F. Engels (1850) - La Guerra de los Campesinos en Alemania

 

 

VI.

LA GUERRA DE LOS CAMPESINOS EN TURINGIA, ALCASIA Y AUSTRIA

 

 

Al estallar las primeras insurrecciones en Suabia, Tomas Münzer se había apresurado a volver a Turingia, fijando su residencia en la ciudad libre de Mühlhausen, donde más fuerza tenía su partido. En su mano reunía los hilos de todo el movimiento; conocía el alcance de la tormenta que se iba a desencadenar en Alemania del sur y se había encargado de hacer de Turingia el centro del movimiento en el norte. Encontró un ambiente sumamente propicio. En la propia Turingia, que había sido el centro de la Reforma, la excitación había llegado a su punto culminante; la miseria material que reinaba entre los campesinos oprimidos, así como las doctrinas revolucionarias, religiosas y políticas que circulaban, habían preparado también en los países vecinos, en Hessen, Sajonia y en la región del Harz el terreno para la insurrección general. Sobre todo en Mühlhausen, la tendencia extremista de Münzer había ganado a la masa de la pequeña burguesía, que esperaba con impaciencia el día en que iba a hacer sentir a los orgullosos patricios los efectos de su superioridad numérica. Para que no se adelantaran al momento convenido, el propio Münzer tenía que calmarlos: pero su discípulo Pfeiffer, que dirigía este movimiento, ya estaba comprometido hasta tal punto, que no pudo contenerlos más. El 17 de marzo de 1525, mucho antes de iniciarse la sublevación general en la Alemania del sur, hizo su revolución la ciudad de Mühlhausen. El viejo ayuntamiento patricio fue destituido, el “consejo eterno” que acaba de ser elegido se encargó del gobierno, bajo la presidencia de Tomas Münzer.

Lo peor que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente para que la clase que representa pueda asumir el mando y para que se puedan aplicar las medidas necesarias a la dominación de esta clase. Lo que realmente puede hacer no depende de su propia voluntad, sino del grado de tensión a que llega el antagonismo de las diferentes clases, y del desarrollo de las condiciones de vida materiales, del régimen de la producción y circulación, que son la base fundamental del desarrollo de los antagonismos de clase. Lo que debe hacer, lo que exige de él su propio partido, tampoco depende de él ni del grado de desarrollo que ha alcanzado la lucha de clases y sus condiciones; el jefe se halla ligado por sus doctrinas y reivindicaciones anteriores, que tampoco son el resultado de las relaciones momentáneas entre las diferentes clases sociales ni del estado momentáneo y más o menos casual de la producción y circulación, sino de su capacidad —grande o pequeña— para comprender los fines generales del movimiento social y político. Se encuentra, pues, necesariamente ante un dilema insoluble: lo que realmente puede hacer se halla en contradicción con toda su actuación anterior, con sus principios y con los intereses inmediatos de su partido; y lo que debe hacer no es realizable. En una palabra: se ve forzado a representar, no a su partido y su clase, sino la clase llamada a dominar en aquel momento. El interés del propio movimiento le obliga servir a una clase que no es la suya y a entretener a la propia con palabras, promesas y con la afirmación de que los intereses de aquella clase ajena son los de la suya. Los que ocupan esta posición ambigua están irremediablemente perdidos. Hemos visto ejemplos en los últimos tiempos; recordemos la posición que en el último gobierno provisional de Francia ocupaban los representantes obreros, a pesar de que no representaban sino una etapa muy inferior en el desarrollo del proletariado. Quienes después de las experiencias del gobierno de febrero —no hablemos de los nobles gobiernos provisionales y regencias del imperio en Alemania— todavía pueden anhelar puestos oficiales, o son extraordinariamente torpes o no pertenecen al partido revolucionario más que de palabra. Pero la posición de Münzer al frente del “consejo eterno” de Mühlhausen era todavía mucho más arriesgada que la de cualquier gobernante revolucionario en la actualidad. No sólo aquel movimiento, sino todo aquel siglo, no estaban maduros para la realización de las ideas que el propio Münzer había empezado a imaginar tarde y confusamente. La clase a la que representaba acababa de nacer y no estaba, ni mucho menos, completamente formada y capaz de subyugar y transformar a la sociedad entera.

El cambio de la estructura social que había imaginado no tenía el menor fundamento en las circunstancias materiales existentes, en las que se gestaba un orden social que iba a ser exactamente contrario al orden que había soñado. Sin embargo, seguía ligado por sus predicaciones anteriores sobre la igualdad cristiana y la comunidad de bienes evangélica; tenia que hacer, por lo menos, un intento de su aplicación. Se proclamó la comunidad de los bienes, el trabajo obligatorio para todos y la supresión de toda autoridad; pero, en realidad, Mühlhausen seguía siendo una ciudad libre republicana con una constitución algo más democrática, con un senado elegido por sufragio universal y controlado por la asamblea y con una organización de beneficencia improvisada apresuradamente en las clases particulares. Esta revolución social que tanto horrorizaba a los burgueses protestantes de la época, no pasó, en realidad, de un ensayo tímido e inconsciente para establecer prematuramente la actual sociedad Burguesa.

El propio Münzer parece haberse dado cuenta del abismo que separaban a sus teorías de la realidad concreta, un abismo que tanto menos podía ignorar el, cuanto más desfiguraban su genial teoría las cabezas incultas de sus partidarios. Con un celo aun para el desusado se puso a propagar y organizar el movimiento; escribió cartas y mando emisarios a todas partes. Sus escritos y predicaciones reflejan un fanatismo revolucionario que aun teniendo en cuenta sus escritos anteriores, produce estupefacción. El tono humorístico y juvenil de los panfletos revolucionarlos de Münzer ha desaparecido por completo, como también el lenguaje ponderado y sistemático del pensador que había empleado en algunas ocasiones. Ahora Münzer es profeta de la revolución con todo su ser; enciende incesantemente el odio contra las clases dominantes, despierta las pasiones mas violentas, y cuando había lo hace empleando las frases encendidas que el delirio religioso y nacional atribuía a los profetas del antiguo testamento. El nuevo estilo al que tuvo que acostumbrarse indica el nivel cultural del público sobre el que tenía que influir.

El ejemplo de Mühlhausen y la agitación de Münzer no tardaron en producir su efecto en las demás regiones. En Turingia, en el campo de Eichsfeld, en el Harz en los ducados de Sajonia, en Hessen y Fulda, en la alta Franconia y en el Vogtland se levantaron los campesinos y formaron bandas, que quemaron castillos y conventos. Münzer era el jefe reconocido de casi todo el movimiento cuyo centro seguía siendo Mühlhausen, mientras que en Erfurt triunfaba un movimiento puramente burgués, adoptando el partido que allí gobernaba una actitud ambigua frente a los campesinos.

Al principio los príncipes de Turingia estaban frente a los campesinos tan impotentes y desorientados como los de Franconia y Suabia. En los últimos días de abril el landgrave de Hessen logró por fin concentrar un cuerpo de ejército; este landgrave era el mismo Felipe cuya piedad le valió tantos elogios por parte de los historiadores burgueses y protestantes de la Reforma y sobre cuyas infamias cometidas contra los campesinos también escucharemos algo en este pequeño relato. En varias expediciones rápidas el landgrave Felipe, gracias a su actitud enérgica sometió a la mayor parte de su país, luego movilizó a nuevos contingentes y entró en el territorio del abad de Fulda del que había sido vasallo hasta entonces. El 3 de mayo venció a los campesinos de Fulda cerca de Frauenberg y sometió al país entero, aprovechando la ocasión no sólo para librarse de la soberanía del abad, sino para transformar toda la abadía de Fulda en un feudo de Hessen, reservándose —claro está— el derecho de secularizarla mas tarde.

Luego ocupó Eisenach y Langehsalza y unido a las tropas del duque de Sajonia marchó contra Mühlhausen, el foco principal hombres provistos de alguna artillería —cerca de Frankenhausen.

Los campesinos de Turingia no tenían ni mucho menos, el valor guerrero que una parte de los destacamentos de Suabia y Franconia mostraron frente a Truchsess; no disponían de armamento suficiente, estaban indisciplinados, en sus filas habían pocos soldados veteranos, los jefes faltaban por completo. El propio Münzer no tenía sin duda el menor conocimiento militar. Sin embargo, los príncipes creyeron oportuno aplicar la misma táctica que tantas veces había procurado la victoria de Truchsess: la felonía. El 16 de mayo iniciaron negociaciones concluyendo un armisticio para atacar de repente a los campesinos, antes de terminar la tregua.

Münzer y los suyos se habían hecho fuertes detrás de una barrera de carros en el monte que aun lleva el nombre de Schlachtherg[1]. Ya cundía de desmoralización entre las bandas. Los príncipes prometieron una amnistía, si las bandas entregaban vivo a Münzer. Éste mandó formar un círculo para discutir las preposiciones de los príncipes. Un caballero y un cura se pronunciaron en favor de la capitulación; Münzer los hizo conducir en medio del círculo y los mandó decapitar en el acto. Este acto de energía terrorista fue saludado con entusiasmo por los revolucionarios decididos y tuvo como consecuencia levantar un poco el animo de los campesinos; sin embargo, la mayor parte de estos se hubieran dispersado sin oponer resistencia, si no se hubiesen dado cuenta de que a pesar de la tregua los lansquenetes de los príncipes, que habían cercado el monte avanzaban hacia ellos en columnas cerradas. Se apresuraron a tomar posición detrás de los carros, pero las balas de cañón y de arcabuz ya habían empezado a hacer estragos entre los campesinos casi indefensos y poco acostumbrados a la guerra y los lansquenetes habían ya llegado hacia la barrera de carros. Después de una breve resistencia irrumpieron en la línea de carros, apoderándose de los cañones de los campesinos y dispersándolos. Estos huyeron a la desbandada y cayeron en manos de las columnas envolventes y de la caballería, que hicieron una horrible matanza. De los 8000 campesinos murieron 5000; el resto logró refugiarse en Frankenhausen, pero con él entró también la caballería. Münzer que estaba herido en la cabeza fue descubierto en una casa y capturado. El 25 de mayo se rindió también Mühlhausen; Pfeiffer que había permanecido en la ciudad logró huir pero acabó por ser detenido cerca de Eisenach.

En presencia de los príncipes Münzer fue sometido a tormento y luego decapitado. Subió al cadalso con el mismo valor que había mostrado durante toda su vida. Tenía a lo sumo cuarenta y ocho años cuando murió. También Pfeiffer fue decapitado, y con estos dos murieron muchísimos más. En Fulda el “piadoso” Felipe de Hessen había iniciado la carnicería; entre otros, él y los príncipes sajones mandaron ejecutar con la espada a 24 rebeldes en Eisenach, a 41 en Langensalza, a 300 después de la batalla de Frankenhausen, a mas de 100 en Mühlhausen, a 26 en Germar, a 30 en Tugenda, a 12 en Sangerhausen y a 8 en Leipzig, sin hablar de las numerosas mutilaciones y de otros medios mas pacíficos tales como los saqueos e incendios de aldeas y ciudades.

Mühlhausen tuvo que renunciar a su independencia de ciudad imperial para ser incorporada a los principados sajones, igual que la abadía de Fulda lo había sido al landraviato de Hessen.

Los príncipes atravesaron la montaña de Turingia, donde los campesinos de Franconia procedentes del campamento de Bildhausen se habían unido a los de Turingia quemando numerosos castillos. Cerca de Meiningen se produjo un combate; los campesinos salieron derrotados retirándose hacia la ciudad. Pero esta repentinamente cerró sus puertas y amenazó con atacarles por la espalda. Los campesinos a los que la traición de sus aliados había colocado en una situación difícil, capitularon ante los príncipes y se dispersaron aun antes de terminar las negociaciones. El campamento de Bildhausen se había disuelto hacia tiempo; con la disolución de estas bandas se aniquilaron los últimos restos de la insurrección en Sajonia, Hessen, Turingia y en la alta Franconia.

En Alsacia la sublevación se había producido más tarde que en la orilla derecha del Rin. En el obispado de Estrasburgo los campesinos no se sublevaron hasta mediados de abril; los siguieron los de la alta Alsacia y del Sundgau. El 18 de abril una banda de campesinos de la Baja Alsacia saqueó el monasterio de Altorf; en la región de Ebersheim y Barr así como en los valles de Willer y del Urbis se formaron otras bandas. Pronto se unieron, formando el gran destacamento de la baja Alsacia que organizó la toma de las ciudades y aldeas y la destrucción de los conventos. En todas partes un hombre de cada tres tuvo que incorporarse al ejército. Los doce artículos de este destacamento son mucho mas radicales que los de Suabia y Franconia.

Mientras la primera columna de la baja Alsacia se concentraba cerca de San Hipólito y —fracasado el intento de ganar esta ciudad— se apoderaba de Barken e1 10, de Rappoltsweiler el 13 y de Reichenweiler el 14 de mayo gracias a un acuerdo con los ciudadanos, la segunda columna al mando de Erasmo Gerber salió a tomar Estrasburgo por sorpresa. El intento fracasó y la columna se dirigió hacia los Vosgos destruyendo el monasterio de Mauersmünster y sitiando Saverna que se rindió el 13 de mayo. Desde allí marchó a la frontera de Lorena sublevando la parte limítrofe de este ducado mientras fortificaba los puertos de la montaña. En Herborlzheim a orillas del Sarre v en Neuburgo se establecieron grandes campamentos; 4000 campesinos alemanes de Lorena se hicieron fuertes cerca de Sarreguemines: en la vanguardia por fin había dos destacamentos el de Kolben en los Vosvos, cerca de Stiirzelbrun, v el de Kleeburgo cerca de Wissemburgo, que defendían el frente y el ala derecha, mientras el ala izquierda se apoyaba en las tropas de la alta Alsacia.

Estas se hallaban en movimiento desde el 20 de abril: el 10 de mayo había hecho ingresar la ciudad de Sulz en la hermandad campesina. lo mismo habían hecho el 12 con Gebweiler y el 15 con Sennheim. El gobierno austriaco y las ciudades libres de la región se unieron inmediatamente contra los campesinos pero no tenían fuerza suficiente para resistirles y mucho menos para atacarles. Excepto algunas pocas ciudades, a mediados de mayo toda Alsacia estaba en manos de los insurgentes.

Pero ya se estaba acercando el ejército que iba a castigar a los campesinos alsacianos por su osadía. Fueron los franceses los que allí restablecieron la dominación de la nobleza. El duque Antonio de Lorena se puso en marcha el 6 de mayo, a la cabeza de un ejercito de 30000 hombres, entre ellos la flor de la nobleza francesa y tropas auxiliares españolas, piamontesas, lombardas, griegas, y albanesas. El 16 de mayo tuvo el primer encuentro cerca de Lutzelstein con 4000 campesinos a los que venció sin dificultad y el 17 hubo de capitular la ciudad de Saverna ocupada por los campesinos. Mientras entraban aun las tropas lorenesas desarmando a los campesinos, se violó el acuerdo de capitulación; los lansquenetes se arrojaron sobre los campesinos indefensos matando a muchos de ellos. Las demás columnas de la baja Alsacia se dispersaron y el duque Antonio marchó contra los de la alta Alsacia. Estos se habían negado a acudir en auxilio de los de la baja Alsacia cuando se hallaban en Saverna; ahora se vieron atacados por el grueso de las fuerzas lorenesas y se defendieron muy valientemente, pero la enorme superioridad numérica — 30000 contra 7000— y la traición de un gran número de caballeros, sobre todo la del Corregidor de Reichenweiler, hacia inútil toda su valentía. Fueron totalmente derrotados y diseminados. El duque sometió a toda Alsacia con la crueldad acostumbrada. El Sundgau fue la única región a la que no castigó con su presencia. Allí el gobierno austriaco intimó a sus campesinos la conclusión del tratado de Ensisheim amenazándoles con llamar al duque. Pero el mismo gobierno no tardó en romper este tratado, mandando ahorcar a un sinnúmero de predicadores y dirigentes del movimiento. Pero los campesinos del Sundgau se volvieron a sublevar hasta que por fin fueron incluidos en el tratado de Offenburgo (el 18 de septiembre).

Queda por relatar la guerra de campesinos en los Alpes austriacos. Desde que se inició el movimiento de las “stara prawa” estos territorios así como el vecino arzobispado de Salzburgo se hallaban en una oposición permanente frente al gobierno y a la nobleza; también allí las doctrinas de la Reforma habían encontrado un terreno favorable. Las persecuciones religiosas y la arbitrariedad de los tributos que pesaban sobre el pueblo hicieron estallar la sublevación.

Desde 1522 la ciudad de Salzburgo apoyada por los campesinos y mineros estaba en conflicto con el arzobispo, discutiéndose los privilegios de la ciudad y la libre practica de la religión. A fines de 1524 el arzobispo atacó la ciudad con lansquenetes mercenarios amedrentándola con los cañones del castillo, al mismo tiempo que perseguía a los predicadores herejes. Decretó nuevos impuestos abrumadores provocando de este modo la indignación de toda la población. En la primavera de 1525, simultáneamente con las insurrecciones de Suabia, Franconia y Turingia se sublevaron todos los campesinos y mineros del país, formando bandas dirigidas por los capitanes Prossler y Weitmoser, que libertaron la ciudad y sitiaron el castillo de Salzburgo. Igual que los campesinos de la Alemania occidental constituyeron una liga cristiana formulando sus reivindicaciones en catorce artículos.

En la primavera de 1525 se sublevaron también los campesinos de Estiria, alta Austria, Carintia y Carniola, donde nuevos tributos arbitrarlos perjudicaban los intereses más vitales del pueblo. Tomaron un gran número de castillos, derrotando cerca de Gryss al viejo capitán general Dietrichtein. el vencedor de la “stara prawa”. Si bien el gobierno logró apaciguar a una parte de los insurgentes engañándoles, la masa no perdió por eso su cohesión, al contrario, se unió a los de Salzburgo y de este modo todo el arzobispado de Salzburgo, la mayor parte de la alta Austria, Estiria, Carintla y Carniola estuvieron en poder de los campesinos y mineros.

Las doctrinas de los reformadores tuvieron también muchos partidarios en el Tirol; allí más que en las otras regiones de los Alpes austriacos, los emisarios de Münzer habían actuado con éxito. Allí como en otras partes, el archiduque Fernando perseguía a los predicadores de la nueva doctrina y violaba los derechos de la población con leyes fiscales arbitrarias. La consecuencia fue la insurrección en la primavera del mismo año 1525. Capitaneados por Geirmaier, discípulo de Münzer y el único gran talento militar de todos los jefes campesinos —estos se apoderaron de un sinnúmero de castillos y procedieron muy enérgicamente contra los curas, sobre todo en el sur, a orillas del Adige. También se sublevaron los campesinos del Vorarlberg y se unieron a los del Allgäu.

En este trance el archiduque hizo concesión tras concesión a los rebeldes, a los que poco antes había querido exterminar a fuerza de incendios, saqueos y matanzas. Convocó a las dietas de los estados de la casa de Austria concluyendo un armisticio con los campesinos hasta que se reunieran aquellas. Mientras tanto, se armaba a toda prisa para poder cambiar lo más pronto posible su lenguaje, frente a los “insolentes”.

Naturalmente el armisticio no duró mucho tiempo. En los ducados, Dietrichstein al que escaseaba el dinero, se dedicó al saqueo. Sus tropas eslavas y húngaras se permitieron las crueldades más vergonzosas contra la población. Los Estirios volvieron a levantarse y en la noche del 2 al 3 de julio sorprendieron al capitán general Dietrichstein en Schladming y mataron a todos los que no hablaban alemán. Dietrichtein fue capturado: el día 3 por la mañana los campesinos constituyeron un tribunal de jurados que condenó a muerte a cuarenta nobles checos y croatas. Fueron ejecutados en el acto. Este gesto hizo un gran efecto; el archiduque se apresuró a acceder a todas las peticiones de los estados en los cinco ducados (la alta y Baja Austria. Estiria. Corintia y Carniola).

También en el Tirol se asentaron las condiciones de la dieta, restableciéndose la tranquilidad en el norte. Pero el sur, que insistió sobre sus primitivas reivindicaciones atenuadas por las decisiones de la dieta, continuó sobre las armas. En diciembre el archiduque logró por fin restablecer el orden por la fuerza haciendo ejecutar a un sinnúmero de cabecillas que habían caído en sus manos.

En agosto diez mil bávaros conducidos por Jorge de Frundsberg, marcharon contra los de Salzburgo. Este alarde de fuerzas así como las disensiones que reinaban entre los campesinos, los movieron a concluir un tratado con el arzobispo que también fue aceptado por el archiduque. Pero ambos príncipes que entre tanto habían podido reforzar sus tropas no tardaron en violar el tratado y de este modo los campesinos de Salzburgo se vieron obligados a sublevarse de nuevo. Los insurgentes se sostuvieron durante todo el invierno; en la primavera llegó Geismaier quien llevó a cabo una formidable campaña contra las tropas que avanzaban por todas partes. En una serie de combates brillantísimos que tuvieron lugar en mayo y junio de 1526, derrotó sucesivamente a los bávaros, austriacos, ligueros de Suabia y lansquenetes del arzobispo de Salzburgo impidiendo durante largo tiempo la unión de los diferentes ejércitos y aun tuvo tiempo para sitiar Radstat. Por fin tuvo que retirarse ante la enorme superioridad numérica de las fuerzas que le cercaban; se abrió camino, conduciendo los rectos de sus tropas a través de los Alpes austriacos al territorio veneciano. La republica de Venecia y Suiza ofrecieron al incansable jefe campesino un punto de apoyo para nuevas intrigas. Durante un año trató de inducirlos a una guerra contra Austria que le daría una nueva oportunidad para sublevar a los campesinos. Pero mientras llevaba a cabo estas negociaciones murió, victima de un atentado; el archiduque Fernando y el arzobispo de Salzburgo no podían estar tranquilos, mientras aun viviese Geismaier y pagaron a un bandido que en 1527, por fin, logró hacer desaparecer a tan peligroso revolucionario.

 

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[1] Monte de la batalla.