los recuerdos nacionales de 1792, como los campesinos franceses se dejaron engañar por los recuerdos nacionales del Primer Imperio. Ellos no deben repetir el pasado, sino construir el futuro. Que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra tarea común: la emancipación del trabajo. De su energía y de su prudencia depende la suerte de la República.
Los obreros ingleses han dado ya pasos encaminados a vencer, mediante una saludable presión desde fuera, la repugnancia de su gobierno a reconocer a la República Francesa.[35] Con su actual táctica dilatoria, el Gobierno inglés pretende, probablemente, expiar el pecado de la guerra antijacobina y la precipitación indecorosa con que sancionó el coup d'Etat [36]. Los obreros ingleses exigen además de su gobierno que se oponga con todas sus fuerzas a la desmembración de Francia, que una parte de la prensa inglesa es lo suficientemente desvergonzada para pedir a gritos. Es la misma prensa que durante veinte años estuvo endiosando a Luis Bonaparte como la providencia de Europa y que aplaudía frenéticamente la rebelión de los esclavistas estadounidenses[37]. Ahora, como entonces, trabaja sin descanso para los esclavistas.
Que las secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores de cada país exhorten a la clase obrera a la acción. Si los obreros olvidan su deber, si permanecen pasivos, la horrible guerra actual no será más que la precursora de nuevas luchas internacionales todavía más espantosas y conducirá en cada país a nuevas derrotas de los obreros por los señores de la espada, de la tierra y del capital.
¡Vive la République!
EL CONSEJO GENERAL Robert Applegarth Fred. Bradnick John Hales George Harris Lopatin George Milner Charles Murray James Pamell Rühl Cowell Stepney Schmutz |
Martin J. Boon Caihil Williiam Hales Fred. Lessner B. Lucraft Thomas Mottershead George Odger Pfänder Joseph Shepherd Stoll |
SECRETARIOS CORRESPONDIENTES Eugène Dupont, por Francia Karl Marx, por Alemania y Rusia A. Serraillier, por Bélgica, Holanda y España Hermann Jung, por Suiza Giovanni Bora, por Italia Zévy Maurice, por Hungría Antoni Zabicki, por Polania James Cohen, por Dinamarca J. G. Eccarius, por Estados Unidos de América |
William Townshend, Presidente John Weston, Tesorero J. George Eccarius, Secretario General |
Oficina: 256, High Holborn, Londres, W.C. 9 de septiembre de 1870 |